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Quinto sol

versão On-line ISSN 1851-2879

Quinto sol  n.12 Santa Rosa jan./dez. 2008

 

ARTÍCULOS

"1985: Argentina, potencia mundial". Desarrollismo y proyecciones demográficas en la prensa del sesquicentenario

Joaquín Perren1

Resumen

Con este trabajo pretendemos aportar algunas pistas que inauguren el tránsito hacia una historia de las estadísticas en la sociedad civil. Si bien el estudio de las estadísticas oficiales ha ampliado nuestro conocimiento del pasado, sus efectos no dejan verse en espacios que funcionan a cierta distancia del Estado. De ahí la importancia de examinar el uso de proyecciones demográficas en la prensa del ‘Sesquicentenario de la Revolución de Mayo’. Con ese propósito hemos dividido el texto en tres secciones. En una primera parte, efectuaremos un recuento de los avances más relevantes en la historia de la estadística, mencionando sus temáticas comunes, enfoques teórico-metodológicos utilizados y algunas de sus deudas pendientes. En un segundo apartado, confeccionaremos una radiografía de la ‘Argentina Desarrollista’, mostrando los conflictos que la estructuraban. Finalmente, analizaremos la producción estadística publicada por Clarín en 1960, examinando los supuestos que la vertebraba y los efectos simbólicos que pretendía generar.

Palabras clave: Desarrollismo; Historia de las estadísticas; Proyecciones demográficas; Prensa; Identidad.

"1985: Argentina, world power". Ddesarrollismo and demographic projections in the press of the 150th anniversary.

Summary

With this work we expect to provide some clues to inaugurate the traffic towards a history of statistics in the civil society. Though the study of the official statistics has extended our knowledge of the past, its effects are not so evident in spaces that work at certain distance from the state. Hence the importance of examining the use of demographic projections in the press of "150th May’s Revolution anniversary". With this intention, we have divided the text into three sections. In the first part, we will provide an inventory of the advances of Statistics’ history, mentioning its problems, theoretical approaches and pending matters. In the second paragraph, we will make a picture of the "Argentina desarrollista", showing the conflicts that were shaping it. Finally, we will analyze the statistical production published by "Clarín" in 1960, examining its suppositions and the symbolic effects that it was trying to generate.

Key Words: Desarrollismo; Statistics’ History; Demographic projections; Press; Identity.

Desde siempre, los historiadores han utilizado a las estadísticas como fuente para reconstruir al pasado. Esta recurrencia ha sido naturalizada al punto de olvidar el carácter social y muchas veces conflictivo que encierra la producción de cifras (Otero 1999:11). Quizás por este motivo, la exploración de las estadísticas como problemática con peso propio tuvo que esperar hasta tiempos más recientes. Sólo a partir de las últimas décadas divisamos un grupo de producciones que comenzó a preocuparse por las dinámicas internas de los sistemas estadísticos estatales, pero también por los efectos simbólicos de sus principales productos.
Con este trabajo pretendemos aportar algunas pistas que inauguren el tránsito hacia una historia de las estadísticas en la sociedad civil. Si bien el estudio de las estadísticas oficiales, y sobre todo de los censos, ha ampliado notablemente nuestro conocimiento del pasado, sus efectos no dejan verse en ámbitos que funcionan a cierta distancia de la órbita estatal. Esto es especialmente evidente en el caso de la prensa que, pese a haber sido observada desde los más diversos ángulos, no ha despertado mayor interés en su papel de ‘productora de números’. Apuntando a resolver esta laguna, es que proponemos examinar la utilización de proyecciones demográficas en la prensa del ‘Sesquicentenario de la Revolución de Mayo’. Para cumplir con este propósito hemos diseñado un itinerario que cuenta con tres estratos o niveles de análisis, a partir de los cuales trataremos de saldar la habitual brecha entre el texto y su contexto.
En una primera escala, efectuaremos un breve racconto de los avances más relevantes en la historia de la estadística, mencionando sus temáticas más comunes, los enfoques teórico-metodológicos utilizados, así como también algunas de sus deudas pendientes. En un segundo apartado, confeccionaremos una radiografía de la ‘Argentina Desarrollista’, especialmente para el gobierno de Frondizi, mostrando el entramado de conflictos que la estructuraba. Una vez montada la escenografía, emprenderemos el análisis de tres suplementos especiales que Clarín publicara en ocasión del aniversario de la ‘Gesta de mayo’. Sólo así podremos sumergirnos en el universo discursivo de cada uno de ellos, revisando la importancia que tuvieron en la construcción de nuevas identidades.

Primer estrato. Historiografía y estadísticas

Uno de los cambios fundamentales operados en Occidente durante el siglo XIX fue el desarrollo de sistemas estadísticos universales y centralizados. Lo que inicialmente se presentaba como un mosaico de modelos independientes, cada uno de ellos ligado a tradiciones nacionales específicas, acercándonos al siglo XX y conforme avanzaba la circulación de publicaciones fundacionales, fue adquiriendo un perfil cada vez más homogéneo2. A medida que los estados nacionales extendían su autoridad sobre diferentes esferas de la vida social, la producción de insumos informacionales se convirtió en una urgente necesidad, haciendo de la estadística el "arte administrativo" por excelencia. Resultado de esta simbiosis entre Estado y estadística emergió una constelación de relevamientos sobre comercio, criminalidad, producción y población, que suministraron el material adecuado para la elaboración de las más diversas políticas públicas.
Aquellos primeros cálculos estatales, que servían para suplir las demandas fiscales y militares del Antiguo Régimen, parecieron entonces multiplicarse bajo el influjo de una perspectiva científica que homologaba los hechos sociales con los físicos (Otero 2004:1). Si la vida de los hombres estaba surcada por una multitud de regularidades casi imperceptibles, una especie de ‘cárcel de hierro’ para la agencia humana, era lógico imaginar a la estadística como aquel instrumento capaz de descubrirlas y, desde allí, encarrilarlas hacia áreas socialmente adecuadas. Esa verdadera visión astronómica de la sociedad despertó una fiebre cuantitativa que, pese a ser portadora de un excesivo determinismo, sirvió de incentivo a la creación de una conciencia estadística, cuyas consecuencias más notorias fueron el montaje de burocracias especializadas y el periódico levantamiento de censos generales de población (Hacking 1995:143).
La atracción generada por este doble proceso de constitución de la disciplina estadística, que le permitió al mismo tiempo acceder a status de ciencia y a su vez intervenir en el proceso de construcción del Estado, impulsó una primera línea historiográfica que ha centrado su atención en las instituciones estadísticas y de los hombres que las componen3. A partir de esta preocupación inicial, se estructuraron un buen número de producciones que desnudaron los conflictos y acuerdos sucedidos al interior del sistema estadístico, y de este último con otras instancias administrativas del Estado (Mentz 1991, González Bollo 2004ª y González Bollo 2004b). El estudio de ese background permitió formar una imagen más nítida de la influencia que el contexto político-social tenía en la selección de los instrumentos metodológicos adecuados para contabilizar a la población, pero también de las singularidades de un campo franqueado por una particular dinámica institucional. Así descubrimos un área de saber que, permeable a las tendencias científicas internacionales y a la presión ejercida desde la sociedad, la política y un archipiélago de oficinas estatales, conservaba pese a todo cierta distancia de los vaivenes intelectuales más bruscos. En tanto ‘arte administrativo’, la estadística era dueña de un conjunto de hábitos y prácticas que presentaba más semejanzas con una larga sucesión de "días grises" que con una disciplina magmática. Si a esta inercia burocrática, sumamos la necesidad práctica de comparar mediciones a lo largo del tiempo, nos ubicaríamos frente a una ciencia que tiene mucho de ambiguo, por cuanto combinaba en dosis variables apertura frente al exterior con un indeleble impronta conservadora.
A pesar de la repercusión académica que tuvo el creciente uso de enfoques organizacionales, los contactos entre historia y estadística no se agotaron en ese punto. Por el contrario, podemos distinguir un segundo grupo de investigaciones mucho más atento a los efectos simbólicos generados en los diferentes eslabones de la observación estadística. Las escalas existentes entre la confección de los formularios censales y la circulación del producto final, lejos de conformar instantáneas de una sociedad, tropezaban en su camino con diferentes criterios de sistematización que facilitaban el pasaje desde el ‘caos de los datos nominales’ al ‘cosmos de los tabulados’ (Otero 2002:200). De ahí que estos trabajos hayan dedicado menos esfuerzo a volver visibles las fuerzas internas del sistema estadístico, que a descubrir las derivaciones interpretativas de sus más relevantes outputs. El énfasis se desplazó entonces al carácter discursivo de las fuentes estadísticas, en tanto versión compleja y estructurada de la sociedad estudiada, así como a la influencia que tuvieron en la comprensión de amplias parcelas del pasado (Otero 2002:202). Para explorar estos aspectos se partía de un supuesto habitualmente transitado por la historia intelectual: las ciencias sociales –y entre ellas la demografía– contribuyen a erigir representaciones formalizadas de la realidad. Se trataba, en definitiva, de examinar cómo fueron esculpidas determinadas plantillas conceptuales que, luego de una amplia tarea de difusión, propiciaban la emergencia de comportamientos previsibles y homogéneos.
Con todo, lo más interesante e innovador de este conjunto de producciones ha residido en su voluntad de estudiar a los relevamientos en tanto objetos de investigación en sí mismos. Si utilizando los indicios dejados por las oficinas estadísticas era posible señalar las formas en que una disciplina embrionaria se había sumado a la expansión tentacular del Estado, fue mediante un minucioso análisis de contenido cuando comenzó a apreciarse la importancia de las estadísticas en la formación de los marcos identitarios que acompañaron a ese proceso. Las cifras oficiales, desde esta óptica, contribuyeron a moldear una determinada idea de nación que vino a complementarse al simultáneo proceso de state building. En ese sentido, quedaba claro que el lenguaje estadístico decimonónico no sólo condensaba diferentes aspectos de la sociedad, sino además había sido importante en la creación y difusión de imágenes muy precisas sobre determinadas "comunidades imaginadas" (Anderson 1994). Al igual que otros dispositivos estatales, como la escuela, los actos o los símbolos patrios, la producción estadística fue de vital importancia en la construcción de naciones para los jóvenes estados occidentales. A través de la acción conjunta de mecanismos de auto-identificación colectiva y de diferenciación frente a otras unidades estatales, los censos provocaron formidables efectos de realidad que terminaron licuando "minorías invisibles" y fortaleciendo la uniformidad de poblaciones que difícilmente podían preciarse de homogéneas (Otero 1998:123-149). Casos paradigmáticos de operaciones de montaje simbólico pueden encontrarse en Francia, Estados Unidos e Italia, pero también en países latinoamericanos, donde una tardía sedimentación de la autoridad oficial fue acompañada por la afluencia de importantes contingentes migratorios que pusieron en duda los alcances del "ser nacional".
El avance sobre cada una de las fronteras señaladas aumentó nuestro conocimiento de aspectos ciertamente desconocidos de la estadística. Ante todo, nos permitió contemplarla como un campo de fuerza donde se disputaba centralidad tanto política como científica, y no como una larga acumulación de mejoras ligadas al mundo del cálculo y la probabilidad. Con la utilización de este nuevo cristal, la estadística perdió esa apariencia puramente técnica, una suerte de vertiente medicionista de la teoría social, mostrando en su lugar una frontera exterior mucho más porosa de lo que se imaginaba. Resultado de este viraje divisamos también una nueva forma de entender a los estadísticos como colectivo: la mirada que los asumía como una comunidad científica impermeable a las demandas de diferentes actores, fue relevada por otra que comenzó a percibirlos como intelectuales particularmente interesados en la formación de imágenes específicas de la sociedad.
Aun cuando la formación de naciones remitía a una operación intelectual realizada a partir de una multiplicidad de símbolos, no menos cierta resultaba la necesidad de que cada uno de ellos presentara anclajes en la realidad. Con esto queremos hacer notar que el éxito de una empresa de ese calibre dependía de la capacidad de remitir a personas concretas, portadoras de características particulares que coinciden con lo que denominamos población (Otero 1998:125-126). Quizás por eso, la estadística se convirtió en un espacio intelectual crucial para la definición de la nación, por cuanto en su órbita se elaboraban los moldes que servirían para clasificar a la población según determinados criterios de pertenencia. Haciendo propias palabras de William Kruskal, podríamos decir que los censos, como también otras formas de relevamiento, "proveen sentido a la cohesión social, y como en una especie de comunión no-religiosa, entramos al aparato estadístico con identidades individuales y una multitud de características propias, para después recibir una fotografía grupal de nosotros mismos"4.
Ahora bien, una larga onda de crecimiento como la señalada no debería precipitar conclusiones excesivamente optimistas. Aun cuando el estado del conocimiento muestre señales de madurez, producto de una década de progresos empíricos, no menos claras resultan ciertas parcelas todavía inexploradas o, por lo menos, que no han merecido similar atención que las mencionadas con anterioridad. Entre ellas creemos oportuno mencionar dos en particular: una relacionado con los alcances temporales de las pesquisas, mientras que la otra más vinculada al origen y usos de los materiales estadísticos.
Sobre la primera de ellas podríamos señalar que el grueso de los trabajos ha desplegado sus explicaciones para el período comprendido entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. La fascinación generada por la formación de los estados nacionales ha desempeñado un papel protagónico en tan importante concentración temporal. Si bien ésta última ha sido una de las temáticas más transitadas en los últimos años, la posibilidad de estudiar ese proceso desde novedosos ángulos le ha permitido renovarse a si misma, sin mostrar todavía rendimientos marginales decrecientes. En tal sentido, el interés por percibir cómo el campo de las estadísticas se sumaba a un proceso de carácter universal, perdiendo en ese tránsito parte del purismo científico que la recubría, fue una usina que ha motorizado la producción académica. Más allá que esta preocupación haya servido para desnudar los hilos de la interacción dentro de las oficinas estadísticas, o bien para traer luz sobre los efectos simbólicos de los relevamientos, lo cierto es que mejoraron nuestro conocimiento de regiones desconocidas del pasado. Gracias a su concurso pudo trazarse una cartografía más precisa sobre funcionamiento estatal, sumando a aquellas dependencias usualmente estudiadas (la escuela, las fuerzas represivas o los tres poderes), otras que ocupaban lugares más periféricos del entramado oficial. Del mismo modo, pudimos ampliar el abanico de fuentes disponibles para el estudio de la formación de las ‘nacionalidades’, percibiendo sus ecos incluso en producciones que por mucho tiempo habían sobresalido por su transparencia y supuesta objetividad.
Con todo, podríamos decir a ciencia cierta que las preocupaciones que incentivaron el desarrollo de una historia de las estadísticas, no traspusieron en mayor medida la frontera demarcada por la década de 1950. Salvo escasas excepciones, la consolidación definitiva de los estados nacionales actuó como un dique de contención para la producción histórica sobre estadísticas. Esta tendencia pareció acentuarse con la creciente tecnificación del instrumental estadístico que llevó a privilegiar el lenguaje matricial frente a otras formas de presentación de la información. Así divisamos el pasaje desde outputs que alternaban el uso de textos convencionales, matrices y gráficos, en una suerte de revival de la tradición descriptiva alemana, hacia producciones que llevaron a cabo un aprovechamiento intensivo y a escala industrial del universo matricial. Esa labor pedagógica que impregnaba al paradigma censal decimonónico fue, entonces, opacada por una proliferación de cifras que vino a sumarse al creciente consumo tecno-profesional de las mismas. Puede que bajo esta nueva forma la producción estadística del Estado se haya perdido ese interés que había despertado en investigadores de diversas disciplinas. Sin embargo, esto no debería llevarnos a pensar en una absoluta extinción de los aspectos que vertebraban a los censos del siglo XIX. Por el contrario, encontramos espacios donde los fines y formas de la estadística decimonónica sobrevivieron sin transformaciones sustantivas durante una buena porción del siglo pasado, aunque todavía no han merecido mayor atención académica.
Este último déficit de la historia de la estadística nos transporta al problema de las fuentes productoras de cifras. Sobre este punto en particular podría afirmarse que la indisoluble sociedad entre estadísticas y Estado, ciertamente existente durante el siglo XIX, ha sido proyectada casi sin escalas para el estudio del siglo XX. Esa tendencia terminó relegando el estudio de guarismos creados por fuera de la órbita estatal, que pese a no contar con un sofisticado instrumental técnico, presentaban una enorme riqueza interpretativa. Aunque en su etapa inicial parecía imposible distinguir los contornos de una estadística no-estatal, en tanto esta disciplina constituía un saber semi-administrativo y semi-científico, esa imagen no pareciera retratar tan bien situaciones más contemporáneas (Brian 1999: 15). A medida que la sociedad civil cobraba trazos más definidos, desplegando a su paso una gran variedad de instituciones que funcionan a cierta distancia del Estado, la producción y utilización de cifras encontró nuevos nichos. La mayoría de ellos no va a estar tan ligado al suministro de insumos para la acción del Estado, como a la necesidad de dotar de elocuencia a discursos orientados a influir a la opinión pública. Tal vez por ello, la prensa se nos presenta como una cantera todavía fuera de producción que podría enriquecer notablemente nuestro conocimiento sobre la incidencia de los números en los imaginarios de sociedades contemporáneas.
No sería desatinado, por este motivo, suponer a la utilización de las cifras como una verdadera retórica de los tiempos modernos (Keyfitz 1987:235), a través de la cual pueden visualizarse los efectos de operaciones simbólicas de diversa magnitud. Si en una primera etapa los productos estadísticos habían prescripto determinadas maneras de pensar a la sociedad; con el avance del siglo XX el uso de las estadísticas ganará en difusión, sin desprenderse de esa función formadora que la había caracterizado anteriormente. Un deslizamiento de esta naturaleza debería alentar estudios sobre estadísticas elaboradas desde instituciones propias de la sociedad civil, cuyas conclusiones podrían ser contrastadas con modelos que mostraron aptitud para explicar el desarrollo estadístico del siglo XIX.
Por lo dicho, creemos que para mantener su creciente relevancia en el concierto historiográfico, los estudios sobre estadísticas deberán incluir nuevos temas y, a través de ellos, ampliar el alcance temporal de sus pesquisas. Así, las miradas de y desde el Estado tendrán que ser escoltadas por otras que sumen distintas áreas productoras de cifras, entre las que destaca por su relevancia el campo periodístico. Como veíamos para el caso de los sistemas estadísticos, la prensa constituye un actor que, lejos de gozar de stocks ilimitados de independencia, ha contado con una doble sujeción que la ha hecho permeable a influencias ambientales. En tanto y cuanto conformaban empresas comerciales, los emprendimientos periodísticos se encontraron filtrados por una lógica maximizadora de beneficios que, muchas veces, fijaba agendas temáticas que transitaban en dirección opuesta a su matriz ideológica. Por otra parte, como componente de peso en la arena pública también irradiaron determinadas representaciones de la realidad que competían en un ‘mercado político’, no siempre equilibrado por cierto, con otros actores que pretendían cumplir esa misma función. De esto último se desprende la importancia de explorar los efectos simbólicos que las estadísticas, en este caso periodísticas, tuvieron en la construcción de identidades. Sólo a partir de esta tarea cobrarían forma las funciones que la "administración de las estadísticas" comenzó a exhibir una vez concluida la formación de los estados nacionales, pero también muchas otras que permanecieron prácticamente inmutables: mientras que esa urgencia por establecer leyes generales sobre el comportamiento humano perdería relevancia en el ordenamiento del campo estadístico; la construcción de imágenes sobre el conjunto social y el funcionamiento de la economía no pareciera mostrar indicio alguno de extinción, potenciando inclusive su radio de circulación.

Segundo estrato. Argentina y su contexto: planificación, desarrollo e industria

El tremendo cimbronazo que la economía mundial sufrió en 1930, puso en evidencia la inconsistencia de algunos de los más sentidos principios neoclásicos. Las fuerzas productivas dejadas operar libremente habían mostrado su incapacidad para generar situaciones de pleno empleo y, sobre todo, de lograr tasas de ganancias razonables por largos períodos de tiempo (Zambon 2001:169-171). A partir de esta constatación, el mundo del pensamiento económico transitó por una profunda resignificación. Muchos contenidos, hasta entonces considerados tabúes, comenzaron a exhibir enorme vitalidad. Entre ellos destaca la necesidad de contar con un Estado activo que, librado ya de su lastre decimonónico, tuviera injerencia en materia de políticas fiscales, monetarias y sociales. Quedaban así trazadas las líneas más gruesas de lo que, una vez iniciada la guerra fría, se generalizaría bajo el genérico rótulo de "Estado de Bienestar". Esas organizaciones estatales, en cierto sentido, sometieron a las fuerzas del capitalismo a una severa disciplina, estableciendo fuertes controles y reglamentaciones, al tiempo de incentivar el rol empresario del Estado en determinadas áreas estratégicas de la economía (Romero 2004).
Los años de oro del capitalismo occidental, de este modo, terminaron por reforzar un paisaje que tenía en sus extremos a un puñado de economías industriales desarrolladas y a una constelación de países periféricos (Hobsbawm 1999:188). Aun cuando esa imagen nos brinde cierta idea de polarización naturalizada, de roles inmóviles y estados permanentes, el creciente uso de la etiqueta "naciones subdesarrolladas" pareciera discutir esa presunción. Esta última suponía una situación transitoria y superable siempre y cuando se aplicaran un adecuado conjunto de políticas. En este ambiente de optimismo se enrolaron las todavía tibias arengas neoliberales de retracción del gasto público, pero principalmente otras que apuntaban a la ‘modernización’ de los sectores tradicionales de la economía. El subdesarrollo, desde esta última mirada, aparecía como el resultado de estructuras sociales ‘atrasadas’ que, ligadas al modelo agro-exportador, constituían un obstáculo en la edificación de modernas sociedades industriales. La posibilidad de modificar esa hoja de ruta obligaba a revisar el papel del Estado en materia de planificación y especialmente en todo aquello relacionado con el montaje de una infraestructura para el crecimiento "hacia dentro".
Para el caso particular de Latinoamérica, la idea de planificación hizo su aparición pública en la década de 1940. En esos años, el esfuerzo de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) por delinear una agenda de tareas pendientes para los diferentes gobiernos de la región, tuvo como resultado una fecunda corriente de opinión orientada a derrumbar los últimos reductos del consenso liberal. Tal vez por ello, los estudios sobre la realidad de algunos de los países de continente despertaron el interés de diversos organismos nacionales, convirtiendo a la planificación en el instrumento ineludible en el diseño de políticas de Estado. En ese remozado clima de ideas cobraron vida las primeras experiencias de análisis y aplicación de técnicas de proyección de largo plazo, que tuvieron como consecuencia más conocida al diseño de "planes de desarrollo" (Blanco 1999:6-7). Más allá que la realidad latinoamericana difícilmente pueda ser entendida a través del prisma de la homogeneidad, ese conjunto de producciones coincidía en señalar al sector externo como el responsable de su condición periférica. Resultaba evidente que la apertura económica en clave liberal había dinamizado a los sectores exportadores, generando al mismo tiempo una larga lista de problemas estructurales, entre los que destacaban la existencia de enormes áreas sumergidas en situaciones de atraso y una crónica fuga de divisas que impedía la inversión productiva del excedente creado en suelo americano.
Ese núcleo de coincidencias no sólo se vinculaba al diagnóstico de problemas, sino además extendía su influencia a las posibles soluciones a esa situación. Allí las recetas desarrollistas parecían acordar en la necesidad de explotar el potencial que brindaban la abundancia de recursos naturales y humanos. Y para ello era fundamental dotar a las economías relegadas de una infraestructura en transporte, energía y comunicaciones, como también incrementar el flujo de ahorro e inversión a partir de una serie de políticas que protegieran a las economías nacionales. Se trataba, en última instancia, de que los Estados subdesarrollados absorbieran una importante porción de los recursos del sector exportador para luego dirigirlos a otras áreas consideradas prioritarias en la industrialización de la economía.
Frente a un modelo estrechamente ligado a la exportación de productos primarios, que ya para mediados del siglo XX mostraba una dudosa rentabilidad y numerosos inconvenientes irresolubles (macrocefalia, desocupación estructural, marginalidad urbana, etc.), se planteaba la urgencia de iniciar un decidido proceso de expansión industrial con base en el aprovechamiento de los recursos naturales ociosos. Se consideraba que el esfuerzo debía concentrarse en determinados "polos de desarrollo", donde se instalarían las principales actividades transformadoras y desde los cuales iban a partir ondas expansivas que dinamizarían al conjunto del país (Blanco y otros 1998:23). Bajo el benéfico influjo de una actividad económica distribuida uniformemente en la superficie continental, entonces, se sentarían las bases de un mercado interno de creciente dimensión, capaz de generar un círculo virtuoso desgajado de los continuos vaivenes del mercado internacional.
Ahora bien, aun cuando el desarrollismo conformaba una mainstream de alcance continental, deberíamos examinar las formas y ritmos que asumió la propuesta cepalina en el escenario argentino. En ese sentido, la creciente apertura de la economía mundial, luego del impasse que significó la Segunda Guerra Mundial, tuvo un impacto particularmente fuerte en la Argentina. Los pasos iniciales en esa dirección se dieron durante el segundo gobierno peronista, cuando se sancionaron las primeras leyes que reglamentaban las inversiones extranjeras. Así vemos como un comportamiento agresivo frente al capital internacional cedería terreno frente a posturas de aceptación, y casos extremos, de decidida promoción a su avance. Si el gobierno de la Revolución Libertadora había comenzado a circular por ese sendero, no sin algunas vacilaciones, fue Arturo Frondizi quien lo adoptó con decisión (Romero 2004:152). Pero para ello debía canalizar la inversión extranjera hacia aquellos espacios donde la producción industrial había mostrado sus límites históricos: combustibles, automotores, petroquímica, acero, papel, entre otros de menor relevancia. Quizás por ese motivo, el antiguo contraste entre un espacio rural tradicional y una economía industrializada, tan caro a la sociología germaniana (Germani 1963, Germani 1965 y Margulis 1973), comenzaba a ser relevado por una nueva distinción al interior del sector secundario. Mientras las empresas ligadas al modelo de sustitución de importaciones, que había tenido su momento de expansión durante los años dorados del peronismo, se estancaban al compás de un mercado interno aletargado, las empresas de punta parecían mostrar una enorme vitalidad, inaugurando un nuevo ciclo de crecimiento de la economía argentina.
Pese a esta fragmentación en el mundo de la empresa, no menos cierta fue la persistencia de una tendencia de largo plazo que forma parte de la quintaesencia del capitalismo argentino. El Estado aseguró a las nuevas inversiones, tal como había hecho durante la primera ola industrializadora, un mercado protegido frente a la competencia externa, así como un menú de medidas que oscilaban desde la exención impositiva a la asistencia directa. Alrededor de la distribución de esta masa de recursos disponible se disputará una duradera batalla, que agravada en los valles del ciclo económico5, va a prestar algunas de las condiciones para una creciente inestabilidad política.
Si a este larvado conflicto sumamos las fricciones que emergieron con la puesta en marcha de nuevas estrategias gerenciales, nos encontramos frente a un proceso mucho menos idílico de lo que sostenían a priori los planes de desarrollo. En efecto, la voluntad de los empresarios tradicionales y modernos de recuperar su autoridad en las fábricas, reduciendo al mínimo los entramados organizativos de los trabajadores, hizo colisión con una clase obrera madura, que alineada detrás de una resignificada identidad peronista, actuaba eficazmente en el logro de situaciones cercanas al pleno empleo (James 1990:148-187). En cierto sentido, su capacidad de actuar en forma conjunta, aglutinando a una multitud de sindicatos alrededor de una conducción negociadora, supuso un freno de importancia en la implementación de un nuevo modelo de empresa. A propósito del conglomerado de conflictos que estructuraba a la argentina desarrollista, las palabras de Romero (2004:155) nos siguen pareciendo válidas:

"…Mientras el renacido capitalismo planteaba un conflicto social clásico –empresarios contra trabajadores–, la pervivencia de fuerzas conformadas durante la etapa peronista llevaba el conflicto a otro terreno: la competencia de unos y otros por los favores de un estado con enorme capacidad de regulación y redistribución, pero a la vez con una autonomía recortada…".

Ante un panorama que poco tenía de armónico, los esfuerzos del gobierno de Frondizi se orientaron a la construcción de consenso entre los diversos actores en pugna. La necesidad de modelar una ‘gran alianza nacional’, integrada por empresarios –nacionales y extranjeros– y trabajadores, constituyó la principal preocupación de una administración que no contaba con la legitimidad nacida del apoyo electoral masivo. En el fondo las autoridades obraban convencidas de que a largo plazo y conforme avanzaran las fuerzas productivas, se crearían las condiciones para un nuevo acuerdo social que fácilmente encontraría su expresión política. Las previsiones de las autoridades iban en dirección de absorber la impronta identitaria peronista sobre la base de un crecimiento económico de largo alcance distributivo, dejando de lado las aristas más represivas de la Revolución Libertadora. Ante la imposibilidad de disolver una forma de pertenencia que tenía mucho de clasista, la estrategia parecía ser canalizarla hacia un genérico proyecto desarrollista.
Como queda en evidencia, la retórica de Frondizi tenía un fuerte impronta catch all: destacaba el papel de los obreros y empresarios en la modernización del capitalismo argentino, pero además proponía un diálogo fecundo con las corporaciones más gravitantes del escenario político. Así vemos como algunos guiños a la Iglesia Católica, especialmente en materia educativa, se acompañaban de otros dirigidos a las Fuerzas armadas, que prestaban oídos a una amplia variedad de "planteos". No es de extrañar entonces que los lemas que dieran forma a la estrategia de gobierno frondicista hayan sido "reconciliación política e integración social" (Tcach, 2004:30-33). La gestión que daba sus primeros pasos en 1958 inauguró por entonces una novedosa agenda de prioridades, que pretendía sepultar cada uno de los conflictos que habían vertebrado a la Argentina en la primera mitad del siglo XX.
La posibilidad de hacer tabula rasa con el pasado reciente, como intentaremos demostrar, se ligaba a la necesidad de establecer nuevos mecanismos de auto-identificación colectiva, que lejos de conservar anclajes con el pasado, estarían cimentados en la apelación constante al futuro que esperaba a la Argentina desarrollista. Desde esta mirada, el presente era un espacio que reunía dos características que tenían mucho de contradictorias: si por un lado presentaba una enorme potencialidad, sostenida en la existencia de enormes reservas de recursos ociosos; por el otro, estaba surcado por un nudo de conflictos que obstaculizaban su aprovechamiento. Por este motivo, el pasaje de un momento al otro, es decir, de la "Argentina populista" a la "Argentina potencia mundial", necesitaba de un nuevo sujeto social que trascendiera las distinciones sociales y políticas, pero principalmente que confiara en la capacidad planificadora del Estado. En ese punto sensible, la apelación constante a la "generación del sesquicentenario", una especie de versión desarrollista de la ‘del ochenta’, sería fundamental por cuanto parecía estar en sus manos la posibilidad de producir un despegue económico en un sentido industrial.
La necesidad de una nueva forma de interlocución aparecía entonces como una condición sine qua non para dar viabilidad a una coyuntura que se ajustaba muy bien a la fórmula de democracia ficticia (Romero 2004:161). Aun cuando la persuasión y negociación de los sectores que conformaban el sistema político no ocupaba un lugar secundario en la gestión frondicista, el énfasis pareció situarse en un accionar expeditivo que tenía a la opinión pública como principal destinatario. Si el funcionamiento convencional de las instituciones fortalecía a los actores ya asentados en el sistema, la posibilidad de contar con un apoyo masivo, capaz de canalizar identidades partidarias de larga data, hacía imprescindible una visibilidad pública que sólo podía ser generada por medio de la prensa.

