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Información, cultura y sociedad

versión impresa ISSN 1514-8327versión On-line ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  n.18 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./jun. 2008

 

Inscribir y borrar: cultura escrita y literatura (siglos XI-XVIII) / Roger Chartier. Traducido por Víctor Goldstein; revisado por el autor. Buenos Aires: Katz, 2006. 253 p. (Katz Conocimiento; 3003). ISBN: 987-1283-09-1.

Alejandro E. Parada

Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas Facultad de Filosofía y Letras-Universidad de Buenos Aires

¿Un nuevo libro de Roger Chartier? Sin duda, e impregnado de una apasionante temática de la cual él ha sido uno de los fundadores y copartícipes: el mundo de las prácticas de  la lectura inserto en el universo, vario y múltiple, de la nueva historia cultural de la civilización escrita e impresa. Un tópico que ha adquirido tal magnitud de vocación interdisciplinaria que hoy en día participa en la totalidad de las Humanidades y de las Ciencias Sociales. Es más, en muchos aspectos, son imprescindibles su instancia y presencia. Basta recordar a un conjunto de autores cuya producción influyó decididamente en el afianzamiento de las representaciones culturales: Robert Mandrou, Mijail Bajtin, Lynn Avery Hunt, Peter Burke, Guglielmo Cavallo, D. F. McKenzie, Carlo Ginzburg, Anthony Grafton, Robert Darnton, Armando Petrucci, Walter Ong.
A lo largo de su amplia producción, Roger Chartier, con cada nuevo título, ha profundizado y ampliado, en particular, este nuevo sesgo histórico que se caracteriza por estar inmerso en la esfera de las apropiaciones de los lectores. Donde se establece una puja creadora o coloquio intenso entre la producción del autor y el texto capturado en el momento de leer. Como él lo ha señalado en numerosas ocasiones los discursos de los libros se caracterizan por su don, casi misterioso e inefable, de mutar en las manos de los hombres. Una mutación que también tiene que ver con una idea de índole kantiana: la influencia del espacio y del tiempo en los ámbitos manuscritos e impresos. La autoría, esa especie de gestación de muchos y no unívoca (el escritor, el impresor, el editor, el corrector, el lector) es, en definitiva, una producción coral y orquestal, maleable y móvil. Más próxima a la polifonía de una sinfonía que a la soledad de un intérprete y que, por añadidura, tiende  a transformarse cuando es manipulada por la dimensión espacio-temporal. Un cambio continuo y discontinuo a la vez, que reformula y funda nuevas lecturas y nuevos textos en la esquiva urdimbre de las palabras.
Inscribir y borrar constituye un afinamiento sutil de esta mirada tipográfica entre los elementos que unen a lo textual con la literatura. El libro, estructurado en siete capítulos que, en apariencia, pueden abordarse en forma independiente, está ligado por varios temas de vital importancia para la Historia de Cultura: la memoria o el olvido de aquello que se escribe y se lee, los usos materiales de la producción de las obras y su impronta de época insustituible y única, la búsqueda del texto ideal o de sucesivos textos, y la reflexión de los escritores (diríamos la imperiosa necesidad) por incluir en sus obras la circunstancia impresa que les ha tocado vivir.
Un conjunto de temas que se plantean, entre otros, en el contenido siguiente de Inscribir y borrar: Introducción: misterio estético y materialidades del escrito; I. La cera y el pergamino: los poemas de Baudri de Bourgueil; II. Escritura y memoria: el «librillo» de Cardenio; III. La prensa y las letras: Don Quijote en la imprenta. IV. Noticias manuscritas, gacetas impresas: Cymbal y Butter; V. Libros parlantes y manuscritos clandestinos: los viajes de Dyrcona; VI. El texto y el tejido: Anzoletto y Filomela; VII. El comercio de la novela; y Epílogo: Diderot y sus corsarios.
¿Pero qué es lo que ha querido abordar en esta ocasión Roger Chartier? No es necesario detenerse en la variedad de asuntos y complejas relaciones que nos presenta. Sin embargo, algunos tópicos son insoslayables para comprender la construcción teórica y, además, práctica, que ha realizado Chartier para dotar de un modelo interpretativo a la Historia de la Lectura. En primer lugar, acaso la incertidumbre mayor en esta clase de estudios, los problemas de las fuentes que deben rastrearse para reconstruir esa Historia en una época determinada. No alcanza con identificar listados cuantitativos sobre la producción editorial de la imprenta, o la distribución de los libros según los segmentos sociales, o la posesión de las bibliotecas por particulares, o los registros de préstamos de las bibliotecas circulantes o los gabinetes de lectura.
En Inscribir y borrar las fuentes originales son las propias producciones literarias. Es decir, la inserción del circuito de generación textual por parte de los autores. Chartier apela en estos ensayos a la construcción de una metahistoria de la lectura literaria. Tal el caso de lo acontecido a Don Quijote en la imprenta de Barcelona (Cap. III), donde confluye la realidad tipográfica de ese entonces con el relato cervantino; o las peripecias de las gacetas manuscritas e impresas en la comedia The Staple of Newes, de Ben Jonson, en la que se entrecruzan los diversos modos y usos de la civilización escrita y el fenómeno de los enfrentamientos entre redactores de noticias e impresores de gacetillas (Cap. IV); o la maravillosa aventura viajera en los États et Empires de la Lune et du Soleil, de Cyrano de Bergerac, en la cual «se despliega un imaginario del escrito cómico, crítico y nostálgico a la vez» (Cap. V). De modo que la ficción, replegada sobre sí misma y ante su imagen especular, instala y fomenta, gracias a los propios creadores, una vívida representación de la escritura, la