SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue19Paul Otlet, forgotten forefather: A review II. Technological and international aspects author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

  • Have no cited articlesCited by SciELO

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Información, cultura y sociedad

Print version ISSN 1514-8327On-line version ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.19 Ciudad Autónoma de Buenos Aires July/Dec. 2008

 

Algunas reflexiones relacionadas con el sentido (o sinsentido) de la investigación

Some thoughts related to the sense (or senseless) of research

Pedro Falcato

«...ojo que no mira más allá, no ayuda al pie..»
«...ojo que no mira más acá tampoco fue...»
«...ojo puesto en todo, ya ni sabe lo que ve...»
«...óyeme esto y dime, dime lo que piensas tú.
Silvio Rodríguez. Fábula de los tres hermanos.

«…Life ...is a tale / told by an idiot, full of sound and fury,/  signifying nothing.»
William Shakespeare. Macbeth.

«There are more things in heaven and earth, Horatio, /
 than are dreamt of in your philosophy.»
William Shakespeare. Hamlet.

La metodología de la investigación tiene una importancia fundamental para toda ciencia. Pero, más allá del cómo, otras preguntas rondan a los investigadores más sigilosamente, como si fuesen cazadores al acecho. ¿Para qué?, ¿para quién?, ¿qué es lícito hacer cuando los procesos de investigación o sus resultados afectan a otras personas?
Con respecto al para qué, he escuchado con frecuencia argumentos referidos a la necesidad de sostener y desarrollar actividades de investigación con el fin de garantizar el futuro de la profesión bibliotecaria, proporcionándole sustento teórico y posibilidades de adaptación a los cambios sociales y tecnológicos que se producen de manera acelerada.
Sin embargo, no me referiré a respuestas de ese tipo, centradas en el sostenimiento de nuestros intereses como corporación. Aunque son perfectamente válidas, me interesan aquí otras que se apoyan en visiones más abarcadoras, dado que las actividades que desarrollamos, como en cualquier otro campo de acción y pensamiento, se desenvuelven dentro de un mundo complejo donde las decisiones suelen tener consecuencias que afectan de manera no despreciable a otros sectores sociales.
En la realidad la información se trama, se relaciona y se solapa con la cultura y con la sociedad, tal como se expresa gráficamente en las tres letras entrelazadas que conforman el logotipo de esta revista.
Aunque esas cuestiones siempre me inquietaron, recientemente diversos motivos me han llevado a reflexionar con mayor detenimiento acerca de algunas de esas realidades, principios y raíces que originan, enmarcan, nutren y orientan la investigación.
Unos meses atrás, por ejemplo, una prestigiosa investigadora -que no se dedica a la Bibliotecología- me aconsejaba que, en un proyecto que yo estaba presentando, omitiera toda referencia directa o indirecta al deber-ser de su disciplina, porque sería motivo de interminables discusiones con otros de sus colegas. Creo conveniente contextualizar lo antedicho, aclarando que en mi escrito no se mencionaba explícitamente ese tema, sino que a partir de cierta acepción de un par de adjetivos se podía llegar a interpretar que existía alguna relación con él.
Dicho consejo, que sinceramente agradecí porque estaba orientado a evitarme problemas con aspectos marginales de mi trabajo, también hizo que me preguntara por qué a veces los asuntos de ese tipo son evitados tan cuidadosamente. Hallar una respuesta convincente no me resultó fácil; de hecho sé de boca de esa misma persona que prefiere llevar adelante investigaciones que puedan servir como herramientas para la transformación de la realidad social,  no sólo como instrumentos para su conocimiento.
Por otra parte, permítaseme retomar una referencia que mencionó Susana Romanos de Tiratel en el editorial del número 18. Se trata de unas declaraciones  formuladas a principios de este año por el Ministro de Ciencia y Tecnología.  En esa ocasión el Dr. Barañao manifestaba: «estoy tan acostumbrado a la verificación empírica de lo que digo, que a veces los trabajos en ciencias sociales me parecen teología» [sic] (Barañao, 2008).
Esas palabras han sido impugnadas pública y privadamente por su ligereza. Pero también podrían dar lugar a que nos  preguntemos por qué el Ministro usó como elemento de comparación a esa disciplina. Teniendo en cuenta los argumentos que se manejan en diversos círculos de la ciencia y del pensamiento, así como el contexto del reportaje, podríamos suponer que ha querido que se entendiera como un señalamiento a una actividad no científica, que se ocupa de supuestos o convicciones no comprobables. Sin embargo, yendo un poco más allá y corriendo cierto riesgo de incurrir en interpretaciones forzadas, me pareció interesante  observar que él hubiera seleccionado para intervenir en ese juego de palabras un tipo de reflexión que intenta abordar algunos aspectos de los fundamentos de la realidad, valores, posibles normas para la vida.
