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Quinto sol

versão On-line ISSN 1851-2879

Quinto sol vol.23 no.3 Santa Rosa dez. 2019

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.19137/qs.v23i3.4059 

Nota editorial

Daniel Villar (1946-2019). In memoriam

Sebastián Alioto1  2  seba.alioto@gmail.com

Juan Francisco Jiménez3  jfranciscojimenez@hotmail.com

María Silvia Di Liscia4  silviadislicia@gmail.com

Claudia Salomón Tarquini5  6  claudia.salomon.tarquini@humanas.unlpam.edu.ar

1Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

2Universidad Nacional del Sur

3Universidad Nacional del Sur

4Universidad Nacional de La Pampa

5Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

6Universidad Nacional de La Pampa

Daniel Villar, investigación y compromiso político

Sebastián Alioto

Conocí a Daniel Villar durante el segundo cuatrimestre de 1996, cuando cursaba el primer año de la carrera de Historia en la UNS, y él era el profesor responsable de la cátedra Prehistoria General. Como a todo el mundo, sus clases me causaron una profunda impresión.

Era un orador extraordinario. Las palabras dichas por él fluían con precisión, develaban lo que a su luz se transformaba en verdades evidentes, se organizaban con un ritmo justo, ni lento ni alborotado, como quien ejecuta en el tempo exacto una compleja partitura. Cuando estudiaba mis apuntes de clase creía escuchar su voz dictándolos, creía ver sus gestos acompañándolos. Las modernas tendencias en la didáctica aseguran que el modelo de la clase magistral está en crisis y proponen, quizá con razón, mejores opciones. Es probable que no todo el mundo pueda dar clases magistrales, pero si alguien sabía cómo hacerlo, ese era él.

Entre las razones que motivaron mi decisión de estudiar los temas a los que me dedico, ocupó un lugar central el hecho de que él pudiera dirigirme. Cuando hice los seminarios de grado y de posgrado con Daniel, vi que su obra, en especial la que realizaba junto con Juan Francisco Jiménez, estaba a la vanguardia del campo de estudios que yo empezaba a conocer y que ellos ayudaban a construir, después que otros autores lo fundaran prácticamente desde cero unos años antes.

Daniel ingresó en esa temática algo tarde, en razón de circunstancias vitales que tienen causas académicas y también políticas. En los tempranos años setenta participaba del equipo de investigación en arqueología que dirigía Antonio Austral, y pensaba hacer su doctorado sobre sitios pampeanos. Según él mismo contó, cuando conoció a su amigo Juan Carlos Garavaglia en su paso por Bahía Blanca en 1973-74, este le preguntó por qué no estudiaba a los indígenas desde el punto de vista historiográfico y documental, no solo arqueológico. Daniel se entusiasmó con la idea en ese momento, cuando esa posibilidad era impensada; las primeras obras que adoptaron tal metodología son posteriores en varios años.

No obstante, ni esa idea ni la investigación arqueológica pudieron cuajar en ese momento. En 1975, Villar fue cesanteado junto con otros de sus compañeros por la intervención lopezrreguista en la UNS y poco después ocurrió lo mismo en la UNLPam. Así, quedó fuera del sistema académico por una década y tuvo que trabajar en otra actividad. Según él, en ese entonces se demostró a sí mismo que no necesitaba de un cargo universitario para vivir. Creo, además, que ese tiempo le dio una beneficiosa mirada de distanciamiento respecto del mundo académico; aunque lo cierto es que su carrera se vio cortada en sus inicios, cuando debió haber recibido su mayor impulso.

Al regresar, la idea de hacer una historia de los indígenas de nuestra región desde una perspectiva nueva y profesionalizada había madurado también en otros investigadores, y él mismo decidió sumarse a ese esfuerzo. Los temas que abordó desde entonces fueron, entre otros: el rol de las mujeres, niños y cautivos en las sociedades indígenas; la “araucanización” de las pampas; la guerra inter e intra-étnica; las estructuras políticas vigentes entre los indios; la comunicación interétnica; la violencia estatal contra los nativos en el Río de la Plata y Chile. Su obra se transformó rápidamente en referencia ineludible para el campo.

