SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.23 número3Jóvenes y emprendedurismo: discursos, políticas y trabajo independiente en la Argentina de CambiemosPeronismo y espectáculo (1949-1951): El desarrollo de la División de Acción Radial y su intervención política índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Revista Pilquen

versión On-line ISSN 1851-3123

Rev. Pilquen. secc. cienc. soc. vol.23 no.3 Viedma set. 2020

 

ARTÌCULO

Tradiciones en crisis: los debates antiperonistas en torno a la abstención electoral (1952-1955)

Traditions in crisis: the anti-Peronist discussions on electoral abstention (1952-1955)

 

Pablo Pizzorno
ppizzorno@gmail.com

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de San Martín. Argentina

Recibido: 05|06|2019
Aceptado: 11|06|2020

 


Resumen
El accionar de las fuerzas opositoras durante el primer peronismo constituye un área de estudios relativamente poco explorada por la investigación histórica. Esta vacancia se agudiza en el período relativo a la segunda presidencia de Perón, caracterizada por una intensificación de la polarización entre oficialismo y oposición. Este trabajo rastrea las discusiones al interior de la Unión Cívica Radical y el Partido Demócrata, fuerzas atravesadas transversalmente por un debate en torno al modo de ejercer la oposición al gobierno peronista. En ambos partidos surgieron sectores que llamaron a adoptar la abstención electoral y a abandonar las bancas parlamentarias para desconocer la legalidad del gobierno, mientras otros grupos internos, por diferentes motivos, decidieron sostener la participación en el ámbito institucional. La mayoría de estas tensiones anticiparon las rupturas partidarias que se extendieron por todo el espectro opositor tras la caída del peronismo en 1955. Este trabajo reconstruye los debates al interior de ambas fuerzas antiperonistas y los vincula con los modos que asumió el proceso de radicalización entre peronismo y oposición en sus últimos años de gobierno, tanto en las crecientes restricciones oficiales por parte del Ejecutivo como en la progresiva inclinación opositora por las estrategias extra-institucionales.

Palabras clave: Peronismo; Antiperonismo; Radicalización; Identidades políticas.

Abstract
Opposition forces in first Peronism are still relatively unexplored by historical research. This is most evident in the second presidency of Perón, when the polarization between officialism and opposition increases. This work traces the discussions within the Radical Civic Union and the Democratic Party, which were crossed transversally by a debate about how to face politically the Peronist government. In both parties there were sectors that demanded to adopt electoral abstention and to leave parliamentary seats in order to deny the legality of the government, while other internal groups, for different reasons, decided to preserve institutional participation. These tensions anticipate the divisions on anti-Peronist parties after the fall of Peronism in 1955. This work relates the debates of both parties with the radicalization process between Peronism and anti-Peronism in their last years of government, either in the increasing governmental restrictions or in the growing preference of the opposition parties for extra-institucional strategies.

Key words: Peronism; Anti-Peronism; Radicalization; Political identities.


 

INTRODUCCIÒN1

A pesar de que las investigaciones vinculadas al primer peronismo constituyen uno de los tópicos históricamente más visitados por las ciencias sociales argentinas, el abordaje a las fuerzas políticas antiperonistas sigue ocupando un espacio relativamente menor en dicho campo de estudios. Más allá de los trabajos sobre actores que formaron parte de la oposición al peronismo como la Iglesia, las Fuerzas Armadas o el movimiento estudiantil, no existe -más allá de un incipiente interés en los últimos años2- una producción significativa sobre los partidos opositores al gobierno peronista. Esta carencia se superpone con otra, que es la escasa atención dedicada a la segunda presidencia de Perón (1952-1955) en comparación a la primera, lo cual ha conducido a que, en líneas generales, el estudio de los partidos políticos antiperonistas en este período constituya un área relativamente inexplorada por la investigación especializada en historia política.

Como es sabido, bajo la segunda presidencia de Perón se agudizó un proceso de radicalización política que afectó tanto al oficialismo como a la oposición. Si bien desde los orígenes mismos del peronismo existió una marcada polarización entre ambos campos, su intensidad en aumento fue erosionando la capacidad de los mecanismos institucionales para dirimir las tensiones de una dicotomía hondamente arraigada en la sociedad civil. De este modo, así como el gobierno peronista aumentaría a inicios de la década de 1950 las restricciones a la participación opositora, diversos grupos antiperonistas avanzarían cada vez más resueltos en estrategias extra-institucionales que los acercaron a sectores disidentes de las Fuerzas Armadas y que se evidenciaron en el extendido respaldo de los partidos opositores al golpe militar de 1955.

A lo largo de toda la primera década peronista (1946-1955), la defensa de las libertades públicas constituyó el eje central del discurso antiperonista. Esta clave de intervención, ensayada desde la campaña electoral de 1945, vislumbró en la aparición del fenómeno peronista una emulación criolla de los totalitarismos europeos. En ese sentido, las primeras restricciones gubernamentales tomadas en contra de la oposición, como el cierre de publicaciones o el encarcelamiento de dirigentes, operó como en estos sectores como la confirmación de sus premoniciones. Esta situación se agravó tras la reelección de Perón en 1951, lo cual también profundizó el debate al interior de los partidos opositores acerca de los modos de confrontar al peronismo.

Este trabajo reconstruye cómo se desarrolló dicho proceso de radicalización al interior de dos fuerzas opositoras, la Unión Cívica Radical (UCR) y el Partido Demócrata (PD), tras la reelección de Perón. En ambos partidos se manifestaron sectores internos en reclamo de la adopción de la abstención electoral y el abandono de las bancas parlamentarias como rechazo a la legalidad del régimen peronista. Dicha propuesta, que implicaba avanzar en un acuerdo cívico-militar orientado a generar una salida por la fuerza del gobierno, rechazaba toda clase de entendimiento o conciliación con el oficialismo y estaba en sintonía con otras expresiones políticas del antiperonismo. No obstante, en ambos casos, las respectivas dirigencias de la UCR y el PD -de signos opuestos en el espectro ideológico- rechazaron dichos planteos aludiendo a supuestos rasgos constitutivos de sus tradiciones partidarias. En el marco de una indagación sobre cómo la experiencia antiperonista afectó a las trayectorias políticas de sus grupos participantes, este trabajo rastrea las apelaciones en pugna a las identidades radical y conservadora que cruzaron el debate sobre la abstención electoral opositora.

