Todavía resulta inimaginable que Roberto no esté físicamente entre nosotros. ¡Tantos años compartidos desde que ingresamos a la Cátedra como ayudantes alumnos hasta su partida!
Son tantas las anécdotas que siempre lo recordaremos con una sonrisa. Era una persona muy divertida, inteligente e irónica, sumamente dedicada a la cátedra y con una gran vocación de servicio. Su gestión en la SAB nunca se olvidará, fue una bisagra en la Sociedad.
Siempre admiramos su paciencia en las revisiones de los exámenes. Cuando nosotros ya agotábamos todos los argumentos para explicarle a algún/a alumno/a la causa de su reprobado, y no sabiendo más qué hacer, le decíamos que hablara con él, y siempre esa charla terminaba en “un examen no es la vida”, risas y un apretón de manos. Temamos mucho que aprender...
Los alumnos admiraban sus clases teóricas y las chicas eran sus fans. Cuando Adriana, ya profesora, comenzó a dar algunos temas y aparecía en el aula, lo primero que escuchaba era: “¿hoy no vino el Profesor?” O cuando ya jubilado nos visitaba, la ordenanza le decía: “esto ya no es lo mismo sin usted, Ingeniero”; él se reía y le decía que todo estaba igual o mejor.
En los viajes de colección, una vez finalizada la colecta, siempre dejaba un tiempo para poder conocer el lugar donde estábamos. También solía cocinar por las noches en el camping los pescados sacados del mar de Camarones (Chubut) por el inseparable chofer Carlos González. Le llamábamos El Gato en alusión al célebre cocinero Gato Dumas.
Siempre nos dejó hacer. Aunque lo que le propusiéramos no fuera muy acertado, nunca decía que no. Hagan, hagan, nos decía..., “en la medida que ustedes crezcan, crecemos todos”.
Éramos muy jovencitos y un día nos encargó escribir un proyecto para un subsidio. No sabíamos muy bien qué hacer. Un compañero de la entonces Cátedra de Botánica Agrícola entró en la oficina y nos preguntó que hacíamos. “Estamos escribiendo un subsidio”, le dijimos. Nos respondió: “qué suerte que tienen, a nosotros no nos dejan hacer esas cosas”. En ese momento le respondimos con ironía: “.sí, una suerte bárbara”. Ahí nos dimos cuenta de que todos los jefes no eran iguales. Con el correr de los años, mucho se lo hemos agradecido.
¡Te extrañamos, Roberto! Te queremos contar y comentar tantas cosas. Novedades de la SAB, política, chismes del ambiente botánico, que Gabriel es director de Carrera y que a Adriana le ofrecieron ser consejera, siempre te alegraba saber de nuestras cosas.
Queremos seguir pensando que estás en tu casa de Merlo (San Luis), atendiendo tu parque, tocando la guitarra y desentendiéndote del teléfono, como solías hacer cuando estabas por esos pagos.