Un sello distintivo de su labor, además del tratamiento de fuentes variadas y procedentes de diversos archivos dentro y fuera de Argentina, fue el perfeccionismo en la escritura. Como suele ocurrir con los historiadores, entre las razones de su vocación la afición literaria no tuvo menos importancia que las preocupaciones políticas. El cuidado en el estilo fue siempre uno de los valores a los que no estaba dispuesto a renunciar. Al inicio de un artículo escribió: “Tal vez no sea justo vincular ambos hechos –por lo menos, no del todo–, pero lo cierto es que, años antes de hundirse su navaja de afeitar en el cuello frente al espejo del cuarto de vestir en su casa de Norwood, el capitán Roberto Fitz-Roy había visitado Bahía Blanca en dos oportunidades” (Villar y Jiménez, 2003, p. 131).

Aunque sabía que la construcción de la historia no escapaba a una visión política, Daniel creía que su ejercicio debía hacerse con seriedad y rigor, ciñéndose a las fuentes; después esa historia rigurosa podía emplearse como un insumo político. Así les sugirió hacerlo a los ranqueles de la provincia de La Pampa respecto de los trabajos que elaboramos referidos a las matanzas que Rosas ejecutó sobre sus antepasados (Jiménez, Alioto y Villar, 2015, pp. 47-56). En las Jornadas en Homenaje a Germán Canuhé dijo:

si nosotros tuviéramos que tener un deseo sobre el futuro de nuestros trabajos sería que los ranqueles los tuvieran como un elemento más en sus tratativas con los gobiernos provincial y nacional en el futuro, [diciendo] ‘está absolutamente documentada, con papeles que han sido producidos por vuestros antecesores estatales, la existencia de matanzas de ranqueles en el actual territorio de la provincia de La Pampa desde la década de 1830. En ese momento los ranqueles estuvimos al borde de la desaparición física, y sin embargo, no pudieron lograrlo’. […] Nosotros deseamos que la historia de ustedes se prolongue indefinidamente, y siempre haya alguien que pueda decir: ‘yo soy ranquel’. 1

Buena parte de su obra está publicada y todo el mundo puede aprovecharla. Hay mucho, sin embargo, que no está allí. Su calidez personal, detrás de una fachada de cierta timidez y aparente hosquedad; su enorme voluntad y capacidad de trabajo, corrigiendo y volviendo a corregir borradores, realizando sugerencias, preocupándose de que todo saliera lo mejor posible; su manía de predicar con el ejemplo; su hondo sentido del humor. Entre sus muchos gestos de generosidad, puede que el más notorio sea la donación que hizo en vida de su biblioteca personal entera al Departamento de Humanidades de la UNS; justo él, a quien años antes agentes uniformados le habían secuestrado –o mejor robado– tantos libros, causándole una pérdida que nunca dejó de lamentar.

Inspirador y carismático, quienes lo hemos conocido y disfrutado hemos perdido mucho con su partida. Su obra permanece, no obstante, a la espera de ser leída: él puso todo su empeño para que esa lectura valiera la pena. La última vez que lo vi, tenía en mente no menos de tres proyectos, todos con la pretensión de materializarse en libros de largo aliento. Energía vital no le faltó nunca.

Cuando paso por el café que Daniel solía frecuentar, todavía me asomo, por las dudas. No sé dónde estará, pero le recordaría lo que nos escribió a Juan Francisco Jiménez y a mí en uno de sus estupendos correos electrónicos, en vísperas de un trabajo práctico sobre religión: “como el altísimo, todopoderoso y clemente no olvida nunca a sus obras, sobre todo si sus obras son los sacrificados docentes universitarios argentinos –mínimos en estatura comparados con él, pero perseverantes en sus obras e infatigables en el esfuerzo de completarlas–, estad tranquilos que al fin os mecerán los cabellos las suaves brisas de sus campos. Así sea.”

