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Información, cultura y sociedad

On-line version ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.33 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2015

 

DEBATE

 

Hacia un inventario provisional de las tendencias en Bibliotecología y Ciencia de la Información

Towards a provisional inventory of trends in Library and Information Science

 

Alejandro E. Parada

Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas – INIBI, Universidad de Buenos Aires / aeparada@filo.uba.ar

Artículo recibido: 04-10-2015.
Aceptado:
06-11-2015

 


Resumen

Este trabajo se presentó como un documento de debate y reflexión en las 1º Jornadas Nacionales de Docentes e Investigadores Universitarios en Ciencia de la Información (DUCI), llevadas a cabo el 3 y 4 de septiembre de 2015 en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. En el texto se señalan, en forma preliminar y provisional, algunas de las perspectivas más importantes de la Bibliotecología y Ciencia de la Información (BCI). En este contexto se citan las siguientes: la crisis de la denominación propia de la identidad, el papel del liderazgo de la profesión en la Web 2.0, el tópico de la cogestión entre los bibliotecarios y los usuarios, las potencialidades de autorrepresentación y deliberación de las bibliotecas, las dimensiones tecnológicas, la construcción de la lingüística profesional, la importancia del análisis de dominio en la web semántica y sus relaciones con el lenguaje, la tendencia a la inclusión, la gestación de los portales de acceso abierto, el paradigma de la diversidad polimórfica, la dimensión teórica y de índole filosófica, entre otras muchas. Finalmente, se señala la trascendencia de la BCI como una disciplina de la pluralidad y diversidad virtual, y como un campo en estado de apertura para que los ciudadanos transformen la información en conocimiento.

Palabras claves: Bibliotecología y Ciencia de la Información; Tendencias y perspectivas; Aspectos teóricos

Abstract

This work was presented as a document for debate and reflection in the 1º Jornadas Nacionales de Docentes e Investigadores Universitarios en Ciencia de la Información (DUCI) held on 3rd and 4th September 2015 at the Biblioteca Nacional Mariano Moreno. The text indicates, in preliminary and provisional way, some of the most important perspectives of Library and Information Science. In this context, the following perspectives are mentioned: The crisis of the identity denomination, the role of leadership of the profession in the Web 2.0, the topic of co-management between librarians and users, the potential of self-representation and deliberation in libraries, the technological dimensions, the construction of the professional language, the importance of domain analysis in the semantic web and its relationship with language, the trend towards inclusion, the gestation of open access portals, the paradigm of polymorphic diversity, the theoretical and philosophical dimension, among many others. Finally, it is stressed the importance of the Library and Information Science as a discipline of virtual plurality and diversity and as an open field for citizens to transform information into knowledge.

Keywords: Library and Information Science; Trends; Perspectives; Theoretical aspects


 

Introducción

Siempre resulta azaroso establecer, en una prospectiva de larga duración, las tendencias de una disciplina. El equilibrio entre el pasado reciente, el presente en el cual nos encontramos subsumidos y el futuro como una variable aleatoria e imprevisible, sin duda, manifiestan un escenario de complejidad constante y mudable.
A ciencia cierta, podemos esbozar, en líneas muy generales, esas perspectivas no exentas de determinadas incertidumbres. Sin embargo, dentro de la dinámica de una esfera provisional es donde mejor se desarrollan; esto significa un punto de partida incuestionable: muchas de las tendencias que trazamos –o la mayoría– están fuertemente signadas por lo efímero, lo preliminar y lo transitorio. Por lo tanto, es bajo el imperio de esta óptica donde resumiremos dichas tendencias.

Por otra parte, es oportuno señalar un vocablo, acaso algo antiguo del punto de vista bibliotecario, que es la palabra “inventario”. ¿Cómo se desarrollará, pues, este concepto? No se realizará un listado o un asiento de bienes u otros elementos sino, por el contrario, se tratará de esbozar una especie de inventarium facetado y abierto sobre algunos de los tópicos o enunciados que están reconfigurando a nuestra disciplina en la posmodernidad.

