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Información, cultura y sociedad

On-line version ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.33 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2015

 

EDITORIAL

 

Espacialidad y bibliotecas: Reflexiones sobre una breve tipología del espacio bibliotecario

Spatiality and libraries: Towards a brief typology of the library space

 

Alejandro E. Parada

Secretario de redacción
Información, cultura y sociedad

 


Resumen

En este Editorial se analizan los cambios de espacio en las bibliotecas. Uno de los temas más importantes que deben enfrentar estas instituciones es, precisamente, la transformación radical de la tradicional espacialidad bibliotecaria. Luego de definir y contextualizar el tema, se propone realizar una breve tipología de dicha espacialidad. De este modo, se identifican las siguientes dimensiones actuales: la espacialidad material, la inmaterial, la abiológica, la de ampliación de los dominios, y la poli o multifuncional. El Editorial concluye con un llamado a la reflexión sobre el porvenir de las bibliotecas ante la irrupción de su mutación espacial.

Palabras Clave: Espacio; Espacialidad; Bibliotecas; Aspectos teóricos

Abstract

In this editorial, space changes in libraries are discussed. One of the most important issues facing these institutions is precisely the radical transformation of the traditional librarian spatiality. After defining and contextualizing the subject, it is proposed to make a brief typology of that spatiality. Thus, the following current dimensions are identified: Material, immaterial, biological, domain expansion, and the poli or multifunctional spatiality. The editorial concludes with a call for reflection on the future of libraries in front of the emergence of its spatial mutation.

Keywords: Space; Spatiality; Libraries; Theoretical aspects


 