Tercer estrato. La semana del sesquicentenario en Clarín: desarrollismo genérico, comunidad imaginada y proyecciones demográficas

El festejo del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo en 1960 constituye una excelente mirilla desde donde observar los intentos de reforzar una identidad en la dirección señalada. Esto es particularmente evidente en el caso de Clarín, periódico que ya en los primeros momentos de la gestión de Frondizi va a prestar un entusiasta apoyo a su gobierno. Ese respaldo se tradujo en un amplia variedad de expresiones que oscilaban entre una puntillosa publicidad de cada uno de los actos gubernamentales y la defensa explícita del proyecto económico desarrollista. De ahí que no sea osado pensar en un verdadero isomorfismo entre las propuestas del gobierno y prioridades para el despegue de la economía que se desprenden de las editoriales del Clarín. Si la plataforma del frondicismo se distinguía por el lugar que ocupaba un modelo industrializador de largo aliento, los comentarios editoriales de su director, Roberto Noble, parecían estar sintonizados en la misma frecuencia.
Este núcleo de coincidencias básicas es especialmente visible en el caso de las editoriales correspondientes a la semana de mayo de 1960. En aquellos días fueron publicados una serie de textos que subrayaban las tareas pendientes del gobierno de Frondizi. Así, a la prioridad ‘número uno’ de esa agenda, el desarrollo de una industria siderúrgica6, seguía una nutrida lista de actividades que involucraba la extensión de la red de caminos7, la explotación del carbón patagónico8 y el montaje de un sistema multimodal de transportes9. Y junto a ello, una mirada favorable al capital extranjero que retrataba fielmente lo que algunos autores denominan "desarrollismo genérico" (Romero 2004:159); es decir, un posicionamiento, que desgajado de las premisas más estatistas de la CEPAL, seguía convencido de la importancia del sector secundario en el montaje de una economía moderna. En esas coordenadas puede situarse la satisfacción de Noble ante la acelerada llegada de inversiones que había inaugurado la ‘Ley de radicación de capitales extranjeros’, pero también algunas advertencias sobre la persistencia de posturas extremadamente nacionalistas:

"numerosos son los capitales que ya se han radicado en nuestro territorio, en todo el ámbito del territorio nacional, con gran ventaja en la aceleración del desarrollo de la economía argentina. Sin esos capitales nuestro desarrollo se demoraría o sería mucho más penoso, exigiría muchos sacrificios a la población (…) Sin embargo, creemos que la economía de nuestro país no se beneficia, en esta materia, en toda la medida en que debería beneficiarse (…) ¿Por qué no se radican cuantos capitales deberían radicarse? Por la persistencia de un mal virus que sigue anidando en algunos cerebros, aunque ya se bate en retirada: el virus de un cierto tipo de nacionalismo que se manifiesta a través de una enfermiza fobia al capital extranjero"10.

Las arengas disparadas desde las editoriales se complementaron, al aproximarse el aniversario de la ‘Revolución de Mayo’, con tres entregas extraordinarias que destacaban por un espíritu pedagógico y, por momentos, evangelizador. Todas ellas estaban alineadas con el tono general del periódico, aunque redoblaban esfuerzos en el modelado de una identidad apropiada para la transformación económica argentina. Para cumplir con esa misión, la operación simbólica parecía sostenerse en la necesidad de conectar el continuum pasado, presente y futuro. Cada suplemento se ocupaba de describir una de las dimensiones temporales en un intento por esbozar un relato histórico que tenía en sus extremos a procesos exitosos y en medio a una cadena interminable de equivocaciones. No es extraño, entonces, que a la narración de los acontecimientos de mayo de 1810 haya seguido un minucioso reporte de los recursos de cada provincia argentina, para terminar el recorrido con un suplemento que proyectaba el soberbio futuro que esperaba a la Argentina Desarrollista en 1985.
En una primera entrega, Clarín "…nos trasplanta al día histórico (25 de mayo de 1810) de hace 150 años y nos convierte en cronistas y comentaristas de los acontecimientos…"11, destacando la relevancia que ese momento histórico tuvo en la estructuración de la Argentina moderna. En este suplemento inicial se insistía en torno a dos elementos, que si bien habían permitido la "anunciación de la patria", parecieron extraviarse en algún momento de la historia: mientras que, por un lado, se acentuaba la importancia de las ideas en la articulación de un "gobierno propio preservado de la dominación extranjera"12; por el otro, se resaltaba la unidad de una población, que despojada de intereses particulares, había propiciado un cambio histórico de auténtica envergadura. De esta forma se planteaba como clave explicativa la existencia de un proyecto y un sujeto social capaz de llevarlo a cabo, pero al mismo tiempo se advertía sobre las consecuencias que esa breve sociedad había deparado a la historia argentina. El "vecindario"13, la "multitud en la plaza"14 o el "pueblo"15, aglutinados en torno a un repertorio de ideas liberales en lo político y económico, parecían entonces servir de precedente y remedio para un presente que era percibido a través del cristal del conflicto político y social.
El propósito de la segunda entrega, por su parte, fue esbozar una cartografía de los recursos necesarios para promover un salto cualitativo de la economía argentina. Si en la primera se mostraban los conflictos que habían seguido al acto fundacional de mayo, el segundo suplemento se esforzaba por revelar los resultados más palpables de esta situación secular. Así vemos como Argentina contaba para la década de 1960 con una enorme dotación de recursos, aunque su explotación distaba de ser la ideal. Petróleo, carbón, ríos y recursos turísticos establecían los contornos de un país que encerraba suficiente potencial para desarrollarse, pero que no había avanzado mayormente en esa dirección. La unidad utilizada para medir el atraso relativo de las diferentes economías provinciales era Buenos Aires que constituía "la provincia que más se parecía a nuestro futuro"16. En la intersección entre una actividad primaria madura y el despliegue de una multitud de plantas industriales, parecía residir el biotipo que adelantaba las características de la sociedad argentina17. Todo esto hacía de Buenos Aires un espejo donde debían reflejarse cada una de las provincias argentinas. De ahí que el análisis de sus realidades estuviera empañado por la necesidad de resaltar cuan lejos se encontraban de colaborar en el crecimiento de la maquinaria industrial bonaerense o, en el mejor de los casos, qué posibilidades tenían para encarar un proceso de industrialización in situ de sus más relevantes materias primas.
El caso de las provincias patagónicas pareciera adecuarse perfectamente a este guión. La radiografía realizada por los cronistas de Clarín coincidía en señalar la riqueza de estos territorios y, al mismo tiempo, su escasa contribución al desarrollo económico nacional. Pese a ello, esta postura no podría ser tildada de pesimista en lo absoluto. Por el contrario, ese diagnóstico servía de base para la elaboración de una andanada de propuestas. Es interesante observar, por ejemplo, como Tierra del Fuego carecía de estadísticas confiables al momento de efectuarse el suplemento, lo que impedía describir detalladamente sus más relevantes características geográficas. Esto, sin embargo, no era inconveniente para que este territorio sea imaginado como un enclave industrial en rubros tan diversos como los aserraderos, el procesamiento de ictiofauna y, por supuesto, en materia turística18. Algo no muy distinto ocurría con Chubut que ocupaba un lugar de privilegio en la avanzada desarrollista. Aun cuando se señalaba un enorme déficit demográfico que se traducía en extensas superficies deshabitadas, la creciente aplicación de leyes de promoción industrial aparecía corrigiendo el lugar subalterno que hasta allí había ocupado. No es de extrañar, entonces, que los autores hayan subrayado el papel protagónico que esta provincia había jugado en la "batalla por el autoabastecimiento petrolero", así como también el gran número de establecimientos textiles, químicos, metalúrgicos que comenzaba a instalarse en su territorio19.
La imagen trazada por Clarín a través del recorrido por cada una de las provincias argentinas, se esforzaba en mostrar el buen rumbo de la economía nacional. Esa vitalidad se sostenía en la imperiosa necesidad de dar un paso adelante respecto al pasado. Nuevamente, tal como había ocurrido en el ‘alumbramiento de la Patria’, un conjunto de ideas vertebraba una acción gubernamental evaluada en términos positivos. Una concepción liberal totalmente impregnada con su tiempo, era reemplazada por un cúmulo de recetas desarrollistas que parecían comprender a la perfección los límites de los modelos económicos precedentes y las posibilidades de cambio a futuro. Si bien las radiografías coincidían en señalar las deudas pendientes de un país que había orientado su crecimiento excesivamente "hacia afuera", no menos evidente era la voluntad de señalar cómo esa situación estaba siendo lentamente subsanada. Pero para lograr un nivel óptimo de confianza que permitiera mantener el rumbo de la economía por largo tiempo, no bastaba con un buen número de ideas. Además de eso, hacía falta un sujeto social que se deshiciera de las marcas identitarias del pasado y lograra reemplazarlas por una expresión unificada que prescindiera del conflicto como elemento constitutivo. Y en esa tarea las proyecciones iban a jugar un rol protagónico: la posibilidad de percibir un futuro de desarrollo, cuya condición de posibilidad era la superación de viejos enfrentamientos, conformaba el centro del universo identitario que se intentaba forjar.
El tercer suplemento intentaría aportar algunas claves discursivas que abrirían el camino a ese proceso. La oportunidad de aplazar los conflictos sociales y políticos que caracterizaban al escenario argentino hacía imprescindible restaurar la ‘fe en el progreso’. Nada mejor para ello que establecer una lectura binaria de la realidad. Aunque se llamaba la atención sobre dos posibles caminos a transitar por Argentina, pocas dudas cabían acerca de cuál era el más indicado:

"El hombre argentino de esta generación no puede ser inferior a la proyección histórica por mucho que el azar le haya deparado vivir tiempos excepcionalmente difíciles… Por eso no dudamos de que su clarividencia ha de saber elegir entre Argentina, potencia mundial, o una irremediable caída en el marasmo o la anarquía"20.

El contraste entre ambas propuestas parecía demostrar que lo único que separaba a la Argentina de un futuro venturoso era el empeño de su población. Así vemos como el determinismo, ya sea geográfico o estadístico, comenzaba a ser opacado ante el avance una postura esencialmente voluntarista. Bajo esta nueva perspectiva, Argentina tenía todo lo necesario para encarar un proceso de cambio; "sólo hacía falta más voluntad, mas decisión, todo lo cual el país aguarda de sus hijos"21. Con esta constatación quedaban delimitados dos grupos diferentes y por momentos antagónicos: uno que abrazaba "las buenas intenciones y el idealismo"22, mientras que el otro había perdido "el espíritu de creación y no sabía por lo tanto de la aventura maravillosa de concebir e imaginar más allá de las fronteras del presente"23.
Los mecanismos de auto-identificación colectiva tendrían al primer grupo como sujeto privilegiado. Se trataba de crear una "comunidad imaginaria", que trascendiendo intereses particulares, estuviera dispuesta a aunar esfuerzos en el proyecto de "Argentina, potencia mundial". En esta labor, las formas de identificación clasista, aunque no eran desconocidas, parecían desdibujarse frente a una mirada que privilegiaba un paisaje social armonioso. Para alcanzar índices de crecimiento industrial acordes con los estándares internacionales, cada uno de los sectores debía resignar los comportamientos corporativos que habían presentado en el pasado. En este ambiente de colaboración los empresarios "deberían racionalizar sus empresas para obtener el más bajo índice de costos, rubro fundamental en la lucha que se desatará en los mercados internacionales"24 y a los trabajadores les correspondía tomar conciencia de que "sólo una mayor y mejor producción podrá permitirles obtener un más alto nivel de vida"25.
Como queda en evidencia, la comunidad imaginada por Clarín tenía mucho de "organizada", en tanto suponía al equilibrio como la solución automática para riesgosos extremismos. Si durante años las luchas sectoriales habían colonizado el funcionamiento del Estado entorpeciendo enormemente su labor planificadora, parecía ser el momento indicado para que ambas tomaran distancia. Sólo de ese modo, éste último podría cumplir con su misión organizadora de la economía y especialmente con "la responsabilidad de la formación de técnicos que tendrán a cargo la cristalización de la etapa más compleja de la historia del país: la exaltación al rango de potencia mundial"26.
Algo no muy diferente ocurría con los sentidos de pertenencia de raíz étnica y, sobre todo, los relacionados con las sociedades indígenas. La constante apelación a la ‘generación del sesquicentenario’ hacía caso omiso a las minorías culturales que, pese a su importancia demográfica, parecían estar condenadas a una irremediable extinción. A medida que avanzaran las fuerzas productivas, aquellas terminarían licuándose al ritmo de la difusión de formas modernas de identificación. Un deslizamiento desde ‘etnicidad’ –muchas veces entendida como sinónimo de miseria material– hacia fórmulas como ‘trabajador’ o ‘argentino’, constituía precisamente una de las tareas a resolver para 1985, tal como se desprende del siguiente fragmento: "ese poblado de la campaña guaraní que bajo su techo elemental mira suceder su vida, ingresará en la pléyade de trabajadores de una Argentina potencia mundial"27.
Quedaba claro que la Argentina proyectada por Clarín tenía más similitudes con un melting pot que con a la idea del ‘pluralismo cultural’. Más allá que se imaginaba un significativo viraje en materia económica, la conformación étnica del país no parecía presentar modificaciones con el paso del tiempo. De hecho, la matriz europea de la población argentina, aspecto reforzado por el paradigma censal decimonónico, se lucía como un recurso que diferenciaba a la Argentina de otros países de la región. Por esta razón, no es extraño que nos topemos con frases como la que supone al "hombre europeo como raíz y esencia del ser argentino"28, o bien aquella que insiste con "una población de origen europeo, inteligente y que aspira a un elevado nivel de vida"29. La "generación del sesquicentenario", de este modo, no sólo mostraba una ‘transversalidad’ a todas luces inobjetable, sino además se caracterizaba por una completa homogeneidad cultural.
Un último sentido de identidad que se disolvería con el avance de las ideas desarrollistas era el provincial. En su lugar aparecía uno de los conceptos más caros a la visión cepalina: la ‘región geo-económica’. Este reemplazo planteaba una redefinición en las funciones de las nuevas unidades. Mientras que las provincias se presentaban como distritos esencialmente político-administrativos, las regiones eran articuladas en función de criterios productivos. De tal forma, allí donde contábamos veinticuatro provincias, muchas de ellas sumidas situaciones de crónica depresión, ahora existirían seis grandes espacios territoriales. Lo que anteriormente se nos presentaba como un puzzle de distritos que operaban con una lógica inorgánica, sería sustituido por una distribución equilibrada y despojada de colonialismos internos. Quizás por esto, las nuevas regiones aparecían no sólo fortaleciendo las actividades tradicionales, incorporando a ellas tecnología y abriendo nuevos mercados, sino además animando procesos locales de transformación de materias primas. Este novedoso ordenamiento, como queda en evidencia, actuaba como antídoto en la lucha contra dos enfermedades características de la ‘Argentina agro-exportadora’: la macrocefalia y el desequilibrio regional.
Con todo, la nueva parcelación, a pesar de herir de muerte a los viejos distritos, no acababa definitivamente con ellos. Su supervivencia se vinculada con la inconveniencia de incitar conflictos que pudieran obstaculizar el tránsito a la industrialización, para lo cual era necesario "no incurrir en irrespeto por las autonomías provinciales, ni herir levemente los regionalismos tradicionalistas"30. Así como advertíamos una voluntad de canalizar fricciones políticas de larga data hacia un proyecto de desarrollo, esta nueva actitud cautelosa respondía a la necesidad de no despertar fuentes de interferencia. Esta cuestión nos ayuda a entender por qué las nuevas unidades no dejaban de ser un agrupamiento de provincias tradicionales. Por este motivo, el Gran Chaco, el Nuevo Cuyo, la Patagonia, el Noroeste y la Gran Pampa contenían una naturaleza contradictoria: aparecían por un lado como la argamasa de la "Nueva Argentina", pero al mismo tiempo no podían producir una ruptura completa con el pasado.
Ahora bien, las permanentes menciones al futuro contaban con medio privilegiado que destacaba por su elocuencia: las proyecciones demográficas. En este caso las estimaciones de población venían a confirmar el destino manifiesto de Argentina. Aun cuando la construcción de una identidad en la dirección que hemos mencionado fue una constante a lo largo de las entregas de mayo, la necesidad de dotarla de materialidad hacía de las cifras una herramienta fundamental. No cabían dudas que el tamaño de la población constituía un excelente pulso de la sociedad argentina que solía coincidir con los vaivenes de la economía. Si en el momento más exitoso del modelo agro-exportador ella había experimentado un sostenido incremento, no existía razón para pensar que la puesta en práctica de los principios desarrollistas no llevaría al mismo resultado. La necesidad de establecer puentes entre ambos momentos se reflejaría en los supuestos metodológicos utilizados por Clarín para realizar sus pronósticos. No es extraño, entonces, que se haya optado por los índices de mayor crecimiento relativo como parámetro para establecer la población hacia 1985. Así vemos como la tasa de crecimiento migratorio de la primera década del siglo XX era trasladada al período 1960-198531, provocando un explosivo incremento de la población: los veinte millones de habitantes de la ‘Argentina del sesquicentenario’ iban a mutar a sesenta y cinco millones en el transcurso de una generación.
Es interesante llamar la atención sobre algunos aspectos técnicos que vertebraban la prospección demográfica. Ante todo, se trataba de un cálculo con pretensiones predictivas32 que se basaba en "los métodos más depurados de la estimativa económico-social, adoptando los índices y valores que con criterio científico determinan el proceso evolutivo de una generación"33. Pese a ello las estimaciones no dejan de convivir con llamados a la voluntad de la "generación del sesquicentenario". De algún modo podría pensarse que la fuerza de las estadísticas venía en auxilio de una perspectiva optimista dueña de un fuerte contenido utópico. A diferencia de la estadística decimonónica que procuraba extraer todas aquellas regularidades que daban forma a un mundo de determinaciones, la estrategia de Clarín parecía ser justamente la opuesta: la fuerza de los números animaba la construcción de un sujeto que entendía poco de limitaciones o condicionamientos. Aunque se trataba de una apreciación científica de la realidad, tenía poco en común con otras que partían de supuestos pesimistas:

"Y si prudentes contadores, medrosos exegetas del número frío y paralíticos de la voluntad entregados al inmovilismo salieron a decirnos que soñamos, y que esto es un sueño, responderemos que si, que tienen razón. Esto es un sueño. Un sueño de Patria"34.

Esta postura optimista era la base donde se sostenían los cálculos demográficos del suplemento. Resultado de ella observamos como entre los años 1901 y 1910 el saldo inmigratorio argentino fue de 1.1 millones, cuando la población era de 3.7 millones en 1910 y algo más de 2.7 millones en 190135. En 1960, con más de 20 millones de habitantes y sólo aplicando el mismo coeficiente, tendríamos un crecimiento neto que agregaba, sobre una base inicial de 6 millones, un plus de un millón de habitantes por lustro: mientras que en el período 1960-1965 el aumento era de 6 millones, en los siguientes esa cantidad aumentaba en un millón hasta llegar a los 10 millones del período 1980-198536. De este modo, al cabo de veinticinco años la población total experimentaría un incremento global en el orden de los 40 millones de habitantes. Si Argentina pretendía ingresar al concierto de las potencias mundiales, su población debería estar a la altura de las circunstancias y, por esa razón, su incremento era la base del programa diseñado por Clarín.
Lo que parecía claro era que un momento excepcional de la historia argentina, la década más exitosa del modelo agro-exportador, servía para estudiar un lapso de tiempo mucho más prolongado y donde las condiciones internacionales no eran precisamente las mismas. Aun cuando pudieran alcanzarse los elevados índices de desarrollo industrial que suponía el recetario cepalino, sigue siendo complicado intuir el origen de semejante incremento de la población, sobre todo si tenemos en cuenta el fin de la transición demográfica europea. Pocas dudas cabían de que la población circulante en los ‘años dorados’ del capitalismo occidental estaba muy lejos de la existente en ocasión de las profundas transformaciones económicas del siglo XIX (Moya 2005:25-58). De ahí que distingamos importantes desviaciones de los pronósticos respecto de lo finalmente ocurrido, las cuales parecieran incrementarse a medida que nos alejamos de la fecha inicial de observación: si divisamos en 1970 una desviación cercana al 30%, para 1985 ella treparía hasta llegar al 53% (Cuadro 1).

Cuadro 1: Población estimada y población censada. Grados de desviación

Fuente: Clarín (1960), Censos Nacionales de 1960, 1970, 1980 y proyección para 1985.

Más allá de las lagunas que nacen de los pronósticos, lo interesante es revisar los impulsos que contribuirían a este crecimiento y las modificaciones que introducirían en la distribución regional de la población. Las proyecciones, en todo caso, nos informan acerca de lo que pasaría con una población que siguiera evolucionando en base a un determinado conjunto de condiciones. Su utilidad radica en imaginar los efectos futuros que podrían darse según esos supuestos y no en saber si ocurrieron efectivamente (Otero 2004:7). Sólo de este modo se podría analizar la riqueza de las estimaciones y sus efectos en el cincelado de identidades, sin caer en estériles conclusiones retrospectivas.
Al respecto, se suponía que el empuje que adquirirían las economías regionales ayudaría a revertir la crónica situación de macrocefalia que acompañaba a la Argentina desde el siglo XIX. Algunas de las señales que aparecían en el horizonte durante el gobierno de Frondizi –entre ellas una incipiente siderurgia, la creciente explotación del petróleo y el carbón, y algunas industrias extra-pampeanas– eran reflejadas y potenciadas en el futuro. Las proyecciones parecían confirmar el quiebre con la ‘Argentina agro-exportadora’ y el fortalecimiento de una arquitectura económica radicalmente diferente. Esto queda a la vista tan sólo considerando el porcentaje sobre el conjunto que corresponde a cada una de las regiones en 1960 y 1985. En el tiempo que transcurre entre ambas fechas, divisamos espacios que perdieron participación en el total de la población, mientras que otras ganaban terreno en este ranking. Entre las primeras deberíamos mencionar a la "Gran Pampa"37, que si bien no pierde su hegemonía, disminuye su incidencia del 45% a un deslucido 38%. Algo no muy distinto ocurría con el "Litoral Mesopotámico"38 que transitaría del segundo al tercer lugar entre las regiones más pobladas. El "Nuevo Cuyo"39, por su parte, no mostraba cambio alguno en su peso demográfico que permanece en el orden del 17% en ambos momentos.

Cuadro 2: Distribución regional de la población. Población censada en 1960 y estimada para 1985

Las regiones que presentan un aumento relativo y absoluto de su población eran aquellas que formaban en ese momento la periferia argentina. La necesidad de saldar una especie de ‘deuda interna’ hacía de las provincias menos pobladas, o bien de las que habían mostrado un comportamiento expulsivo, las mayores destinatarias del progreso de la "Argentina, potencia Mundial". Dentro de este grupo, la Patagonia40 se destaca por el crecimiento geométrico de su población. En los veinticinco años que separan al sesquicentenario de 1985, este espacio multiplicaría cuatro veces su participación en el total nacional. Sin embargo, su escasa población inicial hacía que este despegue no alterara el lugar secundario que ocupaba en el mapa demográfico argentino. El gran Chaco, por su parte, daría un salto adelante en todo sentido. Así percibimos como su población se desliza de 800 mil habitantes a una cifra cercana a los 6 millones, duplicando al mismo tiempo su peso dentro del conjunto (de 4% al 9%).
El Noroeste merece sin duda una mención aparte. Esa región que, desde la caída en desgracia del comercio colonial, había estado sumergida en la pobreza, aparecía ahora como el espacio privilegiado de las políticas desarrollistas. Un cambio de esta naturaleza hacía necesario un aumento de la demanda de sus históricos productos (monocultivos principalmente), pero también estructurar un mercado regional capaz de consumir las diferentes manufacturas allí producidas. De estos dos impulsos nacerían "grandes ciudades, varias pequeñas Buenos Aires, irradiando su progreso y cultura"41, lo que venía a revertir la crónica sangría de población que había caracterizado a esta región por años. El "retorno al pago" y una inmigración externa convergerían entonces en la labor de "urbanizar esa nación que soñaron nuestros mayores y que Sarmiento vio venir sobre el polvo de los siglos"42.
Como queda claro, las proyecciones de Clarín presentan la forma de apéndices del presente. Siguiendo esta lógica, el tiempo por venir, aun cuando estaba revestido de un baño predictivo, no dejaba de ser la prolongación en el tiempo de las potencialidades del presente. Los elementos que tímidamente asomaban en 1960 eran lanzados hacia el futuro, trazando un destino fijo que descartaba de plano posibles cambios de rumbo. En definitiva, ese ‘futuro imaginado’, tal como sugiere Otero, no dejaba de ser una codificación en clave matemática de los deseos y ansiedades del presente (Otero 2004:14).

