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Revista Pilquen

versión On-line ISSN 1851-3123

Rev. Pilquen. secc. cienc. soc. vol.24 no.3 Viedma set. 2021

 

ARTÌCULO

Liberalismo y neoliberalismo, reinterpretados a la luz de líteoría de la biopolítica de Foucault

Liberalism and neoliberalism, reinterpreted in the light of Foucault´s biopolitical theory

 

óaudia Beatriz Páez Gómez
claudiapaez@hotmail.com
Sebastián Gómez Lende
gomezlende@yahoo.com.ar

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires; CONICET. Argentina

Recibido 24|04|2020
Aceptado 03|06|2021

 


Resumen

Con la introducción de los conceptos de biopolítica y gubernamentalidad, Michel Foucault marcó un punto decisivo en el pensamiento filosófico y poético contemporáneo. Sin embargo, desde la perspectiva del filósofo francés ambos conceptos son indisociables del liberalismo y el neoliberalismo como racionalidades políticas, en tanto orientadas a la redefinición del arte de gobernar. El presente trabajo discute la relación entre biopolítica, liberalismo y neoliberalismo a la luz de las reflexiones de Foucault y de una selección de cuatro autores quñhan debatido su obra, caracterizando la lógica de autolimitación de la razón gubernamental del liberalismo clásico, señalando sus similitudes y diferencias respecto del neoliberalismo y desarrollando un análisis comparativo de los principales rasgos del ordoliberalismo alemán y el neoliberalismo norteamericano. Se discute cómo el auge del liberalismo a partir del Siglo XVIII determinó que la economía y, más concretamente, el mercado, debían dejar de ser objeto de intervención del Estado, así como también de qué modo el neoliberalismo procuró extender la racionalidad de mercado a ámbitos extra-económicos como la familia, pareja, jubilacùn, la relación del individuo consigo mismo y la criminalidad. Se concluye que si Foucault tiene razón en su tesis de que los "intereses desinteresados" -instinto, simpatía, sentimiento, benevolencia, compasión, etc.- son lo que en ùltima instancia liga a los individuos en la sociedad civil, bajo la biopolítica neoliberal estos lazos se hallarían en riesgo de desaparecer.

Palabras clave: Foucault; Biopolítica; Liberalismo; Neoliberalismo; Gubernamentalidad.

Abstract

Introducing the concepts of biopolitics and governmentality, Michel Foucault marked a turning point in contemporary philosophical and political thought. However, from the French philosopher´s point of view, both concepts are inseparable from liberalism and neoliberalism as political rationalities, while oriented to the redefinition of the art of governing. The present work discusses the relationship among biopolitics, liberalism and neoliberalism in the light of Foucault´s reflections and those of other four authors who have debated his work, by characterizing the self-limitation logic of classical liberalism government reason, pointing out its similarities and differences regarding neoliberalism and developing a comparative analysis of the main features of German ordoliberalism and American neoliberalism. This paper analysis how the rise of Liberalism from the eighteenth century determined that economy and, more specifically, the market, should cease to be the object of state intervention, as well as how neoliberalism sought to extend market rationality to extra-economic areas such as family, partner, retirement, the relationship of the individual with himself and criminality. It is concluded that if Foucault is right in his thesis that "desinterested interests" -instinct, friendliness, feeling, benevolence, compassion, etc. - are what ultimately bind individuals in civil society, under neoliberal biopolitics these bonds would be threatened.

Key words: Foucault; Biopolitics; Liberalism; Neoliberalism; Governmentality.


 

INTRODUCCIÓN

La obra de Foucault marcó un punto de inflexión en el pensamiento filosófico y político contemporáneo al introducir los conceptos de biopolítica y gubernamentalidad. Sin embargo, desde la perspectiva del filósofo francés ambos conceptos son indisociables del liberalismo y el neoliberalismo como racionalidades políticas.

El objetivo de este trabajo consiste entonces, independientemente de los numerosos autores que han debatido profusamente la obra de Foucault (p.ej., Mengue 1994; Garver 1994; Lazzarato 2000; Esposito 2004; Revel 2005; Costa 2011; Rovatti 2009; Negri 2009; Gentili 2012) en discutir la relación entre biopolítica, liberalismo y neoliberalismo a la luz de las reflexiones del filósofo francés y de cuatro otros autores que han debatido su obra (Antonelli 2012a; 2012b; 2013; Castro 2013; Deleuze y Guattari 2006; Veiga-Nieto 2013), caracterizando la lógica de autolimitación de la razón gubernamental del liberalismo clásico, señalando sus similitudes y diferencias respecto del neoliberalismo y desarrollando un análisis comparativo de los principales rasgos del ordoliberalismo alemán y el neoliberalismo norteamericano.

El presente artículo se estructura de la siguiente forma. En primer lugar, se definen los conceptos de biopolítica y gubernamentalidad en la obra de Foucault. En segundo término, se analiza la gubernamentalidad desde la óptica del liberalismo clásico, destacando su insistencia en no intervenir en los procesos económicos y limitar el papel del Estado a ajustar socialmente lo que en teoría ya estaría impreso en la naturaleza humana. A continuación, se aborda la racionalidad política del neoliberalismo, identificando sus diferencias respecto del liberalismo clásico, reflexionando acerca de su inversión de los parámetros liberales tradicionales (se gobierna para el mercado y ya no a causa de él) y analizando sus dos vertientes principales: el ordoliberalismo alemán y el neoliberalismo norteamericano. En el pri" cas"se enfatiza la noción de política social activa y vigilante, mientras que en el segundo se exhalta la intencionalidad de difundir la racionalidad de mercado a ámbitos extra-económicos. Finalmente, se presentan las conclusiones del trabajo.

