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Ciclos en la historia, la economía y la sociedad

On-line version ISSN 1851-3735

Ciclos hist. econ. soc. vol.31 no.55 Buenos Aires Dec. 2020

 

Articulos 

Los orígenes de la guerra fría y la geopolítica del sistema económico y monetario internacional

The origins of the Cold War and the geopolitics of international economic and monetary system

 

Mario Rapoport [1]

 

Yo reduciría el problema soviético al mínimo posible, porque esos problemas parecen surgir todos los días de una forma o de otra y casi todos se resuelven... Sin embargo, debemos mantenernos firmes y la actitud que hemos adoptado hasta ahora es correcta.

Franklin D. Roosevelt

Telegrama a Churchill, 12 de abril de 1945, fecha de su muerte (trad. propia)

La planificación de un desarme económico (en la posguerra) comenzó en los aspectos monetarios más que en los comerciales, e hizo rápidos progresos. esto tenía sentido lógica y políticamente. El comercio mundial había quebrado en los 30 porque el patrón oro se había desintegrado. Comenzar a abrir los canales del comercio era abrir el flujo de dinero por el cual los bienes comerciales debían ser pagados. Esto requería mejorar el viejo patrón oro y les parecía mucho más fácil a británicos y americanos alcanzar un acuerdo monetario. La moneda era demasiado esotérica y aburrida para concitar la atención de la mayoría de los políticos mientras que las tratativas comerciales instantáneamente levantan intereses, pasiones

y prejuicios.

Robert Skidelsky, 2000, p. 181 (trad. propia)

Resumen

Este artículo profundiza y extiende una temática iniciada en libros y trabajos anteriores acerca de la Segunda Guerra Mundial y la inmediata posguerra en Argentina y América Latina. En este caso, se trata de un estudio del los cambios monetarios, económicos y estratégicos que se produjeron hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética -siendo estos aún aliados- y la posterior relevancia en los orígenes de un nuevo conflicto, la llamada Guerra Fría. También se analiza el comportamiento del tercer aliado, Gran Bretaña, sus relaciones ambivalentes con los gobiernos de Washington y el destino del país vencido, la Alemania nazi. Se trata de poner en claro los primeros momentos de la escalada de conflictos exponiendo y explicando los diferentes puntos de vista o posiciones que jugaron en esos momentos cruciales de la posguerra: las discusiones y las líneas enfrentadas o divergentes entre personalidades y grupos de poder en el interior de cada una de ellas y entre ellas. Nuestro interés reside en la hilazón de los hechos más que en su retórica ideológica, que sirve en ocasiones como un telón de fondo que confunde y oculta razones. Asimismo, trataremos especialmente el aspecto vinculado a los cambios en la economía, el comercio mundial y los factores geopolíticos que influyeron en la evolución de los hechos anteriormente descriptos.

Palabras clave: Guerra Fría, Estados Unidos, Gran Bretaña, geopolítica.

Abstract

This article continues a topic initiated in previous books and works about the Second World War and the immediate post-war period in Argentina and Latin America. In this case, it is a study of the monetary, economic and strategic changes that took place towards the end of the Second World War between the United States and the Soviet Union, while they were still allies, and their subsequent relevance to the origins of a new conflict, the so-called cold War. It also analyses the behaviour of the third ally, Great Britain, its ambivalent relations with the Washington governments and the fate of the defeated country, nazi Germany. The aim is to shed light on the first moments of the escalation of conflicts by setting out and explaining the different points of view or positions that played a role in those crucial post-war moments: the discussions and conflicting or divergent lines between personalities and groups of power within and between them.

Keywords: Cold War, United States, Great Britain, geopolitics.

Fecha de recepción: 26 de octubre de 2020 Fecha de aceptación: 5 de noviembre de 2020

Introducción

Diversos autores difieren en qué momento situar los comienzos de la Guerra Fría. En este artículo se optó por dar relieve a los principales episodios que llevaron a ella, la posición de los distintos aliados entre sí, y la paulatina reversión de las alianzas y cambios de enemigo en la inmediata posguerra.

A nuestro juicio, desde el punto de vista económico, la construcción de un nuevo sistema monetario internacional en la Conferencia de Bretton Woods de 1944 resultó un acontecimiento importante. Primero, porque los rusos participaron en él y luego se retiraron, un primer indicio de actitudes posteriores. Segundo, porque se produjeron divergencias entre norteamericanos e ingleses en la formulación de los planes White y Keynes y en los mecanismos de ayuda económica, que reflejaron situaciones preexistentes. Tercero, porque se confirmó el liderazgo norteamericano, pero no se correspondió exactamente con los intereses predominantes en los Estados Unidos, lo que produjo controversias internas y llevó luego a cambios en las características y el accionar de esas instituciones.

