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Información, cultura y sociedad

versión On-line ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.31 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2014

 

ARTÍCULOS

Las librerías de la Compañía de Jesús en Nueva Granada: un análisis descriptivo a través de sus inventarios*

Society of Jesus's Libraries in Nueva Granada a Descriptive: Analysis Through their Inventories

 

Alfonso Rubio Hernández

Facultad de Humanidades, Universidad del Valle (Cali, Colombia) / alfonru1964@hotmail.com

Artículo recibido: 2-07-2014.
Aceptado: 13-08-2014

 


Resumen

A través de los inventarios de dos librerías de la Compañía de Jesús expropiadas en la Nueva Granada a raíz de su expulsión en 1767 (el Inventario de la Librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe de Antioquia, y el del Colegio de Santa Fe de Bogotá), realizamos un ejercicio descriptivo de dichas librerías atendiendo a tres aspectos: a la presencia de algunas significativas obras utilizadas con fines pedagógicos y espirituales que contemplaban una determinada práctica de lectura; a su decoración, concebida por los propios jesuitas dentro de un fuerte pensamiento contrarreformista; y a los sistemas de clasificación que adoptaron sus inventarios en consonancia con su desempeño de formación humanística y religiosa.

Palabras clave: Jesuitas; Colegios; Librerías; Bibliotecas; Inventarios

Abstract

By means of inventories of two bibliographical archives of the Society of Jesus which were expropriated in Nueva Granada due to its expulsion in 1767 (the inventories of the Library of Colegio de la Compañia de Jesús de Santa Fe de Antioquia, and Colegio de Santa Fe de Bogotá) a descriptive analysis of those libraries is carried out, paying special attention to: the uses of books with pedagogical and spiritual issues, to their decorations, conceived by the Jesuits themselves within a strong counter-reformist thought; and the classification systems that were adopted in their inventories according to their performance in humanist and religious education.

Keywords: Jesuits; Colleges; Libraries; Inventories


 

Introducción

Ignacio de Loyola dedica el apartado IV de las Constituciones de la Compañía de Jesús (1550) a la formación y educación de los jóvenes; incluye en él la necesidad de que existan bibliotecas ("haya librería") en sus colegios. Es una declaración programática que considera a la "librería general" de sus centros como lugar de actividad pedagógica y de desarrollo cultural y espiritual.
Loyola fue soldado en su juventud y estudió en las Universidades de Alcalá de Henares y París, experiencias que marcarán la regulación normativa (la Ratio Studiorum) de sus objetivos hacia la preparación de religiosos que combatan la herejía y propaguen la fe de Cristo a lo largo del mundo. Para hacer eficaz este combate se debía contar con una sólida preparación religiosa e intelectual y de ahí la necesidad por formar nutridas, variadas y actualizadas bibliotecas que se acrecentaban periódicamente mediante legados, rentas o intercambios entre distintas casas jesuitas (Miguel, 1998: 77-78). Unas bibliotecas que siempre estuvieron convenientemente reguladas en sus aspectos funcionales de organización, custodia y acceso.
Poco antes de la disolución de la orden, el número de sus colegios fundados se aproximaba a los 650, incluidos los de las provincias de ultramar en su función misional. En el siglo en que llegan a Hispanoamérica, los jesuitas establecieron allí 11 colegios, entre ellos los de Ciudad de México y Cuzco (1572), Pátzcuaro (1573), Juli (1577), Puebla (1578), Quito (1586) y Santa Fe de Bogotá (1598). La salida de los jesuitas del territorio español supuso un cambio de propiedad de los fondos documentales que componían una vasta red de bibliotecas y sirvió para formar o enriquecer bibliotecas que comenzaban a considerarse públicas. En el panorama general del mundo de los libros en la América colonizada, por su trascendencia cultural y social, al analizar las bibliotecas religiosas de la Nueva Granada, es inevitable hablar de estas bibliotecas o "librerías" expropiadas a la Compañía de Jesús, que se estableció en Santa Fe de Bogotá, como decimos, a fines del siglo XVI1.
Con la decisión tomada por el Consejo Real en sesión extraordinaria de 29 de enero de 1767, Carlos III ordenó a Pedro Abarca de Bolea, conde de Aranda y presidente de dicho consejo, la expulsión de los jesuitas de todos sus reinos. Con esta medida comienza en España una secularización y una nueva gestión pública de la cultura y de la educación, inspirada por los políticos ilustrados, concretamente por los asturianos Pedro Rodríguez Campomanes y Gaspar Melchor de Jovellanos, partidarios de que la instrucción fuera libre y gratuita y estuviera al alcance de la mayoría de los ciudadanos.
La legislación real dictada se encaminó a la creación de bibliotecas públicas. El 2 de abril del mismo año Carlos III dictó la Pragmatica sanción de su Magestad en fuerza de ley para el estrañamiento de estos Reynos á los Regulares de la Compañía, ocupación de sus Temporalidades, y prohibición de su restablecimiento en tiempo alguno, con las demás precauciones que se expresa. En ella se incluía el texto de la Instrucción de lo que deberán executar los Comisionados para el Estrañamiento, y ocupación de bienes, y haciendas de los Jesuitas en estos Reynos de España é Islas adjacentes, en conformidad de lo resuelto por S.M., dictada por el conde de Aranda el 1 de marzo, donde se indicaba a dichos comisionados proceder en compañía de los Padres Superior y el Procurador de la Casa, a la "judicial ocupación de Archivos, Papeles de toda especie, Biblioteca común, Libros y Escritorios de Aposentos" (García, 2000: 15-16).
La Real Cédula del 22 de abril de 1767 ordenando que se recogieran los libros de los jesuitas, se tradujo en la Instrucción de lo que se deberá observar para inventariar los libros y papeles existentes en las casas que han sido de los regulares de la Compañía en todos los dominios de S.M., elaborada por Campomanes. Luego, una Real Orden de 2 de mayo de 1769 dispuso el reparto de las bibliotecas de los jesuitas sólo entre las universidades y los colegios, sin que esta orden afectara al enriquecimiento de los fondos bibliográficos de la Real Biblioteca de S.M., que se había abierto en Madrid en marzo de 1712.
Expulsados los jesuitas, Carlos III restableció los Reales Estudios que Felipe IV en 1625 fundó en el Colegio Imperial de dicha orden, y por Real Decreto de 19 de enero de 1770 convirtió su biblioteca en biblioteca pública destinada al uso de docentes y de sus discípulos, y de todos los estudiosos que quisieran acudir a ella.
Formando parte del territorio español, de igual manera la expulsión de los jesuitas en 1767 del Nuevo Reino de Granada hizo públicas parte de sus colecciones bibliográficas que permanecían en su vasta red de casas, residencias y colegios de los principales centros urbanos, bien a través de la fundación en Santafé de la Biblioteca Pública, que comienza a constituirse con la base de fondos bibliográficos de los jesuitas, o bien a través de las cátedras de latín y humanidades que, ahora bajo el control real o municipal, se reabren en las ciudades a partir de 1770 reutilizando sus libros expropiados (Silva, 2008: 243).
Inmediatamente después de la comunicación de la Real Pragmática de expulsión en los establecimientos jesuitas, se procedía a la realización del correspondiente inventario de sus librerías. Son estos inventarios los que nos permiten aquí, desde los presupuestos de la que se ha llamado "biliotecología jesuita", hablar de algunos "libros" representativos cuya "lectura" en los colegios de la Compañía de Jesús se hacía en función de su pedagogía y espiritualidad; de la decoración de sus bibliotecas ceñida a la corriente contrarreformista; y de los sistemas de clasificación que adoptaron sus inventarios2.

