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Información, cultura y sociedad

versión On-line ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.31 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2014

 

ARTÍCULOS

 

Bibliotecas y división de clases: las bibliotecas cuasi públicas en el sistema burgués británico durante los siglos XVIII-XIX

Libraries and Class Division: Quasi-Public Libraries in the Bourgeois British System Before the Twentieth Century

 

Felipe Meneses Tello

Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional Autónoma de México / fmeneses@unam.mx

Artículo recibido: 9-09-2014.
Aceptado: 21-10-2014

 


Resumen:El autor explica que las bibliotecas de suscripción y las bibliotecas circulantes durante los siglos XVIII y XIX en la Gran Bretaña reflejan una división de clases. Afirma que esos dos tipos de bibliotecas muestran una clara estratificación social de servicio en torno a las clases altas, medias y bajas. Es decir, esas bibliotecas fueron clasistas por la razón de que universalizaron un sistema de valores que pertenecían a la clase dominante en un contexto de mercado y poder económico, correspondiente a la esfera cultural del capitalismo. Es evidente también que la búsqueda de conocimiento e información en esas bibliotecas no fue posible para la mayoría de los miembros de la clase trabajadora porque, día tras día, realizaban tareas agotadoras y estresantes.

Palabras clave: Bibliotecas de suscripción Bibliotecas privadas; Bibliotecas circulantes; Bibliotecas comerciales; Bibliotecas de préstamo; Sociedad de clases; División de clases

Abstract: The author explains subscription and circulating libraries, reflecting class divisions, during the XVIII and XIX centuries in Great Britain. He asserts that these two types of libraries clearly demonstrate   socially stratified service for the upper, middle and lower classes. That is, these libraries were classist because they universalized a system of values belonging to the ruling class in the context of the market and economic power related to the cultural sphere of capitalism.  It is also clear that the pursuit of knowledge and information in these libraries was not feasible for most members of the working class because they had to daily perform exhausting and stressful tasks.

Keywords: Subscription libraries; Circulating libraries; Private libraries; Commercial libraries; Lending libraries; Class society; Social stratification; Class division


 

1. Introducción

La Iglesia, en su afán de difundir la cristiandad, jugó un papel dominante en la creación de bibliotecas semipúblicas en varios países de Europa y América. Algunas bibliotecas parroquiales, como las que fundó el reverendo Thomas Bray (Steiner, 1896; McCulloch, 1945; Ditzion, 1946: 282; Laugher, 1973; Harris, 1999: 182-183; Frohnsdorff, 2003), son claros ejemplos en este sentido. Así, se ha llegado a aseverar que "las bibliotecas religiosas eran la única forma de provisión de biblioteca pública hasta finales del siglo XVII, y continuaron dominando la escena hasta bien entrado el siglo XVIII" (Kelly, 1966: 118). Pero por la naturaleza de sus acervos, el financiamiento con el que se sostenían, la gestión de sus servicios y el alcance comunitario que tuvieron, parece improcedente considerar a esas bibliotecas bajo el concepto de bibliotecas públicas. Aún en los casos sui generis, algunas de ellas no pueden apreciarse, desde la perspectiva histórico-social de la biblioteca pública, no más que como bibliotecas pioneras al servicio del público. En este sentido, concordamos con la idea de que las parochial libraries de Bray fueron las primeras bibliotecas de préstamo gratis, pero en un marco pre-público (Ditzion, 1946: 282).
No obstante, el avance de la educación y la aparición y difusión de más materiales de lectura durante el siglo XVIII ocasionó la demanda de libros, revistas y periódicos entre la clase media. De modo que la oferta de acervos para la práctica de la lectura dejó paulatinamente de ser monopolio de la clerecía. El acaparamiento del proceso de leer en el entorno de las bibliotecas religiosas, derivado de los vínculos «lectura y religión» y «biblioteca y clero» comenzaron si no a ser reemplazados sí complementados a través de la práctica de la lectura seglar en espacios diferentes, distanciados o ajenos a la Iglesia. Este acontecimiento está ceñido a las relaciones sociales que comenzarían a suscitarse entre «lectura y laicidad» y «biblioteca y sociedad», lo que provocó en ese tiempo la aparición de otras modalidades institucionales, precursoras aún, de lectura pública; aunque curiosamente el origen de algunas de esas manifestaciones se generó por iniciativas del clero, tal como afirman Erickson (1990: 574) y Kelly (1966: 136, 145-146).
En presente trabajo se observa que la estructura social británica permitió, en el marco de las esferas culturales del capitalismo comercial e industrial, el funcionamiento mercantil de: 1] bibliotecas para las clases dominadas y 2] bibliotecas para las clases dominantes. Estos tipos de servicios de biblioteca estuvieron vinculados con las formas modernas de propiedad privada, tanto de los medios materiales como de los medios intelectuales de producción. En este sentido, esos sistemas bibliotecarios se vincularon con las economías capitalistas, mismas que privilegiaron los puntales del capitalismo como sistema socio-económico, a saber: el dinero, la economía de mercado y la acumulación de capital. Elementos derivados del usufructo de la propiedad privada aplicada sobre el capital en los marcos de la producción bibliográfica y gestión bibliotecaria, por esto el servicio de aquellas bibliotecas empresariales las crearon y dirigieron libreros, pero no bibliotecarios.
Históricamente, esas bibliotecas comenzaron a formarse en el incipiente seno de la sociedad capitalista, es decir, cuando el feudalismo fue feneciendo en Inglaterra. Si bien ese tipo de bibliotecas, según algunos autores, comenzaron a funcionar en el siglo XVII y XVIII (Kite, 1971: 17; Jacobs, 2006: 5), como las instaladas en los cafés de Londres entre 1694 y 1775, y de otras ciudades como Oxford y Cambridge (McCue, 1934), las bibliotecas mejor dotadas con fines de lucro tuvieron su máximo debut hasta los albores del siglo XVIII, y desde entonces se multiplicarían en todo el territorio de la Gran Bretaña, extendiéndose ese modelo bibliotecario a varios países de Europa y América. En este contexto histórico-social, las prácticas bibliotecarias semipúblicas se realizaron con base en políticas económicas, consolidando así una economía de la lectura (Erickson, 1990); configurándose ese servicio en una rama esencial del comercio concerniente al libro como objeto de conocimiento y recreación. A medida que se valorizaron los libros como mercancía y las bibliotecas como negocio, en el escenario de la economía de aquella sociedad burguesa, se valorizó con fines lucrativos el mundo cultural de la lectura. La noción de «buen precio» se antepuso a la de «buen servicio». De modo que la producción de libros se ancló al mercado de libros, originando relaciones monetarias entre los libreros (como dueños de los expendios de servicio lucrativo de biblioteca) y los lectores (como consumidores de libros arrendados). Entretejiéndose así el comercio de lo material y el comercio de lo espiritual.
Este análisis, con enfoque marxista, muestra que las bibliotecas no estuvieron, en esa contextura histórica, al margen de la división social del trabajo, es decir, de la división de la producción social que condujo a la generación y expansión de la propiedad privada; división de trabajo tanto material como espiritual. El célebre Manifiesto del partido comunista en su primer capítulo intitulado «Burgueses y proletarios» asentó que "La historia de todas las sociedades existentes hasta el presente es la historia de lucha de clases" (Marx y Engels, 1998: 38). Observamos así que parte de la historia de la sociedad es también la historia de las bibliotecas; historia moldeada por una división de la sociedad en clases, por ende, esas instituciones materiales e intelectuales han sido partícipes de la lucha de ideas, la cual subyace a la lucha de clases. Esto es así porque "el factor dominante en la historia son siempre las ideas" (Marx y Engels, 1974: 53); y el imperio de las ideas materialmente se localiza en los impresos que, a través del tiempo, seleccionan, adquieren, organizan y circulan las bibliotecas.

