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Boletín de la Sociedad Argentina de Botánica

versión On-line ISSN 1851-2372

Bol. Soc. Argent. Bot. vol.51 no.1 Córdoba mar. 2016

 

OBITUARIO

Rolando León
1932 - 2015

 

"Cuando uno ha vivido muchos años y se siente satisfecho con lo que ha hecho de su vida y con las circunstancias que le ha deparado el destino, es probable que se pregunte la razón de sus decisiones", nos contaba en las primeras líneas del libro con el que quisimos homenajearlo en el año 2005. Rolando J.C. León, Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires (UBA), académico de número de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, Gran Maestro de la UBA y querido maestro para nosotros, emprendió, a los 83 años, su último viaje de relevamiento en noviembre del año pasado. Este nuevo homenaje va a estar centrado en mis recuerdos de Rolando, antes que en los hechos de su vida.
¿Qué tenía en mente al elegir esas palabras para abrir su capítulo "Vegetación y Enseñanza, Vocación y Pasión"? Esa oración no es un simple decir. Encierra su espíritu docente, su voluntad de enseñarnos continuamente, de mantenernos atentos. Nos sacude, nos invita a mirar antes de hablar, a reconocer la heterogeneidad y la escala adecuada antes de realizar un estudio o de intervenir. Nos exige entregarnos con todo lo que poseemos, como comienza un niño a conocer el mundo. Y sólo así, con una pasión casi visceral, descubrimos el fondo de aquellas palabras: mirar es amar, descubrir, conocer, explorar, penetrar, encontrar, elegir, pensar, conectar.
Rolando fue un docente apasionado e incisivo. Su sola presencia predisponía a escuchar y a aprender.
Recibía con entusiasmo todas las consultas de estudiantes y graduados de Agronomía, Ciencias Ambientales, Biología, Turismo, Arquitectura y Diseño del Paisaje, así se trataran de temas ecológicos, botánicos o regionales, o de la vida en general. En las últimas décadas fue evidente cómo había aumentado su interés por enseñar Ecología del Paisaje y por transmitir su visión sobre las urbanizaciones actuales a los técnicos y diseñadores de paisaje, en diferentes ámbitos. Su natural fervor lo acompañó hasta sus últimos días, cuando brindó varias conferencias acerca de los paisajes agrícolas, los paisajes sustentables y diferentes ecosistemas pampeanos. "(en esas conferencias) prediqué que el paisajismo es una disciplina basada en la geografía, la ecología, la sociología y la ética, y no sólo en lo estético", sostuvo Rolando hace muy poco.
Dejó otras huellas permanentes en todos nosotros. Viajero incansable, rara vez turista, recorría el mundo con curiosidad y luego nos invitaba a vivir sus aventuras a través de relatos sin par. Viajamos siempre a su lado. Visitar un pastizal pampeano significaba detener la camioneta varias veces para reconocer alguna especie que él, sostenía, no podía determinar sin bajar. De paso, cantaba la lista del resto de las especies para que las aprendiéramos, definía en qué distrito pampeano nos encontrábamos según las actividades que se desarrollaban, por la dirección de las lomadas o por la cobertura del horizonte. Siempre se trataba de mirar y, al mismo tiempo, identificar una especie que nos dormía la boca al masticar sus estolones, o reconocer una diferencia topográfica de pocos centímetros según cómo cambiaban las especies, o buscar los pelos retrorsos en la zona ligular, o caminar muy rápido para no retrasarnos (o para no perdernos sus palabras), o cosechar alguna maleza para la ensalada, o tener una clase de yoga inmediatamente después de regresar de un día entero bajo el sol, o caminar en la noche cerrada para admirar las estrellas desde alguna tranquera. A veces también era cantar "non, je ne me regrette rien" imitando a Edith Piaf, el Himno a Sarmiento o algún aria de ópera. Viajar a la Amazonía implicaba leer antes a Vargas Llosa para entender la fiebre del caucho, o reconocer distintas especies probando frutas como el camu camu, el aguaje y la cocona, que venden en los mercados callejeros, o identificar especies de palmeras por sus usos en la construcción de viviendas y de techos, o seguir los pasos de un misionero franciscano, de un naturalista o de un maestro conocido localmente, o navegar por el río Ucayali en una barca, tirados en una hamaca sin saber cuándo se llegaría a algún puerto de la selva, o aplicarnos el látex de sangre de drago en una herida, o pintarnos con achiote, o entrar a la biblioteca amazónica para ver si tenían un libro de un autor argentino sobre temas amazónicos, que él había donado en alguno de sus viajes previos.
Por último, veo sus manos, delicadas y fuertes a la vez, como talladas en piedra por Rodin. Se movían con precisión y nada escapaba a su atención. Ellas también encerraban saber. Sus manos eran él, poseían su belleza. Tenían el don de marcarnos cuando nos aferraban del brazo para indicarnos algo.
Es evidente que aún sigue presente y que ha dejado huellas indelebles. Es muy difícil describirlo en pasado. Ojalá que quienes lean estas líneas experimenten la misma alegría que yo siento al trabajar en esta facultad y recorrer los dominios de un Maestro como León.

Marina Omacini

Profesora adjunta de la Cátedra de Ecología (FAUBA)

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