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Quinto sol

versión On-line ISSN 1851-2879

Quinto sol vol.21 no.3 Santa Rosa mayo 2017

http://dx.doi.org/10.19137/qs.v21i3.1086 

DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v21i3.1086

ARTÍCULOS

 

Cambios y continuidades en los conceptos de democracia y liderazgo político en la biografía intelectual de Marcelo Sánchez Sorondo

Changes and continuities in the concepts of democracy and political leadership in the intellectual biography of Marcelo Sánchez Sorondo

 

Valeria Galván1

 

Resumen: El nacionalismo de derecha argentino atravesó una serie de transformaciones a mediados del siglo XX. Estos cambios quedaron registrados en las biografías de diferentes intelectuales nacionalistas. En este sentido, el presente trabajo aborda el caso específico de Marcelo Sánchez Sorondo, figura nacionalista de renombre cuya producción intelectual se extendió a lo largo de siete décadas. A partir de sus concepciones acerca de la democracia y el liderazgo político, a lo largo de sus escritos observamos el proceso de larga duración que derivó en una profunda transformación de su discurso político-ideológico.

Palabras clave: Nacionalismo; Democracia; Liderazgo político; Intelectuales.

Abstract: Right-winged Argentine nationalism underwent a series of transformations in the mid 20th Century. These changes were registered in the biographies of many Nationalist intellectuals. Thus, the aim of this paper is to examine the case study of Marcelo Sánchez Sorondo. The work of this well-known nationalist intellectual covers over seventy years and influenced many generations of nationalist militants. In analysing his discourse on democracy and political leadership, this paper tracks the long-term changing process of his political and ideological discourse.

Key words: Nationalism; Democracy; Political leadership; Intellectuals.

 

Cambios y continuidades en los conceptos de democracia y liderazgo político en la biografía intelectual de Marcelo Sánchez Sorondo

Introducción

Al finalizar la Segunda Guerra mundial, los nacionalismos de derecha fueron perdiendo fuerza y relevancia política en casi todo el mundo. En Argentina, sin embargo, luego de que durante las presidencias de Juan Domingo Perón (1946-1955) el nacionalismo hubiese sufrido una suerte de sinuosa y parcial asimilación al ideario peronista (Piñeiro, 1997; Fiorucci, 2011, pp. 89-121), resurgió –hacia fines de los años cincuenta– con un ímpetu renovado.
El nacionalismo de derecha argentino, que desde la década del veinte había estado en el primer plano de la escena política local, se vio renovado durante la etapa posperonista (Galván, 2013). De hecho, a partir de la segunda mitad de la década del cincuenta, no solo los nacionalistas, sino varios actores políticos de relevancia en el escenario local, experimentaron profundas transformaciones en sus idearios tradicionales e identidades políticas (Altamirano, 1992).
En este contexto, un sector del nacionalismo de derecha relajó sus fronteras ideológicas y, a partir del acercamiento a sectores peronistas e influenciado por los movimientos revolucionarios de América Latina y por la Encíclica Populorum Progressio, erigió puentes con otras orientaciones político-ideológicas (Galván, 2013). Esta estrategia de supervivencia, que no estuvo libre de cierto pragmatismo político, hubiese estado fuera del horizonte de posibilidades de los nacionalistas pocas décadas atrás. Éstos, en términos generales, siempre se habían caracterizado por la intransigencia de sus pilares ideológicos, profundamente antiizquierdistas, antiliberales, autoritarios, centrados en la importancia de la nación, corporativistas, militaristas, antisemitas, anticomunistas, católicos y revisionistas. Este ideario típicamente derechista fue la arista más trabajada por la bibliografía especializada hasta el momento que, precisamente debido a ello, pasó por alto ciertos matices del paisaje ideológico del nacionalismo que resultarían de relevancia durante el posperonismo (Rock, 1993; Beraza, 2005; Lvovich, 2006; Goebel, 2011).
El proceso de cambios que atravesó al consenso nacionalista a mediados del siglo XX solo se puede comprender a partir de una minuciosa exploración de los derroteros conceptuales del nacionalismo a largo plazo. En este sentido, dicho proceso quedó plasmado en la obra de varios nacionalistas de renombre, cuyas biografías no solo se extendieron a lo largo de varias décadas, sino que influyeron en diversas generaciones de militantes. Entre estos casos ejemplares se pueden mencionar, por ejemplo, a Mario Amadeo, Máximo Etchecopar, Juan Carlos Goyeneche y Marcelo Sánchez Sorondo.
Este último, gracias a la extensa red de sociabilidad en la que participaba y por medio de su prolífica y continuada obra, dejó su marca en varias generaciones de nacionalistas. Así, la cultura política nacionalista que en cierto sentido le sucedió se fue configurando en función de determinados lineamientos ya presentes en la obra de Sánchez Sorondo,2 quien, luego de haberse iniciado en la arena política con el discurso nacionalista más tradicional y elitista de la primera mitad del siglo, protagonizó una transición conceptual durante el posperonismo que le permitió reubicarse en relación con las nuevas coordenadas ideológico-políticas de la hora. En este sentido, y debido también a la destreza y claridad de su pluma, sus trabajos habilitaron el corrimiento del foco de análisis más usual para la cultura política nacionalista –centrado principalmente en su ideario derechista– y pusieron el eje en el momento de transición hacia una postura más flexible y permeable a las tendencias de su época.
Por estas razones, tomamos la biografía de Sánchez Sorondo como paradigmática de un proceso específico de renovación en la cultura política nacionalista. El derrotero posperonista de la vida de este intelectual definió una producción discursiva que se fue alejando de sus pilares ideológicos originales. Debido a esto, esta investigación se enmarca en el modelo biográfico de François Dosse (2007), basado en la intersección entre la vida y la obra de un intelectual para determinar cuánto de una época se condensa en su figura.
En primer lugar entonces, luego de una breve presentación de su trayectoria individual, se recorrerán la primera y la segunda etapas de su obra y, a partir de allí, se analizarán aspectos particulares de su discurso (específicamente, sus concepciones acerca de la democracia y del liderazgo político) que ponen de relieve las principales transformaciones por las que fue cruzado en los años sesenta.