Inventario provisional de las tendencias en Bibliotecología y Ciencia de la Información

Con el objeto de articular estas orientaciones es factible agruparlas según sus dimensiones. Las dimensiones nos serán de utilidad porque representan ciertos aspectos o facetas de algo o de un ente; además, una dimensión constituye una  especie de magnitud que se encamina en una dirección específica, es decir, en una perspectiva.
La primera problemática que se manifiesta en nuestra profesión como una crisis de especificidad es la tendencia o dimensión de la denominación. La crisis (toda crisis es siempre una maravillosa opción de cambio y crecimiento) se afinca en la acción y el efecto de nombrar plenamente lo que implica nuestro acontecer y, también, aquello de lo que hoy se entiende cuando se evoca el sintagma nominal de “biblioteca”.
La nominación “Bibliotecología y Ciencia de la Información” está migrando en su propia forma de calificación; tal como lo afirma Carlos Alberto Ávila Aráujo (2013), el significado de “Ciencia de la Información” ha sufrido un proceso de “alargamiento” de índole conceptual; nos referimos a su presencia polimórfica en cuanto a sus alcances y diversas acepciones, cuya cambiante aproximación ha motivado la participación de autores como Birger Hørland (1998), Rafael Capurro (2007), Michael Buckland (2012), Rendón Rojas (2008, 2009 y 2013), y otros muchos. Además de la heterogeneidad de precisar la unicidad etimológica sobre el nombre de nuestra disciplina, existe una tendencia que gana terreno al señalar, por extensión, a la Ciencia de la Información como un lugar de confluencia y cruces entre la Bibliotecología, la Archivología y la Museología.
Por añadidura, las bibliotecas modernas están dejando de responder al paradigma  material y documental; en este marco, se aproximan, en forma acelerada, a la conceptuación digital de “inmaterialidad”. Las bibliotecas públicas inauguradas en la plena posmodernidad se caracterizan por ser sitios donde no solo se lee sino que, además, son ámbitos donde el “espacio bibliotecario” evoluciona hacia “un tercer lugar de encuentro” (Servet, 2010); un tercer lugar donde es posible realizar una gran diversidad de tareas y oficios que sirvan tanto para el ocio como para creación y la inserción laboral ante el desempleo. Las bibliotecas de hoy y de lo inmediato deben responder a estas nuevas formas de sociabilidad laboral que se imbrica con las formas de interactuar en las redes sociales.
Al bibliotecario se le impone un desafío profesional: debe asumir un papel de liderazgo en las redes sociales de la Web 2.0 que se encuentran vinculadas al entorno de su unidad de información; esto determina que la biblioteca debe ser el nodo central y activo donde se generen, a través de dichas redes virtuales, las necesidades de reuniones presenciales o biológicas en estas nuevas geografías del dispositivo librario inserto en el “tercer lugar de encuentro”.
La perspectiva profesional gira hacia este enigma de ambivalencias no deterministas: la compresión que el destino de las bibliotecas se juega en los aspectos creativos para instrumentar la dialéctica entre el usuario biológico y su  proceso de mutación hacia el plenamente virtual. Una dialéctica signada por peculiaridades de tono hegeliano, pero impulsada por un afán existencial y de supervivencia que la aproxima a las situaciones límites de la vida institucional, esto es, a una especie de existencialismo virtual bibliotecario.
En sentido lato, la palabra “biblioteca” para muchos bibliotecarios, aunque suene como una postura heterodoxa, ya no reproduce el sinfín de actividades que se llevan a cabo en el presente en estas instituciones sociales. Acaso el porvenir nos depare una ampliación o un adjetivo nuevo para calificar a la biblioteca que está adviniendo y que ya es una realidad.
Pero la tendencia o dimensión de la denominación prototípica de la ambivalencia profesional actual, es mucha más amplia y con diferenciaciones en cuanto a sus texturas y turgencias sutiles. No solo se ciñe a la aparente ambigüedad apelativa de nuestra disciplina, pues, en líneas generales, cuando enunciamos la “Ciencia de la Información”, es posible construir nuestro objeto de estudio; tampoco es un óbice para reflexionar que acaso el término “biblioteca”, en la modernidad tardía y en el centro mismo de la explosión capitalista de la globalidad, posee un impulso y unas características muy disímiles a las bibliotecas del siglo XIX y del XX. Ciertamente, es fundamental reflexionar como aparentes debilidades pueden girar hacia importantes fortalezas, y así definir cuáles serán las estrategias que en el futuro permitan superar esta crisis de crecimiento y de adaptación al nombre disciplinar de aquello que hacemos en el concierto de las Ciencias Sociales (Nolin y Aström, 2010).
En realidad, las fructíferas raíces de esta crisis nominativa se visualizan con mayor claridad cuando, en las realidades bibliotecarias internacionales, emergen los colectivos de las comunidades en los procesos de gestión bibliotecaria (Suaiden, 2015). Las bibliotecas del futuro deben trabajar por la ampliación de los derechos civiles. Una forma de alentar el incremento en la construcción de ciudadanía se manifiesta, pues, en el proceso de concienciación de los espacios bibliotecarios centrados en la cogestión entre profesionales y ciudadanos.