Algunas consideraciones finales

Luego de este recorrido por las entregas especiales de Mayo: ¿Qué denominadores en común pueden extraerse?
En principio podría decirse que nos encontramos frente a una operación simbólica que se apoyaba en la necesidad de edificar una nueva forma de identidad. Para ello era esencial contar con un relato histórico que justifique la necesidad de transformaciones de peso en la economía argentina. Así, la visión de Clarín rescataba del pasado la visión progresista de mayo de 1810, donde parecía haberse conjugado un proyecto a largo plazo y un sujeto capaz de llevarlo a cabo. No obstante, y en función de la breve relación entre ambos elementos, el principio que unificaría al presente se alojaba sin duda en un futuro prometedor. La posibilidad de hacer de Argentina una potencia mundial para 1985 servía entonces de mecanismo aglutinante que proponía desvanecer el nudo de conflictos que había caracterizado a la escena nacional durante el siglo XX.
Esta restauración de la ‘fe en el progreso’ tenía a la ‘generación del sesquicentenario’ como sujeto privilegiado. Esa comunidad, desgajada de marcas identitarias tradicionales, iba a encabezar "la hora del esfuerzo, la hora de curvar el arco"43, de lo cual se despendían dos características ineludibles: su voluntad de cambio y una confianza ciega en la capacidad del Estado de planificar los pasos hacia el ‘Desarrollo’. En ese punto sensible, la fuerza de las cifras contribuiría a modelar determinadas imágenes del presente y principalmente sobre el tiempo por venir. La selección de los instrumentos metodológicos y la propia presentación de los pronósticos estuvieron surcadas por esta necesidad. No es casual que estemos frente a estimaciones extremadamente optimistas, que no dudaban en extrapolar los índices de mayor crecimiento de la historia argentina a un largo periodo de tiempo. En este sentido, si bien eran esgrimidos criterios científicos, no menos evidente fue una enorme cuota de voluntarismo que hacía caso omiso a las transformaciones del mundo contemporáneo. De modo tal que una situación excepcional, tanto a escala nacional como a nivel internacional, era trasladada a un escenario totalmente diferente. Con todo, las proyecciones nos hablan muy bien de un particular clima de ideas y, mejor aun, de la necesidad de contar con bases materiales para la edificación de nuevas formas identitarias. Posiblemente por ello, las proyecciones demográficas se asemejaban a las sombras proyectadas en la caverna platónica, sólo que en este caso no reflejaban objetos, sino los deseos de un presente prolongado al infinito.

Notas

1 Centro de Estudios de Historia Regional (Universidad Nacional del Comahue). Becario doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.

2 Aquí deberíamos mencionar tres modelos estadísticos que convivieron en Europa durante el Siglo XVIII. El primero de ellos, de raíz británica, asociaba la producción de observaciones estadísticas con las discusiones de la Economía política. El segundo, nacido en las universidades germánicas, tenía como objetivo retratar las principales características de los estados, haciendo uso de cifras, pero principalmente a través de minuciosas descripciones. El tercero, por su parte, hizo su aparición luego de la revolución francesa cuando se procuraba resolver la compleja relación entre la producción de números y el bien público. Cuando hablamos de textos fundacionales, nos estamos refiriendo esencialmente a los aportes de Laplace, Quetelet, Malthus, entre otros autores. Para un panorama exhaustivo de la historia de la estadística en el viejo continente: Cfr. Brian 1999:15-20.

3 Con el propósito de profundizar las líneas historiográficas que vinculan el universo de las estadísticas con la sociedad, hemos optado por obviar una vertiente más preocupada en el análisis de los objetos de observación y la evolución de los métodos. Por la misma razón dejamos de lado la mirada opuesta, que asume a la estadística sólo como el resultado de demandas venidas de la sociedad. En la clásica distinción entre abordajes internistas y externistas, preferimos privilegiar las miradas intermedias. Un excelente estado de la cuestión sobre la totalidad de enfoques en la historia de las estadísticas puede consultarse en: Otero 1999:11-14.

4 Keyfitz 1987:238. Traducción autor.

5 En muy resumidas cuentas, el crecimiento de la economía industrial argentina hacía necesario la importación de bienes de capital e insumos, los cuales no podían saldarse utilizando las insuficientes divisas que generaba el sector agropecuario. Por ese motivo, el crecimiento tropezaba con un obstáculo que fortalecía las tendencias inflacionarias y empujaba a la economía a la recesión. Ante esas circunstancias, las estrategias de dura ortodoxia fiscal parecían el remedio adecuado para iniciar un nuevo ciclo económico, que pese a su impulso inicial, caía en los mismos inconvenientes. Cfr. Gerchunoff y Llach 2004:76-89.

6 Clarín, 20/05/1960:12.

7 Clarín, 24/05/1960:8.

8 Clarín, 26/05/1960:8.

9 Clarín, 25/05/1960:8.

10 Clarín, 17/05/1960:8.

11 Clarín, 26/05/1960:1.

12 Clarín, 26/05/1960:1.

13 Clarín, 26/05/1960:1.

14 Clarín, 26/05/1960:1.

15 Clarín, 26/05/1960:7.

16 Clarín, 26/05/1960:1.

17 Clarín, 28/05/1960:1.

18 Clarín, 27/05/1960:28.

19 La instalación de 62 establecimientos industriales había representado una inversión global de 1.200 millones de pesos m/n. Cfr. Clarín, 27/05/1960:14.

20 Clarín, 26/05/1960:1 (el resaltado es mío).

21 Clarín, 26/05/1960:1.

22 Clarín, 26/05/1960:1.

23 Clarín, 26/05/1960:1.

24 Clarín, 26/05/1960:36.

25 Clarín, 26/05/1960:36.

26 Clarín, 26/05/1960:37.

27 Clarín, 26/05/1960:14.

28 Clarín, 26/05/1960:36.

29 Clarín, 17/05/1960:8.

30 Clarín, 26/05/1960:2.

31 Clarín, 26/05/1960:2.

32 Aquí deberíamos establecer la diferencia entre diferentes tipos de pronósticos. Una clasificación válida de ellos tiene a la verosimilitud de sus hipótesis como parámetro. Así, encontramos una primera forma de prospección, la proyección, que consiste en un conjunto de cálculos que no son necesariamente verosímiles. La perspectiva, en cambio, contiene una cuota mínima de verosimilitud. La predicción, por último, presenta supuestos que pueden considerarse probables. Lo interesante radica no tanto en pensarla a la luz del presente, sino analizar la confiabilidad que sus autores les dieron. Cfr. OTERO (2004:3).

33 Clarín, 26/05/1960:1.

34 Clarín, 26/05/1960:1 (las negritas en el original).

35 Clarín, 26/05/1960:2.

36 En el período 1965-70 la población aumentaría 7 millones de habitantes, en el 1970-75 unos 8 millones, el 1975-80 9 millones, y finalmente entre 1980 y 1985 10 millones.

37 Este agrupamiento incluía a las provincias de Buenos Aires, La Pampa y Río Negro.

38 Este agrupamiento incluía a las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y Misiones.

39 Este agrupamiento incluía a las provincias de Córdoba, San Luis, San Juan, Mendoza y Neuquén.

40 A diferencia de la definición clásica de la Patagonia, aquella que incluía a las provincias ubicadas al sur del Río Colorado, la clasificación de Clarín sólo menciona a Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

41 Clarín, 26/05/1960:3.

42 Clarín, 26/05/1960:3.

43 Clarín, 26/05/1960:20.

Fuentes periodísticas

Diario Clarín, Buenos Aires, 17 de mayo, 1960.        [ Links ]

Diario Clarín, Buenos Aires, 20 de mayo, 1960.        [ Links ]

Diario Clarín, Buenos Aires, 24 de mayo, 1960.        [ Links ]

Diario Clarín, Buenos Aires, 25 de mayo, 1960.        [ Links ]

Diario Clarín, "Sexta entrega Semana de Mayo", Buenos Aires, 27 de mayo, 1960.        [ Links ]

Diario Clarín, "1985: Argentina Potencia Mundial", Buenos Aires, 26 de mayo, 1960.        [ Links ]

Diario Clarín, "Séptima Entrega de Mayo", Buenos Aires, 28 de mayo, 1960.        [ Links ]

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Recibido: 14/10/06.
Aceptado: 30/11/06.

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