ENTRE LA ILEGITIMIDAD Y LA ILEGALIDAD: EL FANTASMA DE LA ABSTENCIÒN OPOSITORA ENTRE 1946 Y 1951

Para la mayoría del antiperonismo, el gobierno surgido de las elecciones del 24 de febrero de 1946 había sido esencialmente ilegítimo desde el primer día. Aunque habían reconocido la transparencia del acto comicial, las fuerzas opositoras consideraban que ese voto, obtenido a través de la demagogia y la represión, había dado legalidad, pero no legitimidad, a un designio que era y seguiría siendo totalitario (Altamirano 2002: 240). De este modo, la explicación predilecta del triunfo de Perón por parte de los grupos derrotados se basó en lo que muchos de ellos llamaron “fraude preelectoral?, para referirse a la inequitativa distribución de recursos económicos y de propaganda durante la campaña electoral. En este relato, el régimen de facto que gobernaba desde el 4 de junio de 1943 había logrado, a través de la cooptación demagógica de las masas, prolongar su mandato bajo una fachada democrática. Así, en una de las primeras sesiones del restablecido Congreso de la Nación, el diputado radical Nerio Rojas sintetizó esta caracterización al referirse al gobierno peronista como “una dictadura con forma de ley? (Pizzorno 2017).

El desconocimiento del carácter legítimo del gobierno planteaba ciertos dilemas a la hora de orientar la estrategia política opositora. ¿Cuáles eran las vías adecuadas para enfrentar a una dictadura que ahora tomaba el ropaje democrático? ¿Era admisible, por ejemplo, una insurrección para desalojarla del poder? Los partidos antiperonistas se mantendrían leales en esos primeros años a la legalidad del régimen y dirían que el cambio sólo podía efectuarse a través de las urnas. Sin embargo, la frontera se iría desplazando a medida que la oposición incrementara sus denuncias sobre la progresiva restricción a las libertades públicas. El gobierno, por su parte, hizo una contribución decisiva para fortalecer esa lectura cuando, a mediados de 1947, decidió clausurar las publicaciones La Vanguardia y Provincias Unidas, del socialismo y del sector intransigente del radicalismo respectivamente, en el marco de una ofensiva contra diversos medios de prensa no oficialistas.

En el marco del reclamo por la libertad de expresión se manifestaron las primeras referencias opositoras a la abstención electoral como método para desconocer la legitimidad del gobierno. Tras el cierre de La Vanguardia, el Partido Socialista (PS) afirmó que, de cara a los comicios legislativos de marzo de 1948, “sin libertad de prensa y de palabra, las elecciones serán irremisiblemente fraudulentas?3. Por su parte, los conservadores del PD se lamentaban: “El poder presidencial es así, absoluto. Ya no hay en la República resorte alguno de gobierno que no esté en sus manos?, aunque en el mismo manifiesto descartaban algún tipo de salida extra-institucional y llamaban a la reflexión del elenco gobernante: “Preferimos un cambio de rumbo en los hombres de gobierno, que permita una evolución pacífica. El gobierno debe volver sobre sus pasos?4.

En marzo de 1948, ninguna de las fuerzas opositoras adoptó la abstención en las elecciones legislativas celebradas en once provincias. Estos comicios revelarían un sólido apoyo del peronismo en torno a dos tercios del electorado que se mantendría prácticamente inalterable hasta su derrocamiento en 1955. Tras el triunfo, el gobierno anunciaría un proyecto de reforma constitucional que intensificó el clima de polarización con la oposición. Aquel anuncio desató la movilización de sectores partidarios y extrapartidarios que se manifestaron en defensa de la Constitución de 1853, a la que presentaban como esencia de la nacionalidad argentina y como último pilar de defensa frente al avance peronista sobre la institucionalidad democrática (Pizzorno 2019).

En ese contexto, el socialismo adoptó la abstención por primera vez en su historia frente a la convocatoria a elecciones constituyentes para diciembre de 1948, cuando llamó a la ciudadanía a votar con el lema “Contra la reforma fascista de la Constitución? o en blanco. En el resto de las fuerzas minoritarias de la oposición, conservadores y demócratas progresistas también anunciaron su abstención, mientras que el Partido Comunista (PC) se diferenció de lo que tildaba despectivamente de “oposición sistemática? y presentó una lista propia que no obtuvo representación en la Convención Constituyente. Sin embargo, el debate más resonante en relación con la abstención electoral se manifestó al interior de la UCR, dividida en dos grandes tendencias partidarias que anticiparon allí la discusión que se reconstruirá a continuación.

A pesar de la movilización antiperonista, las elecciones constituyentes ratificaron un contundente apoyo popular al oficialismo que le permitió reformar la Constitución Nacional en marzo de 1949 e introducir la figura de la reelección presidencial, implementada en las elecciones del 11 de noviembre de 1951. Entre un hecho y otro, el gobierno reforzaría su veta centralista y el uso de mecanismos de coerción política, a la vez que extendería su influencia sobre diversos ámbitos de la sociedad civil, adelantando algunos rasgos que serían característicos del segundo mandato. Entre estas medidas se encontraba el mayor control a la prensa opositora, a través de la llamada Comisión Visca y de la expropiación al diario La Prensa; la sanción de leyes penales en el Congreso, que contemplaban potenciales castigos al accionar opositor, y nuevas restricciones institucionales a las fuerzas opositoras: un estatuto de partidos políticos que prohibía tanto las alianzas electorales como la abstención y un nuevo diseño del sistema electoral que limitaría severamente la representación legislativa del radicalismo.

Para el antiperonismo, este período introduce el debate abierto en sus filas respecto a la legalidad política del régimen. Las diferentes fuerzas opositoras mantendrían discusiones internas respecto a la estrategia a seguir y, de forma transversal, irían surgiendo al interior de casi todas ellas voces que proponían abandonar la participación electoral y las bancas parlamentarias para desconocer la constitucionalidad del gobierno peronista. En ese sentido, el fallido intento de golpe militar liderado por el general retirado Benjamín Menéndez en septiembre de 1951 -de cuyos preparativos habían sido notificados dirigentes de casi toda la oposición- (Potash 1971: 176) sería la manifestación más acabada de que la conspiración cívico-militar había sido incorporada definitivamente a las estrategias políticas de una parte significativa del antiperonismo. 

ABSTENCIÒN CONTRA PROGRAMA: LA DISPUTA POR LA IDENTIDAD RADICAL

Tras la reelección de Perón, la UCR experimentó una agudización de las tensiones internas que arrastraba de tiempo atrás. Desde 1945, el partido agrupaba a dos sectores en disputa: la vieja conducción alvearista, que había liderado la gestación de la Unión Democrática (UD) para enfrentar a Perón y que por ello fue identificada como “unionista?, y los grupos que formaban parte del Movimiento de Intransigencia y Renovación (MIR) -creado como tendencia interna en abril de 1945 a través de la célebre Declaración de Avellaneda-, que reivindicaban fuertemente la herencia yrigoyenista y se habían opuesto a la alianza con otros partidos en las elecciones de 1946 (Del Mazo 1957; Babini 1984; Persello 2007; Azzolini y Melo 2011). Tras la derrota de la UD, los sectores “intransigentes? responsabilizaron a la conducción partidaria de haber desvirtuado la identidad radical y de haber permitido que el peronismo se apropiara de las banderas históricas del radicalismo. De este modo, la intransigencia, que logró hacerse de la dirección del partido en 1948, libraba una doble disputa: tanto la del sentido de lo radical frente a sus adversarios unionistas, como la del sentido de lo popular frente al peronismo, que, para el MIR, además de expresar un designio autoritario, no llevaba verdaderamente a cabo las consignas populares de las que hacía gala (Pizzorno 2017).