Aportes de Daniel Villar a la historiografía sobre los pueblos indígenas

Juan Francisco Jiménez

Daniel Villar desarrolló una extensa carrera en el Departamento de Humanidades de la UNS, donde ambos hemos trabajado. Comenzó a dirigir proyectos de investigación en 1994 y en 24 años de trabajo ininterrumpido dirigió 7 proyectos de investigación (trienales los tres primeros y cuatrienales los últimos cuatro), todos sometidos a evaluación externa con resultados favorables. En el transcurso de esos años publicó 7 libros, 18 capítulos de libro, 25 artículos en revistas especializadas, monografías y reseñas. Presentó 56 trabajos en reuniones científicas, 13 de los cuales fueron publicados en actas.

Formó a innumerables estudiantes de grado; dirigió y supervisó 5 tesis doctorales, 6 tesis de licenciatura y trabajos de varios becarios en su etapa de iniciación a la investigación en la UNS y el CONICET. Desempeñó tareas de arbitraje académico en 30 oportunidades.

Comenzó su actividad en la docencia universitaria en 1970, cinco años después fue expulsado del Departamento de Humanidades junto con otros muchos docentes y permaneció ausente hasta 1990. Por ello, la actividad mencionada arriba se desarrolló en el lapso que va de 1990 a 2017. También ejerció tareas docentes en las universidades de Mar del Plata (1974) y en La Pampa (1975-1976 y 1984-2003).

Su tardío regreso a la UNS impidió que lo conociera como alumno: para 1990 yo estaba cursando los últimos años de mi carrera. La primera vez que traté con él fue a principios de 1994. A fines de ese año los dos asistimos a un seminario de posgrado que dictó Jorge Pinto Rodríguez y nuestro primer trabajo en conjunto fue sobre Venancio Coñuepan, que presentamos para aprobar el curso. Ese texto se convirtió en una ponencia que expusimos en Temuco en 1995 y finalmente en el capítulo de un libro coordinado por Pinto Rodríguez, editado por la Editorial de la Universidad de la Frontera en Chile.

Todo aquello ocurría en un contexto más amplio de renovación de los estudios en Historia Indígena en Argentina y Chile. En nuestro país, este proceso había comenzado en la segunda mitad de la década de 1980 con una serie de trabajos que propusieron la re-lectura de las fuentes éditas bajo una nueva perspectiva. En contra de la historiografía tradicional, que había estudiado a los indígenas de la región pampeana en el marco de una historia militar y los presentaba como un conjunto de poblaciones que vivían del saqueo y del robo del ganado, Raúl Mandrini, Miguel Ángel Palermo, Martha Bechis, Lidia Nacuzzi, entre otros, demostraron la falsedad de esta visión.

En esa época e incluso antes, en Chile, la corriente de los Estudios Fronterizos integrada por Sergio Villalobos, Horacio Zapater, Holdenis Casanova Guarda, Jorge Pinto Rodríguez, Arturo Leiva, José Bengoa, y Leonardo León Solís había producido una renovación parecida en la historiografía chilena.

Ambas renovaciones se desarrollaron a espaldas una de la otra, pese a que eran evidentes las conexiones que vinculaban a las poblaciones nativas de uno a otro lado de la cordillera desde la prehistoria. Argentinos y chilenos respetaban los límites impuestos por la construcción de los estados-nación, con dos excepciones: Martha Bechis y Leonardo León Solís. Estos investigadores realizaron sus primeras producciones en el exilio (la primera en Estados Unidos y el segundo en Inglaterra), trabajaron en sus tesis (doctorado y maestría respectivamente) sobre el siglo XIX. Bechis postuló que en este período los territorios situados entre el Pacífico y el Atlántico conformaban una unidad a la que denominó “área Pan Araucana”. El profesor Villar se dio cuenta de que esto era una hipótesis que había que verificar empleando simultáneamente información que estaba depositada en archivos argentinos y chilenos. Venancio era una figura ideal para estudiar estas conexiones, pues había participado activamente en los conflictos que se desarrollaron en la Araucanía durante el proceso de disolución del orden imperial en la década de 1820, y luego había actuado en la Fortaleza Protectora Argentina (hoy Bahía Blanca) en la época de su fundación.

