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Circe de clásicos y modernos

On-line version ISSN 1851-1724

Circe clás. mod.  no.12 Santa Rosa Jan./Dec. 2008

 

Reflexiones en torno a la guerra y a los conflictos sociales a comienzos de la república romana en los primeros libros de Tito Livio

Reflections on War and Social Conflicts in the Beginnings of the Roman Republic in Titus Livius' First Books

Rodolfo G. Lamboglia

[Universidad Nacional de Rosario]

Resumen: El presente trabajo intenta demostrar que, en el transcurso del período que se extiende aproximadamente del c. 500 a 450 a.C., algunas de las reiteradas guerras entabladas por los romanos contra diversos pueblos vecinos fueron propiciadas y utilizadas por la aristocracia patricia como un modo de contener los conflictos internos generados a partir de las demandas planteadas por los plebeyos.

Palabras clave: Guerra; Ejército; Aristocracia; Campesinos; Conflictos.

Abstract: This article tries to demonstrate that, during the period which extends approximately from c. 500 to 450 BC, some of the repeated wars initiated by the Romans against different neighbouring villages were propitiated and used by the aristocracy as a way of restraining internal conflicts generated by plebeians' demands.

Keywords: War; Army; Aristocracy; Peasants; Conflicts.

Introducción

La guerra ha sido un tema abordado por la mayoría de los autores de la antigüedad, ya se trate de un poeta como Homero, de historiadores como Heródoto, Tucídides o Polibio, o de figuras con una predominante formación filosófica como Platón, Aristóteles, Jenofonte o Cicerón. Cabría esperar que la diversidad de enfoques representada por esta limitada selección de ejemplos hubiera dado cuenta de una multiplicidad de perspectivas adoptadas sobre el tema en cuestión; sin embargo, el resultado final ha sido mucho más limitado.
No obstante, todas esas explicaciones se sitúan en un nivel limitado de elaboración teórica; demasiado variadas, o demasiado simples, o demasiado generales, o demasiado vagas, parecen flotar sobre la superficie de los hechos, pues nunca dan cuenta, de una manera directa y global del fenómeno guerrero, tomado a la vez en su especificidad, su universalidad y su diversidad. (Garlan 2003: 10)
Según sostiene Yvon Garlan (2003: 12), entre los pensadores antiguos la guerra sufrió la hegemonía de la filosofía política y debido a ello fue considerada solo como un medio para la consecución de determinados fines. En este sentido, el interés por ella quedó reducido a cuestiones puramente técnicas, tendencia esta que permaneció firme durante el período bizantino, pero menos viva durante la Edad Media. El interés se renovó durante el Renacimiento, pero desde entonces, y atravesando el pensamiento humanista y llegando hasta el positivismo del siglo XIX, los autores mantuvieron un 'ánimo estrechamente militarista y pragmático' guiados por un interés básicamente técnico, tendiendo a 'reducir la historia de la guerra a la de las operaciones militares, las batallitas, que se incluyen de manera mecánica, como un añadido, en la historia global de las sociedades antiguas'.
Este enfoque de la historia militar que permaneció vigente hasta la II Guerra Mundial solo fue fugazmente reformulado por las obras premonitorias de Friedrich Engels y Karl von Klausewitz. Garlan (2003) opina que fue el francés André Aymard el que imprimió un giro en la forma de abordar el estudio de la historia militar de la antigüedad, estableciendo así una especie de tradición entre sus discípulos de la École Pratique des Hautes Études. Nos permitimos agregar a la lista algunos historiadores ingleses, tal es el caso del libro ya clásico, pero siempre vigente, de Keith Hopkins (1981), o los enfoques más actualizados que podemos encontrar en las obras de Cornell (1999); Harris (1989); Osborne (1998); Rich y Shipley (1993) y el holandés Van Wees (2002), quienes han colocado a la guerra en el mismo plano de importancia que el otorgado a otras variables históricas.
Nosotros creemos que en el marco de la historia antigua la guerra puede ser considerada como una de las actividades sociales o colectivas más importantes, en razón de lo cual habría que encuadrar su análisis a partir de las interacciones con otras esferas de la práctica social, como la política, la organización económica y las realidades socio-culturales. Nuestro interés particular está centrado en indagar la manera en que la guerra afectaba la dinámica de las relaciones sociales en el marco de diversas comunidades y en el transcurso de coyunturas concretas. Considerada de esta manera, cabrían plantearse interrogantes tales como, por ejemplo, si bajo ciertas circunstancias los varones adultos se veían involucrados directamente en la actividad guerrera constituyendo ejércitos de ciudadanos, ¿de qué manera esta situación podría haber llegado a afectar los procesos de integración y cohesión comunitaria? Como así también, si la organización militar reproducía en su configuración las desigualdades sociales, ¿en qué medida ello podría haber propiciado ciertos niveles de conciencia social entre los sectores subalternos? O también podríamos preguntarnos si la disciplina militar, propia de cualquier ejército, podría haber tenido algún tipo de repercusiones sobre el disciplinamiento social y político (cf. Garlan 2003: 10-13).
El presente trabajo intenta demostrar que, en el contexto de la Roma arcaica, algunas de las reiteradas guerras entabladas por los romanos contra diversos pueblos vecinos, en el transcurso del período que se extiende aproximadamente del c. 500 a 450 a.C., fueron utilizadas por la aristocracia patricia como un dispositivo para contener los conflictos sociales internos que tuvieron lugar en la coyuntura problemática de instauración de la república. La ciudad-Estado, en la que habían sido integradas distintas realidades socio-económicas y espaciales a través de las relaciones políticas, representó un nuevo ámbito de sociabilidad que se había impuesto progresivamente como escenario en el que debieron expresarse diversos conflictos; y sería por ello que su funcionamiento y organización permanecerían muy inestables durante un prolongado período de tiempo1.