Hechos claves como la muerte de Roosevelt y la asunción de Harry Truman ponen de relieve estos cambios y la existencia de líneas distintas en la política económica interna y externa de Estados Unidos, que se tradujo también en su política internacional.

La otra discrepancia fundamental en lo económico incluye a los tres aliados y es la resolución de la situación europea, con el plan Marshall de 1947 y, en especial, con el caso de Alemania. Aquí se produjeron también discrepancias, sobre todo, con respecto al rol de ese país en la postguerra. Su reparto entre los vencedores se realizó en un principio teniendo en cuenta las realidades que presentaba la ocupación del territorio germano, buscando una convivencia que tendría escollos pronto y culminó con el bloqueo de Berlín por los soviéticos en 1948. No mucho más tarde, en 1949, en gran medida como consecuencia de este hecho, se produjo la división formal y la creación de dos países: Alemania Federal y Alemania Democrática, en el oeste y en el este.

El Tratado de Londres, de 1953, que condonó gran parte de la deuda alemana occidental por las dos guerras, culminó este proceso. Todo esto desniveló aun más las diferencias económicas entre esos dos países y para frenar la atracción que ejercía occidente, en 1961 se construyó en el este el muro de Berlín.

Desde el punto de vista político, el predominio soviético en Europa Oriental, la cuestión china y los numerosos frentes de conflicto que surgieron en diversas partes del mundo, atizaron un proceso cuyos aspectos más dramáticos fueron las guerras de Corea y Vietnam, que constituyeron la culminación del período que tratamos. En cuanto a la evolución monetaria y económica, la crisis de los años 1970, con la caída del sistema de Bretton Woods, es también el final de un camino.

Los escenarios económicos de inmediata posguerra: el mundo único y sus límites. El proyecto de Roosevelt

Al finalizar la guerra el gobierno norteamericano ya había superado las consecuencias de la depresión mundial sin sufrir en su propio territorio devastaciones bélicas y estaba en condiciones de diseñar un mundo único bajo su liderazgo. La consecución y mantenimiento de la paz universal se vinculaban para Estados Unidos con la expansión del comercio internacional, poniendo fin a las barreras nacionales y al bilateralismo imperante desde la preguerra. La creación de las Naciones Unidas conformaba, a su vez, el marco político donde su influencia sería decisiva.

La gran depresión de los años 1930 era un resultado, como señalaba el presidente Roosevelt, de una sobreproducción de bienes en relación a la demanda, que había dejado sin trabajo a millones de personas, llevando al cierre de empresas y fábricas. Caída de la rentabilidad, deflación de precios y baja notable del poder adquisitivo de la población se conjugaban en conjunto. Para enfrentar la crisis se recurrió a las políticas del New Deal (Nuevo Trato) con una notable intervención del Estado en la economía. Se dio impulso a las actividades productivas, al crédito y a la recuperación del empleo, y se dictaron leyes sociales y laborales.

Fue, en verdad, el estimulo que representó el esfuerzo bélico, el que produjo una recuperación total de esa economía al convertirla en la gran usina de los países aliados, pero los cambios del New Deal constituyeron la plataforma que permitió ese desarrollo. La mano de obra se incrementó en los años de guerra en 17,3 millones de trabajadores llegando el país a la plena ocupación.

Con el fin del conflicto y gran parte del mundo afectado por sus consecuencias, la estrategia de un rápido retorno al multilateralismo se consideraba clave para mantener la prosperidad del país, que se había transformado en el mayor productor y proveedor de bienes en el mercado mundial. Las exportaciones norteamericanas eran ahora fundamentales para mantener el pleno empleo y la producción y aventar el fantasma de una depresión económica en la posguerra. No había más posibilidades de extender el mercado interno, como en el pasado, con un gran programa de inversión de capitales e incrementos de la productividad (Block, 1977: 123­125).

Eran objeto de crítica las medidas proteccionistas que obturaban el comercio mundial, sostenidas también por los gobiernos anteriores de Washington. A esas medidas, arancelarias o través de pactos bilaterales, se las tenían, al igual que a los movimientos especulativos, por responsables de la crisis. Era necesaria una rápida transición hacia la libre convertibilidad y la aplicación de políticas convenidas entre países deudores y acreedores, reguladas y aceitadas por las instituciones supranacionales -pensadas ya desde los inicios mismo de la guerra-, teniendo como centro financiero a los Estados Unidos.