Por ese entonces también nos conectamos con Silvia Ratto, quien estaba trabajando el mismo período, y comenzó una asociación muy fructífera que se materializó en la publicación de tres libros en los que además se editaron documentos.

No voy a desarrollar en detalle la actividad de investigación que siguió; me limitaré a decir que en los años posteriores estudiamos multitud de aspectos de la historia indígena: los conflictos por la construcción de hegemonías nativas entre 1760 y 1840, la guerra, la naturaleza de los liderazgos nativos, las trayectorias de algunos caciques como Llanketruz, Venancio o Martín Toriano; la historia de Bahía Blanca entre su fundación y 1850; la actividad de mediadores como cautivos, aindiados, renegados e intérpretes; temas vinculados a la economía indígena como el tráfico de ganado y el intercambio de textiles; los convites; y las formas de la violencia inter e intra-étnica, un tema en el que nos centramos en los últimos siete años.

Toda esta producción se caracteriza por una serie de rasgos: el tratamiento de fuentes variadas provenientes de archivos localizados dentro y fuera del país; el recurso a la teoría antropológica para este tratamiento; las comparaciones sistemáticas con fenómenos equivalentes para otras regiones del continente; y el perfeccionismo en la escritura; todo esto combinado en lo que Daniel denominaba un “ponderado equilibrio”. Un trabajo realizado con seriedad y un rigor, a los que no estaba dispuesto a renunciar frente a las presiones de la productividad.

Daniel hablaba del “oficio” del historiador: seriedad, rigor, respeto por las fuentes y elegancia en la escritura eran parte de este oficio. Tenía una opinión muy alta de la tarea del historiador. En 1996, durante el cursado de un seminario de posgrado dictado por un historiador canario, Juan M. Santana Pérez, este preguntó a los asistentes (debíamos ser una treinta personas) las razones por las que elegimos estudiar historia. Se hizo un silencio incómodo y por un rato nadie respondió; entonces, el profesor Villar levantó la mano y dijo que había elegido esta profesión porque en los años sesenta se decía que la historia era una herramienta para cambiar el mundo. Años después, seguía pensando lo mismo.

Para concluir, creía en una historia que fuera el resultado del trabajo colectivo. Casi todos sus trabajos son en co-autoría y forman parte de un emprendimiento plural en el que se combinaban los saberes y habilidades de diversas personas. Su sentido del humor, su dedicación y su rigor profesional generaban un clima de trabajo en el que cualquier empresa parecía posible.

Daniel Villar y el nombre de Quinto sol

María Silvia Di Liscia

Escribir sobre un colega que nos ha dejado no suele ser fácil. No solo porque lamentamos su pérdida sino además porque las palabras son escasas para quienes, sin haberlo conocido, se quedan con nuestra imagen o, en el caso contrario, teniendo en claro de quién hablamos, debemos reflejar con nuestras frases más que una intención privada, un eco de sentimientos colectivos. Mencionar a Daniel Villar, primer director de Quinto sol, le imprime a esta tarea otra significación: aunada a su solidez como profesor, fue quien le otorgó el primer nombre a la entonces Revista de Historia Regional. No se eligió para ello, como hubiera (y es) más común, esas denominaciones inciertas que son la generalidad en las ediciones de las ciencias humanas y sociales sino la contundencia de una cosmogonía americana en su ciclo actual. Para los mexicas, las cuatro eras antecesoras fueron una demostración de sucesivos intentos por alcanzar la perfección y finalizaron con hecatombes horrorosas, cuya causa fundamental era la desobediencia a los seres divinos. La humanidad alcanzaría el equilibrio en su Quinto sol, paradójicamente el del movimiento, a través de rituales de sacrificio con efusión de sangre.

La elección de este nombre para nuestra revista, que lleva hoy más de 23 años en circulación, indica además de una clara intención de asumirse parte de la simbología de la fructífera tradición mesoamericana, la singularidad de la permanencia a través de los embates que, una y otra vez, intentaron quebrar su continuidad. A las dificultades inherentes a la aparición y consolidación de una publicación en una universidad de dimensiones reducidas, se unieron la problemática situación presupuestaria y de organización administrativa, que produjeron el naufragio de más de un aporte académico, muchos truncados en pocos años. La persistencia de Quinto sol, ahora Revista de Historia, demuestra su dinamismo y transformación permanente, en pos de una calidad que sigue escalando espacios en el escenario nacional e internacional.