No deja de ser llamativo, en relación con eso, que en otro tramo de la misma entrevista el Dr. Barañao opinara que «...el científico debe asumir su compromiso social» (la misma frase que fue elegida por los periodistas como título de la publicación). Una buena pregunta sería por qué debe asumirlo, y si es válido que ese compromiso sea de cualquier tenor o debe tener unas características más o menos establecidas.
Como segundo ejemplo, hubo también durante 2008 otra mención a la divinidad en una serie de noticias de bastante resonancia pública, relacionadas con el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) que ha construido CERN cerca de Ginebra. En muchas de ellas se utiliza el mote «partícula divina»  para referirse al bosón de Higgs, cuya existencia aún no ha sido comprobada pero que teóricamente dotaría de masa a otras partículas elementales.
Esa  expresión fue acuñada hace 15 años por el Premio Nobel Leon Lederman, y usada en el título de uno de sus libros de divulgación (Lederman y Teresi, 1993). En el contexto del uso de esa frase, creo vislumbrar factores comunes con lo antedicho.
No son infrecuentes las alusiones de ese tipo, que he escuchado en diversas circunstancias de boca de científicos y siempre llaman mi atención, aun teniendo en cuenta que en muchos casos son peyorativas, dichas en tono de broma, de desafío o supuestamente folclórico.  En nuestras representaciones de la realidad o en nuestro imaginario, según las ideas, creencias o dudas de cada uno, la mención de lo divino tiene connotaciones relacionadas con orígenes, normas y leyes, con la posible necesidad o negación de la existencia de lo incondicionado.
En último término, pondré como ejemplo un caso que me tocó vivir hace poco tiempo, ya que sirve para ilustrar ciertos tipos de situaciones que seguramente resultarán reconocibles para los lectores.
Tuve la oportunidad de participar en un seminario, junto con profesionales de otras disciplinas que estaban llevando a cabo distintos proyectos de investigación científica, y percibí en todos los asistentes -incluyéndome- una actitud de suma cautela expresiva cuando las conversaciones se aproximaban a ciertos temas, justamente a esos temas que involucran los fundamentos más hondos de nuestras opciones de trabajo y de vida, que se relacionan con convicciones, ideologías o creencias.
Se notaba que entre nosotros había una variedad de posturas con respecto a esos asuntos, los cuales evidentemente nos interesaban de manera personal. Pero aunque nuestros abordajes podían no ser incompatibles, probablemente el temor a desatar conflictos nos impulsaba a ponerlos entre paréntesis.
Esa actitud de reserva estaba presente casi siempre en las reuniones. En general preferíamos expresarnos empleando conceptos y categorías que no daban lugar a mayores enfrentamientos, de un modo que podría calificarse como políticamente correcto considerando la composición académica, social e ideológica del grupo.
Sin embargo, en un momento se produjo un hecho curioso. Se estaba haciendo una crítica grupal a ciertos discursos pretendidamente correctos en el ámbito de la praxis educativa, dado que en ocasiones se utilizan para embellecer u ocultar cosas que se prefiere no sacar a la luz, aunque afecten en sumo grado a las personas y a las sociedades. En ese momento uno de nosotros, después de haber expuesto argumentos de peso que fundamentaban la reprobación de esas prácticas señaló: «cuidado, porque también en …[y dijo el nombre de su profesión, a la cuál pertenecía también la mayor parte de los asistentes] hay un discurso correcto». Recuerdo que todos sonreímos de manera cómplice, y en seguida pasamos a otro tema.
Es posible hallar muchos ejemplos de esos discursos supuestamente correctos, que se emplean con abundancia no solo en diversos sectores de la sociedad en general, sino aún en ámbitos profesionales y científicos, entendidos como conjuntos de personas reales en entornos concretos. Incluso es frecuente el rechazo de quienes se apartan de esas líneas de argumentación preaprobadas.
Tales conductas espurias, más allá de sus aspectos negativos para la libertad de pensamiento, parecen imponerse debido a que facilitan cierta cohesión grupal y producen una apariencia de aceptación mutua. Pero es muy dudoso que sea realmente correcto dar por sentado que de determinadas cosas no se habla, sobre todo si se trata de algo tan fundamental como aquellos principios que condicionan las características o la propia existencia de la investigación.
En ese campo no son baladíes algunas preguntas que han desvelado a muchos filósofos formados y también a muchos profanos,  referidas a problemas que son inabarcables por su magnitud o por su complejidad. ¿Tiene sentido nuestra vida? ¿Si no tiene sentido, para qué trabajamos, para qué adoptamos una profesión de servicio? En caso de haber un sentido,  ¿lo construye cada uno, lo construimos socialmente, nos es dado de alguna manera?