Una colección con fines espirituales y pedagógicos

De los numerosos inventarios de estas librerías expropiadas a la Compañía que podemos encontrar, nos detenemos ahora en dos:

  1. Inventario de la Librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe de Antioquia, fechado el 3 de agosto de 1767 y realizado por el Gobernador de Antioquia José Barón de Chaves con el padre Rector Victorino Padilla y el Contador Manuel de Aguirre ante el escribano del número Juan Antonio de Orellana3.
  2. Inventario de la Librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe de Bogotá. Comienza a realizarse el 28 de octubre de 1767 y termina el 21 de noviembre, por Antonio de Verastegui, Oydor y Alcalde de Corte de la Real Audiencia, y Francisco Antonio Moreno, Fiscal protector de los naturales de este Reyno, ante el escribano real José de Rojas4.

Suficientemente válida para nuestros intereses, según la clasificación en cuatro apartados (religión, derecho y política, humanidades y ciencia) propuesta por el conocido bibliófilo sevillano del siglo XVII Nicolás Antonio, estos inventarios muestran la siguiente distribución temática:

Tabla 1. Clasificación temática del Inventario de la Librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe de Antioquia.

Tabla 2. Clasificación temática del Inventario de la Librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe de Bogotá.

Según ambos inventarios, donde pudimos distinguir entre número de títulos y número de volúmenes o cuerpos que conforman cada obra, esta es una de las primeras características que se daba en las ediciones de la época, el gran número de tomos que podía comprender cada una de las obras. En conjunto, bajo todas sus variedades, materias y submaterias, el libro religioso, con gran diferencia respecto a los demás, muestra el mayor porcentaje. Los libros de derecho están referidos al derecho canónico, las ciencias tienen un débil peso y en esa instrucción jesuítica que combinaba el ideal cristiano con el humanista, las Humanidades dejan sentir notablemente su presencia.
Proporcionalmente la estadística se corresponde con la que presenta Barnadas (1974: 151-155) para la Biblioteca del Colegio Máximo que la Compañía de Jesús estableció en Quito; una Biblioteca que, como en el resto de los centros jesuitas, muestra el esfuerzo que se hizo durante el siglo XVIII por mantenerse en la línea de los modernos conocimientos. Buena parte de las adquisiciones fueron realizadas en un siglo XVIII que experimenta un despegue sin precedentes con obras publicadas durante este mismo periodo de tiempo, tratando de seguir de cerca el movimiento intelectual europeo y acogiéndose a las preferencias disciplinares de acuerdo a los requerimientos de las cátedras de sus colegios americanos.
En términos generales, como ocurre en España, los inventarios de las bibliotecas colegiales de los jesuitas que analizamos, señalan la presencia de los autores más importantes en cada especialidad y, ni siquiera faltan los más críticos con la Compañía, como el P. Mariana, Melchor Cano o Juan de Palafox y Mendoza, aunque los autores jesuitas son los más abundantes, lógicamente, en todas las relaciones (Bartolomé, 1988: 358-359)5. De las muchas características que pueden señalarse sobre el contenido y la función de las obras, comentemos dos rasgos fundamentales referidos al ejercicio continuo de los jesuitas: el de su espiritualidad y el de su función pedagógica.
La espiritualidad que circulaba en la América del siglo XVII, corresponde a la que la jerarquía eclesiástica española impulsó durante la Contrarreforma mediante una literatura que resaltará los valores apostólicos de una "Iglesia militante" y que, por medio de los jesuitas, alcanzó su máximo apogeo, en cantidad más que en calidad, en el Barroco6. Sus discursos, más que ligarlos a la "mística" de la oración mental metódica o de quietud, en realidad presentan una marcada impronta ascética a favor de la perfección cristiana, la purificación moral a través de la ejercitación del espíritu y la oración mental imaginativa o realista ignaciana (González, 2008: 150-168).