Como se dijo, las primeras disputas al interior de la UCR en torno a la abstención electoral se dieron frente a las elecciones constituyentes de 1948. Al igual que los socialistas, los unionistas eran partidarios de no concurrir a las urnas para no legitimar la convocatoria peronista. Por su parte, los intransigentes defendían la concurrencia electoral y la participación en la Convención Constituyente como medio para hacer oír la voz del radicalismo en dicha tribuna. Finalmente, se acordó una posición intermedia: el partido se presentaría a elecciones y sus convencionales asumirían su banca, desde donde denunciarían la ilegitimidad de la convocatoria, pero se abstendrían de presentar proyecto o modificación alguna. Así fue que en marzo de 1949, al cabo de agitadas sesiones de la Convención, el jefe de la bancada Moisés Lebensohn anunció el retiro del bloque radical, dejando al oficialismo sesionando en soledad.

Después de la reforma constitucional, el radicalismo y la oposición en general adoptaron un discurso más beligerante frente al peronismo. Al interior de la UCR, la nueva coyuntura motivó un reacomodamiento de las alianzas partidarias, dado que el sector de la intransigencia que se referenciaba en el ex gobernador de Córdoba, Amadeo Sabattini, se acercó a los unionistas en su inclinación cada vez mayor por la abstención electoral y en la vinculación con sectores militares enfrentados al gobierno (Tcach 2006: 186). En ese sentido, de cara a las elecciones de 1951, ambos grupos se mostraron reticentes a apoyar la fórmula Ricardo Balbín-Arturo Frondizi proclamada por la mayoría intransigente. Ya en mayo de ese año, los unionistas habían insistido en la comunión de los distintos grupos radicales, pero priorizando la lucha abierta contra el peronismo:

Sólo nos mueve el deseo de vigorizar la acción del partido en su lucha contra el régimen imperante. Esta hora es de combate y cualquier discrepancia de orden programático que pudiera diferenciarnos, debe diferirse hasta que hayamos logrado el restablecimiento de las instituciones de la República, móvil éste en el que entendemos que no puede haber discrepancia5.

Los unionistas apuntaban en esa declaración al énfasis programático de la intransigencia, quienes rechazaban cualquier asociación que tuviera algún parecido a la vieja UD y sostenían que era necesario construir una alternativa que fuera más allá del mero “contrerismo? (Persello 2007: 165). El discurso del MIR se orientaba no sólo a rechazar al peronismo sino a refutar las credenciales populares de las que éste hacía gala. De este modo, la disputa entre el peronismo y la intransigencia radical es ilustrativa de un enfrentamiento político donde pocas veces se vieron mayores coincidencias programáticas entre los contendientes (Aboy Carlés 2001: 138).

Para el unionismo, en tanto, la UCR debía luchar “por todos los medios a su alcance, por el retorno de un régimen de libertad y democracia? y, una vez obtenida esa conquista fundamental, podía abocarse al estudio de un nuevo programa partidario6. Desde ese sector, los reparos doctrinarios de la intransigencia no eran más que un obstáculo a la impostergable unidad de toda la oposición al peronismo. En ese sentido se expresó el unionista Arturo Mathov, quien afirmó que “el programa intransigente es demasiado minucioso como para que todos los hombres libres acudan a la UCR?7. Sin embargo, el MIR logró prevalecer en la Convención Nacional y aprobó la fórmula Balbín-Frondizi para las elecciones del 11 noviembre de 1951.

El resultado de aquellos comicios, además de consolidar una mayoría estable de apoyo al peronismo de alrededor de dos tercios del electorado (4.715.168 votos), confirmó también a la UCR como el único partido opositor relevante en las urnas (2.415.750 votos). La mejora de performance electoral del radicalismo se venía advirtiendo en los comicios provinciales de 1950 y confirmó en el orden nacional una tendencia hacia la concentración del voto antiperonista en la UCR a expensas del resto de las fuerzas opositoras. No obstante, gracias a la reforma electoral y al polémico diseño de las circunscripciones, la victoria oficialista se amplificó en la Cámara de Diputados, obteniendo la totalidad de las bancas a excepción de catorce que quedaron para los radicales (de Privitellio 2011: 232).

La reelección de Perón reveló que, a pesar de la tenue mejora electoral de la UCR, la posibilidad de un triunfo opositor por las urnas era más bien remota. Por otro lado, la muerte de Eva Perón en julio de 1952 suscitó una procesión popular que evidenció con toda crudeza la fortaleza del vínculo entre el gobierno y las masas peronistas. Este escenario reforzó la opción extra-institucional en las filas opositoras, que ya habían explorado la salida militar a través de la participación de dirigentes en el levantamiento fallido de Menéndez. Por otro lado, la sanción del estado de guerra interno proclamada por Perón ese mismo día, que autorizaba el arresto irrestricto de personas por tiempo indeterminado, fue interpretada por los grupos opositores como una ruptura del estado de derecho y alentó la radicalización del campo antiperonista (Pizzorno 2020).

En el debate público, esta nueva fase se manifestaría a través de la propuesta de abandonar las bancas parlamentarias por parte de diversos sectores de la oposición, aunque en donde mayor relevancia adquiría esta discusión era en la UCR puesto que se trataba del único partido opositor que contaba con representación legislativa nacional. Días después de la muerte de Eva Perón, los diputados provinciales y concejales de la UCR de Mendoza presentaron la renuncia a sus bancas. En su descargo, se refirieron a las restricciones impuestas por la mayoría peronista y adujeron que había “desaparecido el régimen democrático parlamentario?. El comité provincial, bajo control unionista, avaló la decisión de los legisladores y dirigió una nota al Comité Nacional para considerar “si ha llegado la hora o no de que todos los representantes del radicalismo en cuerpos deliberativos del país hagan renuncia de sus cargos?8. Poco después llegó la negativa de la conducción nacional, notificando a todos los parlamentarios del partido que “mientras las autoridades nacionales del radicalismo no dispongan lo contrario, deberán mantenerse en el ejercicio de sus mandatos?9.

