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Revista Pilquen

versión On-line ISSN 1851-3123

Rev. Pilquen  no.12 Viedma ene./jun. 2010

 

ARTÍCULO

Somos un pueblo sin recuerdos. Las propuestas de independencia literaria

Graciela Salto
gsalto@hotmail.com
Universidad Nacional de La Pampa; CONICET

Resumen
El proceso de la independencia política de los territorios sudamericanos fue acompañado por intensos debates sobre los instrumentos más adecuados para alcanzar además una efectiva independencia cultural. Entre ellos, los vinculados con la necesidad de configurar literaturas nacionales y de dotarlas de una lengua específica que lograra romper con el español heredado. Éste fue, por cierto, uno de los objetivos declamados a pocos años de la batalla de Ayacucho en muchos salones y tertulias de la época. En este artículo se aborda críticamente uno de estos episodios que acercó a letrados del área chilena y rioplatense en la discusión del valor de la lengua, por entonces, llamada "araucana". En el cruce de los estudios sobre ideologías de las lenguas y los de historiografía literaria, se analiza su ponderación en coincidencia con las propuestas decimonónicas de independencia literaria.

Palabras clave: Literatura nacional; Lengua nacional; Lenguas indígenas; Independencias.

We are people without memory. Proposals for literary independence 

Abstract

The process of political independence of South American territories was accompanied by intense debates on the most appropriate instruments to achieve effective cultural independence. These debates included the need to devise national literatures and provide them with a specific language that could break the Spanich legacy, which was one of the objectives declaimed in many social gatherings few years after the battle of Ayacucho. This paper critically adresses one of these debates that brought closer many learned men from Chile and Río de la Plata to discuss the value of the language so called araucano in that period. This araucano consideration is discussed in this paper in conjunction with the nineteenth-century literary independence proposals by crossing studies on language ideologies and literary historiography.

Key words: National Literature; National language; Indigenous languages; Independences.

Recibido: 15/05/10
Aceptado:
20/05/10

El proceso de la independencia política de los reinos y virreinatos sudamericanos fue acompañado por intensos debates sobre los instrumentos más adecuados para alcanzar además una efectiva independencia cultural. Entre ellos, la necesidad de configurar literaturas nacionales y de dotarlas literaturas de una lengua específica, que lograra romper con el español heredado, fue uno de los objetivos declamados a pocos años de la batalla de Ayacucho en muchos salones y tertulias de la época (Lastarria; Weinberg) En 1848, a pocos años del fin de la contienda armada, Miguel de Amunátegui se lamentaba en Chile: "Somos un pueblo sin recuerdos, pues esa era de gloria, esa epopeya, que se llama la guerra de la independencia, es casi contemporánea: lo que no deja de ser un obstáculo para el establecimiento de una literatura original" (1848)1 Para resolver este conflicto entre proximidad épica y falta de memoria histórica, proponía el estudio científico de las lenguas indígenas, donde pretendía encontrar los elementos ancestrales que permitieran anclar una literatura original, que en los términos de su argumentación, implicaba independiente.