BIOPOLITICA Y GUBERNAMENTALIDAD, DOS CONCEPTOS CLAVE EN LA OBRA DE FOUCAULT

El término "biopolítica" fue acuñado en 1920 por el sueco Johan Rudolf Kjellén en su obra Esbozo para un sistema de la política (Antonelli 2012a). A diferencia de Deleuze, en cuyas ideas ocupa un lugar secundario, la biopolítica será un concepto clave en la obra de Foucault. Biopolítica y biopoder son a menudo sinónimos o términos intercambiables en el pensamiento de este autor, designando los mecanismos a través de los cuales los rasgos biológicos de la especie humana ingresan a la política. Sin embargo, en otros momentos de su obra el filósofo francés consideró al biopoder como un concepto más amplio y complejo que estaría integrado por la anatomo-política -esto es, los procedimientos de las disciplinas sobre los cuerpos de los individuos- y por la biopolítica -es decir, los controles reguladores ejercidos sobre la población o el cuerpo-especie- (Foucault 1976; 1997; 2004, citado por Antonelli 2012a).

El término biopolítica puede desglosarse en los dos elementos que lo componen. En primer lugar, la "vida" en su doble acepción, es decir como la vida biológica en sí misma (bios), pero también como el estilo o forma de vida (zoé). En segundo término, la "política" propiamente dicha, que se torna objeto de nuevas problematizaciones en un contexto donde la forma-de-vida es la que convierte a la vida en vida política (Agamben 1996, citado por Castro 2010). En el contexto del pensamiento de Foucault, la política es el juego entre las diferentes artes de gobierno y el debate que ellas suscitan (Foucault, 2007).

Con respecto al concepto de poder, el enfoque deleuzeano y el pensamiento foucaulteano transitarán por caminos a veces similares y otras tantas divergentes. Si para el primero el poder se definirá más por lo que se le escapa, por su impotencia o por sus líneas de fuga (Deleuze y Guattari 2006), el segundo al principio coincidirá al afirmar que el desarrollo de tantas relaciones de poder, sistemas de control y formas de vigilancia justamente niega que el poder sea omnipotente y omnisciente, pero más adelante se distinguirá de esa perspectiva al considerar que el poder se encuentra en -y proviene de- todas partes (Foucault 1976; 1994, citado por Antonelli 2012b).

Para Foucault, la biopolítica no aspira a ser un esbozo de una teoría general del poder, y aunque el análisis de las relaciones de poder pueda de hecho conducir a un análisis de la sociedad y articularse con la historia, su objetivo ùltimo es formular una política de la verdad. Conforme a las ideas desarrolladas en Seguridad, territorio, población, las relaciones de poder no son autosubsistentes, no se fundan en sí mismas, ni se solapan o superponen a las relaciones cotidianas restantes; antes bien, son parte intrínseca de todas ellas, configurándose circularmente en su causa y efecto. En esa obra el filósofo francés definió al biopoder como el conjunto de mecanismos por medio delos cuales los rasgos biológicos de la especie humana se convierten en parte de una política o estrategia general de poder (Foucault 2006).

Más adelante, al comienzo del curso El nacimiento de la biopolítica, el citado autor reelaborará y profundizará el concepto al entenderlo como el modo vigente desde el siglo XVIII orientado a racionalizar los problemas planteados a la práctica gubernamental por los fenómenos de la población como conjunto de seres vivos (salud, higiene, longevidad, natalidad, razas, etc.) (Foucault 2007). El biopoder actùa así en la unión entre lo político y lo biológico, en términos de prácticas sanita­rias y tecnologías de control biológico que clasifican, ordenan y je­rarquizan a los individuos para controlar los riesgos y aumentar la seguridad de las poblaciones a las que pertenecen tales individuos (Veiga-Nieto 2013).

En ese sentido, Foucault y Deleuze coinciden en un mismo propósito: la gestión de poblaciones (Antonelli 2012b). A diferencia de las técnicas disciplinarias, que meramente transforman los cuerpos, las técnicas biopolíticas producen efectos en la multiplicidad como masa global, gestionando la vida y reproduciendo las condiciones de existencia de la población (Armella y Picotto 2013). Para ello, se ocupará de la gestión de la salud, de la higiene, de la alimentación, de la sexualidad, de la natalidad, etc., en la medida en que ellas se tornaron preocupaciones políticas (Revel 2005, citado por Veiga-Nieto 2013).

Para Castro (2010; 2013), la problematicidad propia de la biopolítica se expresa en la tensión que existe entre soberanía y gubernamentalidad, entre la legitimidad del Estado y sus formas de ejercer el gobierno de los hombres, en el entrelazamiento de la ley y la norma. Como resultado, la biopolítica es una forma de normalización de la población que está acoplada a los dispositivos jurídicos de la ley, pero que a su vez deviene la forma de normalización que legitima el ejercicio de la soberanía expresado en leyes.

No es posible entonces comprender la biopolítica disociada de otro concepto clave del pensamiento de Foucault: la gubernamentalidad. Para este autor, la gubernamentalidad: (1) es el conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, los análisis, las reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten ejercer una forma específica y compleja de poder cuyo blanco es la población, (2) señala la tendencia en Occidente hacia la preeminencia del "gobierno" sobre todo lo demás; y (3) es el resultado del proceso donde el Estado de justicia feudal de la Edad Media se convirtió en Estado administrativo disciplinario en los Siglos XV y XVI y XVIII (Foucault 2006).

Los problemas abordados por la biopolítica no se refieren a cualquier tipo de gubernamentalidad. Para Foucault, estos problemas sólo pueden ser entendidos en el marco específico de la gubernamentalidad liberal, en un análisis donde el liberalismo no aparezca tanto como teoría, ideología o autorrepresentación de la sociedad, sino más bien como racionalidad política. ¿Qué es entonces el liberalismo?