Daniel Villar en la Universidad Nacional de La Pampa: el trabajo y la canción

Claudia Salomón Tarquini

Hay una historia de una obra antigua llamada Las Aves

Y es un cuento de antes de que comenzara el mundo

de una época en que no había tierra, no había suelo

Solo aire y pájaros por todos lados

Pero el problema es que no había lugar para aterrizar

Porque no había tierra

Así que giraban y giraban en círculos

Porque esto era antes de que el mundo comenzara.

Y el sonido era ensordecedor. Canciones de pájaros por todos lados

Billones y billones y billones de pájaros

Y uno de estos pájaros era una calandria, y un día su padre murió

Y este era un problema realmente grande, porque ¿qué podrían hacer con el cuerpo?

No había lugar para poner el cuerpo que no había tierra.

Y finalmente, la calandria encontró una solución.

Decidió enterrar a su padre en la parte de atrás de su propia cabeza.

Y ese fue el inicio de la memoria.

Porque antes de esto nadie podía recordar nada

Solo volaban en círculos.

Constantemente volaban en enormes círculos.

(Anderson, 2010)

Este quizá sea el texto más difícil que me haya tocado escribir en mi vida académica, y uno que nunca hubiera querido hacer. Pero Daniel hizo tanto pero tanto por la UNLPam que quisiera comentarles sobre su obra ahí, donde me formé y trabajamos juntos varios años.

Daniel comenzó su formación en historia y su interés por nuestra área de estudios se inició mientras cursaba Prehistoria General en la UNS con la guía de un referente como Antonio Austral, con quien hizo su primer viaje de campo al partido de Carhué a fines de 1965. A mediados de 1974, ya graduado como docente, le habían asignado para su excavación sitios arqueológicos en el partido de Coronel Dorrego, con la idea de que este fuera el tema de su tesis doctoral. Pero ese proyecto comenzó a frustrarse con la intervención de Remus Tetu en la UNSur y su cesantía en 1975. Para ese entonces, acababa de incorporarse a la UNLPam como profesor a cargo de Prehistoria General hasta octubre de 1976, al mes siguiente las autoridades también lo cesantearon bajo el pretexto de su detención en Bahía Blanca. 2

A él no le gustaba hablar de esos tiempos terribles, pero las cesantías y la falta de recursos pusieron, en el caso de investigadores como Raúl Mandrini, María Teresa Boschín, Lidia Nacuzzi y el propio Daniel (los últimos tres con formación en arqueología) 3 en suspenso sus proyectos y se dedicaran a la lectura de documentos, en virtud de la falta de recursos para llevar a cabo investigaciones en arqueología, tal como me comentaron todos en las entrevistas que realicé.

Estas lecturas, con nuevas claves, habrían de cambiar la historia de los pueblos indígenas de la región a partir de los ochenta. En aquellos años de exilio académico, Villar comenzó a notar la necesidad de incorporar a los estudios en Argentina conocimientos relativos a los procesos históricos de las sociedades indígenas del sur de Chile:

La antropología e historiografía chilenas habían avanzado algo más que nosotros en el conocimiento de tales procesos, y observé que había mucho que aprender en Chile y que era tan imprescindible visitar sus archivos como los nuestros (posibilidad lejana para mí en ese tiempo). 4

Daniel había tomado contacto con textos chilenos desde los tempranos años setenta y luego con los trabajos –ahora clásicos– de la historiografía de frontera de ese país elaborados en los ochenta (Sergio Villalobos, Jorge Pinto Rodríguez, José Bengoa, Leonardo León Solís). A inicios de los noventa comenzaron los viajes a Chile para intercambios de bibliografía, consulta de fuentes y gestionar la visita de colegas trasandinos a Argentina.

