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Información, cultura y sociedad

Print version ISSN 1514-8327On-line version ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.16 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./June 2007

 

Cuando los lectores nos susurran: libros, lecturas, bibliotecas, sociedad y prácticas editoriales en la Argentina / Alejandro E. Parada. Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2007. 229 p. (Cuadernos de bibliotecología, no. 21). $ 28.00

Graciela Batticuore

Universidad de Buenos Aires/CONICET

En busca del lector. Notas sobre el último libro de Alejandro Parada

¿Es posible traer del pasado la mirada ensimismada de un lector solitario ante la página de un libro que lo absorbe por completo, o ante un impreso que captura su atención mientras pasea por la ciudad? ¿es posible recobrar el clima de una lectura compartida por los habitué de una tertulia de antaño y, también, las poses, los gestos, los goces y fastidios, los fervores de los lectores y los escenarios donde se despliega el ritual cotidiano de la lectura en otras épocas?  Podría decirse que este es el anhelo, el reto, a veces la utopía de cualquier investigador entregado a los estudios sobre el mundo del libro y la lectura en tiempos remotos. Un reto que se pone en juego en cada una de las páginas del último libro de Alejandro Parada: Cuando los lectores nos susurran, cuyo sugerente título traduce con justeza el tipo de sensibilidad desplegada por el autor, para dar con las «huellas», las «marcas» y los «vestigios» que han dejado dispersos aquí y allá esos actores de otros tiempos. Marcas que pueden revelarnos los usos que hicieron de los libros, los espacios en los que se movieron y desplegaron sus prácticas y modalidades de lectura y, en general, el tipo de vínculos que establecieron con la cultura impresa.
Para llevar a cabo esta tarea Parada trabaja a lo largo de la obra al menos en dos direcciones: por una parte releva e indaga fuentes y archivos que le permiten visualizar cuál fue el movimiento libresco, los escenarios de lectura, los ámbitos de circulación del libro en el Río de la Plata, su distribución y proyección en relación con los públicos emergentes (lo hace a partir de avisos en la prensa, catálogos editoriales y comerciales, registros de donaciones o bien teniendo en cuenta la diversidad de bibliotecas particulares y públicas). Por otra enarbola la tarea sigilosa y sutil de un pesquisa que atiende a todos los vestigios que le presenta la investigación: persigue (¡y encuentra!) los apuntes manuscritos de antiguos lectores en los márgenes de los libros, interpreta el poder que habrían tenido las primeras imágenes publicitarias desplegadas en los catálogos comerciales de comienzos del siglo XX en lectores poco o medianamente alfabetizados, y toma en cuenta la variedad de inscripciones urbanas (carteles, avisos funerarios, recibos, etc.) en la ciudad modernizada. Convencido de que solamente es posible atrapar al lector en la encrucijada o «la tensión» que se produce entre un análisis de tipo cuantitativo (el que está guiado por estadísticas y datos clasificatorios) y otro cualitativo (atento a los usos, las prácticas y las modalidades de la lectura), Parada apuesta incluso a la imaginación histórica para recrear por ejemplo, en uno de los capítulos del libro, el recorrido material que –en los comienzos del siglo XIX– pudo haber hecho un libro desde el momento en que fue desembarcado en un cajón que lo traía de Europa (por encargo) a las orillas del Río de la Plata, hasta que lograba ser colocado en el estante de la biblioteca particular de un lector probablemente culto o erudito, atento a las novedades librescas internacionales: «resulta conmovedor
–asegura– cuando se tiene una de estas obras en las manos, imaginar la reconstrucción de este fatigoso pero apasionante periplo que debía seguirse para obtener el libro que un lector deseaba» (p. 98, el subrayado es mío). Y, por cierto, Parada imagina ese recorrido y lo describe a lo largo de varias páginas, logrando introducirnos –casi como si estuviéramos en el interior de un film de época– en ese universo porteño de comienzos del siglo XIX. El acertado equilibrio entre esta clase de imaginación –sustentada en el conocimiento cabal de otros libros y archivos– y la serie de estudios teóricos que inspiraron y apuntalaron su propia investigación da como resultado este libro atrapante que constituye una contribución a la historia cultural argentina del siglo XIX y comienzos del XX.
Desde luego, el trabajo de Alejandro Parada se inscribe en la línea de estudios abiertos por Roger Chartier, Robert Darnton, Peter Burke, Carlo Ginzburg y Armando Petrucci  –continuadores del trabajo de la Escuela de los Annales en Francia– quienes «plantearon la necesidad de detenerse en las maneras sociales de apropiación del universo impreso por parte de los lectores»
(p. 86, el subrayado es mío). Cabe destacar que Parada viene trabajando en este sentido desde sus publicaciones anteriores: El mundo del libro y de la lectura durante la época de Rivadavia: una aproximación a través de los avisos de la Gaceta Mercantil (1823-1828), 1998; De la biblioteca particular a la biblioteca pública: libros, lectores y pensamiento bibliotecario en los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, 1779-1812, 2002; El orden y la memoria en la Librería de Duportail Hermanos: un catálogo porteño de 1829, 2005; Bibliografía cervantina editada en la Argentina: una primera aproximación, 2005.  Estos libros constituyen no solamente un aporte indispensable –y me atrevería a decir, pionero– para la historia de la lectura en la Argentina, sino un material complementario de otros estudios sobre la lectura y el público, emprendidos en el ámbito de la literatura o la crítica literaria en los últimos años. Pienso por ejemplo en La dorada garra de la lectura. Lectoras y lectores de novela en América Latina, de Susana Zanetti (2002) y en La formación del discurso criollista en la formación de la Argentina moderna (1988)de Adolfo Prieto, los cuales atienden de manera diversa a la conformación de públicos, las prácticas, representaciones y modalidades de lectura en el siglo XIX americano.
Cuando los lectores nos susurran reúne ensayos que habían sido previamente publicados por su autor en revistas académicas especializadas pero que insertos ahora en el entramado del libro logran ofrecer un panorama realmente vasto y estimulante acerca de la lectura, las bibliotecas y el libro en la Argentina de comienzos del XIX y del XX. Aunque Parada aclara en la introducción que «los trabajos no pretenden ser una historia estructurada y detallada de las prácticas lectoras; en cierto sentido, reflejan la evolución del autor en la temática a lo largo de una década» (p. 15), sin embargo es posible encontrar a lo largo de esta obra una búsqueda permanente de sistematización que se pone en evidencia en el esfuerzo por establecer clasificaciones, tipologías o panoramas «provisionales», «exploratorios» o «conjeturales» (son términos que usa Parada para autodefinir sus propuestas).  Se podría decir que Parada es riguroso y honesto al momento de plantear hipótesis: no fuerza interpretaciones y no teme señalar que una definición es provisoria o conjetural. Se permite, en todo caso, arriesgar intuiciones o hipótesis provisorias que se apoyan en un cabal conocimiento de las fuentes, los archivos y la bibliografía teórica que guía su estudio. Parece hacerlo convencido de que su trabajo es el avance de una investigación mayor a la que contribuirán muchos otros especialistas interesados en forjar la historia de la lectura en la Argentina. Y, de hecho, creo que el libro abre múltiples flancos y perspectivas para las investigaciones futuras que todavía aguardan ser emprendidas en este campo.
Cuando los lectores nos susurran está articulado en seis capítulos cuyo contenido principal podríamos decir que se enfoca alrededor de dos contextos históricos de especial riqueza, dada su complejidad,  para la historia cultural argentina: se trata de los comienzos del siglo XIX y comienzos del XX en el Río de la Plata. Sobre esos escenarios de cambios, transformaciones y novedades de todo tipo, Parada trata de desentrañar las diversas prácticas de lectura y escritura que se van desplegando entre los actores porteños.
El primer capítulo ofrece una tipología de la historia de las bibliotecas entre 1800 y 1830, intentando así rastrear los usos y los modos de apropiación de los libros que hicieron los lectores de la época. Parada está seguro de que «a través del conocimiento de los distintos agrupamientos, también es posible identificar el empleo social y material de los libros. En este sentido, las bibliotecas, ubicadas en los umbrales de la lectura, son la síntesis y el medio natural donde circulan los lectores y sus lecturas» (p. 18). El capítulo siguiente está dedicado, precisamente, a esos lectores de la época revolucionaria que «participaban de dos mundos (…) la tradición y el cambio, lo conservador y lo revolucionario, la continuidad y la innovación, en una dinámica y rica relación» (p. 57). En ese contexto Parada visualiza cuáles son las innovaciones en las prácticas lectoras, examinando por ejemplo el registro de donaciones a la Biblioteca Pública de Buenos Aires (publicado en La Gaceta de Buenos Aires), que ofrece no sólo la nómina de los propietarios que se desprenden de sus obras para obsequiarlas a la institución sino también –como apunta el historiador– el perfil de lecturas y preferencias librescas de la época. El análisis deja ver el auge de libros franceses y el predominio de la literatura de tipo política (que reemplaza el interés por las obras religiosas de épocas precedentes), así como la proliferación de «bibliografía napoleónica» (que encuentra su momento de máximo apogeo hacia 1816). El autor destaca aquí «la difusión del libro en Buenos Aires (y sus propietarios)» pero también la importancia de la imagen (carteles, hojas volantes, catones de lectura, catecismos) que posibilitan el contacto de la cultura impresa con los sectores poco o nada alfabetizados: «es necesario –advierte Parada– estudiar la difusión en el día a día de esta «literatura menuda» (bandos, proclamas, circulares, oraciones patrióticas, partes, oficios, dictámenes, manifiestos, prospectos, actas, discursos, reglamentos, exposiciones, avisos, letreros, papeletas, recibos, etc.), ya que la heterogénea variedad de documentos influyó y atravesó diagonalmente la mayoría de los sectores sociales, creando así un conjunto de apropiaciones impresas comunes a todos» (p. 72). El capítulo se concentra también en los ámbitos de la lectura y el libro en esta época: plazas, espacios urbanos, avisos de tiendas y mercerías, bandos vociferados por las calles y en las tertulias son algunos de esos sitios.
El capítulo tres se refiere más específicamente a los lugares, los recorridos, los modos de distribución y circulación del libro en el Buenos Aires de 1820 a 1829. Para intentar responder a una serie de preguntas acerca de cómo se leía, en qué condiciones y en qué entorno o por qué y para qué, Parada enfoca aquí en primer término la dimensión material del libro en tanto bien de consumo o mercancía, que establece diversos tipos de intercambio en el circuito que va de la imprenta al lector. Resulta por demás  sugerente la reconstrucción que hace aquí el historiador  –a partir del rastreo minucioso de avisos en la prensa– de los modos de embalaje de libros (cajones, baúles, bultos, cajas, envoltorios, fardos, paquetes y cuarterolas), lo cual nos permite pensar en las posibles manipulaciones que los lectores hicieron de los libros. Parada define ésta época como una «etapa de transición» en lo que respecta a las bocas de expendio de los libros, dado que las «librerías especializadas» comienzan a delinearse como tal en esta década pero conviven mientras tanto con muchos otros ámbitos de distribución no especializada con las tiendas (para una ampliación del tema puede consultarse el libro sobre El orden y la memoria en la Librería de Duportail Hermanos, citado más arriba).
Los capítulos IV y V se concentran en los comienzos del siglo XX. A partir del análisis de algunos semanarios y diarios de amplia difusión entre los lectores medios de la época –PBT, Caras y Caretas y La Prensa– Parada rastrea, por una parte, la relación entre cultura impresa y vida cotidiana en el Buenos Aires del Centenario: «(a) falta de un aporte global y social sobre la Historia de la lectura en el Buenos Aires de 1910, los estudios existentes se han ocupado exclusivamente de la cultura impresa culta» (p. 115), afirma el historiador. Y a continuación se propone visualizar «los intercambios, entrecruzamientos y horizontes de concurrencia diagonal entre los sectores sociales (…) Inclusive, grupos parcialmente alfabetizados, podían acceder a ciertas lecturas y prácticas que en apariencia eran propias del ambiente culto, y viceversa» (p. 116). Desde una perspectiva