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Quinto sol

On-line version ISSN 1851-2879

Quinto sol  no.8 Santa Rosa Jan./Dec. 2004

 

RESEÑAS

Di Stefano Roberto. El púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la república rosista, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004. 270 páginas.

Ignacio Martínez

UNR-CONICET

     El púlpito y la plaza es, en el más completo sentido del término, un libro de historia. No sólo porque trata un aspecto específico del pasado, sino porque al finalizar su lectura tenemos la impresión de haber presenciado con el correr de las páginas una profunda transformación a lo largo del tiempo. Se trata de la metamorfosis sufrida por el clero secular porteño entre la expulsión de los jesuitas y la consolidación del régimen rosista. En ese período, Roberto Di Stefano reconstruye la historia del nacimiento de la Iglesia argentina. Desde la introducción de la obra queda así planteado el desafío de sus hipótesis: primero, la Iglesia como entidad institucional específica no existía en la realidad colonial; segundo, ella es el producto de un proceso de secularización de larga duración que, si bien antecede y trasciende el período abordado, vive una intensa aceleración a partir del episodio revolucionario, al formar parte de las transformaciones sociales y políticas que marcan el tránsito de la monarquía católica a la sociedad republicana. Una vez identificadas estas dos hipótesis fundamentales, se advierte con satisfacción que el desarrollo de la obra jamás se aparta de ellas.
     Tres partes componen este libro. La primera lleva por título "El clero colonial (1767-1810)". Aquí se despliegan los argumentos que abonan la primera hipótesis. La dimensión eclesiástica de la diócesis de Buenos Aires es analizada a la luz del auge económico, social y administrativo que vive el Litoral durante el último cuarto del siglo XVIII en el marco de las reformas borbónicas. Este crecimiento, conjugado con la necesidad de suplir el gran vacío resultante de la expulsión de los jesuitas, eleva el papel del clero secular en el concierto religioso de la diócesis, pero agudiza en gran medida las contradicciones del espacio eclesiástico. La clave ofrecida para la interpretación de este proceso es el resultado de una investigación desplegada en tres registros, que confluyen en una imagen global del fenómeno religioso dentro de la sociedad colonial. En primer lugar, analiza "la dimensión material de las instituciones eclesiásticas". El origen de los fondos con que contaba el clero para sustentarse se revela sumamente variado, tanto como dispar era su distribución. Uno y otra se presentan como motivo de abiertas disputas y sordas tensiones, y reflejan la existencia de múltiples intereses dentro del espacio eclesiástico. En un segundo nivel, el autor estudia las raíces sociales de esos intereses. Su propósito es poner de relieve las densas tramas de influencia y reproducción social que atravesaban el espacio religioso colonial, haciendo especial hincapié en la estrecha relación que trababa la élite con las instituciones eclesiásticas de Buenos Aires. Las familias notables de la provincia proveían a la estructura eclesiástica de recursos materiales y humanos asegurándose de esta manera el control sobre estos espacios, que formaban parte de sus estrategias de reproducción y predominio social. En tercer lugar el autor se propone "...ilustrar y analizar los cambios de registro que se produjeron en la cultura eclesiástica colonial tardía, a raíz de los que se verificaron en el perfil del sacerdote que la corona tendió a imponer" (p. 63). En este capítulo se introduce al análisis la dimensión cultural a partir del estudio de la formación intelectual del clero. En la reconstrucción de las instituciones educativas y de sus contenidos curriculares se incorpora a la corona como un actor más dentro del espacio religioso, interesada en convertir al clero, en tanto "funcionario real", en su más eficiente agente civilizador, particularmente entre los rústicos habitantes de la campaña.
     En síntesis, al partir de un principio metodológico que concibe al fenómeno religioso como parte del complejo social histórico al que pertenece, el autor ha sabido incorporar variables económicas, demográficas, sociales, culturales y políticas para modelar una compleja imagen de la realidad eclesiástica colonial en la que la variedad de sectores e intereses que la atraviesan hace muy difícil pensar en una institución coherente y con propósitos específicos. Así, en vísperas de la revolución, la esfera eclesiástica porteña se presenta inmersa en un proceso de cambios que ha agudizado sus contradicciones.
     En la segunda parte de esta obra, que abarca el período 1810-1820, la revolución es analizada como catalizadora del proceso de secularización que provocaba aquellas tensiones. En primer lugar, el autor estudia los efectos de la irrupción de la política en el interior del clero, destacando la agudización de las disputas internas provocada por la participación en la dinámica facciosa porteña, y la reelaboración del papel mediador del sacerdote borbónico como portavoz de los valores revolucionarios frente a la población. En segundo término, trata la desarticulación jurisdiccional, la crisis del sistema de las rentas eclesiásticas y la caída de las ordenaciones sacerdotales en tanto procesos que formaron parte del desmantelamiento de la estructura institucional colonial, alterando la relación que el poder civil y la sociedad colonial guardaban con la esfera eclesiástica.
     La tercera y última parte del libro discurre sobre las salidas que se buscaron a esta crisis. El autor hace hincapié en la profunda fractura que el debate por la cuestión religiosa provocó en el seno de la élite porteña. Tras desarrollar el contenido de los modelos alternativos que se dirimieron en la discusión, Di Stefano introduce estas corrientes en la dinámica política del período 1820-1835. De esta manera, establece las afinidades entre la concepción galicana, que pretendía continuar la obra iniciada por los borbones, y la intención rivadaviana de crear un clero republicano, reflejo eclesiástico del sistema representativo y colegiado que caracterizó la etapa de la "feliz experiencia" porteña. En el mismo sentido, la corriente "intransigente", que pretendía estructurar la Iglesia local a partir de un modelo jerárquico directamente subordinado a la autoridad papal, encontró un aliado en el gobierno rosista que no sólo promovió a los representantes de esta postura en los espacios de poder eclesiástico, sino que fortaleció la figura del obispo frente al cuerpo colegiado de la diócesis, en un claro intento de reproducir el modelo personalizado de gobierno de la provincia en la iglesia local. Por último, la corriente liberal, que libraba al ámbito de la conciencia individual las cuestiones religiosas, sólo se insinuaba de manera "aislada, desarticulada y confusa" en este período, según afirma el autor.
     El claro desplazamiento de registro que se advierte en la segunda y tercera partes hacia el plano de lo político e ideológico podría adjudicarse a la preeminencia de la política en la vida rioplatense luego de la revolución, y puede también reflejar el itinerario personal del autor durante diez años de investigación sobre el tema. Pero el problema político permanece aquí ligado a un proceso social de más largo alcance que tiende gradualmente a desvincular las instituciones eclesiásticas del control que la élite ejercía durante la colonia. En esta clave de lectura reside el valor fundamental de la obra. El proyecto borbónico, las reformas rivadavianas y la política rosista son tratadas como diversos modos de promover ese proceso. El desenlace de esta historia, que expresa una victoria provisoria del grupo más apegado a la "ortodoxia" romana, lejos de significar una vuelta a modelos de antiguo cuño, es el resultado concreto de la invención de la Iglesia, creada junto al Estado, sobre las cenizas de un modelo de difusión social del poder que había entrado en crisis.

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