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Información, cultura y sociedad

versión impresa ISSN 1514-8327versión On-line ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  n.17 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./dic. 2007

 

L'homme que voulait classer le monde: Paul Otlet et le Mundaneum / [par] Françoise Levie ; postface de Benoît Peeters. Bruxelles : Les Impressions Nouvelles, 2006. 351 p. : il. (Réflexions faites). ISBN: 2-87449-022-9. € 24.

Susana Romanos de Tiratel

Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas Facultad de Filosofía y Letras-UBA

Han pasado 112 años desde que se realizó en Bruselas el Primer Congreso Internacional de Bibliografía convocado por Paul Otlet y Henri La Fontaine, dos abogados belgas preocupados por el control bibliográfico de lo que se publicaba en el mundo, sobre todo en las revistas especializadas. Henri La Fontaine fue el alter ego, el hermano, el amigo de toda una vida de Otlet, pero también fue el senador socialista más joven de la época, cargo de la legislatura belga en el que permaneció durante 36 años, profesor de derecho internacional, renombrado bibliógrafo, sus logros culturales fueron amplios y variados, obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1913 pero, sobre todo, se destacó por su ferviente y total internacionalismo.
Paul Otlet fue el creador de una disciplina -la Documentación- que influyó de una manera singular y determinante en la recolección, la selección, la organización, el almacenamiento y la difusión de la información especializada en el siglo XX pero, sobre todo, fue el responsable de generar una idea axial que heredó de los compiladores del siglo XVII, la de la bibliografía mundial, la de la universalización del conocimiento a través de la cooperación y del entendimiento entre los pueblos del orbe. Interpreto su pensamiento del siguiente modo, si el conocimiento y la creación artística son los logros más importantes de la especie humana solo cuando seamos capaces de acceder a todos ellos y entenderlos, en el sentido más profundo y generoso del término, podremos alcanzar una paz duradera.
Durante el siglo pasado, especialmente en la década de 1960, las escuelas de Bibliotecología de la Argentina sostuvieron dos líneas teóricas innovadoras, no necesariamente opuestas, pero diferentes. Por un lado, la de raigambre europea, de ahí que la gran mayoría haya agregado la palabra Documentación a su denominación. Por el otro, la anglosajona que devino con el transcurso del tiempo en el paradigma dominante. De este modo, se fueron diluyendo -aunque nunca hayan desaparecido del todo -las ideas de ambos precursores belgas pero, sobre todo las de Paul Otlet con su monumental Traité de Documentation: le livre sur le livre (Otlet, 1934). Salvo un intento aislado y abarcador, la figura de Otlet, a pesar de su importancia y de su modernidad, ha sido poco tratada; sin embargo, desde mediados de 1990 y en consonancia con el surgimiento de Internet, importantes estudiosos estadounidenses han comenzado a redescubrir al padre de la Documentación. Lo antedicho ha tenido lugar en el estricto campo de la Bibliotecología/ Ciencia de la Información-más en esta última que en la primera. Es por esto que no deja de despertar nuestra curiosidad una biografía escrita por una mujer que no surge del medio de los bibliógrafos, tampoco del de los clasificadores ni siquiera del medio de los archivistas y que, además haya podido plasmar una obra minuciosa y atractiva sobre un personaje tan interesante y fundamental para el pensamiento de nuestra disciplina.
Françoise Levie, la autora de esta apasionante biografía de Paul Otlet, en una nota publicada en la página Web de la editorial (Levie, 2006) expresa que su interés por este personaje nació en el año 2000 cuando decidió consagrarle una película documental. En esa ocasión se dio cuenta de que, con la excepción de unos pocos artículos y de la tesis, publicada en inglés por los soviéticos, de un australiano que hizo su doctorado en Estados Unidos, no existía nada sobre ese hombre (Rayward, 1996 [1975]. Levie, entonces, se plantea una serie de preguntas: ¿Paul Otlet había sido verdaderamente el teórico de la Sociedad de las Naciones, el inventor del microfilm y de la clasificación decimal universal, el compañero de Henri La Fontaine que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1913, el amigo de Le Corbusier y uno de los precursores de Internet? Las respuestas a estas preguntas se encontraban en decenas de cajones de bananas que no se habían abierto desde la muerte de Paul Otlet en 1944 y esperaban en una reserva del nuevo Mundaneum en Mons. En su interior se hallaba el desorden, el choque de los años, la mezcla de géneros. Borradores de versiones latinas cerca de un plano arquitectónico de la Cité Mondiale en Anvers, fichas retenidas por sujetadores mezcladas con imágenes de primera comunión, ejercicios prácticos de la Clasificación Decimal junto a una correspondencia con los ministros de la época, cartas de amor de «otra» mujer al lado de una servilleta con dibujos y croquis particularmente abstractos.