Pocas décadas más tarde, en 1869, la Revista de Buenos Aires publicó un artículo de Juan María Gutiérrez, conocido interlocutor de Amunátegui, titulado "De la poesía y la elocuencia de las tribus de América", con el subtítulo "Araucanos y guaranís". Se publicó en tres partes y sólo la introducción expuso algunas ideas panorámicas sobre el itinerario histórico y cultural de los guaraníes. El resto de los apartados se concentró en la cuestión araucana. En este artículo, se analizará el valor literario otorgado a la lengua por entonces llamada araucana2, en la configuración de una tradición literaria chilena contrapuesta al linaje legitimado en la misma época por el célebre Andrés Bello. En la medida en que la adjudicación de uno de los rasgos característicos de la oratoria clásica -la elocutio- a una lengua que, como la mayoría de las que habían estado y/o todavía estaban en contacto y en alternancia con el español en este continente, no había sido objeto de estudio más allá los intereses descriptivos de la llamada lingüística misionera, se analiza cómo la apelación de Gutiérrez a lo elocuencia araucana funciona como una más de las tantas intervenciones irónicas y sagaces que realizó en torno de la querella por las lenguas y las literaturas nacionales. En este caso, consiste en ofrecer un modelo retórico virtual y, en gran medida utópico, como una respuesta americanista a los debates contemporáneos sobre el criollismo versus el casticismo y el galicismo, tanto a uno como a otro lado de la cordillera y en la apertura de una genealogía épica que reducía las posibilidades connotativas de las lenguas indígenas a un nativismo romántico (González Stephan; Schvartzman 2003; Ostria González)3 Esta intervención se produce en el cruce de varias coordenadas. Por un lado, Gutiérrez ocupaba el Rectorado de la Universidad de Buenos Aires y desde esa posición había intensificado su imagen de científico erudito a la vez que promovido las relaciones institucionales con sus pares chilenos. Desde 1861 actuaba como miembro corresponsal de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile4. El decano era entonces José Victorino Lastarria y el presidente de la Universidad, Andrés Bello, dos antiguas relaciones filológicas y afectivas de sus años de destierro en Valparaíso. Entre 1865 y 1866, Lastarria fue comisionado a su vez como Ministro Plenipotenciario chileno ante el presidente argentino, Bartolomé Mitre, y es evidente que su participación en las tertulias de Buenos Aires debió de renovar las hipótesis compartidas desde el célebre debate historiográfico chileno de 1844 en el cual habían adoptado una misma posición sobre la cuestión indígena en confrontación con la tesis sostenida por Bello y Domingo F. Sarmiento. Lastarria sostenía desde esa época que el "despliegue de una voluntad de emancipación capaz de superar el pasado colonial no sólo reconocía propuestas sujetas al liberalismo europeo. Sus orígenes, consideraba, estaban en la resistencia indígena al orden colonial" (Kaempfer: 11) Y, en cuanto tal, los araucanos debían ser objeto de conocimiento. Esta búsqueda de conocimiento del indígena se plasmaría, por ejemplo, en el acuciante llamado de Amunátegui para abordar el estudio de sus lenguas como un poderoso instrumento de análisis sobre la formación de la futura cultura nacional:

el rico minero de la lingüística americana, casi puede decirse que está aún por explotarse. Es necesario que llevemos ahí nuestras miradas cuanto antes, pues la importancia de semejante estudio no puede ponerse en duda. Siendo la ciencia de la gramática general aplicada de una manera comparativa a las diversas lenguas, nos ofrece un poderoso interés histórico y psicológico; porque solo este estudio nos permite subir más allá de los datos de la historia y de la tradición hasta el origen de las naciones (1848)

La gramática comparativa de las lenguas aparece ponderada así, por su cientificidad y por su pertinencia para resolver los apremiantes intereses históricos y políticos de la nación en ciernes5. En efecto, un año antes de la publicación del estudio de Gutiérrez sobre la elocuencia de la lengua araucana, en 1868, se debatía en el parlamento chileno la llamada cuestión de la Araucanía (Pérez). Benjamín Vicuña Mackenna, también un liberal con intensas relaciones con Buenos Aires, amigo de Mitre y futuro biógrafo de Gutiérrez (Vicuña; 1878), había desafiado: "¿cuántos de nosotros no conocemos de Arauco sino lo que de él cantó Ercilla?" (1868: 1) Se refería al poema La Araucana (1569-1578-1589), de Alonso de Ercilla, que Bello había postulado, en 1862, como el origen de la literatura nacional chilena. Para Vicuña, el legado épico a través de la versión arcádica de Bello sólo había logrado ocultar la barbarie y el salvajismo intrínsecos al pueblo "araucano"6. Su preocupación no era sólo literaria. Estaba destinada a justificar las expediciones militares bajo el eufemismo de "guerra de pacificación", pero, para hacerlo, actualizaba los planteos iniciales de los románticos de 1837 en la Argentina y de 1842 en Chile: ¿dónde debía de ubicarse el origen de la literatura nacional y cuál sería su articulación con el pasado?