1. Marcelo Sánchez Sorondo: una fotografía del ideario nacionalista a lo largo del siglo XX

Marcelo Sánchez Sorondo se había iniciado en la política a muy temprana edad en los Cursos de Cultura Católica, ámbito de sociabilidad y de formación en el que participó durante la década del treinta. Hijo del político conservador Matías Sánchez Sorondo (colaborador del gobierno de facto de José F. Uriburu), completó su educación formal en el prestigioso Colegio del Salvador (donde fue discípulo del padre Leonardo Castellani) y en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (Galván, 2013, p. 33). En estos privilegiados espacios de sociabilidad, entabló vínculos duraderos de amistad con otros reconocidos intelectuales nacionalistas de su generación, como Máximo Etchecopar, Alberto Ezcurra, Mario Amadeo, Federico Ibarguren, Juan Carlos Goyeneche, Julio Meinvielle (mayor que el resto), entre otros. Sus amistades le facilitaron el ingreso como colaborador –siendo todavía muy joven– en los periódicos nacionalistas La Nueva República, Sol y Luna, Nuestro Tiempo y Balcón, desde donde se catapultó a la escena política y, ya en la década del cuarenta capitalizó su –para entonces– amplia experiencia en el periodismo político, y editó y dirigió el periódico Nueva Política (Zuleta Álvarez, 1975, pp. 702-719).
En su madurez, con la llegada del peronismo a la presidencia de la nación, siguiendo las tendencias de sus compañeros de militancia, se retrotrajo a la cátedra universitaria, donde, según sus propias palabras, podía ejercer su ideología sin interferencias de ningún tipo. De este modo, y dado que contaba con una experiencia previa como adjunto de la cátedra de Historia Argentina, se le adjudicó la de Derecho Constitucional durante la gestión del decano Carlos María Lascano y, más tarde, pasó a integrar el Consejo Directivo. Desde ese lugar, estrechó vínculos de amistad con colegas contemporáneos como Mario Amadeo, Rafael Bielsa, Guillermo Borda, Joaquín Díaz de Vivar, Julia Elena Palacios, entre otros (Sánchez Sorondo, 2001, pp. 89-96).
Sánchez Sorondo volvió a la tribuna de opinión política con el triunfo de la “Revolución Libertadora”, cuando fundó el emblemático semanario Azul y Blanco. Este periódico fue, desde 1956 hasta su cierre en 1969, uno de los principales medios gráficos críticos de la política nacional y la más importante voz pública de los nacionalistas argentinos (Galván, 2013). Desde esta publicación, como su director histórico, fue el principal agente articulador del campo de ideas y del grupo de intelectuales y políticos nacionalistas, con llegada también a lectores de otras corrientes políticas.
Más allá de su prolífica actividad en publicaciones periódicas,3 también incursionó en el plano editorial. La relación de este intelectual con la industria se remonta a su primera experiencia como director. Así, al cerrar su primer periódico, Nueva Política, recopiló los artículos más emblemáticos de aquella revista mensual y editó en 1945 el libro La revolución que anunciamos. Esta estrategia para lograr mayor difusión y perdurabilidad de sus ideas la repitió con una selección de notas de la primera época del semanario Azul y Blanco, compiladas, editadas y comentadas en Libertades Prestadas (1970), de la editorial Peña Lillo. La idea original era que este fuera el primer volumen de una serie de tres, donde se incluiría el resto de las notas publicadas en Azul y Blanco y en otros periódicos sobre la situación política local, en el marco de las sucesivas presidencias de Pedro Eugenio Aramburu, Arturo Frondizi, José María Guido, Arturo Illia y Juan Carlos Onganía. En el prólogo se comparaba la iniciativa con El Federalista, entre otras célebres referencias bibliográficas. Es que, en efecto, el federalismo había sido una preocupación central para este intelectual desde el comienzo de su carrera.
Así, ya en 1951, el desenlace del conflicto internacional había servido como fuente de inspiración de su tesis de profesorado sobre este tema, presentada en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. A Sánchez Sorondo le intrigaba “la zozobra que la posguerra presta a las fórmulas federativas como salida de la crisis” (Sánchez Sorondo, 1951, p. 1), porque de este modo resentía de manera definitiva a los Estados nacionales. Esto, sumado a la significación del tema para la tradición política argentina, había motivado su disertación titulada Teoría Política del Federalismo. La tesis ahondaba en la historia y la teoría del federalismo y, sobre todo, buscaba enfatizar la eficacia de este sistema para proteger los intereses de la comunidad y del territorio; en última instancia, de la nación.
Plasmar sus ideas y su retórica compleja y estilizada en libros tenía un gran valor para Marcelo Sánchez Sorondo. En concordancia con esto último, además de editar notas pasadas, su producción bibliográfica también se nutrió de discursos y conferencias publicadas en formato de libros (Sánchez Sorondo, 1941, 1963, 1971), de una autobiografía (2001), de la mencionada tesis profesoral (1951) y de un libro de historia argentina que tuvo dos ediciones (1987).

En definitiva, esta amplia obra, que recorre seis décadas de la historia del país, se caracterizó no solo porque en ella vertía opiniones críticas respecto de la situación política contemporánea, sino también por un importante adoctrinamiento nacionalista subyacente al análisis de cada coyuntura. Como sostiene Enrique Zuleta Álvarez, un estudioso del nacionalismo y amigo personal de Sánchez Sorondo, éste era un convencido de que los nacionalistas pertenecían a una generación que rechazaba la cultura política predominante y, por ese motivo, estaba dispuesto a romper con el orden establecido mediante una acción política consecuente con sus ideales patrióticos (Zuleta Álvarez, 1975, pp. 702-711).
En este marco, en las entrelíneas de sus trabajos (cuando no directamente) se lee, junto con la crítica a la cultura y al sistema político, un fuerte cuestionamiento a la dirigencia política.

