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Información, cultura y sociedad

Print version ISSN 1514-8327On-line version ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.18 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./June 2008

 

Prisioneros de nuestras propias trampas

Prisoners of Our Own Traps

Susana Romanos de Tiratel

Directora Información, cultura y sociedad

Más allá de consideraciones filosóficas respecto del conocimiento, de su naturaleza, de las posibilidades que el ser humano tiene de acceder a él, hay un acuerdo común en aceptar que tal entidad existe y tiene su origen en la investigación emprendida por el hombre aplicando diferentes métodos para desentrañar las características del ambiente que lo rodea, sea este social o natural, y para entenderse a sí mismo en su subjetividad.
Mucho se ha escrito respecto de las cualidades que debe reunir una persona que desea dedicar su vida a la ampliación y fortalecimiento del conocimiento, algunas pueden discutirse pero hay una, la humildad, que asociada con otra, la disponibilidad, permiten la apertura de la mente hacia campos desconocidos.
Aceptar que uno no sabe todo de todo, ni siquiera de aquello más cercano a su estudio e interés y estar dispuesto a escuchar a los demás, a aceptar que, en muchas cuestiones, puede haber personas que saben más que uno son rasgos ineludibles que debería poseer cualquier investigador.
Un ejemplo inverso de lo antedicho que, simplemente, es expresión del sentido común y no de algún enfoque epistemológico novedoso, fueron las declaraciones del flamante Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación, Dr. Lino Barañao, cuando, llevado quizás por el entusiasmo algo maníaco de estrenar cargo y Ministerio, declaró en un reportaje refiriéndose a las Ciencias Humanas «... a mí me gustaría ver un cierto cambio metodológico; estoy tan acostumbrado a la verificación empírica de lo que digo, que a veces los trabajos en ciencias sociales me parecen teología. Creo que no hay un motivo por el cual las áreas humanísticas deban prescindir de la metodología que usan otras áreas de las ciencias» (Barañao, 2008). Esta afirmación fue seguida por un jugoso debate que ocupó a intelectuales tanto de las Ciencias Físicas y Naturales, como de la Tecnología y de las Ciencias Sociales. La discusión demostró, entre otras muchas cosas, la escasa actualización metodológica del Sr. Ministro, además de su poca prudencia política, dado que es impensable sostener la existencia de un único método válido para abordar todas las Ciencias, ni siquiera las mal llamadas «duras».
Otro ejemplo similar, anterior en el tiempo, que se constituirá en el núcleo central de este editorial de opinión, fue la intervención del Dr. Basilio A. Kotsias, uno de los directores responsables de la revista Medicina de Buenos Aires, en la «Reunión Conjunta de Editores Científicos de Ciencias de la Salud y Ciencias Sociales» organizadas por el CAICYT y la OPS, el 12 de diciembre del año pasado. Kotsias subió al estrado y dijo: «En Medicina, se considera que una revista está indexada cuando figura en el ISI1, cualquier otra cosa no significa nada.»
Más allá de mi asombro provocado por una afirmación tan aventurada, sentí una pena enorme porque quien esto decía olvidaba una de las historias más ricas y ejemplares, en términos de seriedad y continuidad, como fue y sigue siendo la labor bibliográfica en el campo de las Ciencias Médicas. Justamente, hasta donde se conoce, la historia de la Bibliografía en el mundo occidental se inicia en el siglo II con la lista de los trabajos de un médico, Galeno, cuyo propósito fue evitar que se le atribuyeran obras que no le pertenecían. Muy pocos años después de la invención de la imprenta, en 1506, Symphorien Champier compila la primera bibliografía de libros profanos que, casualmente, se dedicaban a la Medicina.
En 1665 aparecen las dos primeras revistas científicas de la era moderna: Journal des Sçavants y Philosophical Transactions con trabajos de «filosofía natural» o, en términos más actuales, de Ciencia en general pero, casi veinte años después, se publica en Londres el primer título especializado, Medicina curiosa: or a variety of view communications in physick, chirurgery, and anatomy. Del mismo modo, la primera academia fundada en territorio de Gran Bretaña, en 1505, fue la de los cirujanos escoceses que aun pervive.
De aquí en adelante, y de un modo cada vez más acuciante, a los científicos se les plantea la problemática de identificar las partes constitutivas de las revistas especializadas, o sea, de indexarlas. Ya en el siglo XVIII, en 1778 más precisamente, y ante la necesidad de alertar sobre los avances y descubrimientos de sus pares nacionales y extranjeros se compila en Alemania la primera revista de resúmenes especializada, obra de Lorenz von Crell, que se tradujo al inglés en 1791. Muy pronto, esta tarea se convierte en imposible para un solo individuo y son las sociedades profesionales y las academias quienes asumen el proceso de organización y difusión considerándolo como uno de sus deberes básicos (Houghton, 1975: 81-82).