El carácter de la guerra en la leyenda de los orígenes de Roma según Livio

Antes de abordar el objetivo específico del trabajo haremos una breve referencia al papel que Livio le asignaba a la guerra en su relato sobre el período monárquico, que a pesar de que en general existe cierto consenso entre los historiadores en torno a que él mismo está basado en tradiciones poco confiables e impregnado de mitos y leyendas, no deja de ser un testimonio acerca de cómo el autor entendía que la actividad guerrera trascendía los fines específicamente militares2.
Livio era consciente, tanto por las lecciones del pasado como por las de su historia más reciente, que la guerra y la religión eran prácticas colectivas muy antiguas que habrían estado presentes desde los comienzos del ordenamiento de la vida social vinculada al urbanismo. Para Livio, la guerra, al margen de su efecto más concreto que era el de garantizar la defensa de la comunidad, era portadora de un conjunto de valores tales como la valentía, el 'patriotismo', la disciplina, perfectamente complementados por la pietas religiosa, en torno a los cuales se había edificado la identidad cultural de los romanos, que éstos reconocían y promovían como su mos maiorum. Por lo tanto, para Livio, la organización de estas prácticas colectivas debía haber sido consustancial con el desarrollo de la organización de la comunidad, y ambas estarían relacionadas con la necesidad de mantener cohesionada, pero también controlada a la población, cuestión que, según él, ya había contemplado el legendario rey Numa3.
Diferenciaba claramente las etapas en las que podía predominar la 'relajación de los ánimos', que en principio no es más que una manera literariamente elíptica de referirse a los conflictos internos, de aquellas otras en las que imperaba el orden que promueven la guerra y la disciplina militar. Comenta que en algún momento el rey Numa prefirió sustituir la actividad militar por la religiosa (que por otra parte se ocuparía de organizar de manera pormenorizada, Liv. 1.20.5), pero finalmente se percató de que, en realidad, debía lograrse una especie de equilibrio entre la guerra, el derecho y la piedad religiosa, sobre todo cuando ésta deviene en una especie de obsesión colectiva (1.21.1).
A continuación, Tulo Hostilio percibió que la vocación religiosa no era suficiente para mantener cohesionada a la población, que por otra parte quedaba expuesta a los vecinos más belicosos, de manera tal que Tulo, "convencido, pues, de que Roma envejecía por la falta de acción, buscaba por todas partes un motivo para hacer estallar de nuevo la guerra" (Liv. 1.22.2-3). La lógica de reconstrucción histórica de Livio establece que, con el correr del tiempo y junto con la expansión territorial entre los reinados de Tulo y Anco, debió aumentar también la población integrada, y en mayor proporción la del sector representado por los pequeños campesinos vinculados a una frágil economía de subsistencia (1.33.8).
Tarquino Prisco gobernó, según Livio, una comunidad numerosa, cuyo tiempo libre no lograba agotar la práctica religiosa y la guerra; entonces se dispuso a construir lo que en época posterior sería el circo Máximo (Liv. 1.35.7).
Finalmente, sería Servio quien organizaría a la población militarmente activa a través del sistema centuriado, estableciendo el ordenamiento de los mandos y la participación tanto militar como política en relación con la capacidad económica de la ciudadanía (Liv. 1.42.4-43)4.
Otro dispositivo que según Livio habrían empleado los antiguos romanos para descomprimir la tensión interna y regular el funcionamiento social, había sido la fundación de colonias. En 1.56.3 señala que el último de los Tarquinos "tenía el convencimiento de que una población numerosa, si estaba desocupada, era una carga (oneri rebatur esse) para la ciudad". Fue precisamente durante el transcurso de su gobierno que, según Livio, se fundaron las colonias de Signia, Circeyos, Cora y Pomecia.
Si bien hasta aquí resulta relativamente claro que para Livio, ciertas prácticas colectivas estaban en alguna medida destinadas a mantener cohesionada y ocupada a la población (es razonable suponer que ello tendría que ver, en parte, con los más o menos prolongados intersticios de la estacionalidad de la economía agraria), con el relato de la instauración de la República comienza a otorgarle una preeminencia casi absoluta a la guerra. Es en este sentido que tanto la guerra como la propia organización militar se convierten en elementos claves para comprender tanto el carácter como la modalidad de las demandas políticas y económicas planteadas por los plebeyos en los momentos iniciales del período republicano. Es a partir de entonces cuando tendrá lugar lo que será la lógica en muchos de los episodios bélicos de este período: los líderes de la aristocracia esgrimen la amenaza externa justo cuando se desencadenan los problemas internos, con lo cual la guerra sería empleada como un dispositivo para contenerlos (Liv. 2.23-24).
Es así como Livio destaca que, inmediatamente después de encabezar la conspiración que permitió desplazar del poder al último rey de Roma, Bruto se lamentaba de que la plebe se encontrara "inmersa en fosas y vaciado de cloacas: ¡los hombres de Roma, vencedores de todos los pueblos del entorno, se habían convertido de guerreros en obreros y picapedreros!" (Liv. 1.59.8-9).
Como Tarquino procede a exiliarse en Clusio y a pedir auxilio al rey Porsena, se cernía sobre la comunidad romana una gran amenaza, y la elite senatorial tuvo que tener 'muchas consideraciones con la plebe en aquel momento' para poder organizarla para la defensa. Se garantizó el aprovisionamiento de trigo, se le retiró la concesión de la sal a los privados para mantener bajo el precio del producto y se exceptuó a la plebe del pago de impuestos (Liv. 2.9.6).

