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Boletín de la Sociedad Argentina de Botánica

versión On-line ISSN 1851-2372

Bol. Soc. Argent. Bot. vol.50 no.3 Córdoba set. 2015

 

OBITUARIO

Alfredo Elio Cocucci
1926 - 2015

Felix qui potuit rerum cognoscere causas

Un obituario es siempre injusto. Sin importar cuán elogioso sea el retrato de la persona que nos ha dejado, es imposible plasmar el valor de una vida entera en un par de hojas. Y esta injusticia se agrava aún más en el caso de personas excepcionales, como Don Alfredo Elio Cocucci. ¿Y por qué excepcional?, porque él combinaba ciencia, valores éticos, arte, amabilidad, extensa cultura general y una llamativa claridad de pensamiento, de tal manera que se desenvolvía como un todo armonioso en todo momento y lugar: podía transmitir arte interpretando cortes histológicos bajo el microscopio y ciencia en la cocina durante la preparación del almuerzo, trataba con la misma amabilidad y respeto al poderoso y al humilde, publicaba un trabajo científico y adaptaba un guión de teatro para aficionados, arreglaba un micrótomo y construía un horno de barro. A veces con saco y corbata, a veces con guardapolvo blanco, en otras ocasiones con delantal de cocina o mameluco de mecánico, pero la cordialidad, la calma y claridad de pensamiento eran siempre las mismas. Pero, ¿cómo Alfredo Elio Cocucci se transformó en el Dr. Cocucci o "Don Alfredo", como solían llamarlo las personas más allegadas?
Alfredo Coccuci nació en Río Cuarto, Córdoba, el 20 de abril de 1926, en el seno de una familia de ascendencia italiana con una fuerte influencia de su abuela "Cicita" y su tía "Vivi". "Se trataba de una familia muy industriosa y autosuficiente: todo lo necesario se fabricaba en su seno con una mínima influencia externa" (Cocucci, 1999). Una forma de vida sencilla, donde el tiempo giraba en torno a la preparación del pan, el vino, los dulces, la pasta, el cultivo de las verduras y la cría de gallinas para el consumo familiar. Todo esto formaba un ritual cíclico de afecto, junto con los remedios caseros, la leche al pie de la vaca, las herramientas y los muebles sencillos y funcionales, la escuela, y la vuelta a la Plaza General Roca los domingos. Tres de sus rasgos sobresalientes tuvieron su origen o se manifestaron tempranamente en su infancia: (1) su admiración y gusto por la cultura del Renacimiento (probablemente iniciado por un libro sobre Leonardo Da Vinci, regalo de su padre), (2) su habilidad para las artes plásticas en general y para el dibujo en particular (habilidad que ya estaba en la familia, por parte de su tía Giudita, Profesora de Dibujo), y su curiosidad por el conocimiento a raíz de un episodio relacionado con la famosa frase E pur si muove atribuida a Galileo Galilei (Cocucci, 1999). La búsqueda del significado de esta frase, el conocimiento de la vida y la obra de G. Galilei, y la lectura de la Historia del Universo de Camilo Flammarion definieron lo que Cocucci llamaba el "fortalecimiento de la razón", algo que marcó el rumbo de su vida como adulto.
Su formación profesional comenzó en la Universidad Nacional de Córdoba con su graduación como Profesor en Ciencias Naturales (1948), luego Biólogo (1953) y finalmente Doctor en Ciencias Naturales (1956). Simultáneamente se graduó como Profesor de Dibujo y Pintura en la Academia Provincial de Bellas Artes "José Figueroa Alcorta" (1949), y fue gracias al dibujo que Cocucci ayudó a financiar sus los primeros años de estudio en la universidad, diseñando las ilustraciones para los billetes de la lotería de la provincia de Córdoba. Luego de su doctorado, fue becario de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (1956) en el Instituto Fitotécnico Santa Catalina de la Universidad Nacional de La Plata, Becario del Missouri Botanical Garden (1957), Becario Externo del CONICET en la Universidad de California, Berkeley (1967- 1968) y una década más tarde, Guggenheim Fellow (1978-1979) en esta misma universidad. Ingresó a la Carrera del Investigador Científico del CONICET en 1961, y a lo largo de su trayectoria alcanzó la máxima categoría de Investigador Superior, siendo además miembro de la Academia de Ciencias de Córdoba desde 1974 (Vicepresidente durante 2004-2008 y Académico Emérito desde 2008). Por su labor científica recibió los premios Cristóbal Hicken (Academia Nacional de Ciencias Físicas, Exactas y Naturales, 1980) y el Premio Konex, diploma al mérito (1993).
Comenzó su labor docente en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba, como Jefe de Trabajos Prácticos (1954-1956), más tarde fue Profesor Adjunto interino (1957-1959), Profesor Titular interino (1959-1962), Profesor Titular por concurso (1963-1992) y Profesor Emérito desde 1993. Durante sus primeros años de docencia enseñó Botánica Sistemática, pero su mayor labor docente la realizó como Profesor de la Cátedra de Plantas Celulares (1963-1993). A pesar de no ser su tema de investigación, recuerdo el gran interés y dedicación que él enfocaba en esa materia. Solía mostrarme las últimas publicaciones sobre ultrastructura celular de los diferentes grupos de algas y hongos, prolijamente ordenadas en un gran fichero de carpetas colgantes con cientos de artículos, clasificados por grupo taxonómico. De hecho, una de sus publicaciones más difundidas, Los ciclos biológicos del Reino Vegetal (Cocucci & Hunziker, 1976, 1994) describe 32 ejemplos de ciclos de algas y hongos y sólo 6 ejemplos para Briófitos, Pteridófitos y Espermatófitos. La enseñanza de la Embriología Vegetal, su tema central de investigación, quedó relegada a un curso corto de posgrado que, afortunadamente, pudo dictar en diferentes universidades nacionales entre 1964 y 1992. Durante los últimos años de su labor docente, se desempeñó como Profesor Invitado en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Porto Alegre, Brasil (1992) enseñando ampliamente su especialidad e investigando con el Dr. Jorge Mariath, con quien mantuvo una perdurable amistad. Gracias a la labor del Dr. Cocucci en la Universidad de Porto Alegre, hoy se lo reconoce como el "Padre de la Embriología Vegetal de Brasil".
En el terreno de la investigación, comenzó con estudios taxonómicos en Ruprechtia (Polygonaceae) en su trabajo de doctorado, luego se enfocó en trabajos de citogenética, para finalmente dedicarse a la embriología vegetal y los ciclos biológicos vegetales. Entre sus contribuciones más importantes están sus trabajos sobre embriología de Orquídeas (Cocucci, 1969, 1973 a; Cocucci & Jensen, 1969 a, b, c, 1971 a, b) sobre la base del estudio del desarrollo de las generaciones masculina y femenina, y de la fecundación, con microscopia electrónica de transmisión, realizados en la Universidad de California con la colaboración del Dr. W. A. Jensen. Estos trabajos formaron parte de los primeros descubrimientos a nivel mundial que comenzaron a explicar cómo crece el tubo polínico, cómo es la estructura subcelular de los espermios de las Angiospermas, o por qué la ginóspora calazal está más favorecida para formar la generación femenina. Sus trabajos mostraron, entre otras cosas, la falta de polarización estructural de la célula madre de las ginósporas de Epidendrum frente a la polarización de esta célula meiótica en Ginkgo (Cocucci, 1969) y el descubrimiento de los cuerpos membranosos concéntricos del tubo polínico y su función en la expansión de la plasmalema. Igualmente valiosos fueron sus descubrimientos sobre la naturaleza nuclear de los cuerpos X, como los remanentes del núcleo de la sinérgida penetrada y del núcleo sifonogénico (Cocucci & Di Fulvio, 1969), como así también las hipótesis de homologías para problemas complejos sobre la interpretación del embrión de las Poaceae (Cocucci & Astegiano, 1978), de la flor de las Poaceae (Cocucci & Anton, 1988), la evolución de las generaciones sexuadas (Cocucci, 1973 b; Anton & Cocucci, 1984), un nuevo sistema de clasificación del desarrollo del endosperma nuclear en colaboración con la Dra. T. E. Di Fulvio (Di Fulvio & Cocucci, 1986) y su clasificación de morfotipos de embriones de Espermatófitos (Cocucci, 2005). Como si fuera poco, publicó un manual sobre fotografía científica (Cocucci & Münch, 1986), y realizó, también en colaboración con Ricardo Münch, quizás la primera animación didáctica sobre el proceso sexual de las Angiospermas. El original, que había sido realizado en película Súper 8, se perdió en el correo a Kodak Panamá, donde existía uno de los pocos laboratorios que podían copiar la película directamente del positivo. La animación, que tenía gran calidad para la época, pudo ser mostrada en público una sola vez. Pero esta vicisitud no lo desanimó, pues más tarde, y nuevamente con la colaboración de Münch como programador, creó una de las primeras animaciones por computadora para enseñar los ciclos biológicos vegetales.
Entre sus discípulos más destacados podemos mencionar a los Dres. Eduardo Cáceres, Marta Astegiano, Laura Domínguez, Inés Noher de Halac, Ana Anton, Carlos Prósperi, Beatriz Galati, Gloria Barboza y Margarita Venturelli. Pero no sólo formó investigadores, también participó en la formación de los artistas botánicos del Museo Botánico y de su brillante asistente Ricardo Münch. Colaboró ampliamente en tareas de gestión científica, durante el desarrollo del Museo Botánico junto con el Ing. Armando Hunziker, en la creación y dirección del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal, como Director Vicepresidente del Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Provincia de Córdoba (1981-1983), Miembro de la Comisión Asesora de Ciencias Biológicas del CONICET (1984-1987), Director Consulto del Consejo de Investigaciones Científicas y tecnológicas de la Provincia de Córdoba y miembro de la Comisión asesora CASAUF del CONICET (1993-1994).
En 1986, recibió un llamado telefónico desde Buenos Aires: "Dr. Cocucci, Ud. no me conoce, pero lo llamo porque quisiera que Ud. dirija mi tesis de doctorado en embriología vegetal". En ese momento, tenía 60 años, era Investigador Superior, profesor de la Universidad Nacional de Córdoba, había tenido varios becarios y tesistas. Vivía rodeado por una hermosa familia, con su esposa Nora, tres hijos y tres nietos pequeños. No necesitaba complicarse la vida con un becario de doctorado más, y mucho menos uno que nunca había visto, y vivía a 800 km de distancia. Como escribió Antoine de Saint-Exupéry, ese alumno no era más que "un zorro entre cien mil zorros semejantes". Sin embargo, concertó una entrevista en su siguiente viaje a Buenos Aires, y accedió a dirigir un becario y su tesis cuando menos lo necesitaba. Sólo un mes más tarde, su hijo mayor falleció súbitamente, dejando una viuda, dos hijos pequeños, y un dolor, un vacío y una pena sin consuelo que no es necesario explicar. Pero a pesar de tamaña desgracia, mantuvo firme su decisión, enseñándome compromiso, oportunidad y confianza inicial por igual, aún para las personas que no conocemos.
Desde la primera visita a Córdoba hace 28 años, él y Nora me recibieron siempre en su casa. Además de contar con la compañía y el afecto de una familia, la mayor parte de la casa, sus muebles y utensilios habían sido hechos por el Dr. Cocucci y sus hijos. El amor por la vida estaba reflejado hasta en los objetos más pequeños. Los días de trabajo en su oficina de la Facultad transcurrían al pie de su microscopio Zeiss, construido con matrices recicladas de la Segunda Guerra Mundial y protegido cuidadosamente del polvo cordobés por una mesa-caja de metal y vidrio (construida por él mismo), y continuaban por la noche en su casa, junto con una increíble comida casera. Con frecuencia me invitaba un fin de semana a "La Langosta", su casa en Cuesta Blanca, donde compartía historias de la botánica argentina alrededor del fuego de la chimenea o saboreando una pasta casera. Como en el Rivendell de Tolkien, pero en Córdoba, cada tanto viajaba a las montañas, a una casa a la vera de una cascada, a escuchar a un hombre sabio, hablar sobre historias valiosas del pasado, alrededor del fuego y la buena comida. Durante aquellos años, el Dr. Cocucci solía insistir en que quienes trabajamos en Ciencia, pasamos la mayor parte de nuestro tiempo productivo profundizando ideas o "surcos" elaborados por otros, y eso es parte del trabajo de científico; pero que es muy importante permanecer atentos a la posibilidad de proponer e iniciar nuevos caminos de investigación, de crear nuevos "surcos". Tarea que el paso del tiempo probó ser para nada sencilla.