Es por eso que, ante el crecimiento imparable de la producción científica, surge en el siglo XIX y principios del XX una serie de compilaciones bibliográficas para controlar las publicaciones considerando como unidad de análisis el artículo especializado. La evolución histórica parte de un proyecto integrador: indexar todas las Ciencias que, ante el volumen creciente, tiene que conformarse con la parcelación por disciplinas. En este sentido y en primer lugar, no se puede dejar de citar a Jeremias David Reuss con su Repertorium commentationum a societatibus litterariis editarum. Secundum disciplinaarum ordinem digessit I. D. Reuss (Göttingae: apud Henricum Dieterich, 1801-1821. 16 v.). De esa cantidad de volúmenes, los últimos siete compilaron los artículos de las publicaciones de las sociedades científicas médicas de diferentes países, desde el momento de la fundación de cada una hasta 1800. Para continuar con la tarea, son por todos conocidas las dos compilaciones emprendidas por la Royal Society of London, una ordenada alfabéticamente por autores, el Catalogue of Scientific Papers: 1800-1900 (London: H. M. Stationery Office, 1867-72; London: Clay, 1877-1902; Cambridge: University Press, 1914-1925. 19 v.) y la otra ordenada por materias, cerrada definitivamente después de la finalización de la Primera Guerra Mundial, el International Catalogue of Scientific Literature (London: Royal Society of London, 1902-1921. 238 v.). Del total de volúmenes, 42 se dedicaron en tercios iguales, respectivamente a Anatomía humana, Fisiología y Bacteriología.
Pero, específicamente para las Ciencias Médicas, fue un médico y no un bibliotecólogo como, por otra parte, sucedió en la mayoría de las disciplinas, John Shaw Billings, quien inició el Index Medicus en 1879, bibliografía que se convirtió en uno de los índices más completos, no solo por su alcance sino por su cobertura retrospectiva, de los artículos publicados en revistas médicas de todos los países y que hoy continúa solo en formato electrónico en la base Medline de la National Library of Medicine de los EE. UU. Por suerte, y aunque el Dr. Basilio A. Kotsias no le dé la más mínima importancia, Medline indexa la revista Medicina de Buenos Aires.
¿Por qué digo por suerte? En primer lugar, porque cuando los médicos buscan bibliografía para actualizarse, para resolver un problema de su práctica profesional o para investigar no recurren al Science Citation Index. Consultan en forma preeminente Medline y PubMed, intento este último más que meritorio para poner a disposición del público en general, con ciertas restricciones temporales, la producción científica internacional del área de las Ciencias Médicas. Además, sobre todo para ciertos temas locales o de interés regional accederán a LILACS: Literatura Latinoamericana y del Caribe en Ciencias de la Salud. En segundo término, suerte porque así se aumenta la visibilidad de la producción argentina en Ciencias Médicas cuando nuestras revistas son indexadas por bases de datos internacionales.
¿De dónde surge pues el malentendido? En gran parte, de la ignorancia y de la soberbia originada en el desconocimiento más asombroso de las herramientas bibliográficas disponibles en la disciplina de pertenencia, de sus funciones, de las prestaciones esperables, de su utilidad y rendimiento según el problema o la situación que se esté abordando. Pero, lo más notable es la propia trampa en la que caen ciertos editores científicos porque, me pregunto como investigadora que dedica tiempo a esos menesteres ¿por qué y para qué publicar una revista en la Argentina o en América Latina?
En líneas generales, porque la Ciencia debe ser comunicada, es un bien social cuya circulación tiene que asegurar la comunidad científica tanto en su interior como hacia las comunidades que contribuyen con su esfuerzo solidario para que los científicos puedan hacer su trabajo. Además, para crear un registro universal de la disciplina involucrada y contribuir al esfuerzo general y compartido de seguirle el rastro a quien aportó algo al conocimiento, entendido como producto socialmente construido. Esta última es la razón fundamental por la cual quien tiene una publicación bajo su responsabilidad deberá esforzarse para que esta sea lo suficientemente accesible y referenciada en bibliografías y otras herramientas similares.
