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Información, cultura y sociedad

versión impresa ISSN 1514-8327versión On-line ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  n.13 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./dic. 2005

 

Acerca de profesión, modas, cambio y continuidad

On profession, trends, change, and continuity

   Existen distintas concepciones acerca de lo que es una profesión.
   En un extremo, puede abordarse el tema desde un punto de vista que podríamos llamar burocrático. Es llamado profesional quien ha llevado a cabo un trámite bastante largo y dificultoso en una institución de enseñanza superior, cumpliendo con requisitos tales como la participación en cursos obligatorios u optativos, la aprobación de exámenes y la realización de ciertos trabajos intelectuales. De esa manera llega a obtener un título que lo habilita para ejercer una ciencia o un oficio.
   En un sentido pragmático, el profesional es una persona que se dedica a realizar una tarea compleja y es reconocida por ello. Esa es una razón por la cual puede suponerse que está en condiciones de alcanzar sus objetivos específicos con bastante eficacia. Debido a la antedicha aplicación de su persona a la profesión, es razonable suponer que deberá conseguir habitualmente por ella los medios necesarios para su subsistencia, salvo que posea fortuna personal, perciba rentas, o de alguna manera otros provean a su sustento.
   Así, también la profesión se relaciona con el dinero, y precisamente se la concibe como una actividad remunerada o lucrativa, a diferencia de lo hecho por simple afición.
   Otros significados del término tienen connotaciones relacionadas con lo social, tales como la solidaridad entre aquellos que se dedican a un mismo tipo de trabajo y la adhesión a determinados principios compartidos con los colegas. O también la asunción formal de un compromiso referido a la práctica de una actividad, esté la misma orientada directamente al servicio público, a tareas técnicas que indirectamente tienden al mismo fin, o bien a la investigación, que puede generar conocimiento para la sociedad. Estas últimas ideas tienen un fuerte enlace con el origen de la expresión profesar, proveniente de un verbo del latín que significa declarar y también prometer.
   Ha existido entre nosotros, justamente, la costumbre de que en las ceremonias de graduación los nuevos profesionales juren poner al servicio de los demás los conocimientos y habilidades adquiridos, por analogía laica con el compromiso de los religiosos que profesan, es decir, declaran que cumplirán con determinados votos.
   Puede decirse entonces que se produjo una evolución divergente en las acepciones que se aplican a esta familia de términos. Por un lado se razona, como se ha expuesto, que es justo y conveniente que quien se compromete a cumplir una función compleja pueda obtener provecho personal mediante ella. Pero, si bien esta perspectiva que apunta a los propios intereses es perfectamente válida, es conveniente que por un momento tratemos de concentrarnos en otras facetas del tema, para intentar comprender lo que socialmente se espera de un profesional y procurar una comprensión más completa de lo que significa serlo.
   Usualmente se atribuye al profesional una capacidad especial o aun excluyente para ejecutar determinadas acciones y, por derivación de este privilegio, se supone que su conducta deberá ajustarse a normas éticas referidas a su actividad, consensuadas con sus colegas y socialmente auditables.
   En la misma línea de pensamiento se da por sentado que esas normas de conducta específicas serán más exigentes que las aplicables a los legos.
   De lo antedicho se concluye que un profesional es, en principio, alguien en quien es razonable confiar para un adecuado cumplimiento de ciertas funciones beneficiosas para los miembros de un grupo o para la sociedad toda.
   Como reflejo de esa imagen, podemos representarnos al profesional como alguien comprometido con una misión, que asumirá como propio un sentido de responsabilidad altruista y ejercerá sus tareas procurando lograr un beneficio para otras personas, buscando entender lo que hace para evitar errores y mejorar su desempeño, etc., aunque es muy probable que no llegue a lograr fama o fortuna por ello.
   ¿Existen muchas personas de esa clase? No hace mucho que una fuerte corriente de individualismo pragmático irrumpió en todos los ámbitos de la sociedad argentina, y difundió una visión solipsista, que plantea como principal objetivo llegar al éxito económico y ser capaz de proporcionarse todo tipo de gustos y placeres comprables, incluso a costa de la renuncia a cualquier otro conjunto de valores. Ese modelo en la práctica, como era de esperar, produjo graves daños no sólo a la moral privada y pública, sino también a la aparente prosperidad económica que servía como excusa para sostenerlo. A partir de la profunda crisis que hemos atravesado desde entonces, ha reaparecido un criterio diferente que propone como modelo a personas que trabajan por el bien de otros. ¿Resurgirá en consecuencia entre los bibliotecarios esa visión de nosotros mismos como agentes de cambios sociales positivos?
