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Revista Pilquen

versión On-line ISSN 1851-3123

Rev. Pilquen  no.14 Viedma ene./jun. 2011

 

COLABORACIÓN

De la crítica a la reconstrucción. Alternativas de las trayectorias sociológicas

 

Paulina Perla Aronson
paronson@fibertel.com.ar
Instituto de Investigaciones Gino Germani; Facultad de Ciencias Sociales -UBA

Recibido: 29/07/11
Aceptado:
05/08/11

 


Resumen
El presente escrito examina algunas caracterizaciones de la idea de intelectual, cuyos contenidos dan cuenta de los numerosos matices que encierra y las heterogéneas argumentaciones elaboradas para detallarla. El desarrollo de los apartados se nutre de los estudios sobre el tema y reseña las variaciones imputables a las distintas situaciones históricas, las vicisitudes de la relación entre intelectuales y política y las dificultosas articulaciones entre pensamiento, democracia y desigualdad. A modo de ilustración de los problemáticos nexos que vinculan a los productores universitarios de conocimiento con su propio campo disciplinar, con los factores de poder y con la definición de su lugar en las luchas por el monopolio del conocimiento y de los medios de orientación de la vida colectiva, se incluye un punto relativo a las concepciones de los académicos argentinos que actúan en el campo de la sociología. En este caso, los datos provienen de entrevistas realizadas a profesores-investigadores que desarrollan tareas en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Las conclusiones pretenden mostrar que el pensamiento reflexivo y el poder mantienen entre sí relaciones inestables que renuevan los debates sobre el rol y reinstalan el problema de la legitimidad de la autonomía intelectual.

Palabras clave: Intelectuales; Conocimiento; Análisis simbólico; Democracia; Sociología.

From the critic to reconstruction. Alternatives of the sociological trajectories

Abstract
This paper examines some of the features of the idea of an intellectual, accounting for the many nuances that its components enclose and the heterogeneous arguments that are elaborated in order to illustrate it. The development of the sections are based upon studies on the subject made by many analysts, and it reviews the changes attributable to the different historical situations, the vicissitudes of the relationship between intellectuals and politics, and especially, the difficult articulation between thought, democracy and inequality. As an illustration of the problematic ties which bind the university producers of knowledge with its own disciplinary field, the factors of power, the definition of their place in the struggles for the monopoly of knowledge and the means of orientation of collective life; the work includes an item on the conceptions of Argentine academics working in the field of sociology. In this case, data comes from in-depth interviews with professors- researchers developing activities in the School of Social Sciences at the University of Buenos Aires. The findings aim to show that reflective thinking and power maintain unstable relationships that renew the debates about the role and reinstall the problem of the legitimacy of intellectual autonomy.

Key words: Intellectuals; knowledge; Symbolic analysis; Democracy; Sociology.


 

INTRODUCCION: TEORÍAS Y EVIDENCIAS

Una copiosa literatura respalda el conocido aserto según el cual la temática de los intelectuales constituye un tópico de amplio y pormenorizado tratamiento. Para puntualizar las razones de ese hecho corresponde situarlo en el contexto de las inquietudes que dan origen a la sociología. El estudio de la modernidad -fuerza innovadora capaz de arrasar con las formas anteriores de organización social- se desarrolla conjuntamente con el análisis del colectivo dedicado a la elaboración, transmisión y difusión de conocimientos. Las preguntas que se les formulan son similares y persiguen explicar no sólo el nuevo formato de la sociedad -con sus también nuevos agrupamientos-, sino las condiciones institucionales que posibilitan el surgimiento de figuras con una formación especial y una actitud particular ante los poderes fácticos. Contra ese fondo, no es extraño que sean ellas quienes se vuelvan sobre sí mismas para esclarecer su lugar en la estructura social y definir la especificidad del saber que portan.

El presente escrito revisa algunas propuestas, cuyos contenidos dan cuenta de las numerosas facetas que encierra el concepto de intelectual y las diferentes argumentaciones elaboradas para detallarlo. Se trata de rastrear sumariamente su evolución a través del tiempo, con énfasis en dos temáticas: las ideas que le sirven de base y las dimensiones de vinculación que cada momento histórico privilegia. En cuanto a las representaciones actuales del intelectual, se hace foco en el pasaje desde el ámbito académico hacia el objeto de estudio y desde la reclusión a la intervención en el espacio público. Asimismo, se incluyen testimonios de sociólogos argentinos, algunos derivados de entrevistas realizadas en el marco de una tesis doctoral1; otros, procedentes de publicaciones que recogen discusiones académicas en ocasión del balance del quehacer en el arduo y costoso proceso de transición a la democracia en la Argentina.

ENTRE LA AVALORATIVIDAD Y LA CRÍTICA SOCIAL

A los sociólogos se los considera adolescentes rebeldes
que rechazan enérgicamente los hechos y las fábulas impuestos
por los testarudos adultos de este mundo (Friedrichs 1977: 70)

Para seguir la senda de la sociología a lo largo del intrincado proceso de su constitución como disciplina científica, y para situar al sociólogo dentro de ese recorrido, no está de más traer a la memoria las diferencias entre religión y ciencia. La primera, alude a un movimiento durante el cual la sociedad se vuelve consciente de sí misma, desde luego en una forma simbólicamente transmutada (Giddens 1993) La segunda, en cambio, es aquel instrumento creado por el hombre que contribuye al conocimiento creciente de las condiciones generales de la vida (Weber 1998) La distinción ilumina la escasa distancia que las separa y abre una vía fértil para entender por qué el intelectual es calificado como una especie de clérigo implicado en la creación de principios generales relativos al manejo de los asuntos humanos. A la vez, permite precisar la singularidad del campo sociológico con sus diversos marcos conceptuales, modos de pensar y apreciaciones del rol profesional.

