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Revista Pilquen

versión On-line ISSN 1851-3123

Rev. Pilquen. secc. cienc. soc. vol.24 no.2 Viedma jun. 2021

 

ARTÍCULO

Las definiciones mínimas de populismo. Problemas y potencialidades

Minimum Definitions of Populism. Problems and Potentialities

 

Gastón Souroujon
gsouroujon@hotmail.com

Universidad Nacional de Rosario; Consejo Nacional de Investigaciones Científicé y Técnicas. Argentina

Recibido 11|02|2020
Aceptado 20|05|2021

 


Resumen
En las primeras décadas del siglo XXI somos testigos de un renovado interés desde los centros de estudios de los países centrales, Europa Occidental y Norteamérica, por el concepto de populismo. Interés que se traduce en un incremento en el corpus bibliográfico sobre el mismo, generando un nuevo capítulo en el devenir histórico del concepto. El presente trabajo tiene como objetivo el análisis de úste último capítulo, en el cual se observa un primado por procurar capturar el fenómeno a partir de definiciones mínimas. En este orden, presentaremos las perspectivas más relevantes dentro de este conjunto y procurareñs señalar las deficiencias que las mismas comparten más allá de sus diferencias. Deficiencias que sospechamos se originan en esta estrategia de construcción de conceptos.

Palabras clave: Populismo; Democracia; Definiciones mínimas.

Abstract
In the first decades of the 21st century we are witnessing a renewed interest from the academic centers of the central countries, Western Europe and North America, for the concept of populism. Interest that translates into an increase in the bibliographic corpus on it, generating a new chapter in the historical evolution of the concept. The present work aims to analyze this last chapter, in which a primacy is observed for trying to capture the phenomenon from minimal definitions. In this order, we will present the most relevant perspectives within this set and we will try to point out the deficiencies that they share beyond their differences. Deficiencies that we suspect have their origin in this concept-building strategy.

Key words: Populism; Democracy; Minimal definitions.


 

Una de las características más salientes de las ciencias sociales, y la ciencia política en particular, de Europa Occidental y de Estados Unidos es el llamativo reinado que los estudios sobre populismo ostentan en el siglo XXI en el mainstream académico. Fenómeno que durante gran parte del siglo XX era visto como una patología marginal, propio de países periféricos, fundamentalmente América Latina, o de experiencias extraordinarias como el macartismo, y cuyo estudio había seducido más a historiadores que observaban el siglo XIX que a cientistas sociales, en la actualidad se ha convertido en una clave interpretativa ineludible en los centros de estudios de estas latitudes geográficas. Las conferencias, escritos, seminarios, etc. sobre populismo se incrementaron de forma vertiginosa, doce mil libros sobre populismo se han publicado solo en inglés (Rovira Kaltwasser et al.2017) entre 1990 y 2010, tendencia creciente que en la década siguiente permaneció y en el 2016 presentó un nuevo pico de incremento luego de la victoria de Trump en Estados Unidos y del Brexit (Berezin, 2019). Por lo dicho no es extraño que el populismo se haya convertido en el 2017 en una de las palabras del año para el diccionario de Cambridge (Pappas, 2019:1)

Desde América Latina el presente entusiasmo que muestran los países centrales por el populismo no deja de ser llamativo, los investigadores sociales de nuestra región han convivido y han dedicado por décadas grandes esfuerzos intelectuales para dilucidar las aristas del concepto, su relación con la democracia, las potencialidades y problemas que éste esconde. Sin embargo, los nuevos estudios que surgen en Europa Occidental y Estados Unidos en su mayoría prefieren ignorar esta rica tradición, atentando como sugiere Finchelstein (2018) contra la profundidad histórica del concepto. Lo que genera una sensación de desconexión entre estos mundos académicos.

El objetivo de este artículo no es tender los puentes de este dialogo, ni presentar todo el mapa geográfico e histórico del concepto, tampoco repetir el conocido ritual de los trabajos sobre populismo en el cual se muestra las deficiencias de las conceptualizaciones predecesoras para luego tratar de establecer una propia (Aboy Carlés, 2003); sino acercarnos a este nuevo capítulo conceptual del populismo para analizar los obstáculos, deficiencias y potencialidades que la estrategia metodológica que prevalece, la construcción de definiciones mínimas, presenta. Es decir, más allá de las diferencias en las dimensiones que se priorizan en pos de la construcción del concepto, sospechamos que las distintas categorías más relevantes de populismo que surgieron en las últimas décadas presentan un conjunto de problemas comunes. Con el fin de una comprensión más acabada de estos objetivos, antes de abocarnos al estudio de las definiciones mínimas más relevantes y subrayar sus problemas, es necesario repasar brevemente los distintos capítulos del concepto, reconocer sus viajes conceptuales y sus modulaciones más trascendentes, relevar sintéticamente cuales fueron las opciones metodológicas que se priorizaron para construir el concepto, para luego sí poder detenernos en el que por ahora es su último capítulo.