En otras oportunidades, en el marco de los editoriales de Información, cultura y sociedad, se ha tocado en forma circunstancial el tema del “espacio bibliotecario” en la actualidad1. Por supuesto, no es un tema menor ni intrascendente. Se trata de una realidad sustancial para nuestra profesión, pues las dimensiones espaciales, no solo gestan el acontecer y el devenir de los hombres sino que, además, modifican sus vidas, sus prácticas y sus modos de pensar y representar el mundo con las cosas. Posiblemente, ante la Era Digital y su impulso virtual cuyo despliegue ya lleva varios lustros, la modificación de la espacialidad es uno de los fenómenos más significativos que está aconteciendo en la disciplina.
En esta oportunidad, no se intenta tomar el espacio en sus múltiples acepciones. Es decir, en la diversidad teórica de sus concepciones filosóficas a lo largo de la historia, o en la impronta, por ejemplo, de aquello que se entiende por el espacio arquitectónico2, o en la espacialidad territorial propia del área de la Geografía. Por el contrario, se plantea una reflexión sobre la incertidumbre de innovación de los ambientes en las bibliotecas y que, indudablemente, afecta a la propia Ciencia de la Información.
Por otra parte, esta medida de la extensión y de la residencia profesional, en tanto esfera donde se localizan los movimientos, también se articula con los usos y los procedimientos que se instrumentan en el ámbito de una biblioteca. Esto nos lleva a un pensamiento clave para nuestra disciplina: los cambios de las dimensiones bibliotecarias, en el fondo, implican y subrayan una mutación en las autorrrepresentaciones y sensibilidades emotivas de los usuarios y los bibliotecarios. Por lo tanto, la imagen representada de la biblioteca es transfigurada por sus diversas instancias espaciales y renombra, en consecuencia, el tema de “los lugares” de las bibliotecas.
La definición del spatium posee numerosas acepciones en las diversas lenguas. La primera y segunda acepción del Diccionario de la lengua española lo define, respectivamente, en los términos siguientes: “1. Extensión que contiene toda la materia existente”, y “2. Parte de espacio ocupada por cada objeto material”3. Esta particularidad provoca una cierta perplejidad, ya que el espacio transita “en extensiones indefinidas” donde se mueven los individuos y los objetos en cuanto peso material. Precisamente, al hombre le interesa conocer, limitar (para individualizar), corporizar, y comprender esta especie de anárquica infinitud que puede alcanzar dicha magnitud cuando se piensa en los espacios siderales y cósmicos.
Esta dimensión, en consecuencia, resulta vital para cualquier agencia social y, en particular, para las bibliotecas. Este Editorial, no obstante, tampoco incursionará en aquello que se entiende como espacio en la Física moderna. Pero, en contrapartida, resulta oportuno su relación con la materia y sus avatares cronológicos.
Históricamente el espacio bibliotecario nunca fue el mismo, ya que existieron diferentes maneras de diseñarlo. En Mesopotamia, en los orígenes del libro, el ámbito de la biblioteca interrelacionaba con la espacialidad del archivo; en Grecia, las espacialidades de las bibliotecas estaban próximas al concepto de depósito, pues la lectura, en voz alta y con la tutela de un maestro y sus discípulos, era de índole peripatética; en Roma, aparece una prefiguración de la sala como lugar de tránsito, pues los libros, sobre todo en las bibliotecas públicas, estaban en nichos empotrados en las paredes; en la Alta Edad Media aparece el elemento material que configura un límite específico: la mesa o pupitre para copiar los códices en el diseño ambiental de una biblioteca como la de San Isidoro de Sevilla o muy próxima al scriptorium de las colecciones monásticas; y finalmente, la conquista de la sala de lectura en las bibliotecas universitarias, renacentistas, y modernas. En definitiva: los conceptos de aquello que articulaba un espacio bibliotecario fueron múltiples y dependieron de las concepciones del dispositivo bibliotecario y de las mentalidades de cada período.
Sin embargo, en la posmodernidad en la cual vivimos, lo espacial tiende a una suerte de abolición o, por lo menos, a una puesta en duda de su antiguo determinismo lector y profesional. Esta metamorfosis de la espacialidad, sin duda, amerita un estudio sistemático y una recopilación de sus más importantes variaciones. Podríamos preguntarnos qué clases de nuevas territorialidades o des-territorialidades están asediando a estas instituciones. O intentar, aunque sea en forma muy provisional, identificar su tipología cambiante e inestable, ya que la geografía bibliotecaria es un terreno fértil para analizar y meditar sobre el destino de las bibliotecas. En este marco, pues, en el terreno de lo estrictamente preliminar, es acaso posible reflexionar sobre esas tipologías, donde el espacio adquiere una de sus peculiaridades más acuciantes: lo inefable y lo indefinible.
La espacialidad material es aquella que se definió a partir del libro como objeto corpóreo y físico; por lo tanto, en cuanto materia palpable, siempre deviene en un relato de “su propia fisicidad”; una presencia física que es representada como un lugar para su almacenamiento racional, su consulta y difusión, pero anclado en el peso gravitacional del cuerpo-libro como objeto. Las bibliotecas recopilaron y organizaron dispositivos corpóreos. El espacio en ellas se construyó, entonces, pautado (y en función) por las necesidades finitas de los lugares.
El espacio concebido por “el lugar” es una concepción gestada por Aristóteles, en contraposición a la filosofía antigua que planteaba el debate espacial entre “lo lleno y lo vacío”. Situar el espacio en circunstancias de lugares es aún un argumento que incide en la modernidad. La limitación de la dimensión de toda extensión, genera un modo de disponer los libros que se asemeja a un disciplinamiento de la cultura escrita, debido a la voraz incontinencia del crecimiento de las bibliotecas en función de su materialidad, tal como lo sostenía en su quinta ley Ranganathan4. El orden de los libros y el disciplinamiento en su gestión física en el ámbito cerrado de una biblioteca, fueron las respuestas racionales para gobernar la contundencia irreductible de una pura materialidad libraria. En gran medida, el lugar, en este caso la biblioteca, con ciertas reminiscencias foucaultnianas en cuanto al discurso5, establecía el estricto orden normalista y clasificatorio que debían tener los libros en ese sitio que intentaba escabullirse al caos infinito de un espacio sin contención alguna. Lo material se sustentaba en la “topografía localizada” del universo de la civilización impresa y en la escenificación de la biblioteca con su “sitio” de especificidad unívoca. Además, en esta topografía del lugar estaba presente, en todo su esplendor de posesión ambiental, el acto creativo y de generación del conocimiento por excelencia, tal como lo pensaba Walter Benjamin según Jeff Malpas: “para Benjamin la biblioteca constituye el espacio ‘solitario’ en el cual el pensamiento se hace posible”6.