Mucho antes de que se proclamara su condición multiparadigmática2, la sociología se desplegó a lo largo de un continuo entre los polos del orden y el conflicto: una corriente sustentada en la voluntad de mantener el equilibrio institucional y social o de reestablecerlo después de sucesos perturbadores, y otra basada en la concepción de que lo sustantivo de la labor sociológica consiste en develar la explotación, la desigualdad, la exclusión y los mecanismos de poder de los grupos hegemónicos. La formulación en torno al orden constituyó una reacción contra el individualismo ilustrado y la formalización de los derechos del hombre (Therborn 1980), mientras los enfoques centrados en el conflicto se nutrieron de la pugna ideológica y social asociada con la revolución industrial y los procesos subsiguientes (Lamo de Espinosa et al. 2002) Desde el inicio, los conceptos de orden y estabilidad se fusionaron con los de conflicto y lucha, dando el tono a la sociología occidental a lo largo de dos siglos. Pasar de este horizonte a la idea de intelectual supone una compleja operación que entraña la interiorización de una imagen de la sociedad y de la naturaleza de la actividad. Tales cuestiones resultan en representaciones básicas y decisivas cuyo alcance supera los asuntos concernientes a la concepción del objeto de estudio, las teorías y la evidencia empírica acumulada. Según como se resuelvan los problemas vinculados a la definición de la sociedad y del rol profesional, así serán los preceptos y las tomas de posición que, a grandes rasgos, caben en la clasificación que discrimina entre una forma profética y una sacerdotal. Si el sociólogo se piensa a sí mismo como alguien cuya misión intelectual radica en criticar la sociedad, sella un compromiso que lo arranca de la neutralidad y lo lleva a tratar a sus semejantes no como medios para los fines del conocimiento, sino como fines en sí mismos (Friedrichs 1977), a lo que se agrega una concepción del mundo conformada en torno a la progresiva perfección del orden social y del hombre mismo. El modo sacerdotal, en cambio, pone el conocimiento al servicio de las instituciones que lo requieren, con lo que la actividad se organiza menos en términos de crítica social que de especialización técnica, contribuyendo no sólo a la conservación y salvaguarda de la profesión, sino también a su expansión. Representa una cierta omisión de las implicaciones prácticas del quehacer y la correlativa atribución de valor a la función aplicada, vale decir, un "[...] ascenso de la necesidad al púlpito del depuesto 'deber ser'" (Friedrichs 1977: 103) Esa actitud sustrae del debate público los problemas sociales, considerándolos sencillamente asuntos de orden técnico, y convierte al sociólogo en un experto orientado por la avaloratividad y sólo preocupado por incrementar su autoridad, diagnosticar e intervenir en la resolución de problemas e instaurar un mercado de bienes y recursos sociológicos.

Con independencia de la categoría en que se ubique, su situación es siempre incierta, pues la elección conlleva una tensión irresoluble entre la autonomía del pensamiento -o la aventura de la mente, como afirma Johnson (2000)- y la profesionalización, cada vez más apartada de la discusión valorativa.

EL INTELECTUAL MODERNO

En cada sociedad existe una minoría de individuos que en mayor medida
que el común de las gentes, están animados por un espíritu de indagación
y anhelan entrar en frecuente comunión con símbolos más genéricos que las
inmediatas situaciones concretas de la vida cotidiana y más remotos
en su referencia tanto al tiempo como al espacio (Shils 1976: 19-20)

Al pensador individual -cuya reflexión no sabía de otra restricción que su propia voluntad de conocer, sin el control de ningún colectivo u organización- le sigue el sabio -patrocinado por príncipes y mecenas y más tarde incorporado al funcionariado civil y eclesiástico-; finalmente, el intelectual universitario coincide con el surgimiento de una comunidad científica y humanística de rasgos propios. Además de reglas cuya consolidación formal resulta de su continua aplicación, los símbolos y las creencias concurren a forjar una idea de verdad que entra en tensión con el poder y la autoridad. Y pese a que en todos los tiempos existieron individuos preocupados por las situaciones de injusticia y desigualdad, solo a partir del siglo XVII puede hablarse con propiedad del surgimiento de un grupo intelectual con un ethos particular y un sentido de la vocación. La expansión de centros de poder y de grupos de referencia descongelan la cultura imperante y dan lugar a un conflicto de ideas con pretensiones de llegar a un público cada vez más extenso. Para que esa inclinación llegara a ser socialmente reconocida, hizo falta que se combinaran dos condiciones: un auditorio con quien sostener un intercambio regular y el contacto continuado de los intelectuales entre sí, único modo de disponer de normas metodológicas comunes y pautas de excelencia resultantes de la discusión y puesta a prueba de ideas e interpretaciones (Coser 1968)