Entre lo más representativo del género, en nuestros inventarios, sólo como muestras, van a aparecer escritores religiosos españoles del siglo XVI como Nicolás de Arnaya (Conferencias espirituales, útiles y provechosas para todo género de personas) o Juan de Ávila (De las festividades de Nuestra Señora, Epistolario espiritual para el estado eclesiástico, Libro espiritual que trata de los malos lenguajes del mundo, carne y demonio y de los remedios contra ellos); y autores como el italiano Paolo Segneri (La verdadera sabiduría o El cristiano instruido en su ley) y el alemán bajomedieval Tomás de Kempis, de quien se encuentra su De la imitación de Christo y menosprecio del mundo, traducida del latín al español por el jesuita y escritor también de orientación ascética, Juan Eusebio Nieremberg7. De Nierember aparecen obras como la Vida divina y camino real para la perfección, Obras christianas y Diferencia entre lo temporal y eterno, una obra ascética escrita en 1640 que alcanzó 60 reimpresiones y numerosas traducciones hasta el siglo XVIII. Por supuesto no faltará "Fray Luis de Granada sus obras son nueve tomos en quarta de pergamino". Fue el escritor más difundido en las Indias de los siglos XVI y XVII y su exitoso Libro de la oración y meditación, con 229 ediciones en castellano, el manual más leído de la ascética postridentina.
En el Nuevo Reino de Granada destacaron tres autores ascéticos que no faltaron en las bibliotecas que analizamos: Alonso Rodríguez, 1538-1616 (Exercicio de perfección y virtudes cristianas), libro de cabecera de los seguidores de Ignacio de Loyola en España e Hispanoamérica y, después de la Biblia y de De la imitación de Christo, uno de los más leídos por los cristianos durante mucho tiempo8. El riobambeño Pedro de Mercado, 1684-1689 (Comunicación del alma con su Dios trino y uno, Método de obrar con espíritu, Instrucción para hacer con espíritu los oficios corporales de la religión, etc.; llegan a 19 las obras que se registran en el inventario de Bogotá), prolífico escritor que no salió de la Nueva Granada y fue una fuerte influencia en el conocimiento de la mentalidad ascética hasta bien entrado el siglo XVIII. Y el jesuita francés Antonio Le Gaudier, 1572-1622 (De Natura et Statibus perfectionis) (Rey y González,  2008: 27-27).
Una circunstancia común que ponen de manifiesto estos tres autores mencionados es que son partidarios entre los fieles de la lectura individual reducida a asuntos piadosos y como sustento de la meditación y, en última instancia, del ascenso hacia Dios. Durante la Contrarreforma, los tratados de devoción se utilizan para recordar en las clases populares la condición pecadora del hombre y su sentimiento de culpabilidad, justificando la voluntad de Dios en un mundo terreno y ofreciéndoles, a cambio, una solución religiosa de salvación. De esta manera, la función ascético-espiritual de una oración será la de formar buenos cristianos. En su Memorial de la vida cristiana, el propio Fray Luis de Granada sentencia: "y bien veo que para esto no faltan hoy día libros de muy sabia y católica doctrina"; y Juan de Ávila, en el Audi filia: "y usen mucho el leer libros devotos" (González, 1999:177).
En cuanto a la pedagogía jesuita (retórica, lógica y dialéctica hacia las reglas ad pietatem et bonos mores, resorte y norma íntima de la vida religiosa o escolar) no faltan autores como Francisco Saccini, 1570-1625 (Historiae Societatis Iesu), Juan Bonifacio, 1538-1606 (Christiani pueri institutio, adolescentiaeque perfugium, De sapiente Fructuoso Epistolares), Antonio Posevino, 1533-1611 (Defensio veritatis adversus Assertiones Catholicae fidei repugnantes), José Juvencio, 1643-1719 (Decii Junii Juvenalis et Auli Persii Satyrae) o Pedro Juan Perpiñán, 1530-1566 (Petri Ioannis Perpiniati Sacerdotis Societatis Iesu Orationes)9. La formación jesuítica sigue metodológicamente la Ratio Studiorum, el documento que formalmente estableció el plan de estudios o el sistema general de educación de la Compañía de Jesús en 1599. Las disposiciones de la Ratio fueron ley en el Nuevo Reino de Granada y se adaptaron a la realidad espacio-temporal de una entidad jesuítica americana, como lo hacen saber Rey y González (2008:33) analizando la Praxis de los Estudios Mayores y Menores de 1666 del colegio de Quito, ciudad que por aquel entonces formaba parte de la Provincia del Nuevo Reino10.
Los colegios, seminarios y universidades coloniales de los siglos XVII y XVIII basaron su enseñanza filosófica en la escolástica y, aunque con matices, el método de trabajo y enseñanza era común a todos. Los problemas de su actividad filosófica fueron los típicos de la filosofía medieval, resueltos con la autoridad de Aristóteles y los grandes pensadores escolásticos del pasado (Jaramillo, 1977: 35-36). Los saberes en las instituciones de enseñanza superior, como refrendan los inventarios de sus bibliotecas, se basaban en los estudios de Teología, Lógica y Retórica, siendo la Teología la ciencia considerada como eminente, dominante, ordenadora y jerarquizadora del resto de saberes en función de la prédica religiosa y el proceso ideológico global de la sociedad (Silva, 2004: 46-52).