La fase de los conflictos sociales y las guerras 'inventadas'

Parece ser que la coyuntura comprendida entre finales del siglo VI y comienzos del V a.C. habría sido una etapa altamente conflictiva en todo el territorio de la Italia central, cuyas consecuencias se harían sentir de manera particular en el área controlada por los romanos5. La situación general parece haber estado caracterizada por disturbios, usurpaciones, incursiones de pueblos vecinos, alianzas militares tanto defensivas como ofensivas, etcétera6.
Hasta entonces la guerra habría sido una actividad que entre los romanos, concernía básicamente a la aristocracia y a los campesinos que contaban con recursos suficientes para proveerse del armamento de hoplita7. Según parece, la forma de reclutamiento basada en las cinco clases del censo, que Livio adjudicaba al rey Servio Tulio, y que habría permitido el ingreso de los campesinos que no calificaban como hoplitas (infra classem) en realidad fue muy posterior, quizás a finales del siglo V a.C.
De cualquier manera, es de suponer que este marco general condujo a que los ciudadanos romanos debieran involucrarse con la guerra de manera más activa y con una mayor frecuencia que hasta entonces. Ya hemos señalado el hecho de que la guerra ocupa un lugar casi excluyente en el relato que Livio nos ofrece sobre el período, y del mismo también se desprende una conexión directa entre la participación ampliada de los campesinos-ciudadanos en el ejército, y el comienzo del planteo de sus demandas. Pareciera que esta circunstancia propició su autodeterminación, su cohesión e impulsó su acción conjunta detrás de ciertos objetivos comunes8. En este sentido, y aunque resulte paradójico, según nuestra hipótesis la elite aristocrática intentó desmovilizar políticamente a los campesinos precisamente a través de una mayor actividad militar, promoviendo algunas de las guerras registradas en esa coyuntura contra los pueblos vecinos.
No es posible saber cuán confiable resultaba la información que estaba al alcance de Livio para reconstruir la primera fase de los reclamos planteados por los 'plebeyos'. Sin embargo, insistimos en que, en el momento en que la plebe comenzó a presentar sus demandas, uno de los mecanismos que parece haber utilizado la elite patricia para contenerlos, al menos por un período determinado, fue propiciar algunas de las reiteradas campañas militares planteadas contra los pueblos vecinos en los inicios del período republicano. Nos parece que este es un argumento que Livio sugiere de manera indirecta en reiteradas ocasiones, pero que nunca expresa de manera clara y precisa. Con relación al período indicado y a dichas guerras, Cornell (1999: 357) comenta lo siguiente:

El rasgo más curioso de los relatos que se han conservado, es que la mayoría de las campañas anuales no son presentadas ni como derrotas ni como victorias, sino como expediciones destinadas a devastar el territorio enemigo en las que o bien no ocurrió nada digno de mención o el resultado fue indeciso.

