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Información, cultura y sociedad

versión impresa ISSN 1514-8327versión On-line ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  n.8 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./jun. 2003

 

De la biblioteca particular a la biblioteca pública: libros, lectores y pensamiento bibliotecario en los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, 1779-1812 / Alejandro E. Parada. Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA; Ediciones Errejotapé - Roberto J. Plaza Editor, 2002. 200 p. $25. ISBN: 987-20470-0-6.

Roberto Di Stefano

Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. E. Ravignani" Facultad de Filosofía y Letras - UBA / Conicet

Quienes nos ocupamos de la historia cultural y política del Río de la Plata en la primera mitad del siglo XIX tenemos buenos motivos para saludar la aparición de este volumen, en el que Alejandro Parada presenta los resultados de sus más recientes investigaciones sobre la historia del mundo del libro, de los lectores y de las lecturas. Quienes nos dedicamos a estos temas, además, conocemos los aportes anteriores de Parada, en particular la obra que dedicara a los mismos problemas en el complejo contexto de la década de 1820. Sabemos que el autor, independientemente del hecho de que coincidamos más o menos con sus interpretaciones y enfoques metodológicos, es uno de los mayores especialistas de nuestro país en los temas que aborda, porque les ha dedicado esfuerzos sostenidos a lo largo del tiempo y sobre todo ese ingrediente indispensable e insustituible para garantizar el buen resultado de una investigación que es la pasión por lo que se hace.
El volumen ofrece un itinerario a través de la historia del libro en el período colonial tardío, concentrado en dos momentos y en dos ámbitos que constituyen, a la vez, dos nudos problemáticos. El primer momento es dieciochesco y nos sitúa en el contexto de la organización del aparato burocrático virreinal a instancias del reformismo borbónico. Allí existe una biblioteca -o, como se decía entonces, una "librería"-perteneciente a un abogado de vastos intereses y de múltiples lecturas, el Dr. Facundo de Prieto y Pulido. El segundo momento escapa políticamente al período colonial, pero lo integra desde el punto de vista de la atmósfera cultural y los horizontes mentales. Es 1812, la revolución está en marcha, y el gobierno que desde Buenos Aires controla una siempre imprecisa y cambiante geografía se ve obligado a dejar de lado lo importante para correr detrás de lo urgente. En ese marco se inaugura la anhelada biblioteca pública, cuyas actividades, a primera vista y un poco ingenuamente, podrían incluirse en la larga lista de las cuestiones que, siendo sin duda relevantes, pueden sin embargo ser pospuestas. Pero empecemos por el principio.
La "librería" o biblioteca particular del Dr. Prieto y Pulido se encuentra alojada en el corazón de una ciudad que en la década de 1780 está abandonando algunos de sus lineamientos más rústicos para tratar de asumir el aspecto más severo de una capital virreinal. A partir de 1776 se instala en el fuerte una modesta corte, se intensifica la actividad de los bufetes jurídicos con la creación de la Audiencia, se amplían las fuerzas militares regulares, se expande ulteriormente la actividad económica y aumenta aún más rápidamente la población. Y lo que más nos importa: se multiplica el número de los que leen y buscan distintos caminos de acceso al libro. Burócratas, clérigos -a partir de la expulsión de los jesuitas el clero secular está creciendo en número de efectivos y en relevancia en tanto que corporación-, mercaderes más instruidos que sus rústicos predecesores, así como militares, abogados y otros individuos capaces de leer y ávidos de lecturas... Son muchos más ahora quienes viven atentos a la presencia de libros en una ciudad todavía mal provista de ellos. En ese contexto, una biblioteca privada que es bastante grande para la época adquiere connotaciones de rudimentaria biblioteca pública en la medida en que accede a ella un buen número de personas, no en todos los casos ligadas estrechamente al dueño.
Alejandro Parada analiza puntillosamente un documento salido de la pluma del Dr. Prieto y Pulido que reviste enorme valor para la historia del libro y de la lectura. A diferencia de otros casos de "librerías" de puertas más o menos abiertas -pienso en la del canónigo Juan Baltasar Maziel, sede de distinguidas tertulias de clérigos-, la de Prieto y Pulido dejó un registro de su actividad de préstamo: el "Quaderno delos libros que me an llevado prestados" abarca los años de 1779 a 1783 y ofrece información de gran interés acerca del movimiento de los volúmenes: los que le fueron solicitados al propietario de la colección, el número de veces en que ello acaeció y en algunos casos los nombres de quienes los pidieron. Así, además de presentar los parámetros más comunes en cuanto a las dimensiones y la composición de la biblioteca, Parada está en condiciones de servirse de los datos e incluso de los indicios del "Quaderno" para reconstruir el universo de los lectores, sus intereses, sus preferencias, sus modalidades de aproximación al libro y hasta algún breve itinerario de lecturas.
Pero además, esa "biblioteca personal o privada circulante" -como la denomina el autor-, especializada en temas jurídicos pero lo suficientemente amplia en su composición como para incluir obras de historia, teología, geografía, medicina y otros ítems, fue donada años más tarde al convento de la Merced por el matrimonio Prieto y Pulido -la participación de la señora en el legado, junto a otros datos, permite a Parada la incursión en un aspecto casi virgen en nuestro ámbito, el de las lecturas femeninas- para la conformación de un fondo de libre acceso aunque de gestión conventual. Tiene razón Parada, a mi juicio, cuando interpreta que la precedente actividad de préstamo y la preocupación por llevar registro de ella, así como la de tomar nota de otros datos menos unívocamente instrumentales, anticipan el gesto de la donación, orientada a ofrecer al "público" el acceso a la colección pero ahora en un ámbito institucional, en el que se establecen pautas de comportamiento más formalizadas, como los horarios de consulta.