Los filósofos del siglo XVIII y los ideólogos de las primeras décadas del siglo XIX pueden reconocerse como los nacientes intelectuales modernos (Maldonado 1998), aunque hubo que esperar hasta 1898 para que la palabra "intelectual" ingresara al vocabulario corriente a raíz de las violaciones jurídicas que rodearon el caso Dreyfus. Escritores, científicos, profesores universitarios y profesionales de diverso tipo descendieron a la arena política para defender un conjunto de principios, más que de ventajas personales o poder político (Coser 1968; Bourdieu 1999; Maldonado 1998) Su involucramiento en el espacio público y el cuestionamiento del orden social vigente dio inicio a una concepción del intelectual como hombre de cultura, alguien que interviene en lo político a través de sus competencias cognitivas, las que le proporcionan herramientas para detectar e interpretar los problemas generales de la sociedad (Bocaz 2002) Así, durante los años 30 del siglo XX, el intelectual deviene en una especie de conciencia crítica cuya relevancia se refuerza en el período que se extiende entre la segunda posguerra y la mitad de los años 70. Se trata de alguien que toma posición ante las luchas políticas y civiles, un faro o una guía que vislumbra el futuro y es gestor privilegiado de un mundo más justo y más equitativo3.

LAS PECULIARIDADES DEL IDEÓLOGO Y EL TÉCNICO

El profeta de las ideologías […] casi nunca habla en nombre de la ideología
que representa, sino casi siempre en nombre de la "objetividad" de la ciencia.
Mientras el profeta religioso pretendía terminar con la ciencia,
el ideológico pretende ponerla a su servicio (Mires; 2002: 95)

Como consecuencia de un engorroso proceso durante el cual se precisan los límites definicionales de dichas categorías, comienza a difundirse la distinción que segrega a ideólogos de expertos. Entre muchas, destaca la célebre identificación gramsciana de un intelectual orgánico y uno tradicional (1997), la de Peter Snow, quien los agrupa en humanistas y técnicos-expertos (2000) y la de Zygmunt Bauman, cuyo enfoque diferencia entre legisladores e intérpretes (1997)

Norberto Bobbio, por caso, hace hincapié en dos categorías: los ideólogos, promotores de consenso y ocupados en proporcionar principios-guía, valores, ideales y hasta concepciones del mundo4; y los expertos, quienes ponen a disposición principios-medio, conocimientos que posibilitan el logro de fines en un sentido estrictamente técnico y racional (1998) Mientras el ideólogo puro se siente cómodo en el universo de los fines y presta poca atención a los medios y a las consecuencias, el técnico puro está tan absorbido por los medios y los resultados que termina descuidando las finalidades sustantivas. En el contexto de la crisis de la sociedad industrial, la contraposición deja ver el "[...] renacer del utopismo, que es el triunfo de la ideología en estado puro, y, en el extremo opuesto, la declaración del final de las ideologías, que es el triunfo del puro tecnicismo" (Bobbio; 1998: 65) La antinomia desemboca en la construcción de dos conjuntos bien diferenciados: los ideólogos-utopistas-humanistas -cuya actividad principal arraiga en la elaboración y manipulación de ideas- y los expertos-técnicos-científicos -manipuladores de datos y conocimientos útiles-. Si a través de pautas éticas, los primeros forjan principios que justifican, hacen aceptables y legitiman acciones, los segundos indican cuáles son las herramientas más adecuadas para alcanzar un fin determinado, empleando para ello juicios pragmáticos y utilitaristas.

EL MANIPULADOR DE SÍMBOLOS

[...] el saber debe defender su independencia en relación con
un poder siempre insuficientemente democrático; pero también puede interpretarse,
al revés, para iluminar la necesidad en que se halla un poder
insuficientemente democrático de defenderse de un saber independiente.
(Alba Rico http://www.rebelion.org/noticia.php?id=18100)

El "analista simbólico", categoría acuñada por Robert Reich (1993) para describir los servicios de intermediación estratégica ajustados a la manipulación de símbolos, informa sobre un perfil profesional cuyos rasgos se acomodan a una cierta superación de la dicotomía entre investigadores y decisores. En paralelo con el surgimiento de nuevos entornos interactivos que reúnen agentes poseedores de heterogéneos intereses y conocimientos, se estructura una nueva configuración: las relaciones entre sus miembros adquiere una horizontalidad que se construye a lo largo del proceso de producción de conocimiento y en el marco de organizaciones con fronteras elásticas y transdisciplinares; la decisión acerca de qué investigar y cómo llevarlo a cabo no es una prerrogativa individual, ya que lo que se impone es el "contexto de aplicabilidad" que demanda no tanto contenidos de verdad como modos de "saber hacer"; las representaciones, ideas y símbolos que se comunican no buscan obtener el reconocimiento de los colegas disciplinares, ni pretenden resguardar las pautas académicas; son habilidades que se practican y que están siempre "[...] más próximas al polo de la acción -y de las decisiones- que al polo de la producción" (Brunner; 1993: 38) Su carácter heterárquico y transitorio, localizado y específico, se amolda perfectamente a la interacción con el nivel decisorio. En virtud del incremento de espacios potenciales de producción de saber (universidades, centros de investigación, organismos gubernamentales, laboratorios empresariales, grupos de reflexión y equipos de asesoría), el conocimiento de los sociólogos es uno más entre los muchos que circulan5. Por tanto, se busca persuadirlos para que se sobrepongan al retraimiento, abandonen la oscuridad de la academia y se dirijan hacia los ámbitos en los que el conocimiento puede producir verdaderos cambios en la sociedad6. En contraposición con el "intelectual resentido", es un "articulador" que según esta perspectiva desempeña una función absolutamente necesaria para la orientación que ha tomado la división del trabajo. La apreciación de su tarea arraiga no tanto en el valor simbólico de su saber, sino en el servicio que presta para fines prácticos. De allí que deba contar con suficiente perspicacia como para descubrir nuevos conocimientos y tecnologías y para diseñar procedimientos a ser aplicados por los decisores.