2. Tipos de bibliotecas de propiedad privada, reflejo de la estratificación social

Entre las expresiones de servicio de bibliotecas protopúblicas cabe recordar las «bibliotecas de suscripción» (subscription libraries). Kelly observa tres diferentes tipos en la Gran Bretaña hasta antes de 1850:

  1. Bibliotecas privadas de suscripción,
  2. Clubes de libros o sociedades de lectura, y
  3. Bibliotecas circulantes o bibliotecas comerciales de suscripción.

En virtud de su origen y su manera de funcionar, las private subscription libraries a veces se les ha denominado proprietary libraries. Los Book Clubs servían con propósitos sociales y literarios. Paralelamente a estas formas precursoras, creadas fuera del ámbito clerical, se desarrollaron las comercial subscription libraries a cargo de libreros e impresores-libreros que perseguían el beneficio económico privado. Esta tercer categoría es conocida generalmente como circulating libraries, aunque esta expresión es también ocasionalmente usada para denominar a las bibliotecas privadas de suscripción (1966: 121-149). Acerca de los clubes de libros, la importancia de esta figura cultural de lectura estriba en que con frecuencia se les considera como el origen de las bibliotecas de suscripción (Sturges, 1989: 64). No obstante, estos clubes no tienen, histórica y socialmente, el mismo peso que las dos formas semipúblicas de bibliotecas. El parecer de Ditzion infiere que:

El club del libro fue una invención británica y, sin duda, fue la primera forma cuasi pública. Pero los clubes de lectura no pueden ser considerados antepasados ​​de nuestras actuales bibliotecas públicas en el mismo sentido que las más tarde las bibliotecas propietarias y de suscripción (1946: 282).

Otro punto de vista en el entorno de las bibliotecas por suscripción en la Gran Bretaña e Irlanda, nos indica que el término subscription library ha sido usado para denotar dos principales categorías de bibliotecas:

  1. Colecciones fundadas y administradas con fondos provenientes de un número de miembros en forma de cuotas de suscripción y entrada; la biblioteca era propiedad de todos los miembros y dirigida por un comité de consejeros elegidos por y entre los miembros.
  2. Bibliotecas de préstamos comerciales, generalmente llamadas bibliotecas circulantes, de las cuales sus ingresos provenían del préstamo de libros a los prestatarios que pagaban una suscripción periódica y/o una pequeña cuota por cada volumen prestado (Gerard, 1980: 205).

La primera especie se ha denominado también como «subscription libraries societes»; la segunda como «comercial lending libraries» o simplemente «comercial libraries», instituciones particularmente británicas (McColvin y Revie, 1946: 5). Y a todas ellas, incluidos los «book clubs», como »community libraries» o «community lending libraries» (Cole, 1974a: 111; Cole, 1974b: 231). Sturges (1989: 61) por su parte afirma, en torno al renacimiento urbano inglés, que los dos principales tipos de biblioteca del siglo XVIII que han sido identificados y discutidos por muchos años son los de las bibliotecas de suscripción y bibliotecas circulantes. Para este autor, el concepto de «bibliotecas comunitarias» es un menor intento de desarrollar nuevos términos para comprender la diferencia que hubo en relación con esos dos tipos de bibliotecas, logrando poco al respecto. En el libro de Lyons (2011: 147), traducido al castellano, se registra el término de «bibliotecas itinerantes» para referirse tanto a las bibliotecas privadas como a las bibliotecas comerciales, pero cabe precisar que ambas formas adoptaron políticas monetarias de servicio, esto es, implantando cuotas de suscripción y de "préstamo". En efecto, las primeras destinadas "a cubrir nichos de mercado como los grupos científicos y los círculos literarios"; las segundas para proveer "de novelas sensacionalistas para las mujeres", aunque esto último no siempre fuere el caso.
A pesar de las distinciones que han hecho tanto Kelly, Gerard y Cole, histórica y teóricamente a veces ha sido difícil distinguir las diferencias entre esos dos tipos de bibliotecas. Esta dificultad se debe a que, en efecto:

Las bibliotecas circulantes y de suscripción se superponen porque frecuentemente compartían muchas características, por lo que la distinción entre ellas suele ser bastante arbitraria. De hecho, en ocasiones las bibliotecas circulantes se les refería a sí mismas como bibliotecas de suscripción y viceversa (Eliot, 2006: 125).

Desde el germen de la circulating library, a esta se le relacionó con la subscription library. Formas de servicio de biblioteca que los estudiosos del tema comenzaron a confundir. Asimismo, la procedencia de estos modelos semipúblicos bibliotecarios nos permite conocer la conexión histórica que se suscitó entre el contexto clerical y seglar en torno a esos tipos de bibliotecas, pues se afirma:

Por extraño que parezca, el hombre que parece haber inventado el nombre de "biblioteca circulante" no era un librero, sino un clérigo disidente, Samuel Fancourt. Su primera incursión en Salisbury [Wiltshire, Inglaterra], donde desde 1735 hasta 1742 dirigió una biblioteca de suscripción en el ámbito de un club del libro. […]
La importancia de Fancourt no reside en su logro en sí, sino en el hecho de que hubo un vínculo entre las bibliotecas clericales de suscripción de los siglos XVII y principios del XVIII y las bibliotecas seculares de suscripción y los clubes de lectores de épocas posteriores. Su biblioteca en Londres, a pesar de funcionar en algún grado para su beneficio personal, se parecía mucho más a una biblioteca privada de suscripción que a una biblioteca comercial circulante (Kelly, 1966: 145-146. Las cursivas son mías).

Inferimos, siguiendo la distinción de Gerard, que en torno a esas bibliotecas lo público (o más bien del público) comenzaba a perfilarse a través especialmente del servicio de alquiler de libros y de un mayor acceso a estos, en contraste con otros tiempos y espacios. Los factores de origen, desarrollo y servicios de ambos tipos de bibliotecas, según se puede percibir, ayudan a distinguir la diferencia entre unas y otras, aunque las similitudes entre ellas ocasionan todavía confusión. No obstante, al observar este fenómeno bibliotecario a través de una visión de clase o de división de clases sociales, nos permite afirmar que la primera categoría de bibliotecas estuvo al servicio de la clase dominante; la segunda categoría fue puesta al servicio principalmente de la clase media y, con menor frecuencia, de algunos lectores pertenecientes a las clases populares. Por ende, esos servicios bibliotecarios semipúblicos reflejan una clara estratificación social, fenómeno que se explica en los siguientes rubros.