La espacialidad inmaterial de “lo virtual” trastoca el ordenamiento y esta vocación profesional por disciplinar y anclar dicha topografía. La cultura escrita inmaterial actual se manifiesta (genera su puro presente) a través de la ingobernabilidad y la fragmentación de los espacios. Esto no significa que carezca de orden ni de rigor taxonómico bibliotecario, sino que su característica principal es “lo no dado” en forma rotunda, esto es, en forma de objeto; se trata de una anti-fisicidad de su propio ser-en-sí. Los datos y la información moderna aspiran a intercambios fuera de lo estrictamente corpóreo; además, poseen la ductibilidad de pasar de lo inmaterial a lo material a través de instancias diversas de impresión. El libro virtual es un no objeto que a la vez puede ser objeto: se sustrae de aquello que define a un cuerpo, es decir, a la corporeidad del documento. Escamotea su propia contundencia de “lo tangible”, entre otros recursos electrónicos, por mediación de la web; en palabras de Lluís Anglada: “Internet ha consolidado la disociación entre la información en sí y su soporte documental”7.
Es un libro que configura el espacio de otro modo insospechado, pero no por ello sustraído a las dimensiones de una biblioteca. Sin duda, la espacialidad material ya no puede dar una respuesta convincente y tecnológica a la nueva dimensión inmaterial. Dentro de las bibliotecas se definen espacios que están en tensión expulsiva de sus límites. El verdadero nuevo espacio de estas agencias no deviene en ellas por sí o por su mera presencia, sino por su génesis y práctica bibliotecaria en otros espacios heterodoxos y que, en particular, no sean los clásicamente tradicionales. La inmaterialidad no solo trastoca las operaciones profesionales al crear un espacio impensado; lo no pensado como dimensión espacial, creará otro tipo de bibliotecas que se desarrollarán dialécticamente en paisajes y geografías por descubrir, explorar e intentar incursionar en ellas.
La espacialidad abiológica es aquella que tiende a limitar la presencia humana en el recinto ambiental de la biblioteca. Esto es un hecho profesional incontrastable e irreductible. El virtuosismo retórico del universo electrónico propone la sustracción del individuo (el ostracismo del ser-usuario-presencial) y, sin duda, no solo es una particularidad del mundo bibliotecario. Las redes sociales de la Web 2.0 difuman el contacto personal por el intercambio a distancia. El diálogo “cara a cara” puede ser –no lo sabemos– una especie en extinción en la dinámica posmoderna del libro que era motivo de un lugar localizado en la biblioteca. Algunos denominan a esta situación como una hiperrealidad de “bibliotecarios sin espacio”8. Las bibliotecas se debaten dramáticamente por esta situación que revolucionó el contacto entre las personas en sus recintos pautados por la limitación espacial (pensemos en el espectáculo maravilloso de una sala de lectura), ante la presente interacción de una espacialidad ilimitada y desbordada por el contexto abiológico.
Hablamos además de una ausencia corporal porque era aquello que identificaba al profesional en los quehaceres de la biblioteca. En cierta medida, las estructuras bibliotecarias acompañaban los procesos presenciales de los seres humanos. La espacialidad no biológica, entonces, es otro desafío a superar para rearticular el diálogo con los usuarios; usuarios que ya no dialogan desde lo estrictamente visceral sino, ante todo, a través de una trascendencia espacial donde caduca (o se pone en duda) la comunicación interpersonal.
La espacialidad de ampliación de los dominios se manifiesta cuando los espacios de los procesos técnicos habituales sufren una crisis de transformación disciplinar. Dentro del ámbito continente y rígido que, hasta no hace mucho, caracterizó la identificación de los campos en la catalogación y la asignación por materias a través de una clasificación jerárquica o de tesauros, se han producido nuevas movilidades y accesos incontinentes a los registros de información. Descartes ya había llamado la atención sobre uno de los aspectos determinantes de los cuerpos y su espacio: su atributo fundamental radica en la extensión, esto es, morar en el espacio como una sustancia en estado de res extensa9. Para este filósofo el espacio es pura continuidad, tridimensionalidad, homogeneidad y, además, indiferenciado, totalmente reversible, inconmensurable y, por lo tanto, una sustancia desbordada en su longitud. Los modernas gestiones que se aplican a la identificación y trazado de los registros (ya casi no es posible hablar de procesos técnicos) reconfiguran a la antigua catalogación y clasificación en estas trayectorias de las “extensiones espaciales” y, lo que es más, las subsumen en instancias de amplificación de sus límites. El desarrollo de las RDA y la implementación creciente de las ontologías y taxonomías con sus vínculos interoperables son, ciertamente, un ejemplo de la pérdida de esa rigidez y, por consiguiente, de la condición isotrópica del registro de información como un caso testigo de “espacialidad hololística” en las bibliotecas que advienen.
Hablamos, entonces, de interiores bibliotecarios reversibles en exteriores bibliotecarios y viceversa, en un juego de duplicidades especulares que se autogestionan a sí mismas. De la ductilidad y maleabilidad de espacialidades que eran fijas o predeterminadas y que ahora migran hacia localidades que necesariamente no son no-lugares10 sino, quizás, lugares signados por la ambivalencia de un espacio implementado desde la fugacidad. Pero esto no solo se presenta en las bibliotecas y en lo que estamos denominando Ciencia de la Información. La totalidad de las Ciencias Sociales y sus instituciones ya poseen una otredad espacial impregnadas por esta variable ad infinitum. El lector disruptivo, el usuario interactivo de nuestras bibliotecas11 es un navegante y explorador de esta dimensión en progresiva extensión; un ámbito articulado por la transitoriedad y por una memoria cada vez menos sujeta a lo local y en constante huida hacia la fragmentación del espacio global.
En este marco también emerge la espacialidad poli o multifuncional que deviene como un cuestionamiento de la propia función de las bibliotecas. La mixtura de los soportes induce a la mixtura de las funciones. La Ciencia de la Información ya no solo incumbe a la Bibliotecología. Es una incumbencia que también se expande a los archivos y los museos. Esto último sucede con tal intensidad que llega a estremecer los propios fundamentos de las bibliotecas y la espacialidad en la cual dirimimos nuestras funciones operativas.
Al comienzo de este Editorial nos referíamos a las variaciones filosóficas de lo que es posible (y también negado al hombre) entender por “espacio”. Para George Berkeley el espacio es una forma de “idea real” en la cual, en cierta medida, nos trasladamos y vivimos12. Lo que está aconteciendo en nuestro cosmos bibliotecario es, precisamente, un cambio radical y sustantivo de esa “idea real” que hasta ahora hemos tenido por espacialidad. Y si para Kant esta dimensión es una forma a priori de la sensibilidad13, ¿en qué forma, entonces, se instala el nuevo espacio trascendental en las bibliotecas? Por otra parte, este tópico además involucra aquello que se entiende por “espacio absoluto y relativo”. El mundo de las bibliotecas es un ámbito tradicionalmente “relativo” pero, no obstante, ahora asediado por conceptuaciones y realidades que “en su fuga” tienden hacia aspectos absolutos.
Ludwig Wittgenstein sostenía que “cualquier cosa está, por así decirlo, en un espacio de posibles estados de cosas. Puedo presentarme vacío ese espacio, pero no la cosa sin el espacio”14. De esto se desprende una pregunta crucial y, al menos, con cierta tonalidad paradojal: si la cosa representa a las bibliotecas, ¿cuál es el espacio actual que les da forma y les brinda la posibilidad de su propia y novedosa identidad? Una cuestión que demandará un conjunto de respuestas aún no concebidas y que, inequívocamente, decidirán el porvenir de esas instituciones.

