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Información, cultura y sociedad

Print version ISSN 1514-8327On-line version ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.20 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./June 2009

 

ARTÍCULOS

Para un catálogo atractivo: libros y políticas editoriales para las bibliotecas populares. La propuesta de Domingo Faustino Sarmiento

For an attractive catalog: books and editorial policies for popular libraries. The proposal by Domingo Faustino Sarmiento

Javier Planas

Departamento de Bibliotecología, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata. Calle 48 entre 6 y 7, 5º piso. 1900 La Plata, Argentina. Correo electrónico: planasjavier@yahoo.com.ar

Resumen: Se expone una hipótesis de trabajo para abordar el estudio de los escritos de Domingo Faustino Sarmiento sobre las bibliotecas populares. En ese contexto, el presente ensayo explora una cuestión específica: ¿qué libros para las bibliotecas populares? A través de un análisis crítico de los textos del autor, se intenta mostrar que los lineamientos que perfilan las características de las colecciones de estas instituciones deben identificarse en los vínculos que mantienen los múltiples núcleos temáticos analizados por Sarmiento, a saber: el examen del comercio y la industria del libro en América, la organización de proyectos editoriales, la toma de posición frente a la lectura de novelas, entre otros. A partir de un artículo concreto, se describe la manera en que Sarmiento entiende la relación entre los lectores y las lecturas en el contexto específico de una biblioteca popular. En un balance final, se realizan dos observaciones. Primero: la elección de lecturas no es una prescripción aislada, sino un complejo de observaciones sobre la presencia del libro y la lectura en América Latina, especialmente en Chile y en la Argentina. Segundo, el autor apela a la constitución de un catálogo capaz de atraer a los lectores. Esta finalidad, es prioritaria en su proyecto.

Palabras claves: Sarmiento, Domingo Faustino; Bibliotecas Populares; Historia del Libro; Historia de las Bibliotecas; Historia de la Lectura.

Abstract: It is shown a work hypothesis to study the writtings by Domingo Faustino Sarmiento about popular libraries. In this context, the present essay is centered in a specific question: what books for popular libraries? Through a critical analysis of the author texts, it is intended to show that the lines which define the characteristics of the collections of that institutions must be sought in the ties maintained by the multiple thematic nucleus analyzed by Sarmiento, that is: the examination of the trade and industry of  books in America, the organization of editorial projects, his position about reading novels, among others. From a concrete article, it is described the way in which Sarmiento conceives the relationship between readers and the readings in the specific context of a popular library. In the final conclusion, two observations are made: firstly, the selection of readings is not an isolated prescription, but a complex of observations about the presence of books and reading in Latin America, specially in Chile and Argentina. Secondly, the author appeals to the elaboration of a catalog capable to attract the readers. This objective is a priority in his project.

Keywords: Sarmiento, Domingo Faustino; Popular libraries; Books History; Libraries History; Reading History.