Pero, curiosamente la película no fue suficiente para Levie. El personaje le resultó demasiado complejo, múltiple, desconocido y visionario. Necesitó contar la historia de otra manera. Reubicar más de cerca, con mayor profundidad la existencia de Otlet, utilizando los numerosos textos autobiográficos inéditos que descubrió en las carpetas. Y fue así como nació esta biografía.
Françoise Levie nació en el mundo del cine. Su padre era productor de películas y ella siguió el camino paterno trabajando en televisión. Después se independizó y desde hace una veintena de años realiza documentales. Esta profesión le permite elegir el tema, el país o el personaje sobre el que quiere trabajar. Levie confiesa que le interesan los temas poco conocidos, los que le permiten hacer descubrimientos, aquellos que se pueden profundizar mediante investigaciones históricas o de archivos (Levie, 2006). Con cada uno de sus documentales ha tenido que enfrentarse con distintos desafíos para poder mostrar, por ejemplo, el Art Nouveau, o contar la vida de Mata Hari sin caer en el cliché y en lo superficial, o hablar de la India a través de uno de sus personajes más emblemáticos: el marajá de Jaipur, o mostrar la cotidianidad de las galerías Saint-Hubert en Bruselas o, para volver a Paul Otlet, construir una película a partir de más de una cincuentena de cajones de bananas repletos de documentos. La lista de sus películas es extensa y llena de premios y reconocimientos (Impressions nouvelles, 2006). La misma autora expresa el sentido profundo de su oficio: dar a ver, hacer descubrir, poner en perspectiva, tender pasarelas entre el pasado, el presente y el futuro, permitir comprender mejor. También hacer soñar. Y en forma más egoísta, satisfacer esa necesidad vital que la profesión de realizadora tanto como la de biógrafa le permite asumir plenamente: vivir varias vidas en una (Levie, 2006).
La obra, con un título realmente bien elegido, se abre con una introducción donde Levie relata a sus lectores el germen de su interés por el tema que se inició a fines de 1960, por casualidad, durante un paseo con un amigo. Luego de muchos avatares y mudanzas del edificio que albergaba el Mundaneum, cuando este se traslada a Mons se le permite a Levie consultar los archivos y ahí encuentra de todo pero el hallazgo más preciado son los diarios que Otlet llevó desde su más tierna infancia.
Los dieciséis capítulos que siguen a la introducción se organizan en una serie de secuencias cronológicas, que parten de la fecha de nacimiento de Otlet hasta el año 2006, para informarnos, en el último capítulo, sobre el modo en que se conservó la memoria desde su muerte. Según indica Levie, Otlet era minucioso, obsesivo, incapaz de descartar papel alguno, en consecuencia la autora también lo es, alcanzando niveles de detalle muy precisos tanto en la vida pública del biografiado como en la privada, que ayudan a una comprensión profunda del ambiente en el que se crió, se educó, su personalidad, sus sentimientos; en esta línea, logra retratar tan vívidamente la cotidianidad de una familia de la alta burguesía belga que el lector no puede sustraerse a su encanto ni, de un modo indirecto, aprender las formas de vida de los seres que caracterizaron a un pasado no tan lejano.
Una constante nada desdeñable de la obra es la construcción de un entramado cuyos hilos se empiezan a tejer en la infancia, en la adolescencia y en la juventud para desembocar en la madurez de un hombre que jamás claudicó a lo largo de su existencia, que perteneció a esa generación desdichada que vivió las dos Grandes Guerras europeas del siglo XX. Al leer este libro uno puede conectar perfectamente con su futuro más conocido, el entusiasmo eufórico y temprano de Otlet cuando se lo nombra bibliotecario del colegio y contrae la fiebre de la lectura, se encanta con el catálogo al que califica de «maravilla porque le permite utilizar todos esos libros». Su afán de saberlo todo no queda satisfecho con esa biblioteca, por lo tanto, aborda la de su padre donde descubre los diccionarios enciclopédicos. Estudia abogacía influido por su progenitor y porque era lo que la tradición demandaba pero en su diario confiesa: «detestaba tan cordialmente el derecho como amaba a la filosofía y a las ciencias». Por la época de la obtención de su título pierde la fe católica y atraviesa una