De modo más específico, porque si bien se preconiza que el saber es universal, no existe algo llamado prescindencia científica. Existe una porción apreciable de poder institucional e individual concentrado en las manos de los editores científicos de países con un alto grado de desarrollo, de modo tal que, ante una superabundancia en la oferta, los mecanismos de selección se estrechan demasiado, no olvidemos que el editor elige qué artículos enviará a evaluar sabiendo con certeza quién o quiénes son el o los autores, en qué lugar trabajan, de qué país, con qué fondos, etc. dado que para él las contribuciones no son anónimas como sí deben serlo para los árbitros. Esta razón unida a otras como el interés de acercar los hallazgos de las investigaciones a la propia comunidad local o regional, o la necesidad de consolidar un campo disciplinario nacional, han llevado a la creación de revistas en todos los países periféricos en vías de desarrollo.
Y esto no está nada mal, lo que sí está errado es no colocar nuestra actividad en un cuadro completo. Por supuesto que es gratificante ser recibidos por los jugadores de los grandes equipos, por quienes hacen primero y elaboran luego las normas sobre el modelo de sus propias acciones y de las presiones del contexto academia-gobierno-industria. También es obvio que para entrar a un club tan exclusivo será imprescindible cumplir a raja tabla con las normas de admisión, nadie puede dudar o desconocer el componente de validez y de humanidad involucrados en la vanidad o en el orgullo legítimo por haber obtenido semejante reconocimiento.
Sin embargo, les propongo a mis lectores que hagamos un ejercicio de imaginación. Supongamos y aceptemos que el único árbitro de la calidad científica lo constituyen los Citation Index que Thomson Reuters comercializa bajo el nombre de ISI Web of Knowledge. Corolario: la revista incluida en su listado de títulos analizados es buena, tiene una calidad reconocida y, en consecuencia, quienes publiquen en esa periódica tendrán asegurado un reconocimiento internacional. Como este presupuesto es binario, cosa que la realidad ha demostrado no ser, quedaría un conjunto que reuniría a las revistas de baja calidad, sin presencia ni consideración internacionales. Nadie, entonces, en su sano juicio publicaría artículo alguno en ninguno de los títulos de este conjunto. Ahora bien, ¿cuál es el factor de impacto de las revistas argentinas incluidas en la ISI Web of Knowledge? Por lo bajo de la cifra, mejor no enterarse. Entonces, lo que me conviene como autor es asociarme con un colega extranjero, preferentemente angloamericano, y publicar en títulos con alto factor de impacto que, en ningún caso, estarán representados por revistas nacionales. Luego repregunto ¿qué le interesa más al investigador, figurar en... o ser leído, reconocido, conocido, citado? Si responde con aquiescencia a la segunda parte de la pregunta, no tiene garantía alguna de que eso vaya a suceder aun cuando hubiera especulado correctamente a la hora de enviar un trabajo a publicar.
La aclaración prefiero no dársela yo sino transcribir las declaraciones de David Tempest, Associate Director of Research and Academic Relations for Elsevier que fuera entrevistado por el equipo de Thomson Scientific. Ante la pregunta ¿por qué se usa el factor de impacto para evaluar a investigadores individuales? Tempest responde: Los artículos que una persona publicó podrían tener cero citas en una revista con un factor de impacto de 50. Tomar la posición de la publicación como un sustituto para la calidad individual puede ser erróneo. Es por eso que muchos organismos de investigación están tratando de cambiar hacia la medición de las citas individuales utilizando la Web of Science o Scopus. O usan indicadores reales que se han desarrollado para individuos, como el índice-h2. De este modo, las cosas están empezando a cambiar (Tempest, 2008). Así, como autores, al publicar en ciertos títulos podremos satisfacer nuestro ego y avanzar un pasito más en nuestras carreras académicas, como editores científicos pensaremos que la revista que dirigimos se ha ubicado, por fin, en algún polvoriento rinconcito del Olimpo de las publicaciones científicas, pero la realidad puede ser otra muy diferente.
Llegados a este punto de la imaginación, de la historia mítica y de los supuestos, la mayoría de los colegas de otras disciplinas acuerdan, con alguno que otro matiz diferencial, en los razonamientos propuestos. Es el momento en el cual, bajando los ojos y meneando la cabeza arguyen, es la perversidad del sistema de evaluación científica que nos ha tocado en suerte padecer.