Artículo recibido: 03-04-09.
Aceptado: 04-06-2009

Introducción

Con motivo del cincuentenario de la muerte de Sarmiento, la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares reunió en un volumen los trabajos «más sustanciosos» del autor -como sugiere Juan Pablo Echagüe en la advertencia preliminar-, sobre las bibliotecas populares. Doscientas cuarenta y dos páginas componen el libro que recompila numerosas y disímiles intervenciones: artículos periodísticos, ensayos, correspondencias, conferencias y discursos parlamentarios que se dispersan diacrónicamente en la tarea intelectual del sanjuanino. Páginas selectas de Sarmiento sobre bibliotecas populares (Sarmiento, 1939) permite observar de manera directa esta constante preocupación sarmientina que, de otra manera, se vuelve invisible en la densidad de sus Obras Completas, de allí su importancia.
Una segunda comprobación emerge de la lectura de este libro: la propuesta del autor para organizar bibliotecas populares no es una iniciativa aislada de otros factores; todo lo contrario, el proyecto se sustenta en un complejo entramado de distintos y múltiples núcleos temáticos. Como hipótesis de trabajo, puede sugerirse que estos escritos de Sarmiento forman un programa sistemático de largo alcance en el que las bibliotecas populares se constituyen como una red que relaciona la planificación y la organización de políticas y empresas editoriales, la enunciación de propuestas de lectura, la expresión de proposiciones filosóficas, éticas y morales, la sanción de leyes y de reglamentos, y la consolidación de la esfera pública, entre otros elementos. La producción discursiva que los ordena tiene un objetivo específico: contribuir en la formación de un amplio lectorado (democratización de la lectura) como parte de las estrategias de modernización y consolidación del Estado-Nación argentino, a partir de la segunda mitad del siglo XIX.1
Así presentado, el abordaje propone una revisión crítica de los textos del autor sobre la base de dos grupos de problemas: de un lado, los referidos al público lector en el que Sarmiento piensa para las bibliotecas populares; de otro, los vinculados a la manera en que los elementos enunciados construyen, en sus mutuas dependencias, la lógica de funcionamiento de estas instituciones.
Los ejes precedentes no se alejan del conjunto de temas que en la actualidad abordan los estudios culturales e históricos sobre el libro, la literatura, los autores y los lectores. De manera general, las líneas fundamentales de este campo pueden encontrarse en los aportes de Roger Chartier (1999 [1995], 2005 [1992], 2008) y Robert Darnton (1993, 1998 [1987], 2003). En América Latina, la recepción de estas perspectivas críticas se manifiesta con notoriedad en la proliferación de investigaciones que en la Argentina, Brasil, Chile y México se ocupan de los públicos lectores, de las bibliotecas, de las de figuras autorales y de la producción y circulación de los libros, especialmente entre las últimas décadas del siglo XVIII y los primeros decenios del siglo XX (Sancholuz, 2007). En nuestro país, además de los trabajos clásicos, como el de Adolfo Prieto (2006 [1988]) o el de Julio Ramos (2003 [1989]), cabría destacar, a título de ejemplo, las contribuciones que recientemente hicieron Graciela Batticuore (2005, 2007), Alejandro E. Parada (2002, 2007, 2008), Sergio Pastormerlo (2006, 2007), Susana Zanetti (2002) y Héctor Rubén Cucuzza (2002).
En este contexto, procuramos analizar la manera en que Sarmiento buscó darle respuesta a un problema esencial de la organización de las bibliotecas: ¿qué libros para las bibliotecas populares? Para el autor, esta pregunta lleva implícita una faz operativa: ¿cómo obtener los libros? Entre los análisis sobre el tema y las propuestas fácticas, Sarmiento elabora una compleja red que incluye distintos tópicos: críticas a la producción libresca en lengua española, visiones sobre el comercio y la industria del libro en América, consideraciones sobre la necesidad de traducir obras extranjeras, iniciativas editoriales y la toma de posición frente a la lectura de novelas, entre otros. Describir la forma en que se articulan estos aspectos en torno a las bibliotecas es el segundo propósito de este artículo.
Una vez finalizado este itinerario, nos detendremos en un texto en el que el autor brinda una serie de recomendaciones sobre los criterios que el bibliotecario (en rigor, la persona o comisión encargada de la biblioteca) debiera tener en cuenta para formar y ampliar la colección de la biblioteca. Situado en un contexto específico, Sarmiento organiza esas orientaciones sobre la relación que, según su perspectiva, mantienen los libros, los lectores y la lectura.
Una aclaración sobre el uso de las fuentes. Con el objeto de facilitar la lectura, el lector encontrará que la referencia bibliográfica a los escritos de Sarmiento está compuesta por autor y fecha de edición del texto utilizado, seguido de la cita original de aparición. Los artículos utilizados en este trabajo pertenecen a la edición que Luz del Día hiciera de Obras Completas (1948-1956), con excepción de Instrucciones sobre educación (1874), que corresponde a la versión de su primera publicación. Para este último caso, la referencia será autor-año. Finalmente, en el Anexo I se consignan los datos bibliográficos de las fuentes empleadas, organizadas por orden de citación en este artículo.

Libros para las bibliotecas populares: problemas, análisis y propuestas

Al revisar la obra de Sarmiento sobre las bibliotecas populares, Sabor Riera (1975) constata que el sanjuanino se ocupó más del libro que de las propias bibliotecas. Efectivamente, en el conjunto de escritos sobre el tema se puede apreciar el despliegue de una nítida visión sobre la posición del libro en América Latina, particularmente en Chile y en la Argentina. Bernardo Subercaseaux (2000), en Historia del libro en Chile (Alma y Cuerpo), formuló una interesante y convincente tesis sobre el tema:

Sarmiento, como ningún otro pensador del período 1840-80, percibió el carácter dual del libro y las complejas relaciones entre su valor de uso y su valor de cambio; entre su dimensión sociocultural (como vehículo de conocimiento, de ideas y educación) y su dimensión económica (como objeto que se fabrica, se vende, se exporta, se importa y se consume) (Ibíd.: 63).

El especialista chileno sostiene su trabajo mediante una elaborada selección de artículos y en el desarrollo de una sólida síntesis de la mirada de Sarmiento sobre el libro. Tomaremos como referencia el itinerario propuesto por Subercaseaux, intentando profundizar en los puntos pertinentes a nuestro interés.  
En «Biblioteca Americana», (Sarmiento, 1948-1956, 12: 239-243; La crónica, 16 de diciembre de 1849), Sarmiento señala tres tipos de textos que pueden ser adquiridos con facilidad en el mercado chileno: los tratados de educación, sustentados por un aparato educativo en continuo desarrollo; las novelas y los diarios, favorecidos por un lectorado que comienza a consolidarse transcurrida la primera mitad del siglo XIX, y, finalmente, las publicaciones financiadas por el Estado.2 En párrafo aparte el autor destaca una cuarta categoría: los libros del saber europeo. Recurrentemente Sarmiento se refiere a ellos como libros «útiles», caracterizando así una muy variada gama de textos. Esencialmente es una taxonomía que excluye a las novelas, a los textos religiosos y a los manuales escolares. Un desglose tentativo de los géneros que abarca esta clase estaría comprendido por las obras biográficas y de viajes, los ensayos filosóficos, políticos e históricos, y los trabajos de divulgación científica y técnica (Física, Química, Agronomía, etc.). Esta biblioteca está fuera del mercado. Su introducción requiere, en el análisis del sanjuanino, una prolongada tarea de traducción. 
Mediante la cita textual, Subercaseaux (2000) muestra la forma en que Sarmiento percibió las dificultades en la circulación del libro «útil», ya se trate de las versiones originales o de las traducciones. El escaso público lector era el factor determinante en ese diagnóstico, además de ser la causa de la baja calidad y del alto precio del libro. Aunque jaqueados comercialmente por las mismas razones, en rigor, la traducción y el original no son pensados de la misma manera por el escritor argentino. El capítulo «Los libros» de Educación Común3 y el prólogo a la edición castellana de Exposición e historia de los descubrimientos modernos4 son dos testimonios tangibles.
En «Los libros» hay un énfasis especialmente puesto en analizar la herencia hispánica como la principal responsable de la fragilidad del libro en América Latina. La primera apreciación es sobre el idioma:

¿Tenemos los libros necesarios en nuestro idioma para comunicar a los que lo hablan los conocimientos humanos? ¿Tiénenlos otros idiomas? Sí: el inglés, el francés, el alemán, tienen todos los libros que transmiten el saber, y sólo el español carece de ellos. Estamos, pues, inhabilitados, a causa del idioma que hablamos, para difundir los conocimientos, que quienes los poseen entre nosotros toman de libros de otros idiomas (Sarmiento, 1948-1956, 12: 112; Educación Común, 1855).

La objeción a la lengua se desplaza en dos sentidos: de un lado, se destaca la marginalidad de la producción intelectual en castellano; de otro, se protesta contra la apropiación elitista del conocimiento que este fenómeno supone. Ambas consecuencias se constatan, para Sarmiento, en la pobreza del catálogo que reúne los libros del idioma.
Se sabe, la crítica sarmientina del legado español no se detiene en estos aspectos. En su estudio sobre el tema, Hugo Biagini (1989) sintetiza los tópicos centrales por los que transita dicha crítica (además del idioma): cultura general, caracterología del ser español, Literatura, Artes Plásticas y Arquitectura, Humanidades, Ciencias, Educación, producción libresca, sistema político-económico, Religión y Geografía. Con mayor o menor intensidad estas cuestiones reaparecen en el argumento de «Los libros». Es decir, los antecedentes a los que apela Sarmiento para señalar la necesidad de trabajar sobre un proyecto de traducción que incorpore el saber europeo al americano y que dinamice la industria y el comercio del libro, se sitúan en el marco de una reflexión histórico-cultural sobre el origen y las formas deseables de mediar hacia el progreso, hacia una identidad propia. Hay un pasaje en «Los libros» que funciona como punto de inflexión para escindir entre «nosotros» y «ellos»: «De este tronco [España] nos hemos desprendido nosotros, y nuestra tarea, so pena de sucumbir (...), es dotar al español de libros...» (Sarmiento, 1948-1956, 12: 121; Educación Común, 1855).

La publicación en español de Exposición e Historia de los descubrimientos modernos puede leerse como una manifestación fáctica de las ideas expuestas en «Los libros». Sarmiento traduce y adapta el texto del francés Louis Figuier con el propósito de formar una colección de libros «útiles». El objetivo del emprendimiento se enmarca en el esquema dual propuesto por Subercaseaux (2000): por un lado, se intenta contribuir a satisfacer una necesidad de instrucción; por otro, al inaugurar una serie temática de obras se brinda presencia material a una clase de libros habitualmente relegada por el mercado. 
Recobrando los desarrollos de McKenzie (2005 [1985]), Roger Chartier (2007) ha insistido en la participación de las formas de lo escrito en la construcción de sentidos de los textos.5 Esta propuesta conceptual redimensiona el campo de acción editorial; lo vuelve clave para comprender la historia de la cultura escrita. Ahora nos interesa destacar los tipos de mediaciones editoriales que operaron sobre la versión de Exposición e historia de los descubrimientos modernos preparada por Sarmiento para los talleres de impresión de Julio Belín y Cía.
Traducción y adaptación son dos nociones polémicas y, al parecer, indisociables para comprender el trabajo realizado:

La obra de M. Figuier está en dos volúmenes, lo que traspasaba los límites que para uno solo nos habíamos propuesto. Hemos necesitado, pues, para abreviarla, sin alterar el texto, a más de apretar los tipos y economizar blancos, descartarla de notas explicativas y documentos, como asimismo de detalles minuciosos de menos interés para el lector americano, o bien de antecedentes eruditos que ni ponen ni quitan al fondo del asunto. Con esto y con atenuar de vez en cuando las razones que justifican que tal descubrimiento es francés de origen, contra las pretensiones de ingleses o alemanes, no obstante la imparcialidad del autor, nuestro trabajo se ha limitado a comprender bien la mente de aquel, para poner al alcance del lector nuestro sus conceptos, y poco felices habremos andado si no lo hemos conseguido (Sarmiento, 1948-1956, 12: 224-225; Exposición e historia de los descubrimientos modernos, 1854).