Mientras tanto, volvería a ser docente en la UNLPam en 1984 con la recuperación democrática, en el marco de una resolución del Consejo Superior Provisorio que reconocía el derecho a la reincorporación de todos los docentes cesanteados en la dictadura.

El profesor Villar, como todos y todas lo llamábamos, había ingresado a la UNLPam como parte de un proyecto de recuperación democrática, y con el objetivo institucional de que los profesores viajeros que se incorporaran constituyeran equipos de investigación, abrieran nuevas líneas de estudio y formaran recursos humanos, en una universidad que había quedado devastada en ideas y profesionales e intelectuales tras la dictadura. Y lo hizo con creces: primero dio clases como profesor adjunto en el Seminario de Arqueología Argentina y Seminario de Historia Regional a partir de ese año; desde 1986 en Prehistoria General; entre 1994 y 1999 a cargo del Seminario de Investigación I; entre 1996 y 1998 en Historia de América I (Prehistoria Americana y Culturas Pre-colombinas), y entre 1999 y 2003 a cargo del Seminario de Historia Indígena Regional. En todos esos años viajaba semanalmente en su auto desde Bahía Blanca a Santa Rosa, y en algunos casos sorteando las dificultades que le planteaban gestiones en decanato como la de Miguel A. Guerin (1990-1994). 5 A pesar de esas circunstancias, condujo siete proyectos de investigación en forma ininterrumpida entre 1994 y 2006, dirigió becas, tesis de licenciatura y doctorado, 6 fue el primer director de la revista Quinto sol , y nos inspiró a todos y todas con su pasión por la historia.

En los y las estudiantes, su impacto fue impresionante: no solo por los contenidos y su forma de enseñarlos, sino por los debates que abría, las preguntas que despertaba y su ejemplo como docente. Nos generaba cuestionamientos, dudas, interrogantes. Pero si algo nos quedaba claro era que cuando “fuéramos grandes” –y ya nos faltaba poco– queríamos ser como él.

También inspiraba desde esa pasión por la vida y por los avatares de nuestra sociedad. Sus posiciones políticas fueron siempre muy claras (sus discusiones sobre evolucionismo con los creyentes que cursaban Prehistoria eran memorables) y ni qué decir de su coherencia y ética. Recuerdo que, en 1994, el año en que empecé el profesorado en Historia, cuando cursaba Prehistoria General la fecha del segundo parcial coincidía con la Marcha Federal de julio del ’94 y aunque no tenía causal formal para la inasistencia, nos autorizó a rendir el recuperatorio, porque para él, el compromiso político y la defensa de los derechos sí eran una causa justificada.

Este compromiso ético lo caracterizó a lo largo de los años en que estuvo en la UNLPam. En 2002, en disconformidad con el régimen de carrera docente (que reemplazaba los concursos periódicos, públicos y abiertos por la presentación de informes y planes de trabajo), se expresó de esta forma:

Deseo reiterar mi adhesión a la idea de que los cargos docentes universitarios deben ser periódicamente abiertos a concurso nacional, público, de oposición y antecedentes, al que tengan la oportunidad de presentarse todas las personas que se consideren capacitadas para desempeñar las funciones correspondientes. Por lo tanto, me complace comunicarle que, más allá de la aplicación de las reglamentaciones vigentes referidas a la Carrera Docente, mi cargo de Profesor titular regular obtenido en 1985, se encuentra a disposición de la Facultad para ser abierto a concurso en la oportunidad que se decida y sin condicionamientos de ninguna naturaleza. 7