LA AUTOLIMITACIÒN DE LA RAZÒN GUBERNAMENTAL: EL LIBERALISMO CLÀSICO

Siguiendo el razonamiento de Foucault, el liberalismo constituye la racionalidad política por excelencia de la Era de la Seguridad. A diferencia de la disciplina -que actùa sobre el cuerpo/individuo y lo transforma, es centrípeta, reglamenta todo, no deja escapar nada y distribuye todo segùn el código de lo permitido y lo prohibido-, la seguridad es centrífuga, se amplía continuamente, ejerce el poder sobre la población en cuanto especie humana y no prohíbe ni prescribe, sino que deja hacer (Antonelli 2012b; Armella y Picotto 2013). Esto ùltimo es coherente con la práctica del liberalismo, donde no solo la libertad sino también la seguridad -esto es, la garantía de que ciertas formas de libertad serán respetadas- forman el corazón de ese juego basado en dejar que la gente haga y las cosas pasen, en dejar hacer, pasar y transcurrir, en permitir que los acontecimientos se desarrollen y sigan su curso segùn las leyes mismas, los principios y los mecanismos de la realidad (Foucault 2006; Antonelli 2013).

Si bien es habitual la idea de que el liberalismo tiene horror al Estado (Veiga-Nieto 2013), en realidad aquél no niega la razón estatal; antes bien, aboga por un "gobierno frugal" que practique el arte de gobernar lo menos posible y que respete el principio esencial de "dejar hacer" (laissez-faire) en materia económica.

Surgiendo en relación al problema de conciliar la libertad del mercado con el ejercicio ilimitado de la soberanía (Burchell 1996), la práctica del liberalismo pone en juego el principio de autolimitación de la razón gubernamental. Así pues, ¿qué debe hacer un gobierno?: dar cabida a todo lo que hace a la mecánica natural de los comportamientos y la producción y a lo sumo vigilar, limitándose estrictamente a intervenir cuando algo no ocurre como lo requiere la mecánica general de los comportamientos, los intercambios y la vida económica (Foucault, 2007), y ocupándose apenas de ajustar socialmente lo que ya estaría impreso en la naturaleza humana (Veiga-Nieto 2013).

¿Qué es aquello que está bajo vigilancia pero que no debe ser intervenido o perturbado? La respuesta es: el mercado. Para Foucault, el rasgo esencial del liberalismo es la veridicción del mercado, esto es, el mercado como lugar de producción de la verdad cuya supuesta naturalidad permite discernir entre prácticas correctas e incorrectas de gobierno (Castro 2013). Los fisiócratas primero y los liberales después comenzaron a verlo como algo que obedecía a mecanismos espontáneos que si se procuraba modificarlos acababan siendo alterados y desnaturalizados, pero que si se los dejaba actuar en su verdad natural o esencial daban lugar al "buen precio", el "precio justo" o el "precio normal" (Foucault 2007).

Entra en juego aquí la noción de "mano invisible" propuesta por Adam Smith (1759). Aùn cuando esté impulsado por motivaciones egoístas y esa no sea su intención, el enriquecimiento individual dará lugar al enriquecimiento del país y la nación por obra y gracia de una mano invisible que promoverá el bien comùn y determinará que, en un contexto de libertad de precios, el vendedor reciba la máxima ganancia con un gasto mínimo por parte del comprador.

Otrora lugar privilegiado de la vigilancia y las intervenciones de gobierno, el mercado debe poder actuar libremente para que bajo el influjo de esa mano invisible -que cual dios providencial habita el proceso económico sin ser captada- pueda formular su verdad y proponerla como regla y norma de la práctica gubernamental. Así el mercado determinará que un buen gobierno no sólo actùe en la justicia, sino también en la verdad (Foucault 2007).

El gobierno debe autolimitarse justamente porque por naturaleza el mundo económico es opaco ante sus ojos, es incognoscible (Antonelli, 2013). Conforme a esta cosmovisión -que en rigor es más naturalista que liberal- de un mundo gobernado por la "mano invisible de Dios" (Veiga-Nieto 2013), la invisibilidad es tan o más importante que la mano misma y la ceguera es tanto una condición como una necesidad absoluta para todos los agentes, pues la ganancia colectiva depende estrictamente de la incertidumbre respecto del resultado. Esto es válido para todos, incluido el propio soberano que, incapaz de saberlo todo, queda así descalificado para realizar una tarea en el terreno económico que en realidad no puede cumplir porque no hay sabiduría ni conocimiento que para ello basten (Foucault 2007; Antonelli 2013). Como resultado, la no intervención es una necesidad absoluta, no por razones de derecho, sino por razones de hecho y verdad (Foucault 2007). En cierto modo, podría decirse que el liberalismo no sólo "libera" al mercado del soberano, sino que también "libera" -valga la redundancia y el juego de palabras- al soberano (el gobierno) de cumplir con una misión que desde un comienzo ya se adivina imposible y que por esa misma razón está condenada de antemano a fracasar.

Ahora bien, para producir libertad el liberalismo no se conforma con defender tal o cual libertad -de mercado, de propiedad, de expresión, de discusión, etc.-; primero debe consumirla. La paradoja estriba en el hecho de que la libertad de comercio o cualquier otra libertad no podrán ser ejercidas si previamente no existen controles, limitaciones, en suma, la organización de toda una serie de cosas que deben ser producidas y reguladas. Opera aquí lo que Foucault (2007) denomina "inflación de los mecanismos compensatorios de la libertad": las libertades son aumentadas, pero al precio de una extensión, plus y/o multiplicación de los mecanismos o procedimientos de control, intervención, coacción y coerción, los cuales simultáneamente funcionan como contrapeso y como principio motor de las mismas libertades que consumen/producen.

Para el liberalismo, el hombre no es sino un homo oeconomicus, un hombre que, en su doble condición de sujeto y objeto del laissez faire, es libre y al mismo tiempo gobernable (Foucault 2007). Siguiendo a Veiga-Nieto (2013), el liberalismo como práctica y método de racionalización de una gubernamentalidad basada en la reducción de costos para la maximización de efectos no debe, pues, ocuparse del gobierno de la economía, sino del gobierno de una sociedad formada por sujetos que son, cada uno y al mismo tiempo, un objeto gobernado desde el exterior y un agente o sujeto autogobernado. El gobierno del liberalismo es el gobierno de la sociedad.

EL NEOLIBERALISMO: DEL MERCADO VIGILADO POR EL ESTADO AL GOBIERNO BAJO LA VIGILANCIA DEL MERCADO

Quienes critican al neoliberalismo de Foucault desde el punto de la economía dirán que este es simplemente un conjunto de viejas teorías desgastadas; para los sociólogos será el elemento a partir del cual se produce la instauración de las relaciones mercantiles en la sociedad; y quienes lo defenestran desde la política lo considerarán como cobertura para una intervención generalizada y administrativa, insidiosa y enmascarada. De hecho para Foucault el neoliberalismo es la práctica de ajustar el ejercicio global del poder político a los principios de la economía de mercado, es decir, de proyectar los principios del mercado en el arte de gobernar (Foucault 2007; Veiga-Nieto 2013).

Siguiendo su razonamiento, el neoliberalismo lleva la lógica del liberalismo mucho más allá al sostener que nada prueba que la economía de mercado tenga vicios y defectos, sino que todos ellos deben imputarse o atribuirse al Estado. No es suficiente con imponer límites a la intervención gubernamental; antes bien, la economía de mercado debe constituirse en su propio principio de regulación interna, de punta a punta. Así, bajo el neoliberalismo la función del Estado es gobernar para el mercado, bajo cuya vigilancia se encuentra (Foucault 2007).

Otra diferencia respecto del liberalismo atañe a que éste ùltimo considera al intercambio y el consumo como la esencia del mercado, mientras que para los neoliberales dicho eje rector estaría representado por el principio de la competencia pura (Foucault 2007). Bajo el neoliberalismo es el Estado quien inquiere a la economía por su propia legitimidad, por su propia razón de ser, preguntándole hasta qué punto la libertad económica necesita de un gobierno y qué fin debe perseguir éste para justificar su propia existencia (Foucault 2007; Veiga-Nieto 2013).

Segùn la interpretación del filósofo francés, en el neoliberalismo la intervención no es menos activa, densa, frecuente o continua que en otro sistema, sino que más bien adquiere un sentido y una naturaleza diferentes. El estado debe implantar y fomentar el homo oeconomicus -el hombre de la empresa y la producción- y así lograr que el mercado, la competencia y la empresa se conviertan en el poder informante de la sociedad (Foucault 2007).

El abordaje de Foucault del neoliberalismo se desarrolló distinguiendo entre dos vertientes concretas: por un lado, la Escuela de Friburgo surgida en 1927-1930, que durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial propició la eclosión del ordoliberalismo que comandó la reconstrucción de Alemania; y por el otro, el neoliberalismo norteamericano que a mediados del Siglo XX decantó en la fundación de la Escuela de Chicago y condujo a la formulación de la teoría del capital humano y otras elaboraciones que buscaron extender la racionalidad de mercado a ámbitos extra-económicos. Ambas corrientes neoliberales consideraban que, si bien esta fórmula había impedido que numerosos Estados cayeran en las garras del comunismo, el socialismo, el nacionalsocialismo o el fascismo, a la vez había introducido modos de acción comprometedores de la libertad que podían conducir -o peor aùn, ya alcanzaban una escala similar o equivalente- a las mismas formas políticas que en teoría procuraban evitar (Foucault 2007).

La Escuela de Friburgo y el ordoliberalismo alemán: la política vigilante

Cuna del llamado "ordoliberalismo", la Escuela de Friburgo fue una corriente liberal que surgió en la Alemania de finales de la década de 1920 y abrevó en fuentes tan diversas como la filosofía neokantiana, la fenomenología de Husserl, la sociología de Weber y el pensamiento económico vienés. No obstante, su verdadero desarrollo se produjo a partir de 1948, en plena fase de reconstrucción de la Alemania de posguerra en el marco del Plan Marshall. Su espíritu filosófico y sus objetivos políticos se caracterizaron por la rotunda condena de los excesos del nazismo, no sólo en materia humana, social y política sino también en el plano económico, criticando la ilegitimidad del socialismo de Estado, su economía dirigista y planificada y su combinación de proteccionismo, subsidios e intervención keynesiana (Castro 2013). Desde su perspectiva, la reconstrucción alemana debía dejarse en manos del mecanismo de precios, liberando a la economía de las restricciones estatales, pero al mismo tiempo evitando los extremos que suponían la anarquía y el "Estado termita". Su análisis es importante, dado que el arte de gobernar ordoliberal en gran medida se ha convertido en la programación de la mayoría de los gobiernos de los países capitalistas avanzados (Foucault 2007).

En la interpretación del filósofo francés, el ordoliberalismo considera que el hecho de que el Estado cometa abusos de poder de orden económico no solo supone una violación de derechos fundamentales y un atentado contra las libertades básicas, sino que erosiona la propia base de legitimación del gobierno, que queda así despojado de sus propios derechos. Las bases ordoliberales por excelencia pueden resumirse en dos principios elementales: toda planificación, por flexible que sea, es peligrosa para la economía de mercado; y solo un Estado que garantice libertad a sus ciudadanos y delimite sus responsabilidades puede hablar legítimamente en nombre del pueblo.

La economía produce legitimidad para el Estado que es su garante (Foucault 2007) o, expresado de otro modo, el respeto de las libertades económicas pasa a asegurar la legitimación de una soberanía política hasta entonces inexistente en Alemania (Castro 2013). La gubernamentalidad ordoliberal constituyó, en principio, una suerte de renovación del arte liberal de gobernar que consideraba que el capitalismo era perfectamente viable y no existía ninguna contradicción interna en la lógica del capital y su acumulación (Foucault 2007).

El proyecto ordoliberal se asentó rápidamente, aunque no sin dificultad. Su avance y consolidación tropezaron con cuatro obstáculos estrechamente asociados a las doctrinas elaboradas y enraizadas durante décadas en el pensamiento económico germano, cuyo legado era diametralmente opuesto a la tradición liberal que hasta la crisis de 1929 había regido en Inglaterra y Estados Unidos. En primer lugar, las ideas proteccionistas esbozadas por Friedrich List en 1840 negaban toda posible compatibilidad entre una política nacional que se preciara de tal y la economía liberal, sosteniendo que en realidad esta ùltima no era más que un instrumento táctico que los países hegemónicos en el plano económico e imperialistas en la esfera política utilizaban para subordinar al resto del mundo. En segundo término, se destacaba la herencia bismarckiana del socialismo de Estado, que había operado como base histórico-política para la existencia de la nación alemana como unidad. El tercer obstáculo apuntaba a la economía planificada adoptada a partir de la Primera Guerra Mundial, mientras que el cuarto, finalmente, hacía referencia al dirigismo keynesiano que desde 1925 había reinado en el país.

Sin embargo, esas resistencias fueron rápidamente doblegadas. Con el apoyo norteamericano, la liberalización de los precios de prácticamente todo ya era un hecho consumado hacia 1952-53, y a pesar de la desconfianza británica -cuya dirigencia estaba en pleno auge keynesiano- y las huelgas en Alemania -que reclamaban el retorno a la economía dirigida-, el fenómeno ordoliberal se tornó tan generalizado que hasta la socialdemocracia teutona se sumó el proyecto y llegó incluso al extremo de renunciar al principio de la socialización de los medios de producción, reconociendo como legítima su propiedad privada.

Para los ordoliberales, el nazismo fue la cabal demostración de que los defectos habitualmente achacados a la economía de mercado no debían ser atribuidos a aquella sino al Estado y a sus modos de ser, es decir, a su racionalidad. En su cosmovisión, el fenómeno del nacional-socialismo fue el corolario natural de la escalada intervencionista del Estado sobre la economía. Sin embargo, el filósofo francés no acepta esta tesis, atribuyendo el principio del Estado totalitario y el germen del nazismo, el fascismo y el estalinismo no a la gubernamentalidad estatizante sino más bien a la gubernamentalidad de partido aparecida en Europa a finales del Siglo XIX (Foucault 2007).

Para Foucault, la gubernamentalidad ordoliberal reelaboró los elementos fundamentales de la doctrina de gobierno del liberalismo buscando resolver la siguiente contradicción: ¿cómo puede la libertad ser, al mismo tiempo, fundadora y limitadora, garantía y caución del Estado? Por un lado, los ordoliberales rescataron y profundizaron ideas del liberalismo tradicional al excluir la existencia de un sujeto universal de saber económico que pueda dominar desde arriba los procesos y confirmar así la ceguera del Estado respecto de los procesos económicos. Tanto para el Estado como para los individuos, la economía debe ser un juego de actividades que, si bien están reguladas, obedecen a reglas que no son decisiones que alguien toma por los demás. Pero por otro lado, los ordoliberales se distinguieron de la concepción clásica criticando su "ingenuidad naturalista" y poniendo el énfasis no en el intercambio, sino en la competencia. En la teoría ordoliberal, la competencia no es un fenómeno espontáneo o un dato de la naturaleza a respetar, sino más bien un objetivo histórico del arte de gobernar, una esencia con estructura propia cuyos efectos solo se producen si se respeta su lógica (Foucault 2007).

No obstante, el punto donde el ordoliberalismo más se separa de la tradición liberal clásica es, claramente, en su defensa de cierto tipo de intervenciones, en su necesidad de una política social activa, mùltiple, vigilante y omnipresente. El neoliberalismo alemán sostiene, de hecho, que la regulación de los precios por el mercado es tan frágil que resulta preciso sostenerla, ajustarla y ordenarla a través de una "política vigilante" de intervenciones sociales (ayuda a desempleados, política de vivienda, cobertura de salud, etc.) (Foucault 2007).

En esta suerte de "liberalismo positivo" donde la economía es sometida a un doble arbitraje -el espontáneo de los consumidores que se reparten bienes y servicios y el del Estado que asegura libertad, lealtad y eficiencia-, las intervenciones pueden ser tan numerosas como en una economía planificada, pero responden a un sentido y una naturaleza diferentes. Para Foucault (2007), su objetivo ùltimo no es establecer mecanismos compensatorios destinados a mitigar o anular los efectos destructivos que la libertad económica puede tener sobre el tejido social, ni oponerse a la economía de mercado o contrarrestar los efectos antisociales de la competencia; antes bien, su objetivo es actuar contra los mecanismos anti-competitivos que pueda suscitar la sociedad. Nótese el contraste con el liberalismo: el foco de vigilancia ya no es el ámbito económico (mercado) sino el plano social (población), sobre el cual es legítimo intervenir.

Buscando la formalización de la sociedad segùn el modelo de empresa, la política social del ordoliberalismo defiende la intervención no sobre los mecanismos de mercado propiamente dichos, sino sobre sus condiciones (reducción de costos, aumento de ganancias, etc.) como tendencias intrínsecas de la economía. Concretamente, el Estado no debe sugerir (y menos aùn dictaminar) que la brecha de ingresos entre las capas sociales debe disminuir o que cierto tipo de consumo debe aumentar; antes bien, debe decir a la gente lo que hay que hacer, pero sin inscribirlo en el marco de una decisión económica global. Para ello es menester redefinir las reglas del derecho y de la institución jurídica, en un marco donde la ley obligue al Estado no menos que a los otros agentes y donde esa misma ley sea concebida a priori como una regla fija que jamás sea corregida en función de los efectos producidos (Foucault 2007).

La Escuela de Chicago y el neoliberalismo norteamericano: capital humano y racionalidad de mercado en ámbitos extra-económicos

En los Estados Unidos, el neoliberalismo fue tanto un fenómeno endógeno como un resultado de la difusión del modelo alemán. Por un lado, su desarrollo guardó ciertas similitudes con el ordoliberalismo en cuanto al contexto histórico y la crítica efectuada a la gubernamentalidad estatal. Para esta racionalidad política, sus blancos o adversarios fueron básicamente el New Deal puesto en marcha a partir de la crisis de 1930, el keynesianismo, el Plan Beveridge, los proyectos de intervencionismo implementados durante la Segunda Guerra Mundial -lo que Foucault (2007) denomina "pactos de guerra a cambio de pactos de seguridad"- y los programas económicos y sociales (pobreza, educación, segregación, etc.) implementados durante la posguerra por los gobiernos demócratas que, desde Truman hasta Johnson, condujeron a más intervencionismo y a un notable crecimiento de la administración federal.

Pero, por otro lado, el neoliberalismo norteamericano se distinguió en varios aspectos del alemán. Para empezar, en los Estados Unidos el liberalismo del Siglo XVIII surgió durante la misma Guerra de Independencia, desarrollando así un papel análogo al que esta racionalidad desempeñó en la Alemania de 1948. Como resultado, desde un comienzo este pensamiento entró en juego como principio fundador y legitimador del Estado, de tal suerte que no fue el Estado quien se autolimitó mediante el liberalismo, sino más bien que este ùltimo se convirtió en fundador del Estado. Luego de la crisis de 1929, el liberalismo no desapareció; antes bien, la renovación de la política liberal como reacción al New Deal se tornó una constante en Estados Unidos. Omnipresente en el debate político norteamericano a tal punto de trascender la típica división derecha-izquierda del arco político-partidario, el liberalismo no fue -como ocurrió en Europa- una mera elección política y económica, sino que en este caso emergió como toda una manera de ser y pensar, configurándose más como un tipo de relación entre gobernantes y gobernados que como una técnica particular de los primeros destinada a los segundos (Foucault 2007).

Ahora bien, aunque el neoliberalismo norteamericano no haya sido un resultado necesario de la difusión del modelo alemán, es importante notar que tampoco puede ser considerado como un fenómeno absolutamente endógeno. Como sugiere el filósofo francés, existieron en tal sentido varias conexiones y relaciones históricas difíciles de desentrañar, entre ellas el papel que jugó la influencia de emigrados alemanes y austriacos como Friedrich Von Hayek respecto de las ideas seminales de Simons que decantaron en la fundación de la Escuela de Chicago. Fue justamente Von Hayek quien, además de constituirse en padre del monetarismo, contribuyó a convertir al neoliberalismo en una reivindicación global al sugerir que, al igual que el comunismo, el liberalismo necesitaba una utopía para forjarse como estilo de pensamiento, análisis e imaginación -un foco utópico siempre reactivado- (Foucault 2007).

El influjo ejercido por el ordoliberalismo quedó patente, por ejemplo, en la idea del neoliberalismo norteamericano con respecto a entender a la economía y la sociedad como hechas de unidades-empresas, enfatizando el abandono de la teoría del homo oeconomicus como hombre de intercambio para situar en su lugar la noción del homo oeconomicus como hombre empresario. Al igual que el proyecto alemán, esta corriente buscó generalizar la "forma-empresa" y multiplicarla hasta que se convirtiera en el modelo por excelencia de las relaciones sociales (Foucault, 2004, citado por Antonelli 2012b), valiéndose para ello de una nueva construcción teórica: la teoría del capital humano.

El punto de partida de la teoría del capital humano fue la crítica a la economía política clásica por no explorar la cuestión del factor trabajo y evitar pasarlo por el filtro del análisis económico. La ùnica excepción a esta "página en blanco" sería la teoría de Marx, con quien los neoliberales nunca discuten, pues si bien reconocen que Marx tomó al trabajo como centro de su análisis, consideran que lo hizo desde una perspectiva abstracta y anti-capitalista que atribuyó la explotación del trabajador a la lógica misma del capitalismo y su realidad histórica, algo que para ellos no sería propio del "capitalismo real" sino de la teoría, reflexión e interpretación que Marx volcó en El Capital (Foucault 2007).

Con la teoría del capital humano, los neoliberales norteamericanos llevaron a la práctica su propuesta de concebir a la economía como una ciencia del comportamiento humano entre fines y medios escasos. Desde esta perspectiva, el problema fundamental estribó en determinar cómo utiliza el trabajador los recursos de los cuales dispone, qué significa trabajar para él y a qué racionalidad obedece su actividad laboral. Para los teóricos del capital humano el trabajador trabaja por un salario, entendido no en términos marxistas como el precio de venta de su fuerza de trabajo, sino sencillamente como un ingreso -el rendimiento, renta o producto de su propio capital que, al ser invertido, le otorga la capacidad de ganar tal o cual salario en cuanto renta futura-. Como resultado, para el trabajador el trabajo sería su fuente de ingresos -la máquina que, inextricablemente ligada a él, le permite obtener un flujo de salarios-, pero también un capital que pone en juego, no apareciendo como consumidor -como lo hace, por ejemplo, en el pensamiento keynesiano-, sino más bien como productor de su propia satisfacción (Foucault 2007).

Este capital humano estaría constituido por un conjunto de factores físicos y psicológicos, algunos de los cuales corresponderían a elementos innatos (hereditarios y congénitos), mientras que otros se configurarían en elementos adquiridos en términos de trabajo, manutención, ingresos, estatus social, inversiones educativas, capacidad de desplazamiento y de migración buscando mejores condiciones, etc. En la interpretación foucaulteana de esta teoría, el trabajador aparece, literalmente, como empresario de sí mismo: él es su propio capital, su propio productor, la fuente de sus ingresos y de su satisfacción.

Las implicancias biopolíticas son evidentes. Al pretender generalizar la "forma empresa" dentro del cuerpo o tejido social, al buscar que éste se reparta, divida y multiplique segùn la lógica de la empresa, el individuo no se limita simplemente a trabajar para una compañía o incluso para el propio Estado, sino que su propia vida pasa a devenir una suerte de empresa permanente y mùltiple (Foucault 2007). Se plasma así el ideal neoliberal de que la gubernamentalidad estatal debe transferir los mecanismos competitivos del mercado a la población para así convertirlos en reguladores sociales.

Como resultado, todas las relaciones sociales e incluso la relación del individuo consigo mismo pasan a convertirse en una empresa: su familia -los hijos son un capital humano en el cual hay que invertir-, su pareja -que es escenario de transacciones permanentes-, su jubilación, etc. (Antonelli 2012b). Siguiendo a este autor, la interpretación foucaulteana de la teoría del capital humano es coherente con el enfoque deleuzeano, el cual afirma que la familia, la escuela, el ejército, la fábrica no son ya medios analógicos distintos que convergen en un propietario, Estado o po­der privado, sino que se han convertido en figuras cifradas, deformables y transformables de una misma empresa que solo tiene gestores (Deleuze y Guattari 2006). Al extenderse a todos los niveles de la vida social, la "forma empresa" toma entonces el lugar de la fábrica característica de la era disciplinaria, y el "hombre encerrado" deja lugar al "hombre empresario de sí mismo" de Foucault -análogo al "hombre endeudado" de Deleuze, pues una empresa no funciona sino es en un circuito de flujos de deuda- (Antonelli 2012b).

Dado que los factores innatos del capital humano no parecen en principio demasiado controlables, esta teoría enfatiza los elementos adquiridos en el marco de lo que podríamos llamar la "empresa-familia" y la "empresa-pareja", derivados de las inversiones realizadas para preservar/aumentar el capital humano de los adultos y transferirlo a los niños para que más adelante se convierta en la fuente de renta de estos ùltimos -es decir, en su salario-.

La pareja aparece así como una unidad de producción dada por el compromiso contractual de suministrar insumos a la crianza de los hijos y compartir los beneficios de los hogares en partes iguales. Su inversión educativa -que en esta perspectiva trasciende lo escolar y profesional- implica el tiempo que los padres consagran a sus hijos desde la lactancia en adelante, los cuidados brindados, el nivel cultural de los adultos a cargo, el afecto, la alimentación, los estímulos, la vigilancia de los progresos físicos y escolares, etc. A cambio de su inversión formativa o educacional, los padres obtienen una renta psíquica, consistente en la satisfacción de ver que a mediano/largo plazo sus cuidados han rendido sus frutos (Foucault 2007) -los logros obtenidos por sus hijos en materia de ingresos o renta como producto del capital humano producido-.

En su afán por extender la racionalidad de mercado a ámbitos extra-económicos, la biopolítica del neoliberalismo norteamericano trasvasó los supuestos de la teoría del capital humano no solo a la familia y la natalidad, sino también a problemáticas como la delincuencia y la política penal. Entendida como toda acción castigada por la ley que hace correr el riesgo a un individuo a ser condenado a una pena, la criminalidad es analizada como una problemática económica, desde una perspectiva despojada de juicios morales. Sencillamente, aquí el criminal es simplemente una persona que invirtió en realizar una acción esperando de ella una ganancia y aceptando el riesgo de una pérdida. Así pues, si en su análisis del trabajo como factor de producción la teoría del capital humano se preguntaba qué era lo que motivaba a un hombre a trabajar, en su aplicación al campo criminal/penal el énfasis está puesto en averiguar qué es lo que motiva a un hombre a arriesgarse a ser castigado.

A diferencia del liberalismo del Siglo XVIII, donde la punición apuntaba a anular o prevenir los efectos nocivos de la acción delictiva mediante los conceptos de recuperación y enmienda, bajo el neoliberalismo la ley es simplemente la reacción del sistema penal a la oferta de un crimen, una prohibición o demanda negativa cuya formulación a nivel institucional tiene un costo de producción determinado y dispone la cantidad de castigo estipulada para cada crimen. Dado que la oferta de crimen en la sociedad no siempre es elástica respecto de la demanda negativa contenida en la ley, algunas formas de conducta criminal ceden con bastante facilidad a una intensificación de la penalidad o castigo al delito, pero siempre hay un nùcleo de criminalidad que persiste. Así, desde la perspectiva neoliberal la "buena política penal" no apunta a la extinción del crimen sino a un equilibrio entre las curvas de oferta del crimen y su demanda negativa (Foucault, 2007), preguntándose no cómo castigar los crímenes, sino más bien cuál es el grado de tolerancia e impunidad que debe aceptarse.

Un ejemplo clásico de aplicación de la teoría del capital humano al delito y la política penal es la drogadicción. Se trata de un crimen donde la política penal siempre estuvo orientada a reducir la oferta, es decir, la cantidad de droga colocada en el mercado, lo cual derivó en el aumento de su precio y favoreció a oligopolios y monopolios. En el caso de los adictos graves y las llamadas "drogas duras", la demanda se tornó totalmente inelástica, con un individuo dispuesto a hallar la droga como sea y pagar cualquier precio por ella -con el consiguiente aumento de la criminalidad- sin importar cuál sea la pena a cumplir por transgredir la ley. Por esa razón, para los neoliberales es menester invertir la racionalidad económica de los narcotraficantes y conseguir que la droga sea más accesible y menos costosa para los adictos graves -lo cual reduciría las tasas de criminalidad- y, paralelamente, establecer "barreras de entrada" -esto es, lograr que los precios sean muy altos, disuasivos o prohibitivos- para quienes se inician en su consumo, dado que al no haber desarrollado un alto grado de adicción pueden renunciar fácilmente a un placer que podría convertirse en potencialmente criminogénico (Foucault 2007).

REFLEXIONES FINALES

Resumiendo, la perspectiva de Foucault insiste en que el estudio de la biopolítica es inseparable de la cuestión del liberalismo y el neoliberalismo en tanto racionalidad política orientada a la redefinición del arte de gobernar. Como bien señala Castro (2013), tanto en el liberalismo como en el ordoliberalismo y el neoliberalismo el interés del filósofo francés consistió en resituar al Estado en el contexto de una tecnología general de poder y mostrar cómo se articula el juego de dispositivos jurisdiccionales y veridiccionales. Siguiendo a Veiga-Nieto (2013), el liberalismo y el neoliberalismo pueden ser entendidos como dos formas de vida de la Modernidad y de la Contemporaneidad, respectivamente, aunque esto no signifique la sus­titución de una forma de vida por otra, sino un cambio de énfasis y la producción de nuevos dispositivos, prácticas, objetivos, regulaciones y modulaciones.

A partir del Siglo XVIII, el auge del liberalismo determinó que la economía y, más concretamente, el mercado, debían dejar de ser objeto de intervención del Estado; así pues, el campo de la gubernamentalidad, del arte de gobernar, debía ser la sociedad civil. Como resultado, gobernar ya no consistía en reinar, comandar o subyugar a los sùbditos, sino en conducir bajo la protección y la seguridad a aquellos que eran gobernados, promoviendo sus vidas (Veiga-Nieto 2013). Surgía así una paradoja: ese campo estaba poblado por sujetos económicos, de tal suerte que homo oeconomicus y sociedad civil pasaban a constituirse en elementos superpuestos e indisociables (Foucault 2007).

Bajo la gubernamentalidad liberal, esto obligó a poner en movimiento estrategias biopolíticas donde la promoción de la vida pudiera darse apoyada en los nuevos saberes tanto del cuerpo-máquina individual -disciplinándolo, adiestrándolo y mejorando sus aptitudes para de ese modo extraer el máximo de utilidad- como del cuerpo-especie materializado en la población, ejerciendo el biopoder y el poder de la norma sobre ese cuerpo colectivo para garantizar y promover su vida más también alimentarse de sus saberes (Veiga-Nieto 2013).

Si el liberalismo es una forma de racionalización y reflexión crítica continua de la gubernamentalidad, es justamente gracias a esa singularidad que ha logrado sobrevivir a sus propias crisis y a los ataques que viene sufriendo desde hace dos siglos, manteniéndose en un estado de permanente adaptación y transmutación (Veiga-Nieto 2013). El neoliberalismo, ora en su versión alemana u ordoliberal, ora en su corriente norteamericana, ofrece claros ejemplos de ello cuando, lejos de limitarse a reactivar las viejas ideas de Adam Smith, recupera determinados elementos del liberalismo clásico y al mismo tiempo se distancia de otros tantos y reelabora algunos más.

En este esquema, el intercambio deja su lugar a la competencia pura; la autolimitación de la razón gubernamental a causa del mercado, a la razón de Estado para el mercado y vigilada por el mercado; el interés individual, a la generalización de la "forma-empresa" como poder informante de la sociedad; la intervención gubernamental ocasional cuando peligra el interés individual y/o el bien comùn, a una gubernamentalidad activa omnipresente orientada a ªlejar el funcionamiento de los mecanismos del mercado y simultáneamente anular los mecanismos anti-competitivos que puedan emanar de la sociedad.

La relación entre neoliberalismo y biopolítica es tan estrecha como evidente. Si la biopolítica es una forma de normalización de la población acoplada a dispositivos jurídicos que legitima el ejercicio de la soberanía, el neoliberalismo justamente representa esa normalización del cuerpo colectivo por la vía de las ’buenas intervenciones" que permitirán transferir al gobierno de la población los mecanismos competitivos del mercado y convertirlos en reguladores sociales.

Si bien el interés neoliberal por fomentar el homo oeconomicus como hombre de la empresa y generalizar la lógica de la competencia pura se inició con su análisis del trabajo como factor económico de producción -la teoría del capital humano-, posteriormente procuró extender la racionalidad de mercado a ámbitos extra-económicos (familia, pareja, jubilación, la relación del individuo consigo mismo, la criminalidad, etc.). Sin embargo, este intento por generalizar la "forma empresa" y multiplicarla hasta convertirla en modelo de las relaciones sociales choca, empero, con la paradoja de que la sociedad civil es soporte de procesos y lazos económicos pero al mismo tiempo los desborda y trasciende.

Lo que en ùltima instancia liga a los individuos en la sociedad civil no es el máximo de ganancia en el intercambio, sino toda una serie de "intereses desinteresados" -instinto, simpatía, sentimiento, benevolencia, compasión, y hasta la repugnancia y el placer por el infortunio ajeno- (Foucault 2007). Parafraseando al filósofo francés, son justamente esos lazos constitutivos de la sociedad civil los que, bajo la biopolítica del neoliberalismo y su constante avance hacia un estado económico, se hallarían en riesgo de desaparecer.

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