El análisis de Chartier (1999 [1995]) sobre la huella editorial en «los libros azules» opera como una guía. Podemos distinguir tres criterios de intervención sobre el texto de Figuier. Por una parte, se ubican las estrategias que modifican los dispositivos formales o materiales (los tipos, el interlineado, el volumen). Lejos de las aspiraciones estéticas, las necesidades económicas sirven para justificar hasta los cambios más groseros. Por otro lado, el recorte de las notas, de las explicaciones «minuciosas», de los documentos ampliatorios y de las discusiones eruditas sugiere, más allá de las razones especulativas que pesan en los costos de producción, una tarea de adaptación que procura agilizar la lectura del texto. En un sentido amplio, esta operación muestra la significación dada al diseño de un lectorado. La última intervención es netamente intelectual; nos referimos a las «atenuaciones» que actúan sobre las atribuciones de autoridad de los descubrimientos. La diferencia entre la eliminación de fragmentos (que también es una manera de formar lecturas) y esta corrección de contenido está dada por la manifestación explícita del objetivo que fundamenta la acción.    
Con este conjunto de transformaciones formales y reelaboraciones textuales, ¿cómo entender el desempeño de Sarmiento como traductor? Aquí, más que pensar en el clásico ensayo de Walter Benjamin (1967 [1955]), debemos retomar los análisis de Sylvia Molloy (1996). Esto tiene una razón precisa: si bien la traducción resulta central en los artículos en que nuestro autor traza los lineamientos de un programa editorial para promover la instrucción e incentivar el comercio del libro, el trabajo del traductor no se pone en escena.6 
Cuando Molloy analiza la noción de traducción en Sarmiento (la que se manifiesta en Mi defensa,en Recuerdos de provincia y en la interpretación libre del epígrafe que inaugura Facundo), la destaca como una actividad despojada de compromisos éticos por conservar la fidelidad del original. El eje es el sentido, aunque su apropiación resulte heterodoxa.7 La esencia de este modelo prevalece en el propósito de traducción que nuestro autor dice haber seguido con la obra de Figuier: «nuestro trabajo se ha limitado a comprender bien la mente de aquél, para poner al alcance del lector nuestro sus conceptos» (Sarmiento, 1948-1956, 12: 225, el subrayo es nuestro; Exposición e historia de los descubrimientos modernos, 1854). Comprender bien es extraer conceptos (y ninguna otra cosa Sarmiento podría haber volcado en un solo volumen); reunirlos y ordenarlos en un nuevo texto es «vaciar» -el término es del autor- al español los conocimientos que otras lenguas acumulan. Este es el objetivo fundacional del proyecto.

Entre las iniciativas editoriales que Sarmiento escribió, nos interesa trabajar con Instrucciones sobre educación (Sarmiento, 1874), por su filiación pública y por su vinculación con las bibliotecas. Subercaseaux (2000) señala que este texto fue escrito, «probablemente», en 1869. Sin embargo, se puede observar que, si bien pudo ser prefigurado en esa fecha, fue decididamente reformulado, o al menos actualizado, hacia el momento de su publicación, en 1874. La información que se expone sobre la evolución de las bibliotecas populares en la Argentina pertenece al citado año. Esto  muestra, entre otras referencias, la coincidencia existente entre el número de bibliotecas a las que se refiere el autor, más de 150, y las que se registran para ese año en la Memoria del Ministerio de Instrucción Pública, un total de 156.8 El detalle cuantitativo no es irrelevante: el plan de acción asociativo que se pone a consideración de los gobiernos de la América hispanohablante, a través de la intermediación diplomática de Luis L. Domínguez (Ministro Plenipotenciario argentino en Perú), lleva como respaldo la experiencia de las bibliotecas fomentadas por el Estado nacional a partir de 1870, mediante la ley 419.9
Tras las breves palabras introductorias que destacan el valor de la instrucción, los primeros párrafos del mencionado artículo explican los mecanismos organizativos y los resultados promovidos por el sistema bibliotecario implementado en la Argentina. A continuación, se describe una propuesta complementaria para actualizar las colecciones de estas instituciones. Se trata de una gestión realizada por el gobierno nacional que consistió en contactarse directamente con editores europeos y norteamericanos (Hachette y Appleton) para adquirir los libros que estos publicaban en castellano, evitando de esta manera los costos que supone la cadena de intermediarios, por una parte, y volviendo más favorables las condiciones de negociación, por otra.10 Para Sarmiento esta medida solo podía ser una intervención aislada, «... porque es limitadísimo el numero de libros que se producen en español y limitada y circunscripta la de las traducciones que se hacen de los otros idiomas» (Sarmiento, 1874: 6). Analicemos la justificación de esta frase.
En «Notas sobre el Facundo», Ricardo Piglia (1980) manifiesta que para Sarmiento conocer es comparar. Esta manera de entender (y hacerse entender) mediante la construcción de analogías es la estrategia que sigue nuestro autor para mostrar la situación en la que se encuentra el comercio del libro; de un lado, Estados Unidos: un país donde la enorme masa poblacional y los altos niveles de escolarización han propiciado la formación de un amplio lectorado capaz de sostener una sólida industria del libro, que junto con la de Inglaterra, posicionan a la lengua inglesa en los primeros lugares de la producción libresca internacional. En el extremo opuesto, Hispanoamérica: una extensión territorial inasible, deshabitada y dividida en numerosos Estados. Todos comparten un incipiente público lector y la precariedad del mercado del libro. La pregunta es cómo superar los problemas que estos contrastes ponen al descubierto. La respuesta está en el programa sugerido. 
Sarmiento repite que en la Argentina fue posible fundar 150 bibliotecas populares (¡hasta en las «aldeas miserables»!) gracias al esfuerzo público y privado. Sin embargo -reflexiona- esta cantidad no alcanzaría por sí sola para que el gobierno y los asociados puedan afrontar los gastos que demanda la edición de un libro nuevo, porque son tres mil ejemplares los que reclaman como garantía los impresores para poner en movimiento sus prensas. En consecuencia, la actualización de las colecciones queda sujeta a las limitadas existencias bibliográficas que el comercio ofrece. Pero la posición sería diferente si cada país de América pudiera tomar unos trescientos libros. Concretamente, el plan de cooperación -esta es la palabra que utiliza- consiste en comprometer a los Estados interesados para que destinen una suma de dinero anual a este tipo adquisiciones, y a sugerir a los poderes legislativos respectivos la sanción de una ley que propicie la creación de bibliotecas populares en cada aldea o pueblo. La concreción del plan vendría a suplir las exigencias especulativas de los editores extranjeros (ansiosos por extender sus fronteras, pero renuentes al riesgo de una empresa deficitaria) sobre la base de una red continental de instituciones de lectura.11 12 
¿Qué libros compraría esta cooperativa americana? Sarmiento percibe (su paso por Chile le ha dado experiencia en esto) que la elección de los textos será un punto controvertido. Por esta razón, en los párrafos finales del escrito se apresura a definir algunos criterios. Entre ellos, resulta sugestivo el siguiente:

...debemos humildemente reconocer que poco de general aceptación producirían nuestros propios autores americanos. Sería conveniente no tener en cuenta en el compromiso de cooperación las producciones literarias ó de otro género de nuestras propias imprentas por razoues [razones] de conveniencia recíproca, y á fin de evitar que dejenere el esfuerzo en fomento de nuestra literatura etc. (Sarmiento, 1874: 16, el subrayado es nuestro).

¿Cómo comprender este fragmento? En principio debe considerarse este «no tener en cuenta» en el contexto del texto. Luego, hay que poner la frase en el marco general de una trayectoria discursiva. 
Y aun aceptando esta propuesta, ¿de qué manera explicar que una iniciativa que asocia a los Estados de América para difundir libros se plantee evitar a sus propios autores e imprentas? Existe la posibilidad de recorrer el camino de las suspicacias: aludimos a la insistencia de Sarmiento en trabajar con Hachette. Una década más tarde es el propio sanjuanino quien refleja esta circunstancia al comentar que el proyecto fue parado por una Comisión del Congreso, que lo objetó porque «podía ser un negocio del Presidente...» (Sarmiento, 1948-1956, 32: 186; Lectura sobre bibliotecas populares, 1883). Pero este supuesto no conduce a ningún lado.
Una alternativa de interpretación. ¿Cómo podrían eludirse los celos nacionalistas nacidos en el debate por la publicación de una obra o por el uso de una imprenta en particular? (Una hipótesis de conflicto: ¿qué hacer con los autores que son refugiados por un gobierno y perseguidos por otro?). En este sentido, la idea de contratar editores extranjeros y hacer traducir escritores de otras lenguas borraría esta dificultad, aunque sea una salida cuestionable. Sarmiento daría esta respuesta: «Si el alemán produce anualmente ocho mil obras, y el Castellano treinta ó cuarenta hoy, ¿cuántas producirían en más con nuestro pobre estímulo?» (Sarmiento, 1874: 17). Avancemos un poco más.
El concepto de excluir las producciones americanas está presente cada vez que Sarmiento expone su proyecto editorial, el polémico párrafo que trabajamos sólo lo pone en evidencia. Pero si se trata de crear condiciones materiales de existencia para avanzar hacia la profesionalización de los escritores, el punto de referencia debe ser la ampliación del lectorado. Al analizar el caso norteamericano, dice: «Los autores comienzan a ser remunerados en proporción a la masa enorme de lectores» (Sarmiento, 1948-1956, 12: 125; Educación Común, 1855). Este gran público no sólo lo atribuye al proceso de institucionalización de la educación; también es el resultado de una organización bibliotecaria que facilita el acceso al libro; en otras palabras, al funcionamiento de las estrategias de instrucción. Aquí Sarmiento parece decir: los autores vendrán después, lo trascendente es formar lectores. Volvamos al interrogante sobre qué tipos de libros deberían escoger los Estados asociados.
¿Qué sucede con las novelas? Subercaseaux (2000) sugiere que al promediar el siglo XIX Sarmiento era partícipe, en oposición a los sectores más conservadores de la cultura chilena, de incluir los diarios y las novelas-folletines en las colecciones de las bibliotecas. «Nuestro pecado los folletines» (Sarmiento, 1948-1956, 2: 320-323; El progreso, 30 de agosto de 1845) o «Las novelas» (Ibíd., 46:150-154; El Nacional, 14 de abril de 1856) son dos testigos de su opinión sobre el valor del género entre los lectores. Graciela Batticuore (2005) destaca que el conjunto de publicaciones que constituyen este discurso (desde las tempranas insinuaciones hasta las posteriores ratificaciones) forma una verdadera apología de las novelas.13 En Instrucciones sobre educación, como en aquellos textos, los objetivos de esta defensa se encuadran en los marcos de un pensamiento pragmático.14 En este caso, Sarmiento puntualiza sus críticas sobre las prevenciones moralistas, destacando que la lectura de novelas, por abyecta que resulte, «pervierte menos» que la calle. Por otro lado, agrega: «Los gobiernos por lo demás no son tutores de los individuos, ni médicos morales, para prescribir alimentos para el alma...» (Sarmiento, 1874: 18).
En el criterio que cierra la imaginaria guía para la selección de textos, Sarmiento vuelve mostrar sus preferencias por el «libro útil». En esta oportunidad no se detiene a detallar las virtudes instructivas (que por momentos parecen obsesionarlo) o las dificultades materiales de circulación que hacen necesaria su introducción a través de la ayuda estatal. Esta vez limita el comentario -algo ligero si se quiere- a señalar que el lector europeo se aleja de la «frívola novela» para buscar conocimientos «sólidos», como los que puede encontrar en las obras de Figuier o en los viajes de Livingston.

