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Información, cultura y sociedad

Print version ISSN 1514-8327On-line version ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.6 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./June 2002

 

EDITORIAL

Crisis en la Argentina una respuesta desde la historia de las bibliotecas públicas

Crisis in Argentina A response from the History of Public Libraries

Alejandro E. Parada

Secretario de Redacción Información, Cultura y Sociedad

Crisis

En tiempos de crisis las preguntas se suceden vertiginosamente. Su interminable continuidad nos agobia y paraliza. Pues una crisis, tal como lo define su etimología, manifiesta, sin equívocos, un momento de crucial decisión. Del resultado de esa encrucijada depende nuestro futuro: resurgiremos del espanto con renovada fortaleza y energía o, con modesta sencillez y humildad, seremos devorados por las circunstancias. Ese es el destino de los acontecimientos críticos, sean personas, asociaciones de individuos o naciones. Nada escapa al proceso creador o destructor que inaugura una situación de esta clase. Pero sin ellas nuestras posibilidades de cambio, de mutación y de crecimiento serían meras formulaciones retóricas. Las crisis se presentan, pues, con una doble presencia: son la vida y la muerte en un solo puño, una síntesis vital de la existencia y de la naturaleza. No obstante, hay señales específicas e identificatorias que anticipan el resultado de tal evento. Una de ellas es la duración. Las crisis cuando son excesivamente largas pueden llevar a la muerte, al exterminio, a una resolución sin regreso, a la orfandad de un laberinto cuya salida ha sido tapiada. Y a este trágico destino final (que puede colisionar contra la Argentina) se dirige muestro editorial.
A modo de intento preliminar podemos formular la pregunta siguiente: ¿qué nos dice la historia de las bibliotecas públicas en la Argentina durante sus continuas e interminables crisis? (Ante todo, una aclaración de orden conceptual: el presente es un debate entre los muchos posibles, aunque no tomado al azar, pues la visión de continuidad histórica en el campo bibliotecario nos puede dar una compresión provisional de la magnitud de nuestro problema).
Para intentar responder esa interrogante seleccionaremos algunos acontecimientos bibliotecarios fundamentales en la historia de las bibliotecas argentinas. No se trata de una elección arbitraria, ya que muchos de esos hechos fueron, en su época, una respuesta ante situaciones de crisis casi terminales.

Algunos acontecimientos

1794. Durante las postrimerías de la época colonial muchas de las ideas propias del Iluminismo, aunque atenuadas por la Ilustración española, comenzaron a tener cierta presencia en Buenos Aires. Una de ellas se manifestó en el interés por poseer una Biblioteca Pública. Algunos particulares vieron la necesidad de que sus "librerías" estuvieran a disposición del público. La situación en materia de bibliotecas era muy modesta en ese entonces. A pesar de la importancia de las colecciones de las órdenes religiosas que en muchas ocasiones prestaban sus libros a lectores ajenos a sus corporaciones, o del activo préstamo entre particulares, lo cierto era que se carecía de una biblioteca de uso público. Para solucionar esta contrariedad Don Facundo de Prieto y Pulido, conjuntamente con su esposa, decidió donar la totalidad de sus libros al Convento de la Merced para su exclusiva consulta pública. El Virrey, don Nicolás Antonio de Arredondo, dio su autorización para la pronta apertura. De modo que, a mediados de 1794, Buenos Aires ya contaba con un establecimiento público en pleno funcionamiento, gracias a la activa iniciativa de un particular.
1810-1812. La Junta de Mayo, a pocos meses de iniciada la Revolución, decidió fundar una Biblioteca Pública para la ilustración de los ciudadanos. Pero el hecho realmente significativo fue el decidido apoyo del pueblo en su definitiva inauguración el 16 de marzo de 1812. Los donativos de libros y de dinero ilustran, profusamente, las páginas de la Gaceta de Buenos Aires de los años 1810 y 1811. La fundación de esta institución constituyó, inequívocamente, una decisión política del Estado naciente, pero su realidad se debió al apoyo unánime de la población pues, sin el empuje de la comunidad toda, hubiera sido imposible formar el fondo bibliográfico para su apertura.
1870. El 23 de septiembre Domingo Faustino Sarmiento promulgó la Ley No. 419, denominada "Ley de Protección de Bibliotecas Populares". El país en esa época apenas poseía unas pocas de estas agencias sociales y el analfabetismo era alarmante. Empero, el hallazgo de Sarmiento fue el siguiente: supo comprender que sin el impulso privado de los individuos los esfuerzos del Gobierno resultaban insuficientes. Es por ello que la Ley se centró en alentar la iniciativa de los particulares para fundar bibliotecas a lo largo y a lo ancho de la Argentina.
1930-1940. Nuevamente el pueblo en la creación de bibliotecas. La caída del régimen democrático con la dictadura que se implantó en 1930 produjo una significativa retracción popular. No obstante, en los barrios de Buenos Aires los vecinos se reagruparon y mantuvieron viva su capacidad de autogestión. Es así como se desarrollaron una gran diversidad de clubes barriales y de sociedades de fomento y, en cada una de estas instituciones, se fundó una biblioteca de acceso público. El fenómeno fue de tal magnitud que no quedó circunscripción alguna sin este democrático establecimiento.

