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Revista Pilquen

versión On-line ISSN 1851-3123

Rev. Pilquen. secc. cienc. soc. vol.23 no.1 Viedma mar. 2020

 

RESEÑA

Vázquez, María Celia.Victoria Ocampo, cronista outsider. Rosario/CABA: Beatriz Viterbo Editora/Fundación Sur, 2019, 250 pp.

Por Anabel Tellechea
tellecheaanabel@gmail.com

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas; Universidad Nacional del Sur. Argentina

Recibido 12|02|20 - Aceptado 20|02|20

 

Victoria Ocampo es uno de esos personajes del campo cultural argentino que pocas veces amerita presentación. Si bien es conocida sobre todo por su rol de mecenas o gestora cultural desempeñado como directora de la revista Sur -el proyecto que hegemonizó por unos 30 años el sentido del gusto literario en nuestro país-, la figura de Ocampo trasciende ampliamente el conocimiento especializado, pero casi siempre a partir de este punto de vista, casi como un lugar común. En menor medida, esta perspectiva ha sido acompañada por el estudio del corpus comprendido por sus ensayos autobiográficos. Pues bien, es a este punto de inicio donde nos lleva a barajar y dar de nuevo Victoria Ocampo, cronista outsider de María Celia Vázquez. Esta serie de ensayos críticos que conforma el libro condensan la extensa y profunda investigación que desarrolló su autora por más de diez años, y que en lugar de ampliar líneas de investigación previas en la materia, propone una torsión de base: su objeto de estudio ya no será la Victoria Ocampo gestora, sino la escritora; con una vuelta de tuerca más, tampoco será la escritora de estilo autobiográfico, sino aquella que desarrolló una zona textual signada por modalidades de la escritura periodística.

El hilo conductor entre los capítulos indica un camino trazado menos con cierta homogeneidad temática que con la misma preocupación por problemas de orden crítico. El objetivo general del libro consiste en “reconstruir los modos de intervención y los mecanismos de autofiguración que ensaya Ocampo entre 1930 y 1960” (19). Vázquez, a medida que avanza minuciosamente en esa reconstrucción, revisa una serie de malentendidos, incomprensiones, y lecturas sesgadas que han consolidado la conocida versión del personaje público de Victoria Ocampo. Como si a fuerza de repetición, aún después de todo lo que se ha dicho y escrito sobre ella, hubiera pasado inadvertido que la subjetividad que componen tanto el yo enunciado en sus textos como la Victoria de sus contemporáneos escritores ofrece una complejidad muy superior a lo obvio, lo que ya sabemos o podemos deducir fácilmente. En definitiva, no se trata de debatir o corregir lecturas, sino más bien proponer nuevos puntos de vista y aportar más capas de sentido que permitan redefinir el lugar de la escritora.

En su análisis, Vázquez logra correrla de aquellos casilleros remanidos en donde se la ha reafirmado tantas veces, y los resultados son francamente sorprendentes. Para empezar, ¿Victoria Ocampo, cronista? Considerando cuál es el punto de partida, el abordaje de los modos de intervención y los mecanismos de autofiguración, la autora afirma que “La condición periodística de Victoria Ocampo se impone con fuerza propia cuando aquello que se investiga tiene que ver con el agenciamiento de un espacio y un nombre en ese escenario de modernización cultural que fue Buenos Aires durante las primeras décadas del siglo XX” (14). Agrega que Ocampo desarrolla el mayor caudal de su escritura haciendo uso de esos dispositivos textuales modernos, anfibios, que se mueven entre la literatura y el periodismo. Esto es así no porque sean meramente las formas discursivas disponibles, sino que por un lado “le garantizan una activa participación en la arena pública y más específicamente en los debates culturales y políticos” (18-19) y por otro, interviene un interés de género, en tanto Ocampo “busca afirmarse como mujer a través de sus opiniones” (ib.id.).

El primer capítulo del libro, incluido en la sección “Espacios” y, como bien lo indica su título, -“El paisaje nacional en los testimonios del treinta” -, está dedicado a los modos en que Ocampo se inscribe en la tradición del ensayo de tema nacional en línea con los viajeros de la década, a la vez que conduce a desmarcaciones en las que puede leerse su individualidad. Precisamente se corre de la perspectiva eurocéntrica al considerar que la pampa como paisaje nacional, a pesar de su horizontalidad, no tiene nada de evidente: estos viajeros hacen uso de la mirada en un sentido reductivo, tautológico, que solo les permite ver aquello que estaban esperando encontrar. Ocampo, en cambio, propone una distinción entre ver y mirar, y se reconoce capaz de ver la belleza de la llanura pampeana o del Río de la Plata porque supera la primera impresión que genera su monotonía. De manera análoga podemos pensar que esas nuevas capas de sentido que Vázquez le aporta a la escritora consisten precisamente en esta disposición. “La posibilidad de ver más allá de ‘la identidad manifiesta -mínima, tautológica- de ese objeto mismo’” (37) que Didi-Huberman describe y Vázquez reconoce en Ocampo es la que le permite complejizar su figura sin por ello negar lo evidente.

Es por esta agudeza que aún para aquellos lectores a quienes la temática del libro (digamos, la directora de Sur) pueda resultar lejana vale la pena encontrarse con Victoria Ocampo, cronista outsider. A lo largo de su argumentación accedemos no solo a una novedosa perspectiva sobre Ocampo, sino también a un modo de leer, de pensar la crítica literaria, y de escribir esa lectura como un ejercicio de reflexión teórica y metodológica sostenido. En definitiva, estos ensayos no consisten ni más ni menos que en una lectura inteligente y una escritura ensayística de gran precisión.

