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Información, cultura y sociedad

versión On-line ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 1999

 

ARTÍCULOS

Bibliotecología y responsabilidad social

 

Alejandro E. Parada

Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas. Correo electrónico: aparada@filo.uba.ar

 

Resumen: El presente artículo analiza críticamente las relaciones entre bibliotecología y responsabilidad social. En primera instancia se estudia el impacto de las tecnologías de la información en la profesión; Juego se reflexiona sobre el debate existente entre los bibliotecarios que se inclinan hacia una orientación "pragmática" y aquellos que defienden la responsabilidad social de nuestra actividad: finalmente se analiza la importancia de la profesión como una ciencia social científica e interdisciplinaria. Se sostiene la tesis de la necesidad de integrar estas orientaciones de un modo equilibrado, pero sin olvidar la importancia de la responsabilidad social en la educación bibliotecaria.

Palabras clave: Bibliotecología-responsabilidad social; Teoría de la bibliotecología; Bibliotecas públicas

Abstract: This paper critically examines the relations between librarianship and social responsibility, it does so in a number of ways; first the dominance of information technology in library and information science; then examines the discussion between "pragmatism" versus social responsibility; finally the contribution reports the disciplinary growth of our profession as a social scientific discipline. In this way, the author argues for the integration of this different trends in librarianship, but without missing our social responsibility.

Keywords: Librarianship-Social Responsibility; Theory of Librarianship; Public Libraries.

Artículo recibido: 9-09-98.
Aceptado: 7-12-98.

 

Si el mundo fuera determinista no habría lugar para las utopías.
Ilya Prigogine

La literatura sobre la educación del bibliotecario es sumamente rica y variada y, en ciertos casos, desconcertante debido a su abundante proliferación. A partir de la inauguración de la Graduate Library School de la Universidad de Chicago, y gracias al impulso, entre otros, de Louis Round Wilson y de Carleton B. Joeckel, los bibliotecarios comenzaron a reflexionar y teorizar sobre el fenómeno de la bibliotecología. Desde ese entonces, mucho se ha dicho sobre nuestra formación profesional. Las publicaciones periódicas relacionadas con esta temática gozan de notorio y bien ganado prestigio en la especialidad, y basta recorrer las páginas de Library & Information Science Abstracts (LISA) y Library Literature para comprender la importancia de la bibliografía sobre educación bibliotecaria. El impacto de las nuevas tecnologías, el advenimiento de la era de la información, la automatización de las bibliotecas, el proceso de globalización del mundo, y la acelerada interdependencia informativa a través de Internet, no han hecho más que incrementar, desmesuradamente, este tipo de literatura.
Ninguna escuela de bibliotecología moderna, que se precie de estar firmemente asentada en la realidad, ha dejado de actualizar sus planes de estudio en más de tres o cuatro ocasiones en los últimos quince anos. Nuestra disciplina -una ciencia, una técnica, o un arte, esto ya poco importa-ha aceptado el desafío de los nuevos tiempos, y se ha subido a la instantaneidad del cambio en el vértigo mismo del cambio. Hoy es prácticamente inverosímil pensar en la existencia de un bibliotecario erudito y cómodamente arrellanado en su butaca, inmerso en los trabajos rutinarios de su institución y aislado del mundo como un náufrago a la deriva. A los colegas modernos dicha imagen les parece más cercana a la ficción que a la realidad. Nuestra actividad ha cambiado tanto---en muchos aspectos para bien-que resulta difícil comparar una biblioteca de la década del 60 con otra actual: el abismo, en muchos sentidos, es inconmensurable. Hemos mudado en tal grado los procedimientos técnicos de trabajo que hoy nos encontraríamos imposibilitados de desempeñamos satisfactoriamente en una biblioteca que careciera de computadoras, entre otras nuevas tecnologías. Sería para nosotros como un Sahara bibliotecológico, en donde todo debería realizarse a fuerza de pulmón y de voluntad. Los profesionales conservadores, pues, son figuras del pasado. Las jóvenes generaciones trabajan por el advenimiento de la modernidad bibliotecaria: esto es, por una biblioteca más eficiente y competitiva en todas sus dependencias, por una entidad cultural autosuficiente como una empresa.
Han aparecido, de este modo, nuevas concepciones sobre la formación profesional moderna. Ideas y concepciones que no son ajenas al nuevo orden político, económico y social a nivel internacional, pues las bibliotecas, desde el fondo de la historia, siempre respondieron a la realidad coyuntural en la cual estaban inmersas. Los bibliotecarios siempre tendrán, entonces, la impronta de la época y serán el resultado de las ideas que en ella imperan. Formamos parte de las ciencias sociales y la sociedad nos moldea para hacer de nosotros lo que debemos ser en ese momento dado de la humanidad. La mayoría de estas nuevas orientaciones bibliotecológicas, aplicadas con moderación y con un criterio racional y reflexivo, pueden solucionar los problemas actuales de las bibliotecas.
No obstante, muchos colegas, entre los que me incluyo, a veces, aunque tímidamente, pensamos que la velocidad de estos cambios ha llevado a los bibliotecarios latinoamericanos a olvidar las ideas esenciales que han caracterizado a la profesión. El peligro existe, pues, en un culto excesivo y desenfrenado a las nuevas concepciones tecnológicas, tal como ya lo ha advertido, entre otros muchos, John Buschman, pues se corre el riesgo de "abandonar el propósito social" que históricamente caracterizó al movimiento bibliotecario (Buschman, 1995: 214).
¿Cuáles son, entonces, los conceptos fundamentales que los bibliotecarios estamos olvidando? En realidad, los conceptos indispensables de nuestra profesión son innumerables. En primera instancia, es necesaria una aclaración antes de abordar el tema principal: la bibliotecología de América Latina sólo puede progresar y desarrollarse plenamente si aborda con franca decisión el desafío de las nuevas tecnologías de información. Difícilmente estaremos en condiciones de competir en un mundo globalizado sin bibliotecas y sistemas nacionales de información organizados con tecnología de puma. Aunque parezca paradójico cuanto mayor sea el desarrollo científico y técnico en nuestras bibliotecas, mayores serán las posibilidades de cierto margen de independencia y diferenciación cultural. Es por ello que los integrantes de la sección de América Latina y del Caribe, reunidos en el Seminario de IFLA en Aalborg (Dinamarca. 1997), recomendaron en su Plan de acción regional, entre otros puntos de importancia, lo siguiente:

"que IFLA yen particular IFLA-LAC promueva que las asociaciones y organizaciones bibliotecarias de la región planteen, a sus gobiernos la meta nacional de al menos una computadora en cada biblioteca pública, escolar o similar, con acceso a Internet para el público en general hacia el año 200I" (Parada, 1998: 72).

Es indispensable, pues, superar el analfabetismo tecnológico de nuestras bibliotecas y de nuestros profesionales. Mientras el bibliotecario no posea una mayor formación científica difícilmente será reconocido en la sociedad. Formación científica, alta alfabetización tecnológica, importantes conocimientos estadísticos y matemáticos, son, entre otros, los elementos fundamentales para una educación acorde con la era virtual de las futuras bibliotecas.
Sin embargo, una vez aclarado este punto incuestionable, es importante observar que la profesión bibliotecaria se encuentra asediada por una paradoja paradigmática, al igual que la mayoría de las ciencias sociales: el extrañamiento de la noción de servicio y responsabilidad social.
Durante el transcurso del siglo XX, y en especial a partir de la década del 30, los bibliotecarios no dudaron en afirmar que la bibliotecología tenía su razón de ser en un marco estrictamente social, pues tal como lo sostuvo Arnold K. Borden, y luego Jesse H. Shera, "la biblioteca necesita ser estudiada a la luz de la sociología, la economía y las otras ramas del conocimiento humano" (Borden, 1931: 282; Shera, 1933).
La biblioteca pública, pues, dentro de esta concepción humanista, era aceptada como la máxima expresión cultural de una nación. Un país sin bibliotecas públicas desarrolladas en todos los estamentos sociales, estaba condenado, en el discurso bibliotecario de la época, al fracaso estructural de su enseñanza. Las campañas en favor de la lectura, tanto en sus aspectos formativos como recreativos, proliferaban a lo largo y a lo ancho de la mayoría de los países latinoamericanos, siguiendo, en muchas ocasiones, el ejemplo de Estados Unidos, cuyo principal objetivo se centraba en la necesidad de lograr una nación de lectores. En ese entonces, la biblioteca y los bibliotecarios eran vistos como agentes sociales indiscutidos para promover la educación permanente y la movilidad social. De este modo, el fin último de las bibliotecas consistía en impulsar una democracia cada vez más justa y representativa. La biblioteca emergía así como un muro de contención de la pobreza. Por otra parte. la solidaridad y el humanismo cristiano (o el humanismo propio de cada religión) rescataba la misión casi sagrada de esta institución como bien común del Estado para ser distribuido entre todos los ciudadanos.
Por el contrario, lamentablemente, los bibliotecarios de estos tiempos hemos trasladado (en forma exagerada) las nociones de empresa y de valor agregado a estas agencias sociales. Hemos cambiado el orgullo del servicio social por una biblioteca pública administrada bajo la relación de costo y beneficio. No en vano Theodore Roszak ha definido la biblioteca pública como "el eslabón perdido de la edad de la información" y como "una institución auténticamente idealista" (Roszak, 1988: 208).
Esto significa que si consideramos los usuarios como clientes o consumidores potenciales al mejor estilo empresarial, de hecho, traicionaremos los principios democráticos e ideales de nuestra actividad. Tarde o temprano, los profesionales latinoamericanos lamentaremos el haber impulsado las ideas del mercado libre. El control total de calidad. la gestión empresarial, los servicios privatizados, la biblioteca administrada como una operación de marketing, la necesidad imperiosa de desdeñar el protagonismo estatal, las relaciones públicas rentadas en contraposición a la extensión bibliotecaria, son tan solo algunos de los temas hoy de moda y contrarios al modesto desarrollo bibliotecario de América Latina.
Los bibliotecarios de América del Sur, en cierta medida, nos hemos dejado engañar por una planificación comercial alejada de la realidad social. De alguna manera a la profesión también le ha llegado su momento de postmodernismo bibliotecario, en el cual las utopías y el imaginario colectivo de una disciplina democrática y de servicio no rentado han prácticamente desaparecido. La situación posee, pues, varias aristas dramáticas e insospechadas. Se trata de una paradoja paradigmática. de una inflexión sutil en coyuntura de crisis: en el momento histórico en que debemos desarrollar las nuevas tecnologías de información, nos encontramos exageradamente ceñidos a una visión empresarial del movimiento bibliotecario, en la cual la noción de servicio gratuito e irrestricto para todos los individuos se encuentra debilitada. Hemos perdido, entonces, nuestro equilibrio profesional. la capacidad de reflexionar y colocar las cosas en su justo lugar. No sólo estamos olvidando nuestra misión para con la sociedad, también hemos enajenado la capacidad de equilibrar los dos platillos de la balanza. El único modo de recuperar parte del equilibrio perdido consiste en rescatar nuevamente la dimensión social y democrática de las bibliotecas, para lograr, en nuestras naciones, la "ciudanización del individuo [...], la identidad cultural y la participación comunitaria" (Bentancur Bentancur,1996: 162).
Sin embargo, el diagnóstico no es desesperante y tampoco nos hallamos ante una enfermedad terminal. La literatura bibliotecológica de los países líderes en la profesión así lo confirma, pues se observa un notable incremento de trabajos que claman por la urgente necesidad de volver a la Biblioteca Pública y al control estatal de la mayoría de los servicios bibliotecarios. Luego de una década en la cual el concepto de economía de mercado se convirtió casi en una religión que sólo admitía ese pensamiento único (Forrester, 1997), y todo aquello que se encontraba fuera de un beneficio material era observado como sospechoso o trasnochado, la profesión ha comenzado a reaccionar ante este estado de cosas, tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos (Usherwood, 1991; Cohn, 1993; Manley, 1993; Birdsall, 1997; Line, 1997). Y a nivel de política internacional, no parece fortuito el hecho de que la reunión del Grupo de los Siete Países más industralizados del mundo (Denver, Junio de J997), se haya realizado precisamente en la Biblioteca Pública de dicha ciudad
Por otra parte, los conceptos recientemente expresados por Blaise Cronin suscitaron una interesante (y no menos antigua) polémica, En un artículo publicado en Libri, en 1995. Cronin afirmó que la profesión debe inclinarse decididamente por una estrategia pragmática. Dicha expresión se fundamentaba en la necesidad de fom1ar un profesional con un sólido conocimiento bibliométrico y con gran capacidad de análisis matemático, pero con mínima relación en cuanto al entorno social. La reacción no tardó en llegar, pues Chris Atton, en la misma publicación, basándose en los estudios de Sanford Belrman ) James Philip Danky, replicó que el pragmatismo profesional no era otra cosa que un explícito rechazo a la responsabilidad social que siempre ha caracterizado a la bibliotecología (Cronin, 1995; Atton, 1997; cfr, además Berman y Danky, 1996; y MacCann, 1989).
En esta ocasión, pues, se presentó la antinomia, aparentemente irreconciliable, de estrategia pragmática versus responsabilidad social. A todo esto debe agregarse el debate que se planteó entre una "disciplina aplicada que tiende a orientarse más específicamente a la práctica profesional", y lo que Archie L. Dick denomina, por otro lado, "una disciplina fundacional", alineada, conjuntamente con otras ciencias sociales, hacia una mayor educación básica (Dick, 1995: 216-217).
Las causas de esta situación deben buscarse también en las entrañas de la profesión. En las naciones donde las ciencias de la información han alcanzado un importante desarrollo, existe, especialmente en el campo de la literatura periódica, un antagonismo conceptual entre dos posiciones diferenciadas. Por un lado, los bibliotecarios que ejercen la profesión en los distintos tipos de bibliotecas; y por otra parte, los que se dedican exclusivamente a la investigación. Los primeros, en líneas generales, nunca pierden el sentido de responsabilidad social ante la comunidad; los segundos, en cambio, a veces optan por posiciones ajenas al fenómeno social, inclinándose, preferentemente, por una bibliotecología más próxima a las ciencias duras que a las ciencias sociales. En este punto se abre un interrogante de peculiar interés: ¿los colegas que ejercen la profesión viven en forma más dinámica y total el ejercicio de la misma, o acaso son unos idealistas que preconizan una misión social que en realidad los excede?
No obstante ello, si los bibliotecarios no recobramos la dimensión social de la profesión y forzamos con ello al necesario equilibrio con la nueva visión empresarial-pragmática que hoy impera en muchas entidades, nuestro quehacer perderá su cuota de humanidad y solidaridad, y estará condenado a vegetar como otro tecnicismo más, o en todo caso, como una profesión ancilar y sin personalidad alguna. Debemos, pues, velar por "una bibliotecología no fundada sobre el elitismo y la hegemonía, sino sobre la comunidad, la resistencia y el progreso" (Atton, 1997: 106).
Tanto la estrategia pragmática como la responsabilidad social son orientaciones cuyas raíces se remontan a los orígenes de las bibliotecas modernas. Nuestra actividad, de hecho, siempre incursionó en dos dimensiones aparentemente opuestas: la practicidad de una tarea eminentemente operativa y el modelo de erudición que durante mucho tiempo caracterizó al bibliotecario académico. Durante el presente siglo estas posiciones antagónicas evolucionaron debido a la necesidad de la bibliotecología de lograr el reconocimiento social. De este modo, la antigua paradoja se centró en una formación de dominio técnico en anteposición a una formación exclusivamente humanista. Empero, hacia principios de la década del 70, la especialidad alcanzó una primera etapa de maduración: los bibliotecarios de entonces tenían como principal aspiración equilibrar en un sano punto medio su impecable capacidad técnica con una notable eficiencia en el plano de la responsabilidad social.
Pero cuando todo parecía estar en orden, las tecnologías de información cambiaron dramáticamente la realidad, y los bibliotecarios debieron luchar -en muchos casos con los pocos elementos que tenían a su alcance-, para adaptarse rápidamente a la nueva situación. Richard M. Dougherty, en su último editorial en The Journal of Academic Llbrarianship, meditó sobre este tema.

"Los bibliotecarios adoptaron rápidamente el arsenal en constante aumento de herramientas de software tales como gophers, MOSAIC, WAIS, y Archies, y para muchos, navegar por Internet ha llegado a ser un modo profesional de vida. Se puede participar fácilmente en el entusiasmo y en el potencial de las nuevas herramientas, pero el brillo de estas herramientas puede hacernos olvidar nuestra razón social d'être. ¿Nos encontramos ante el peligro de crear una generación de 'techies' que no posean el profundo compromiso hacia el servicio sobre el cual la biblioteca profesional ha sido construida? Por el momento, pienso que esta es una pregunta abierta" (Dougherty, 1994: 355: cfr. además Pitman, 1997).

El peligro al cual se refieren Dougherry, Buschman, Atton, y tantos otros, se extiende más allá de la noción de responsabilidad social. Cuando se olvida el sentido gregario -nuestra razón social de ser-decaen también, inevitablemente, otros temas fundamentales, sin los cuales la bibliotecología no sería lo que en realidad ha llegado a ser. Nos referimos a la teoría y a la investigación bibliotecarias. Recientemente, Pertti Vakkari, al reflexionar sobre las relaciones existentes entre investigación y ciencias de la información, sostuvo que usualmente el progreso fundamental en una ciencia es a través de innovaciones conceptuales, es decir, la reflexión o teorización sobre un problema dado para solucionarlo luego con eficiencia en la práctica (Vakkari, 1994: 51).
El medio social es, pues, el cable a tierra que permite a los bibliotecarios meditar sobre últimas y fundamentales esencias de su quehacer. Si tuviéramos que definir desde un punto de vista fenomenológico el acontecer bibliotecario, indudablemente, la esencia insoslayable, aquello que da sentido a su existencia, sería el servicio y la responsabilidad social, pues inclusive pueden existir bibliotecas, por más modestas que sean, sin catálogos ni computadoras y aún sin bibliotecarios graduados (aunque esta afirmación suene heterodoxa), pero no obstante ello no hay nada que se llame biblioteca sin lectores que concurran a ella.
En cierta medida la proyección social constituye el tejido nutriente y conjuntivo que dio prestigio a la profesión, en tanto actividad por y para la gente Las bibliotecas serian depósitos que comulgarían con la nada. SI se encontraran fuera del ámbito social que moldea y brinda su intensa capacidad comunitaria Gracias, pues, a nuestra inserción en la sociedad -inserción que define a las bibliotecas exclusivamente como agencias sociales-podemos teorizar, filosofar e historiar acerca de nuestro microcosmos bibliotecario en relación con los hombres. Gracias a nuestra mirada, atenta e inquisitiva, hemos logrado incorporar con éxito los estudios interdisciplinarios y trabajar con la sociología, la lingüística, la antropología, la psicología y la epistemología. No ha sido la pasión pragmática o las nuevas tecnologías de la información las que nos han llevado a ser lo que hoy somos: una modesta pero pujante disciplina en el marco de las ciencias sociales.
Pero aquí aparece un nuevo peligro, o lo que podríamos denominar un contrapeligro: el excesivo hincapié en la misión social. La ex-presidenta de ALA, Marilyn L. Miller, en 1993, en una nota editorial de American Libraries, bajo el título sugestivo de Social issues vs. library issues: Should we serve two masters.?, reprodujo algunas cartas de colegas cuya posición era notoriamente adversa al exceso de responsabilidad social en la cual se precipitaban muchos bibliotecarios. Todos ellos coincidían en que dicho exceso involucraba ideológicamente a la profesión en terrenos ajenos a su campo de acción, esto es, niveles de decisión políticos propios de cada individuo pero extraños a una tarea de servicio no ideológico como necesariamente es la bibliotecología (Miller, 1993: 578). Las amenazas y los riesgos, pues, que asedian a la responsabilidad social provienen del campo de las ideologías partidistas.
Sin embargo, esta temática en tomo al "deber ser" de la bibliotecología resume, en definitiva, la juventud de nuestra disciplina -aunque muchos sostienen que dicha adolescencia no es tal (Pierce, 1992) y otros afirman que no se ha desarrollado suficientemente como para filosofar (Zwadlo, 1997) -, pues aún se debate, y esto continuará durante mucho tiempo, acerca de la delimitación de su campo de acción en la sociedad, de su rol en el concierto de las ciencias sociales, de su entorno académico en las universidades de su importancia en el área de la investigación científica, y de su extraordinaria capacidad de adaptación a los dramáticos cambios de la información. Nuestra juventud implica, entonces, una crisis de crecimiento previa a la madurez como disciplina firmemente asentada. Las aparentes debilidades, en las cuales las posiciones dubitativas parecen hacer constante eclosión, son en realidad expresiones vigorosas que buscan definir nuestro perfil como disciplina científica e inevitablemente social. Debemos, pues, superar las contradicciones internas de la especialidad, ya que probablemente constituyan, como siempre lo han sido, una de nuestras características traumáticas y distintivas. Además en los próximos años asistiremos al cambio de nombre de nuestra actividad, lo que prueba, sin duda alguna, su constante y renovada vitalidad. Llegará un momento, acaso no tan lejano como hoy se presenta, en que la bibliotecologia sea toda una y la misma, en la cual las diversas corrientes internas-pragmatismo, profesionalismo, tecnicismo, humanismo, cientificismo, mercantilismo, historicismo. etc.- constituyan nuestra razón de ser y no otra. Lo diverso en uno y lo uno en lo diverso. Pero nuestra importante capacidad de adaptación puede verse seriamente deteriorada si no recuperamos la memoria militante de la responsabilidad social. Quizá los bibliotecarios tengamos entre manos, y aún no lo vislumbramos claramente, una disciplina comodín, capaz de incursionar y conquistar otros campos allí donde han fracasado la mayoría de las ciencias sociales.
El epígrafe que encabeza este artículo no es una feliz expresión azarosa, pues en otra oportunidad, Ilya Prigogine, probablemente sin sospechar que teorizaba sobre nuestra actividad, sostuvo que el "mundo físico no es un reloj, sino un caos imprevisible" (Sorman, 1989: 44). Estas palabras, de alguna misteriosa manera, no solo calman el constante debate interno que sacude y conmueve a la bibliotecología, también permiten pensar que el aparente desorden que a menudo asedia a nuestra disciplina puede llegar a ser, con nuestro infatigable trabajo profesional y social, un caos con cierta dosis de previsibilidad creadora.

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