Cordell Hull, el secretario de Estado norteamericano, decía que las causas fundamentales de las dos guerras mundiales habían sido las discriminaciones comerciales, especialmente los controles en el comercio y en los tipos de cambio. Propuso tratados de intercambio recíproco con la cláusula de la nación más favorecida, mientras repudiaba pactos como el Roca-Runciman que Argentina había hecho con Inglaterra. Wilsoniano, liberal y defensor de los intereses agrarios, estaba sin embargo en un espectro político de derecha opuesto a los newdealers (Hull, 1948)

Para su colega de gabinete, el secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, en cambio, era necesario forjar un New Deal internacional, trasladando al mundo la experiencia norteamericana para salir de la depresión. Se iba hacia un mundo único que incluía a los soviéticos y este curso de acción podía ser protagonizado por los nuevos organismos de crédito internacionales que se habían creado en la Conferencia de Bretton Woods, el FMI y el BIRF (luego Banco Mundial), así como por las Naciones Unidas. Esas instituciones económicas y políticas serían como "dos hojas de una misma tijera", garantes de la paz y la economía internacional (Rapoport y Médici, 2007: 121-133).

Desde un ángulo donde se resucitaba el viejo imperialismo americano, Henry Luce, dueño de las influyentes revistas Life y Time, publicó antes de la entrada de Estados Unidos en la guerra, a principios de 1941, un editorial titulado The American Century, en el cual luego de criticar a los británicos, acantonados en su Commonwhealt, y a los gobiernos norteamericanos pasados o en curso, republicanos como Hoover o Coolidge o demócratas como Roosevelt, por sus políticas aislacionistas, daba su propia opinión:

Considere el siglo XX. Es nuestro no solo porque tenemos la suerte de vivir en él, es también la primera centuria americana que nos encuentra como un poder dominante en el mundo... En lo económico América sola debe determinar si un sistema de libre empresa -un orden económico compatible con la libertad y el progreso-, puede o no prevalecer en la centuria. Es en este espíritu que todos nosotros somos llamados, en la medida de nuestra propia capacidad y en el más amplio horizonte de esta visión, a crear la primera gran American Century. (Luce, 1941, trad. propia).

Las dos perspectivas internacionalistas partían de puntos de vista opuestos y se proyectaban al mundo de manera diferente: el New Deal era una experiencia de planificación nacional e intervención del Estado; la proclama de Luce se basaba en privilegiar la libre empresa. Ambas intenciones tuvieron, sin embargo, importantes obstáculos.

Por un lado, la Unión Soviética, que los hombres de Roosevelt veían en un principio integrando también ese mundo, salió de la guerra como "un vencedor derrotado", como lo denominó un historiador británico. Los costos habían sido para ella altísimos: perdió un 18% de su población y la tasa de destrucción de sus activos físicos llegó a más del 25% de los que poseía (Harrison, 1998: 292). Pero su área de influencia se incrementaba por los países ocupados por sus ejércitos, algunos de éstos, como Polonia, también fuertemente castigados por la guerra, o como Bulgaria o Rumania, con las economías menos desarrollados de Europa. Todo lo cual iba a constituir a la larga una herencia pesada, que se agregaba a los problemas creados por un sistema interno dictatorial.

Por otro, con Truman en el gobierno ya se afirmaba que Estados Unidos y su poder económico constituirían el "centro vital" vinculado a la definición que hacía ahora Washington de la "estabilidad política y social" . A la muerte de Roosevelt, las relaciones entre norteamericanos y soviéticos comenzaron rápidamente a deteriorarse. Stalin preocupado, sobre todo, por la seguridad de su entorno constituyó su propio bloque y se transformó en el principal enemigo: la aspiración de un "mercado universal" quedó pronto reducida a los países capitalistas, mientras que el peligro del comunismo pasaba a ser la preocupación principal del establishment norteamericano (Block, 1977: 127­128).