No es posible contestar dichos interrogantes de manera definitiva. Pero ese hecho no disminuye la importancia de plantear las preguntas adecuadas, y de buscar las mejores respuestas provisorias que la observación de la realidad, la reflexión, nuestros conocimientos previos y nuestra experiencia del momento nos permitan lograr.
Seguramente la resistencia al tratamiento abierto de estos temas, que se observa de manera particular en ciertos ámbitos académicos donde coexisten distintas líneas de pensamiento, creencias o posturas políticas, se debe en buena medida a que en nombre de grandes principios rectores se han cometido muchos atropellos y atrocidades a lo largo de la historia. Justamente porque se trata de asuntos cuya interpretación, aceptación o rechazo son trascendentales para nosotros, con demasiada frecuencia se los ha utilizado como instrumentos para el sometimiento y la represión de personas, grupos o pueblos completos, pretendiendo quienes se presentaban como sus administradores acumular un enorme poder.
En términos un poco más domésticos, también es cierto que la mayor parte de la gente prefiere evitar enfrentamientos o discusiones de tono más o menos fuerte, y sabemos que el planteamiento directo o indirecto de lo que quizás deba ser, de lo bueno, de lo malo, de lo mejor o lo peor nos involucra de manera tan radical que en muchos casos hablar sobre ello despierta pasiones y enfrentamientos situados más allá del debate racional.
Si tuviese que guiarme por lo que he visto en mi vida, diría que una transgresión de los límites del discurso políticamente correcto sobre los fundamentos de la profesión o de la ciencia suele ser aceptada con calma entre amigos, o bien  en ambientes donde los participantes tengan un alto grado de unanimidad de criterios, pero no tanto en ámbitos plurales.
Aun en muchas ocasiones en las que se niega el reconocimiento de su influencia, dichos asuntos afectan las decisiones que se toman dentro de espacios académicos, y eso  frecuentemente tiene consecuencias que van en contra de lo que en general consideraríamos aceptable dentro de la actividad científica. Por ejemplo, opciones de investigación cuya justificación profunda se omite y que terminan pareciendo antojadizas; valorizaciones, desvalorizaciones, imposiciones o conflictos cuyas raíces ideológicas no son puestas de manifiesto y que por lo tanto no encuentran vías de solución racionales, etc.
Creo que es muy importante explicitar las diversas posturas que haya en un determinado conjunto de investigadores con respecto a estos temas, sea que acepten algún tipo de marco de referencia o no. Alguien podría argumentar, por ejemplo, que esos encuadramientos son inútiles y arbitrarios, porque la vida es ese caos que Macbeth describe y que aparece como uno de los epígrafes de este editorial. Entonces, cualquier opción tendría en principio igual valor que otra, y las diferencias serían puramente arbitrarias.
Sin embargo, creo no equivocarme si digo que tanto en el ámbito de lo cotidiano como en el de lo académico, comúnmente se piensa, se siente y se procede como si esos valores tuviesen un grado no despreciable de objetividad o de intersubjetividad. Me parece interesante no coartarnos la posibilidad de reflexionar abiertamente sobre esto.
Muchos científicos sociales acuerdan con la 11ª Tesis sobre Feuerbach y sostienen que de lo que se trata es de transformar el mundo, en vez de investigar desde una torre de marfil.  También desde otras posturas ideológicas se pretende que las influencias de la investigación sobre la realidad no se produzcan de manera aleatoria, sino en pos de objetivos que se estiman deseables o necesarios. La determinación de esos objetivos ¿de quién o de qué depende, cómo se hace? ¿Es la propia actividad científica capaz de establecerlos?
No ocuparnos de esas cuestiones nos dejaría a la corta o a la larga vegetando en una anomia creciente. Creo notar con bastante claridad que quienes han sido educados o se han formado voluntariamente a sí mismos teniendo presentes algunos de esos principios, aunque luego cambien de ideas o  prefieran omitir las referencias públicas a ellos, en general los han internalizado en mayor o menor grado y visualizan un marco de referencia, aunque no lo consideren el mejor imaginable o incluso decidan no tenerlo en cuenta para orientar sus acciones.
Pero quienes no han pasado por un proceso de formación que tuviese en cuenta dichos elementos, muchas veces no generan esas referencias mentales. Eso podría ser  positivo si diese lugar a una construcción personal novedosa, menos basada en preconceptos. Sin embargo, tengo la impresión de que en la mayor parte de los casos no se producen construcciones de esa clase. Por lo general, del ocultamiento social del debate sobre esos elementos fundamentales se desprende una enseñanza diferente: que tales temas son problemáticos e inconducentes; que les tenemos miedo y por algo será; que dan lugar a la hipocresía o a la agresión.
