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Información, cultura y sociedad

Print version ISSN 1514-8327On-line version ISSN 1851-1740

Inf. cult. soc.  no.43 Ciudad Autónoma de Buenos Aires June 2020

http://dx.doi.org/10.34096/ics.i43.8826 

Editorial

Bibliotecas, libros y lecturas a través del COVID-19

Libraries, books and readings through COVID-19

1Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas-INIBI

Resumen

En este Editorial se analiza la situación del COVID-19 desde una mirada diacrónica en el ámbito de los libros, las bibliotecas y la educación. Se expresan los aspectos sociales y las características en los cuales trascurre la información en los medios de comunicación. El espacio de la biblioteca se observa como ámbito físico y virtual y la enseñanza se describe en sus estrategias de adaptación al nuevo ambiente en la era de Internet. En este contexto, se considera a la conversación como el lugar de encuentro común para la enunciación y la validación. Estos escenarios se exponen en una realidad cambiante que permiten en una muestra casi fotográfica denotar lo que sucedió en el transcurso de la pandemia desde la disciplina.

Palabras clave Libros; COVID-19; Bibliotecas; Bibliotecología y Ciencia de la Información; Información; Fake News

Abstract

This Editorial analyzes the situation of COVID-19 from a diachronic perspective in the field of books, libraries and education. The social aspects and the characteristics in which the information in the media occurs are expressed. The library space is seen as a physical and virtual environment and teaching is described in its strategies to adapt to the new environment in the Internet era. In this context, conversation is seen as the common meeting place for enunciation and validation. These scenarios are exposed in a changing reality and allow an almost photographic exhibition to denote what happened in the course of the pandemic from the discipline viewpoint.

Keywords Books; COVID-19; Libraries; Librarianship and Information Science; Information; Fake News

La irrupción del COVID-19 planteó cambios en la sociedad en general y las bibliotecas no quedaron fuera de este escenario. La enseñanza trajo aparejada sus adaptaciones y términos como blending learning, cursos en línea de acceso abierto y masivos, comenzaron a tomar significado y plantearon un cambio cualitativo en las estrategias para salir a la virtualidad. En este contexto las bibliotecas, como mecanismos difusores y proveedores de información, y las instituciones educativas, como formadoras, se vieron obligadas a reformular sus prácticas y estrategias para sobrellevar este espacio de aislamiento en la espera de la “nueva normalidad”.

En la historia de las bibliotecas se encuentran varios antecedentes de situaciones similares a las que ocurren hoy con la epidemia. Un editorial recuperado de TheLibrary Journal publicado en octubre de 1895 con el título Infection from Library Books narra el deceso de la señorita Jessie Allan. Jessie era bibliotecaria en la Biblioteca Pública de Omaha y como fruto de un temor común de la época, a la gente le preocupaba que la enfermedad terminal de Allan pudiera provenir de un libro. El escrito sostenía que el fallecimiento de la señorita Allan era doblemente triste debido a la excelente reputación que había ganado en su trabajo y el afecto que los bibliotecarios que la conocieron habían sentido por ella. Su deceso había dado lugar a una nueva discusión sobre la posibilidad de infección por enfermedades contagiosas a través de los libros de la biblioteca (Infection from library books, 1895).

El fallecimiento de la señorita Allan ocurrió durante lo que se denominó el great books care según lo comenta Hayes (2019) en un artículo publicado en Smithsonian Magazine. Según Hayes, este susto, ahora en su mayor parte olvidado, fue un pánico frenético ocurrido a fines del siglo XIX y principios del XX en el que los libros contaminados, particularmente aquellos prestados por las bibliotecas, podían propagar enfermedades mortales.

Annika Mann, profesora de la Universidad Estatal de Arizona y autora de Reading Contagion: The Hazards of Reading in the Age of Print menciona en su obra que la cultura británica del siglo XVIII quedó paralizada por la amenaza de contagio. Se creía que los elementos cotidianos del mundo circundante podían transmitir enfermedades mortales de un cuerpo a otro. Los médicos advirtieron que la materia nociva circulaba por el aire, y los fluidos corporales, el papel y otros materiales podrían resultar nocivos mientras que los filósofos temían que las pasiones inquietantes pudieran extenderse a través de ciertos tipos de escritura y expresiones.