En la actualidad, la comunidad científica botánica se mueve en un ambiente frío e impersonal, de productividad digital medible a través de índices globalizados. Pero 30 años atrás, el entorno era muy diferente. La investigación botánica en Argentina estaba signada por personalidades fuertes, dominantes, territoriales y, hasta cierto punto, académicamente pasionales y caprichosas. Este hábitat botánico local estaba condimentado con los vaivenes político-económicos de nuestro país, qué más de una vez han puesto a prueba nuestra vocación de científicos. En ese torbellino telenovelesco de pasiones intelectuales y apremios económicos, Alfredo Cocucci sobresalía por su impactante sentido común, sinceridad, claridad de pensamiento y amabilidad. Solía decirme con frecuencia "la nuestra no es una profesión para enriquecerse, y es difícil conseguir el reconocimiento de los pares, por eso es importante divertirnos con nuestro trabajo". Feliz es el hombre capaz de conocer la causa de las cosas, decía citando a Publio Virgilio Marón. "Busque siempre divertirse con su trabajo, y cuando no lo consiga, pregúntese entonces si ha elegido la profesión correcta".
Casi 30 años han pasado desde aquellos primeros momentos, que dejaron profundas enseñanzas de la profesión y de la vida en los temas más diversos. El Dr. Cocucci se jubiló y, junto con su esposa Nora, se enfocó en distintas actividades creativas en la escuela de italiano y en el teatro, como escenógrafo, guionista y director escénico. Más tarde encauzó su energía en la recuperación y restauración de los salones del viejo edificio de la Academia Nacional de Ciencias Físicas, Exactas y Naturales de Córdoba. Aunque mis visitas a Córdoba se fueron espaciando, me reconfortaba el hecho de encontrarlo siempre lúcido, activo y entusiasmado.
En noviembre de 2014, nos visitaron él y su hijo Guido. Fue entonces cuando me comunicó que su enfermedad estaba avanzando y había decidido no intervenir en el camino de la naturaleza. A pesar de tan triste noticia, me despedí con la esperanza de verlo al menos una vez más. Hace un par de meses, su nuera Alicia me pidió que hablara con él por teléfono, con el propósito que mi llamada lo animara un poco. Y en algún momento de la vida muchos de nosotros podemos atravesar una situación similar, y actuar con la mejor de nuestras intenciones. ¡Pero cuán lejos estuve de ese objetivo! ¿Qué nos hace pensar que podemos engañarnos, y engañar a quienes saben que van a dejarnos pronto? ¿Con qué derecho tratamos de consolar a alguien que debe enfrentar su fin? ¿Qué podemos decirle a una persona en esa situación? Nuestra última conversación fue muy triste. Sereno, lúcido y seguro, como siempre lo conocí, me dijo que había llegado el momento de "reciclarse", de volver a la naturaleza. Sólo me pidió por favor que escribiera este obituario para la Sociedad Argentina de Botánica. Y me despedí para siempre de un maestro y amigo, que en el final me dejó una de las enseñanzas más difíciles de la vida: "Feliz es el hombre capaz de conocer la causa de las cosas, pues someterá bajo su pisada los vanos temores del paso hacia la muerte"1.

Raúl Pozner

Instituto de Botánica Darwinion

Notas

1 "Felix qui potuit rerum cognoscere causas, atque metus omnis et inexorabile fatum subiecit pedibus strepitumque Acheronti avari" (Publio Virgilio Marón, Geórgicas, libro II, verso 490-492). Traducción de R. Pozner.

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