El segundo ensayo nos coloca en ese contexto más turbulento que es el de los inicios de la revolución. Luego de la donación de Prieto y Pulido en 1794 se ha producido en Buenos Aires la de la mayor "librería" privada de época colonial, la perteneciente al obispo Manuel Azamor y Ramírez, a su muerte en 1796. Ambos hechos, sumados a la existencia desde la década de 1770 en Santa Fe de una colección abierta a la consulta, se han tradicionalmente considerado "antecedentes" de la apertura de la "biblioteca pública" de Buenos Aires en 1812 bajo la dirección del presbítero Dr. Luis José Chorroarín. Sin duda lo que revelan esos "antecedentes" es el anhelo de ciertos círculos ilustrados rioplatenses de contar localmente con unas instituciones cuya utilidad corre pareja con su alto significado simbólico. Cierto es también que la inauguración de la "biblioteca pública" porteña, núcleo inicial de la actual Biblioteca Nacional, nos pone frente al problema de la fundación de una institución de rasgos que nos resultan mucho más familiares. En principio porque no se trata de un fondo administrado por un convento, sino de una iniciativa que forma parte de una "política cultural" del gobierno revolucionario. Pero además porque -como bien señala Parada estudiando los documentos relativos a la apertura del establecimiento y en particular el "Reglamento provisional"- aparecen aquí los primeros intentos de sistematización de criterios que hacen a la práctica bibliotecaria (definición de roles y jerarquías en el personal, elaboración de índices y catálogos, pautas de comportamiento y atención, entre otros). La biblioteca no es simplemente un "depósito" de libros; es además archivo de las publicaciones oficiales y ámbito de sociabilidad y de intercambio de ideas (se establece que se podrá conversar y departir en los pasillos o en una habitación destinada al efecto). Es además el producto de un esfuerzo colectivo -"patriótico"- de donaciones espontáneas, a la vez que una decisión que en el plano simbólico da testimonio de una determinada cultura política revolucionaria.
También de 1812 es el escrito del Dr. Juan Luis de Aguirre y Tejeda intitulado "Idea Liberal Económica sobre el Fomento de la Biblioteca de esta Capital", que da lugar al tercer ensayo del libro que me toca comentar. Si el contexto histórico es el que enmarca los primeros pasos de la "Biblioteca pública", no se trata aquí de un reglamento ni de un registro de préstamos sino de un texto mucho más articulado, al punto de que Parada no duda en definirlo como el primer antecedente de la literatura bibliotecológica argentina. Aguirre y Tejeda al parecer responde con este escrito a la exhortación que lanzara Mariano Moreno en 1810 en las páginas de la Gazeta, invitando a los "hombres sabios y patriotas" a colaborar con la tarea de pensar y ejecutar el proyecto de la biblioteca. Puede ser. En todo caso parece indudable que anida en el autor del documento la idea de que ese proyecto constituye un deber irrenunciable de la revolución en marcha, cuyas batallas no se han de librar tan sólo en el terreno militar. Por eso es que si se ocupa de la biblioteca y en particular de las técnicas de conservación de los volúmenes, lo hace a partir de una mirada más amplia sobre el desarrollo cultural y educativo de los pueblos en revolución, desarrollo que incluye entre otros ítem el impulso local a la producción papelera y a la edición de libros y otros impresos. Entiendo que si los temas que aborda el escrito de Aguirre y Tejeda fueron retomados sólo esporádica y parcialmente en los decenios sucesivos, fue porque la "euforia creadora de la Revolución" -la expresión es de Parada- actuó a veces como corruptora de los beneficios que en sus variados discursos prometió brindar: las turbulencias que signaron buena parte del siglo XIX argentino otorgaron sin duda perdurabilidad a condiciones decididamente adversas para el desarrollo de las instituciones culturales y educativas.
Las principales virtudes de la obra de Alejandro Parada se vislumbran, creo, en las líneas que anteceden, pero otras me han quedado en el tintero. Una de ellas es que para un historiador, y es éste mi caso, la reproducción de los documentos en apéndice es una decisión editorial que suscita gratitud. No quiero dejar de señalar tampoco la vasta erudición heurística de Parada ni la amplitud de sus lecturas, que abarcan desde los autores más clásicos de nuestra historia del libro y de la cultura -Guillermo Furlong, José Torre Revello, Ricardo Levene y otros- a los más recientes trabajos especializados -en particular los de Daisy Rípodas Ardanaz-, y desde la producción más actualizada en historia política argentina -la obra de José Carlos Chiaramonte y la de Noemí Goldman, por ejemplo- a los máximos referentes en el plano internacional en el ámbito de la historia de la lectura, las mentalidades y la historia cultural -en especial Roger Chartier.
Y hay algo más: en los tres ensayos, aunque en el tercero más nítidamente, queda claro que el principal interlocutor de Parada es sobre todo su colega, su compañero de ruta en la aventura de pensar los problemas vinculados a la conservación del libro y a su acceso en el marco de instituciones públicas y democráticas. En un país que está perdiendo trágicamente su rico patrimonio bibliográfico, más que por falta de recursos por la desidia, la ignorancia, la pusilanimidad y la indolencia de demasiados funcionarios, el que esa preocupación se vea reflejada en un libro de historia no me parece un límite sino una virtud. La pasión con la que Alejandro Parada investiga la historia del mundo del libro y de la lectura es la misma que lo compromete con su presente.
Es por todas estas razones que, como escribí al comienzo, más allá de diferencias de carácter conceptual o metodológico cuyo señalamiento no me ha parecido importante en el marco de una breve reseña como ésta, doy mi bienvenida al libro de Alejandro Parada.

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