Este tópico puede generar en nosotros ciertos pruritos éticos y de celo profesional. Sin embargo, las formas de conquistar el espacio público por las personas del anonimato poseen una larguísima y fundada tradición. Como es bien sabido, esta particularidad ya ha sido estudiada por Jürgen Habermas (1981), cuando a mediado del siglo XVIII comenzó una nueva idiosincrasia para el empoderamiento de los territorios públicos. Sin ir más lejos, la ley 419 de creación de las bibliotecas populares impulsada por Sarmiento en setiembre de 1870 constituye, inequívocamente, un notable antecedente de esta perspectiva ultra moderna, ya que, de hecho, implicaba un llamado real y no ficticio a la participación de las comunidades en la administración de las bibliotecas en combinación con el Estado.
Entonces la crisis apelativa de lo que entendemos por nuestro quehacer y por el léxico que se encuadra bajo la expresión “biblioteca” señala, además, que las instituciones que supervivirán a los nuevos gestos y apropiaciones virtuales, necesitarán tener en cuenta el universo de circunstancias contingentes de la “co-gobernabilidad”. Insistimos en que este aspecto que no se vincula dentro de un perfil minimalista o despojado de interpretaciones; al contrario, su densidad lo aproxima a cierto matiz neobarroco debido a sus sinuosidades de expresión, pues detrás de la cogestión se encuentra inmersa la autorrepresentación de las personas en la toma de decisiones y su intensa vinculación con los aspectos gubernamentales modernos.
En dicho contexto, hay un margen de posibilidad muy significativo para que en el futuro mediato las bibliotecas públicas puedan migrar desde las gestiones centralistas bibliotecarias hacia las potencialidades deliberativas y descentralizadas de una democracia directa y, de ese modo, se asiente esa dirección en una coparticipación activa de las personas con los profesionales de la información.
En consecuencia, esta crisis de transformación disciplinar que hoy nos acontece en aras de un atributo particular en el momento de nombrarla, es una conmoción alentadora que está más allá del mero desencanto; es, en sí misma, una extraordinaria ocasión para re-significarnos desde “otra alteridad”; esto es, reflexionar nuestro pensamiento bibliotecario como un proceso de identificación, como una perspectiva única e invalorable para buscar una nueva identidad profesional –ahora subsumida en el compost heteróclito de la cultura impresa imbricada con la digital.
En esta instancia se hace ineludible mencionar un segundo tópico determinante: la tendencia o dimensión tecnológica. No vamos a explayarnos sobre un tema que todos conocemos acerca de las nuevas tecnologías y su literatura incontrolable y dispersa. Lo que realmente interesa es un punto capital en su doble vertiente: la capacitación tecnológica de los bibliotecarios y la imperiosidad de poseer un espíritu crítico para “leer de otro modo” a los dispositivos técnicos.
Existe, en la actualidad, una realidad que se impone con contundencia: el advenimiento del paradigma digital como cambio sistémico abierto y su desarrollo en la creación de bibliotecas digitales de articulación híbrida. Esto significa, tomando la expresión desarrollada por Néstor García Canclini (2012 [2001]), que las bibliotecas de la posmodernidad sufren procesos de hibridación múltiple, es decir, de mixtura y convivencia entre los materiales impresos y los virtuales.
En nuestros repositorios conviven las representaciones propias de los usos tipográficos y las digitales puras. Las tecnologías de la información impondrán, entonces, la cosmografía digital. Por lo tanto, la educación bibliotecológica debe prosperar en un ambiente donde se implemente al máximo la enseñanza de dichas tecnologías. La Ciencia de la Información que sobrevivirá será aquella que propicie todas las formas sofisticadas de los ambiente digitales.
No se trata de formar a un bibliotecario “en exclusividad tecnológica”, se trata, debido a que lo real siempre se concreta, de acompañar los cambios sistémicos virtuales, de aprender a construir e interactuar en los diferentes repositorios digitales, de poseer las habilidades para evaluar esos repositorios, de gestar las capacidades para optimizar las bibliotecas en la gestión de los servicios electrónicos, de crear modelos de análisis cualitativos que establezcan criterios de compresión de los usuarios inmateriales, de elaborar patrones para impulsar todas las formas del aprendizaje en línea y capacitarnos en las demandas (cada vez mayores) de las complejas formas de e-learning, de establecer en los profesionales una conciencia creciente sobre la amplitud decisiva de las migraciones de los soportes de información, de pensar la construcción de la colección desde un punto de vista holístico o integral, de especificar la importancia de la administración en las redes de consorcio de las revistas y libros electrónicos, de reflexionar sobre las adquisiciones y su gestión global en una sociedad planetaria y globalizada, y muchas realidades más que exceden esta presentación.
Esta alfabetización tecnológica digital de los bibliotecarios para comprender y acompañar a los usuarios en sus propios procesos de alfabetización informacional, además, posee su complemento con una tercera perspectiva de la Ciencia de la Información: la tendencia o dimensión del lenguaje.