Además de que las características específicas del relato de Livio habilitaría a tener cierta confianza en torno a la historicidad general de los hechos9, a nosotros nos invita a pensar que algunas de las campañas de este período presentan precisamente esa modalidad y tienen ese resultado incierto, debido a que en realidad, fueron organizadas por iniciativa de la aristocracia solo para que sirvieran como dispositivo para descomprimir los conflictos sociales que comenzaban a registrarse por entonces.
A continuación proponemos seguir el relato de Livio referido a la periodización señalada al comienzo del trabajo para intentar constatar las relaciones sugeridas entre las guerras y los conflictos internos de la ciudad de Roma.
Livio afirmaba que para el transcurso del año que correspondió al consulado de Publio Servilio y Apio Claudio (c. 495), "la ciudad se encontraba enfrentada consigo misma". Los reclamos tenían que ver con las deudas y el nexum, y los plebeyos aprovecharon la ocasión para "protestar con indignación de luchar en el exterior por la libertad y el imperio, y estar en el interior convertidos en esclavos y oprimidos por sus conciudadanos" Livio (2.23.2).
Los aristócratas debaten entre imponer la fuerza o inclinarse por la modalidad propia de la vida comunitaria, es decir, la negociación. Ambas posturas están representadas en el relato de Livio, más de una vez, por la dualidad consular. En este caso, Servilio es negociador y Apio un autoritario prepotente10. El senado deberá resolver apoyar una u otra propuesta; a veces reconoce su íntima convicción colectiva de preferir actuar por la fuerza, pero en definitiva termina inclinándose sabiamente por el camino de la negociación.
Mientras tanto se anuncia la amenaza de los volscos (Liv. 2.24.1) y los plebeyos aprovechan la oportunidad para declarar que "los patricios hiciesen el servicio militar, que los patricios empuñasen las armas, para que los peligros de la guerra correspondiesen a quienes sacaban provecho de ella" (2.24.2).
Entonces Servilio, el conciliador, se presentó ante la asamblea y comenzó a hacer uso del discurso patriótico, con el cual procurará lograr relegar a un segundo orden de prioridades los reclamos sectoriales y privilegiar los comunes, que, por cierto, casi siempre coincidían con el de los sectores dominantes:

No es posible -sostiene Servilio-, cuando el enemigo está casi a las puertas, dar prioridad a nada que no sea la guerra, ni, en caso de verse aliviada su condición, sería honroso para la plebe no empuñar las armas para defender a la patria a no ser que antes recibiese la recompensa, ni sería muy digno por parte del senado aliviar la penosa condición de sus ciudadanos por temor, antes que por buena voluntad un poco más adelante. (Liv. 2.24.4)

Según Livio, en unos pocos días los romanos sufrieron la amenaza de volscos, sabinos y auruncos. En los tres casos no encuentra motivos claros para dar cuenta de esta amenaza conjunta: los volscos pensaron que los romanos estaban ocupados en sus problemas internos y los atacaron por las dudas (Liv. 2.25.1-2); en el caso de los sabinos Livio (2.26.1) es por demás explícito: "Bien pronto, también los sabinos alarmaron a los romanos, pues en realidad se trató más de una alarma que de una guerra"; y por último, afirma que los auruncos fueron atacados por la sencilla razón de que habían sido vistos cerca del territorio romano (2.26.5).
La tensión entre la plebe y la aristocracia continúa en aumento; cesan en su mandato Servilio y Apio y son nombrados dos nuevos cónsules. En el contexto de una situación que se agravaba progresivamente, se vuelve a repetir la secuencia: se anuncia la amenaza de los sabinos y el senado dispone inmediatamente una leva. Entretanto, los senadores y los dos magistrados se acusan mutuamente de no haber podido encontrar una solución adecuada (Liv. 2.28.2-3); el senado hace saber que "lleven a cabo una leva rigurosísima, que el estar sin hacer nada vuelve a la plebe revoltosa (otio lasciuire plebem)" (2.28.5-6). Los plebeyos responden que "no tendrán jamás ni un solo soldado si no se cumplen los compromisos oficialmente contraídos" (2.28.7); Apio, actuando para entonces como senador, sostiene que el problema no es la miseria en la que se encuentran lo plebeyos sino la "falta de autoridad" de los magistrados, o, en todo caso, la ausencia de respeto hacia ellos (2.29.9). Finalmente, ya no se sabe nada de los sabinos, lo cual nos induce a pensar que se trataba de otra situación de amenaza inventada o creada por la propia elite romana.
El relato continúa con el nombramiento de un dictador con poderes extraordinarios para organizar la leva y se inician campañas conjuntas contra ecuos, volscos y sabinos, quedando claro que más que una amenaza cierta para el territorio romano se trataba de campañas iniciadas por los propios romanos sobre territorios vecinos ocupados por estos pueblos. Finalizadas exitosamente las mismas, los senadores vuelven a plantearse qué hacer con la plebe desmovilizada y utilizan la amenaza de los ecuos como un pretexto:

Le entró entonces al senado el temor de que, si se licenciaba a los soldados, se reanudasen las reuniones clandestinas y las conjuras. En consecuencia, aunque la leva había sido efectuada por el dictador, sin embargo, como el juramento se lo habían tomado los cónsules, estimó el senado que el juramento seguía obligando a los soldados y dio orden de que las legiones partieran de la ciudad, con el pretexto de que los ecuos reanudaban las hostilidades. Esta medida aceleró la sedición. (Liv. 2.32.1)

Como el senado no pudo llegar a ejercer ningún tipo de presión sobre la plebe, ésta, en lugar de desmovilizarse, lleva adelante lo que se conoce como la secesión al monte Sacro o Aventino (según las distintas versiones). En esos momentos resolvieron dar muerte a los cónsules, que eran al mismo tiempo sus comandantes militares, y organizaron un campamento permaneciendo allí durante algunos días con lo necesario para alimentarse, sin ser atacados ni atacar, lo que también demuestra que se habían apropiado de la organización militar para formular sus demandas, de las que obtendrían, entre otras concesiones, asambleas y magistraturas propias (Liv. 2.32-33.1-3).
A continuación comenta Livio que "la amenaza exterior, el más fuerte vínculo de entendimiento, mantenía unidos los ánimos a pesar de las reticencias y la animosidad mutua" (2.39.7). Y un poco más adelante, después del episodio de Coriolano (c. 490-488)11, insiste sobre lo mismo cuando las tensiones entre el senado y la plebe volvieron a agravarse debido a que los senadores habían logrado imponer como cónsul a Cesón Fabio, resistido por los plebeyos, puesto que representaba a una familia patricia repudiada por sus tendencias conservadoras marcadamente anti-plebeyas (Livio 2.42.3)12:

Incrementada con ello la indignación de la plebe, sobrevino una revuelta interna que dio pie a una guerra externa. Después, la guerra dejó en suspenso las desavenencias internas (ciuiles discordiae intermissae): en un mismo afán, patricios y plebeyos tomaron, a su vez, la ofensiva contra volscos y ecuos bajo el mando de Emilio y obtuvieron sobre ellos una brillante victoria.

En los casos en los que pareciera no haber un motivo que justifique las campañas militares que no fuera otro que el de mantener ocupada a la plebe, Livio no señala, debido a que tal vez no existiera esa información, los territorios o localidades en que se desarrollaron las hostilidades.
Siendo tribuno Espurio Licinio, éste percibió que la amenaza conjunta de los ecuos y los veyentes sería utilizada como excusa por la aristocracia para aplazar el tratamiento de la ley agraria; entonces "tomó en sus manos la tarea de obstaculizar los preparativos bélicos" (Liv. 2.43.3). En los episodios posteriores los plebeyos desobedecieron a sus generales e incluso, en un acto que pone en evidencia el elevado grado de conciencia alcanzado en torno a sus reivindicaciones, llegaron a abandonarlos en el campo de batalla (2.43.9).
De aquí en adelante Livio (2.44.10) se refiere reiteradamente a la ausencia de disciplina militar y de la absoluta carencia de autoridad de los mandos, lo que por otra parte demuestra cierto grado de disolución del ideal comunitario. Livio señala que el proceso de disolución socio-político y militar había alcanzado tal nivel que es indicado como el motivo por el cual los pueblos vecinos habían recobrado fuerzas, pensando incluso que podían llegar a contar con el favor, es decir, con la traición, de uno u otro de los sectores en conflicto (2.44.10-11)13.
Posteriormente (2.54.8-10) relata el asesinato del tribuno Genucio, luego de lo cual se convoca una leva (Liv. 2.54.1) para una campaña sin un enemigo preciso, que no se lleva adelante, o queda aplazada por un tiempo hasta lograr controlar las luchas internas, que se habían agravado. Por entonces se había llegado al punto en que la plebe ya no respetaba a los magistrados, maltrataba a los lictores y destruía los fasces, que eran los símbolos más representativos del poder (2.55.9). La conflictividad continúa en aumento, la elite política comienza a proponer algunas medidas concretas tendientes a otorgar las primeras concesiones a los plebeyos.
La situación llegó a un punto extremo durante el consulado de Apio Claudio hijo (c. 471), que según Livio (2.58.5) "odiaba a la plebe más aun que su padre". Apio es enviado para luchar contra los volscos y se queja entonces de la actitud de los soldados:

Todo lo hacen perezosa, lenta, descuidada e insolentemente; ni el pundonor ni el miedo los constreñía (nec pudor nec metus coercebat). Si pretendía que acelerasen el paso, ponían buen cuidado en avanzar más despacio; si acudía a activar una tarea, todos espontáneamente aminoraban su despliegue de actividad; delante de él bajaban la cabeza, al pasar a su lado maldecían por lo bajo, hasta el punto de que aquel carácter en el que no había hecho mella el odio de la plebe, a veces se conmovía. Después de haber puesto en juego todo su rigor, no tenía trato alguno con los soldados; decía que el ejército había sido corrompido por los centuriones, a veces, en son de burla, los llamaba tribunos de la plebe y volerones. (Liv. 2.58.7-9)

En lo que sigue Livio parece sugerir que el restablecimiento temporario del orden político fue simultáneo al de la disciplina militar. El recuerdo de la catástrofe sufrida por la gens Fabia (c. 479), cuyos miembros habían pretendido asumir por sí solos la guerra contra Veyes, es presentado como un claro ejemplo de que las guerras solo podrían ganarse si se transformaban en un proyecto colectivo, dentro del cual también debería contemplarse lo referido a la forma de distribuir los beneficios obtenidos.
Estos episodios parecen señalar un punto de inflexión en el conflicto interno, puesto que a partir de aquí la aristocracia romana inicia un progresivo programa de concesiones con el objetivo de recuperar el control de la situación política y militar.
Es en este sentido que los miembros de la aristocracia comenzaron a plantearse la necesidad de alcanzar un equilibrio entre el poder autocrático y el moderado: el episodio que caracteriza esta situación tiene lugar cuando los romanos debieron atender dos frentes al mismo tiempo, contra volscos y ecuos, y dividieron el ejército entre los dos cónsules, Apio Claudio (h) y Tito Quincio, respectivamente. El primero, como ya hemos visto, con su talante autoritario solo consigue que los soldados le manifiesten su rechazo, por lo que Apio acusa al ejército de "traición a la disciplina militar y abandono de estandartes" (Liv. 2.59.9). Quincio "era por naturaleza más suave, y por otra parte la dureza poco afortunada de su colega lo había reafirmado en su manera de ser"; y se añade que "jamás en ninguna guerra anterior la caza de botín había ido tan lejos, y fue entregado en su totalidad a los soldados" (2.60.1-2). Si bien es cierto que por entonces la guerra implicaba básicamente actos de saqueo y pillaje, este es el primer acontecimiento que señala Livio, que pone en evidencia que la elite romana comienza a comprender la necesidad de redistribuir los beneficios entre quienes eran a la vez los soldados y ciudadanos14.
Pero el frente político del conflicto continuó profundizándose, al punto tal que los plebeyos, impulsados por los tribunos, llegaron a boicotear la elección consular:

A finales del año hubo un corto período de paz, pero como en todas las demás ocasiones, de paz turbada por la pugna entre patricios y plebeyos. La plebe irritada, no quiso participar en las elecciones consulares; los patricios y sus clientes nombraron cónsules a Tito Quincio y Quinto Servilio. El año de su consulado es parecido al anterior: disturbios al principio, calma después, propiciada por una guerra exterior. (Liv. 2.64.1-3)

Debido en parte a esta situación de desobediencia cívico-política, en el consulado de Tito Emilio y Quinto Fabio (c. 467), la aristocracia debió ampliar la participación plebeya en los beneficios de la guerra procediendo al reparto de la tierra conquistada a través de la creación de colonias: ese año se creó la colonia de Ancio en territorio conquistado a los volscos el año anterior. La fundación de Ancio fue, en definitiva, el resultado de una propuesta moderada presentada por Fabio ante una mucho más radical hecha por Emilio: hacer un reparto de tierras en posesión de la aristocracia (Liv. 3.1.1-8). Con el correr del tiempo la guerra contribuirá a consolidar las diferencias de riqueza sustentada en la cantidad de tierra acumulada15.
El procedimiento sistemático de creación de colonias es prácticamente simultáneo al proceso que se inicia con el tribunado de Terentilio Harsa en c. 462 y que culminará una década más tarde con la promulgación de las leyes de las XII tablas en 451/450, que abriría el camino hacia la ruptura del frente plebeyo produciendo la cooptación de los plebeyos ricos.
La proposición terentilia tenía un carácter radical: "iba a proponer una ley para que se nombrase una comisión de cinco personas encargada de regular el poder consular: los cónsules harían uso de los derechos que el pueblo les concediese sobre sí mismo, en lugar de tener ellos por ley su propio capricho y arbitrariedad" (Liv. 3.9.5). Para contrarrestar la proposición terentilia, Fabio logra cooptar a algunos tribunos y con este sistema, ya sugerido unos años antes por Apio Claudio, se logró dejar sin efecto la misma (3.9.5).
Al año siguiente todos los tribunos hacen la presentación en conjunto y nuevamente la aristocracia esgrime el argumento de la amenaza de volscos y ecuos "a pesar de haber sido destrozados" el año anterior (Liv. 3.10.1-5). Livio sostiene que "los tribunos decían en tono acusatorio que ello era un montaje para obstaculizar la ley" (3.10.6-9). Entonces, los hérnicos, aliados de Roma, y los latinos anuncian que la colonia de Ancio era el centro de las operaciones:

Los tribunos gritaban abiertamente en el foro que era comedia lo de la guerra de los volscos, que los hérnicos estaban aleccionados para representar su papel; ya ni siquiera se atacaba de frente la libertad del pueblo romano, sino que se la burlaba con astucia; como ya no era creíble que, tras un exterminio casi total, los volscos y los ecuos pudiesen tomar la iniciativa de reemprender las hostilidades, se buscaba un enemigo nuevo; se desacreditaba a una colonia leal y cercana; la guerra se la declaraba a Ancio, que era inocente, pero se le hacía a la plebe romana, a la que se sacaría de Roma a marchas forzadas cargada con las armas, vengándose de los tribunos con el exilio y relegación de los ciudadanos (exsilio et relegatione ciuium ulciscentes tribunos). (Liv. 3.10.10-12)

Por último, también resulta significativo el episodio protagonizado por Apio Herdonio, un sabino que c. 460, a la cabeza de un grupo de exiliados y esclavos, ocupó el Capitolio y la ciudadela prometiendo la libertad para todos aquellos que se le sumaran. Los patricios hablan de un enemigo interno tan peligroso como los enemigos externos y los tribunos vuelven a responder que "no era una guerra, sino un simulacro de guerra (uanam imaginem belli) lo que se había asentado en el Capitolio, con el fin de desviar la atención de la plebe de la preocupación por la ley"; y que en realidad se trataba de los huéspedes y clientes de los patricios (Liv. 3.16.5).
En la década que resta para llegar al momento del decenvirato y las leyes de las XII tablas se suceden otros episodios similares a los señalados hasta ahora. Pero ya se nota claramente que la aristocracia patricia comienza a comprender la necesidad de transformar la actividad militar en un proyecto distinto al de las simples razias sobre territorios vecinos, entre otras cuestiones, como hemos visto, para descomprimir la conflictividad interior. En la segunda mitad del siglo V a.C. se llevaron adelante diversos cambios en la organización militar y en los objetivos fijados, que darían lugar a que la guerra se transformase en algo bien distinto de lo que había sido en el transcurso de la primera mitad del siglo. Y ello abrió decididamente el camino para que se desencadenara la dinámica expansionista e 'imperialista' de los siglos posteriores.

Conclusiones

A comienzos del siglo V a.C. el ejército hoplítico, cuya organización se relaciona con el desarrollo de la ciudad-Estado, y la guerra como actividad propia del ciudadano romano, quedan incluidos dentro de los conflictos y las contradicciones que plantea el proceso de instauración del nuevo marco político representado por la república16.
La coyuntura comprendida entre finales del siglo VI y comienzos del V a.C. habría sido una etapa altamente conflictiva en todo el territorio de la Italia central. Es de suponer que este marco general condujo a que los ciudadanos romanos debieran involucrarse en la guerra de manera más activa y con una mayor frecuencia que hasta entonces. A partir del relato que Livio nos ofrece sobre el período, creemos que es posible establecer una conexión directa entre la participación ampliada de los campesinos-ciudadanos en el ejército y el comienzo del planteo de sus demandas. En este sentido, y aunque resulte paradójico, según nuestra hipótesis, la elite aristocrática habría intentado en una primera instancia desmovilizar políticamente a los campesinos propiciando una mayor actividad militar, promoviendo algunas de las guerras registradas en esa coyuntura contra los pueblos vecinos. También nos parece evidente que en poco tiempo la aristocracia patricia percibió que esta mecánica solo podía resultar un paliativo transitorio, con lo cual se inició, en un conflictivo marco de reclamos, secesiones y enfrentamientos, una prolongada etapa de reformas y concesiones que también involucrarían a la guerra y la organización militar como una de las principales actividades del ciudadano.
En primer lugar, se contempló una participación (redistribución) más equitativa de los beneficios (es decir, el botín) que podían obtenerse con la guerra. (Liv. 2.48.2)17. Al poco tiempo fue implementado un sistema de redistribución de la tierra para beneficiar a los campesinos-ciudadanos pero que sin afectar las posesiones de la aristocracia18.
Si bien existía un conjunto de colonias creadas hasta entonces, como Fidenas en 498, Signia en 495, Vélitras en 494 y Norba en 492, en realidad éstas no habían implicado traslado de población romana ni asignaciones de tierra sino simples acuerdos o tratados entre la población local y los romanos. Por lo tanto, la creación de Ancio es coincidente con el proceso de reorganización militar y con los nuevos objetivos fijados para la guerra. Por último, a finales del siglo V se establece el stipendium, es decir, una paga para los soldados, que si bien por entonces no era regular al menos pretendía garantizar una compensación económica por parte del Estado para el eslabón más débil de los campesinos-ciudadanos, integrados ya en esos momentos en la estructura militar (Cornell 1999: 363). Con el tiempo, esta reorientación de la guerra y la organización militar fijaría las bases para el expansionismo territorial.

Notas

1. La conformación del patriciado implicó también un proceso de conflicto en el seno de los linajes aristocráticos. Sobre la posibilidad ya planteada por Mommsen acerca de las similitudes entre la salida de la tiranía en Atenas y de la monarquía en Roma ver Cornell (1999: 233 y 429). La idea de que el nacimiento de la ciudad-Estado implicó un largo período constituyente, en Bravo (1989: 93-94); el significado del clientelismo y el patronazgo en la Roma arcaica, en Veyne (1984: 9-152, 309-452); los debates y actualización bibliográfica sobre el nacimiento de la ciudad-estado, referido específicamente a la pólis griega, en Gallego (2005).

2. Dejamos de lado la discusión acerca de la historicidad del relato sobre el período arcaico Cornell (1999: 149-83, 255-84). Acordamos respecto a que el período monárquico está mucho más teñido por la leyenda que el que se inicia con la instauración de la república.

3. Liv. 1.19: "Después de acceder al trono, se dispone a basar la nueva ciudad, fundada por la fuerza de las armas, sobre cimientos nuevos: el derecho, la ley y las buenas costumbres". Y agrega que, "al quedar libres de preocupación por el peligro exterior, para que la tranquilidad no relajase los ánimos que el miedo al enemigo y la disciplina militar habían refrenado, pensó que, antes que nada, debía infundirles el temor a los dioses, elemento de la mayor eficacia para una masa ignorante y en bruto por entonces". (Las itálicas en las citas de Livio son responsabilidad del autor del presente artículo.)

4. La discusión sobre la historicidad, o en todo caso el tenor, de la 'reforma serviana', en Cornell (1999: 207).

5. Cornell (1999: 341, 353, 397). La arqueologia aporta evidencias de destrucciones de edificios y fortificaciones, al respecto ver Torelli (1996: 181-214).

6. Sobre los problemas con los pueblos vecinos Crawford (1988: 26).

7. La guerra basada en las técnicas y tácticas hoplitas se difundió por Italia desde el siglo VII a.C. y estaba plenamente asentada en Roma para el VI a.C.. Según Cornell (1999: 220 y 34)1, hasta la organización ampliada de los reclutamientos basada en el ordenamiento censitario la guerra solo parece afectar a los miembros de la aristocracia. La guerra como una actividad de los miembros de la aristocracia, en Liv. 2.46.7.

8. La relación entre integración militar y activación política en Gallego (2005).

9. Cornell (1999: 255 y ss.).

10. Liv. 2.23.15: "Apio, hombre de natural vehemente, opinaba que había que tratar el problema haciendo uso de la autoridad consular: deteniendo a uno o dos, los demás se estarían quietos; Servilio, más dado a soluciones moderadas, estimaba que era más seguro y más fácil doblegar la revuelta que quebrarla".

11. El episodio de Coriolano, un traidor que se puso al frente de los volscos, es considerado por Cornell (1999: 355), como la derrota más importante que sufrieron los romanos en las primeras décadas de la república.

12. En poco tiempo más los Fabios girarán hacia posiciones populares, como se indica en Liv. 2.47.12. El concepto de popular (popularis) es sin duda un anacronismo de Livio pero que resulta revelador de la tendencia asumida por entonces por los Fabios.

13. Es posible que con el relato de este episodio Livio intentara compensar la traición llevada adelante por un miembro de la aristocracia como Coriolano (490-488), que ahora repiten los plebeyos, pero en todo caso refleja hasta qué niveles estaba fragmentada la comunidad romana.

14. Cornell (1999: 357). Al parecer ya existía un mecanismo que servía para beneficiar a la aristocracia, puesto que los actos de heroísmo, que seguramente no eran otra cosa que la conducción exitosa de los ejércitos, eran recompensados con la asignación de una porción de las tierras vecinas que fueran conquistadas; Liv. 2.13.5.

15. Cornell (1999: 314): "Es probable que las tierras públicas constituyeran una parte sustancial del territorio romano desde los primeros tiempos [...]. El problema estribaba en que el acceso a las tierras públicas quedó bajo el control de los ricos y poderosos, que ocuparon gran cantidad de ellas y pasaron a considerarlas parte integrante de sus posesiones ancestrales, mientras que los pobres se vieron expulsados y reducidos a la miseria y a una posición de dependencia".

16. Para el caso específico de la formación de la pólis Gallego (2005: 156-57), sostiene: "El proceso de formación de la pólis significó, pues, no sólo una unificación territorial de las comunidades aldeanas y una organización política igualitaria derivada de la matriz segmentaria de la aldea, sino también la conformación de la estructura militar típica de la ciudad-estado, definida por la falange hoplítica".

17. Garlan 2003: 60-64, 71-81; Cornell 1999: 362-63.

18. E.g. en c. 467 se crea la colonia de Ancio en territorio conquistado a los volscos.

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Recibido: 23/03/2008
Evaluado: 15/04/2008
Aceptado: 10/05/2008

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