1) UNA BREVE HISTORIA DEL POPULISMO CONTADA EN CINCO CAPÍTULOS

a) Movimientos prepopulistas: El final del siglo XIX constituyó un escenario histórico donde la palabra pueblo se convirtió en una palabra clave de la política moderna con el surgimiento de la democracia de masas, en este contexto surge el concepto populista para caracterizar, en principio de forma peyorativa y luego reapropiado para autodesignase, a los adherentes del People™s Party fundado en 1891 en Estados Unidos1, que representaba las demandas por las condiciones económicas desfavorables de los agricultores del midwest y del sur (Diamanti, Lazar, 2019: 30). A su vez los intelectuales de occidente lo utilizaron para traducir al movimiento ruso narodnichestvo,movimiento por el cual una parte de la Intelligentsia rusa retorna hacia el campesinado idealizando la vida rural, al considerar a esta clase como los portadores de la verdadera esencia y sabiduría de la nación y con un gran potencial revolucionario (Houwen, 2011; Diamanti, Lazar, 2019)2. Ambas experiencias, a la que podríamos agregar el boulangismo francés de la misma época (Rosanvallon, 2020), se caracterizan por una exaltación del hombre rural, la apelación al pueblo como virtuoso, un fuerte nacionalismo y la creencia que la democracia debería conducirse de forma más cercana al pueblo (Rovira Kaltwasser et al.2017, 20)

b) EL populismo clásico: A mitad del siglo XX el termino fue reapropiado por los especialistas de América Latina para designar experiencias nacionalistas, urbanas que impulsaban el desarrollo industrial y la movilización popular, adaptación que sirvió para diferenciarlo de los fascismos europeos (Quattrocchi-Woisson, 1997). Los casos emblemáticos fueron el de Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil y Lázaro Cárdenas en México. Como sugiere Finchelstein (2018: 119) estas experiencias, en particular el peronismo, supone la primera aparición del populismo moderno, el primer régimen populista en el poder. Un animal inédito que debía diferenciarse de los fascismos propios de Europa (Finchelstein, 2018) y de los pequeños movimientos o partidos rurales de protesta de fines del siglo XIX. Los rasgos novedosos de estas experiencias décadas después se convirtieron en una marca distintiva de los populismos, es decir son los populismos clásicos los que incorporan como rasgos distintivos el carácter urbano, la importancia de un liderazgo carismático y la heterogénea alianza de clase sobre la que se sustenta (Quattrocchi-Woisson, 1997). Si aún a fines de la década del `60 en el primer intento sistemático organizado desde Europa para pensar el populismo, América Latina era presentada como el caso extraño que no se adaptaba a las características rurales que primaban en las experiencias rusas y norteamericanas de fines del siglo XIX y en las experiencias africanas (Hennessy, 1969:27); pronto los rasgos comentados, constituyeron una marca registrada para reflexionar en torno al concepto.

No es casual entonces que los primeros debates más fructíferos en torno al populismo, a su naturaleza y su carácter novedoso y disímil con relación al fascismo haya surgido en esta región, impulsado desde distintos centros intelectuales, fundamentalmente la CEPAL. Dos perspectivas interpretativas dominaron durante estos años. La primera funcionalista asociada a la teoría de la modernización, por la cual el populismo es un mecanismo para incorporar al espacio político a la masa de trabajadores urbanos que emerge en la transición a la modernidad en América Latina. La segunda desde el estructuralismo marxista, la conocida escuela de la dependencia, el populismo es una alianza de clases heterogéneas propia de una etapa de sustitución de importaciones. Ambas perspectivas subrayan el carácter situado de las experiencias populistas, propio de las circunstancias de desarrollo de los países periféricos (Pappas, 2019: 18). El populismo es percibido como un fenómeno de un momento determinado de la producción capitalista que difícilmente se puede hacer extensivo a otro escenario histórico (Vilas, 2003). Forma de construcción del concepto anclado en lo económico social, que sería dejada de lado por atentar contra las posibilidades comparativistas