Uno de los grandes desafíos y tendencias globales bibliotecarias se presenta, en particular, en el campo filológico y lingüístico. Durante el siglo XX los emprendimientos profesionales se gestaron en torno al control del lenguaje: sistemas de clasificación, listas de encabezamientos, tesauros, etcétera. La normalización del lenguaje en los momentos de clasificar o indizar, garantiza una recuperación eficaz. No obstante, el arribo de las “búsquedas libres” en la Web impulsó el resurgimiento del lenguaje natural.
La perspectiva bibliotecaria en este punto es de compleja resolución, pues hay en dicha temática todo tipo de propuestas. Lo cierto es que la tendencia global, por lo menos en la operatividad de los usuarios y mediación con los buscadores, se plasma en una interrelación entre el lenguaje natural y el artificial. Los bibliotecarios, en este escenario, sin dejar de emplear las representaciones naturales, cada vez tienden con mayor resolución a crear estructuras de normalización dentro de la fragmentación de la información en la Web (Groys, 2015). El desarrollo de los metadatos y su normativa a través de etiquetas (tag) es una prueba de ello.
La formación del profesional en información, como ya hemos puntualizado, será fundamental para dirimir el futuro y el destino de las bibliotecas. Los bibliotecarios tendrán que generar habilidades en el análisis de dominio especializado para configurar las ontologías y las taxonomías de la Web semántica 3.0.
No alcanzará, pues, en su educación con un grado y/o posgrado en Bibliotecología y Ciencia de la Información. Se necesitarán profesionales capacitados en posgrados realizados en otras áreas para, de este modo, ser interlocutores válidos en la definición de los contenidos de dominio. Debemos, en este punto esencial, capacitar profesionales para la interoperabilidad de dominio en la Web semántica.
¿Existirá una resolución lingüística o convivencia interactiva y dinámica entre el lenguaje natural y el controlado?  La respuesta es una instancia de reflexión y controversia profesional. En este entorno, cada vez con mayor hincapié, proliferarán los estudios sobre lingüística bibliotecaria. El fenómeno de la Web establece una forma paradojal de “lingüística plural”, de ahí, pues, la proliferación fragmentaria o fractal de los metadatos, marcadores, ontologías, folksonomías y taxonomías.
Tras haber sobrevivido a numerosos traumas de crecimiento, en este cuadro provisional y apasionante del lenguaje de la Web (porque la Web está sumergida y, a la vez, engendrada en el vórtice de las imbricaciones semánticas), la profesión bibliotecaria latinoamericana (hablamos de un punto de vista centrado en las características de nuestra identidad y no solo en las dominantes en Europa y América del Norte), debe meditar sobre la creación de un marco teórico y práctico para instrumentar los estudios tecnológicos y culturales de análisis de dominio mediante una agenda trazada por la Lingüística bibliotecaria o Lingüística de la Ciencia de la Información.
No obstante, luego de señalar la perspectiva del lenguaje que, en lo específico, se encuentra relacionada con el paradigma cognitivo, es necesario rescatar el modelo social de nuestros procederes. A lo largo de la historia de las bibliotecas, la construcción de aquello que se denomina “lo social” ha sido uno de los vínculos más fructíferos del despliegue comunitario de los bibliotecarios. No se puede pensar esta institución fuera de la sociedad y, por ello, su mecanismo de evolución se desenvuelve con las prácticas, tanto individuales como gregarias, de apropiación de los textos por parte de los lectores en cada período histórico.
Ahora bien, el paradigma social de nuestra profesión debe tender, con un vigor y un brío más acentuado, a desembocar en los otros “usos de la sociabilidad”, pero en relación con los nuevos retos de las comunidades posmodernas; colectivos, entonces, inmersos en un contexto de globalidad sin precedentes. En esta intersección de intereses vinculados a pautas sociológicas, emerge una cuarta orientación de la Ciencia de la Información: la tendencia o dimensión de la inclusión.
Las economías emergentes, las guerras y sus desplazamientos étnicos, la búsqueda en otros países de horizontes económicos inaccesibles en los lugares de origen, la desigualdad en la distribución de la riqueza, las intolerancias religiosas y sexuales, el auge de la movilidad y del viaje en instancias globales, los traslados inmigratorios, entre muchos otras causas, ha originado una masa de usuarios heterogéneos y diversos pero signados por una precaria inclusión y su marginalidad creciente.
Cuando suceden estos hechos en el nivel mundial, pues no existe un área territorial que no se encuentre exenta de estas miserias, la biblioteca pública, por ejemplo, constituye una de las agencias más democráticas para dar una respuesta eficaz a esas encrucijadas. América Latina debe ser un espacio fértil en este tipo de soluciones. Muchas bibliotecas tendrán que construir sus servicios pensando en evitar los conflictos oclusivos que se manifiestan en sus comunidades.