Un informe de 1628 sobre la situación del Colegio San Bartolomé de Santa Fe de Bogotá, el colegio, erigido en Universidad en 1622, que albergaba los estudios de los jesuitas, da cuenta de los cursos existentes de gramática y retórica, que se leían 'enteramente con distinción de aula y maestro'; de un curso de "artes" (nombre común dado a la enseñanza de la filosofía escolástica) y de "tres lecciones de teología. La organización de los jesuitas ya en esos años había logrado captar el favor del estudiantado y llegaría a establecerse una conexión entre los estudios del Colegio, el prestigio social de la institución y la aspiración y el logro de empleos de importancia, siendo estas consideraciones un índice del dominio que la Compañía de Jesús ejercía sobre la cultura escolar e intelectual en el Nuevo Reino de Granada. Entre 1608 y 1719 contaba con una población total de 539 universitarios: 380 clérigos, 95 regulares y 64 seculares, y entre los regulares se distinguía un grupo de religiosos que pertenecían a las órdenes de Santo Domingo, San Agustín y San Francisco que se desempeñarían luego como "lectores" dentro de sus propios conventos (Silva, 1992: 51-81).
Esos "lectores" (así se designaba al officcium del catedrático), como el resto de estudiantes, se habían formado con conocimientos de Teología, Lógica y Retórica, a través de tres principios metodológicos y unas técnicas concretas que ofrecía la Ratio atque institutio studiorum Societatis Iesu (edición definitiva, Roma, 1599). Los principios de autoridad (la enseñanza se ejerce en nombre de Dios), adopción (acomodarse a las características del alumno) e interactividad (despertar el interés y lograr su participación); y las técnicas de aplicación didáctica: praelectio (el maestro lee, explica el tema, desmenuza las partes y expone observaciones para los ejercicios escritos), la concertatio (batallas dialécticas de grupos que defienden ideas o argumentos opuestos), las scriptionis afferendae (ejercicios escritos que recogen las exposiciones) y la repetitionis utilitas para memorizar los contenidos. Resumidamente eran los elementos básicos de una retórica de larguísima tradición didáctica (Infantes, 2005: 568)11.
La escolástica universitaria institucionalizó y amplificó la pedagogía medieval basada en la lectura de textos. Lecturas explicadas y comentadas de una obra o texto clásico que formaba parte de los programas escolares y eran la base del desarrollo de las clases. El término "legere" en lengua latina clásica, es significativo subrayar, como lo hace Jacqueline Hamesse (2004:186), era ambiguo, y numerosos textos reflejan sus diversos sentidos: se habla de legere librum illi (explicar un libro a alguien), de legere librum ab illo (aprender un libro con ayuda de alguien) o de legere librum (leer un libro). Contrariamente a lectio y legere, que son de la lengua clásica, el término lectura era una creación medieval que proviene de la época universitaria, dentro del contexto de la enseñanza y utilizado a partir del siglo XIII para designar un procedimiento específico de exposición de texto.
En la concepción pedagógica de los jesuitas, la lectura suponía tres niveles de exposición. El primero (littera) era la exégesis literal aclarando el significado inmediato. El segundo (sensus) representaba el análisis y la significación del texto para captar su sentido. El tercero (sententia) explicaba el contexto doctrinal en que debía ubicarse el texto (Rey, 2004: 29-30).
Lecturas y prácticas colectivas o individuales, en voz alta o en silencio, que van a contar con tres principales espacios de realización: el aula, los aposentos de estudio, de retiro y meditación, y las bibliotecas. Los aposentos y bibliotecas son espacios que no necesariamente son signos de lectura en silencio, pero sí lo son, sin ser contradictorio, de una lectura íntima y reservada. La lectura en silencio, recordando a Roger Chartier (1987: 127), ya había transformado el trabajo intelectual, que se convierte en un acto de la intimidad individual, en una confrontación personal con los textos, en una memorización y en un cruce de referencias que visualmente se perciben en los libros. La espiritualidad de las órdenes mendicantes, la devotio moderna o el protestantismo se apoyaron en esta práctica que facilitaba alimentar la fe a partir de la lectura íntima de los textos de espiritualidad o de la propia Biblia.