Tales atributos sólo pueden enseñarse en el marco de programas de estudio fluidos e interactivos dirigidos a la adquisición de cuatro destrezas: "abstracción", o habilidad para comprender y manejar la realidad; "pensamiento sistémico", es decir, aptitud para identificar y definir causas, efectos y relaciones; "experimentación", o determinación para explorar por sí mismo el proceso de aprendizaje, haciéndose cargo de la responsabilidad y la necesidad de educarse permanentemente; "colaboración", o idoneidad para aprender grupalmente, compartir problemas y soluciones, comunicarse, negociar, afrontar las críticas de otros, solicitar ayuda y reconocer los méritos de los demás. La abstracción desempeña un papel decisivo, pues permite descubrir patrones y significados aptos para simplificar la realidad, de modo que pueda comprenderse y manejarse de maneras diferentes (Reich 1993)

El nuevo profesional, entonces, goza de "[...] una significativa "autonomía relativa" del entramado formado por las fundaciones, centros de investigación, tanques de pensamiento y consultoras especializadas que elaboran sus diagnósticos y recomendaciones de políticas" (Camou; 1997: 65-66) Dichas instituciones, de carácter semipúblico o semiprivado, no dependen enteramente de las demandas de los empresarios o de las entidades multilaterales; su rol se basa en la mediación entre los circuitos de expertise y esosintereses, con lo que no sólo ayudan a organizarlos, sino que influyen en las políticas estatales. Tal situación los coloca en un puesto privilegiado que tiende a apartarlos de los funcionarios que trabajan en actividades rutinarias de producción. Constituyen una especie de clase asesora, desconectada y descomprometida con respecto a la política, sumergida en la creación y la innovación, y a la cabeza de un entorno cultural signado por la fluidez de los nexos que establece con la economía. Descriptos en esos términos, los analistas simbólicos manifiestan las trazas de una minoría exclusivista especialmente dotada, detentadora del monopolio del pensamiento lógico y de la capacidad para procesar y utilizar la información, lo que los distancia de la ciudadanía e introduce un elemento disruptivo en la ya complicada agenda de democratización de los países. El giro supone el pasaje desde el "intelectual" al "científico", más tarde al "técnico" en cuanto figura que manipula herramientas de ingeniería social y, por último, al "analista simbólico", alguien cuyo capital consiste en saber utilizar datos, enunciados e imágenes orales y visuales7.

A partir de la década de los 80, en la Argentina se verifica un notable incremento de la participación de profesionales en las burocracias estatales, especialistas sin filiación partidaria que actúan produciendo y reuniendo interpretaciones, cuestión que pone en evidencia nuevas articulaciones de hegemonía asociadas a las modernas instituciones del conocimiento (Camou, 1997) Dado que el saber que portan resulta útil para la generación de acuerdos y políticas de gobernabilidad democrática en sociedades cada vez más complejas y diferenciadas, el poder pasa a ser un espacio compartido por especialistas y decisores. Su actuación en materias de gran importancia pública tiende a disolver la distinción entre racionalidades: el cuestionamiento del mundo -y hasta su negación radical, rasgo del intelectual tradicional- es reemplazada por la formación de consenso y la reducción de la complejidad social. No obstante, la especialización, la racionalidad instrumental y el aura de neutralidad de ambas, bosquejan un horizonte en el cual la tensión entre actividad intelectual y acción política no se resuelve, aunque posibilita "[...] un tipo de intervención sobre la base de negar la presencia de esta última" (Suasnábar 2004: 57) En esa dirección -y dado que la función social y política del simbolismo se relaciona con la creación de acuerdos, con la integración social y la imposición de sistemas de clasificación política que confirman y/o transforman la visión del mundo y la acción sobre el mundo- su ejercicio es acreditado en términos de ausencia de arbitrariedad (Bourdieu 2003): su perspectiva, ni mejor ni peor que otras, los induce a proponer -y muchas veces a imponer- reflexiones y recomendaciones a los poderes políticos y económicos.