novedosa y fructífera, Parada analiza aquí la ávida lectura de los catálogos comerciales y el magnetismo que éstos ejercieron entre los lectores de comienzos el siglo XX. Por otra parte, en este capítulo el autor analiza las representaciones de la lectura desde un costado particularmente interesante y revelador: las imágenes y representaciones escritas e impresas en Caras y Caretas (durante la gobernación de Marcelo T. de Alvear). Intenta así inferir el modo de pensar de los lectores de la época, convencido de que estas «referencias menores o subalternas» (que son los avisos publicitarios, las caricaturas, las fotos, las imágenes en general) son un vehículo para establecer las preferencias y prácticas lectoras. Parada distingue así y clasifica tres grandes modalidades de lectura en este contexto: la lectura institucional, la mundana y la doméstica. A la vez que advierte sobre la convivencia de distintos tipos de escritura (la manuscrita y la impresa) en un período de modernización y apretura tecnológica.
El libro se cierra con un capítulo sobre la recepción, las lecturas y las reimpresiones (y reescrituras) del Quijote en Argentina, a través del cual ofrece una reflexión aguda sobre la autoría como fenómeno inseparable de la lectura. Es decir, como una instancia que imprescindiblemente hay que tener en cuenta a la hora de abordar el análisis de las prácticas lectoras. El estudio de un clásico universal de las dimensiones del Quijote, su articulación en el contexto rioplatense, permite al autor ofrecer un ejemplo significativo y rico sobre las posibles mutaciones a las que se ven expuestos los textos en diversas épocas y escenarios, y a la vez interrogarse sobre el sentido y los porqués de esos cambios: «al cambiar los usos de la lectura se trastocan los procedimientos editoriales, y viceversa, de ahí que la elaboración de un libro, aunque encasillada en una historicidad específica, es una expresión cosificada de las diferentes técnicas de apropiación por parte de los lectores» (p. 218).
Para terminar, no quisiera dejar de llamar la atención sobre un asunto que este libro enfoca y pone de relieve, aunque sea parcialmente, en distintos momentos o capítulos. Y que constituye –desde mi punto de vista– un tema fascinante que merece ser profundizado en otras investigaciones. Me refiero al tema de los vínculos entre los analfabetos, el mundo del libro y la cultura impresa. ¿Cómo se contactaron los iletrados con la serie de textualidades que debían enfrentar, de manera cada vez más recurrente a medida que avanzaba el siglo, cuando transitaban por la ciudad, cuando querían enterarse de las noticias más recientes, cuando participaban a su modo de rituales y ceremonias (religiosas o políticas) que se expresaban a través de la letra escrita? O, dicho de otro modo: ¿cómo sobrevive en «la ciudad letrada» –para utilizar la ya clásica conceptualización de Angel Rama– un ciudadano del siglo XIX que no sabe leer y escribir? Sin dudas es este un tema difícil –y no menos apasionante– de desentrañar (porque no proliferan los registros escritos de los iletrados), que necesita ser explorado no sólo en relación con los siglos pasados sino también en las sociedades actuales, donde todavía es posible encontrar «secretarios» o escribientes que a cambio de una paga componen cartas de toda índole para los que no saben hacerlo, o lectores que intermedian con su voz, para transmitir oralmente una noticia publicada en el periódico, leer una receta de cocina o dar a conocer el importe impreso sobre un recibo, a quienes no sabe hacerlo por sí mismos. Sin ocuparse específicamente de estos asuntos, el libro de Parada es sensible a ellos y –me atrevería a decir– procura despertar en los lectores actuales una conciencia sobre la necesidad de considerar la cultura de los iletrados (y su relación peculiar con la letra escrita), tanto como las prácticas letradas de las elites intelectuales o los sectores medianamente alfabetizados de diferentes contextos del siglo XIX y comienzos del XX. 
Definitivamente, Cuando los lectores nos susurran constituye un aporte significativo e innovador a la historia de la lectura, el libro y la cultura en la Argentina, un campo fértil para los estudios de investigación, en el cual todavía está casi todo por hacerse.

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