Notas

1 Véase los editoriales de Información, cultura y sociedad: números 23, 29, 31 y 32.         [ Links ]

2 Pokropek, Jorde Eduardo. 2015. La espacialidad arquitectónica. Buenos Aires: Diseño Editorial; Chuk, Bruno. 2005. Semiótica narrativa del espacio arquitectónico. Buenos Aires: Nobuko.         [ Links ]

3 Real Academia Española. 2014. Diccionario de la lengua española. Edición del Tricentenario. 23 ed. Madrid: Espasa. p. 943.         [ Links ]

4 Ranganathan, S. R. 1957. The five laws of Library Science. 2 ed. Bombay: Asia Publishing House.         [ Links ]

5 Foucault, Michel. 2003. El orden del discurso. México: Octaedro.         [ Links ]

6 Malpas, Jeff. 2012. Heidegger and Thinking of Place: Explorations in the Topology of Being. Cambridge, Massachusetts: The MIT Press. p. 234.         [ Links ]

7 Anglada, Luís. 2014. ¿Son las bibliotecas sostenibles en un mundo de información libre, digital y en red? En El profesional de la información. Vol. 23, no. 6, 603-611.         [ Links ]

8 Gil, Daniel. 2013. Bibliotecarios sin espacio. En http://www.bauenblog.info/2013/07/10/bibliotecarios-sin-espacio/ [Consulta: 12 octubre de 2015]        [ Links ]

9  Descartes, René. 1952. Oeuvres et lettres. Textes présentés par André Bridoux. Paris: Gallimard. 1412 p. (Bibliothèque de la Pléiade).         [ Links ]

10 Augé, Marc. 1993. Los no-lugares, espacios del anonimato: una antropología de la sobremodernidad. Barcelona: Gedisa.         [ Links ]

11 Sánchez Mariño, Joaquín. 2015. El lector del futuro: la literatura que es y que será. En La Nación, domingo 20 de septiembre de 2015.         [ Links ]

12  Ferrater Mora, José. 1979. Diccionario de Filosofía. Madrid: Alianza. Vol. 2, 1000-1001.         [ Links ]

13 Kant, Immanuel. 1976-1983. Crítica de la razón pura. Nota preliminar de Francisco Romero. Buenos Aires: Losada. 2 v.         [ Links ]

14 Wittgenstein, Ludwig. 2010. Tractatus logico-philosophicus. Madrid. Alianza. p. 51.         [ Links ]

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