EN EL ESPACIO ACADÉMICO Y HACIA EL OBJETO DE ESTUDIO

En una atmósfera traspasada por numerosas creencias acerca del propio rol, se despliega una visión que renuncia a la identificación del sociólogo con el intelectual orgánico, alguien comprometido con el destino histórico del proletariado y con la lucha contra la ideología dominante concebida como falsa conciencia (Varela y Álvarez-Uría 1997) Se niega a involucrarse en quehaceres gerenciales y burocráticos, pues su principal propósito radica en el trabajo intelectual qua intelectual, lo que supone resignar la tradicional sabiduría teórica ligada a principios universales. Su labor se desarrolla en una institución académica en cuyo seno lleva a cabo la difícil tarea de hacer visible lo invisible y de identificar el sinnúmero de fuerzas que intervienen en el acontecimiento bajo estudio. En virtud de la laboriosa persecución de la verdad, la objetividad regresa revestida de explicaciones racionales que "[...] puedan ser de utilidad para quienes están implicados en la transformación de campos en los que se despliegan relaciones de fuerza" (Varela y Álvarez-Uría 1997: 19) Así dotado, emplea rigurosamente las reglas y los procedimientos epistemológicos y metodológicos como forma de evitar ciertos males que asedian la labor intelectual: el oportunismo, el populismo y la demagogia. Este punto de vista enuncia una fórmula para preservar el aspecto crítico de la tarea: el regreso al núcleo duro de la disciplina, vale decir, un giro reflexivo hacia el corpus conceptual -con las licencias y limitaciones que impone-, un trabajo cuya seriedad depende de la solvencia profesional y la responsabilidad. Atenerse a las tradiciones científicas y reestablecer el diálogo con la comunidad de pares podría juzgarse como un repliegue academicista, pero su definición alude al fortalecimiento de la institucionalidad académica, espacio desde el cual es posible llevar a cabo indagaciones apropiadas para instaurar nuevos modos de observar la realidad y para producir informaciones y saberes a disposición pública (Terán 2002) De esta suerte, la especialización técnica de los sociólogos universitarios no neutraliza su cualidad de intelectuales, pues el apego al método no hace caducar la capacidad para tratar grandes problemas, aun cuando su inserción institucional pueda interpretarse como una traba a la posibilidad de razonar libremente (Berger 1971)

DEL CONFINAMIENTO A LA INTERVENCIÓN EN EL ESPACIO PÚBLICO

Sin revolución a la vista, la vida presente pierde la ritualidad de una epopeya.
Este es, también, todo un acontecimiento cultural del cual emana todo un abanico de
consecuencias […] que contribuyen a moldear una cierta cultura del desencanto
y una cierta refrigeración del temperamento (Hopenhayn 1994: 19)

Tras forzados exilios, el retorno a las universidades argentinas de numerosos académicos del campo de la sociología implica un doble movimiento: por un lado, la deliberada voluntad de evitar los discursos de ruptura e impugnación del sistema institucional; por otro, la vuelta hacia los principios fundantes de la disciplina. La amalgama de ambas actitudes hace surgir un consenso intelectual que cobra forma en los años de la transición democrática, y cuyo núcleo encierra cierta vocación didáctica y resocializadora aplicada a desmontar la cultura política autoritaria (Rinesi 2004) y a crear un espacio en el que el respeto a las normas sea un medio idóneo para dirimir los conflictos y procesarlos eficientemente. En el fondo de tal empeño se encuentran las ideas de libertad, pluralismo y derecho a la palabra escamoteados por el gobierno militar que gobernó el país entre 1976 y 1983.

La academia pierde su carácter de "torre de marfil" y arranca a los intelectuales de los oscuros y periféricos cenáculos donde desarrollaban su actividad. La migración hacia la esfera pública hace desaparecer las disensiones ideológico-políticas que en el pasado fragmentaban el campo cultural, al tiempo que los saberes se independizan de su subordinación a la lógica política y, en definitiva, favorecen el despliegue de un área autónoma donde rige el reconocimiento de las legítimas jerarquías intelectuales. Al calor de la estabilidad democrática, prospera la aceptación de posturas diversas, mientras el distanciamiento entre prácticas intelectuales y políticas redunda en la conformación de verdaderas comunidades académicas cuya consolidación estimula un enfriamiento ideológico de la labor intelectual (Torre 2004) que se refleja en la despolitización de la cultura. Dicho proceso remata en una mayor visibilidad de los intelectuales y en una más activa participación en los debates públicos, lo que viene atado a una cierta individuación de lo social representada por la intervención a título personal y sobre la base de saberes específicos. Los "contestatarios" y "denuncialistas" que durante la década del 60 formaban parte de la nueva izquierda intelectual (Terán; 1993)- cambian de interlocutor: el diálogo mantenido con sus propios pares, con el conjunto de la sociedad, el pueblo y la clase obrera, varía en una dirección que manifiesta la suspensión de la actuación en nombre de colectivos inclusivos; en el mismo movimiento, queda sin efecto la implicación en visiones totalizadoras, concepción que contraría la idea de que la tarea intelectual es siempre política, y de que ambos campos se hallan inextricablemente unidos (Terán 1993)

Al ritmo del ensanchamiento de los espacios democráticos de expresión potenciados por los medios masivos de comunicación y la formación de una opinión pública muy amplia, las demandas de saber intelectual aumentan continuamente. Se trata de un conocimiento despojado de connotaciones morales aunque saturado de formas juiciosas de inversión de energía (Donzelot, 2007), que en la forma de asesoría, resulta un insumo decisivo para la elucidación de los problemas públicos (Torre 2004)8