Los poetas y novelistas del siglo XVIII tuvieron que lidiar con la inquietante idea de que los textos literarios podrían ser doblemente infecciosos, al comunicar pasiones peligrosas y materia en sus páginas contaminadas. El miedo a los libros infectados avivó los debates estéticos y políticos sobre el poder de la lectura, ya que se pensaba que estos podían alterar los cuerpos individuales y sociales al conectar a personas de todo tipo de manera peligrosa a través de la impresión (Edson, 2019).

Greenberg (1988) en un artículo publicado en Libraries & Culture con el título Books as Disease Carriers, 1880-1920 relata que si bien es escasa la evidencia de que los libros, hayan ayudado a propagar las epidemias de viruela, tuberculosis y escarlatina que azotaron las ciudades estadounidenses y europeas a principios de ese siglo, el temor a tal posibilidad llevó a las bibliotecas públicas a adoptar medidas extraordinarias en sus esfuerzos por descontaminar libros que habían circulado entre prestatarios infectados. En muchos casos, los funcionarios de la biblioteca eligieron destruir libros sospechosos en lugar de intentar devolverlos a la colección. Tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, el problema resultó ser un desafío para los movimientos a favor de las bibliotecas y la salud pública.

En este siglo la irrupción del COVID-19 obligó a las bibliotecas a potenciar sus canales virtuales para extender los servicios. En el aislamiento social, preventivo y obligatorio las bibliotecas han realizado una transición de los servicios presenciales al entorno virtual. Con el fin de reducir las distancias, se han explorado nuevas vías y maneras de atender a los usuarios. Este es el caso de la biblioteca argentina que reparte libros puerta a puerta en Godoy Cruz. Esta biblioteca se empeñó en acercar la lectura a sus usuarios y lograr en tan solo tres días 135 préstamos. Para poner en marcha este voluntarioso proyecto se valieron de los recursos que tenían disponibles como la mensajería instantánea para poder realizar los pedidos. Si bien se aplicaron todas las medidas de higiene, para eliminar cualquier rastro de infección, tuvieron que dejar los libros en cuarentena por 4 o 5 días (Rodríguez, 2020).

Bustos (2020) en una nota de opinión se pregunta si el coronavirus impondrá la revolución 4.0. Sostiene que la pandemia forzó y aceleró la generación de una sociedad digitalizada que hasta el momento y principalmente en América Latina, se encontraba menos desarrollada. Aclara que en este contexto, la paranoia está dada en el aislamiento que produce el encierro y el aburrimiento y no por el temor al contagio mediante los libros. Feldman (2020) escribió sobre el impacto de la crisis y señaló que internet se ha vuelto aún más central en nuestras vidas, a tal punto que se piensa más en el contenido que en la privacidad o la seguridad de los datos.

Otras miradas surgieron desde el ámbito educativo, y se vinculan con los aspectos socioemocionales de esta crisis que, de alguna manera, no recibieron suficiente atención. Parece que lo relacionado con el funcionamiento de la educación remota solo se remitiera a refinar la logística. El interés está dado en que los educadores puedan mantenerse conectados con los estudiantes, sin embargo parece no reconocerse el estrés que genera la incertidumbre y el aislamiento de estas nuevas formas de interacción. Entre las prácticas para palear las barreras sociales y emocionales, se destacaron algunos elementos comunes: mantenerse en contacto con colegas, ser visibles para los estudiantes, y ayudar a los demás a ser visibles entre sí (Yorio, 2020).

Otro elemento dentro de los aspectos sociales de la crisis sanitaria que surge por la expansión del COVID-19 es la situación de inseguridad que se generó por la difusión de información falsa, bulos o fake news. Para Pérez-Dasilva, Meso-Ayerdi, y Mendiguren-Galdospín (2020) estas noticias falsas propaladas se aprovechan de las emociones para propagarse más rápido que el propio coronavirus, y generar desconfianza y temor en la población. En la investigación presentada por los autores se describe que con las medidas de centralidad y los patrones de interacción, se pueden generar redes semánticas para descubrir las diferencias en la forma que hablan los grupos sobre un tema. Destacan, sin embargo, la escasa presencia de científicos e instituciones que ayuden a desmentir estos bulos y expliquen cuestiones básicas como las medidas de higiene.

En torno a los proyectos que surgen en el avance para combatir la desinformación o las fakenews un equipo de ingenieros abordan los bulos para poder detectarlos automáticamente (machine learning) y demostrar que son noticias falsas. En estos escenarios los avances en modelos predictivos están basados en los usuarios de las redes sociales. La clave está en “cómo conseguir ser independientes del sesgo de las personas que juzgan eso” (Clement, 2020).

La investigadora y coordinadora Soledad Gori del Grupo Ciencia Anti Fake News comentó para la sección noticias del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) que las preguntas que le llegaban a su sistema de mensajería privada iban desde “¿Es cierto que se contagia a través del mate?” hasta “¿es verdad que comenzó con un murciélago?”. Estas tomaron una nueva dimensión cuando se observó la velocidad con que se propagaban por los medios de comunicación y las redes sociales. Con un fuerte compromiso social y “convencidos de que la ciencia tiene que estar al servicio de las necesidades de la población”, este equipo consolidado por colegas de ciencias biológicas, salud, exactas y naturales comenzó un exitoso proyecto Ciencia Anti Fake News con el objetivo de contrarrestar la epidemia informativa o “infodemia” que existe actualmente según la Organización Mundial para Salud (OMS). Como es conocido en la disciplina bibliotecológica la incertidumbre se satisface con conocimiento, y es así como el equipo del CONICET generó información verificada a partir de la evidencia científica disponible (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, 2020).

En escasos días, los miembros del grupo se organizaron en tres comisiones: la primera, para detectar y jerarquizar fake news; la segunda, para chequear su veracidad con publicaciones científicas (entre ellas mencionan Nature) y páginas web de organismos oficiales; y la tercera, no por esto menos importante, con la misión de convertir esta información científica en una explicación orientada al público no especializado. Para comprender el poder que ejercen las fake news la investigadora mencionó a otro colega Pablo Méndez (2020) quien explica los tres aspectos en que actúan estas noticias falsas: sensibilizar, viralizar y condicionar. Estos dos últimos buscan que se empatice o refuerce el prejuicio en las personas y el objetivo no es solo desinformar sino exacerbar una sensibilidad ya establecida previamente.

Listen Up! A Look at Distance Learning es el título del post publicado en el blog de Library of Congress en su sección Prints & Photos. En un recorrido fotográfico muestra el aprendizaje a distancia en la era anterior a internet y representa cómo en la historia otras tecnologías tuvieron su época de auge y protagonismo en la educación a distancia. La radio, de alguna manera, encontró usos educativos para estar presente en los hogares tal como hoy miles de profesores y estudiantes se conectan a sus clases mediante internet. En esta galería se observa una foto de 1924 en la cual por radio se enseña a dibujar; en otras se muestran la radio y la lectura o estudiantes en una clase que escuchan una transmisión por radio sobre América del Sur (Finefield, 2020).