2. Primera etapa de la trayectoria intelectual de Sánchez Sorondo: la crítica al sistema político

Sus comienzos como escritor estuvieron marcados por dos preocupaciones que se condecían con las tendencias de la época: los cuestionamientos al régimen democrático y las características del liderazgo político. Desde la década del treinta a la del cincuenta, la pluma de este intelectual se concentró fundamentalmente en cuestiones que ya estaban en la agenda de sus congéneres, y las argumentaciones en torno a ellas reflejaron sin conflictos el ideario nacionalista de aquellos años.
Marcelo Sánchez Sorondo fue corresponsal de guerra en España en 1937, enviado gracias a un contacto del diario La Nación. Su experiencia en el frente es recordada en su autobiografía con mucho romanticismo y manifestando una gran admiración por los jefes militares y soldados del bando de los nacionales:

“Me quedé casi tres semanas en el frente, y para mí la impresión, mejor dicho, la lección más perdurable, la recibí al observar la familiaridad de esos soldados con la muerte. Tenían un estoicismo ancestral que les hacía soportar toda la tragedia de la guerra con una enorme capacidad de resistencia” (Sánchez Sorondo, 2001, p. 40).

Esta es una más de las numerosas citas en las que Sánchez Sorondo exalta la heroicidad del combatiente español. Es que, efectivamente, su experiencia de guerra se sintetizó en el rol del soldado convertido en héroe, que, como aclara él mismo, lo enfrentó por primera vez con el verdadero valor del heroísmo, rechazado por la tradición liberal argentina:

“Para mí fue muy importante porque yo venía de un país de hábitos pacíficos que había olvidado las hazañas y la ‘plaga del heroísmo’, abominada por Alberdi, y que por consiguiente carecía en absoluto de experiencia de la guerra; de modo que esa estancia en España me aproximó existencialmente al dramatismo bélico” (Sánchez Sorondo, 2001, pp. 45-46).