En abril de 1953, la intransigencia logró imponer en la Convención Nacional de la UCR la llamada “línea combatiente?, que reivindicaba sostener la oposición al peronismo en el ámbito institucional y, a la vez, una fuerte defensa del carácter programático del partido. La resolución aseguraba que el radicalismo libraría esa lucha “en todos los frentes de la vida nacional con un sentido afirmativo, sin pactos, acuerdos ni cesiones de ninguna naturaleza?10. Como presidente de la Convención, Lebensohn defendió la moción de la siguiente forma:

La línea combatiente de hoy coincide con la Abstención de Yrigoyen en el aspecto esencial de que ambas tienden a diferenciar, hasta físicamente, al Radicalismo. En las épocas del gran conductor, cuando las convocatorias electorales eran regidas por el signo del fraude y atraían a las diversas fracciones de la oligarquía, que concurrían para repartirse representaciones dolosas, Yrigoyen retenía al Radicalismo en la oposición; y éste era un modo de apartarlo, de ponerlo al margen del tropel del “régimen?, de diferenciarlo. Hoy, a medio siglo de distancia, la línea combatiente tiene parecida significación frente al reclamo de los que quieren aplicar a todos, indiferenciadamente, la norma niveladora de la abstención, la línea combatiente es -aparte otros significados- una política diferencial que nos libera y defiende hasta de la apariencia de conjunción o igualación con sectores políticos incompatibles con nuestra doctrina, y que, al mismo tiempo, nos mantiene en pie en el sitio donde esta vez puede darse con mayor eficacia la pelea, sin eludir nuestras definiciones programáticas, es decir, nuestros compromisos con el pueblo, con el mañana (Cit. en Del Mazo 1957: 188)

La postura intransigente defendía la concurrencia electoral y la presencia en las bancas como puestos de combate que creía necesario sostener para difundir una propuesta alternativa y mantener un canal de comunicación con la sociedad. Por otro lado, el abandono de las bancas implicaba una coalición antiperonista de hecho con el resto de las fuerzas opositoras, que contrastaba con el fuerte énfasis programático que el MIR defendía como diferencial político frente al resto de la oposición. Allí residía el motivo de la queja de Lebensohn contra una posición que disolvía al radicalismo en un frente abstencionista sin más puntos en común que un antiperonismo acérrimo y una alianza tácita con los sectores militares que conspiraban contra el gobierno peronista. Aquel sería el último discurso público de Lebensohn, referente destacado de la intransigencia bonaerense, quien falleció de un infarto en junio de 1953.

Con mayoría en los organismos partidarios, la intransigencia logró hacerse de la presidencia del partido -en manos del sabattinismo desde 1950- a inicios de 1954 con la elección de Frondizi, quien era visto por su sector como el dirigente más idóneo para profundizar el perfil doctrinario del radicalismo. La nueva mesa directiva del Comité Nacional, íntegramente compuesta por la intransigencia, fue fuertemente resistida por unionistas y sabattinistas. En ese sentido, además de insistir en la táctica abstencionista, los rivales internos de Frondizi apuntaron sobre dos rasgos centrales de la nueva conducción partidaria: por un lado, su férrea política de intervención a los distritos díscolos que denunciaron como “métodos de carácter totalitario?11; por otro, su marcado énfasis programático orientado a la cuestión petrolera, la reforma agraria o el antiimperialismo, objetado como un giro hacia el marxismo que poco tenía que ver con la fisonomía histórica del radicalismo. “Sería realmente triste que después de más de medio siglo, el partido que fundaron Alem e Yrigoyen desembocara, sino en el totalitarismo, en sus formas espurias y vergonzantes?12, declaró el unionismo. Las recurrentes menciones al “totalitarismo? no eran fruto de la casualidad: otra de las acusaciones de los rivales internos del frondicismo aludía a su sospechoso parecido con el régimen político vigente (Persello 2007: 165).

De este modo, los últimos años del gobierno peronista estuvieron paradójicamente marcados por la creciente división interna de la principal fuerza opositora. Así, la dirección frondicista rechazó una y otra vez los planteos de “unidad? con el resto de la oposición que sus rivales internos reclamaban en clave abstencionista. En junio de 1954, se pronunció en contra de la “política de conjunción opositora, impulsada por las fuerzas enemigas del radicalismo? (Del Mazo 1957: 336). Hacia fin de año, agregó:

La verdadera unidad es la que se labra en torno a las ideas que han dado contenido y sentido propios al radicalismo y no la que se fabrica en los acuerdos de los dirigentes para quienes el lema partidario es a veces sólo un rótulo impuesto por el azar, por la costumbre o por la mera conveniencia personal. Radicales son todos los que quieren, como lo quiere la mesa directiva, una revolución radical liberadora y creadora, que consume en el orden social, político, económico y espiritual el programa de las generaciones fundadoras13.

La declaración del Comité Nacional retomaba la vieja disputa respecto a la identidad radical de una forma que recordaba a las críticas ensayadas por el MIR a la UD ya casi una década atrás. Para la conducción intransigente, quienes adoptaban el rótulo radical sin asumir un programa revolucionario no eran consecuentemente radicales. Aquella era la premisa de la “verdadera unidad?, distinta a los “acuerdos de dirigentes? que pretendían disolver la doctrina radical en un frente abstencionista. Estas disputas continuaron hasta días antes de la caída del peronismo, cuando en la Convención Nacional de agosto de 1955, unionistas y sabattinistas renovaron sus críticas a la dirección partidaria, aseverando que “en los momentos de mayor crisis oficialista, [ésta] reincide en la tarea de dividir al partido y enervar la acción opositora?14.

En septiembre de 1955, el radicalismo suspendió brevemente sus disputas internas para celebrar el arribo de la “Revolución Libertadora? que derrocó a Perón. Sin embargo, las diferencias no tardaron en emerger nuevamente bajo el nuevo contexto político, que cada sector intentó aprovechar en beneficio propio. Los sabattinistas se jactaron retroactivamente de su tenaz política de abstención, que opusieron a “la consigna de ´juego limpio al peronismo´ propiciada y definida por las directivas del partido? y reivindicaron la “acción revolucionaria? como método para “agudizar la crisis de una dictadura que se preciaba de moverse en el ámbito de una organicidad democrática, so pretexto de que fuerzas opositoras participaban en su entendimiento parlamentario?15. Por su parte, los unionistas también desplegaron un entusiasta apoyo al nuevo régimen militar y prometieron “luchar sin desmayo para que la Revolución llegue a las filas de la UCR?16.