Una aproximación a los significados

Estos ejemplos nos explican, provisoriamente, algunos aspectos de nuestro acontecer social y cultural. No se trata de buscar un determinismo histórico en los acontecimientos bibliotecarios del pasado para proyectarlos al presente. Se trata de señalar y de intentar comprender qué ha sucedido en nuestro crítico transcurrir en relación con estas entidades. Así pues, a modo de ensayo preliminar, podemos preguntarnos sobre el significado de los hechos que acabamos de enumerar.
Es necesario plantear, en un primer momento, la estrecha relación que existe entre participación ciudadana y estructuras bibliotecarias. Los mejores momentos de nuestras bibliotecas públicas coincidieron con la participación del pueblo en su fundación y desarrollo. En algunas ocasiones el Estado alentó y acompañó su gestación, tales los casos de la fundación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires y de la implementación de las Bibliotecas Populares a instancias de Sarmiento. Y cuando el Estado se desentendió, pues sus apoyos siempre fueron inconstantes y esporádicos, los ciudadanos instalaron sus bibliotecas públicas en los clubes y en las sociedades de fomento, como aconteció en la década del 30. Es decir, en tiempos de ausencia y crisis bibliotecaria, la gente, desde abajo, fomentó la presencia de estas instituciones.
En segunda instancia, y como consecuencia de esta participación, las bibliotecas públicas en la Argentina estuvieron íntimamente relacionadas con la movilidad social de amplios sectores de la comunidad. El libro y la lectura gratuita se convirtieron en elementos coadyuvantes de esa amplificación gregaria, durante los años del fomentismo barrial. Y si bien no tuvieron un papel de liderazgo ni de primera magnitud, ya que nuestro proceso bibliotecario nunca fue un movimiento sistemático, colaboraron con eficacia en los dos sucesos de mayor relieve en la historia de la cultura argentina del siglo XX: el extraordinario auge de la urbanización y la pujanza de la alfabetización masiva.
Un tercer elemento a tener en cuenta es un fenómeno poco conocido en nuestro país: las bibliotecas como centros de poder ciudadano. Cuando una agencia social tiene como fin servir a la gente y responder a sus demandas se transforma en un epicentro rector de todos. Esta situación que se presentó en muchos países anglosajones y nórdicos, también operó, aunque momentáneamente, en la presión que hizo el pueblo de Buenos Aires con sus numerosos donativos en la inauguración de su primera Biblioteca Pública, o cuando Sarmiento alentó a los argentinos a que fundaran innumerables agencias populares que respondieran a las iniciativas y necesidades de los ciudadanos. Nos referimos no a un poder de dominio y de competencia, sino a un poder creativo y de amplio debate crítico de todo tipo de ideas y realizaciones1. En sentido amplio, las bibliotecas que se fundaron en las sociedades de fomento proyectaron su "poder silencioso" en diversas actividades sociales que necesitan, urgentemente, ser rescatadas del olvido.
En cuarta instancia, y dentro de un proceso global y panorámico, debe de verse a la biblioteca pública como un proyecto de continuidad cultural, como una entidad donde el cambio surge con  necesidades de usos y prácticas múltiples. Así como cambia el discurso de la lectura, también cambia el "texto" de la biblioteca en cada momento histórico. No obstante, este constante mudar de formas y acercamientos oblicuos responde a un proceso que admite el relato de su historicidad y corresponde al historiador de las bibliotecas detectar el proceso (o antiproceso) en donde se intenta dar una explicación de continuidad cultural en un marco que se caracteriza por la duración. La re-escritura diagonal, la inclusión coral de diversos usos y representaciones escritas, la historia institucional de dichos establecimientos empleando fuentes discursivas, orales o necesariamente no escritas (gestos, miradas, lecturas de analfabetos a través de las voces de otros lectores, imágenes, etc.) y el estudio del fenómeno de la lectura como una macro materia globalizadora e inabordable por su pluralidad de significados, hacen de la historia de la biblioteca, en su largo y complejo devenir, una referencia ineludible para comprender y dar sentido a la realidad bibliotecológica que ha alcanzado una nación en determinado momento. Este papel trascendental, desdeñado por las opciones operativas y utilitarias, es el ambiente teórico indispensable para reflexionar sobre el fenómeno histórico de estas entidades. Así pues,  el dar un sentido a su historia, aunque sea modesto y provisional, es dotar de continuidad al proceso de acceso público a los recursos de información (Chartier, 1999: 41 y 115). Esta instancia surge, de este modo, como un horizonte de pensamiento crítico íntimamente vinculado a la naturaleza misma de los recursos bibliográficos.
Y finalmente un tema poco caro a los bibliotecarios: la necesaria e inevitable dimensión política que poseen (o deben poseer) las bibliotecas. A los profesionales argentinos nos demanda un enorme esfuerzo participar en las actividades que se manifiestan en nuestra sociedad. Entre muchas de las causas de esta renuencia, acaso la principal confusión se presenta cuando se relaciona el quehacer político con el obrar ideológico, tomando como una necesidad inevitable que el pensamiento político no es otra cosa que profesar una ideología. Las ideologías no son manifestaciones exclusivamente políticas. Participar en los avatares de la ciudad no implica ceñirse al corsé de los partidos políticos. Por otra parte, sería ingenuo pensar que toda actividad de esta índole no encierra un sentido ideológico. Sin embargo, existe una concepción de gran riqueza creativa: la participación de los individuos en la comunidad, es decir, el zoon politikon; el hombre como animal político que adquiere su plenitud en los asuntos del Estado, tal como lo afirmaba Aristóteles. Participación política implica compromiso, proyección vital en la sociedad, presencia activa en las urgencias y necesidades bibliotecarias de la comunidad. Cuando el ciudadano piensa en la biblioteca como en un lugar posible donde estar es porque esa agencia supo conquistar un sitio de trascendencia en la ciudad2.

Catarsis

La historia de las bibliotecas argentinas sugiere que estas agencias siempre tuvieron que convivir con situaciones de crisis extrema, sea política o social o económica. En algunas ocasiones, como en el caso de Prieto y Pulido, la situación crítica se plasmaba en la ausencia total de repositorios para consulta pública; en otras oportunidades, como cuando se fundó la Biblioteca Pública de Buenos Aires, porque imperaba, nada menos, que una guerra que bregaba por la Independencia; con posterioridad, a poco comenzar la organización nacional y cuando todo estaba por hacerse en la Argentina, gracias a la lucidez de un estadista como Sarmiento se promulgó una ley que impulsó la creación de Bibliotecas Populares; y por último, cuando la dictadura de 1930 inauguraba un ciclo fatídico para la democracia argentina, el pueblo, agrupado en los barrios, fundó innumerables bibliotecas en clubes y sociedades de fomento. Las crisis, en cierto sentido, fueron un mal endémico y persistente en nuestra sociedad. Nuestra cotidianidad y también nuestro imaginario siempre se presenta en ámbitos de crisis.
No obstante, la historia de las bibliotecas públicas en la Argentina nos señala algunos elementos significativos. Características, por otra parte, que sólo tienen el rango de pautas orientativas, aunque también manifiesten tendencias que sirvan de base para estimular el pensamiento reflexivo. Ellas son, como hemos observado, las siguientes: la participación ciudadana en las estructuras bibliotecarias, la biblioteca como promotora de la movilidad social y como un centro de poder comunitario, la necesidad de comprender a estos establecimientos  dentro de un ámbito de continuidad histórica, y la inclusión de la dimensión política en el análisis y desarrollo de dicha institución.
Las situaciones de crisis entonces no son obstáculos novedosos y extemporáneos de nuestra realidad. Siempre hemos vivido inmersos en una atmósfera de zozobra y conmoción. La inestabilidad, la dificultad, el trance equívoco, el desequilibrio han sido, sin duda, nuestra condición natural. Esto significa que nuestro desarrollo bibliotecario (en especial el público) ha estado constantemente jaqueado por acontecimientos apremiantes. Nuestra economía nunca ha logrado imponerse, ni siquiera con modestia pujante, en los mercados internacionales. Las crisis constantes no sólo se han hecho endémicas sino que ya forman parte de la realidad de ser argentinos y latinoamericanos.
Sin embargo, en el epicentro de estas fuerzas a veces devastadoras, las bibliotecas públicas (y las mujeres y hombres que las han forjado), humildemente, han dado su batalla. Por cierto que se ha logrado ganar en pocas instancias y, en ocasiones, a costa de esfuerzos agotadores que a la postre, desaparecido el primer empuje innovador, languidecieron o dependieron de la labor descollante de algunos individuos. Pero entre las pocas enseñanzas que nos brinda la historia de las bibliotecas en la Argentina, éstas se centran en la rica y fructífera relación que tuvieron la iniciativa particular y ciudadana en el impulso de esa notable institución.
En ello vemos que nuestra catarsis, afortunadamente, reside en el centro de la crisis interminable que nos asedia. El sosiego, la purificación, mora en nuestras manos. Además la noción de catarsis es vital para evitar -empleando una terminología cara a Foucault- el "confinamiento y el gran encierro" en que pueden ser precipitados y aherrojados estos establecimientos por aquellos que no comprenden su misión social (Foucault, 1998). La fuerza quieta de las bibliotecas públicas modernas va a ser aún más importante en el futuro que en el pasado. Los nuevas tecnologías de la información pueden dividir todavía más la brecha entre países desarrollados y aquellos en vía de serlo. Si atesoramos nuestra pequeña historia bibliotecaria, signada por la iniciativa popular y por la responsabilidad y la solidaridad comunitaria (aunque estas particularidades siempre han sido acalladas -consciente o inconscientemente- y desconocidas por muchos historiadores) las bibliotecas públicas tendrán una nueva oportunidad para habitar en la modernidad.
Acaso no sea tan imposible como parece, aunque todo hace temer que la actual crisis que agobia a la Argentina sea un proceso infranqueable. Tal vez debamos abrevar en lo que hicieron en situaciones similares nuestros antepasados: tomar a las bibliotecas como un combate constante contra nuestras propias limitaciones. Y con habilidad e ingenio abrazar la iniciativa de alentarlas y promoverlas, aunque sea con la modestia de una fraternal mirada que acepta el nuevo desafío para luego volcarse de cuerpo entero en la aventura de una gran empresa.
Sólo nos resta un pensamiento. Si la biblioteca pública no fuera lo mismo que la democracia, definida como el gobierno de todos y para la gente, sería entonces otra entidad muy distinta a la que conocemos y entonces merecería un nombre seguramente ajeno al pueblo.

Notas

1 El debate de la posibilidad oculta del "poder" de las bibliotecas en la época actual, se señaló recientemente con la aparición del libro que reunió las actas del coloquio que se realizó con motivo del Establecimiento Público de la Bibliothèque de France (7 y 8 de junio de 1993), bajo el sugestivo título siguiente: Le pouvoir des bibliothèques: la mémoire des livres en Occident; sous la direction de Marc Baratin et Christian Jacob. 1996. Paris: Albin Michel. 338 p. (Bibliothèque Albin Michel / Histoire).
2 La importancia de los aspectos políticos en la profesión, lentamente, han tomado una relevancia desconocida hasta ahora; una prueba de ello es la aparición, en el mundo bibliotecario anglosajón, de la revista Progressive Librarian, cuyos temas principales se centran en el "papel de la bibliotecología en la creación de un nuevo y más justo ambiente de comunicaciones internacionales", y con el declarado objetivo de "mantener viva la discusión política" entre los bibliotecarios.

Referencias bibliográficas

1. Chartier, Roger. 1999. Cultura escrita, literatura e historia: coacciones transgredidas y libertades restringidas: conversaciones de Roger Chartier con Carlos Aguirre Anaya, Jesús Anaya Rosique, Daniel Goldin y Antonio Saborit; edición de Alberto Cue. México: Fondo de Cultura Económica.        [ Links ]

2. Foucault, Michel. 1998 [1964]. Historia de la locura en la época clásica. México: Fondo de Cultura Económica. Vol. 1, 1ª. Parte, cap. 2.        [ Links ]

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