En relación con esto, inmediatamente luego de regresar al país, fue convocado para relatar su experiencia reciente en España y, producto de dicha invitación, escribió en 1938 “Dialéctica del Imperio”, un ensayo que sería finalmente publicado en el primer número de la revista cultural Sol y Luna,4 dirigida por Juan Carlos Goyeneche. En ese escrito –que no es más que un panegírico de la España tradicional, heredera del Imperio católico– destaca el rol salvador de la guerra civil para el ser nacional español. En el mismo sentido, este intelectual nacionalista argentino no dejaba de admirar cómo los jóvenes españoles que luchaban por la causa nacional representaban el aspecto dinámico del Imperio que pujaba por quebrar el estatismo y la decadencia en los que había caído. Sánchez Sorondo entendía que esta “contrarrevolución es la dinámica imperial que moviliza a la estática imperial” (1938, pp. 115, 116). A partir de estas impresiones, la heroicidad del campo de batalla (y su significado profundo) quedaría marcada a fuego en la prédica política del joven nacionalista argentino que tuvo la oportunidad de ver desde primera fila el despliegue del retorno a la esencia nacional española.
Esta lectura de sus vivencias en la Guerra Civil española –que, por otro lado, no hacían más que coincidir con el consenso nacionalista de la época–5 lo llevó hacia dos caminos que habrían de afectar su producción intelectual durante varias décadas. Así, por un lado, se podría decir que ahí se forjó una profunda admiración por el líder falangista Francisco Franco, a quien reconocía como el mejor jefe de gobierno que había tenido España (Sánchez Sorondo, 2001, p. 47). Pero en esto, Sánchez Sorondo da cuenta de algo más. Amén de que de aquí se deduzca su admiración por los fascismos europeos –que también, como se muestra más adelante, aparece en otros escritos– y su auténtico compromiso con el hispanismo, la tesis que subyace a su admiración por Franco en estos términos es la de que la política es (o, más bien, debería ser) una práctica de hombres fuertes, de héroes.
En efecto, si bien para la mayoría de los nacionalistas el nacionalismo, como proyecto político, partía del fracaso del radicalismo para representar el verdadero interés del pueblo, Sánchez Sorondo miraba el espectro más amplio y, más allá de las coyunturas políticas, veía que el fracaso de la clase dirigente era el pie para el ingreso del nacionalismo a la arena política (Zuleta Álvarez, 1975, p. 703). Así, como se observa en su primer libro publicado, La clase dirigente, en el marco de la crítica al gobierno de Roberto Marcelino Ortiz, insistía en la idea de que cualquier cuestionamiento al régimen de gobierno en sí era superfluo si no se contaba con una verdadera élite política.
En la conferencia que había dictado en mayo de 1941 en el Seminario Argentino de Orientación Económica y Social, afirmaba que “la vida del régimen está íntimamente ligada a la presencia de los mejores. Juzgar así la eficacia de un régimen a través de su forma de gobierno resultaría equivocado” (Sánchez Sorondo, 1941, p. 20). Con ello, el autor respondía, por un lado, a la oposición del nacionalismo al gobierno radical, pero no sin dejar sentada su propia postura crítica. Dichas motivaciones tenían más que ver, de hecho, con su interpretación personalista de la historia, entendida como un proceso puesto en marcha por hombres excepcionales.
Así, tomando como modelo el sistema propuesto por El Federalista, de Alexander Hamilton, James Madison y John Jay, en su tesis profesoral Sánchez Sorondo (1951) postuló que, dado que una vez que cumple con sus objetivos de defensa y protección de la nación, el Estado federado se vuelve una mera técnica jurídica, el paso siguiente es resguardarse de la democracia pura. De este modo, sostenía que “en efecto, es este un sistema para neutralizar la mayoría”. En otras palabras, la forma que tomó finalmente el federalismo hizo de este un régimen en el que el verdadero poder moderador recaía en el presidente, quien tenía a su cargo “tamizar las representaciones numéricas”. Así, en el marco del régimen representativo, el estilo presidencial es el que define la política y, en este sentido, anota: “el prestigio social de la institución [se debe] a la personalidad de los primeros presidentes” (pp. 118, 117, 96). En definitiva, en su teoría del federalismo se ve más claramente que la importancia de un liderazgo fuerte radica en su capacidad para paliar los efectos de las masas en democracia. El régimen es definido por la figura del jefe político que lo encabece. Este pragmatismo político de Sánchez Sorondo lo condujo, en este sentido, a rechazar la democracia, no como sistema ideal en sí, sino de acuerdo con la clase política que llenara la figura presidencial.
La oposición ya no sería entonces contra el régimen democrático, sino contra determinados líderes, producto de este sistema. Es que, si bien la apertura democrática había despertado desde el principio fuertes cuestionamientos en gran parte del espectro nacionalista (Devoto, 2006, p. 182), luego de la decepción sufrida con la dictadura de Uriburu y debido a las influencias de los fascismos europeos, la consolidación del protagonismo de las masas en política y el ascenso del peronismo a nivel local, algunos intelectuales nacionalistas comenzaron a valorar otro tipo de democracia, caracterizada, entre otros aspectos, por la relevancia de las liturgias del líder político.
Aun cuando las primeras reacciones nacionalistas ya habían manifestado oposición y desprecio al sistema electoral que había inaugurado la ley Sáenz Peña (Tato, 2004, 2007; Devoto, 2006; Lvovich, 2006), posteriormente se fueron diversificando las opiniones acerca de la democracia entre estos intelectuales. Así, por ejemplo, algunos de los que dejaron su marca en el pensamiento de Sánchez Sorondo fueron Carlos Ibarguren y Ernesto Palacio, quienes, inspirados por el fascismo italiano, reformularon la idea de democracia. De este modo, desde un costado autoritario, denunciaron la “falsa” democracia liberal y reivindicaron una democracia “auténtica”: funcional, social, corporativista y basada en un liderazgo viril y fuerte (Grinchpun, 2014). Además de Palacio e Ibarguren, entre los nacionalistas que experimentaron sentimientos encontrados frente a las formas democráticas y su contraste con la situación política del momento también se puede contar a Rodolfo Irazusta (Zuleta Álvarez, 1975, pp. 278-281; Devoto, 2006, p. 185).
Sánchez Sorondo (1941) depositaba su confianza en la acción política como agente transformador, e iba un poco más allá. Desde su punto de vista, la selecta “perfecta minoría” capaz de “regimentar y conducir” un gobierno requería de una “suma de virtudes aristocráticas” que confluyesen en la acción transformadora. Como bien demostraría en su trayectoria posperonista, para este intelectual eminentemente pragmático, la legalidad formal despojada de contenidos concretos no significaba nada en los escenarios políticos. De esta manera, las formas de la política serían definidas, según postulaba, por los hombres que las habitaran. Desde este punto de vista, el régimen de gobierno en sí no era tan relevante como quien estaba a cargo de la jefatura de gobierno: “El mundo eventual de lo que está en potencia, solo se realiza cuando irrumpe la acción política para incorporarlo a la historia”, señalaba (pp. 20, 11).
Si bien su determinación de entender la política a partir de su estrecha ligazón con la experiencia, por un lado, lo alejaba de las posturas prorrepublicanas y antidemocráticas que, como analiza Devoto, habían caracterizado a sus maestros de La Nueva República, por otro, lo vinculaban a cierta generación nacionalista que también lo precedía. Concretamente, ya Julio Irazusta había sido un conocido defensor de la necesidad de pensar la política como una derivación de la práctica (Devoto, 2006, pp. 219-222, 191) y Sánchez Sorondo recuperaría esta bandera para su argumentación en favor de una democracia diferente a la liberal.
En suma, desde su concepción elitista de la democracia, la política tenía más que ver con los hombres que la hacían que con los sistemas legales. Si bien se ponía el énfasis en este tipo de hombres –que debían transformar en acción la potencia de las formas legales vacías–, no se detallaba exactamente qué atributos personales debían reunir. Así, la especificidad del liderazgo propuesto por Sánchez Sorondo (1941) recaía, exclusivamente, en la “levadura” de esta clase dirigente ideal, en aquello especial que la amalgamaba y la definía al mismo tiempo: “la unidad de los mejores implica otra unidad todavía más maciza que la ya muy exigente de los intereses y pareceres. Hablamos de la unidad nacional” (pp. 32-33).
Más allá de cualquier característica personal, la clase dirigente necesitaba, según el autor, el interés por el bien social y por la unidad nacional. En este sentido, como se adelantó más arriba, se comenzaba a delinear en sus escritos una de las principales características del liderazgo buscado: su compromiso con la nación. Y de aquí, en última instancia, derivaría también la admiración por los líderes fascistas en boga en Europa en aquel momento (Sánchez Sorondo, 1941, p. 38).
Como reconoció más tarde en su autobiografía, este escritor nacionalista fue un gran admirador de los líderes fascistas europeos y de sus proyectos políticos. En particular, para él, los caudillos europeos parecían encarnar la heroicidad que había sido olvidada por la tradición liberal argentina (Sánchez Sorondo, 2001, pp. 35-36, 45). Esta admiración por los “héroes fascistas” refleja además un sentimiento compartido por diversas generaciones nacionalistas.
La mirada complaciente de los nacionalistas de los años cuarenta en relación a los fascismos europeos –perspectiva respecto de la cual las posturas de Ibarguren y Palacio son un claro ejemplo–, se deja traslucir también en algunos de los textos de la época de Sánchez Sorondo. En su caso, si bien su prédica a favor de los movimientos fascistas europeos no fue más directa o explícita de lo que fueron los discursos de otros actores nacionalistas contemporáneos (Tato y Romero, 2002), fue este tipo de apoyo –basado fundamentalmente en la heroicidad de sus liderazgos– el que habría de perdurar en las generaciones venideras. En este sentido, por ejemplo, los jóvenes nacionalistas de los años cincuenta –los militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista (Furman, 2014)– y de los sesenta –activistas del grupo Tacuara (Galván, 2012)– aún continuaban bajo el encanto de los fascismos, desde la admiración que le despertaban estos “héroes” que habían estado dispuestos a dejar la vida por la causa nacional.
En este sentido, el antidemocratismo peculiar manifestado por Sánchez Sorondo en esa época, más que nada, era una oposición a los presidentes de aquellos años, quienes habían encarnado en sus figuras “defectuosas” al sistema democrático. Así, poco tiempo después, en los artículos de Nueva Política compilados en La Revolución que anunciamos, el autor se abocó a la búsqueda de una salida a estas presidencias, y denunciaba que “somos una democracia cien veces corruptible. No hay salvación dentro del régimen”. Y esto era precisamente porque sus formas vacías habían sido ocupadas por hombres débiles, sin verdadera vocación política (1945, pp. 42, 191-192).
Prueba de ello fue, por ejemplo, el apoyo crítico al neutralismo de Ramón Castillo durante la Segunda Guerra mundial. En un marco en el cual el consenso nacionalista había cuestionado la política exterior de ese funcionario por favorecer, en última instancia, los intereses británicos en el Río de la Plata (Senkman, 1999), la crítica de Sánchez Sorondo se basaba exclusivamente en la tibieza de la opción por la neutralidad y en la ceguera del presidente conservador respecto de la oportunidad que el conflicto mundial le ofrecía para instaurar un régimen corporativo (1945, pp. 226-234).
En relación con esto, los nacionalistas intentaron doblegar el destino de la nación con sus propias manos. Así, propugnaron la solución militar en la década de 1940 como respuesta a la crisis en la que el liderazgo habilitado por el régimen democrático había sumergido al país. En este sentido, apoyaron a la autodenominada Revolución de 1943 y se sintieron especialmente identificados por la corta presidencia del general Pedro Ramírez, al menos hasta la salida de la neutralidad (Zanatta, 1999, pp. 96-128).
En este contexto, la lectura pesimista que hacía Sánchez Sorondo de las formas democráticas estuvo sin dudas influenciada por sus concepciones acerca del liderazgo político ideal. Desde esta perspectiva, podría afirmarse que su “antidemocratismo” no fue un aspecto fundamental de su pensamiento político. Aún más, el pragmatismo que marcó sus posicionamientos políticos posteriores lo llevó a apoyar a algunos líderes democráticos (como Arturo Frondizi), tan solo por la confianza que sus liderazgos le inspiraban.6
En tal sentido, su oposición al sistema democrático no se debió a una objeción ideológica contra el sistema formal o legal en sí, sino que, principalmente, se explica a partir de su postura fuertemente crítica respecto de los hombres concretos que les daban sustancia a las formas de gobierno en la coyuntura específica. Debido a ello, Sánchez Sorondo estaba convencido de que de los líderes políticos dependían, no solo la eficacia y la subsistencia de la legalidad de sus gobiernos, sino también la legitimidad, como habría de demostrar más claramente en sus escritos posperonistas, cuando retomaría de lleno el periodismo político y una militancia más activa.
En síntesis, en esta primera etapa de la producción intelectual de Sánchez Sorondo aparecen ya algunas de las características fundamentales de un líder eficaz, último reducto de legitimidad del régimen político. El jefe político debía ser seleccionado –según este autor– por ser el mejor entre los miembros de una élite, y sobre esa base se debía apoyar la legalidad de su gobierno. Precisamente, ahí cobraba relevancia el nacionalismo como grupo político, ya que era este el responsable ideal para brindarle “buen consejo” al jefe de gobierno. Así, Sánchez Sorondo habría de definir su práctica periodística en las décadas siguientes en absoluta concordancia con esta tesis.
En general, hasta aquel momento, las palabras tan profusamente difundidas de Sánchez Sorondo parecían reflejar en gran medida el sentimiento de la mayoría de los nacionalistas contemporáneos. Sin embargo, durante el posperonismo, el campo nacionalista se vio cruzado por una serie de transformaciones que diversificaron las representaciones acerca de la democracia y los liderazgos políticos, con lo cual se fragmentó así su relativa homogeneidad.

3. El discurso posperonista de Sánchez Sorondo

La larga década de 1960 marcó un quiebre en las grandes concepciones ideológicas de Sánchez Sorondo y su círculo, que se vieron conmocionados por las influencias de la proscripción del peronismo y del impacto regional y local de la Guerra Fría. En este sentido, aun cuando ciertos elementos del nacionalismo de las décadas anteriores todavía estaban presentes en el ideario de este autor, sus discursos y prácticas experimentaron un cambio profundo. Mientras que varios de sus elementos más conservadores cedieron el paso a posturas revolucionarias, cercanas a la izquierda nacional y a sectores progresistas, sus rasgos corporativistas y obreristas provocaron el estrechamiento de los vínculos con el sindicalismo peronista (Galván, 2013, pp. 133-160).
Efectivamente, el despertar liberal de la segunda etapa de la “Revolución Libertadora” condujo a los nacionalistas que habían apoyado en un principio el golpe contra Perón a la vereda de la oposición. Desde ese lugar, Sánchez Sorondo encabezó una fuerte campaña para denunciar la falta de legitimidad del gobierno de facto del general Pedro Eugenio Aramburu. En ese marco, unió sus reclamos a las voces también disidentes de otros actores políticos. Aquel proceso derivó en el apoyo a la candidatura de Arturo Frondizi. Si bien el líder de la Unión Cívica Radical Intransigente no encajaba con la imagen del militar viril que les gustaba a los nacionalistas, parecía representar –durante la acalorada campaña presidencial de 1957-1958– la única opción viable para llevar a cabo los ideales políticos nacionalistas que más descollaban de su discurso en aquel momento, tales como la honestidad política, el civismo, el respeto a la legalidad, la defensa de los intereses nacionales y la representatividad real del pueblo (Galván, 2013, pp. 45-80).
Es que Frondizi era el único candidato que combinaba las posibilidades reales de triunfar y de poner un alto a las medidas del segundo gobierno de la “Libertadora” –que, según el juicio de los nacionalistas, minaban el interés nacional porque eran autoritarias, liberales y profundamente antiperonistas–7 con una propuesta político-ideológica de corte nacional que enfatizaba la soberanía económica y política argentina.8 De hecho, pese a que Frondizi no era exactamente el candidato nacionalista ideal, lo apoyaron y acompañaron en los primeros pasos de su gestión de gobierno, hasta que sobrevino la denominada “traición” de su programa nacional.9
Al respecto, cuando Frondizi comenzó a profundizar la liberalización de la economía y la apertura del mercado argentino hacia capitales extranjeros, a lo que se sumaron una serie de episodios diplomáticos desfavorables desde el punto de vista del nacionalismo (como por ejemplo, el caso Eichmann, la falta de apoyo real al gobierno revolucionario cubano –antes de la sovietización del régimen– contra la oposición estadounidense), la confianza que se había depositado en el nuevo presidente se desvaneció y nuevamente los nacionalistas que lo habían apoyado se pasaron a la oposición (Tcach, 2003, p. 33; Sikkink, 2009, p. 120; Galván, 2013, p. 80-131).
Con esta defección, muchos de estos nacionalistas que habían comenzado a integrar la administración frondicista cortaron sus lazos profesionales y afectivos con los correligionarios que se habían pasado a la oposición. Así, por ejemplo, Mario Amadeo, miembro del nuevo gobierno, luego de una larga amistad con Sánchez Sorondo, se distanció considerablemente de él a raíz de esta disputa. A tal punto se resintieron las relaciones entre ambos que cuando Sánchez Sorondo fue encarcelado por decreto presidencial, a fines de 1960, se opuso al pedido de Amadeo ante Frondizi a favor de su excarcelamiento y escribió desde la prisión:

“Desautorizo toda gestión ante el Poder Ejecutivo que signifique ‘interceder’ por mi libertad o solicitarla como si fuera una gracia. Incluyo, pues, en esta desautorización terminantemente el pedido hecho por el doctor Mario Amadeo al presidente Frondizi. Lamento que el embajador en la UN, a quien agradezco por lo demás su propósito amistoso, no haya tomado la precaución de consultarme previamente. No son pocos, sin duda, los que hubieran preferido advertir en el doctor Amadeo una diligencia parecida para oponerse a la entrega moral y material del país” (citado en Galván, 2013, p. 27).

En definitiva, esto terminó por provocar un quiebre en el campo intelectual nacionalista de fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta (Galván, 2013, pp. 86-88). Es decir que mientras una parte importante del nacionalismo se pasaba en este momento de manera permanente al “credo democrático”, Sánchez Sorondo se aferró a su antidemocratismo original.
El rumbo tomado por los nacionalistas durante el posperonismo fue seguido de cerca por la prédica protagónica de este intelectual desde sus editoriales y notas de tapa en el semanario Azul y Blanco.10 Por ejemplo, en las páginas de la publicación que dirigía, las críticas a las políticas frondicistas contrarias a su programa original se inundaron de metáforas contra la persona del presidente, a quien se lo representaba como el antihéroe del nacionalismo. Luego de retirarle su apoyo, se asoció su imagen con iconografías vejatorias, que lo mostraban como un ser bestial y débil (Galván, 2013, pp. 105-129). La construcción de estos estereotipos negativos en torno a Frondizi, en última instancia, no hizo más que reforzar un ideal cada vez más perfecto del líder nacionalista que, si bien había comenzado a delinearse en la obra de Sánchez Sorondo en la década del cuarenta, alcanzó definiciones más acabadas en este período. Eventualmente, dicho molde vino a llenarse con la asunción del general Juan Carlos Onganía en 1966.
Así, desde la tapa de Azul y Blanco, Sánchez Sorondo anunció el giro que había desencadenado la “traición Frondizi” en los endebles pilares democráticos del discurso nacionalista de los años sesenta. El programa corporativista de “refundación” institucional de la Argentina, impulsado por el autor desde comienzos de la década del sesenta, implicaba retomar algunos viejos pilares nacionalistas, como por ejemplo, el corporativismo, el militarismo y el obrerismo, para, en última instancia, reeditar la utopía de la “Revolución Nacional”.11 En efecto, las formas democráticas, ocupadas por líderes políticos liberales y antinacionales, habían demostrado una vez más sus flaquezas. La democracia debía ser verdaderamente representativa de los sectores productivos (no de las partidocracias) y, principalmente, del motor de la sociedad: los trabajadores. Su concreción se confió finalmente en el nuevo gobierno, producto del golpe de 1966.
El gobierno de Onganía fue una dictadura militar que asumió el poder precisamente bajo la premisa de terminar con la “partidocracia” que había dejado en ruinas a las instituciones y a la sociedad argentina. Así, con el objetivo de iniciar una “nueva era”, el mandatario lanzó un programa corporativista que transformaría al país, bajo el imperio de valores cristianos y occidentales, en una sociedad alienada de su esencia católica y nacional (Rouquié, 1998, p. 253). En este sentido, los objetivos planteados parecían coincidir plenamente con el programa de la revolución corporativista que impulsaba Sánchez Sorondo.12
Este “hombre de acción” fue retratado entonces por su pluma como el agente tan esperado para llevar a cabo la revolución nacional corporativista.13 Aunque, a pocos meses de asumir la presidencia, una vez más, Sánchez Sorondo se vería desilusionado al corroborar que sus expectativas en este gobierno no se condecían con la realidad política, que nuevamente se vería avasallada por el giro liberal del gobierno.
El período de encantamiento con la gestión de Onganía finalizó en forma abrupta cuando las indefiniciones, primero, y las definiciones en el sentido de una orientación liberal, más tarde, decepcionaron las expectativas de un cambio verdaderamente corporativista de las instituciones argentinas.14 De nuevo, Sánchez Sorondo había optado por un líder cuyos ímpetus revolucionarios, virilidad y convicción no habían alcanzado para llenar definitivamente los zapatos del jefe nacionalista ideal.
A partir de entonces, se concentró en elaborar una propuesta alternativa, que derivó en la convocatoria a constituir un movimiento político cuyo objetivo fuera lograr definitivamente una revolución nacional exitosa que se expanda a todo el continente, y al respecto, varios sectores contemporáneos coincidían en que los valores occidentales estaban siendo seriamente amenazados por el avance del comunismo.
Como sostienen Ernesto Bohoslavsky y Martín Vicente (2014), el
anticomunismo de la década del sesenta logró cohesionar a diversas expresiones de las derechas locales que, aun cuando diferían en las motivaciones, anclajes ideológicos y prácticas, compartían un mismo enemigo. Sin embargo, la postura de Sánchez Sorondo y su círculo no fue contemplada en este esquema que reducía el nacionalismo a su vertiente católica.
Por el contrario, su anticomunsimo secular se vio resignificado en los sesenta, a partir de un antiimperialismo permeado por las tendencias transnacionales de la época, que buscaba resguardar una visión del mundo más acorde con la cultura argentina a partir de la defensa de los valores de la hispanidad, capaces de religar a gran parte del continente americano (Amadeo, 1956; Goyeneche, 1976; Rodríguez, 2015).15
En relación con esta “cruzada” en defensa de Occidente, para Sánchez Sorondo, Hispanoamérica “en bloque” tenía la misión de ir a la cabeza debido a su posición estratégica entre los dos bloques de poder. De esta manera se sostenía la importancia de “crear una política internacional claramente beligerante respecto del comunismo pero sirviendo nuestros ‘propios ideales’, nuestro antiguo ‘ethos’ de pueblo”.16 En este sentido, adhirió a la postura general de los agentes culturales que habían respondido al franquismo en Argentina. Concretamente, como describe Rodríguez (2015), los argentinos no asimilaron el hispanismo que emanaba de la diplomacia cultural franquista sin antes traducirlo, reacondicionarlo al contexto local.17
Al postular la necesidad de una verdadera revolución nacional que atravesase el continente americano, el grupo reunido en torno a Sánchez Sorondo ejerció desde ese momento una dura oposición a un gobierno, que no solo se había revelado como lo opuesto a la revolución corporativa que esperaban, sino que estaba dejando vulnerable al país frente al avance del comunismo.18
En el nuevo escenario, Sánchez Sorondo convocó a nuevos aliados políticos. Entre estos, había miembros de la nueva izquierda nacional, algunos partidos políticos y otros movimientos políticos latinoamericanos (Sánchez Sorondo, 2001, pp. 184-205; Sigal, 2002, pp. 137-138). Esta ampliación de su juego político, por más que implicase desoír sus instintos nacionalistas más conservadores, era a su entender la única vía posible y efectiva de llevar a cabo la auténtica “Revolución Nacional” de manera exitosa y permanente, es decir, de colaborar en el triunfo de una democracia “auténtica”, una democracia corporativista.19
En síntesis, en esta segunda etapa, Sánchez Sorondo se replanteó su desdén por las formas democráticas y su elitismo, pero luego de la llamada “traición” de Frondizi a su programa nacionalista y la consecuente ruptura del campo nacionalista, su discurso comenzó a diferenciarse del de algunos de sus correligionarios.
Aun cuando determinados elementos propios del nacionalismo seguían vigentes en sus textos, estos se articularon de manera novedosa para dar origen a un programa político diferente. De este modo, hacia fines de los años sesenta, este intelectual volvió a tomar distancia de las formas democráticas liberales y, apoyándose en las banderas del corporativismo (es decir, apelando a otro tipo de democracia), sentó las bases para establecer alianzas de una nueva índole, que apuntaban a afianzar vínculos con sectores populares.
La imposibilidad de ver realizado su proyecto político a través de los líderes disponibles en el marco político-institucional argentino (elemento central de su argumentación), motivó en Sánchez Sorondo el replanteo de algunos de sus pilares ideológicos. Sin embargo, en su búsqueda, volvió a caer en el viejo proyecto nacionalista de la revolución nacional, al que apelaría a partir de una rearticulación de viejos y nuevos cánones del pensamiento nacionalista. Con todo, este emprendimiento no puede analizarse sin tener en cuenta el contexto particular en el que se enmarcó.
En julio de 1967 se había celebrado en La Habana la conferencia inaugural de la Organización Latinoamericana de Solidaridad –OLAS–, impulsada por Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara. En esa ocasión se postuló que la revolución se debía concretar por encima de las fronteras nacionales. Esto implicaba la continentalización desde abajo de la revolución, llevada a cabo localmente, o sea, dejando de lado posibles influencias soviéticas (Marchesi, 2014, pp. 38-43). Si bien la disputa por la apropiación del término revolución conllevó un enfrentamiento con la izquierda marxista, también contribuyó a acercar a Sánchez Sorondo a otras influencias ideológicas.20
Además de esta revalorización conceptual de la idea de una revolución ampliada a todo el continente por parte de la izquierda marxista, es necesario tener en cuenta también la influencia del proceso de nacionalización que estaba experimentando la izquierda argentina desde fines de la década del cincuenta, según lo analizaron Carlos Altamirano (1992) y, más recientemente, Guillermina Georgieff (2008), quienes, aun cuando realizaron un análisis exhaustivo de este proceso en sectores de la izquierda, no lograban ver la conexión con el nacionalismo de derecha. Pese a esto, la nacionalización de la izquierda ponía, indefectiblemente, a sectores importantes de ambos polos del espectro ideológico argentino en un mismo plano discursivo.
En conjunto, todo esto21 terminaría por definir el estrechamiento de vínculos entre Sánchez Sorondo y ciertos sectores de la nueva izquierda argentina y del peronismo.
En definitiva, el valor de la biografía de Sánchez Sorondo y de sus argumentaciones en torno a las ideas de democracia y liderazgo en particular, es una consecuencia directa de haber sido capaz de interpretar las exigencias políticas y discursivas propias de mediados de siglo.

Conclusiones

El presente artículo analiza la biografía intelectual de Marcelo Sánchez Sorondo a partir de sus concepciones de democracia y liderazgo para rastrear el proceso de cambios en su obra que, si bien no necesariamente fue representativa del nacionalismo argentino, descollaba en la compleja red de sociabilidades en la que se insertó. En este sentido, resultó imprescindible cruzar el análisis de sus escritos con su vida, profundamente atravesada por los vaivenes de la política argentina e internacional de gran parte del siglo XX.
Si bien este autor siempre intentó ser un agente articulador de los elementos de su campo, durante el posperonismo tomó una cierta distancia de algunos postulados típicamente nacionalistas y terminó introduciendo nuevas maneras de pensar viejos proyectos políticos. En conjunto, ello implicó el tramado de novedosas redes políticas que incluían diversas tradiciones ideológicas. Así Sánchez Sorondo, en su período de madurez, se erigió como un elemento “de vanguardia” en el seno del nacionalismo posperonista.

Notas

1 Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”-Universidad de Buenos Aires/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Argentina. Correo electrónico: galvan.valeria@gmail.com.

2 Para los grupos de los sesenta y los setenta, debido a la distancia generacional, el intelectual nacionalista se había vuelto una suerte de mentor y maestro. Entrevistas realizadas por la autora a Alfredo Ossorio (28 de febrero de 2007) y a Juan Manuel Abal Medina (17 de enero de 2012) en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.

3 Además de escribir para los medios nacionalistas mencionados, Sánchez Sorondo colaboró para el diario La Nación y otros diarios de tirada nacional.

4 Sánchez Sorondo, M. (1938). Dialéctica del imperio. Sol y Luna (1), pp. 115-116. Recuperada de https://peregrinodeloabsoluto.wordpress.com/revista-sol-y-luna/

5 De hecho, Sol y Luna –revista ligada a los Cursos de Cultura Católica, que congregó durante su corta existencia a parte importante de la intelectualidad argentina relacionada con las ideas del nacionalismo de derecha y del catolicismo integrista e hispanista– retrató a la guerra española como proceso de purificación que permitió el afloramiento de la “verdadera España”.

6 Nota editorial (18 de marzo de 1958). Azul y Blanco, 92, p. 1. Biblioteca Nacional, Hemeroteca, Ciudad Autónoma de Buenos Aires (BN-CABA), Argentina.

7 Si bien los nacionalistas habían apoyado el golpe contra Perón, se encolumnaron en el llamado “antiperonismo tolerante”, de posturas más conciliadoras (Spinelli, 2005).

8 Nota editorial (12 de noviembre de 1957). Azul y Blanco, 74, pp. 1-2. Nota editorial (26 de noviembre de 1957). Azul y Blanco, 76, p. 3. Nota editorial (18 de febrero 1958). Azul y Blanco, 88, p. 3. BN-CABA.

9 Nota editorial (12 de noviembre de 1957). Azul y Blanco, 74, pp. 1-2. Nota de tapa y editorial (10 de diciembre de 1957). Azul y Blanco, 78 pp. 1-2. BN-CABA. También, en Marcelo Sánchez Sorondo (2001, pp. 140-141).

10 Este semanario había emergido tanto como una muestra más del estallido de nuevos productos político-culturales, a la vez que como espacio privilegiado de sociabilidad, discusión y difusión para los intelectuales y políticos del nacionalismo de derecha de esta mitad de siglo. Azul y Blanco, fundado en 1956 y clausurado definitivamente en 1969, fue un semanario político creado por la generación de intelectuales nacionalistas que se había formado en los Cursos de Cultura Católica en la década del veinte. Las páginas de la publicación dejaban ver rastros de continuidad con el pensamiento nacionalista de derecha de la primera mitad del siglo veinte, por lo que en sus artículos se encuentran presentes varios elementos del pensamiento nacionalista tradicional, tales como el antiliberalismo, el anticomunismo, el autoritarismo, el hispanismo, el revisionismo histórico, el catolicismo, el elitismo, el antiimperialismo, el corporativismo y la creencia en la supremacía de la nación. No obstante estas continuidades, la revista fue más lejos que sus antecesores y se constituyó a lo largo de la década como agente de actualización del ideario nacionalista, de acuerdo con su contexto político. De esta manera, Azul y Blanco fue un influyente espacio de convergencia de debates políticos e intelectuales en el ámbito del nacionalismo posperonista y aún más, en el medio político e intelectual en general.

11 Aun cuando resultaba nueva para el discurso de Azul y Blanco, la idea de una “Revolución Nacional” corporativista no era ajena al pensamiento nacionalista argentino tradicional. Esta retórica corporativista-revolucionaria, central para los fascismos europeos (Sternhell, Sznajder y Asheri, 1994; Saz Campos, 2004), ya había sido adoptada por los nacionalistas argentinos de los treinta y, con un marcado giro hacia las masas obreras, por la Alianza Nacionalista en los cuarenta (Spektorowski, 1990). Particularmente, Sánchez Sorondo había desarrollado posturas corporativistas ya en sus artículos de Nueva Política, sobre el golpe de 1943 (Goebel, 2011, p. 71). Asimismo, el programa político del Movimiento Nacionalista Tacuara, contemporáneo a Azul y Blanco, también contemplaba la utopía de la “Revolución Nacional” corporativista (Galván, 2008, pp. 38-40).

12 Editorial (7 de julio de 1966). Azul y Blanco, segunda época, 1, pp. 3-4. BN-CABA.

13 “el país le niega al Teniente General Onganía el derecho a fracasar porque su presencia es imprescindible…está llamado a ejecutar esa revolución institucional que rescatará el genio y la figura de Argentina”. Editorial (7 de julio de 1966). Azul y Blanco, segunda época, 1, pp. 3-4. BN-CABA.

14 Editorial (14 de julio de 1966). Azul y Blanco, segunda época, 2, p. 5. Editorial (21 de julio de 1966). Azul y Blanco, segunda época, 3, p. 2. Respuesta a las cartas de lectores (18 de agosto de 1966). Azul y Blanco, segunda época, 7, p. 2. Respuesta a las cartas de lectores (1° de septiembre de 1966). Azul y Blanco, segunda época, 9, p. 3. Respuesta a las cartas de lectores (13 de octubre de 1966). Azul y Blanco, segunda época, 24, p. 2. BN-CABA.

15 Sobre el anticomunismo específico de las derechas en este período, ver también Scirica (2014, 2015).

16 Editorial (14 de agosto de 1967). Azul y Blanco, segunda época, 48, p. 5. BN-CABA.

17 Sobre el hispanismo como política cultural, aglutinante transatlántico de las derechas latinoamericanas y españolas de la segunda mitad del siglo XX, consultar Zanatta (2008).

18 “Advertimos al presidente, a los jefes militares y a los civiles responsables del gobierno: han puesto en marcha un mecanismo que servirá para destruirlos”. Editorial (1° de febrero de 1967). Azul y Blanco, segunda época, 30, p. 6. BN-CABA.

19 “La Revolución Nacional que tiene el consentimiento del pueblo argentino es inconciliable con las fuerzas y las motivaciones determinantes de este gobierno…Hace falta, insistimos, organizar un movimiento capaz de diversidad representativa”. Editorial (1° de febrero de 1967). Azul y Blanco, segunda época, p. 3. BN-CABA.

20 Programa para la Revolución Nacional (23 de octubre de 1967). Azul y Blanco, segunda época, 58, pp. 16-17. BN-CABA.

21 A lo que se le sumaron los cambios doctrinarios de la Iglesia católica y la consecuente apertura política de gran parte del laicado, el clima opresivo de la dictadura de la “Revolución Argentina”, el surgimiento de nuevos liderazgos sindicales, más afines con sus propias ideas y el proyecto cultural hispanista mencionado anteriormente (Galván, 2013, pp. 161-204).

 

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Fecha de recepción de originales: 07/10/2015.
Fecha de aceptación para publicación: 13/12/2016.

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