Pronto quedaría en evidencia que, mientras que el Comité Nacional en manos del froncidismo se iba distanciando del régimen militar y realizaba gestos contemporizadores a sectores peronistas -avizorando que allí residía la clave para acceder al gobierno-, los grupos díscolos acentuaban sus vínculos con la “Revolución Libertadora? y se mostraban más cercanos a la estrategia oficial de “desperonización? que, tras el reemplazo de Eduardo Lonardi por Pedro Aramburu al frente del gobierno, mostró su faceta más represiva a través de la disolución del Partido Peronista y la intervención de la CGT. La brecha entre ambas estrategias derivaría finalmente en la ruptura del radicalismo a inicios de 1957 entre la Unión Cívica Radical Intransigente y la Unión Cívica Radical del Pueblo, que sumó a la alianza de unionistas y sabattinistas a los sectores de la intransigencia que se referenciaban en Balbín (Gallo 1983 y Spinelli 2005).

LOS L ÌMITES DE LA NEGOCIACIÒN: LA INTERNA DE LOS CONSERVADORES

La trayectoria del PD durante la primera década peronista es bien diferente a la de UCR, principalmente porque, a diferencia de aquella, el conservadurismo inició su eclipse como fuerza nacional a partir de la emergencia del peronismo. Heredero del Partido Autonomista Nacional que había gobernado la Argentina durante el régimen oligárquico y reconvertido en el Partido Demócrata Nacional que lideró las administraciones de la Concordancia entre 1932 y 1943, el PD optó por presentarse con candidatos propios a las elecciones de 1946 tras ser vetado por los radicales para integrar la UD, aunque dejando en libertad de acción a sus sedes provinciales, cuyos dirigentes en no pocos casos se volcaron al peronismo (Macor y Tcach 2003).

Mientras el peronismo se nutría de buena parte del electorado conservador en muchas provincias del país, el PD atravesó con menos contradicciones el ejercicio opositor que otras fuerzas tradicionales. En efecto, mientras radicales y socialistas frecuentemente debían esforzarse por diferenciar la política social o el intervencionismo estatal de Perón de la condena general a su gobierno, los conservadores desplegaron una crítica más integral, basada en una inquebrantable visión liberal-conservadora que se nutría de los postulados del liberalismo económico y el conservadurismo político. De este modo, en 1948, el PD afirmaba que la Argentina “vive una verdadera conmoción provocada por la acción omnipresente del Estado, que en todo interviene. Un partido, usando y abusando de todos los resortes del poder, domina en todos los ámbitos del país?17. Tras abstenerse de participar en las elecciones constituyentes de ese año, los conservadores no fueron ajenos al proceso de radicalización que afectó a la mayoría de la oposición y su discurso también adquirió un tono más combativo.

En las elecciones de 1951, el PD retomó la concurrencia y, con la fórmula Reynaldo Pastor-Vicente Solano Lima, obtuvo un tercer lugar (174.399 votos) que superaba al total del resto de las fuerzas opositoras menores (135.771 votos), aunque muy lejos de la cantidad de sufragios obtenida por peronistas y radicales. Sin embargo, tras obtener la reelección, Perón se dirigiría a los conservadores en el marco de una serie de gestiones destinadas a distender el clima político después del levantamiento de Menéndez. Esto abriría un debate en el seno del partido, que vio abrirse una brecha en su interior respecto a la relación que el PD debía mantener frente a los gestos de descompresión política del gobierno reelecto.

A fines de 1951, Perón mantuvo una reunión secreta con Pastor, presidente del PD y único diputado nacional del partido, con quien intercambió miradas de la actualidad. Sin embargo, unos pocos meses después los rumores de aquel encuentro empezaron a trascender y Pastor se vio obligado a dar una respuesta frente a su partido, afirmando que “ningún ciudadano debe negarse a escuchar al primer magistrado de la Nación por más profundas que sean las divergencias que los separen? y que la reunión “tampoco comprometía la firme e invariable posición opositora del Partido Demócrata y sus hombres?18.

El episodio, sin embargo, significó un cimbronazo para los conservadores y fue especialmente aprovechado por los rivales internos de Pastor que ya venían manifestando diferencias con su conducción. Allí se destacaban sobre todo las figuras cordobesas de José Aguirre Cámara y José Mercado, exponentes de una línea más liberal y modernizante -y también más celosamente antiperonista-, distinta a la tradicionalista católica que había dominado en general en el conservadurismo. Esta renovación dentro del PD cordobés estaba vinculada al previo éxodo de cuadros y militantes conservadores que nutrieron de forma significativa al peronismo de la provincia (Tcach 2006: 171). El núcleo cordobés había manifestado su rechazo a la fórmula Pastor-Solano Lima, por considerar que no existía un clima propicio en el país para presentarse a las elecciones de 195119. Ya en agosto de 1949, Mercado había hecho un llamamiento a la ciudadanía “para que adopte posiciones de lucha?, solicitando “el esfuerzo combatiente ante el desquiciamiento de las instituciones libres argentinas?20. Poco después sería expulsado de la Legislatura de Córdoba por romper una banca como reacción a la negativa de concedérsele el uso de la palabra, en un acto que defendió como de “resistencia a la tiranía parlamentaria? (Camaño Semprini 2014: 82).

Debido a la presión de los conservadores cordobeses, Pastor se vio obligado a renunciar a la presidencia del partido. Al hacerlo, realizó un nuevo descargo en el que afirmó que para servir a la República no bastaba con “la sola bandera de una oposición indeclinable? y que “la intransigencia frente a todo y a todos es causante de muchos males en la política?21. Tras su salida, y ante la creciente crisis interna, la conducción del PD fue asumida por una junta reorganizadora a cargo del mendocino Adolfo Vicchi.

Sin embargo, las divisiones seguían latentes y no tardarían en manifestarse nuevamente en la segunda mitad de 1952, luego de la muerte de Eva Perón, cuando el debate sobre el abandono de las bancas parlamentarias se extendió por toda la oposición. Tras la expulsión de un diputado conservador de la Legislatura de Entre Ríos, la junta reorganizadora resolvió citar al comité partidario para que definiera “si ha llegado el momento de que dimitan las representaciones que en esas legislaturas y consejos mantiene el Partido Demócrata?22. La sesión del comité llegó a la conclusión de que efectivamente no existían las condiciones mínimas indispensables para sostener la participación parlamentaria. Sin embargo, un día después de que la UCR resolviera sostener la presencia en las bancas, el PD manifestó que, como su representación se limitaba al ámbito provincial y municipal, “el abandono de las bancas producido exclusivamente por el partido no lograría el objetivo que se alcanzaría, como acto de protesta, si fuera un acto conjunto de los partidos opositores?23. En otras palabras, la dirigencia conservadora se desligaba de la responsabilidad de abandonar las bancas en la medida que la UCR no llevara adelante una decisión similar.