La decoración de las librerías

El libro era el instrumento que permitía el desempeño de las funciones pedagógicas, pastorales y espirituales en consonancia con la reforma tridentina. Así, los jesuitas, grandes innovadores en las formas de instruir, necesitaron nutridas bibliotecas que mejorasen la enseñanza y el nivel cultural de sus alumnos y éstas se acrecentaban periódicamente mediante rentas fundacionales, habilitación de partidas extraordinarias, donaciones o intercambios entre distintas casas12. En los colegios de la compañía se encontraban dos tipos de bibliotecas: la librería comune o minore y la librería maior o secreta (Játiva, 2008: 38-39).
La librería comune o minore era la biblioteca general o colegial, atendida por un bibliotecario y ubicada en un espacio acondicionado para albergar libros, normalmente encadenados al pupitre en el siglo XVI y colocados en anaqueles en el siglo XVIII, con ornamentación barroca y otros elementos como globos terráqueos o colecciones de monedas. Los inventarios que analizamos dan importancia a la descripción de la biblioteca atendiendo a tres elementos íntimamente ligados al proceso de la lectura: el local, el mobiliario y la decoración13:

1. Inventario de la Librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe de Antioquia

[…] dicho Señor Governador saco una llave donde se custodian dichos libros en uno de los Aposentos del primer Claustro y recibiéndola yo el escribano lo abri, y en dos estantes grandes y uno pequeño, que tiene de madera ordinaria sobre una mesa que coje toda la fachada, se halló lo siguiente: primeramente un Santo Christo de mediano tamaño en su Cruz de madera pintada en Verde con perfiles de dorado =Ytem un quadro de Nuestra Señora del Carmen= ytem una pintura Rota de San Ignacio= ytem otra menor de San Lorenzo= ytem otra de Santa Ifigenia= ytem ocho lienzos pintados de animales= ytem un quadro con estampas de los Generales de la Orden= ytem dies y siete estampitas de varios santos, colocados en la pared= ytem doze sillas de espaldares dorados cinco de tripa y una llana= ytem un librito de las letanias mayores y otras oraciones en pergamino que dice pertenecer a este Colegio, y dentro tiene una oración manuscrita a San Joseph= ytem una palmatoria de bronze baseada= ytem un quadernito manual donde se apuntaban los libros que sacaban y volvían los Padres.

2. Inventario de la Librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe de Bogotá:

Entrose a la pieza de la libreria que tiene veinte pasos regulares de largo y siete de ancho, con tres ventanas grandes con sus vidrieras, su puerta de madera y cerradura, circunvalada de estantes de madera pintados de azul y perfiles de oro, con un cuadro de San Ignacio sobre la puerta de la entrada, y en el discurso de esta pieza dos mesas grandes aforradas de vaqueta, dos bancos de sentar, una silla de sentar, ordinaria, un atril largo de madera, una escalera, cuatro globos bien maltratados, y dos instrumentos de bronce del arte de geografía: y reconocidose el libro en que por abecedario se hizo el debido cotejo, poniéndose por inventario en la forma y manera siguiente.

Además de la infinidad de ilustraciones que adornaban los libros religiosos (devocionarios, misales, etc.), podemos constatar el gran peso que tuvo la imagen en la sociedad colonial, esencial en el papel de intermediaria entre la cultura escrita y oral, y en el propio ámbito de la enseñanza. Por un lado aparecen descritos los elementos propios de la biblioteca: dimensiones, luminosidad, seguridad, disposición y adornos de los estantes, el tipo de mesas y asientos, el atril y la escalera. Por otro se describen sus decorados: elementos del "arte de la geografía" (globos terráqueos e "instrumentos de bronce"), palmatorias y las figuras y lienzos de imágenes religiosas o animales simbólicos, estampas con los "Generales de la orden" y estampas con distintos santos. Además aparece un instrumento de control bibliográfico, el libro registro de préstamos: "un quadernito manual donde se apuntaban los libros que sacaban y volvían los Padres".
La importancia concedida a la decoración en las bibliotecas de los jesuitas procede de la obra de Claude Clément (Musei sive Bibliothecae tam privatae quam publicae extructio, instructio, cura usus libri IV. Lyon, 1635), una de las más destacadas en el campo de biblioteconomía realizadas por los jesuitas. Llamado por Felipe IV, Clément dirigió la Cátedra de Erudición en los recién creados Reales Estudios del colegio Imperial de Madrid y su obra, frente a la monarquía francesa, exalta la monarquía de la Casa de Austria, presentando a Felipe IV como el monarca católico que a través de un gran centro de cultura como la Biblioteca del Colegio Imperial, podía ser foco de expansión religiosa y política en la Europa de la Contrarreforma. Musei sive Bibliothecae… fue uno de los manuales de biblioteconomía más conocidos y utilizados para la construcción, organización y decoración de bibliotecas en la Europa católica de los siglos XVII y XVIII.
La iconografía religiosa desplegada en las librerías de Santa Fe de Antioquia y de Bogotá (santos, animales simbólicos, escenas bíblicas) sigue las instrucciones, que ya en ese tiempo eran moda, del manual de Claude Clément, donde se propuso sustituir los temas decorativos tradicionales tomados de la antigüedad clásica, por "una nueva iconografía, que él llama 'fuentes de la erudición'; temas tomados de la Biblia o de la misma cultura clásica pero provistos de un nuevo significado religioso, ajustándolo al pensamiento contrarreformista" (Miguel, 1998: 83-84).
Con el nombre de Librería maior o secreta se denominaba a la biblioteca privada de acceso exclusivo a los Padres, formada por la colección de libros de acceso restringido y de uso particular de los religiosos, que solían custodiarlos en el propio escritorio del aposento, convirtiendo a éste en una especie de studiolo (estudio-biblioteca). Aunque también poseían ejemplares de la biblioteca común, los libros de las habitaciones de los Padres eran normalmente de uso personal, de acuerdo a las materias de las que eran especialistas, constituyendo a veces, sobre todo en el caso de los personajes más relevantes de cada comunidad jesuita, auténticas bibliotecas particulares dentro de sus habitaciones con un significativo número de ejemplares.