Debido a lo antedicho, no son pocos los jóvenes que rechazan asumir postulados ajenos supuestamente definitivos que aceptaban las generaciones anteriores, pero tampoco intentan hallar caminos propios a través de respuestas provisorias que les permitan seguir desarrollándose como personas e investigadores.
Si a esto le sumamos otros fenómenos como el aumento de la fragmentación informativa debido al creciente predominio de ciertas modalidades tecnológico-sociales de comunicación, concluiremos que algunas perspectivas de desarrollo que presentamos involuntariamente como modelo a las nuevas generaciones de investigadores resultan preocupantes.
Hay que asumir la parte de responsabilidad que toca a cada uno, no podemos vivir pensando que no tenemos nada que hacer con respecto a nuestro destino (individual y/o colectivo).
Creo que, en estas circunstancias, es necesario habilitar una posibilidad de debate racional acerca de lo que debería ser la actividad de investigación. Coincido con quienes piensan que en asuntos tan delicados, nadie tiene autoridad para imponer  a otros respuestas de valor absoluto e indudable, y que si alguien pretende hacerlo se arroga unas facultades y una sabiduría que seguramente no tiene.
Tampoco un consenso intersubjetivo que pudiese alcanzarse sobre estos temas tendría carácter de verdad inamovible y acabada, aun cuando se lo utilizara como marco para regular las actividades que se realicen. Pero a pesar de todo reitero también que, a mi juicio, esas reflexiones y debates son necesarios.
Me parece muy valioso rescatar la importancia de una actitud socrática, de concienciar nuestra ignorancia, no sólo nuestro saber. Hay circunstancias de la vida, incluso algunas de las que enmarcan la investigación científica, en las cuales las estructuras preconcebidas y los métodos tienen sólo un valor  relativo.
Como ejemplo me viene a la memoria aquella canción de los tres hermanos compuesta por Silvio Rodríguez, de la cual he citado algunos versos al comienzo. Allí aparentemente ninguna de las opciones sirve para que ellos lleguen al destino que se han propuesto. No creo que el poeta se  refiera a la imposibilidad de lograrlo, sino más bien a las paradojas de la vida y a que para ciertas cosas muy importantes no alcanzan las recetas. Esta última observación, generalmente tenida por válida dentro del campo de las ciencias y su metodología, es aplicable también en los ámbitos más amplios del pensamiento que dan sustento al desarrollo de dicho campo.
Quizás podamos alcanzar nuestros objetivos si, en vez de creer que sólo podemos optar por una renuncia a los principios o por la consolidación de una estructura de fundamentos rígida, adoptamos una actitud razonablemente humilde, de apertura a la realidad, de revisión de nuestros preconceptos y de búsqueda.  Quizás sea posible en algunos casos progresar en el compartir entre diversas visiones ideológicas, filosóficas o religiosas, generando un ambiente de respeto, y aprender unos de otros, asumiendo consensos y disensos aun cuando creamos que nuestras ideas son mejores que otras. He escrito este editorial en primera persona; evidentemente mis dudas, reflexiones y conclusiones provisorias no tienen un valor especial por ser mías, pero de todas maneras me sentí impulsado a compartirlas explicitando su alto grado de subjetividad; tal vez porque espero que se me disculpe el tono por momentos poco académico. Es probable que yerre en buena parte, quizás en todo. Tengo presente que no hay acuerdo sobre si hay o no una Verdad con mayúscula, aunque debo aclarar que creo leer en la realidad que sí existe. Pero no me resulta verosímil que alguien se la pueda apropiar definitivamente, y menos que sea capaz de transmitirla a otros de la misma manera en que se entrega un paquete.
Para terminar reitero que a mi parecer en estos asuntos, como en tantos otros aspectos de la vida, más importante que intentar tener todas las respuestas es compartir ideas y experiencias, mantener el intelecto y los sentidos abiertos, reflexionar para conformar un buen conjunto de preguntas, y ejercer la voluntad para continuar el intento de contestarlas.

Referencias bibliográficas:

1. Barañao, José Lino. 2008. Los científicos deben asumir su compromiso social. Entrevista por Nora Veiras y Leonardo Moledo. En Página/12. 7 de enero. <http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-97152-2008-01-07.html>  [Consulta: 2 noviembre 2008].        [ Links ]

2. Lederman, Leon and Dick Teresi. 1993.The God particle : if the Universe is the answer, what is the question? Boston, Mass.: Houghton Mifflin.         [ Links ]

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License