Tras la fatídica jornada del 15 de abril de 195324, el PD revió su posición y, cediendo a la presión de los sectores abstencionistas, anunció el abandono de todas sus bancas provinciales y municipales25. No obstante, en junio del mismo año, una delegación partidaria sostuvo una entrevista con el ministro de Interior, Ángel Borlenghi, para reclamar la liberación de sus presos políticos y contribuir “a la pacificación política de la República?26. Así como existían sectores que afirmaban que el partido no debía sostener ningún tipo de diálogo con el oficialismo, la vieja guardia conservadora creía necesario hacer algún tipo de gestión por sus dirigentes encarcelados, como Federico Pinedo, quien se encontraba preso en la Penitenciaría Nacional desde el año anterior. Aquellos distinguidos personajes de la política, recordaba irónicamente Halperín Donghi (2000: 81), habían descubierto en la cárcel las ventajas de un estilo más apacible en la lucha política.

Fue precisamente Pinedo el dirigente emblemático de este momento de distensión, ya que tras cumplir con la gestión y liberar a los dirigentes conservadores presos, Borlenghi dio a conocer una carta que el ex ministro de Hacienda le había hecho llegar desde la cárcel. En ella, Pinedo proponía que el oficialismo realizara un llamado a la concordia, a cambio de que la oposición se abstuviera de criticar el rumbo general del gobierno. El tono sumamente cauteloso de la carta -que sugería a los opositores “llamarse a silencio en determinados temas y aun alejarse totalmente de la actividad militante y aun de la crítica de las autoridades por el tiempo que se requiera?27- irritó a los antiperonistas más enconados con el gobierno que vieron en la misiva un acto de genuflexión. De este modo, el referente socialista Américo Ghioldi aseguró desde su exilio en Montevideo: “La pasividad aconsejada por Pinedo es el apaciguamiento de la cobardía y de la impotencia, es la trayectoria de la servidumbre? (1953: 38).

En septiembre de 1953, los conservadores mantuvieron una reunión con Perón y se pronunciaron a favor de la conciliación impulsada por el gobierno. “Después de diez años de intensa conmoción interna, sólo nos mueve el afán de contribuir a crear un clima que haga posible la pacífica convivencia de las personas, asociaciones y partidos que actúan en el país?, declararon28. No obstante, el acercamiento con el gobierno acentuó las diferencias al interior del partido, donde el sector liderado por la seccional cordobesa rechazó el entendimiento y reclamó pedir al Ejecutivo una amplia ley de amnistía para presos políticos29. Esta demanda, reiterada por el conjunto de la oposición, se plasmó en un proyecto aprobado a fin de año por el Congreso que fue criticado por insuficiente al dejar afuera a los militares sublevados y a los acusados por actos de terrorismo.

En el verano de 1954, las diferencias entre ambos grupos conservadores se profundizaron respecto a la posición que debía asumir el PD frente a las elecciones para vicepresidente (a causa de la muerte del vicepresidente reelecto Hortensio Quijano) a celebrarse el 25 de abril de 1954. Frente al núcleo disidente que abogaba por la abstención y el abandono de las bandas, los dirigentes de la vieja guardia partidaria, cultores de un realismo político ajeno al abandono de las instancias de negociación y de la participación institucional -y acaso también tranquilizados por la moderación económica ensayada por Perón desde su reelección- insistieron en la concurrencia del partido a la elección. De este modo, en una reunión del comité en febrero de 1954, el tucumano Eduardo Paz defendió aquellas gestiones de “pacificación? con el gobierno y destacó que el clima de convivencia había mejorado desde entonces:

Por ello, no oculto mi extrañeza ante la actitud de algunos distritos partidarios que hoy abogan por la abstención electoral, cuando las circunstancias generales del país no son peores que las de antes y, por el contrario, se percibe un visible aquietamiento de las pasiones y los odios (”¦)

Algunos piensan que es mejor que todo fracase; porque de la catástrofe surgirá la salvación. Jamás los partidos conservadores han jugado a la carta de la catástrofe (”¦) Toda nuestra tradición partidaria nos enseña que hay buscar la paz cuando ella es posible, para que se abra así el camino de una fecunda evolución30.

En su intervención, Paz identificaba tanto a la búsqueda de la concordia como la concurrencia electoral con la tradición histórica del conservadurismo, a la cual, en cambio, consideraba opuesta al discurso extra-institucional intensamente desplegado por los sectores disidentes. Con sus palabras, el tucumano parecía querer recordarles a sus adversarios internos que la historia partidaria los obligaba a no abandonar la trabajosa búsqueda de intersticios para algún tipo de acuerdo con el oficialismo.

Otro indudable motivo de peso para sostener la concurrencia era la penalización vigente que quitaba la personería legal a los partidos que decidieran abstenerse. En ese sentido, en la Convención Nacional del PD, el concurrencista Felipe Yofre recordó que no presentarse a la elección implicaba el riesgo de la disolución partidaria. En su intervención, Yofre respondió a los argumentos que acusaban a su sector de “legalizar al gobierno? y, en lugar de desmentir la imputación, declaró:

Pero si legalizar al gobierno quisiera decir, en cambio, contribuir a despojar al régimen de sus aspectos violentos y arbitrarios, de origen típicamente revolucionario; si por legalizar se entendiera propender a encauzar los sucesos dentro de un régimen jurídico justo; si legalizar significara ayudar a que el proceso revolucionario termine y que el país entre en una vida normal y el régimen, disminuyendo sus restricciones, se sometiera a los cambios que el tiempo y los sucesos determinan; si tal cosa pudiera entenderse por “legalizar al gobierno?, yo afirmo que éste sería el más hermoso y civilizador programa, que, en esta situación, pudiera formularse una fuerza conservadora. Sería, indudablemente, el que estaría más de acuerdo con nuestra tradición histórica y, tal vez, el que acreditara una visión más patriótica y más serena del futuro argentino31.

Nuevamente, a través de una visión pragmática, el discurso de buena parte de la dirigencia conservadora tradicional entendía que el rol partidario podía contribuir a mejorar las reglas de juego del sistema político y a depurar al gobierno peronista de sus elementos “revolucionarios? y más restrictivos hacia la oposición. Desde luego, este argumento se conjugaba con el interés en sostener la visibilidad política y la personería jurídica que permitía la concurrencia electoral. Para Yofre, entregarse a la abstención y a la lucha extra-institucional significaba despojar de utilidad política a la herramienta partidaria. En ese sentido, agregaba:

Si el partido cumple alguna función beneficiosa en estos momentos o puede llenarla en el futuro, hay que ir a los comicios; si el partido ya no sirve para nada, se puede ir a la abstención. Y dejo de lado, para mayor claridad del planteo, una tercera alternativa, que ha asomado unas veces sorpresiva y otras veces tímidamente, y que ahora parecería haberse renovado en forma no muy explícita, y que yo llamaría la teoría del ave fénix o de la visión del profeta, la cual consistiría en que nosotros desapareciéramos ahora; que también se extinguieran los demócratas progresistas; que nos acompañaran en la defunción los socialistas y los radicales unionistas y que de todo este osario, de todas estas defunciones, de toda esta nueva visión de Ezequiel y al conjuro de una trompeta que sonara con los sones de un viejo programa, los huesos se unieran, cobraran músculo, carne y vida y naciera, así, un partido tan anacrónico como alguno de esos partidos un poco moderados, un tanto radicales y algo izquierdistas, que fueron tan comunes como inútiles en la República Española.