Empero, los mismos que reivindicaban esa orientación, hoy reconocen que la defensa del país normal se traduce en la aceptación del statu quo, una representación de lo posible derivada del énfasis en la responsabilidad, más que en la convicción; y esto debido a la sobrevaloración de la democracia y de la estabilidad y a la correlativa emergencia de una actitud moderada, temerosa del conflicto y el desequilibrio (Torre 2004) La apología de la democracia y el pluralismo, entonces, se interpreta como una forma civilizada de soslayar la crítica del orden social que revela la impotencia y la abdicación ante las condiciones históricas existentes (Follari 2008) Mientras algunos proponen la total autonomía de los poderes y el apartamiento protector de la soberanía del pensamiento, otros consideran que si bien las ideas por sí solas no alcanzan a reducir la inercia de la normalidad -razón por la cual deben perfeccionarse con elementos que recojan las demandas y amplíen los límites de la política-, la salvaguarda de la libertad y la igualdad no se opone a la ingeniería institucional y social, combinación que garantiza la dilatación de las fronteras democráticas (Torre 2004) En consecuencia, las funciones organizativas y conectivas favorecedoras de consensos, junto con la reflexión crítica sobre el mundo, componen la fórmula apropiada para no desaprovechar el espacio inaugurado por la democracia; se trata de elegir entre distintas opciones para plasmar el ejercicio de la autoridad intelectual: ponderar las consecuencias de las tomas de posición, defender a ultranza los valores sin considerar las consecuencias, o fusionar ambas éticas para evitar tanto la irresponsabilidad como el exceso de moderación.

INTELECTUALES ARGENTINOS EN LA ACADEMIA

En las últimas décadas, las modificaciones introducidas por el sistema nacional de ciencia y técnica, promueven un escenario cuyas manifestaciones reconocen antecedentes en los tempranos años 60, cuando en la Argentina recién despuntaba una comunidad sociológica en sentido propio. En ese tiempo, se decía que el sociólogo había adquirido la cualidad de investigador social, un atributo negativamente reputado pues se refería a alguien dedicado a la elaboración de informes mediante la aplicación de conceptos y metodologías no sometidos a observación crítica (Agulla 1966) Su producción constituía un insumo fundamental para el diseño de políticas de ingeniería social destinadas a la identificación de fenómenos y procesos funcionales o disfuncionales al mantenimiento del orden9. El sociólogo como hombre de acción directa y el generador de diagnósticos y guías sociales eran los prototipos en discusión (Critto 1966) A su vez, la controversia giraba en torno de la figura del académico y a la del profesional incluido en la industria, el planeamiento u otras actividades desarrolladas fuera de la cátedra (Forni 1966)

Cuando el estructural-funcionalismo todavía influía fuertemente sobre la forma y los contenidos de la teoría sociológica, y cuando recién comenzaban las actividades del Consejo Nacional de Ciencia y Técnica (CONICET) fundado en 1958, también se hacían oír quienes creían que había que protegerse de algunos de los problemas que se vislumbraban en los grandes centros del mundo (de Imaz; 1966) Los peligros eran, por un lado, la conversión del sociólogo en un experto internacional descomprometido, sin contacto real con ningún problema, sin adscripción comunitaria, una especie de "colocador de papers" que viaja de ciudad en ciudad y dialoga siempre con las mismas personas en los mismos seminarios; en suma, un personaje con "[...] una vida tan cómoda como insustancial" (de Imaz 1966: 127); por otro, el temor traslucía la preocupación de que la selección temática respondiera a rígidas razones de mercado10. Así, en un contexto de definiciones encontradas acerca de lo que debía hacerse, importaba usufructuar la falta de celo de los poderosos sobre lo que les convenía, sobre los saberes que debían incentivar para dominar; por eso, se indicaba que estábamos "[...] en condiciones de aprovechar esta situación, mientras está dormido el lobo" (Miguens 1966: 132)

A lo largo de más de treinta años, el lobo ha despertado numerosas veces, si es que alguna vez estuvo realmente dormido. La década del 90 ilustra claramente un modo de intervención ideológica en la forma de limitaciones impuestas por la economía al mundo académico y cultural, con el predominio de concepciones ahistóricas e individualistas de la acción social y la racionalidad. En ese marco, la reflexión autónoma entra en tensión con el conocimiento social producido por los organismos internacionales de crédito, portadores de diagnósticos precisos tanto sobre las acciones a emprender, como sobre el perfil técnico-profesional del sociólogo. El escenario, profundamente trastocado por la aplicación de medidas de cuño neoliberal, es el ambiente que hoy en día sigue dando el tono a la actividad de quienes enseñan e investigan en el seno de la universidad, aunque algunos condicionamientos hayan sufrido pequeñas y limitadas variaciones.

Si se intentara situarlos en las clasificaciones antes mencionadas, podría decirse que los sociólogos de la Universidad de Buenos Aires piensan que su actividad es una tarea epistemológica ligada a la elaboración de herramientas congruentes con la realidad, mediante las cuales puedan enfrentarse las presiones externas públicas o privadas, y cuya especificidad ayude a resguardar el cariz crítico de la actividad. En ese sentido, los valores intelectuales que predominan se relacionan con la escrupulosidad de la investigación y el compromiso con la sociedad en su conjunto, particularmente con los sectores más vulnerables. Al rescatar la importancia de la teoría y el método, se acercan al modelo centrado en el regreso al objeto de estudio; y aunque reflexionan sobre la situación de la disciplina en cuanto tal, añaden un argumento ausente en ese esquema: a raíz de la coexistencia de distintos paradigmas, la sociología tiende a descuidar las dimensiones apriorísticas y a desacreditar las temáticas universales. Por eso, indican que pese a que la época y el lugar pautan contenidos distintivos, hay algo en ellos que es menos sensible a las diferencias. De ahí que la labor del intelectual perteneciente al campo de las ciencias sociales, y particularmente a la sociología, exige la indagación de procesos que trascienden las particularidades históricas y contingentes. Aunque "[...] un sociólogo europeo puede ocuparse de problemas diferentes a los de uno sudamericano, ambos tienen en común el trasfondo de la sociedad". Luego, a la disciplina sociológica le cabe la responsabilidad de volver a plantear los grandes temas, los universales de las sociedades, y mostrar que existe una condición humana que comparte una comunidad de destino cuyo rumbo afecta a todos por igual.