Recomendaciones para el bibliotecario: la lectura y los lectores

El recorrido por un plan de cooperación editorial americana para proveer de libros a las bibliotecas populares descubre las pautas que van perfilando las características de las colecciones. Para concluir, insistiremos en los criterios de selección que maneja Sarmiento, pero esta vez desde un artículo cuyo lector implícito es el bibliotecario. 
«Arte de manejar bibliotecas populares» es un texto breve y práctico (Sarmiento, 1948-1956, 47: 55-61; La educación Común, 1 de septiembre de 1877). Su finalidad es dar recomendaciones y herramientas sencillas para concretar una buena administración institucional. La primera sugerencia que aparece con firmeza es la de situar a la biblioteca en su espacio de influencia cultural. Esto se traduce en una identificación de los lectores con las lecturas: 

No está aguardando [la biblioteca] que vengan a visitarla estudiantes y gentes de letras, sino que debe atraer lectores que buscan divertirse, descansar o instruirse. No es lo ya sabido, sino lo nuevo y más fresco que deben suministrar: tanto ha de tener de instructivo como de popular; y no sólo luces debe suministrar sino también entretenimiento; y mientras no cierra sus puertas a los pocos instruidos, debe atraer a los muchos, aún a los ignorantes, los frívolos y los sin seso (Ibíd.: 56).

Dos comentarios. Primero: la actualidad («lo nuevo y más fresco») del material es una preocupación que está presente en cada intervención. La noción de novedad tiene dos fuertes vinculaciones con las bibliotecas: por una parte, se ve como un elemento que indudablemente estimula la concurrencia de público; por otra, implica el diseño de un lector identificado (a la vez que caracterizado) por su interés con los temas vigentes en la esfera pública (de allí también se explica la inclusión de los diarios en los acervos). Segundo: la relación lector-texto que se expresa en la cita precedente deriva, en el artículo, en una especificación más concreta de la dirección y del equilibrio que deben tener los fondos bibliográficos. Veamos este punto.
Sarmiento recomienda evitar «elegir libros demasiado serios, de profundo saber» (Ibíd., 47: 56). Pero, al parecer, el bibliotecario solo deberá tener en cuenta esta advertencia para una etapa fundacional. La dinámica que el autor le impone a la lectura explica y fundamenta esta sugerencia. En el inicio, lo que debe primar es lo que al común de los lectores les gusta: las novelas (fuentes de «entretenimiento y excitación» en los jóvenes, de «solaz y placer» en los trabajadores). Pero debemos destacar que el goce como fin en sí de la lectura de novelas, que aparece sin duda insinuado, no termina de materializarse. Los elementos pragmáticos-pedagógicos continúan sesgando la mirada del sanjuanino:

El lector mejora el gusto. Si no fuera así, no sería el leer una práctica eminentemente útil (...) los que principian por novelas frívolas o historietas semanales, acaban siempre por reclamar historias más sustanciales: después verdaderas narraciones o viajes de aventuras, de biografías o de historias, y más tarde ensayos sobre ciencias popularizadas, y así en adelante (Ibíd., 47: 57, el subrayado es nuestro).                 

La concepción de Sarmiento sobre la lectura es indisociable de la idea de progreso. Pero leer no es solo una estrategia de perfectibilidad individual, tal como se sugiere en la cita anterior; también es una clave para el ascenso social. Ya en Recuerdos de provincia nuestro autor señalaba a la lectura como un «instrumento poderoso», que le permitió sobreponerse a las limitaciones propias de su clase (Sarmiento, 1948-1956, 3; Recuerdos de provincia, 1850). Es en esta doble faceta de la lectura en la que el sanjuanino piensa cuando imagina a los lectores de las bibliotecas populares.15
Este matiz en la concepción del lector y la lectura no es único en la época. Anne-Marie Chartier y Jean Hébrard (1994) restituyen el testimonio del Barón Watteville, Presidente de la comisión de bibliotecas escolares de Francia, que en 1877 se pronunció, con el mismo discurso al que apela nuestro autor, contra un congreso de bibliotecarios que pretendía condenar la lectura de novelas.16 El Barón, advierten los investigadores, no pierde de vista el papel educativo y moralizante de las bibliotecas al hacer pública su postura, «... pero sabe que el porvenir de esas instituciones depende de la calidad y de la atracción del fondo bibliográfico que se propone a los lectores» (Ibíd.: 131, el subrayado es nuestro). Análoga perspectiva es la que defiende Sarmiento:  

 Si los que no están en estado de hacer uso de otra clase de lecturas que novelas, historietas, no tienen de donde proveérselas, no leerán de ninguna manera, ni eso, ni mejor, lo que es mil veces peor; y excluir de una biblioteca pública tales libros es reducir a la cuarta parte su uso... (Sarmiento, 1948-1956, 47: 57; La educación Común, 1 de septiembre de 1877).

Se observa, entonces, que el público lector es determinante en la formación de los acervos bibliográficos. Ésta es la lección que habría que retener.
Finalmente, entre las novelas y los libros «útiles», Sarmiento completa las estanterías de las bibliotecas populares con obras de referencia (diccionarios, enciclopedias, atlas y cronologías) y con publicaciones periódicas (magazines y divulgación científica).
En un sentido global, su catálogo es plural, pragmático y moderno. La prioridad es tangible: atraer lectores y retenerlos.

Epílogo

Dos observaciones para cerrar esta primera aproximación:

1. Qué libros para bibliotecas populares no es, como se advierte a partir del itinerario recorrido, una cuestión que Sarmiento suponga aislada, simple, o de rápido despacho. Esta pregunta sintetiza otras dos: ¿qué es lo que hay para leer en América? y ¿cómo se puede dar a leer en América? La tesis que señalara Subercaseaux sobre la dual concepción sarmientina con respecto al libro es fundamental  para leer los escritos aquí trabajados. Entre los aspectos culturales y materiales del libro, los estudios y las propuestas que expone el sanjuanino en su diacrónica preocupación por el tema -en ocasiones, difícil de presentar de manera clara y sistemática- detallan la elaboración de un proyecto que promete contribuir, por fuera de la educación formal, con la democratización de la lectura. Las ideas sobre la producción y la circulación del libro, la necesidad de hacer efectiva la traducción de las obras que el mercado no provee, la apología de la lectura de novelas, o la precedencia explícita de los lectores a los autores forman, en su conjunto, una visión general sobre la presencia/ausencia del libro. No es posible, entonces, escindir estas concepciones y sus mutuas relaciones en el análisis de la elección de lecturas para las bibliotecas populares. Hasta aquí la primera definición. Pero, ¿por qué habríamos de postular al inicio de este artículo que las bibliotecas populares pueden verse como la red que vincula este formidable despliegue de reflexiones y de propuestas?
2. La biblioteca popular es, finalmente, el espacio tangible de los libros, de la lectura y de los lectores en el que Sarmiento piensa como una de las formas de ampliar el lectorado. Cada intervención contiene un fuerte sesgo pragmático. Si descuidamos el «cómo dar a leer», la elaboración sarmientina se diluye -por supuesto, en el sentido de su objeto. Pero aún no es suficiente con acercar el libro al lector. Tal como lo deja transparentar el autor en «Arte de manejar bibliotecas populares», el catálogo debe resultar atractivo. No importa qué se leerá; lo que cuenta es que el hábito de la lectura se mantenga activo. En la serie de sugerencias que Sarmiento brinda a cada bibliotecario se sitúa, creemos, un elemento común a todos los proyectos que globalmente procuran la expansión la lectura: atraer y retener al lector es no olvidar sus competencias y preferencias.

Notas

1 Para situar y circunscribir la hipótesis, hemos tomado como punto referencia el proceso de formación del Estado argentino. No obstante, es preciso señalar que Sarmiento trabaja en la organización de bibliotecas en Chile, durante el período de exilio. Sobre este tema, véase: Historia del libro en Chile (Alma y cuerpo), de Bernardo Subercaseaux (2000).

2 Una digresión. Sarmiento no se ocupa con profundidad del libro religioso (sustentado en la época por la Iglesia Católica y un público lector considerable). Sin embargo, su producción y circulación le merecen dos consideraciones: por una parte, la relación entre la calidad del objeto libro (encuadernación, papel, tipografía, etc.) y la amplitud del mercado; por otra, la utilidad pedagógica de los textos, que más allá de sus temas, enseñan a leer y mantienen el habito de la lectura (Subercaseaux, 2000).

3Este texto fue presentado por Sarmiento en un concurso de ensayos sobre educación, auspiciado por la Universidad de Chile en 1853. La obra fue publicada en 1855 en Argentina, y en 1856, en Chile.

4 La autoría de esta obra corresponde al francés Louis Figuier. La versión castellana del texto fue traducida y adaptada por Sarmiento, y publicada en Chile en 1854 bajo el título de: Esposición e historia de los descubrimientos modernos (el subrayado es nuestro).

5 Tomamos como referencia el artículo «Materialidad del texto, textualidad del libro». En rigor, la propuesta teórico-metodológica a la que recurrimos fue expresada por Chartier en diversas intervenciones. Para un itinerario crítico de los trabajos del autor, véase: «La renovación de la historia del libro: la propuesta de Roger Chartier» (Acha, 2000).

6 Contraste interesante se puede apreciar en Martí, cuya preocupación por lograr una buena traducción del texto de Hugo lo lleva a reflexionar sobre su tarea (Colombi, 2004).

7 Sobre la traducción de la frase que Sarmiento emplea como epígrafe en Facundo, Molloy señala: «La adapta con brutalidad, mediante una traducción deliberadamente interpretativa (...) Dando una vuelta de tuerca a la traducción libre de Sarmiento, podría decirse: de los autores se prescinde, de la literatura no» (Molloy, 1996: 47).

8 Tomamos el dato de Sabor Riera (1975).

9 Con la promulgación de la ley 419 en 1870, se crea en Argentina la Comisión Protectora de Bibliotecas populares, entidad destinada a brindar apoyo a las bibliotecas vecinales ya establecidas, y a estimular la fundación de otras nuevas. A instancias de los estudios efectuados por Sarmiento, el sistema de bibliotecas populares toma forma de la legislación norteamericana. Básicamente, el modelo se propone fomentar el asociacionismo ciudadano para cumplir las tareas de fundación y gestión de las instituciones, dejando a cargo del Estado la provisión de subsidios y la función de control. La ley y el decreto reglamentario pueden encontrarse en Páginas selectas de Sarmiento sobre bibliotecas populares (Sarmiento, 1939).

10 Esta no es una propuesta completamente inédita. La iniciativa de Bernardino Rivadavia de encargar al impresor londinense Ackermann la publicación de Cartas sobre la educación del bello sexo por una señora Americana, de José Joaquín Mora, constituye un antecedente destacado en lo que respecta a las relaciones entre el Estado y los editores extranjeros (Parada, 1998).

 11 Así lo expresa Sarmiento: «Lo importante es que se dé, aunque sea artificialmente por la acción gubernativa y por determinado tiempo, base segura de colocación á las producciones de la prensa con la creación de Bibliotecas Populares en toda la América y la dedicación de una suma considerable para su fomento» (Sarmiento, 1874: 20-21).

12 En la idea de Sarmiento se pueden apreciar similitudes de fondo con el proyecto que Juan Luis de Aguirre y Tejada imaginó en su «Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital». Tal como ha destacado Alejandro E. Parada en su análisis del texto, «uno de los argumentos centrales del discurso del Dr. Aguirre, es el desafío que implica construir una industria del libro capaz de solventar y alentar la prosperidad social y económica de América» (Parada, 2002: 144). De Aguirre y Tejada a Sarmiento las diferencias son importantes -incluso sustanciales. Pero valga el señalamiento para encadenar los testimonios que durante el siglo XIX procuraron pensar la cultura del libro junto a las condiciones materiales necesarias para garantizar su desarrollo.

13 Para una ampliación sobre cómo Sarmiento entiende la función de las novelas y, en especial, en el contexto chileno, véase: Subercaseaux (2000), Poblete (2003) y  Batticuore (2005).

14 Batticuore sintetiza los objetivos de este pragmatismo al señalar que la novela, para Sarmiento, contribuye «a expandir el mercado y la industria del libro, a estimular autores, a crear lectores y a influenciarlos benignamente» (Batticuore, 2005: 88).

15 La lectura en Sarmiento es un tema que puede ser abordado desde diversos enfoques. Para una aproximación desde la crítica literaria, véase: «Sarmiento y la escuela de la prensa: temas, géneros y lenguajes para las lectoras», de Graciela Batticuore (2005); «Una vida ejemplar: la estrategia de Recuerdos de provincia», de Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo (1997), y «El lector con el libro en la mano», de Sylvia Molloy (1996). Para una mirada desde la historia de la educación, pueden consultase los trabajos reunidos bajo la dirección de Héctor Rubén Cucuzza (2002) en Para una historia de la enseñanza de la lectura y la escritura en Argentina: del catecismo colonial a La razón de mi vida.

16 Estas son las palabras de Watteville: «La regla constante, señores, es la siguiente. Cuando se funda una biblioteca, se leen primero las novelas, luego las narraciones de viajes, luego las obras de historia. Cuando se han agotado las obras de esta categoría, se puede decir que el gusto de la lectura ha sido inculcado a los habitantes. Las novelas son la carnada y los anzuelos con que se atrae y se atrapa a los lectores» (Citado por Chartier y Hébrard, 1994: 130).  

Anexo 1

Fuentes utilizadas

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