De este modo, Yofre salía al cruce de la voluntad abstencionista y rechazaba aquella unidad que se desprendería de un acuerdo con los sectores más radicalizados de la oposición. Curiosamente, el rechazo del conservador a esta amalgama opositora se asemejaba a los reparos que, desde un lenguaje opuesto, la intransigencia radical esgrimía para declararse contraria a la disolución de la UCR en un frente abstencionista sin más puntos en común que un antiperonismo militante. Si para un sector de los conservadores, las gestiones con el gobierno podían contribuir al menos a depurar de sus peores rasgos a una revolución en curso, para un sector de los radicales la lucha por una revolución verdadera contra una revolución aparente era incompatible con la fusión con otros grupos opositores. En uno y otro caso, por motivos bien diferentes, la vieja guardia conservadora y la intransigencia radical defendieron la supervivencia de sus respectivas identidades políticas y las instancias de participación electoral frente al clamor abstencionista y extra-institucional que atravesó a todo el campo antiperonista.

El insalvable desacuerdo al interior del conservadurismo implicó la división transitoria del partido por más de un año. En marzo de 1954, la delegación bonaerense, principal sostén de la concurrencia, presentó la candidatura de Benito de Miguel a la vicepresidencia de la Nación, aprobada por la justicia electoral a pesar de la apelación de los grupos abstencionistas. “La concurrencia importaba la quiebra o, por lo menos, el ablandamiento de la línea histórica del partido en la última década?, justificó el cordobés Aguirre Cámara al desconocer la postulación y llamar a votar en blanco32. Bajo su liderazgo se formó transitoriamente el Movimiento Nacional Abstencionista, hasta que en los últimos días del gobierno de Perón, una nueva junta reunificó al PD con Vicente Solano Lima, al regreso de su exilio montevideano, a la cabeza del partido33. Para entonces, en pleno conflicto del peronismo con la Iglesia, los diversos grupos conservadores hallaron una tregua al coincidir esta vez en el rechazo a las nuevas propuestas de “pacificación? ensayadas por Perón poco antes de su caída en 1955. Dicho reagrupamiento, no obstante, no sobrevivió a la “Revolución Libertadora?, cuando los conservadores no fueron ajenos a los procesos de ruptura que atravesaron todas las fuerzas antiperonistas, y terminaron consumando su fractura en 1958.

CONCLUSIONES

Es indudable que la emergencia del peronismo impactó fuertemente en las trayectorias identitarias de las fuerzas políticas que se enrolaron en su oposición. En ese sentido, a pesar de la heterogeneidad ideológica de los grupos que la conformaron, es posible establecer la existencia de una identidad política antiperonista relativamente común que operó como punto de articulación de fuerzas de diversas procedencias y que implicó una cierta desparticularización de sus respectivas tradiciones de origen. No obstante, este proceso no se manifestó sin tensiones ni disidencias internas, que se hicieron patentes cuando la férrea oposición al peronismo implicó subordinar viejos principios programáticos o conductas que podían ser consideras idiosincráticas por ciertos sectores de dichas fuerzas.

Existió un nítido antiperonismo -expresado bastante homogéneamente en el socialismo y el radicalismo unionista-, de extendida circulación en el mundo de la cultura y las ideas, y heredero de la movilización antiperonista de 1945 que se inspiraba en las gestas de la resistencia contra el fascismo. Dicha corriente, nutrida fundamentalmente de las clases medias urbanas, no desistió en asumir posiciones más conservadoras a medida que el escenario político evidenció que la emergencia del peronismo rebalsaba el prisma interpretativo democracia/fascismo al incorporar enfáticamente la cuestión social y laboral de modos que poco tenían que ver con la presunta inspiración en los totalitarismos europeos.

Los grupos que expresaban ese antiperonismo más virulento, quienes posiblemente mejor interpretaban las expectativas del irreductible tercio del electorado renuente al peronismo, enfrentaron las crecientes demostraciones de autoritarismo gubernamental con la correspondiente adopción de estrategias extra-institucionales y de apuestas conspirativas junto a sectores militares opositores. Tras la reelección de Perón, esta posición se tradujo nítidamente en el reclamo, transversal a diversas fuerzas antiperonistas, de la abstención electoral y el abandono de las bancas parlamentarias para desconocer ya no sólo la legitimidad de origen del peronismo sino la vigencia misma del estado de derecho.

La intransigencia radical orientó su discurso a la disputa de las credenciales populares y distributivas del peronismo. Para sus rivales unionistas, en cambio, estos reparos doctrinarios no implicaban más que una dilación innecesaria a la única causa opositora que consideraban urgente, la caída del peronismo, por sobre toda disquisición de tipo programática. Esto les valió a los intransigentes la crítica interna de ser sospechosamente parecidos al régimen gobernante, tanto en su discurso político como en el manejo del partido, que fue acusado de emplear “métodos totalitarios?.

En tanto, los conservadores enfrentaron a su manera la aparición de un sector abstencionista, aunque allí la vieja guardia partidaria rechazó la postura del núcleo cordobés apelando a la tradición realista y negociadora del partido. Desde esa óptica, los dirigentes tradicionales del PD defendieron la incursión en las gestiones de diálogo propuestas por Perón y encontraron un rol a desempeñar en la depuración de los elementos que les resultaban más disruptivos del régimen peronista, al menos hasta la conflictiva escalada de 1955 que precedió al derrocamiento del gobierno.

Paradójicamente, la caída de Perón no detuvo el proceso de fragmentación de los grupos que protagonizaron la oposición a su gobierno durante más de una década; por el contrario, fue su salida la que abrió profundos interrogantes respecto a qué hacer con las masas peronistas y con el diseño del sistema político. De este modo, mientras que ciertos sectores sostuvieron incólume su apoyo a la proscripción del peronismo y a la “desperonización? impulsada por el régimen militar, otros cuestionaron el abandono de viejos postulados programáticos y en ciertos casos reexaminaron su relación con la experiencia peronista, llegando a establecer -en el caso del frondicismo- una alianza con Perón de cara a las elecciones presidenciales de 1958.

Notas

1. Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el XIII Congreso Nacional y VI Congreso Internacional sobre Democracia, Rosario, 10 al 13 de septiembre de 2018. Agradezco los comentarios allí realizados.