Éstas eran dos de las preguntas que habían promovido algunas de las discusiones más prolongadas a ambos lados de la cordillera entre quienes habían confluido en Valparaíso en la década de 1840 y, desde entonces, compartían aventuras pedagógicas, editoriales y de gobierno sostenidas por un mismo ideario liberal, un peculiar impulso reformador y una convicción antihispanista facilitada por el escaso o nulo arraigo en una cultura virreinal (Fernández Bravo; Stuven; Narvaja de Arnoux; Pas). La relevante posición de Gutiérrez en el espacio intelectual chileno, y las múltiples interrelaciones entre uno y otro ámbito, explicarían que la beligerancia del discurso de Vicuña haya sido uno de los ejes disparadores del estudio sobre la lengua araucana del argentino o, al menos, el desencadenante de su publicación. De hecho, comparten el esquema argumentativo y muchas de las fuentes documentales aunque difieren en la evaluación críticas de éstas y en las consecuencias lógico-discursivas que se extraen.

El trabajo de Gutiérrez intentará demostrar, en coincidencia con Vicuña, la futilidad de pretender avanzar sobre el conocimiento de los indígenas a partir de su poetización. Para ambos, la representación de Ercilla no puede aportar conocimiento sobre la otredad indígena y asumen, en consecuencia, la caducidad del legado de Bello, quien había ocupado hasta su muerte, tres años antes, la posición de faro y de árbitro entre los letrados chilenos (Subercaseaux; Troncoso Araos). La coincidencia en que La Araucana ya no podía actuar como validación del conocimiento interétnico y, en consecuencia, no podía ocupar el sitio fundacional de la literatura chilena, tal como había afirmado Bello, los enfrenta, sin embargo, en la postulación de validaciones alternativas. Para negar el verosímil heroico del poema de Ercilla, Vicuña recuerda la crueldad aborigen documentada en las crónicas españolas sobre la conquista y la consecuente futilidad de la "guerra defensiva", una política intercultural errónea de donde concluye la imperiosa necesidad de la intervención armada para asegurar la frontera más allá del Bío Bío. Gutiérrez, en cambio, fiel a su animadversión hacia todo lo hispánico, rechaza estas versiones de los cronistas españoles que califica como "primitivos" y señala que la "guerra defensiva no fue infructuosa y perjudicial por defecto de su teoría sino por la imperfección de los medios sociales y morales con que se quería llevarla a la práctica" ([1869] 2007: 267), en sus términos, por la incapacidad, la ignorancia y la corrupción de los españoles que la ejecutaron. En contra de su reemplazo por la ofensiva armada propuesta por Vicuña, concluye en la necesidad de alcanzar un conocimiento científico de la "civilización araucana", "auxiliándose al efecto de las reglas de la filología moderna y abandonando esas absurdas gramáticas de los misioneros" ([1869] 2007: 256). Se refiere al Arte y Gramatica General de la Lengva que corre en todo el Reyno de Chile... escrita por el padre Valdivia en 1606 y el Arte de la Lengua General del Reyno de Chile, del también jesuita catalán Andrés Febrés publicado en Lima en 1765, dos textos muy conocidos en la época (Schvartzman 1998; Serrano y Jaksic; Malvestitti 2010; Nicoletti y Malvestitti). Con argumentos similares, también de Amunátegui había rechazado la falta de cientificidad de las gramáticas misioneras7 y propuesto la necesidad de actualizar los instrumentos de análisis para poder abordar la poeticidad inherente a estas lenguas: "estos idiomas ofrecen más riqueza, matices más finos de lo que podía esperarse en el estado de atraso de los pueblos que los hablan. Son, según se afirma, de una composición tan artificial, tan ingeniosa que la fantasía refiere por necesidad su invención a alguna nación antiguamente civilizada" (1848)

La filología moderna reemplazaría, desde ambas posturas, a los estudios jesuíticos ya que permitiría demostrar "cómo la lengua de que tratamos es apta para el lenguaje apasionado y figurativo propio de la elocuencia y de la poesía" (Gutiérrez [1869] 2007: 288) Se hace patente cómo, en un período de intensas discusiones sobre la formación de las literaturas nacionales y sobre las variedades lingüísticas más aptas para su conformación, Gutiérrez intentará demostrar que el araucano es también o puede ser una lengua de cultura8, tal como había sugerido de Amunátegui.