En la misma Jornada a la que hiciera referencia en el cuarto párrafo de este editorial hablé de la esquizofrenia de los investigadores que pareciéramos mutar de acuerdo con el rol que nos toca desempeñar. Como autores, nos sentimos evaluados, más que por la calidad o el mérito de nuestro trabajo, por parámetros inventados por vaya a saber quién, que tienden a perjudicarnos irremisiblemente, a no tomar en cuenta nuestras necesidades individuales ni nuestra pertenencia colectiva. Como editores científicos nos pasa lo mismo pero en relación con la revista que tanto amamos, a la que dedicamos tanto tiempo y esfuerzo no reconocidos por nadie, ni siquiera puntuados con algún miserable crédito cuando se ponderan nuestros logros. También acá, no sabemos desde dónde, caen sobre nosotros normas de forma y de procedimiento, exigencias de figurar, sobre todo, en una base de datos cuyo horizonte se va alejando a medida que nos acercamos. Angustia permanente y perplejidad constante al comprobar que los colegas más conspicuos no publican en nuestra revista a pesar de haber logrado la tan soñada inclusión, ni se suscriben a ella, ni la leen y ni siquiera la tienen en cuenta. Como evaluadores aplicamos sin piedad los estándares más altos que, imaginamos, se aplican en los países desarrollados, sin saber con demasiada precisión qué significa que una revista nacional esté indexada, confundiendo registro bibliográfico con análisis bibliográfico y emparejando el Latindex con Scielo y con el ISI1. Finalmente, como usuarios o consumidores de la producción científica desconfiamos de los trabajos publicados en español, pensamos que, salvo nosotros mismos y alguna que otra honrosa excepción, la comunidad científica hispano o luso hablante es mediocre porque, lo que importa, aquello que marca una diferencia se escribe y se publica en inglés.
Estos cuatro roles pueden encarnarse en una misma persona que no sabe, no quiere o no tiene el coraje de ser una sola, ella misma, con una única idea coherente respecto de la actividad científica en su conjunto, aunque no coincida con la de los demás, sosteniendo sus convicciones en cualquier circunstancia o papel que le toque desempeñar. La sociedad argentina, a través de sus universidades, organismos dedicados a la investigación, fundaciones, academias, etc., gasta una parte, aunque sea ínfima, del producto bruto interno para solventar la difusión de las actividades de investigación a través, entre otras actividades, de la edición científica. Creo que le hacemos un flaco favor a nuestros conciudadanos cuando miramos hacia otro lado para construir una realidad más imaginada que cierta, desconfiando, en el fondo de nosotros mismos, de nuestro criterio y de la calidad de nuestro trabajo.
No hay panaceas, soluciones mágicas ni recursos extremos, los que existen son simples aunque, quizás, difíciles de sostener. En primer lugar, tenemos que reconocer que los sistemas sociales los construimos los seres humanos porque somos quienes determinamos los componentes, las reglas de funcionamiento y los estándares mínimos y necesarios para que el conjunto sea equilibrado y funcione. Si el sistema es infame, coarta nuestra libertad de trabajo y de producción, nos agobia innecesariamente con exigencias prescindibles y superfluas, como sucede con ciertos informes y evaluaciones, no significa que unos seres de otra especie lo han pergeñado sino que nosotros mismos, los investigadores, somos los prisioneros de nuestras propias trampas. Aceptado esto, una solución es oponerse a todo aquello que obstaculice, atrase o impida una creación fecunda y pausada, original, regulada por la calidad y la originalidad y no por la necesidad de acumular puntos para ascender y mejorar así las recompensas financieras e intelectuales. Es cierto que existen normas internacionales pero sería bueno conocerlas y no hablar de oídas, evaluarlas con criterios realistas que tomen en cuenta las condiciones de producción reales que imperan en la Argentina y reconocer, en última instancia, que no son mandatos divinos y, por lo tanto, pueden adaptarse o modificarse.
En segundo término, sería conveniente asumir la propia responsabilidad que le cabe a cada componente del sistema de investigación en la Argentina, desde el más alto hasta la más pequeña célula representada por quienes desean ingresar a él, respecto de los prejuicios que condicionan y enrarecen las relaciones entre las Ciencias Físicas y Naturales, las Tecnologías, las Ciencias Sociales y las Humanidades. Para superar esta situación conflictiva, no se necesitan juicios condescendientes sino actitudes ecuánimes basadas en el conocimiento y el respeto mutuo. La disponibilidad para escuchar, comprender, ponerse en el lugar del otro, nos convierte en seres menos soberbios. Del mismo modo, aceptar con humildad que hay otras realidades fuera de nuestro estrecho campo de indagación, tan válidas y valiosas como las propias, nos permitirá percibir que no existe un solo método ni una receta mágica para comprender a las otras personas ni al mundo que nos rodea.

