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vol.17 número2José Seone, Emiliano Taddei y Clara Algranati. Extractivismo, despojo y crisis climática. Desafíos para los movimientos sociales y los proyectos emancipatorios de Nuestra América. Buenos Aires: Ediciones Herramienta, Editorial El Colectivo, 2013, 336 pp. índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
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Revista Pilquen

versión On-line ISSN 1851-3123

Rev. Pilquen. secc. cienc. soc. vol.17 no.2 Viedma dic. 2014

 

RESEÑA

 

Sebastián Carassai. Los años setenta de la gente común. La naturalización de la violencia. Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 2013, 336 pp.

 

Juan Pedro Denaday
Universidad de Buenos Aires - Instituto Ravignani. Argentina

Recibido: 30|04|14
Aceptado: 30|06|14

 

Si en los últimos años han surgido diversos estudios que han abordado experiencias poco exploradas durante el controvertido período de violencia política que vivió la Argentina durante la década del setenta, el presente libro viene a ampliar aún más los confines de aquella incipiente indagación. Carassai viene a proponernos profundizar el camino de trascendencia del estrecho marco del universo de la izquierda peronista y marxista, pero no ya para explorar otros espacios de sociabilidades políticas e intelectuales, sino para extender la investigación histórica hacia esa gran masa social que no participaba en forma militante de aquellos vertiginosos acontecimientos. Para superar una perspectiva metrópoli-céntrica, el autor seleccionó tres localidades muy diferentes entre sí: la ciudad de Buenos Aires, la de San Miguel de Tucumán y el pueblo santafesino de Correa, de 5000 habitantes. Basado en esa metodología, el libro explora a un sector social específico, las clases medias, con una actitud política determinada, la no militancia, en el período comprendido entre los años 1969 y 1982. El primer capítulo problematiza sobre "La cultura política" de las clases medias. El punto de partida para caracterizar su posición en este período tiene su génesis en una sensibilidad antiperonista. Si bien el furioso antiperonismo cedió a un más matizado "no peronismo" luego del golpe de 1955, la identidad política de buena parte de las clases medias siguió condicionada por aquel momento de fuerte distinción con respecto del justicialismo. Una de las formas en que se manifestó aquella diferenciación consistió en la asunción de una perspectiva "iluminista", que si en las clases medias no militantes de los años setenta se expresó en una auto-definición como sujetos autónomos y librepensadores; en las juventudes militantes galvanizó una vocación políticamente vanguardista sobre los sectores obreros y populares. Basado en datos de la época Carassai apunta a rectificar el supuesto de un "giro a la izquierda" en el conjunto de las clases medias. Al contrario, se constata que el entusiasmo por las corrientes de izquierda estuvo circunscrito a la juventud de clase media superior y de clase alta, pero aún en esa franja específica de población, su ascendiente fue minoritario. El autor no pretende negar un fenómeno insoslayable como fue la presencia de una numerosa militancia de la juventud radicalizada, pero apunta a ubicarla en su real dimensión cuantitativa: que fueran más visibles que los no radicalizados no significa que fuesen más. Por fuera de esta juventud vinculada con las minorías universitarias, las clases medias no se peronizaron y siguieron abrevando en otras alternativas políticas, mientras el justicialismo volvió a cosechar el grueso de sus adhesiones entre los trabajadores y los sectores populares. Asimismo, Carassai interpreta la postura centrista del tercer Perón como una manifestación de su búsqueda de adhesiones en la clase media, al unísono que los jóvenes hijos de antiperonistas lo soñaban obrerista y revolucionario. Ese movimiento en tijeras explica en gran medida el desencuentro ocurrido, con la consecuente paradoja de que si hacia 1974 Perón y los peronistas afines consideraban a los demás partidos en términos de aliados o adversarios, el enemigo sólo lo visualizaban dentro de las propias filas. Por su parte, en la mayoría de las clases medias se advierte que en el período 1973-1976 la oposición al peronismo no se expresó tanto a través de la abierta beligerancia de otrora como de actitudes de ensimismamiento, irónicas o cínicas, vinculadas con la resignación o la deserción. Al analizar las representaciones de la figura de Eva Perón, bajo el sugerente subtítulo "el antiperonismo por otros medios", se interpreta la exaltación de su figura como aguerrida, valiente y convincente por parte de las clases medias no peronistas, como una vía para desvalorizar a Perón al presentarlo como su justo adverso: especulador, perverso e hipócrita. En el mismo sentido, las juventudes radicalizadas lideradas por Montoneros encontraron en su figura una interpretación anti-burguesa y anti-capitalista que permitió impugnar la ortodoxia justicialista, a Isabel y hasta al propio líder.

En el "Excurso I" se registra como mientras a principios de 1969 la prensa expresaba sorpresa por la ausencia de violencia en el país en el contexto de un mundo convulsionado, en 1970 ya Panorama consideró al terrorismo el "personaje del año" y un mes antes de asumir Cámpora, el periodista Mariano Grondona calificaba a la violencia como el fenómeno a considerar. En el segundo capítulo, intitulado "La violencia social (1969-1974)", se describe a partir de un análisis de la prensa el proceso mediante el cual las clases medias pasaron de una simpatía inicial con las revueltas estudiantiles, al rechazo e inclusive al pedido de represión cuando los desmanes y los niveles de violencia asociados fueron in crescendo. Al analizar el discurso de Tato Bores, de gran incidencia en la opinión pública de la época, se considera que su humor representaba claramente a las clases medias y que, si bien no era partidario, se podía advertir que su identidad política era no-peronista. En sus monólogos se reflejaba el extrañamiento de la mayoría de las clases medias con respecto al proceso de radicalización política y de ascenso de la violencia, canalizado en buena medida mediante la interna peronista. Dentro de esta sensibilidad de equidistancia de los extremos, para Carassai, es menester distinguir entre los mundos universitario y extra-universitario. Si bien el primero se hallaba compuesto fundamentalmente por personas de clase media, no expresaba a toda esa clase social. La reducción de la clase media a los universitarios ha sido precisamente fuente de conclusiones apresuradas y equívocas sobre su comportamiento mayoritario. En el espacio universitario fue donde una minoría importante -ni todos los estudiantes fueron militantes, ni todos los militantes fueron revolucionarios- adoptó el camino de la radicalización política y la militancia revolucionaria. En el extra-universitario existía una profunda desconfianza hacia la actividad política en general y se fue tendiendo progresivamente a homologar indistintamente al movimiento estudiantil con la violencia guerrillera.

En el tercer capítulo "La violencia armada (1970-1977)", en lo que quizá constituya una de las hipótesis más fuertes del libro, Carassai desmiente metodológicamente las supuestas simpatías iniciales de la sociedad civil de los grandes centros urbanos hacia la guerrilla, establecido como canon a partir de la afirmación que realizara Guillermo O´Donnell sobre la base de un índice construido por el sociólogo norteamericano Frederik Turner. En rigor, tanto O´Donnell como Turner se habían valido de los datos de opinión pública del sociólogo José Miguens, cuyas encuestas revelaban aun en los inicios del accionar guerrillero un apoyo social, aunque no irrelevante, si claramente minoritario y que, con la excepción de Córdoba donde rondó el 27%, puede estimarse en un promedio del 11% de la población. Dos años después, hacia 1972, todos coinciden en que la hostilidad fue generalizada con una mayoría abrumadora que reclamaba penas máximas y puniciones propias para delincuentes comunes. Pero lo más llamativo es que, en lo relativo a la desmentida "simpatía inicial", entre las clases medias los porcentajes de apoyo registrados eran aún menores, por lo cual carece de sustento su tan mentado "giro a izquierda". Como fue destacado en el capítulo precedente, ese equívoco probablemente se deba a su homologación global con los sectores universitarios militantes. Luego, el autor realiza un análisis del tratamiento de la cuestión guerrillera en la influyente telenovela Rolando Rivas, taxista en los años 1972 y 1973, donde la diferencia entre los mundos de la "gente común" y los militantes revolucionarios era fuertemente destacada. De un año al otro la representación de la guerrilla en la telenovela pasó de una imagen que, aunque negativa, convivía con rasgos comprensivos y benevolentes, a una que era cerrada y unívocamente hostil. El capítulo se cierra con una apelación a las memorias de entrevistados, a encuestas y a la prensa de la época, que revelan un panorama de incomunicación entre la sociedad y la guerrilla. Como imágenes generales, la primera no tenía claros los propósitos de la segunda, la consideraba la expresión social de un sector de jóvenes acomodados, así como distinguía entre sus élites dirigentes y los "perejiles".