La enorme vitalidad de esta lengua general, que era todavía usada para la transacción económica y administrativa en muchos de los territorios emancipados, había quedado atestiguada en la difusión de varias proclamas independentistas y de numerosos sermones, cartas y folletos rescatados en los últimos años por historiadores interesados en la interacción de las elites con los sectores populares.9 Frailes, militares, comerciantes o gobernadores dejaron testimonios además de la actuación cotidiana de intérpretes y traductores que facilitaban el contacto cultural y lingüístico a lo largo de la frontera. Sin embargo, no aparece registro alguno de esta vitalidad en el estudio de Gutiérrez ni en la propuesta anterior de Amunátegui. Ambos se refieren, en general, a los atributos poéticos de una lengua usada en el pasado. Ésta poseía, sin embargo, una tradición de observación y de registro que ambos descalifican como gramáticas absurdas. Las descripciones coloniales de la lingüística misionera habían centrado sus esfuerzos en la identificación y clasificación de aspectos léxicos y gramaticales urgidos por las necesidades de la evangelización (Salas; Briones y del Río; Malvestitti 2010). Las nuevas posturas modernas y liberales enfatizarían, en cambio, su plasticidad poética y su elocuencia, atributos que, con pocas excepciones, se le retaceaban ya al español heredado y se le adjudicaban, en cambio, a las lenguas que fundamentaban las nuevas aspiraciones culturales y políticas: al francés de la Ilustración, al inglés del pragmatismo, al quechua del incario y a este araucano del Arauco (Salto; 2010)

"Ha sido [necesaria], dice Gutiérrez, la influencia de los siglos para que las miradas de la ciencia" se dirijan ahora hacia otros objetos de análisis, antes desdeñados ([1869] 2007: 256). Se refiere a las creencias, los idiomas, las ciencias y artes de aquellos pobladores de la llamada Araucanía. Para su estudio y análisis postula la pertinencia de las relaciones de los historiadores y de los viajeros, no de los conquistadores, porque "la poesía -dice, en obvia alusión a Ercilla y a su comentarista, Bello- no expresa siempre la realidad" ([1869] 2007: 275) o bien "Sería impertinencia el proponerse dotar a los indios de Arauco de las mansas costumbres de los habitantes de la Arcadia poética" ([1869] 2007: 272). En lugar de atributos arcádicos virgilianos, opta por la elocuencia, uno de los rasgos más valorados por la preceptiva clásica y con evidentes articulaciones con la retórica. La elocutio era considerada, de hecho, la más importante de las cinco partes en que se desglosaba la actividad del orador (inventio, dispositio, elocutio, memoria y actio), aunque en un proceso iniciado varios siglos antes, venía perdiendo funcionalidad en un ámbito que, como señala Gutiérrez mismo, proponía ahora saberes "científicos" y "modernos". Elvira Arnoux constata, por ejemplo, cómo los manuales de esta época comienzan a reemplazar el título de "retórica" por el más moderno de "bellas letras", "bellas artes" o "poética", según los casos.