Nota

1 Los colegas de otras disciplinas denominan familiarmente ISI al paquete completo del ISI Web of Knowledge, comercializado por uno de los holdings más poderosos en el manejo de la información mundial, Thomson Reuters, si bien ignoran su historia, su origen netamente comercial, las campañas de promoción permanentes para imponerlo en la comunidad científica como herramienta de evaluación aunque su propósito inicial no haya sido ese, etc.
2 Para quienes ignoran qué es el índice H recomiendo la lectura en este mismo número de Información, cultura y sociedad del artículo de Rau sobre el índice-h de las universidades chilenas [ veáse pp. 77-84]

Referencias bibliográficas

1. Barañao, Lino. 2008. Los científicos deben asumir su compromiso social. Entrevista por Nora Veiras y Leonardo Moledo. En Página 12. 7 de enero. <http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-97152-2008-01-07.html>  [ Consulta: 7 enero 2008] .        [ Links ]

2. Houghton, Bernard. 1975. Scientific periodicals: their historical development, characteristics and control. London: Linnet Books and C. Bingley. 135 p.        [ Links ]

3. Tempest, David. 2008. Thomson Scientific Speaks with David Tempest, Elsevier. <http://scientific.thomson.com/citationimpactforum/8438181/  [ Consulta: 10 mayo 2008] .        [ Links ]

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