La explosión de información producida en los últimos meses por la presencia del COVID ha sido confirmada por varios especialistas en la temática y se presenta como nuevo desafío para los profesionales de la disciplina. En términos de Torres-Salinas (2020) asistimos a la mayor concentración de recursos científicos para la resolución de problemas que supera a otros precedentes en la historia. En esta revolución de información, los científicos compartieron más, y además se produjo un aumento en el uso de los preprints mayor que en cualquier escenario anterior similar. En un lapso muy breve de tiempo y con un caudal inusitado, el crecimiento exponencial de artículos, guías clínicas, protocolos, y otros documentos, ponen a prueba los sistemas de publicación científica en sus tasas de recepción de artículos. Kupferschmidt (2020) señala que el brote de COVID-19 transforma el modo en que los científicos se comunican sobre las crisis de salud. Los servidores liberan diariamente un torrente de datos que ni siquiera existía hace una década, luego se analizan en plataformas como Slack y Twitter, y en los medios en general, antes de que comience la revisión formal por pares. El personal de las revistas trabaja horas extra para que los manuscritos sean revisados, editados y publicados a velocidades récord.

Tanto las universidades como las bibliotecas piensan propuestas para modificar las aulas y los espacios de reunión cuando la presencialidad retorne a los ámbitos públicos. En esta nueva fase, los espacios pareciera que adquieren una dimensión personal. Una de las más destacadas arquitectas de bibliotecas señala que se debe dar prioridad en estos proyectos a la salud, al bienestar de los usuarios y a la forma en que las personas interactúan con el espacio. Agrega que un gran diseño no tiene que resultar costoso y sostiene que para combatir la propagación del coronavirus, la importancia está dada en administrar el flujo de aire, el tráfico de personas dentro de los espacios públicos y el uso de mascarillas. Otros factores que considera de importancia son la limpieza de superficies y la creación de barreras físicas entre los espacios de trabajo. Un elemento clave de la seguridad interior de las bibliotecas es el intercambio de aire fresco al igual que los ajustes en los sistemas de calefacción, ventilación y aire acondicionado como aspectos críticos para reducir la propagación de COVID (Dillon, 2020).

En el tema del espacio público también se destacó Roger Chartier en una entrevista con Goldin, donde dialogaron sobre ética de la conversación y sus cambios en la época del COVID-19. La ética de la conversación para Chartier supone dos elementos: uno ético propio de la urbanidad que se entiende como el intercambio de discursos, ideas y opiniones y otro que supone un criterio de validación de la enunciación, de su control y comprobación. En esta realidad se observa la conversación como la ruptura de la ética de la urbanidad con la dimensión crítica de comprobar, averiguar y probar los enunciados. Con la multiplicación de las formas de comunicación se produjo un desplazamiento del criterio de la comprobación de los discursos. La verdad en el enunciado se debía establecer al afrontar la crítica, sin embargo el criterio de validación se desplazó al lugar de la enunciación. Las personas acreditan un enunciado porque lo encuentran en una forma de sociabilidad actual donde la confianza se establece solo porque se presenta en una comunidad de pares, sin que se piense en realizar un criterio de validación, comparación, o autentificación de los discursos. Este es el peligro mayor que enfrenta la conversación, las formas en una sociedad virtual, aprobada por la comunidad de pares y con ausencia de convalidación. En estas formas se instala el relativismo absoluto sobre las verdades alternativas.

La biblioteca y la escuela tienen un papel importante en mostrar una actitud o postura de vigilancia crítica. Instituir la verdad es la única posibilidad para evitar la corrupción y perversión que hacen perder el sentido mismo de la conversación en todas sus modalidades letradas, políticas, cívicas y científicas. Este desplazamiento de la conversación, no fue bien percibido y se vincula directamente con la relación entre lo que se enuncia y lo que se averigua como tal; de ahí que la confianza, se presente en un vehículo de enunciación que puede ser totalmente ciego (Chartier, 2020).

Desde cualquier ángulo que se lo mire, en el escenario tan particular que se vivió estos últimos meses, el acceso a la información forma parte del epicentro. Si bien la historia demuestra que estos periodos tuvieron sus antecedentes similares, no en vano recordamos que la sociedad está preparada para adaptarse y enfrentar estas pandemias. Al parecer como lo sostiene Hayes (2019) del Smithsonian, el peligro percibido del acceso público al material de lectura puede adoptar una forma tanto intelectual como física. En este último caso siempre queda la opción de leer un buen libro con unos guantes.

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