Según entienden, la tantas veces anunciada "muerte de la sociología" no es otra cosa que la disolución del objeto y su consecutiva integración en el marco conceptual de otras disciplinas. Para evitarlo, el sociólogo debe retomar el examen de lo común y lo genérico, de aquellas problemáticas estrictamente sociológicas que hacen a la existencia misma de lo social; estiman que sin la debida atención de esos aspectos, no sólo desaparece el objeto, sino que la sociedad tiende a disolverse en la misma sociedad. El giro paradójico que repara en lo particular -o, como afirma Bauman, que se concentra en moderar el conflicto a sabiendas de que los principios que sustenta ya no se asientan en la validez universal (1997)-, determina que la sociología no se ocupe de nada, ni siquiera de aquellos objetos que constituyen su histórico capital teórico-conceptual. Recuperar lo social supone para ellos, entre otras cosas, no abdicar del campo y sus problemáticas, no permitir que "sean otros científicos los que aborden cuestiones concernientes a la sociología misma". Lo universal debe obrar como punto de partida para rescatar las temáticas propias y orientar la riqueza de los análisis especializados. Atendiendo a su copiosa y formidable tradición, sólo cabe protegerla para impedir que quede absorbida por nuevas disciplinas, las que muy bien pueden empalmar con la herencia, pero a condición de no olvidar las fuentes originarias. Dentro de esa perspectiva, sobresale la que subraya las falencias de la sociología para afrontar materias complejas, constatación que subraya el altísimo grado de confusión conceptual y enredo argumental de buena parte de la producción contemporánea; el resultado exterioriza estancamiento, repetición, formulación de verdades por todos conocidas y, en último término, mediocridad intelectual. Aun cuando se carece de criterios teóricos, metodológicos y filosóficos comunes, la falta de compromiso con la sociedad no es atribuible a la variedad y el pluralismo inherentes a la condición humana: por más dificultades que enfrente, la motivación inspiradora no puede ser otra que "[...] hacer un mundo a la medida de lo humano", comprender qué le ocurre al prójimo y, concomitantemente, concebir modalidades de acción que aporten al mejoramiento de las condiciones del conjunto. En definitiva, el ideal de transformación social es un propósito que forma parte de la profesión sociológica, precisamente porque la sociedad depende enteramente de su necesidad de autorganización y de la expansión de su viabilidad social para garantizar la vida individual y colectiva. Luego, la mayor contribución del sociólogo consiste en clarificar los problemas teóricos fundamentales, subsanar las dificultades para plantearse a sí mismo los enigmas y exponer con sencillez un problema a fin de resolverlo. A ello se agrega la nada desdeñable tarea de hacer más evidentes y comprensibles los dispositivos de dominación, asunto que requiere de una investigación minuciosa que favorezca la conformación de un clima de ideas en cuyo seno se discutan alternativas para paliar inequidades e injusticias. Al cabo, pese a los diversos matices, para los sociólogos argentinos el nivel conceptual posee la máxima importancia: es deseable que la comunidad profesional disponga de categorías no sujetas a debate, al menos en un sentido general. La indefinida discusión acerca del conjunto de premisas utilizadas, detiene la explicación de los numerosos y complicados problemas que aquejan a la sociedad. Sin llegar a postular la unanimidad paradigmática en términos de acuerdo sobre modelos y valores, cargan sobre los intelectuales la mayor responsabilidad, pues sus habilidades analíticas no sólo deben servir para tomar decisiones cocientes, sino para aclarar tomas de posición ante la democracia y la igualdad. Se trata de mantener fría la cabeza y sustraerse a las pasiones, de modo de interpretar lo más claramente posible los acontecimientos. Dado que la ciencia ya no ostenta un valor universal con capacidad de revelar y homologar valores, y considerando el decaimiento de las pretensiones universalistas en un contexto en el que la totalidad no muestra más que fracturas que obligan a convivir con cosmovisiones heterogéneas, la recuperación de lo universal se liga a la contribución del sociólogo para esclarecer zonas oscuras y, análogamente, desentrañar los tortuosos dispositivos de dominación enclavados en el corazón mismo de la sociedad.