Sabemos que, desde mediados del siglo dieciséis, la valoración del pasado grecolatino había confluido con las últimas fases del latín como lengua literaria. Mientras que los filólogos humanistas habían identificado y fijado en esta época una de sus variedades, el ciceroniano, como escritura correcta y encumbraban la elocuencia y la armonía de su sintaxis como modelo a seguir, la mayoría de los escritores no dominaban ya este estilo ni aspiraban a hacerlo. Preferían la comunicabilidad de lo coloquial, la creatividad de un léxico en proceso de formación y la maleabilidad de una sintaxis imperfecta. Este congelamiento del latín en una variedad de cultura lo alejó, entonces, del uso general y, junto con la difusión de las propuestas erasmistas de llaneza y de naturalidad comunicativa, contribuyó a la aparición, hacia fines del dieciséis, de una serie de textos que impugnaban el modelo ciceroniano (deudores, en ciertos aspectos, del Ciceronianus (1528) de Erasmo mismo) y proponían la retórica de Tácito -en otros casos, la de Séneca-, como los nuevos modelos a seguir. Si bien el modelo del latín ciceroniano perduró, con ciertos matices, hasta fines del siglo dieciocho, las preferencias por la sintaxis compleja y la argumentación meramente estilística serían arrumbadas como rasgos de las lenguas muertas y, en su lugar, se ponderaría la elocuencia basada en la razón más que en los efectos de estilo, propios de la elocuencia de Cicerón (Lumsden-Kouvel 194-5). El estilo de Tácito estaba vinculado con la claridad, la propiedad y la brevedad. Es así como en la prosa incluso castellana, no sólo latina, comienzan a usarse en esa época las máximas, los aforismos, las anécdotas, los exemplum, como estrategias retóricas destinadas a la difusión de un modo de hablar sencillo, que allane la comunicación. Se enfrentará desde entonces una elocuencia lacónica y humilde, la "ática" o propia de Tácito, frente a una elocuencia artificiosa, de períodos grandilocuentes y profusión de figuras, "romana" o de Cicerón, que quedará catalogada como un rasgo del humanismo renacentista, el nivel más alto de las lenguas de cultura, sin demasiadas consecuencias para la resignificación del resto de las lenguas en el período moderno. Esta disquisición historiográfica y filológica permite observar las razones por la que, en su caracterización de los araucanos, Gutiérrez califica la elocuencia de sus jefes con los atributos propios de las figuras ciceronianas:

Los historiadores no aciertan a ponderar bastante el uso acertado que sabían hacer aquellos indígenas de las "figuras de sentencia" que encienden en los ánimos de los oyentes los afectos de ira y de indignación que arden en el ánimo del orador. También sabían inspirar en los mismos los sentimientos de lástima, de compasión y de misericordia, usando vivísimas prosopopeyas, hipótesis, reticencias irónicas que sirven, no para preguntar, sino para reprender y argüir, a la manera de Cicerón ([1869] 2007: 298)

El párrafo identifica, con detalle, la mayoría de los "defectos" que los autores "modernos" habían señalado en los artificios de la oratoria ciceroniana y que los había llevado a preferir el laconismo y los argumentos razonados de Tácito por sobre las figuras que inducían a la persuasión mediante la pasión. De hecho, el manual del compañero de exilio y de intereses glotopolíticos de Gutiérrez, Vicente Fidel López (Curso de Bellas Letras, 1845), establecía con claridad que:

La elocuencia no puede ser en nuestros días el órgano de las pasiones vulgares, sino el órgano de los progresos filosóficos de la civilización i de los adelantos industriales que la ciencia i la actividad mercantil derraman liberalmente sobre los pueblos. La elocuencia política no debe ser oi ajitadora sino dogmática (López 166, cit. en Narvaja de Arnoux 382)

Queda claro en la cita que el modelo vigente es la elocuencia pragmática de Tácito y no la artificiosa y pasional de Cicerón. Sin embargo, Gutiérrez pondera a los araucanos por sus valores ciceronianos. Al hacerlo, los aleja de la Arcadia de Bello ya que los pastores virgilianos no se expresaban en largos y artificiosos períodos ciceronianos ni participaban en elocuentes parlamentos "de palabras graves y severas que argüían (...) el entendimiento y valor de uno de los emperadores romanos más antes que de un bárbaro chilense" ([1869] 2007: 305). Retiene, sin embargo, uno de las imágenes fundantes de la visión arcádica: también estos araucanos viven en un pasado remoto, alejado de toda vinculación con el presente, porque tal como había postulado Gutiérrez en su célebre intervención de 1837 en el Salón de Marcos Sastre: "La conquista cortó el hilo del desenvolvimiento intelectual americano" ([1837] 2007: 6) Los araucanos forman parte del pasado y así lo había aclarado de Amunátegui: "el indio [...] es el monumento vivo de una civilización concluida ya"10. Tanto es así que para Gutiérrez mantienen la elocuencia ciceroniana, merced a su falta de contacto con el devenir de las lenguas. "Éstos naturales de Chile -dice- como los germanos de Tácito (e incorpora una cita textual que encomilla) 'formaban una raza indígena que se renovaba por si propia y a nadie sino a ella misma se parecía'" ([1869] 2007: 272). La comparación los ubica así fuera de la línea temporal y lejos de cualquier contacto interétnico: una raza única que se autogenera. De hecho, los rasgos que Tácito había atribuido a los germanos confluían en la configuración de la imagen del "buen salvaje" tanto en Jean-Jacques Rousseau como en Michel de Montaigne y una larga cita de este último da fin al estudio de Gutiérrez "nada hay de salvaje ni de bárbaro en aquellas naciones (se refiere a las americanas), sino en tanto que cada cual llama bárbaro todo aquello que se aparta de sus usos" ([1869] 2007: 308). Unas pocas páginas antes, había aclarado que su descripción de usos y costumbres, en la que está incorporada la comparación con los germanos, obedece a la intención de demostrar que los pueblos que está analizando "no eran tan bárbaros como algunos creen y que antes por el contrario practicaban muchas de las artes que hacen cómoda la existencia del hombre" ([1869] 2007: 275). Una de estas artes o aquella a la que le concede más dedicación es a la elocuencia ciceroniana.