En el cuarto capítulo, "La violencia estatal (1974-1982)", se desarrolla una discutible conceptualización que haya un precedente reciente en Un enemigo para la nación de Marina Franco. Como lo evidencia el mismo recorte cronológico del capítulo, se plantea un continuum de los "terrorismos estatales" entre los gobiernos constitucionales de Perón e Isabel y la dictadura militar instaurada mediante el golpe de estado del 24 de marzo de 1976. Para Carassai los militares del Proceso encontraron bases de legitimidad para implementar su propio terror en su propuesta de eliminar el terror y la violencia ya existentes, tanto en las acciones de la izquierda como de un gobierno asociado con una represión desordenada mediante grupos irregulares. A partir de una disquisición teórica, se plantea que el trasfondo del apoyo a la represión dictatorial partía de una superstición civil que depositaba en el estado un supuesto saber. También se registraron las referencias al "uno" en lugar del "yo" en los entrevistados, un registro impersonal que les permite decir verdades, verbigracia poner de relieve el apoyo civil al golpe, sin necesidad de verse involucrados ellos mismos en la actitud referida. Finalmente, se analiza como la propaganda procesista mediante el "tanquecito de la DGI" realizaba una analogía entre el subversivo y el evasor, dejando entrever en las publicidades más violentas, las representaciones del terrorismo estatal en curso.

Antes de pasar al último capítulo, en el "Excurso II" se realiza un análisis del discurso de una entrevistada para fortalecer la hipótesis de que las categorías fundamentales con que las clases medias no militantes juzgaban al poder no eran políticas sino morales. Bajo esa lógica podía llegarse al oxímoron de reivindicar concomitantemente a Videla y a los revolucionarios, al primero por "patriota" y a los segundos por haber representado una "juventud inteligente". En "Deseo y violencia (1969-1975)" a partir de un amplio racconto de las publicidades privadas de la época, se rastrea como el atractivo de la violencia no era exclusivo de los militares y guerrilleros, sino que en un nivel pre-ideológico atravesaba, de distintas maneras, al conjunto del cuerpo social. La omnipresencia de las armas en las publicidades, vinculadas con el status social o el desempeño sexual, ponía de relieve que su presencia tenía una connotación positiva en el espacio simbólico y en el despertar del deseo de los consumidores. Bajo este trasfondo cultural, por ejemplo, fue en los tempranos años setenta que la frase "mato mil" se impuso como la expresión de algo sensacionalmente positivo. Una lógica semejante encuentra Carassai en el análisis del humor de la época, sea en Satiricón, en Mafalda o en Fontanarrosa, con la presencia de chistes relativos a los asesinatos políticos y la tortura. Para el autor, aún cuando se hicieran con fines implícitamente críticos, poder reírse de hechos tan sórdidos revelaba su naturalización social. Mediante este recorrido, Los años setenta de la gente común constituye una obra de densidad historiográfica y analítica que tiene el indudable mérito de abrir nuevos debates al poner en cuestión determinados cánones establecidos sobre la conducta de las clases medias en el contexto de radicalización y violencia política.

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