lectura y los medios de producción textuales en cada período abordado. En este contexto, la finalidad de Chartier se torna propiciatoria para ampliar los modos de acceder a la «cultura gráfica» esbozada, con anterioridad, por Armando Petrucci. Nos referimos al intento, y por qué no, a la aventura, de desentrañar los medios y procedimientos que emplearon algunos autores para apropiarse de la «cultura gráfica» de su tiempo. Un proceso único y distinto en cada recreación ficcional de esa civilización impresa. Donde los vínculos entre el texto y sus diferentes materialidades manifiesta y patentiza la elaboración comunitaria y grupal de una obra. Donde se establece una especie de juego laberíntico entre lo inmaterial del fluir de las letras y su corporeidad en el momento de fijar los textos como objetos destinados, además y por sobre todo, a un último fin: su manipulación por los lectores.
Pero este marco interpretativo y teórico, que gira en torno a la duplicidad del discurso como objeto y como abstracción, y que inequívocamente requiere de una afanosa búsqueda de su presencia en las obras literarias, se encuentra delimitado por una azarosa encrucijada: ¿cuáles son los escritos destinados a la memoria o al olvido? Esa pugna que se identifica entre lo que perdura fijado en un soporte y aquello que, en su sino fatal, desaparece. El texto surge así en su faceta «incontrolable», en su propiedad que lo manifiesta como un ente vivo y desmesurado, condenado a lo momentáneo, a lo instantáneo del presente que lo devora o a la supervivencia debido a su capacidad de adaptación en la instancia de decidir «lo substancial» de su fijación. En este punto Roger Chartier establece una de las principales intencionalidades de su contribución: «Son las relaciones múltiples entre inscribir y borrar, huellas duraderas y escrituras efímeras, las que este libro querría elucidar, ocupándose de la manera en que entraron en la literatura a través de algunas obras, que pertenecen a diferentes géneros, a diferentes lugares, a diferentes tiempos» (p. 9).
Ese destino de los escritos pautados por la duración y lo efímero de sus materias es abordado por Chartier, también en el campo literario, en las tabletas de cera que utilizó Baudri de Bourgueil, en la Edad Media, para la elaboración de sus poemas (Cap. I); o en el caso del famoso «librillo de memorias» de Cardenio en El Quijote, un objeto de escritura hoy casi olvidado pero que provisto de una capa de betún o barniz servía para redactar textos que luego eran trasladados a otras superficies más durables (Cap. II). Así, diversos elementos de la redacción perecedera resurgen al releer las obras literarias que los citan, en una variedad de soportes cuya visibilidad supera los márgenes del destiempo. Su resurgimiento, en definitiva, plantea un viejo y actual problema: la imbricación selectiva y el descarte de los registros culturales.
Empero, el libro de Chartier nos depara otra sorpresa en la reconstrucción de la «cultura grafica»: la presencia «de las numerosas metáforas que designan el escrito» (p. 16). No es suficiente desentrañar el mundo de la escritura y la lectura en la medida de la dinámica de sus abstracciones y materialidades, signadas por las técnicas de multiplicación. Es necesario recurrir, entonces, a las representaciones metafóricas del universo que encierran algunas obras. Tal el caso, en especial, de la última comedia veneciana de Goldoni, Une delle ultime sere di Carnovale (Cap. VI), donde la composición del texto, su publicación o representación, «puede ser pensada en sus correspondencias con las diferentes etapas del diseño, la fabricación y la venta de las telas» (p. 16). Se establece, por consiguiente, una íntima compenetración alegórica entre el texto y el tejido, como una conjuración entre las palabras y sus alusiones solapadas. O el caso identificado también con la «comparación pictórica» que para Denis Diderot fue la clave de la enorme difusión de las novelas de Richardson, en las que una sucesión de «cuadros» llevaron a los lectores a establecer un nuevo vínculo entre su emotividad y las imágenes del discurso narrativo (Cap. VII).
De modo que los diferentes capítulos o ensayos que conforman Inscribir y borrar, tomando el símil del tejido, se encuentran estructurados por una tenue trama que los liga unos con otros, en un ritmo prosódico que deslumbra y descubre nuevos (y viejos) motivos para reconstruir la Historia de la Cultura en el seno de las obras literarias. La narratividad, en su giro original de documento de primera mano, nos permite vislumbrar la visión aprehensiva de la cultura escrita e impresa que tenían los creadores al redactar sus obras. La ficción coadyuva a recrear situaciones que estaban olvidadas, pero no perdidas. Además, nos permite rescatar la condición furtiva y caduca de muchos soportes de escritura ya desaparecidos. Y de ese tumulto parecido a un dédalo, donde confluyen los infinitos modos de escribir y leer, casi inesperadamente, emergen los propios recursos de la literatura para trazar el texto: la irrupción de la metáfora como cosmos gráfico que ya impregnaba la sociedad y su vida cotidiana.
En cierto sentido, este lúcido y sugerente libro de Roger Chartier, constituye un nuevo repliegue inexplorado de la historia de las prácticas escritas y lectoras. Un impulso vital que apunta a hallar en los discursos del relato, como ocultos en sus propias circunvalaciones, y al trasluz de un profundo escorzo del lenguaje, todo aquello que puede estar borrado para nuestra realidad pero que palpita en los senderos textuales. Una feliz revelación que nos ha sido deparada por el autor y que nos lleva a meditar, en el umbral del vértigo actual, si  acaso nuestros artefactos virtuales y electrónicos no correrán una suerte similar.

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