3. Bibliotecas al servicio habitualmente de las clases acaudaladas

Sin lugar a dudas, tanto las «propietary subscription libraries» como las «circulating libraries», en el orden burgués británico de los siglos XVIII al XIX, figurarían como espacios para favorecer el proceso de la lectura de una pequeña porción de la población, incluso entre aquella que sabía leer. Empero, esas instituciones forjaron, histórica y culturalmente, un elemental y precursor carácter de servicio "público" de biblioteca; aunque en el marco de reducidas esferas intelectuales, pues el talante público, principalmente de la primera categoría de esas bibliotecas, estuvo en gran medida restringido para aquellos ámbitos comunes de la burguesía letrada; mientras que el usufructo de los acervos de la segunda categoría de aquellas bibliotecas, a pesar de su espíritu comercial que también caracterizó su servicio, alcanzó a lectores esencialmente de las clases medias y, como referimos más adelante, a algunas personas instruidas procedentes de las clases subalternas.
Desde esta perspectiva, ambos tipos de bibliotecas forman parte sustancial de la historia social no solamente de algunas reminiscencias referentes al servicio bibliotecario público, sino también respecto al posicionamiento de los medios intelectuales de producción por parte de la clase dominante durante los siglos en que fue modelándose paulatinamente la biblioteca pública. Desde esta óptica, el estatus público comenzó a estar acotado, en efecto, a una clara división de clases sociales. Con base en esta apreciación, el fenómeno de la sociedad de clases no solo constituye una división jerárquica basada esencialmente en los medios materiales, sino también en los medios intelectuales. Esta estructura social ha estado vinculada así con el sistema productivo tanto de los objetos como de las ideas. Típico sistema de estratificación social que engendraron las sociedades capitalistas de los siglos XVII al XIX, cuyo resultado han sido las sociedades no igualitarias, es decir, contextos sociales en donde no ha existido la igualdad real de acceso a la cantidad y calidad de los recursos intelectuales. La distancia social entre ambas categorías de las bibliotecas aludidas se puede dilucidar cuando Gerard nos dice que una de las características comunes de aquellas bibliotecas circulantes es que carecían de un círculo de lectores serios (1980: 211). Este punto de vista denota que las bibliotecas de suscripción, en virtud que estaban para el aprovechamiento de la burguesía letrada, esas sí gozaban de una mejor imagen y un claro abolengo por contar con un público suscriptor con hábitos avanzados de lectura, esto es, distinguido no solamente por el hecho social de que sus lectores formaban parte de determinada minoría selecta de la sociedad, sino también por el nivel intelectual de las colecciones que constituían esos espacios bibliotecarios de suscripción.
La diferencia a partir de los acervos de esos dos tipos de instituciones bibliotecarias con régimen tarifario estriba en que las bibliotecas circulantes estuvieron, reafirmemos, dirigidas para los lectores de las clases carentes de los medios de producción, en comparación con las bibliotecas privadas de suscripción que funcionaron peculiarmente al servicio de los lectores de grupos y círculos sociales de cierta alcurnia. Así, mientras las bibliotecas circulantes contenían literatura de ficción, cuyo módico alquiler pudo en teoría estar al alcance de los bolsillos de la clase trabajadora, las bibliotecas de suscripción disponían de literatura en concordancia con las tradiciones culturales de las clases con mayor nivel educativo y económico (Forster y Bell, 2006: 152-153). Es decir, esas bibliotecas, además de tener una alta cuota anual, en materia de colecciones se concentraban con frecuencia en temas 'serios', excluyendo prácticamente los libros de ficción (Eliot, 2006: 125). Los términos contrastantes entre «Working Men's Libraries» y «Gentlemen's libraries» ilustran la diferencia social de clase al trazar una línea divisoria entre baja cultura y alta cultura. Pese a todo, unas y otras, al poner a su disposición sus acervos a una minoría, solamente pudieron ser de utilidad a una fracción privilegiada de toda la comunidad lectora. La reflexión crítica nos advierte que pese a los esfuerzos de hacer un poco más accesible la lectura entre las diferentes clases sociales, a través del rudimentario proceso público de esas bibliotecas de alquiler, la clase operaria no se vio beneficiada. Al respecto se afirma:

De mediados a finales del siglo XVIII se registró un aumento importante en el número de bibliotecas teóricamente abiertas al público: de suscripción, circulantes y otras vinculadas con organizaciones específicas. Sin embargo, esas instalaciones no se adaptaron a los lectores de la clase trabajadora del siglo XIX por varias razones. Muchas bibliotecas circulantes eran poco más que de moda social y accesorios de ocio para el público perteneciente a la clase media y media alta, y sus regímenes de suscripción no eran por lo general atractivos para los trabajadores. Las bibliotecas propietarias de suscripción y otras estuvieron igual normalmente fuera del alcance de los bolsillos del hombre de trabajo (Baggs, 2006: 171).

La práctica por el pago de una tarifa para poder leer un libro no lo implantó el sistema capitalista-británico, ya que este modelo mercantil se originó en la estructura del feudalismo, sistema político predominante que se gestó en los territorios de la Europa occidental durante los siglos centrales (IX al XV) de la Edad Media. Al respecto se sabe que "existen registros de libreros que alquilaban libros a finales del siglo XVII, y la práctica de alquilar los libros se remonta a la época medieval en las ciudades universitarias" (Erickson, 1990: 574). Los valores culturales de los libros, así como de la lectura, comenzaron desde entonces a estar asociados con el valor monetario que podía producir la renta de los libros. De tal suerte que la biblioteca circulante amplió y profundizó esta vinculación de valores porque se instituyó como "una empresa privada que alquilaba libros" y como tal "no hizo su aparición sino hasta comienzos del siglo XVIII" (Erickson, 1990: 574). En estas coordenadas de tiempo y espacio, McColvin y Revie (1946: 9) afirman que en 1725, "Allam Ramsay, librero y poeta, estableció en su tienda de Edinburgh lo que probablemente fue la primera biblioteca circulante en sí". En esta contextura, esas bibliotecas se originaron en tiempos del capital comercial y se consolidaron en el marco del capitalismo industrial.