profunda crisis existencial. Con ese estado de ánimo hace su pasantía en el estudio de un famosísimo abogado belga, Edmond Picard, al lado de quien descubre con gran reticencia la actividad judicial. En ese período de desorientación depresiva contrae matrimonio. A principios de 1890, su mentor le sugiere catalogar los artículos de las revistas de Derecho y es recién en ese momento cuando Otlet encuentra por fin su camino; él mismo escribe: «esta será la primera rueda del engranaje». A partir del capítulo 4 se desarrolla la historia que mejor conocemos los bibliotecólogos: su encuentro con La Fontaine, su asociación para llevar adelante tareas bibliográficas, su evolución hacia una idea más amplia, la necesidad de adoptar una clasificación para ordenar por materias las fichas que iban elaborando, su contacto con Melvil Dewey, la adopción de la clasificación decimal, la idea de un Repertorio bibliográfico universal, la convocatoria a la primera Conferencia Internacional de Bibliografía que tuvo lugar en Bruselas del 2 al 6 de septiembre de 1895, la creación del Instituto Internacional de Bibliografía con el apoyo del rey Leopoldo II y del estado belga.
Sin embargo, la historia no se detiene en este punto, Paul Otlet jamás hubiera podido restringirse solo a la actividad bibliográfica y leemos, quizás por primera vez, cómo acompañó a su padre en sus numerosas obligaciones y actividades familiares. Pero también hay lugar para su vida privada, sus amores, el casamiento tardío de su amigo La Fontaine, el peso de la figura de la hermana de este último en la vida de Otlet, su encuentro con quien va a ser su segunda mujer, Cato van Nederhasselt.
Otlet expande sus ideas y se lanza a compilar cualquier tipo de documento. Primero fueron los libros y los artículos de revistas, seguidos por un Repertorio iconográfico universal, luego los menús impresos, los artículos de diarios, los informes, las circulares, en resumen, todo lo que no tenía forma de libro o de revista. Surge entonces la idea de compilar el Repertorio universal de Documentación. Permanentemente escuchamos la voz del biografiado y uno lo siente determinado a perseguir su gran obra hasta el final: clasificar todo el saber del mundo.
La obra de Levie, impecable, rica y precisa, sigue en un decurso donde se entremezclan las esferas privadas con las públicas, donde el éxito, el fracaso, el exilio, las guerras tienen su lugar y sus consecuencias. Vemos a un Otlet fundador de museos, amante de la arquitectura, organizador incansable de conferencias bibliográficas, creador de una universidad internacional, inspirador de la Unión de Asociaciones Internacionales. Pero también recorremos caídas en desgracia y expulsiones: con la crisis económica el gobierno belga comienza a retacear su apoyo. Son, justamente, los años de entre guerras y los de la 2ª Guerra Mundial, los más ricos en datos poco conocidos y en matices. De la lectura misma se va desprendiendo una sombra amenazante que cae como una niebla tenebrosa sobre la vida del protagonista.
Esta obra biográfica cumple de manera acabada con las más altas expectativas de los lectores, sean o no bibliotecólogos. De este modo, la vida de un hombre, excepcional por donde se la analice, se alberga en un libro cuidadosamente compuesto, ilustrado con la profusión necesaria para poder reconstruir visualmente la realidad descrita en el texto. Enriquecido con un pequeño repertorio biográfico de los personajes que rodearon a Otlet, demuestra la seriedad del empeño de su autora a través de la lista de fuentes textuales e iconográficas, además de una bibliografía ampliatoria.
Para terminar esta reseña, quizás sea pertinente citar a Paul Otlet: «Obrar y no dudar, solo aun delante de la inmensidad indiferente y hostil, jugarse la última suerte, la probabilidad última que ofrezca el azar de las cosas».

Referencias bibliográficas

1. Impressions nouvelles. 2006. Expériences audiovisuelles. <http://www.lesimpressionsnouvelles.com/cvlevie.htm> [Consulta: 25 septiembre 2007].        [ Links ]

2. Levie, Françoise. 2006. Note de l'auteur. <http://www.lesimpressionsnouvelles.com/l%27homme_qui_voulait_classer_le_monde.htm> [Consulta: 25 septiembre 2007].        [ Links ]

3. Otlet, Paul. 1934. Traité de documentation: le livre sur le livre; théorie et pratique. Bruxelles : Mundaneum, Palais Mondial. 431 p.        [ Links ]

4. Rayward, W. Boyd. 1996 [1975]. El universo de la información: la obra de Paul Otlet sobre documentación y organización internacional. Traducción: Pilar Arnau Rived. Madrid: Mundarnau. 573 p. : il. La versión en inglés está disponible en http://hdl.handle.net/1854/3989 [Consulta: 27 septiembre 2007].        [ Links ]

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