   Debe convenirse que, aunque se modificara nuestra autopercepción, no se producirá automáticamente un verdadero cambio de maneras de actuar. Para que esa modificación ocurra es necesario un compromiso personal de cada uno, que llegue a ser colectivo por una conjunción de voluntades. Pretender limitarlo a una declamación de principios es un engaño. Aceptarlo con convicción en un momento tampoco lo convierte en permanente.
   Entonces, no se puede ser realmente un buen profesional sin asumir obligaciones. Ahora bien, si hemos hablado de una dedicación permanente, debemos decir a qué. ¿Se puede tomar un compromiso de esa naturaleza referido a algo totalmente transitorio?
   Hago esta reflexión porque creo percibir un problema que a veces perturba la actividad bibliotecaria y aún la investigación dentro del campo: una excesiva influencia de modas, de temas de interés que surgen de pronto y de la misma manera desaparecen abruptamente de nuestra atención.
   Cierto gusto de la novedad por la novedad misma se nota por ejemplo cuando se adjudican nombres nuevos a temas de siempre, o se modifican las denominaciones de actividades y áreas de conocimiento o estudio, sin una verdadera justificación para tales cambios. Esto produce, entre otros efectos negativos, el empobrecimiento de la terminología y la confusión de conceptos; por ejemplo, cuando en la práctica cotidiana de algunos ámbitos para significar el concepto expresado mediante la palabra clasificación se emplea habitualmente indización, o base de datos por catálogo. En esos casos parece como si los términos apropiados, por haber formado parte de nuestro léxico durante bastante tiempo, de pronto resultaran anticuados y fuese preferible reemplazarlos por otros, aun cuando estos últimos no definieran estrictamente lo mismo.
   Cuando se presta excesiva atención a las modas cambiantes, se desdibujan en nuestra percepción los sustratos permanentes y llega a hacerse difícil distinguir cuáles son las verdaderas incumbencias profesionales.
   En esa confusión, una salida tentadora es buscar algo diferente abrevando en la fuente de las diversas disciplinas y saberes que tienen alguna conexión con la actividad bibliotecaria. Si bien es sumamente necesario atender a los desarrollos que se producen fuera de nuestro ámbito y pueden ser adaptados o aplicados en el mismo, cuando en algunas circunstancias esto se asocia exclusivamente con la iniciación y el seguimiento de modas, el resultado no es un proceso de enriquecimiento, sino todo lo contrario. El indeseado efecto será, seguramente, que se extracten, copien y divulguen algunas ideas ajenas sin llegar a desarrollar mayormente las propias, y menos aún a generar campos de acción o de pensamiento realmente nuevos.
   Para quienes no profundizan en ellas, las novedades se mantienen inconexas, pronto se agotan y, para continuar con la misma tesitura, no queda otro remedio que buscar otras novedades o modas de similar índole, a la manera de un gran espectáculo de variedades sin demasiada sustancia.
   La profesión se sustenta sobre ideas y principios básicos a los cuales hoy muchas veces se presta poca atención. Es en los momentos de crisis que a veces los sacamos del baúl de los trastos viejos, ya que nos tranquiliza su aspecto sólido y permanente; sin embargo, en una época como la actual que se caracteriza por la persistencia del cambio, si no se alimentan desde el pensamiento y desde la acción los nexos entre esa base y la realidad, en breve dicho sustento comienza a debilitarse.
   Tomemos uno de los ejemplos más evidentes. Hoy los medios informáticos permean nuestro quehacer cotidiano; constantemente surgen y se modifican dispositivos e interfaces para la gestión y el intercambio de información; aquellos que tienen éxito suelen excluir del mercado a otros anteriores. Como esas prótesis intermedian la relación de cada vez más personas con el mundo, llegan a ser imprescindibles para interactuar con amplios sectores de la sociedad. Por ello, casi todos los profesionales dedican mucho tiempo y recursos para instruirse en su manejo. Ese esfuerzo es indudablemente necesario, pero falta una verdadera formación que apunte más allá de lo anecdótico. Quienes trabajamos desde hace ya bastantes años con computadoras, redes, transmisión de datos, etc. podemos sentirnos muy cómodos en este ambiente, el cual nos ofrece gran variedad de maravillosos instrumentos que no solo facilitan nuestras tareas, sino que además nos permiten encontrar nuevos horizontes para ellas. Sin embargo, con demasiada frecuencia encontramos gente que conoce al dedillo detalles técnicos de dichos recursos, pero tiene dificultad para emplearlos con sentido, por lo cual su labor es sumamente ineficaz e ineficiente. Aún desde una perspectiva utilitaria, ¿de qué sirve el poder que nos proporciona el dominio de una habilidad específica, si no sabemos (ni sabremos) cómo, o a qué aplicarlo?