En síntesis, por una otra vía, la "cuestión araucana" se presenta en el texto de Gutiérrez como un dilema prioritariamente filológico11. Está en disputa una interpretación del pasado y, sobre todo, las fuentes documentales que harán asequible una u otra interpretación (Triviños Araneda; Troncoso Araos) A pocos años de la muerte de Bello, su impronta había comenzado a ser discutida y su lectura de Ercilla generaba más resquemores que certezas12. Los vanos intentos diplomáticos de Lastarria para alcanzar un acuerdo proyectivo y la inminencia de las expediciones hacia la frontera Sur habrían promovido la indagación filológica de Gutiérrez en torno de las lenguas indígenas, el araucano, entre ellas, a partir de un archivo alternativo. Fustiga los repertorios vigentes: las gramáticas misioneras y los poemas épicos porque descree de su poetización arcádica. Promueve, en su reemplazo, otras fuentes que considera científicas: los relatos de cautivos -Cautiverio feliz (1673) de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán13-, los poemas épicos escritos por criollos -Arauco Domado de Pedro de Oña (Gutiérrez 1848)-; relatos de viajeros y curiosamente de algunos jesuitas, como el Padre Olivares, a quien rescata también por su condición de criollo nacido en Chile. A partir de estas otras fuentes, reubica a la Araucanía en un linaje diferente: aquel que desde la Germania de Tácito lleva hasta la figura ilustrada del buen salvaje, una imagen que coincidía con el interés romántico por las culturas primitivas. ¿Qué era esa primera lengua primitiva -se había preguntado Johann G. Herder en 1770- sino una colección de "elementos de la poesía"? Y a la lengua primitiva y poética de los araucanos Gutiérrez le otorga el valor retórico por antonomasia: la elocuencia ciceroniana que había logrado fijar el latín en una variedad de cultura entre los siglos quince y dieciséis. Esboza, en consecuencia, una respuesta lingüística y poética a la "cuestión araucana"14: ubica su lengua en el origen fundacional de la literatura chilena, ya no en un poema épico escrito por un español, sino en el relato de cautiverio de un joven chileno y lo hace a partir de los mismos valores que el Renacimiento había usado para canonizar la argumentación ciceroniana. En esta estrategia coincide, una vez más, con Miguel de Amunátegui quien veinte años antes había postulado: "Para expeler a los españoles, nos hemos proclamado representantes de los indígenas [...] podríamos suplir con [su historia] los recuerdos que nos faltan". Ante la carencia de una memoria a partir de la cual dotar de historicidad a la literatura nacional Gutiérrez habrá de apelar a la resignificación del Arauco. Para algunos, un antecedente espurio y, en breve, extirpable, sólo tolerable en la formulación arcádica de Ercilla. Para él, un repositorio filológico que merecería evitar la contienda para poder profundizar, en cambio, su exploración científica. Entre una y otra posición, "un pueblo sin recuerdos", como había sentenciado de Amunátegui, debate los límites y posibilidades de encontrar su memoria para poder alcanzar la siempre declamada independencia literaria.