Sistemas de clasificación en los inventarios

El Inventario de la Librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe de Bogotá, que comienza a realizarse el 28 de octubre de 1767, es un inventario posterior a un primero que se fechó el 23 de septiembre y ofrecía un número bastante inferior de libros, pues en él no se habían registrado las piezas que se custodiaban en los aposentos o librerías privadas de los sacerdotes y esta es la razón por la que se lleva a cabo el segundo inventario: "[…] que para mayor claridad se proceda a formar Inventario […] agregándose los que se han encontrado en varios aposentos particulares con nota de Librería, que para este efecto se han apartado y conducido a ella"14.
Este segundo Inventario de octubre, ordenando alfabéticamente por título o autor de las obras, ofrece algunos rasgos físicos de las mismas, como el número de tomos que las componen, su tamaño, su tipo de encuadernación y el estante donde se encuentran15:

Tabla 3. Muestra del orden alfabético que refleja el Inventario de la Librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe de Bogotá, que comienza a realizarse el 28 de octubre de 1767.

En las bibliotecas de los jesuitas se concedía mayor importancia al inventario como instrumento de organización de la colección que como sistema de acceso al fondo bibliográfico, de ahí que, en términos de la bibliotecología actual, se pueda hablar de inventarios-catálogos, es decir, de listados ordenados que describían individualmente algunas características propias de los distintos ejemplares custodiados. Este hecho pone en evidencia la íntima relación del sistema pedagógico de la Compañía (Ratio Studiorum) con sus fondos bibliográficos, orientados hacia el ideario de la Orden. Sus bibliotecas no eran centros de estudios científicos, sino lugares de formación religiosa y enseñanza filosófica y humanística.
La preocupación por organizar sus librerías y adecuarlas a las necesidades docentes e instructivas se expone ya en las Constituciones de su fundador (1550, adoptadas en 1554): Haya librería, si se puede, general, en los Colegios; y tengan llave della los que el Rector juzgase de tenerla […]. Los aspectos organizativos se van ampliando con los Reglamentos particulares de cada centro o provincia, en las Regulae Societatis Iesu (1580), que cuentan con unas Regulae Praefecti Bibliothecae a partir del siglo XVII donde se establecen doce principios sobre el funcionamiento, normas de acceso y uso de las bibliotecas; y en la Ratio atque institutio studiorum Societatis Iesu, en su edición definitiva, como vimos, de fines del siglo XVI (Roma, 1599). En cuanto a los sistemas jesuíticos de clasificación bibliotecaria, éstos comienzan con la división en 7 apartados de Antonio Possevino (Bibliotheca selecta, qua agitur de ratione studiorum in historia, in disciplina, in salute ómnium procuranda. Roma, 1593), siendo dos las obras fundamentales: la de Claude Clément (Musei sive Bibliothecae tam prívate quam publicae extructio, instructio, cura usus libri IV. Lyon, 1635), dividida en cuatro partes (construcción y decoración de las bibliotecas, organización, atención del bibliotecario y utilización) y proponiendo una clasificación bibliográfica compuesta de 24 áreas temáticas; y el Systema Bibliothecae Collegii parisiensis Societatis Jesu (París, 1678), con una organización de letras en cinco grandes apartados, iniciada por el Padre Cossart y terminado y publicado por su sucesor el Padre Jean Garnier (Infantes, 2004: 572-573 y Miguel, 1998: 78-90).
Sin cumplir fielmente estas propuestas de clasificación, las bibliotecas de los jesuitas sí se basaron en ellas y el inventario realizado por Antonio de Verastegui y Francisco Antonio Moreno y Escandón en la librería del Colegio de Santa Fe de Bogotá sigue los criterios que ya habían utilizado los jesuitas. En el texto introductorio al mismo se explica la manera de proceder, comprobando libro a libro si éstos se encuentran registrados en un inventario ya existente: "[…] que para mayor claridad se procede a formar Inventario prolixo de la Librería o Biblioteca que tiene este Colegio, cottexando la existencia de sus Libros con el que se halla en ella destinado para expresar los que contiene".
Tras la expropiación de las librerías de los jesuitas, la mencionada Instrucción de lo que se deberá observar para inventariar los libros y papeles…, de Campomanes, del 22 de abril de 1767, proponía un "método individual de formalizar el Índice, y reconocimiento de libros y papeles de las Casas de la Compañía" y unas "reglas especiales, para que se ejecutase con uniformidad en todas, y con el debido método, distinción, y claridad". Este instructivo imponía la realización de un Índice separado de los libros y de los manuscritos (art. I) y la consignación del lugar y el año de las ediciones (art. III). Pero en la mayoría de los casos, como así comprobamos y también hace saber Rey Fajardo (2001: 8-9), el inventario no incluye la ciudad ni el año de publicación de los libros, los títulos se reducen a su expresión mínima y en ocasiones, los nombres de los autores no se recogen con su debida escrupulosidad.
Antonio de Verastegui y Francisco Antonio Moreno y Escandón reproducen en realidad el inventario utilizado por los jesuitas que, por su utilidad práctica y el conocimiento de las obras que los padres debían poseer, no incluye rigurosamente todos los datos bibliográficos por cada uno de los libros ni el nombre exacto de los autores, que muchas veces era conocido exclusivamente por su apellido u otro tipo de distintivo. Además, examinando la clasificación del inventario de Verastegui y Moreno y Escandón, esta recuerda los sistemas de clasificación propuestos por Claude Clément (1635) y Jean Garnier (1678), que son similares entre sí. El esquema comparativo de la clasificación del Inventario del Colegio de Bogotá con los clásicos sistemas de Possevino y Clément, tal como lo presenta la Tabla 4 (Miguel, 2003: 409-422).