Vázquez explicita los presupuestos del análisis sobre los que va a operar aquella torsión: propone colocar el foco sobre los Testimonios en sí mismos, de manera independiente de la Autobiografía -que es el modo en que esos han sido estudiados por la crítica-, en tanto poseen una relativa autonomía del proyecto autobiográfico global. Señala que además del conocido énfasis autobiográfico, la escritura de Ocampo se desarrolló también bajo la fuerza de otro impulso: la voluntad de intervención en los debates culturales y políticos. Justamente, porque gracias a este impulso Ocampo se hace conocida en la arena pública y excede al campo literario, es que los Testimonios se convierten en el centro del corpus analizado para reconstruir las figuraciones del personaje.

El libro está organizado en tres partes. En la primera, “Espacios” , se reúnen dos capítulos cuyo eje gira en torno a las construcciones identitarias de Ocampo en relación con la tensión entre el nacionalismo y el cosmopolitismo de la década del ‘30. Si bien se incorpora a la trama conformada por los textos que pertenecen a la categoría “ensayo de tema nacional” , ya desde este primer capítulo el análisis coloca a Ocampo en una zona de grises, cuando no de tensiones entre las tendencias. Vázquez afirma que “Mientras que los nacionalistas vernáculos le recriminan su cosmopolitismo acusándola de extranjerizante, los escritores europeos subrayan su condición de inferioridad en tanto argentina y sudamericana” (20). Asoma ya este cariz que la acompañará durante todo el análisis: la incomprensión que rodeó su figura en cuanto espacio o frente se la colocara, y la dislocación a la vez parcial y constante que le da el carácter outsider.

La segunda parte, “Litigios” , contiene cuatro capítulos que se ocupan de polémicas que tuvieron a la directora de Sur como protagonista. En el caso de los primeros dos, Vázquez reconstruye la trama discursiva beligerante de la que forman parte los ensayos de Jorge Abelardo Ramos y Juan José Hernández Arregui. Devueltos a su contexto de producción (el programa revisionista que llevan adelante aquellos intelectuales cuya constelación ideológica reúne al nacionalismo, el peronismo y la izquierda nacional-popular), el análisis de estos textos permite a Vázquez relevar e identificar, por un lado, la intencionalidad polémica de Ocampo, que se encuentra de forma velada y alude a las profundas discrepancias ideológicas respecto de cada uno de estos dos intelectuales del campo popular; por otro lado, Crisis y resurrección, ensayo que da inicio a la crítica posperonista, vale la pena analizarlo críticamente porque presenta “el elenco de argumentos y prejuicios en contra de los intelectuales, en general, que luego retomarán sus continuadores y muchos de los cuales serán aplicados a Victoria Ocampo, en particular” (91).

Los otros dos capítulos de esta misma sección están dedicados respectivamente a la correspondencia privada que Victoria mantuvo con Arturo Jauretche y los comentarios y réplicas que intercambia públicamente con Jorge Luis Borges y Waldo Frank acerca de su desempeño como directora de Sur. Quizá lo más sorprendente entre el pasaje de un capítulo a otro sea el descubrimiento del quiasmo que se traza entre los protagonistas de cada polémica: con el peronista, Ocampo encuentra una lengua común, y con aquellos con quienes tiene mayor afinidad ideológica protagoniza un conflicto verdaderamente incómodo (sobre todo en el caso de Borges, quien realiza lecturas y comentarios de mala fe).

Por último, la sección “Duelos” contiene los dos capítulos finales en los se aborda una zona hasta ahora inexplorada por la crítica: los obituarios que Ocampo dedica a María de Maeztu y Pierre Drieu La Rochelle. A través de una lectura derrideana que se sirve de los conceptos de política del duelo, política de la amancia y ética de la amistad, Vázquez analiza los usos y los riesgos que en cada caso perfila Ocampo en ocasión de la pérdida de sus seres queridos.

La inteligencia de la lectura radica, a mi juicio, en al menos tres aspectos de la misma máquina de leer. En primer lugar, se impone la explicitación de las operaciones críticas propias, que tiene entre otros efectos la participación del lector en el razonamiento; al mismo tiempo, también es constante el relevamiento de las fuentes que utilizan, en muchas ocasiones de manera implícita y con mayor o menor ingenuidad, aquellos escritores analizados (es decir, no solo Ocampo sino también Hernández Arregui, o Borges) y los puntos ciegos de cada uno de ellos; por último, es en torno a los lugares comunes que definieron la figura de la escritora que Vázquez realiza esas operaciones de lectura. Como si mostrara el revés de una prenda, la costura, la hechura de las figuraciones de la Ocampo cosmopolita, snob, antiperonista, amante. Qué se dice, desde dónde, qué se deja de decir; cómo se han enfatizado ciertos matices en desmedro de otros.

Para terminar, quisiera señalar un acierto más. Quizá de manera intermitente, por momentos subyacente y en otros explícita pero no por ello menos cierta, este estudio de los modos en que Ocampo enuncia y afirma un yo en intervenciones polémicas logra dar cuenta de cuándo y cómo la escritora se decide a hablar, a participar en las discusiones de las que es protagonista en tanto mujer. Si nos servimos de las palabras de Waldo Frank, entendemos que “Victoria es una mujer famosa, desde luego, en toda Iberoamérica y casi universalmente mal comprendida. Ha habido muchos hándicaps para entenderla y a ella le han faltado deseos y habilidad para defenderse” (177). Pero después de leer a la cronista outsider, si hay algo que le devolvemos a la directora de Sur es sobre todo habilidad retórica, discursiva y política, algo que descubrimos si escapamos a la trampa del ojo y miramos desde la perspectiva de las tretas del débil.

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