Notas

1. Agradezco a Hernán Pas el hallazgo de este documento y su generosa transcripción.

2. En el resto del artículo se mantiene el vocablo histórico "araucano" que era usado en la época para referirse tanto a las comunidades hoy descriptas como "mapuche", "tehuelche" o "ranquel" así como a sus lenguas, entre ellas, el "mapuzungun" (Lazzari y Lenton; Fernández Garay 142-5; Malvestitti 2007; 2010)

3. Las hipótesis preliminares de este capítulo fueron presentadas en el VII Congreso Internacional Orbis Tertius (La Plata, mayo de 2009) y en las XIX Jornadas de Investigación de la Facultad de Ciencias Humanas (General Pico, septiembre de 2009)

4. Anales de la Universidad de Chile, sesión del 9 de marzo de 1861.

5. Miguel de Amunátegui ha sido reconocido como un discípulo predilecto de Lastarria y también de Bello por su acendrado interés en la postulación de una literatura independiente (Subercaseaux 141-2)

6. Cfr. "Que el indio (no el de Ercilla sino el que ha venido a degollar a nuestros labradores [...]no es sino un bruto indomable, enemigo de la civilización porque solo adora todos los vicios en que vive sumergido..." (Vicuña Mackenna 1868: 7)

7. Cfr. "hasta ahora no han sido estudiadas más que por los misioneros y los viajeros. Aquellos no han tenido en sus investigaciones un objeto científico, y no han trabajado en ellas, sino por el servicio de su religión; mientras que estos solo han podido estudiarlas de paso, llamando preferentemente su atención la gigantesca y majestuosa naturaleza de la América" (1848)

8. Se utiliza operativamente el término lengua de cultura, acuñado por el funcionalismo praguense y actualizado en las últimas décadas por Richard Baum, para reconocer una variedad de la lengua que históricamente fue ubicada en el máximo nivel de prestigio y que no se reduce a la lengua literaria.

9. Un documento de esta interacción era, por ejemplo, la Gramática y diccionario de la lengua pampa (1825) de Juan Manuel de Rosas (Kornfeld y Kugel). En los últimos años, además, ha sido rescatado el valor de los parlamentos en la diplomacia interétnica (Contreras Painemal) y un extenso corpus historiográfico registra el contacto y la alternancia lingüística y cultural.

10. Unos párrafos antes, al ponderar los elementos civilizatorios de las lenguas indígenas aclara: "no digo civilizada a la manera de los modernos, sino como lo estaban los griegos de Homero, teniendo ideas morales desarrolladas, sentimientos exaltados, imaginación viva y galana, en fin bastante tiempo y tranquilidad para entregarse a meditaciones, para crearse abstracciones" (1848)

11. En 1848, durante su estadía en Valparaíso, Gutiérrez publicó, además, una edición del Arauco domado (1596) de Pedro de Oña con un importante estudio preliminar. Cfr. "Durante el prolongado exilio chileno, Gutiérrez viajó en dos ocasiones a Lima y Guayaquil, donde su hermano Juan Antonio era cónsul de Chile. Estas estancias fueron muy fructíferas para sus investigaciones en torno al pasado colonial. El primer viaje, realizado entre 1847 y 1848, le proporcionó los contactos necesarios en la Biblioteca Nacional de Lima para recibir el texto y el permiso de impresión del Arauco Domado de Pedro de Oña. La obra fue editada en Valparaíso en 1849 gracias al apoyo de la Imprenta Europea, tras haber publicado el prospecto en busca de suscriptores en 1848" (Rodríguez Martín 15)

12. En sus Recuerdos literarios (1878) Lastarria incluso dedica un apartado a la discusión con Vicuña Mackenna sobre el escaso, en términos de Lastarria, influjo de Bello sobre la cultura chilena de su época. Defiende, en este caso, la importancia de su maestro, José Joaquín Mora.

13. Esta revalorización del Cautiverio feliz coincide con una tendencia reciente a ubicarlo en los inicios de un linaje poscolonial en la literatura chilena. Véase, entre otros, el estudio de Castillo Sandoval.

14. Alberto Blest Gana lo había intentado con escaso éxito en Mariluán, su novela de 1864.

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