Tabla 4. Esquema comparativo de la clasificación del Inventario del Colegio de Bogotá con los sistemas de Antonio Possevino y Claude Clément.

A partir del análisis de los inventarios realizados tras la expulsión de la Compañía en España, de alguna manera, también coincidente con el análisis del  Inventario del Colegio de Santa Fe de Bogotá, Bartolomé Martínez (1988: 350-351) extrae en síntesis una estructura común para la clasificación de los libros en las librerías jesuíticas: Sectio prima: Teología, Sectio segunda: De re morali, Sectio tertia: Sacra pagina, Sectio quarta: Oratoria sacra, Sectio quinta: Liturgia; Sectio sexta: Jus canonicum et civile; Sectio séptima: Philosophia et artes, Sectio octava: Auctores clasici, Sectio nona: Historiographia y Sectio decima: Scientiae rerum. Casi asemejándose a esta clasificación, el inventario del Colegio de Bogotá se acerca en realidad a criterios de síntesis prácticos que, bajo unos determinados patrones de clasificación, vienen determinados por el buen conocimiento de su propia librería.
La lectura, ya desde la época escolástica de la Edad Media, se había convertido en un ejercicio escolar, regido primero por leyes propias de la escuela que podían llevarse al ámbito privado o familiar, y luego de la universidad16. La lectura no se concebía ya sin cierta organización que necesitaba primero de una previa selección del material bibliográfico que formaría parte de las bibliotecas y que había que leer, de su posterior clasificación y de un método de lectura que el diseño interno del propio libro o la estructura de sus contenidos nos va a ofrecer. Se hacía necesario que el lector, primero, pudiese encontrar con facilidad el libro a utilizar, para lo cual se elaboraban estos inventarios y, luego, dentro del mismo libro, el contenido por el que estaba interesado sin tener que hojear las páginas, y para ello se establecieron divisiones, se marcaron párrafos, se dieron títulos a los capítulos, se realizaron índices de contenido y alfabéticos que agilizaban la consulta y la localización de la información necesaria (Hamesse, 2004: 182).

Conclusión

Desde el fértil encuentro que se produce entre la Historia de las Bibliotecas y la Historia de la Lectura, los inventarios de las librerías expropiadas a los jesuitas que se confeccionaban tras su expulsión, son una fuente documental de primer orden para saber qué aspecto físico tenían atendiendo a una decoración provista de significados religiosos y para reconstruir el contenido de las mismas en función de la misión pedagógica, pastoral y espiritual que llevó a cabo la Compañía de Jesús en América; y en función de unos determinados sistemas de clasificación y descripción que se utilizaron para identificar cada uno de los ejemplares que componían estas librerías.
La adquisición de ciertas obras, el empleo de ciertos sistemas clasificatorios en estos inventarios y el adorno de sus bibliotecas no eran hechos arbitrios o casuales, estos obedecían a unos determinados parámetros contenidos en la Ratio Studiorum y en manuales bibliotecológicos creados por los propios jesuitas y se reproducían en establecimientos tanto españoles como americanos. Sus librerías no eran centros de investigación científica, sino lugares de formación religiosa y humanística y los inventarios reflejan el interés que se concedía a la organización de la colección, dirigida hacia los idearios de la Compañía desde el orden que imponían sus prácticas cotidianas.

Notas

*Artículo resultado de la investigación realizada en torno al Proyecto denominado Catalogación de la colección de libros antiguos de la Biblioteca Central de la Universidad del Valle (Santiago de Cali. Colombia), subvencionado por la Biblioteca Mario Carvajal de la Universidad del Valle durante los años 2008-2009.

1 Hasta el siglo XVIII pervivió el nombre de librería para designar el conjunto de libros que formaban una colección como versión castellana de la palabra biblioteca y los jesuitas escogieron este término (librería) para designar a las bibliotecas de sus instituciones.

2 Una visión amplia y abierta de la confluencia entre diversos campos de estudio como la Historia del Libro, la Historia de las Bibliotecas y la Historia de la Lectura, desde las concepciones metodológicas de la Bibliotecología como Ciencia de la Información, puede verse en el ensayo de Alejandro E. Parada (2010), Una relectura del encuentro entre la Historia del libro y la Historia de la lectura (reflexiones desde la Bibliotecología/Ciencia de la Información). Información, cultura y sociedad, nº 23, jul.-dic., 91-115. Versión On-line ISSN 1851-1740. [Consulta 10 marzo 2014]. Este ensayo se encuentra también recopilado en su texto de 2012, El dédalo y su ovillo. Ensayos sobre la palpitante cultura impresa en la Argentina. Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, p. 61-100.

3 Archivo Histórico de Antioquia (AHA): Fondo Temporalidades, t. 118, doc. 3286. También se encuentra en el Archivo General de la Nación (AGN): Fondo Temporalidades, t. 14, fol. 64-71, de donde se transcribe para publicarse en Rey  y González, 2008: 224-270.

4 Biblioteca Nacional de Colombia (BNC): Fondo Antiguo, RM399. Las citas siguientes referidas a estos dos inventarios están tomadas de estas mismas signaturas y por tanto no se vuelven a referenciar.

5 Cfr. en los inventarios  propuestos a Juan de Mariana (Historia general de España), Melchor Cano (De locis theologicis, Canones Concilii Provincialis Colonieniensis y Canones Congregationum Generalium Societatatis Iesu Cum aliis nonnullis ad praxim pertinentibus) y Juan de Palafox y Mendoza, obispo español que desempeñó el cargo de consejero del Consejo Real de Indias entre 1633 y 1653 y llegó a ser virrey interino de Nueva España entre junio y noviembre de 1642 (Discursos espirituales, El Pastor de la Noche Buena, Historia real sagrada, luz de príncipes y súbditos, etc. Son 9 títulos el total de obras de Palafox que trae el inventario de Bogotá).

6 Los Ejercicios espirituales (Roma, 1548) de Ignacio de Loyola despliegan abundantes metáforas que le proporcionan el mundo caballeresco y militar con el que se familiarizó. Con la imagen de las "dos banderas" contrapone a los jefes de dos campamentos militares: Cristo, por un lado, "el sumo capitán general de los buenos", acampado en Jerusalén; y por el otro, Lucifer, el "caudillo de los enemigos", en Babilonia ( Sievernich, 2007: 6).

7 El énfasis en las "acciones" para lograr la salvación hizo que aparte de la Biblia, Loyola diese énfasis a los textos de la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia y de la Imitatio Christi de Thomas Kempis. Para el santo vasco la tradición literaria sobre Cristo no se encontraba sólo en la Biblia y recomendaba leer en los libros de "imitatione Cristi" o en los Evangelios y vidas de santos. La interiorización de la fe, la individualización a la manera jesuita, se percibía en los ejercicios espirituales, en la educación  e imitación de la vida de Cristo, y el libro de Kempis sirvió de ejemplo a una obra llena de preceptos dirigidos al control del comportamiento y la disciplina social, sintonizando así con la preocupación de los contemporáneos de Loyola en torno a la educación, por ejemplo, de Erasmo o el neoestoicismo preconizado por Justus Lipsius (Schmidt, 2007: 29-32).

8 Como lecturas coincidentes entre los distintos padres, en sus aposentos del colegio de Santa Fe de Antioquia, al realizar el correspondiente inventario de sus bienes tras su expulsión, se encuentran obras, sin especificar, de autores como Busembaum, Kempis y Alonso Rodríguez (Rey y González,  2008: 403-406).

9 Sólo se relacionan algunas de las obras que aparecen en los inventarios

10 Cfr. Rey, 1979. En este texto se reproduce la Praxis de los Estudios Mayores y Menores del colegio de Quito.

11 Por su parte, Silva (2004: 61-84) habla de un modelo general por el cual se transmitían saberes y conocimientos en las instituciones de enseñanza superior en la sociedad colonial: lectio, dictatio y disputatio. Una lectio o lectura en voz alta (de "viva vox") como procedimiento de aula que implicaba lectura y exposición de los textos canónicos y se apoyaba luego en la práctica de la repetición con el propósito de fijar conocimientos en la memoria. Sobre la metodología didáctica, con ilustración de ejemplos prácticos, Cfr. Rey, 2004.

12 Sobre los procedimientos habituales de adquisición de fondos Cfr. Bartolomé, 1988: 317-330.

13 Sobre estos elementos Cfr. Peña, 1996.

14 Respecto a los varios inventarios existentes, la cantidad de libros que registran y sus fechas, Cfr. Briceño, 1983: 108-109 y Silva, 2008: 242-250. El número de 4182 volúmenes, sin distinción del número de títulos, lo hemos tomado de la obra de Briceño, que a su vez  toma de las Narraciones, capítulos para una historia de Bogotá, de Eduardo Posada. Silva, por su parte, trae una cifra en el segundo inventario de 4144 volúmenes y a las doce categorías clasificatorias que ambos autores señalan (Santos Padres, Expositores, Teología, Filósofos, Predicadores, Canonistas, Matemáticos, Gramáticos, Históricos, Espirituales, Médicos y Moralistas) se le añade la de De vidas. En realidad, la clasificación correcta, comparada con el manuscrito original (BN, RM399) es la que refleja Rey, 2001: 10, que recoge en total 14 clasificaciones, pues la de De vidas está dividida en dos: Vidas de Padres de la Compañía de Jesús y Vidas de santos y santas. Fajardo trae un total de 3583 títulos correspondientes a la producción de 2353 autores. Nuestro número indicado de volúmenes es coincidente con el de 4144. En cualquier caso, las diferencias en cuanto al número de volúmenes y la clasificación no son relevantes ni varían los modestos objetivos que aquí se plantean.

15 El número de tomos que compone cada obra, su tamaño y, en ocasiones, el  tipo de encuadernación utilizado, también se reflejan en el inventario del Colegio de Santa Fe de Antioquia.

16 El aprendizaje de la lectura y la escritura en el caso de los grupos dominantes en la sociedad colonial, hasta bien entrado el siglo XVIII fue un proceso adelantado en el ámbito de la institución familiar, a través  preceptores privados. Su ciclo formal se iniciaba con el estudio de la gramática latina (Silva, 2004: 55-56).

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