c) El neopopulismo: Este neologismo comenzó a utilizarse en América Latina para designar las nuevas experiencias llevadas adelante a fines de los años 1980 y durante la década de 1990 en Argentina con Carlos Menem, en Perú con Alberto Fujimori, Fernando Collor de Mello en Brasil e inclusive Abdalá Bucaram en Ecuador, entre otros. Experiencias que se caracterizaban por una fusión entre el populismo y el neoliberalismo. Es decir, reformas estructurales signadas por el consenso de Washington llevadas adelante por fuertes personalidades mediáticas que concentran el poder en la cima o cúpula del Estado, y que movilizaban principalmente a los sectores informales, distanciándose de la sociedad civil organizada y del sindicalismo en particular (Weyland, 1999). La hipótesis neopopulista se presentó como la clave para comprender la compatibildad entre reformas estructurales y democracia, una anomalía desde las lecturas de los años ´70 en la región (O`Donnell, 1972) que sostenían que estas reformas sólo podían llevarse a cabo bajo gobiernos dictatoriales, lectura confirmada por la experiencia chilena. Por lo que la alternativa que se planteaba en América Latina era entre el distribucionismo del populismo o la economía de mercado del autoritarismo. La tensión entre neoliberalismo y democracia en América Latina encontraba su resolución en los `90 con el neopopulismo. Como sugiere Pappas (2019) los esfuerzos conceptuales de esta etapa permitieron desarrollar una categoría más anclada en las dimensiones políticas estratégicas del fenómeno (liderazgo, representación, símbolos) que en las económicas estructurales, lo que desvinculó al populismo de un ensayo histórico preciso, ganando el concepto en potencialidad comparativa, en particular con los procesos de doble transición de los países de Europa del Este. Paralelamente, durante estos años comienza a desarrollarse una literatura preocupada por las nuevas expresiones de derecha radical que juegan al juego democrático en Europa Occidental.

d) Populismo radical: La primera década del siglo XXI fue protagonizada en Sudamérica por lo que se denominó como giro a la izquierda, cuyos casos paradigmáticos eran Chávez en Venezuela, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Kirchner en Argentina y Lula en Brasil, casos que también fueron caracterizados como populistas. Título que obedece a un retorno selectivo a ciertos elementos del populismo clásico: la vocación redistributiva, la movilización policlasista, la nacionalización de empresas estratégicas relacionadas con los recursos energéticos, lo que se combinaba con una retórica radicalizada de constitución del pueblo frente a enemigos externos e internos. En términos conceptuales, los trabajos teóricos más relevantes que surgieron durante el período fueron los inscriptos dentro del pensamiento posfundacionalista o posmarxista. La obra de Laclau (2005) en particular, se convirtió en un clásico al inaugurar un nuevo debate en torno al populismo bajo estas premisas, debate que sus seguidores y colegas han enriquecido con otros matices y refinamientos conceptuales y con los estudios de casos concretos de la política latinoamericana (Retamozo, 2017). La obra de Laclau se transformó así en una referencia ineludible, y su apuesta por dejar de lado la dimensión normativa del concepto, es decir limpiar al populismo de las lecturas peyorativas, en principio es una guía que todos los analistas pretenden respetar.

e) Populismo en Europa Occidental y Estados Unidos: La categoría de populismo no desapareció durante el siglo XX para comprender las experiencias del primer mundo, sin embargo su uso era limitado y en la mayoría de las veces primaba una acepción peyorativa más propicia para la arena de la lucha política que para el ámbito académico. En este registro debemos recordar el conjunto de autores (Shils, Hofstadter, Lipset) que en Norteamérica en la década del `50, comienza a designar al macartismo como populismo por su estilo paranoico, xenofóbico, contrario a la política de consenso y respeto al pluralismo que era visualizado como el carril por donde debía transitar la democracia. El populismo se convirtió en este contexto en el contra concepto asimétrico de democracia (Houwen, 2011). A fines de la década del setenta el concepto vuelve a aparecer para pensar la Gran Bretaña de Thatcher, Stuart Hall (1990) definiría este gobierno como un populismo autoritario. Sin embargo fue a mediados de los años 80, en particular con la obtención del 10,9 % de votos del Front National en Francia en 1984 (Diamanti, Lazar, 2019: 39), cuando muchos intelectuales comienzan a percibir un renacimiento del populismo en Europa Occidental, de la mano de los partidos de derecha extrema, que se va a acrecentar luego de la crisis financiera del 2008 y va a tener su momento de mayor esplendor en el 2016 con el triunfo del referéndum por el Brexit en Inglaterra y la sorpresiva llegada a la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. Más allá de algunas expresiones de izquierda (PODEMOS en España y SYRIZA en Grecia), como hemos sugerido la mayoría de las experiencias se asocian a la derecha radical, con características nativistas, xenofóbicas y euroescépticas. Populismo que surgen como respuestas críticas a: a) la naturaleza elitista de la democracia liberal y al creciente desajuste entre clase dirigente y ciudadanía, b) la inmigración y el cambio étnico que genera temor ante la idea de destrucción de la identidad nacional y el estilo de vida, c) las frustraciones y desigualdades que genera la economía globalizada, d) la incapacidad de los partidos tradicionales para canalizar un conjunto de nuevas demandas (Eatwell y Goodwin, 2018). A corto plazo, teniendo en cuenta que a diferencia de América Latina el populismo en Europa es principalmente una fuerza de oposición, los intelectuales observan que su consecuencia más relevante es su efecto contagio, que ha llevado a que toda la clase política y el sistema político en general adopte el lenguaje, y acepten ciertas propuestas del populismo de derecha radical (Gidron, Bonikowski, 2013). Es en torno al grupo de conceptualizaciones de éste capítulo histórico que nos interesa detenernos

2) LOS ATRACTIVOS DE LAS DEFINICIONES MÍNIMAS

A partir del trabajo fundacional de Sartori (1970) el problema de las definiciones con múltiples atributos fue reconocido como uno de los obstáculos mayores para la práctica de la política comparada. Desde la óptica de la filosofía lógica el politólogo italiano reconoce que este tipo de conceptos, pensados para uno o dos casos tienen serios inconvenientes para aplicarse a distintos objetos temporal y espacialmente diferentes. Lo que supone una relación inversa entre la intensidad o cúmulo de propiedades definitorias del concepto y la extensión o acervo de referentes empíricos del mismo (Lucca, 2019). La inclusión de más casos para comparar sólo será posible tras estirar el concepto. Las definiciones mínimas son las que se estructuran a partir de la menor cantidad de dimensiones necesarias para identificar el referente y sus fronteras, son las que incluyen sólo el núcleo dejando de lado sus posibles variables. En consecuencia, estructuradas a partir de pocas dimensiones, estas definiciones permitirían viajar a distintas regiones, e identificar diversos referentes (Pappas, 2021)

No es casual entonces que ante los problemas que presentaron las conceptualizaciones de populismo elaboradas desde la teoría política y la sociología política a lo largo del siglo XX, su generalidad, la falta de especificación del género (¿es el populismo un Partido, un movimiento, una estrategia política?), su dificultad para operacionalizar el concepto; las definiciones con pocos atributos susceptibles de ser visibilizadas empíricamente hayan generado una gran expectativa. Seguramente esto también es un indicador del mayor peso que la política comparada ostenta frente a la teoría política

A continuación abordaremos las cuatro definiciones mínimas que consideramos más relevantes y con mayor repercusión, para luego centrarnos en sus deficiencias.

a) EL populismo como ideología

Seguramente el tratamiento del populismo como una ideología de Cas Mudde (2017; 2019) es una de las apuestas más influyentes en el mundo académico, a ella se han plegado destacados pensadores como Mà¼ller y Rovira Kaltwasser entre otros. Recuperando el trabajo de Freedem, Mudde define al populismo como una ideología delgada3, que, a diferencia de las ideologías robustas o completas, como el liberalismo o el socialismo es mucho más restrictiva, tiene una morfología más ligera al incluir menos conceptos políticos adyacentes (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2013), lo que impide que pueda brindar respuestas a todos los problemas políticos, o brindar argumentos complejos.

Como ideología delgada el populismo se define a partir de un reducido número de conceptos nucleares cuyo significado final es dependiente del contexto, se ajustan a las circunstancias distintivas de cada sociedad, es decir la estrechez de la ideología le permite combinarse, metabolizarse con los distintos contextos, como un camaleón, es por eso que esta ideología atraviesa la distinción izquierda y derecha. Los tres conceptos nucleares son pueblo, elite y voluntad general, en donde el primero es central y los otros toman de éste su sentido.

El pueblo es considerado como un ente puro moralmente, autentico, a partir de la idealización de cierto concepto de comunidad, lo que lleva a los populistas a definir el pueblo en términos de algunas características de identificación con la comunidad específica, es decir el contenido concreto que asuma en cada caso está condicionado culturalmente. Pueblo puro que mantiene una relación antagónica con una elite corrupta, signada por intereses particulares; nótese que a pesar de que este antagonismo pueda vestirse con ropajes étnicos, de lucha de clase o nacionalista, lo que está en la base de esta tensión es una dimensión moral. El tercer elemento es la voluntad general, es decir que la política debe ser una expresión de los verdaderos intereses de un pueblo puro y homogéneo, cualquier fragmentación u oposición a esa voluntad general es un producto artificial por parte de la elite en detrimento a la gente común. Como sugiere Mà¼ller (2017) esto no supone una representación democrática sino una simbólica del pueblo real, por la cual el líder, movimiento o partido puede intuir la voluntad correcta del pueblo sin la participación del mismo. Dada estas características la ideología populista es antielitista y antipluralista, es siempre crítica a una elite y estima que solo ellos representan al pueblo, la oposición no es moralmente legitima4, una concepción unanimista del pueblo que les lleva a negar el pluralismo (Diamanti, Lazar, 2019: 43)

Es decir, la ideología populista concibe a la sociedad dividida en dos, un pueblo puro, homogéneo, autentico, cuya voluntad única debe ser plasmada en el espacio político y una elite corrupta, artificial, que defiende intereses espurios y particulares. Para caracterizar una experiencia como populista no es relevante los contenidos específicos que dan vida al pueblo y a la elite, no afecta al concepto si el pueblo es definido como los desposeídos, como una raza en particular, como una nación, sino que lo que importa es poder identificar la lógica de esta ideología en los discursos, plataformas y expresiones de los partidos, movimientos, líderes a quien el investigador identifica como populista.

Las ventajas que son elogiadas del presente concepto, es su condición de definición mínima que permite identificar sin grandes inconvenientes los componentes esenciales del populismo y puede trasladarse fácilmente de un contexto a otro. A su vez, a diferencia de las otras concepciones que analizaremos, posee la ventaja de permite pensar el populismo desde ambos lados del mostrador, desde la oferta y la demanda, el populismo no solo se torna evidente en la ideología de un líder, sino que también depende de que sus seguidores compartan este núcleo de ideas.

b) El populismo como estrategia política

Centrando sus análisis especialmente en los casos de neopopulismo latinoamericano de la década de los `90, Kurt Weyland (1999) es el exponente principal de la conceptualización del populismo como una estrategia política, en donde la lente no se halla en lo que el populismo expresa sino, desde una clave maquiavélica, en la forma en que obtiene y mantiene el poder, en el conjunto de mecanismos para estructurar relaciones de participación política, apoyo y autoridad. En este registro, el populismo es visto como aquella estrategia por la cual un líder personalista ejerce el gobierno basado en el apoyo inmediato, directo y desinstitucionalizado de una masa amorfa y heterogénea de seguidores (Weyland, 2017) Hay un reconocimiento de que la fuente del poder deviene del pueblo, pero éste dada sus características no tiene la capacidad de actuar por sí mismo, por eso requiere de un punto externo que lo cohesione, le de forma y dirección; aquí aparece el líder, que a diferencia de la conceptualización anterior es esencial para comprender el populismo.

El líder tiene la habilidad de establecer una relación de identificación intensa con las masas, relación que obvia las mediaciones organizacionales, que sortea el trabajo de partidos políticos y sindicatos. El líder es el elemento definidor del populismo, una agencia de arriba hacia abajo, cuya principal fuerza no es el poder económico, ni la capacidad de coerción militar, sino el número, la capacidad de movilizar al gran número. En este sentido el populismo es un fruto que sólo puede florecer en la gramática democrática, donde el juego electoral de un hombre un voto se materializa como una demostración de fuerza. Por eso la propensión a los plebiscitos y elecciones, que permiten deslegitimar las voces opositoras como contrarias a la voluntad del pueblo.

Entre líder y pueblo se establece un lazo intenso, directo, sin conexión institucionalizada, a través de apelaciones difusas, plagadas de connotaciones emocionales y con escasos elementos de una plataforma específica, por la cual el líder se erige como la encarnación del pueblo. Al estructurarse sobre una relación de este tipo el populismo, contrariamente a las organizaciones políticas tienen una vida más volátil, su construcción demanda menos tiempo, pero su desaparición también puede ser repentina (Weyland, 2017: 83). El líder populista es un pragmático, incluso un oportunista, que nunca se queda encadenado a una ideología robusta en particular, atributo que le permite a Weyland marcar las fronteras conceptuales no sólo con las experiencias totalitarias, sino también con parte de la derecha radical europea contemporánea, en particular la más extrema, en donde la adhesión a una ideología prima por sobre la flexibilidad necesaria para que el líder consiga y mantenga el poder, la capacidad de transformación que permite recaudar un caudal importante de votos.

Nuevamente nos encontramos ante una definición mínima, susceptible de ser utilizada en distintas coyunturas, en donde la lupa está depositada fundamentalmente del lado de la oferta, del accionar de este nuevo príncipe, ya que el populismo es una estrategia específica de llegar y mantenerse en el poder. De esta manera incorpora un elemento crucial que la definición anterior obviaba, el liderazgo.

c) El populismo como un estilo político

Pensadores como Ostiguy (2017) y más recientemente Moffit (2016) procuraron articular una nueva definición del populismo, que si bien sigue reconociendo lo central de la dimensión antagónica entre pueblo y elite, se adapta al universo dominado por las nuevas tecnologías en materia de comunicación. Ostiguy (2017), prefiere denominarlo una aproximación socio cultural, que no queda reducida al estilo político, basada en un tipo de relación política entre el líder y sus seguidores que se asienta en una dimensión cultural de lo bajo del hacer político, contraria a lo alto que representan las elites. Dimensión de lo bajo y lo alto que es independiente a la dimensión ideológica de izquierda derecha. A partir de ésta se despliegan un conjunto de performances que apelan a una narrativa de un sector olvidado, desoído, excluido de la población que compone la verdadera nación y es constantemente traicionado por la elite privilegiada que representa lo políticamente correcto.

La dimensión de lo bajo no debe ser confundido con un juicio valorativo, lo bajo es una traducción de lo vulgar, lo incorrecto, lo transgresor, lo provocador, que cada sociedad particular actualiza a su manera al estar inscripto en la historia concreta, esta conexión según el autor es la que impide hablar sólo de estilo político. Lo bajo se manifiesta en dos dimensiones, 1) socio cultural: conjunto de maneras, formas de hablar, de vestir que se conectan con el gusto popular y nativo frente al elitista y cosmopolita (Argot, folklore, jergas, insultos, etc.) 2) político cultural: formas de liderazgos y dirección política, personalista, fuerte, decisionista, cercano al pueblo; que pone en tensión ciertos elementos liberales de la democracia contemporánea. Los defensores de esta definición observan que una de las grandes ventajas que conlleva es la posibilidad de pensar en categorías ordinales, es decir situar el populismo en el seno de una escala de más y menos.

La concepción de estilo político de Moffit tiene raíces similares, no obstante ponga mayor atención en las nuevas tecnologías y en los cambios que éstas generan en la política, por lo tanto subraya el carácter mediado de la política a diferencia de Ostiguy que subraya la inmediatez del populismo. El estilo político es comprendido como el repertorio de performances encarnadas, simbólicamente mediadas realizadas a una audiencia, usadas para navegar y crear el campo del poder político, que se extiende desde el dominio del gobierno hasta la vida cotidiana (2017: 46). Esta noción de estilo político ha sido menospreciada y tratada como superficial durante mucho tiempo por la politología, sin embargo genera efectos performativos que son ineludibles para una comprensión cabal del juego político, al revelar el carácter teatral del mismo y en especial del estilo populista. El estilo político populista según el autor estaría compuesto por tres elementos: 1) Una apelación al pueblo contra la elite, que puede disponerse de distintas maneras, 2) Malas maneras, en sintonía con la dimensión de lo bajo desarrollada por Ostiguy, 3) Una dramatización de la crisis y amenazas que habilita al líder a actuar rápidamente y a simplificar el terreno del debate. El estilo populista se edifica en la pasión, apela al sentido común y performa la crisis

Ambos autores, al igual que lo había hecho Weyland, subrayan la relevancia del liderazgo para pensar el populismo, y reconocen la importancia de la escenificación del líder, quien debe presentarse a la vez como uno más del pueblo, y como superior al pueblo, como un igual y como un ideal, para que el nexo con sus seguidores se torne efectivo.

d) El populismo como democracia iliberal

La relación entre populismo y democracia ha sido un punto de discusión omnipresente en todos los capítulos de la historia del populismo, en la mayoría de los casos se comprende que es imposible repasar las posibilidades de éste por fuera de la democracia. Ya sea pensado como un parasito de la democracia que habita en su sombra (Arditi, 2004), como un tipo de democracia alternativa a la que se erige en posguerra, o como la única forma de vehiculizar una democracia verdadera. Dentro de esta línea algunos autores observaron que el concepto de democracia iliberal implicaba una definición mínima que permitía clasificar los casos empíricos y compararlos teóricamente de manera significativa, democracia iliberal era un concepto que podría sustituir a populismo sin perdidas de significación (Pappas, 2021)

Una definición mínima que contiene solo dos propiedades, democraticidad e iliberalismo, es decir se respetan los principios propios de la tradición democrática pero se dejan de lado los liberales: a) se respetan el derecho a participar en elecciones regulares y b) se respetan las reglas del juego democráticas, pero se niegan los aspectos normativos del liberalismo: c) que la sociedad está compuesta por una pluralidad de intereses y sectores, d)que se deben respetar las expresiones de las minorías y e) que debe primar un principio de moderación política. A partir de lo dicho la democracia iliberal o populismo se caracterizaría por una definición estrecha de democracia y de fácil operacionalización: a y b, que permite alzar las fronteras con la autocracia, conjugada con principios normativos iliberales: c) concebir la sociedad dividida en dos grupos antagónicos, d) exaltar las mayorías, e) polarizar la política (Pappa, 2019: 59). Los populistas entonces serían democráticos, creen que el demos debe mandar pero iliberales: conciben que no debe haber instituciones o derechos que amortigà¼en la voz del pueblo (Mounk, 2019).

3) Algunos problemas de las definiciones mínimas

Las cuatro aproximaciones descriptas tienen sus dificultades y potencialidades particulares, pero todas comparten la intención de desplegar una definición mínima, que permita circunscribir fácilmente aquello que es populismo de lo que no es, más allá de que esta definición sea nominal u ordinal,. Como hemos sugerido, las definiciones mínimas se caracterizan por poseer poca intensidad, pocos atributos, pero en contrapartida una gran extensión, lo que genera una serie de problemas:

En primer lugar, en su aspiración por desplegar un conjunto limitado de atributos ignoran elementos que históricamente han mostrado ser centrales en las experiencias populistas. En este registro la conceptualización de Mudde es un caso paradigmático, al excluir de la definición de populismo uno de las dimensiones centrales que la mayoría de los intelectuales reconocen como propias de ésta: el liderazgo. Según el autor éste no sería un atributo central en el seno de este concepto, es más el populismo sería reticente a los liderazgos fuertes y entre ellos sólo habría una relación de afinidad electiva. Por su parte el esfuerzo conceptual de Weyland también comete el mismo pecado al ignorar la importancia de las organizaciones sindicales y partidarias en el populismo clásico. La remoción de atributos claves tiene su origen en que la mayoría de estos autores cuando construyen el concepto parten de un caso histórico definido al que pretenden convertir en paradigmático, Weyland en los neopopulismos desplegados durante la década del `90, Mudde en la derecha radical Europea contemporánea.

En segundo lugar, las definiciones mínimas suelen generar falsos positivos, muchos de los atributos caracterizados como populistas: apelación directa al pueblo, construcciones maniqueas, puesta en escena transgresoras por parte de los líderes, pueden ser compartidos por experiencias disimiles; incluso, más preocupante aún, las fronteras entre populismo y fascismo llegan a tornarse lábiles5. Pensemos que los tres núcleos caracterizados por Mudde pueden encontrarse en experiencias tan disimiles como el fascismo, el nazismo y la presidencia de G. Bush (Weyland, 2017: 75). El populismo como performance tal como lo entiende Ostiguy o Moffit, parecería trascender ciertos casos delimitados y convertirse en una de las características centrales de la política durante el siglo XX (Edelman, 1988). Lo mismo sucede con la definición de Weyland, que no se diferencia mucho de los trabajos sobre bonapartismo de principio de siglo (Michels, 2003). Por lo que el propósito que persigue las definiciones mínimas de edificar fronteras claras se disuelve en el aire, contrariamente son las definiciones con mayor intensidad la que permiten trazar límites más claros, aunque esto oblitere la acumulación de casos.

Es cierto que la definición de Pappas pretende sortear esta dificultad, al amarrar el populismo a un contexto histórico especifico, la democracia contemporánea (Pappas, 2021). Sin embargo algunos pensadores (Urbinatti, 2008; Mà¼ller, 2017) han puesto en cuestión la validez de la categoría de democracia iliberal, a la que conciben como un eufemismo con el que regímenes no democráticos se visten de democráticos6. Esta crítica señala que la democracia que amanece en posguerra, representativa, moderna, liberal, no es la mera suma de dos tradiciones, susceptible de ser desagregada, sino la fusión de éstas. Por lo cual los valores fundantes de la democracia antigua: isegoría (Igualdad en la posibilidad de expresar la opinión en la asamblea) e isonomía (igualdad ante la ley), en las democracias modernas están anclados en el liberalismo, en el respeto a ciertas libertades individuales (libertad de expresión, de culto, de asociación). El ideal democrático se funda en el occidente moderno en base a la tradición liberal, en consecuencia es imposible negar ésta y mantener la democracia (Urbinatti, 2008: 120).

Por último, tal como comentamos, las definiciones mínimas ignoran la dimensión histórica del concepto, las capas conceptuales que han esculpido al término durante el siglo XX. Finchelstein (2017: 143) claramente señala el problema: el populismo no se puede reducir a una sola frase, sino que debe restituirse su carácter histórico. Los nuevos trabajos al tratar de definir el populismo en los términos más amplios posible lo tratan como un fenómeno sin una historia conceptual propia, lo que genera que se ignore la forma en que ciertos atributos cobran vida, se articulan, y/o desaparecen.

5) COMENTARIOS FINALES

La preocupación y conceptualización en torno al populismo es una problemática que atraviesa gran parte del siglo XX, en la que es factible reconocer distintos capítulos, en donde priman diferentes estrategias metodológicas y objetos de referencias para dar cuenta de este fenómeno. El último de estos episodios es el que cobra vida en los últimos años fundamentalmente en Europa Occidental y Norteamérica, capítulo que constantemente sigue aumentando sus páginas, por lo que podemos estar seguros que la explosión de estudios sobre el tema no menguara en los próximos años. Si bien es cierto que en el seno de este boom bibliográfico es factible encontrar una heterogeneidad de definiciones, incrementando la polisemia que ya parece ser natural al populismo, es posible detectar ciertos rasgos comunes en la metodología elegida para pensar la definición.

La politología comparada parece ser el intérprete más relevante en el seno de este capítulo de discusión, lo que explica su propensión a construir definiciones mínimas que sean susceptibles de trascender momentos históricos y geográficos precisos para erigirse como la base para estudios comparados, pues la escasez de atributos permite abarcar una mayor extensión de referentes empíricos. Definiciones mínimas que también poseen la ventaja de ser susceptibles de operacionalizar con facilidad en términos empíricos. Sin embargo, como hemos subrayado las ganancias que este tipo de definiciones conlleva no debe cegarnos ante las deficiencias que hemos mencionado anteriormente: la propensión a generar falsos positivos, la omisión de atributos centrales, y la puesta entre paréntesis de la historicidad del concepto para su mejor comprensión.

El triunfo de las definiciones mínimas para comprender el populismo responde a nuestro parecer a dos grandes causas: en primer lugar, la creciente aparición de nuevos fenómenos que son denominados como populistas en distintas partes del planeta. Al dejar de ser comprendido como un fenómeno de los países periféricos y de ciertas experiencias marginales surge la necesidad de contrastar las distintas experiencias, de ordenarlas en el mapa conceptual. Para este fin los conceptos con gran cantidad de atributos se erigen como obstáculos, pues parece obligarnos a construir una definición distinta por cada caso. En segundo lugar, el ascenso que dentro del mainstream de la politología ha tenido la política comparada, en detrimento de la teoría política y la historia conceptual. Es cierto que esta disciplina al romper cierta tendencia insular permite hallar conclusiones novedosas y fundamentalmente recabar datos factibles de ser mesurados. Pero se corre el riesgo de que sin teoría política, sin historia conceptual, la política comparada se transforme en una mera técnica. Son justamente aquellas disciplinas las que permiten dotar de profundidad al conocimiento.

Notas

1.Partido fundado en 1892 contra el fracaso de los dos partidos hegemónicos, republicanos y demócratas, para representar los intereses de los agricultores de middle west

2. Como sugiere Houwen (2011) Narod es un término ambiguo que básicamente significa nación y no tanto pueblo, sin embargo en este contexto fue identificado con el pueblo campesino frente al cosmopolitismo urbano

3. El mismo Freedem ha rechazado que el populismo pueda ser entendido como una ideología delgada por su indeterminación y vaguedad (de la Torre y Mazzoleni, 2019: 88)

4. La aseveración en Italia de Beppe Grillo de que su movimiento merece el 100 % de los curieles, pues la oposición es corrupta e inmoral, expresa esta característica (Mà¼ller, 2017: 119)

5. La relación entre populismo y fascismo es un tema que atraviesa la reflexión en torno al primero desde la segunda mitad del siglo XX. Desde la aparición del populismo clásico los intelectuales latinoamericanos, con Germani a la cabeza, se esforzaron para demostrar que este fenómeno tenía una naturaleza distinta al fascismo europeo (Quattrocchi-Woisson, 1997), sin embargo para la misma época desde Norteamérica autores como Shils y Lipset utilizaban frecuentemente el término populismo como intercambiable con el fascismo, para caracterizar a toda aquella experiencia contraría a la democracia pluralista, desde el macartismo al KKK (Houwen, 2011). En el seno del corpus bibliográfico contemporáneo se puede observar dos tendencias claras: por un lado de forma muy descriptiva y superficial un grupo de autores ven que los fascismos fueron un tipo de movimiento populista (Mà¼ller, 2017, Urbinatti, 2008, Ostiguy, 2017), ciertas características del populismo llevadas al extremo (las características varían según la definición de los autores, entre ellas encontramos: el anti pluralismo, la fusión líder con las masa, la homogeneidad) constituirían el núcleo del fascismo, que se combinaría con otros elementos ajenos al populismo. El fascismo sería una experiencia histórica de populismo. El problema de esta hipótesis es que permea el análisis de los populismos contemporáneos con la acepción peyorativa que signa a las experiencias fascistas, más allá de que esto sea un objetivo buscado o no por parte del autor. Contrariamente a esta hipótesis un grupo de pensadores adentrándose en un análisis histórico, procurando delimitar las diferencias conceptuales entre ambas categorías. Eatwell y Goodwin (2018), advierten que las promesas del populismo y del fascismo son opuestas en tres planos, en tanto el primero promete: 1) Reformar la democracia para que la voluntad general sea escuchada, 2) Defender los intereses del ciudadano común, 3) Reemplazar a las elites egoístas. Las promesas del fascismo son: 1) Erigir una comunidad espiritual, una nación holística, que demanda sumisión total, 2) Crear un hombre nuevo debido a la decadencia de las sociedades materialistas, 3) La creación de un estado autoritario que desarrolle una tercera vía entre socialismo y capitalismo.

6. Otro problema de la lectura interpretativa de Pappas (2021) es situar al primer peronismo como un populismo no democrático. Cuando quizás esta experiencia sea una de las que mejor se adaptan a su concepción de democracia iliberal. No se entiende porque se le niega el carácter democrático al peronismo, cuando las dos condiciones que el mismo autor estipula para que exista una democracia (que se respetan el derecho a participar en eleccione“egulares y se respe” las reglas del juego democráticas) se cumplieron.

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