A MODO DE CIERRE DE LO CONSTANTEMENTE ABIERTO

Resulta evidente que la evaluación sobre el papel del intelectual moviliza argumentos cognitivos, morales y políticos (Wallerstein 2001) Tal como se desprende de las percepciones de los analistas y de las expresiones de los sociólogos entrevistados, las antinomias y las contradicciones plasman un horizonte nebuloso en el que coexisten definiciones discordantes. Hoy en día, la distinción entre ideólogos y técnicos adquiere connotaciones variadas, algunas de las cuales se asocian al concepto de analista simbólico o manipulador de símbolos, la única práctica que puede cultivarse en un mundo que se ha tornado indescifrable; otra acepción se manifiesta en representaciones que preconizan el retorno al objeto de estudio, un modo de sumergirse en la rigurosidad de las reglas teóricas y metodológicas y de proteger las aristas críticas de la disciplina; por último, a modo de escenario en el que tiene lugar el drama intelectual, se celebra la emergencia de un espacio público que habilita la intervención y sustrae al intelectual del repliegue y la clausura. Aun así, el pensamiento reflexivo y el poder conservan su carácter de extremos de un contraste que vivifica la disputa, restituye el debate sobre el rol y reinstala el problema de la legitimidad de la autonomía intelectual. En todo caso, si como dice Bauman los intelectuales legisladores11 resultan superfluos en el mundo contemporáneo, ya que la sociedad se ha fragmentado al punto de desplazarlos de los dispositivos de poder, entonces sólo les cabe el rol de intérpretes, facilitadores de la comunicación entre participantes autónomos, promotores de la inmersión en universos ajenos de significado, traductores y sostenedores del equilibrio entre tradiciones dialogantes. La comunicación es un problema de tanta envergadura que exige que ciertos actores sociales se dediquen en exclusividad a transcribir a términos comunes las heterogéneas maneras de ver la realidad. Luego, las posiciones antisestiméticas se combinan con una especialización acerca del arte de la conversación civilizada (Bauman 1997)

Dado que la tensión continúa intacta, queda por saber qué camino tomarán quienes producen conocimiento social: si su misión -como ya se decía a fines de los años 60- será restablecer los canales de comunicación entre los distintos intereses de los grupos de presión y cotejar los contenidos ideológicos por comparación con los cánones científicos (Klimovsky 1967), si en vez de cultivar el "higienismo" sociológico (Rodríguez Bustamante 1967) se inclinarán por criticar a los poderes, incluyendo la dimensión política del campo intelectual y sus querellas intestinas, si continuarán sin ocupar el sitio de conciencia moral de la sociedad, pero sin renunciar a la participación en la escena pública, o si se convertirán en "intelectuales en acción" (Pikielny 2008)12 capaces de fundar espacios reflexivos a la altura de los tiempos.

Notas

1. "Investigación y producción de conocimiento en la Universidad de Buenos Aires. El pasaje del homo científico al homo academicus", Tesis para aspirar al grado de doctor, Programa de Doctorado en Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

2. Para un desarrollo acerca del tema, véanse, entre otros, A. Giddens (1999), J. Habermas (1981, I), G. Ritzer (1992), G. Zabludovsky (1995)

3. Por entonces, los partidos políticos de izquierda ejercen un poder de atracción que transcurre entre el amor y el odio, entre la pura adhesión a sus principios y la denuncia de las perversiones de sus dirigencias burocráticas, proceso que envía a los intelectuales antes festejados al lugar de individuos "enfermos de protagonismo" (Maldonado, 1998)

4. Con todo, el ideólogo no renuncia a descender a la tierra para ver qué sucede, pues de lo contrario giraría en el vacío (Bobbio, 1998)

5. Tal constatación refuerza el argumento según el cual la sociología no tuvo nunca, ni tiene en la actualidad, el monopolio de la interpretación del mundo; es, por el contrario, un discurso diferente que se esfuerza por conservar su singularidad (Ortiz, 2004)

6. Para una descripción pormenorizada de los nuevos contextos, ver Michael Gibbons et al. (1997). La nueva producción del conocimiento. La dinámica de la ciencia y la investigación en las sociedades contemporáneas, Barcelona, Ediciones Pomares-Corredor.

7. Ver Aronson, Perla (2001). "Políticos y expertos. ¿El fin de una relación conflictiva?, en Revista Científica de Educción, Año 2, Nº 4, Universidad del Salvador, www.salvador.edu.ar/uc2-12.htm

8. Nada muy distinto de lo que Max Weber postulaba a comienzos del siglo XX, cuando observaba que los individuos y los dirigentes políticos se benefician de la crítica técnica aportada por la ciencia, sencillamente porque posibilita sopesar fines, medios y consecuencias de las acciones, sin que eso signifique, por parte de los actores, la cancelación de responsabilidad en cuanto a sus propias decisiones (Weber, 1982)

9. Irónicamente, y para denunciar cierto envanecimiento de ese grupo, se apuntaba que más que ingeniería social, lo que se practicaba era la "hojalatería social"; esto es, un conjunto de retoques y agregados para salvar el status quo (Miguens, 1966: 144)

10. En ambos casos, "[...] estos sociólogos de alto nivel más que amar a las gentes aman a los papeles que hablan de las gentes, pero cuando tienen que hablar con las gentes en el fondo las odian" (de Imaz, 1966: 128;cursivas propias)

11. La metáfora refiere a aquellas figuras que formulan afirmaciones de autoridad basadas en un saber superior de carácter objetivo, adecuadas para arbitrar en controversias de opinión, y cuyo contenido de verdad las convierte en correctas y vinculantes (Bauman, 1997: 13)

12. La denominación alude a dos grupos surgidos recientemente con el intencionado afán de intervenir en las discusiones políticas: uno, defensor de las ideas del gobierno nacional (Espacio Carta Abierta), otro, crítico del estilo confrontativo y polarizante de las autoridades (Club Político Argentino)

OBRAS CITADAS

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