Desde lo personal, decir que fue mi director de tesis de licenciatura, doctorado e ingreso a carrera en CONICET sería una simplificación muy burda. Daniel no solo me proveyó lecturas desde los inicios y me corrigió interminables borradores, también me orientó en qué espacios presentar mis avances, me presentó colegas en distintos congresos, habilitó espacios para hacer contactos, me incentivó a postularme a becas, a publicar, y a tener presente lo que era necesario en el cursus honorum, es decir, todos los pasos en una carrera académica. Cuando hoy veo estudiantes a quienes sus directores apenas les revisan las tesis (y ni hablar de todo lo demás que he mencionado), no puedo creer lo afortunada que he sido de haber podido crecer con su guía. Si tan solo hubiera aprovechado un 10% de sus enseñanzas hoy escribiría de maravillas! Sus correos, además de consejos imprescindibles y gestiones varias, tenían ocurrencias desopilantes: unos días antes de la defensa de mi tesis de doctorado, hace ya unos diez años, le dije que soñaba con que perdía el colectivo a Tandil, y en un cómico consejo para despertarme a tiempo me escribió: “Mire, lo mejor es programar varios despertadores grandes alejados de la cama que suenen simultáneamente, algunos colocados adentro de cacerolas de aluminio.”

Más de una vez le propuse embarcarme en proyectos que ahora veo delirantes, siempre respetó mis ideas y solo me encargó que medite detenidamente mis opciones (tras lo cual se caían, por supuesto, las propuestas exageradas), para cerrar en una carta de 2003 diciéndome: “en caso de que se inclinara por otros rumbos, deseo que sepa que estamos y estaremos en paz y armonía”. También quiso enseñarme, y me lo dijo repetidamente, que no confrontara con nadie a menos que fuera absolutamente necesario. Negociar, charlar, tener paciencia, fueron actitudes que también hubiera querido aprender más de él.

Resumir una trayectoria y el impacto de Daniel en nuestra institución y en nuestras vidas es imposible en unas pocas líneas. Eso, que es del orden de aquello que es imposible de enunciar, quizá sea lo que quiso expresar el poeta Raúl González Tuñón. En el tango del Cuarteto Cedrón que musicaliza uno de sus poemas, se cuenta la historia de cuando fallece Juancito Caminador, un prestidigitador que tenía pocos objetos, los necesarios para hacer magia. Y dice al final que de sus cosas “canción, paloma y baraja, todo cabe en una caja. Todo, menos la canción.” En homenaje a Daniel Villar, entonces, por su trabajo, su canción y su magia.

Referencias bibliográficas

1. Anderson, L. (2010). The beginning of memory. En el álbum Homeland. Estados Unidos: Phonographic Copyright. Traducción al español de Claudia Salomón Tarquini. [ Links ]

2. Jiménez, J. F., Alioto, S. y Villar, D. (2015). Exterminar a los Ranqueles. Campañas de aniquilación, masacres y reparto de botín en la época de Rosas (1833-1836). En C. Salomón Tarquini e I. Roca (Eds.) Investigaciones acerca de y con el pueblo Ranquel: pasado, presente y perspectivas. Actas de las Jornadas en Homenaje a Germán Canuhé (pp. 47-56). Santa Rosa, Argentina: Editorial de la Universidad Nacional de La Pampa-Ministerio de Cultura y Educación del Gobierno de La Pampa. [ Links ]

3. Villar, D. y Jiménez, J. F. (2003). Conflicto, poder y justicia. El cacique Martín Toriano en la cordillera y las pampas (1818-1832). En D. Villar, J. F. Jiménez y S. Ratto Conflicto, poder y justicia en la frontera bonaerense, 1818-1832 (pp. 131-228). Bahía Blanca-Santa Rosa, Argentina: Universidad Nacional del Sur-Universidad Nacional de La Pampa. [ Links ]

1Audio de la exposición en las Jornadas en Homenaje a Germán Canuhé (2014), Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de La Pampa, Santa Rosa, 28 y 29 de mayo. El destacado final es nuestro.

2Legajo personal de Daniel Villar. Archivo de la Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de La Pampa, Santa Rosa, Argentina

3Entrevistas a investigadores/as: Lidia Nacuzzi, 9 de marzo; Daniel Villar, 10 de marzo; María Teresa Boschín, 16 de abril; Raúl Mandrini, 20 de abril; realizadas por la autora en 2015 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Bahía Blanca.

4Entrevista a Daniel Villar, véase cita n° 3 a pie de página.

5Legajo personal de Daniel Villar.

6Currículum vitae de Daniel Villar y Legajo Personal.

7Nota del 31 de mayo de 2002. Legajo personal de Daniel Villar.

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