Es necesario atraer y cautivar a los desclasados y marginados por las dinámicas sectarias del capitalismo, integrar a los grupos étnicos trashumantes para que ellos se identifiquen con las prácticas bibliotecarias como si fueran propias, dar amparo a las personas cuyo último destino ha sido la migración interna y su asentamiento en los cordones periféricos de las ciudades, luchar porque los individuos con discapacidades tengan un pleno acceso a las colecciones impresas y digitales, realizar los esfuerzos necesarios para capacitar en tecnologías de punta a aquellos que no poseen la oportunidad de llevarlo a cabo, cooperar para que los segmentos excluidos por su religión, elección sexual e ideas políticas tengo su voz y sus derechos.
Existen, también, diversas y modernas modalidades para visibilizar estos anhelos sociales. Actualmente, a través de diversas políticas operativas, muchas bibliotecas trabajan en ello. ¿Cuáles son estas respuestas a lo largo y lo ancho del mundo? Podemos, en esta mecánica de citar ciertas perspectivas, enumerar algunas.
Un primer acercamiento positivo se centra en tomar la decisión de que la biblioteca es un lugar para capacitarse, buscar trabajo y aprender un oficio. Un lugar, salvando las distancias, aunque parezca un remedo desactualizado de las modalidades enciclopedistas del siglo XVIII en su culto por los quehaceres operativos, donde los hombres y mujeres aprendan un oficio. Keith Michael Fiels demostró que la crisis económica de Estados Unidos desencadenada en el 2008 fue superada, en buena medida, porque las bibliotecas públicas de ese país ayudaron a los desocupados a obtener empleo (Fiels, 2011).
En segundo momento, comprender que los bibliotecarios deben realizarse socialmente en el álgido y, a veces, turbulento medio comunitario en el cual trabajan y, sin duda, para defender las políticas de inclusión tendrán que ser líderes en la defensa de los derechos humanos (Samek, 2007).
La tercera instancia esboza un inesperado reto: para interactuar con los sectores desposeídos hay que formar bibliotecarios provenientes de esos sectores. La inclusión será de gran amplitud si los profesionales hablan, piensan y obran en representación de esos segmentos. Y aún otra disyuntiva: que los profesionales que los representen tengan cargos de dirección en esas unidades.
Para que estas decisiones tengan una aplicación exitosa, hay tres mega-aspectos, entre otros muchos, que se imponen como desfasajes a superar en nuestra formación de índole tradicional y que debemos perseguir como objetivo final.
Primer desfasaje: instrumentar todos los requisitos necesarios (y los que no existan, imaginarlos e intentar imponerlos) para desarrollar en su totalidad las políticas de Open Access ante la arremetida de las plataformas rentadas y comerciales de las grandes editoriales que manejan el mercado de tráfico de información, tanto impresa como virtual.
Segundo desfasaje: reflexionar sobre un tema tabú que, tal como se encuentra en el actual marco legal, es un obstáculo tenaz a la libre distribución de los bienes culturales; nos referimos al debate sobre los alcances y límites de la propiedad intelectual.
Tercer desfasaje: lograr que los usuarios no solo entren a las bibliotecas para obtener información sino, ante todo, hacer de ellos productores de información y conocimiento (Rainie, 2010 y Suaiden, 2015).
Así pues, no se incluye mediante una benevolencia impoluta o como una dádiva que es una especie de “aplazamiento” de las capacidades creativas de cada persona y sociedad. Se incluye cuando las bibliotecas brindan pleno acceso a la gente y así se logra que los individuos sean los gestores de su porvenir. Se incluye cuando los bibliotecarios ayudan a “autoconstruir a las comunidades” (cualquiera sea el tipo de unidad) y esta decisión se puede transformar en un logro libertario de la profesión. Se incluye, por sobre todo, cuando los bibliotecarios representan a las minorías sociales desclasadas, a las etnias migrantes y a todos aquellos cuya expresión ha sido silenciada (Kumaran, 2012).
Las bibliotecas del futuro, involucradas en esas aproximaciones de “la inserción”, solo podrán sobrevivir si implementan políticas de inclusión diversas, corales y polimórficas. Desplegándose así un macro-paradigma que excede a lo estrictamente social, ya que nos encontramos ante una variedad coral de usuarios, soportes, espacios físicos y virtuales, representaciones y prácticas de lectura, multiplicidad de accesos naturales y controlados, que se exhiben como “arquitecturas informativas cuasi heterodoxas”; estamos, en definitiva, ante un macro-modelo de la Ciencia de la Información que podríamos llamar “el paradigma de la diversidad polifónica”.
Por supuesto, muchas bibliotecas podrán perdurar fuera de la inclusión, pero estarán al límite de su deuda con la sociedad, pues la información y el conocimiento solo prosperan en lo plural y diverso. No hay que olvidar que toda entidad que manipula información es una construcción de poder (Castells, 2012). Inequívocamente, su acervo material e inmaterial manifiesta una concepción política e ideológica. Es un pecado de inocencia reñido con la formación profesional pensar que las bibliotecas están fuera de las tensiones del poder y el dominio político.
No es posible enumerar la totalidad y ni siquiera las tendencias más importantes que están incidiendo en la Ciencia de la Información. El tema de esta exposición es una forma de la desmesura bibliotecaria. Sin embargo, antes de abordar la última dimensión, es oportuno mencionar una breve selección de ellas.
Entre las orientaciones que mayor presencia poseen en la literatura bibliotecológica moderna, señalaremos las siguientes:

  • el cambio de las “tipologías de bibliotecas”, pues los tipos de bibliotecas que conocimos están perdiendo su homogeneidad tradicional;
  • “la hibridación bibliotecaria”, como una consecuencia de lo anterior pero, además, por las nuevas alianzas de las bibliotecas para responder a las comunidades de usuarios diversificadas (las alianzas horizontales o de doble uso, las verticales vinculadas a “centros de recursos para el aprendizaje y la investigación”, y las agrupaciones en consorcios) (Varela-Orol, 2011; Rodríguez-Parada, 2010);
  • la compleja aparición de las “Plataformas de servicios bibliotecarios” (PSBs), que permiten un enfoque dinámico de la gestión de contenidos y, por otra parte, la migración de los sistemas de bibliotecas de los servidores locales a los hospedajes de “computación en la nube” (cloud computing) (Breeding, 2011);
  • la gestación de las bibliotecas y sus usuarios como residentes activos de un avatar similar a la Second Life, donde los bibliotecarios pueden avanzar en la instrumentación de un metarrelato y la biblioteca misma transformarse en una representación virtual;
  • el desafío tecnológico, por ejemplo, de las RDA (Resource Description and Access) y su impacto en la catalogación y, en forma general, muchísimas más.

Ciertamente, el profesional del futuro, ante la extraordinaria “canibalización” de la información en la Web y que ha llevado a muchos de sus críticos, como Boris Groys, a sostener que “Internet es un gran tacho de basura” (Fernández Irusta, 2015), tendrán que lidiar con “esta obesidad informativa”. El “bibliotecario digital” deberá prepararse para asediar a este mundo desbordado como una persona capaz de evaluar los paquetes textuales virtuales, de discernir los datos pertinentes de los irrelevantes, de certificar la veracidad del material presentado a sus usuarios, y de organizar de una manera coherente y sintética toda inconmensurable masa de información ya desmadrada.
En el momento de emprender esta breve enumeración de orientaciones en la Bibliotecología y Ciencia de la Información, intuíamos que a pesar del asedio de la tecnología digital y de las urgentes demandas de los paradigmas cognitivo y social, iba a resultar indispensable reflexionar sobre una característica inexcusable en toda disciplina académica; en este caso particular, nos estamos refiriendo a la irrupción de una quinta y potente perspectiva: la tendencia o dimensión teórica y de índole filosófica.
¿Qué significa, pues, la presente eyección abrupta, en términos heideggerianos pero indispensable e inevitable de esta tendencia? Expresa que los integrantes del campo que hoy denominamos Ciencia de la Información tienen como mandato ineludible, en particular, la necesidad (y también la obligación perentoria) de preguntarse, entre otras cuestiones imprescindibles, sobre los temas fundacionales de nuestra profesión. En definitiva, sobre los asuntos que hacen a nuestra acontecer en tanto bibliotecarios y no otra cosa o entidad. Sobre los tópicos teóricos y filosóficos que ponen entre paréntesis porqué somos lo que somos, y no meramente una indiferenciada “otredad” ajena a nosotros mismos.
La trama, en cuestión de opacidad discursiva, adquiere una urdimbre sustantiva. ¿Cuáles son, entonces, solo algunos de esos aspectos o matices fundacionales? La clave de este laberinto estriba en la aspiración –e insistimos, en el mandato– de formularnos un conjunto de preguntas que debemos, aunque sea preliminar, intentar su respuesta. Del punto de vista teórico y filosófico, es menester enlistar las siguientes:

  • ¿qué es la información?
  • ¿cómo puede transformarse en conocimiento?
  • ¿cuál es el rol del bibliotecario para que la información llegue a ser conocimiento?
  • ¿qué es el conocimiento y mediante qué servicios se puede instrumentar?
  • ¿de qué hablamos cuando pensamos en la información?
  • ¿qué papel juega el diálogo en la génesis del conocimiento?
  • ¿cuál es el significado de informar por intermedio de la mediación digital?
  • ¿cuál es la relación entre el dato puro, su comunicación en paquetes de información y el conocimiento?
  • ¿es posible que la ecuación dato-información-conocimiento sea una matriz impuesta por la tradición científica, y tal vez en los requerimientos de información ya subyace un conocimiento previo como sostienen numerosos autores?

Y muchas preguntas más (y como tales, que aspiran a resolverse en proyectos de investigación) que admiten respuestas provisionales desde un pensamiento hermenéutico de nuestra disciplina. Por consiguiente, es oportuno señalar en esta tendencia la importancia de aquello que se entiende por “verdad y método” en la Ciencia de la Información, tal como lo sostiene Hans-Georg Gadamer en su representación hermenéutica de la filosofía contemporánea (Gadamer, 1984; Geertz, 1990).
La incursión teórica y filosófica en nuestra área, además de su fuerte tonalidad interpretativa, debe aspirar a una conceptuación de naturaleza ontológica, epistemológica, ética y fenomenológica. En los últimos veinte años, algunos de los autores ya mencionados, han reinterpretado estos fundamentos, tal el caso de John M. Budd (2004, 2005, 2006, 2008, 2011), Birger Hørland (1998, 2000), Fredrick Kiwuwa Lugya (2014) y Michael Buckland (2012), Rafael Capurro (2005, 2007) entre otros.
Sin embargo, frente a esta perspectiva se vislumbra una salida: producir textos sobre el Ser y la razón de Ser de la Ciencia de la Información (lo ontológico), sobre sus criterios metodológicos de carácter científico y su vocación de episteme y no de mera doxa (lo epistemológico), sobre sus finalidades de propósito o telos para desplegarse e interpretar la sociedad y el universo cognitivo (lo ético), y la búsqueda continua de sus esencias diferenciadoras e irreductibles en la construcción de su discurso disciplinar (lo fenomenológico).
Esta interiorización reflexiva nos lleva a un dilema de gran densidad crítica. Y para muchos teóricos, la facultad de la interpretación requiere de un momento de reapertura que necesariamente no esté circunscripto al método. A veces, pues, hay que emerger de ese bloqueo pautado por el dominio absoluto de la hermenéutica para ingresar a un pensamiento, tal como lo sostiene Paul Feyerabend (1986), donde se reconstruya la posibilidad de “una teoría anarquista del conocimiento”, la alternativa de “lo para-metódico” desde el punto de vista de la intuición y de la imaginación.
Invocar a la imaginación y a los recursos para-metódicos, en una profesión donde la práctica es casi una deificación, consiste en enriquecer su campo de estudio. Por otra parte, es el umbral que hay que traspasar para comprender la magnitud humana del bibliotecario tecnológico-digital.
Un reto que, inequívocamente, ya se manifiesta y se extenderá en nuestro porvenir, es la necesidad de ensamblar –aún más– nuestra formación tecnológica con y desde las Ciencias Sociales. Cuando Michael Buckland afirma que “que si la ciencia de información tiene que ver con lo que la gente conoce, entonces es una forma de articulación cultural y, a lo sumo, una ciencia de lo artificial” (2012, 1:1), lo que trata de decirnos este importante teórico, es que la tecnología digital siempre debe dirimirse en el terreno de las modalidades y los procedimientos culturales. Lo que implica que la Ciencia de la Información que adviene será intensamente técnica pero, en una espiral dialéctica, “intensamente atravesada por las Ciencias Sociales” y su vocación interdisciplinar (Cronin, 2008; Prebor, 2010).
En la tracción del pensamiento reflexivo, que es un modo de establecer el intenso vínculo entre la teoría y la práctica en la profesión, Hørland (2000) nos recuerda que las perspectivas suelen ser una especie de sinónimos de los paradigmas. La totalidad, pues, de las tendencias delineadas pueden precipitarse en el núcleo duro de los modelos paradigmáticos.
Por su especial característica, este acontecimiento se nos presenta con una significación superlativa, ya que refuerza la idea posmoderna de la “movilidad y el flujo de los paradigmas” en la Ciencia de información actual –pensemos, tal el caso, en Zygmunt Bauman y su concepción de la “modernidad líquida” (2003).