2. Entre ellos puede mencionarse a Bisso (2005), García Sebastiani (2005), Spinelli (2005), Camaño Semprini (2014), Nállim (2014) y Azzolini (2018).

3. La Prensa, 1 de octubre de 1947, p. 10.

4. La Prensa, 26 de septiembre de 1947, p. 14.

5. La Nación, 10 de mayo de 1951, p. 5.

6. La Nación, 7 de agosto de 1951, p. 4.

7. La Nación, 6 de agosto de 1951, p. 4.

8. La Nación, 20 de agosto de 1952, p. 2.

9. La Nación, 12 de septiembre de 1952, p. 2.

10. La Nación, 28 de abril de 1953, p. 2.

11. La Nación, 13 de junio de 1954, p. 2.

12. La Nación, 10 de julio de 1954, p. 2.

13. La Nación, 13 de noviembre de 1954, p. 2.

14. La Nación, 16 de agosto de 1955, p. 2.

15. La Nación, 17 de octubre de 1955, p. 2.

16. La Nación, 16 de noviembre de 1955, p. 2.

17. La Prensa, 16 de agosto de 1948, p. 12.

18. La Nación, 11 de marzo de 1952, p. 2.

19. La Nación, 2 de septiembre de 1951, p. 1.

20. La Prensa, 10 de agosto de 1949, p. 6.

21. La Nación, 16 de abril de 1952, p. 1.

22. La Nación, 25 de agosto de 1952, p. 2.

23. La Nación, 10 de diciembre de 1952, p. 2.

24. El 15 de abril de 1953, dos bombas colocadas en la Plaza de Mayo en un acto de la CGT donde hablaba Perón dejaron un saldo de seis muertos y más de cien heridos. La contracara del atentado fue el incendio de los locales partidarios opositores que tuvo lugar esa misma noche por parte de algunos grupos que habían concurrido al acto.

25. La Nación, 25 de abril de 1953, p. 2.

26. La Nación, 1 de julio de 1953, p. 1.

27. La Nación, 2 de julio de 1953, p. 1.

28. La Nación, 26 de septiembre de 1953, p. 1.

29. La Nación, 23 de septiembre de 1953, p. 2.

30. La Nación, 21 de febrero de 1954, p. 2.

31. La Nación, 12 de marzo de 1954, p. 2.

32. La Nación, 12 de marzo de 1954, p. 2.

33. El liderazgo del sector abstencionista se repartió entre Aguirre Cámara y Mercado, aunque asumió tácticas políticas diferentes: mientras el primero lideró el Movimiento Nacional Abstencionista, que pretendía seguir disputando el poder al interior del PD, el segundo presidió el Movimiento Demócrata Autonomista, que abogaba por la ruptura con el partido (Tcach 2006: 240).

REFERENCIAS

1. Aboy Carlés, Gerardo. Las dos fronteras de la democracia argentina. La reformulación de las identidades políticas de Alfonsín a Menem. Rosario: Homo Sapiens. 2001.         [ Links ]

2. Altamirano, Carlos. “Ideologías políticas y debate cívico?. Juan Carlos Torre (dir.) Los años peronistas (1943-1955). Buenos Aires, Sudamericana. 2002, pp. 207-256.

3. Azzolini, Nicolás y Julián Melo. “El espejo y la trampa. La intransigencia radical y la emergencia del populismo peronista en la Argentina (1943-1949). Papeles de Trabajo: 2011, 5.8: 53-71.

4. Azzolini, Nicolás. Los tiempos de la democracia. Conceptos, identidades y debates políticos durante el primer peronismo (1943-1955). Villa María: Eduvim. 2018.         [ Links ]

5. Babini, Nicolás. Frondizi de la oposición al gobierno. Buenos Aires: Celtia. 1984.         [ Links ]

6. Bisso, Andrés. Acción argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial. Buenos Aires: Prometeo. 2005.         [ Links ]

7. Camaño Semprini, Rebeca. Peronismo y poder municipal. De los orígenes al gobierno en Río Cuarto (Córdoba, 1943-1955). Rosario: Prohistoria. 2014.         [ Links ]

8. de Privitellio, Luciano. “Las elecciones entre dos reformas: 1900-1955?. Hilda Sábato et al. Historia de las elecciones en la Argentina 1805-2011. Buenos Aires, El Ateneo. 2011, pp. 135-233.

9. Del Mazo, Gabriel. El radicalismo. El Movimiento de Intransigencia y Renovación. Buenos Aires: Gure. 1957.         [ Links ]

10. Gallo, Ricardo. Balbín, Frondizi y la división del radicalismo (1956-1958). Buenos Aires: De Belgrano. 1983.         [ Links ]

11. García Sebastiani, Marcela. Los antiperonistas en la Argentina peronista. Radicales y socialistas en la política argentina entre 1943 y 1951. Buenos Aires: Prometeo. 2005.         [ Links ]

12. Ghioldi, Américo. El “Antiiimperialismo? de Perón / La carta de Federico Pinedo, Montevideo: s/e. 1953.

13. Halperín Donghi, Tulio. La democracia de masas. Buenos Aires: Paidós. 2000.         [ Links ]

14. Macor, Darío y César Tcach (eds). La invención del peronismo en el interior del país, Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral. 2003.         [ Links ]

15. Nállim, Jorge. Las raíces del antiperonismo. Orígenes históricos e ideológicos. Buenos Aires: Capital Intelectual. 2014.         [ Links ]

16. Persello, Ana Virginia. Historia del radicalismo. Buenos Aires: Edhasa. 2007.         [ Links ]

17. Pizzorno, Pablo. “Una dictadura con forma de ley. Lecturas antiperonistas tras el triunfo de Perón?. Anuario de la Escuela de Historia Virtual: 2017, 8.12: 108-129.

18. Pizzorno, Pablo. “´Octubre se venga de Mayo´. El antiperonismo frente a la reforma constitucional de 1949?. PolHis: 2019, 12. 24: 3-28.

19. Pizzorno, Pablo. “Sobre antiperonismo y radicalización política: la oposición al estado de guerra interno (1951-1955)?. Quinto Sol: 2020, 24. 3 (en prensa).

20. Potash, Robert. El ejército y la política en la Argentina 1928-1945. De Yrigoyen a Perón. Buenos Aires: Sudamericana. 1971 [1969].         [ Links ]

21. Spinelli, María Estella. Los vencedores vencidos. El antiperonismo y la “revolución libertadora?. Buenos Aires: Biblos. 2005.

22. Tcach, César. Sabattinismo y peronismo. Partidos políticos en Córdoba (1943-1955). Buenos Aires, Biblos: 2006 [1991].         [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons