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Circe de clásicos y modernos

On-line version ISSN 1851-1724

Circe clás. mod. vol.14 no.2 Santa Rosa July/Dec. 2010

 

RESEÑAS

Romero, José Luis.
De Heródoto a Polibio. El pensamiento histórico en la cultura griega.
Miño y Dávila Ediciones, Buenos Aires, 2009, 128 págs. ISBN 978-84-92613-13-7

Aun cuando De Heródoto a Polibio. El pensamiento histórico en la cultura griega se haya publicado por primera vez en 1952, existen razones para creer que no fue sino la publicación tardía de un proyecto en el que José Luis Romero trabajó en la década anterior. Esto parece reflejarse en el hecho de que el estudio aplica de manera práctica diversos conceptos desarrollados a mediados de la década de 1940 (cuando tenía a su cargo la cátedra de Historiografía en La Plata), a pesar de ser publicado en un momento en el que Romero se hallaba más preocupado por el estudio de la Edad Media que por el de la Antigüedad. Sin embargo, difícilmente se pueda afirmar que estamos ante una obra que contraste con el resto de su producción. Se trata de una investigación acerca de la obra historiográfica en la Antigüedad clásica, pero que va más allá de esto. Podemos decir que, en un plano más amplio, la preocupación principal de Romero es intervenir en el problema de la historiografía de su tiempo, esto es, el "divorcio entre la historia y la vida" (p. 18).
Esta nueva edición cuenta con un valioso Prólogo a cargo de Domingo Plácido, quien afirmando la vigencia de este trabajo se centra en las particularidades del enfoque romeriano respecto de los temas tratados. Por su claridad conceptual y correcta valoración del trabajo de Romero, este Prólogo resulta un importante agregado que sirve de algún modo de guía para quienes no están familiarizados con la obra del historiador.
El libro está compuesto por nueve capítulos de desigual extensión, siendo los más sólidos los que se refieren a determinados historiadores en particular, es decir, Heródoto, Tucídides y Polibio; mientras que el resto se percibe como un esfuerzo por brindar una imagen de conjunto, al dar cuenta de todo el recorrido histórico de la historiografía antigua en lengua griega. No hay en ello nada que podamos reprocharle al autor ya que se trata de una elección metodológica, pues su objetivo es estudiar a los historiadores mencionados como historiadores de crisis particulares, un interés que ya expresa de forma teórica en su artículo "Las concepciones historiográficas y las crisis" (1943). Los pasajes de una configuración historiográfica a otra son efectos de reacomodamientos a las nuevas situaciones históricas y a las nuevas formas de pensamiento, debido a lo cual las anteriores formas de entender la vida histórica resultan inadecuadas y deben ser reemplazadas. Romero se centra en el análisis de estas crisis y de las concepciones de la vida histórica que éstas suscitan en los distintos historiadores de la Antigüedad griega.
Vayamos al contenido del libro. La Introducción al volumen resulta una pieza paradójica. Por un lado, es perfectamente pertinente para el trabajo que pretende introducir. Pero, por otro lado, es tan independiente del mismo que podríamos tratarla como un ensayo aparte. Podría servir de introducción a cualquier otra obra de Romero, ya que allí expresa su particular concepción de la vida histórica y del trabajo del historiador. A la vida histórica es necesario entenderla en su doble aspecto, no sólo como "mero saber" sino como historia viva, de modo de llegar a una comprensión que sólo surge "cuando se la suscita con una voz conmovida por la inquietud de la existencia" (p. 19). En síntesis, hay que entender la historia como ciencia y como conciencia. Sobre el historiador se postula que éste siempre pregunta al pasado desde su presente, de ahí la necesidad de entender su obra dentro de este marco. A continuación, Romero presenta las claves metodológicas de cómo va a abordar el estudio de los historiadores antiguos, claves que también sirven para el estudio de otras épocas históricas.
Los primeros dos capítulos versan sobre el derrotero de la actitud histórica antes de Heródoto, es decir, cómo se llega a conformar el espíritu clásico que sirve de plataforma tanto para éste como para Tucídides. Comienza por los esfuerzos de la aristocracia para dotarse de un pasado digno, reflejados en leyendas que ya en ese tiempo revelaban actitudes históricas. A la vez, señala que las versiones de las leyendas que nos llegan a través de Homero y Hesíodo implican ya una transformación, puesto que éstos las utilizan conforme a las condiciones de su presente. Se trata de un análisis alejado de todo simplismo y linealidad, preocupado por el contrario por llegar a lo más profundo del problema. Es en este sentido que, por ejemplo, Romero ve en el paso del protagonismo de los dioses al de los hombres una manifestación de la nueva actitud histórica.
Hacia el s. VI a.C. aparece, de la mano de los logógrafos, un nuevo espíritu crítico destinado a cuestionar las leyendas. Ante el desarrollo de nuevas situaciones históricas, el héroe comienza a ser dejado de lado -las leyendas empezaban a mostrar su incapacidad para explicar los cambios- siendo reemplazados por los hombres. ¿Cuáles fueron estas nuevas situaciones? La colonización griega y el avance de los persas, procesos sin duda traumáticos que atentaban contra la actitud histórica mantenida hasta entonces.
El capítulo III trata de la constitución del sistema de ideales clásicos. Nuevamente, Romero relaciona la crisis coyuntural (las sublevaciones jonias contra Darío) con los cambios en relación con la forma de percibir la realidad y el pasado, la emergencia del racionalismo, el universalismo y la objetividad. Una hibridación con las creencias orientales caracteriza a los nuevos ideales que se oponen a los antiguos ideales aristocráticos. Es precisamente en el marco de este espíritu clásico que se inserta el trabajo de Heródoto y el de Tucídides.
Del primero se ocupa Romero en el capítulo IV, donde hace un estudio que revela la gran profundidad de su análisis sobre la concepción de la vida histórica herodotea. Unos pocos párrafos biográficos alcanzan para explicar cómo y en qué marco (la guerra contra los persas) Heródoto llega a convertirse en un "historiador de la cultura". El objetivo del "Padre de la Historia" era conocer y explicar, lo cual tiene un enorme valor en sí mismo para Romero, aunque no deja de señalar que "el conocimiento apenas comenzaba a emerger del área de la mera opinión" (p. 68). No por estar centrado en la figura del historiador el capítulo deja de lado el cambio que se percibe en el espíritu de la época. En efecto, en estos momentos se consuma el paso de la epopeya a la historia política.
En el capítulo V Tucídides es visto en oposición a Heródoto, ya que en su búsqueda de la perfección privilegiaría lo fáctico por sobre lo potencial, cuya dialéctica constituía para Romero uno de los ejes del devenir histórico (como expresará en 1953 en su ensayo "Reflexiones sobre la historia de la cultura"). El análisis en este caso parte de la imposibilidad de estudiar a Tucídides si no es en relación directa con la coyuntura en que está inmerso, la Guerra del Peloponeso. La concepción histórica está atada a la concepción del presente. Al no tratarse de una guerra entre griegos y bárbaros sino entre los propios griegos, se convierte a ojos de éstos en una contienda entre democracia y oligarquía, es decir, entre formaciones políticas distintas, entre diferentes Estados. Este es el tema de la obra de Tucídides, a la cual Romero dedica un extenso análisis donde resalta la forma en que fue escrita, su linealidad y su búsqueda de la verdad que denota influencias de la sofística. Tucídides aparece en el trabajo de Romero como un vínculo entre Heródoto y Polibio, hecho que se percibe a lo largo del libro, y especialmente en el último capítulo donde se establece una especie de genealogía tripartita.
Romero dedica el extenso capítulo VI a los historiadores del s. IV a.C. Aquí los temas propiamente históricos pasan a un segundo plano y adquieren centralidad la historia de las ideas y la filosofía del período, acusando una fuerte influencia de su hermano filósofo, Francisco Romero, y acaso de Rodolfo Mondolfo. Estudia especialmente la influencia que la retórica de este período tuvo sobre la concepción de la vida histórica, una influencia "perjudicial", en el sentido de que la verdad pierde su carácter objetivo y se convierte en verdad social. Pasa rápidamente por Isócrates y se detiene, como no podía ser de otro modo, en Jenofonte. También éste fue un hombre de su tiempo en tanto que historiador de la crisis de la polis; pero lamentablemente queda en un segundo plano frente a los otros grandes historiadores.
Los breves capítulos que siguen se ocupan de salvar la gran distancia (cronológica y geográfica) entre lo desarrollado hasta aquí y Polibio. El capítulo VII estudia la crítica que efectúa el helenismo hacia el espíritu clásico. Los factores que desencadenaron la crisis fueron fundamentalmente la influencia de la sofística y las conquistas de Alejandro, siendo sobre todo una crisis del espíritu clásico. Entra en crisis también la idea de ciudadano y es reemplazada por nuevos ideales acordes a los nuevos tiempos. Aquí también el análisis se ocupa de las corrientes filosóficas (el epicureísmo, el estoicismo, etc.), siempre en su relación con la coyuntura histórica. Es interesante constatar la relación que percibe Romero entre la actitud frente a una crisis y la crisis misma. Estas se alimentan mutuamente intensificando así sus efectos. Se trata de la relación entre orden fáctico y potencial antes mencionada, o entre estructura real y estructura ideológica, según lo que Romero desarrollará posteriormente (por ejemplo, en su Estudio de la mentalidad burguesa).
En el capítulo VIII Romero da cuenta sucintamente de la historiografía helenística a principios del s. III. Como él mismo dice: "el espíritu helenístico había trascendido los límites de la Grecia propia" (p. 110). El nuevo espíritu es mediterráneo en su esencia, como se observa en el cosmopolitismo de sus principales referentes: Manetón, Beroso, Timeo de Sicilia. Este espíritu incluirá también a Polibio. Pero su producción es inentendible sin lo que aporta la aparición de Roma.

El capítulo IX es también el que da cierre al texto, ya que carece de un epílogo o conclusión. Polibio aparece aquí como un punto de llegada, la culminación del pensamiento histórico griego. Finalmente, con su obra se llega a una síntesis entre Heródoto y Tucídides, tomando del primero su profunda capacidad reflexiva y del segundo su pasión por la objetividad. Así se logra un mejor entendimiento de la historia como vida y como saber erudito. Polibio es consciente de la crisis de los ideales en que vive. Estudia la historia como parte de un sistema integral; procura no sólo describir los hechos sino descubrir el secreto íntimo de la historia.
Por último, una reflexión que surge de la lectura del libro. Decíamos al comienzo que Romero emprendía este estudio para intentar saldar cuentas con la historiografía de su época. ¿Por qué entonces remontarse a hechos sucedidos en la Antigüedad? Como él mismo señala, la historia es histórica, y es en estos historiadores de diversas crisis que Romero se espeja para convertirse él en historiador de una crisis, la de la sociedad burguesa. Demostrar que el equilibrio entre los órdenes fáctico y potencial, entre los hechos y sus interpretaciones, requirió en la Antigüedad siglos para ser saldado es un recordatorio de la necesidad de lograrlo nuevamente, ante una historiografía que olvida que la historia es historia viva y no sólo recolección de datos. Esto es seguramente una parte crucial de la vigencia que Domingo Plácido señalaba en la obra de Romero.

Sebastián F. Maydana

Universidad de Buenos Aires

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