   Es necesario acrecentar un ambiente apto para el desarrollo de los fundamentos teóricos de nuestro campo de actividad, favoreciendo al mismo tiempo la continuidad de la investigación aplicada a nuevos aspectos prácticos relacionados con ellos. Esta perspectiva propicia una visión no fragmentaria, que nos permitirá estar más o menos seguros de que las modificaciones e incluso las crisis en nuestro pensamiento acerca de lo bibliotecológico se deberán al surgimiento de novedades realmente importantes o, en situaciones más extremas, al agotamiento de paradigmas, y no a cambios atencionales provocados por la frivolidad intelectual.
   Una continuidad tal, también facilita ajustar, fijar, modificar y expandir el vocabulario propio de la disciplina, tarea sumamente importante. Nominar con precisión, evitar una proliferación indiscriminada de términos innecesarios, adoptar nuevos siempre que sea necesario o conveniente (y solamente cuando sea necesario o conveniente), hace posible la comprensión acabada de nuestra producción intelectual no solamente en un momento determinado, sino a lo largo del tiempo.
   Construir reiteradamente nuevos balances entre la visión de los fragmentos específicos y la visión de la unidad del conjunto, entre permanencia e innovación, puede parecer arduo. Sin embargo sabemos que innumerables situaciones análogas, marcadas por equilibrios inestables y laboriosos, forman parte de la condición humana. Nuestro cuerpo tiene órganos, pero éstos separados no tienen vida, y paralelamente el cuerpo necesita de ellos para ser tal. En la vida de una persona pueden discriminarse muchas facetas, pero esos fragmentos no están aislados sino unidos y para que la existencia sea viable deben tender a evolucionar en armonía dinámica.
   Nuestro campo admite un abordaje análogo. Si, por una parte, los profesionales como grupo social omitiésemos dedicarnos a los detalles parciales de aquello que nuestra actividad abarca, no sería posible operar sobre una realidad que es variada y compleja. Particularmente, es bueno prestar atención a aspectos específicos que en otras épocas se pasaban por alto en nombre de grandes principios desencarnados. En la historia abundan ejemplos de situaciones en las cuales, sea de manera inconsciente o aún con total deliberación, grandes ideales fueron instrumentalizados para exculpar o incluso glorificar situaciones injustas, erróneas, etc.
   Asimismo es verdad que, si no alcanzamos a situarnos en puntos de vista que nos permitan lograr una noción de nuestro campo como unidad (y, más aún, de su inserción en la realidad global) sería imposible fijar nuestros objetivos más generales y establecer un camino para alcanzarlos; solamente percibiríamos aspectos aislados, como partes de un organismo descuartizado, muerto.
   Se ha popularizado desde hace algún tiempo una cultura de lo fragmentario, del videoclip, del detalle descontextualizado. Si no se intenta ver el conjunto (aunque lograr con plenitud esa visión global sea quizás solo aspiración, deseo, parte de una utopía), será imposible priorizar las tareas, determinar lo que se quiere hacer con la propia vida. Y lo incorrecto o injusto también se perpetuará, sea porque no se miden sus alcances o porque simplemente se omite considerarlo.
   Si llegara un momento en el cual no supiéramos a qué asuntos nos dedicamos y para qué, muy probablemente nuestra disciplina y nosotros mismos estaríamos destinados a pasar de moda.
   Debemos descubrir y procurar entender las bases más o menos permanentes que se encuentran bajo el devenir, no para negar las novedades sino para entenderlas, integrarlas y crecer, y así producir más innovación.
   ¿Cómo combinar la aspiración de continuidad con la velocidad del mundo que nos rodea, donde lo primero parecería quietismo? ¿Cómo articular el crecimiento en una dinámica entre el autosostenimiento y el compromiso con los demás, entre lo general y lo particular, entre la visión de conjunto y los detalles? Para estas preguntas seguramente no existen buenas respuestas simples. Podemos entrever un camino que quizás merezca ser caminado, que probablemente nos conduzca a algo mejor y más gratificante para todos, términos que tal vez no se opongan tanto como a veces se piensa.

Pedro Falcato

Comité de Redacción
Información, cultura y sociedad

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