4. Las bibliotecas burguesas en la esfera cultural del capitalismo

Dado que aquellas «propietary subscription libraries» fueron de y para servir a los diferentes grupos sociales de la burguesía, ellas son parte de la evolución de las «bibliotecas burguesas» que se crearon y desarrollaron en los diferentes contextos a las bibliotecas religiosas que habían sido instaladas en iglesias, conventos, monasterios, catedrales y colegios hasta el siglo XV, cuyos estantes estaban colmados de libros escritos en latín y sobre teología. Serían las bibliotecas burguesas las que atenuarían el monopolio intelectual reflejado a través de esa tradición bibliotecaria religiosa que reinó durante varios siglos. De tal manera que esas bibliotecas de suscripción incluirían en sus colecciones obras sobre derecho, filosofía, historia, medicina, botánica, geografía, viajes, entre otras temáticas, y escritas en los respectivos idiomas nacionales. En concordancia con este razonamiento, las bibliotecas seglares, es decir, las bibliotecas de titularidad privada creadas entre los albores del siglo XVI y las postrimerías del XIX en el seno de la clase burguesa, derribaron dos importantes barreras que impedían o dificultaban el acceso a la lectura: la idiomática y la temática. Pero el factor económico o monetario, basado en la propiedad privada de los recursos intelectuales, generaría una nueva barrera para el pleno uso de esos libros entre los diversos grupos sociales procedentes de las clases populares. Lyons (2011: 147) al referirse a las bibliotecas itinerantes o circulantes de aquel tiempo asevera: "En Gran Bretaña estaban más extendidas y ofrecían acceso a las últimas obras de ficción a un gran público de clase media que podía permitirse las sustanciosas cuotas de suscripción".
Las bibliotecas burguesas como un concepto historiográfico (Dahl, 1985: 75) es viable utilizarlo para hacer comprender que el componente social dominante de las bibliotecas tanto de espíritu privado como comercial, en el marco de un movimiento cultural en camino hacia lo público, correspondió en esa época al dominio de la alta burguesía. Se trató de dominar, a través del funcionamiento de esas bibliotecas semipúblicas, recursos con poder de capital cultural-económico-social. Esos servicios de bibliotecas, de gestión privada y lucrativa, se circunscribieron a contextos de intereses y prácticas de clase; a intereses y prácticas de uso-consumo de bienes y servicios bibliotecarios que lograrían ahondar las diferencias entre las clases sociales. Así que la gestión de esas instituciones de lectura tuvo un carácter notoriamente burgués, es decir, se trató de una nueva administración bibliotecaria que resultó propicia para el desarrollo del modo de producción capitalista; un reflejo del triunfo de la propiedad burguesa sobre la propiedad feudal.
Las bibliotecas circulantes, como instituciones inmersas en la actividad central del sistema socioeconómico capitalista, se apoyaron en la búsqueda de la ganancia, por ende, en la búsqueda de clientes más que de lectores, de consumidores más que de usuarios. Así que esas bibliotecas socialmente se deben ubicar principalmente en la esfera cultural del comercio; en las relaciones comerciales de la sociedad impregnada por los flujos de intereses, de dividendos y de rentas; de ganancias de capital que perseguían los libreros como propietarios del capital invertido en la adquisición de colecciones y gestión de servicios con fines de lucro. El incremento de la cantidad de suscriptores se relacionaba, en la naturaleza y lógica del capitalismo (Heilbroner, 1989), con el incremento de la cantidad de riqueza producida a través de las actividades lícitas que a ese sector se le permitía para llevar cabo el proceso inherente a la acumulación de capital. El libro más que objeto de cultura se convirtió en objeto mercantil; el proceso de la lectura más que como un bien común, se estimó como un bien comercial; las bibliotecas más que como un bien público, como un bien con afán de lucro.
Esas bibliotecas se ubican en el cisma de dos perfiles que convergen en el entorno cultural de la burguesía: uno privado que propendió por la comercialización de la lectura; otro público pero como acto económico que participó en el trato de mercado caracterizado por el régimen del capital. La tendencia fue considerar así a los libros, revistas y periódicos como productos de arrendamiento o alquiler. Aquellas bibliotecas comerciales serían una consecuencia del sistema capitalista que desde entonces busca con anhelo vehemente originar negocios en áreas incluso de actividad cultural y social; instituciones que en ese tiempo pudieron ser subsumidas dentro del circuito generador de capital. Las colecciones bibliográficas, como objetos reales de propiedad privada, fueron bienes de capital; las rentas de material bibliográfico al público, proceso lucrativo inmerso en las sociedades emergentes de mercado, fueron bienes de consumo para satisfacer las necesidades referentes a la lectura de los lectores-consumidores. En razón de esto, podemos afirmar que esas categorías de bibliotecas se incorporaron al circuito de la acumulación de riqueza monetaria; al esfuerzo de acumular capital, función esencial de todo escenario capitalista (Heilbroner, 1989: 63). Naturalmente, el entorno de este sistema social impactó en ocasiones el funcionamiento de ese servicio de biblioteca, pues:

[…] el negocio de la biblioteca itinerante no estaba exento de peligros: los títulos de ficción más vendidos pasaban de moda rápidamente y una empresa podía verse sumida en una enorme pila de stock inútil. A finales de la década de 1880 y principios de la de 1890, la creciente popularidad de las reediciones baratas que costaban una fracción de la suscripción anual de una biblioteca, dejó fuera del negocio a organizaciones como Mudie's (Lyons, 2011: 148).

5. El nexo «ocio y lectura» en el orden burgués británico denotaba posición social

Tanto la práctica de la lectura como el usufructo de las bibliotecas durante los siglos XVIII y XIX no estuvieron al margen de la división social del trabajo, por ende, ambos procesos culturales tampoco se mantuvieron extraños a la estructura social caracterizada por una marcada división social de clases. Observamos que el clasismo estructural, engendrado por el capitalismo, logró estratificar socialmente a las comunidades lectoras que acudían a usar los entonces servicios bibliotecarios semipúblicos. Así, a las bibliotecas formadas por algunas sociedades literarias "sin ánimo de lucro", acudían los "lectores serios" para educarse e informarse; mientras que en las bibliotecas de préstamo comerciales iban los "lectores ociosos" solo para pasar el tiempo. Las bibliotecas de suscripción para las clases altas fueron esferas que propiciaron la cultura lectora burguesa. Las bibliotecas circulantes para las clases medias y bajas serían espacios para favorecer la cultura lectora popular.
De modo que a la lectura enciclopédica, encaminada a proporcionar información y ligada con las bibliotecas de suscripción, se contraponía la lectura escapista, encauzada esta última a facilitar solamente entretenimiento y vinculada comúnmente con la literatura estimada como de poco valor que estaba a disposición comercial en las bibliotecas circulantes. La lectura "culta", practicada por las elites intelectuales pertenecientes a las clases ricas, contrastó con la lectura "amena", ejercitada por las clases de menos recursos. Entornos lectores orgánicamente ligados con la estructura social capitalista dentro de contextos que históricamente proyectarían esquemas o modelos asimétricos de poder.
La cultura protopública bibliotecaria de esos tiempos estuvo, según observamos el fenómeno desde puntos de vista socio-históricos, al servicio de la organización de clase de la sociedad. Esta cultura constituyó así un mecanismo básico más para ejercer la opresión de clase. La cultura institucionalizada de los impresos (libros, revistas y periódicos) en su esencia real funcionó claramente en el marco de una sociedad de clases para favorecer la cultura capitalista confeccionada por el poder económico de la burguesía. La naturaleza de clases de la sociedad está expresada a través de aquellos servicios de biblioteca en una forma especialmente humillante puesto que ellos reflejaban las privilegiadas posiciones de algunos y la pobreza de otros, es decir, proyectaban mejores oportunidades para las clases dominantes que para las clases dominadas.
La opinión manifiesta por los ideólogos de las clases acaudaladas en torno a la lectura afirmaba que las clases populares leían poco o nada puesto que éstas únicamente se procuraban libros de entretenimiento. Libros que conducían a las familias de la clase trabajadora a vicios que contravenían, desde luego, las relaciones económicas de trabajo en que comenzó a basarse por igual la existencia de la burguesía y su dominación de clase. El menosprecio y el temor por los libros que las bibliotecas circulantes alquilaban a los miembros de las clases económicamente inferiores es clara evidencia del conservadurismo burgués de la época. La disparidad en relación con la reputación entre las bibliotecas circulantes y las bibliotecas societarias de suscripción estuvo supeditada, como hemos venido dando a entender, tanto por la naturaleza de sus colecciones como por las características de clase de la comunidad lectora que acudía a esos servicios cuasi públicos de biblioteca. Al respecto se aprecia que

Las mismas voces que se alzaban contra la perniciosa manía lectora se ocuparon también de las bibliotecas de préstamo [comerciales] como principales semilleros de tal vicio. Los tachaban de "expendedores de veneno moral y burdeles" que servían su "arsénico del espíritu" a jóvenes y viejos, a ricos y pobres. Esas bibliotecas de préstamo, que poseían fondos mayoritariamente compuestos por literatura amena, que incluía, junto a las historias de caballeros, bandoleros y fantasmas, las novelas sentimentales y sensibleras y sagas familiares, se tachaban a menudo despectivamente de "establecimientos infectos". Con frecuencia poseían fondos anticuados y el número de volúmenes podía oscilar entre un par de decenas de títulos o más de mil […].
Pero a este tipo tan denostado de biblioteca se opone en la época más temprana de la institución otra que seguía el modelo de las sociedades literarias, con las que competía y de las que, en ocasiones, emanaba. Los fondos de las tales "gabinetes de lectura" o "museos" delatan un nivel casi enciclopédico. Toda la amplitud del mercado del libro contemporáneo se representaba allí, desde las publicaciones científicas especializadas hasta las obras de los poetas, pero también obras de lenguas extranjeras. Además un círculo de lectura de periódicos adscrito a la biblioteca solía ofrecer publicaciones periódicas nacionales y extranjeras (Wittmann, 1998: 467).

El tiempo libre en un mundo claro de división social en clases ha sido también un factor determinante para lograr el disfrute de los acervos y servicios de las bibliotecas a disposición limitada del público, por ende, para alcanzar un mayor acceso a los libros, entre otros tipos de impresos. En el contexto temporal que nos ocupa (Gran Bretaña, siglos XVIII y XIX), las clases acumuladoras del poder económico disponían de bastante tiempo libre, como fue el caso de las esposas e hijas de la burguesía. Entre esta las de los acaudalados comerciantes, dueños algunos de ellos de bibliotecas circulantes; de libreros que se ocuparon del servicio bibliotecario como negocio. Mientras que las clases trabajadoras, carentes de bienestar monetario y sometidas a la venta de su fuerza de trabajo, no contaban con el tiempo a su favor porque: "Con una carga laboral semanal que se extendía desde la salida del sol hasta la noche, seis días a la semana, no podía haber ni tiempo ni motivación para la lectura" (Wittmann, 1998: 445). Aunque con el paso de los años se reconoce que "la reducción de la jornada laboral propició más tiempo para la lectura […]. Incluso las clases obreras podían unirse a las filas del nuevo público lector" (Lyons, 1998: 476). Es cierto que con los avances de la industrialización el horario de trabajo comenzó a disminuir y el tiempo destinado a la lectura a incrementarse entre las clases trabajadoras, pero esta conquista gremial no fue ni ha sido genérica ni habitual. Al respecto cabe apreciar el siguiente antecedente:

La reducción gradual de la jornada laboral incrementó las posibilidades de leer de las clases obreras. En Inglaterra, a comienzos de siglo XIX la jornada de 14 horas era algo normal, pero hacia 1847 el sector textil ya había reducido 10 horas diarias. En la década de 1870, los artesanos londinenses solían trabajar una media de 54 horas semanales (Lyons, 1998: 503).

Empero, no podemos dejar de pensar en otras limitantes concernientes a la relación «bibliotecas, lecturas y obreros», tales como la malnutrición, la falta de energía y el precario estado de salud de los trabajadores y de sus familias. En efecto, tengamos en cuenta también el esfuerzo que se requiere y los riesgos que existen para realizar determinados trabajos manuales, pues como expresara el pensamiento marxista, entre los operarios "el trabajo fabril es muy fatigoso y hasta produce enfermedades especiales" (Marx y Engels, 1989: 25). Con base en esta realidad, la posición social en el sistema capitalista ha obstaculizado el nexo «ocio y lectura» entre las clases obreras. Desde entonces la escasez de tiempo libre, la malnutrición, la fatiga y la enfermedad, factores derivados de la explotación laboral puesta en práctica para sostener el orden burgués, han limitado tanto el acceso a lectura como el uso de las bibliotecas a las familias de las clases populares.
La separación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, base de la división de la sociedad en clases, también ha sido en el mundo capitalista un factor determinante para dividir necesidades y gustos concernientes a la lectura; para dosificar muy bien el acceso al saber; así como para fraccionar la creación y el uso de los centros bibliotecarios en la estructura social del Estado. Las bibliotecas societarias de suscripción, en concordancia con el nivel de sus acervos y el origen social y situación económica de sus lectores eran, recalquemos, espacios habituales para la clase intelectual al servicio de los grupos burgueses dominantes, propietarios de los medios de producción; para los representantes, talentos y portavoces ideológicos de la alta burguesía, tales como militares, juristas, abogados, médicos, profesores, clérigos, literatos, etcétera; mientras que las bibliotecas circulantes comerciales, también con base en el ámbito de sus colecciones y lectores, fueron sitios que formaban parte del mercado librero a disposición de las clases medias y urbanas inferiores, comúnmente excluidas de los círculos especializados de los intelectuales tradicionales.
En las primeras, para las cumbres de la sociedad burguesa, predominaban las obras teóricas e instructivas; en las segundas, para la distracción de la sociedad popular, abundaban las "novelas baratas". En efecto, una de las características de las bibliotecas circulantes de tipo comercial eran sus abundantes colecciones de novelas populares que se editaban en Londres (Cole, 1974a: 113) para ser distribuidas en el amplio mercado bibliotecario que existía en el Reino Unido, entidad política que abarcaba desde entonces Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda. Naciones donde la cultura bibliotecaria comercial tuvo especial auge a partir del siglo XVIII (Kaufman, 1963). Cultura complementada por el importante desarrollo de la cultura inherente a las bibliotecas privadas, formadas por los intelectuales aliados de la clase dominante de la época (Cole, 1974b: 234).
Ciertamente el régimen de pago para poder leer los libros de las aludidas bibliotecas cuasi públicas fue un obstáculo que engendró el sistema social de división de clases en el modo de producción capitalista. Sistema asociado con la división social del trabajo y con la administración de la propiedad privada de los medios materiales e intelectuales de producción. Esas bibliotecas mostraron así el escenario desigual de vivir la práctica de lectura entre las clases sociales. La ventaja que tuvieron las clases opulentas para formar, desarrollar y utilizar las bibliotecas societarias y circulantes contrastó con la falta de recursos y oportunidades de las clases desposeídas tan sólo para hacer uso de ambos tipos de bibliotecas. Esos espacios, comúnmente bajo el control de la burguesía letrada, forman parte tanto de la historia de lo privado a lo público en materia de servicios de biblioteca regulados a través de tarifas como de la historia referente al dominio de las clases poseedoras respecto a los recursos bibliográficos de educación, información y recreación.

6. La desigualdad social en torno a la relación «bibliotecas y lectura»

Con base en las dos categorías que Gerard establece en relación con las «subscription libraries» (1980: 205), es factible apreciar la desigualdad social estructurada en materia de «bibliotecas y lectura» que existía entonces. Como bienes y servicios socialmente valorados por las diferentes clases sociales de la época, esas bibliotecas se crearon, desarrollaron y consolidaron conforme a determinados grupos horizontales, pero diferenciados verticalmente. El acceso a esas bibliotecas semipúblicas, durante su apogeo en los siglos XVIII y XIX, refleja poder, prestigio y privilegio por parte de quienes podían crearlas, desarrollarlas y usarlas. De modo que esos servicios bibliotecarios de suscripción ayudarían a institucionalizar la desigualdad con especial consistencia y coherencia.
Como se puede argüir en torno al caso de la primera modalidad, los lectores-suscriptores eran sumamente privilegiados en el sentido que ellos debieron ser personas con cierto poder económico e intelectual, tanto para formar parte accionaria de la biblioteca y de los comités de selección de libros como para solicitar obras en calidad de préstamo alquilado. Las prácticas de uso y de extensa membresía, orientadas por el valor de la gratuidad, eran aún una quimera. Si bien el número de suscriptores variaron entre esos espacios de lectura, la cantidad de suscriptores a veces no alcanzó la cifra de 100; otros lograron tener el número no tan irrisorio de 300 o 400 inscritos.
Aquellas bibliotecas, que surgieron en cantidad considerable a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, se perciben como una versión más formal de los clubes de lectura o de las sociedades de lectura que habían florecido durante el mismo periodo (Forster y Bell, 2006: 147). En efecto, "la mayoría de las bibliotecas de suscripción tuvieron un origen diferente de las bibliotecas circulantes. Muchas evolucionaron a partir de pequeños clubes privados del libro durante el siglo XVIII y compartieron muchas de sus características" (Eliot, 2006: 125). Así, el abonado debía pagar su ingreso y una suscripción anual para poder disfrutar el derecho a leer los libros de esas colecciones (Forster y Bell, 2006: 147), creadas y desarrolladas por y para quienes pertenecían a un orden social diferenciado y jerárquicamente superior, es decir, para la clase pudiente de la sociedad. Observamos así que dentro de la formación social capitalista, la clase dirigente de esos tiempos no solamente poseía y controlaba los medios materiales de producción, sino que también procuraba poseer y controlar en cierto modo los medios intelectuales de producción. Ventaja que aprovecharía la burguesía de aquella época para cultivarse y de esta manera extender aún más su dominación de clase.
En efecto, conforme al origen y desarrollo del primer modelo de bibliotecas que expone Gerard, ellas estuvieron al servicio de los grupos sociales que constituían la clase dominante. Esto tiene un claro matiz sociológico. Forster y Bell aseveran que los miembros fundadores de las bibliotecas de suscripción, creadas en Inglaterra e Irlanda, provenían de la nobleza o de la aristocracia terrateniente, muy raramente eran artesanos. En consecuencia, abogados, médicos, comerciantes, fabricantes, banqueros, profesores, clérigos, tenderos, políticos, impresores, libreros y en algunos casos sus esposas e hijas eren quienes formaban la mayor parte de la lista de los suscriptores de esas bibliotecas (2006: 151). Si bien las primeras bibliotecas privadas de suscripción en Gran Bretaña (Inglaterra, Irlanda, Escocia y Gales) fueron creadas por y para la clase media acomodada (la burguesía), también tempranamente aparecieron en la escena las working-class subscription libraries, pero estas fueron bastante excepcionales (Kelly, 1966: 127), en contraste con las middle-class subscription libraries. Por esto, las bibliotecas de suscripción, cuyos antecedentes giran en torno a los clubes privados de lectura, están asociadas todavía a una esfera privilegiada de acceso a los libros.
La división de clases en materia de bibliotecas pioneras de prototipo semipúblico que se crearon en Gran Bretaña, durante los siglos XVIII y XIX, se entiende cuando Kelly reafirma en su libro Early public libraries:

La mayoría de las bibliotecas que crecieron antes de 1800 estaban dirigidas a las necesidades de la clase media - alta burguesía, clero, maestros de escuela, profesionales, comerciantes acomodados. El rasgo característico […] posterior a 1820, es el incremento en la provisión [de servicio de biblioteca] para el pueblo más humilde para el empleado, el artesano, el operario, el pequeño comerciante. Este cambio está directamente relacionado con el avance de la educación popular, con el cambio político y económico y con la disponibilidad de literatura barata (1966: 185-186).

Así, en relación con el segundo caso que apunta Gerard, el servicio de biblioteca fue más incluyente pero no lo suficiente para llegar con plenitud a las clases populares, incluso a toda la clase media. No obstante, hay indicios que ese servicio de biblioteca comercial estuvo incluso al alcance, en determinadas circunstancias, de algunas poblaciones necesitadas. Empero, el pago de cuotas de suscripción por cada volumen prestado-alquilado pudo ser un serio impedimento para tener acceso, por parte de los grupos sociales más pobres, a las colecciones de esas bibliotecas. En esta contextura, cabe considerar que: "Si bien parece ser cierto que la biblioteca circulante no era totalmente inaccesible para el trabajador y su familia, esta tuvo sólo una penetración limitada en la vida de la mayor parte de la población". De tal que modo que ese tipo de "biblioteca fue entonces una característica de la vida de una minoría bastante estrecha con base en la población" (Sturges, 1989: 67) existente.
Creadas comúnmente por libreros, es importante considerar los dos aspectos monetarios: el pago de la suscripción para tener derecho a hacer uso de la biblioteca y el pago del alquiler de los libros para poder llevarlos a casa. El pago de suscripción variaba, podía ser anual, trimestral, mensual o semanal (Kite, 1971: 117). El costo del alquiler variaba en relación con el número de volúmenes y el tiempo de préstamo de cada uno, como fue el caso de la biblioteca circulante J. S. Penn en Austin, Texas, en que la tarifa se incrementaba por ambos factores (Metzger, 1986: 232). Como organizaciones comerciales, sus tasas de suscripción se debieron ajustar en gran medida al libre mercado de la época. De modo que el lector podía suscribirse en concordancia con sus posibilidades de pago por lo que la tarifa diaria también se puso en práctica. Las suscripciones de periodos más cortos contribuían con frecuencia para que pequeñas bibliotecas circulantes sirvieran a zonas más pobres o en bibliotecas de una actividad comercial con tendencia estacional (Eliot, 2006: 125). Desde esta perspectiva, las bibliotecas circulantes sirvieron más a los intereses generales de lectura de la gente común, en contraste con las bibliotecas de suscripción que estuvieron principalmente al servicio de la clase adinerada. Desde esta perspectiva sociológica comercial, las esferas "del público y lo público", en relación con esos dos tipos de bibliotecas, deben acotarse definitivamente entre comillas.

7. La relación «bibliotecas y lectura», salvaguardia del orden social burgués británico

Con todo, cabe recalcar: "Aunque el término biblioteca circulante se emplea a veces en las bibliotecas de suscripción, es conveniente aplicarlo únicamente a esa clase de biblioteca organizada con fines de lucro por los libreros" (Gerard, 1980: 211). La diferencia entre esos dos tipos de bibliotecas no reside solamente, entonces, en las características sociales del público lector que las usaba, sino también en las peculiaridades socioeconómicas de quienes las creaban y en los fines que perseguían sus dueños. Las «comercial lending libraries» o simplemente bibliotecas circulantes, en donde los activos de capital bibliográfico estuvieron básicamente en manos privadas y controlados por personas y/o empresas particulares, se fundaron y desarrollaron como actividad lucrativa, es decir, para obtener un beneficio neto que permitiera, a los propietarios que controlaban esos medios de producción intelectual, incrementar su capital. Así que los bienes y servicios de esas bibliotecas comerciales funcionaron, como hemos subrayado, mediante los mecanismos basados en el mercado. En el entorno del usufructo de la propiedad privada de esos espacios bibliotecarios observamos que la búsqueda de utilidad cultural, que pudo generarse a través de la práctica de la lectura, subyace principalmente en la peculiar búsqueda de beneficio monetario. No obstante, se reconoce: "Al igual que la biblioteca propietaria, la biblioteca circulante fue una respuesta a la necesidad social en una época de creciente ocio" (Gerard, 1980: 211). Pero la satisfacción de esa necesidad social estuvo supeditada o sujeta a la necesidad económica que marcó el origen del capitalismo en Gran Bretaña.
Consideremos, asimismo, que las familias de trabajadores tampoco tenían el suficiente poder adquisitivo para cubrir las tarifas de las bibliotecas que funcionaban con fines de lucro, pero hay puntos de vista contrastantes en relación con esos precedentes de la biblioteca pública, esto es, en torno a las bibliotecas circulantes o bibliotecas de préstamo comerciales que existieron en Europa durante los siglos XVIII y XIX. El sociólogo Lewis Coser, en el contexto inglés del siglo XVIII, asevera que:

El crecimiento de las bibliotecas circulantes contribuyó a la expansión de la literatura. En una época en que los precios de los libros eran muy altos en relación con el poder adquisitivo de la gran mayoría de la población, las bibliotecas circulantes fueron una invención social importante. Suministraron a los que habían adquirido el gusto por la lectura, el acceso a libros que de otra manera hubieran estado fuera de su alcance. Ayudaron a reducir el abismo entre el interés por la lectura y el poder adquisitivo (1968: 59).

Las bibliotecas circulantes, así como lo hicieron en cierta manera las bibliotecas parroquiales durante el siglo XVII, ayudarían a favorecer la promoción del libro y la lectura. Pero recalquemos una diferencia importante entre unas y otras. Las de carácter parroquial brindaban el servicio al público de manera gratuita; el acceso público al libro a través de las circulantes o de préstamo comerciales tenía un costo módico, favoreciendo estas últimas principalmente a la pequeña burguesía, es decir, a las clases económicas medias bajas de los siglos XVIII y XIX. En este sentido, se sabe: "Las bibliotecas [comerciales] de préstamo constituían el correlato ideal del consumo lector extensivo que tan rápidamente se propagó entre las clases medias" (Wittmann, 1998: 466). En virtud de las trabas impuestas por la división de clases sociales que impedían el acceso a las bibliotecas de titularidad privada de suscripción, las bibliotecas circulantes, con sus modos de préstamo comercial, se perfilaron como una alternativa de lectura pública para satisfacer el ansia de leer entre las clases medias hacia abajo. Desde una perspectiva de clase Lyons admite: "Los nuevos lectores, pues, del siglo XIX, incluían también a las clases medias y bajas, a los aprendices de artesanos, a los trabajadores de cuello duro que en todas partes pasaron a engrosar la clientela de las bibliotecas [comerciales] de préstamo" (1998: 500). Punto de vista que contrasta con el de Jacobs (2006: 6), quien asevera: "Solamente los lectores de clase media y alta podían razonablemente pagar las cuotas de la biblioteca circulante antes del siglo XX."
Por esto, si bien ambos tipos de bibliotecas figuraron a su manera como «bibliotecas de préstamo» y, por ende, como suministradoras de libros entre el público lector, la biblioteca circulante como tal fue un organismo esencialmente empresarial que operó alejada de las motivaciones filantrópicas o comunales (Metzger, 1986: 228). No obstante, la cantidad de lectores comenzó a crecer paulatinamente, aunque con base, como hemos advertido, en la estratificación social, pues el público lector de libros y revistas en las bibliotecas de suscripción creadas para las minorías selectas tradicionales, se concentraría principalmente en los estratos pertenecientes a las clases media alta hacia arriba, esto es, en las capas concernientes a la burguesía letrada que gozaba de formación académica. Aunque algunos lectores de las clases medias bajas y subalternas tuvieron también la oportunidad de leer, como hemos referido, mediante el servicio de las bibliotecas circulantes. Al respecto se sabe:

Dada la cuota relativamente modesta de suscripción -15 o 20 chelines por año- daba al socio derecho a pedir prestados cualesquier libros o revistas disponibles -las bibliotecas atraían a los miembros de las clases medias y a los instruidos entre las clases bajas. Generalmente se especializaban en novelas y abastecían principalmente a un público femenino. Una aya o, con menos frecuencia, una sirviente doméstica, que no podía permitirse comprar libros, podía arreglárselas para pagar la suscripción (Coser, 1968: 59).

Este punto de vista, coincide con lo que escribe Lyons: "Sin embargo, las mujeres de la clase trabajadora leían, según han sabido los historiadores que han recogido testimonios orales: leían revistas, ficción, recetas, muestrarios para labores" (1998: 486). Pero la práctica de la lectura, enmarcada no solamente por la división de clases sino también por los arraigados problemas de género, estuvo sometida por las actitudes prepotentes de los varones, esto es, por los prejuicios, las conductas y las creencias que promovían la negación de las féminas como sujetos sociales de la cultura lectora. En todo caso, la división sexista de la lectura de libros, revistas y periódicos durante aquellos siglos fue un antagonismo más derivado tanto por la tajante división de tipos de bibliotecas que existieron bajo el régimen de propiedad privada y de alquiler como por la sociedad machista constituida por aquellos grupos conservadores de la burguesía en general. Sociedad preocupada por proteger la costumbre, la tradición pero sobre todo ocupada por salvaguardar el orden social burgués, basado en la búsqueda de beneficio monetario.
En virtud de que en ambos casos a los que refiere Gerard (1980: 205), el servicio de biblioteca estuvo inmerso en la esfera de la propiedad privada, el Estado y su órgano ejecutor, el Gobierno, todavía no adquirían la potestad sobre el funcionamiento público de esos espacios de lectura. Aún habría de pasar varios años más para que el desarrollo de la biblioteca pública gratuita (free public library) fuese un factor de competencia que más tarde influiría en la clausura de muchas bibliotecas circulantes, pues algunas de titularidad privada de suscripción continuaron existiendo. Pero el mayor declive de las de carácter circulante se suscitó hasta el siglo XX, cuando las bibliotecas públicas comenzaron a expandir sus servicios a través de bibliotecas sucursales y a dedicar más espacio en las estanterías a los libros de ficción popular. Esta situación supone que por varias décadas coexistieron en varias ciudades de Gran Bretaña las «bibliotecas de alquiler» con las primigenias bibliotecas públicas del siglo XIX. Naturalmente que la política referente a la gratuidad de los servicios de las bibliotecas públicas para todos los grupos sociales fue también un factor decisivo en relación con la decadencia de aquellas bibliotecas de propiedad privada. En algunos casos, las colecciones de las bibliotecas de suscripción pasaron, conforme fueron cesando sus servicios no gratuitos, a formar parte de las nuevas bibliotecas públicas (Forster y Bell, 2006: 156). A partir de entonces, como infiere Lyons (2011: 147) "los lectores de las clases más bajas" pudieron acudir a estas nuevas y modernas «bibliotecas públicas gratuitas» que comenzaron a fundar "los reformistas, filántropos y empresarios durante la segunda mitad de siglo XIX a fin de ofrecer libros a las masas con los que pudieran mejorar."
No obstante, la percepción histórica ha considerado a la biblioteca de suscripción como una innovación del siglo XVIII, con libros de acceso abierto, catálogos impresos y procedimientos democráticos de selección de libros (Forster y Bell, 2006: 157). En tanto la biblioteca circulante ha sido apreciada como una fuerza generalizada en el suministro de libros y una importante fuerza en el desarrollo del uso de la biblioteca (Metzger, 1986: 228). Bibliotecas que, a medida que finalizaba el siglo XIX, sus propietarios buscaban modernizarlas con los nuevos avances de la tecnología, tales como: luz eléctrica, máquinas de escribir y teléfonos (Forster y Bell, 2006: 157). La generación de energía eléctrica contribuyó pronto al desarrollo de la industria eléctrica y al servicio público de alumbrado incandescente, iniciándose así una nueva época de iluminación al interior de aquellas bibliotecas que se perfilaban cada vez más para ceder, no sin cierta resistencia, el paso a lo público.

8. Conclusión

El tema de las bibliotecas cuasi públicas que funcionaron en la Gran Bretaña durante los siglos XVIII y XIX se puede considerar como parte de los antecedentes de las primeras bibliotecas públicas que a partir de 1850 comenzaron abrirse a raíz de la Ley de Bibliotecas Públicas, norma aprobada en agosto de ese año por el Parlamento. Empero, el prototipo semipúblico de servicio bibliotecario fue una alternativa que se caracterizó por una clara división de clases: las bibliotecas privadas de suscripción, por un lado, y las bibliotecas circulantes, por el otro. El préstamo de libros, antes del nacimiento de la primera biblioteca pública en Manchester en septiembre de 1852, se configuró bajo esquemas acordes con el sistema social capitalista de la época. En esa contextura, observamos que es más apropiado hablar de alquiler que de préstamo de libros. Por ende, el concepto de «clientes» (customers, patrons) es más elocuente en el entorno de esas bibliotecas cuasi públicas que el de «usuarios» o simplemente «lectores» (Jacobs, 1999: 50-51).
También se puede inferir que aquellas bibliotecas de alquiler (Erickson, 1990: 574) o renta (Jacobs, 2006: 6), como instituciones de lectura creadas para el uso, principalmente, de las clases sociales acomodadas, no estuvieron al margen de los procesos de inclusión y exclusión, de integración y marginación. La estructura social, determinada por las esferas culturales del capitalismo comercial e industrial, configuró el funcionamiento mercantil de las bibliotecas circulantes para los miembros de las clases carentes de poder y dominio; mientras que el esquema burgués definió el perfil de las bibliotecas de suscripción, en tanto que estuvieron dirigidas por y para la comunidad ilustrada y letrada de la época, esto es, para los miembros de las clases dominantes. Ambos servicios de biblioteca estuvieron relacionados con las formas modernas de propiedad privada de los medios materiales e intelectuales de producción, entramado bibliotecario adherido a la constitución regulada por economías capitalistas; bibliotecas que se rigieron por los esenciales elementos del capitalismo: el dinero, la economía de mercado y el acumulamiento de capital. De tal modo, esas bibliotecas comenzaron a crearse en el seno de la sociedad capitalista cuando concluyó el feudalismo en Inglaterra. Si bien existe cierta evidencia de que algunas bibliotecas de este tipo pudieron haber estado funcionando durante la última década de 1600 (Kite, 1971: 17; Jacobs, 2006: 5), las bibliotecas circulantes como establecimientos hacen su aparición hasta inicios del siglo XVIII y a partir de entonces comenzaron a multiplicarse por toda la Gran Bretaña a tal grado que en 1800 había 1000 bibliotecas circulantes en Inglaterra, a juzgar por los catálogos que sobreviven de ellas (Coser, 1968: 59; Jacobs, 2006: 5; Erickson, 1990: 574). Servicio de bibliotecas empresariales dirigido por libreros, no por bibliotecarios. En este contexto histórico-social, las prácticas bibliotecarias semipúblicas estuvieron enmarcadas en políticas de prácticas económicas. La commercial circulating libraries abiertas en la Gran Bretaña se consolidaron principalmente sobre el principio de una economía de la lectura (Erickson, 1990) y no precisamente sobre el motivo de una política cultural de acceso a los impresos. Ese tipo de bibliotecas se convirtieron en una rama esencial del comercio concerniente al libro y la lectura.
Las bibliotecas circulantes fueron también bibliotecas de suscripción; las bibliotecas de suscripción fueron asimismo bibliotecas circulantes (Eliot, 2006: 125). Es decir, esas dos instituciones echaron mano de los mecanismos de suscripción y circulación. Por esto, ambos tipos a veces se bifurcan en la literatura especializada sobre la temática a tal grado de confundirse, pero la confusión se aclara cuando se observa la naturaleza de las colecciones y se logra percibir el uso social de unas y otras. Esto es, cuando distinguimos a qué clases sociales pertenecía el público lector británico, identificamos con certeza el tipo de biblioteca que se trata. Los catálogos de las bibliotecas circulantes que se conocen ofrecen, por ejemplo, vistas reveladoras en relación con el mundo tanto de la edición de libros como de la lectura que se practicó durante esos siglos en Gran Bretaña (Jacobs, 2003: 1).
El mercado de libros se extendió más allá de los tradicionales sitios de venta, pues las bibliotecas circulantes formaron parte importante del negocio de los impresores y libreros de la época. A la venta de libros se sumó la renta de materiales de lectura, incluido el radio de acción de las bibliotecas propietarias. Entonces la compra del libro se vinculó o complementó con el alquiler del mismo a través del servicio de esos dos tipos de bibliotecas, ampliando así considerablemente el público del libro entre dos segmentos de la sociedad, por un lado, las personas pertenecientes a la clase media hacia abajo, y por el otro, a individuos cultos de la clase media superior y a la alta burguesía. En el contexto referido, esas bibliotecas no solamente fueron intermediarias importantes entre los autores y el público lector, sino entre los dueños de la industria del libro y los consumidores de la página impresa. Los autores como intelectuales, los cuales eran una minoría, debieron sacar provecho así de las esferas culturales de la estructura social, a saber, de: la industria editorial, las bibliotecas y la sociedad lectora estratificada.
Desde la perspectiva histórico-social, aquellas bibliotecas han venido formando parte importante de la evolución de las bibliotecas británicas (McColvin y Revie, 1946; Kelly, 1966). Representan así un pasaje del origen de las primeras bibliotecas públicas en el mundo moderno; son claros indicios de la expansión del servicio de biblioteca en la cuna del capitalismo occidental.

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