Cierre a modo de conclusión preliminar

La tendencia de la Ciencia de la Información, modelada por las escenificaciones culturales posmodernas (Jameson, 2010 [1998]; Bauman, 1999; Castells 2004 [1996] y 2014), por lo menos en el presente, se afinca en un archipiélago de conceptos y paradigmas cambiantes o propicios a la transmigración.
Ya no hay paradigmas fijos e inmutables, pues la velocidad de los cambios tecnológicos y virtuales cuestionan, en sí mismo, a la dinámica de los procesos paradigmáticos, tal como lo propuso T. S. Kuhn en su clásica La estructura de las revoluciones científicas (1996 [1962]), o el estado más abierto que expuso Ludwik Fleck en La génesis y el desarrollo de un hecho científico (1986). Ahora los paradigmas bibliotecarios han entrado en los procesos de globalización y en las interrelaciones de la parcelación de los saberes, en dispositivos y artefactos que hacen de ellos “una autorrepresentación interminable”.
Ese núcleo duro de paradigmas profesionales –el material, el cognitivo y el social–  ya no posee, por lo menos como antes, un estilo de contundencia incólume. Como se señalaba en el inicio, este itinerario nos lleva al concepto de “crisis”. Los “sistemas bibliotecarios” (una expresión que ya va siendo, con holgura, superada por el tiempo) se basaban en factibilidades deterministas. En la actualidad, las versatilidades de los usuarios y los profesionales de la información se están reconfigurando, con creciente audacia, en mundos fragmentarios e híbridos, luego de más de dos décadas de Era Digital.
Es posible que nos encontremos ante un cambio radical en la mentalidad profesional: el hecho de que exista la certidumbre (que también amerita un espacio de zozobra e incertidumbre) de propiciar el surgimiento de “los no-sistemas bibliotecarios indeterministas del futuro”, donde circulemos fuera de la tutela de los determinismos del pasado. La feraz y complejísima confluencia del lenguaje natural con el controlado, como hemos visto, es una prueba de ello.
Asistimos y asistiremos al tránsito de los lugares físicos a los paisajes cartográficos y a los mapeos (mapping) de informaciones inmateriales, ahora mediadas por gestiones coordinadas en la nube e incluidas en una macro estructura digital en estado de constante apertura e intervenidas por los profesionales y, lo que es más importante, por los usuarios; una zona, entonces, de pluralidad y diversidad virtual, en que las reescrituras de aquellos que participan, tanto en su localidad como en el rol de visitantes, fomentarán la creación de una realidad bibliotecaria típicamente holística de la virtualidad de los registros de información.
Aquí se retoma la duplicidad especular de cómo nombraremos, en un futuro muy próximo, a nuestro quehacer. El logos que evoca el nombre biblioteca, como hemos observado, puede mudar y permanecer en suspenso ante una nueva denominación. Esto no lo podemos saber, ni tampoco afirmarlo, ni es necesario estar de acuerdo con dicha especulación. Lo único verdadero es que el confortable mundo pre-digital ha cambiado hacia un “cosmos inefable”, cuyas sutilezas semánticas, teóricas y tecnológicas demandarán un esfuerzo mayúsculo de la profesión.
En síntesis, un esfuerzo y una tensión emotiva que, sin excusas de ninguna índole, nos conducirá a desarmar lo innominado de la Ciencia de la Información para encontrar un renovado sentido a nuestra profesión. Y, en modo muy peculiar, estas Jornadas pueden ser un excelente espacio para iniciar ese camino.

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