La coyuntura económica mostraba, a su vez, un gran desequilibrio entre los que podían ser partícipes del designio hegemónico de Estados Unidos, aunque se compusiera solo con una parte del mundo. En los primeros años de la posguerra, mientras el superávit comercial norteamericano no hacía más que crecer, su núcleo principal, el oeste de Europa, padecía un continuo déficit y necesidades acuciantes, debido tanto a la secuela de destrucción y pérdidas materiales y humanas del conflicto cuanto a la desaparición de beneficios en los rubros invisibles de las balanzas de pagos (como en el caso de Gran Bretaña). Esto se relacionaba con la creciente deuda externa, la pérdida de la actividad marítima, el peso de los gastos militares, la liquidación de las inversiones en el exterior y el desplazamiento de sus productos por los de Estados Unidos en los mercados del mundo. Sólo por su comercio durante la guerra, según el mismo Keynes, había 12 mil millones de libras esterlinas bloqueadas en Londres.

El equilibrio y la convertibilidad previstos eran reemplazados por un generalizado síntoma de escasez de dólares que hacía difícil mantener el sistema diseñado en Bretton Woods. Esas políticas contradecían el concepto de "puertas abiertas" preconizado por los Estados Unidos. El principal problema para políticos y economistas norteamericanos en la inmediata posguerra era encontrar un sustituto para el mercado de guerra de 90 billones de dólares.

También el manejo de la economía doméstica significaba una obstrucción a la práctica externa de la política económica norteamericana. El Departamento de Agricultura, por ejemplo, preconizaba acuerdos internacionales para establecer precios máximos y mínimos y los subsidios a las exportaciones agrícolas instaurados por Roosevelt, así como las tarifas y cuotas a las importaciones agrícolas seguían existiendo. Aun en el orden internacional  Washington sostuvo en la           posguerra                         compras

gubernamentales, acuerdos comerciales bilaterales en materia de trigo, manganeso, azúcar, etc., y relaciones comerciales preferenciales, como con Cuba y Filipinas.

Si bien los derechos aduaneros se redujeron se conservó de todas formas un programa proteccionista. Esta realidad fue admitida por Will Clayton, secretario de Comercio: "Si queremos ser honestos con nosotros mismos, debemos darnos cuenta que muchos de los pecados por los que libremente criticamos a otros países tienen su contraparte en Estados Unidos".

El período previo: durante la guerra. Conferencias internacionales: Carta del Atlántico. Las principales: Teherán, Yalta, Postdam. Otros encuentros decisivos. Las Naciones Unidas. El caso argentino.

En 1933, con Roosevelt y Stalin en los respectivos gobiernos se establecieron las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y la Unión Soviética. En ambos lados, el objetivo principal, a pesar de las profundas diferencias ideológicas, era contrabalancear el creciente poder de Alemania y Japón. El embajador americano en la URSS entre 1936 y 1938, Joseph Davies, se mostró muy amigo del gobierno del Kremlin, y escribió un famoso libro donde evoca favorablemente su estadía en Rusia. Allí había presenciado los juicios realizados por Stalin contra viejos bolcheviques, que consideró normales y lo habían convencido de su culpabilidad (Davies, 1941).

Posteriormente, las relaciones se enfriaron con la guerra ruso-finlandesa y el pacto Molotov-Ribbentrop, que repartió Polonia entre alemanes y rusos, pero la invasión alemana a la Unión Soviética (junio de 1941) y el ataque japonés en Pearl Harbor (en diciembre del mismo año) unieron a los dos países en una alianza que perduró hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Moscú fue incluida entre los beneficiarios de la Ley de Préstamos y Arriendos para ayudarla en su esfuerzo bélico, y su participación fue decisiva en la derrota de los ejércitos alemanes. La guerra comenzó a cambiar a favor de los aliados con la victoria soviética en la batalla de Stalingrado, entre agosto de 1942 y febrero de 1943.

Una pronta señal de la actitud soviética con respecto a Estados Unidos antes de la guerra puede deducirse de los avatares y polémicas del movimiento comunista internacional de la época. En 1935 en el VII Congreso del Comintern se mencionó la aproximación de todas las fuerzas antifascistas de los Estados Unidos, incluyendo al presidente Roosevelt, en lo que los comunistas locales denominaron la política del Frente Popular. El hecho más trascendental durante la guerra fue, en este sentido, la disolución del Partido Comunista norteamericano en mayo de 1944, en aras de la alianza entre los dos países, precedida en 1943 por la del mismo Comintern o Internacional Comunista.

En Estados Unidos la transformación de ese partido en una simple asociación se debió a una iniciativa del secretario general del PC norteamericano, Earl Browder, y tenía como argumentos principales que la convivencia pacífica entre los dos sistemas se había vuelto un hecho desde la Conferencia de Teherán; que la URSS fue aceptada como tal por las democracias occidentales y que esto daba pie a la posibilidad de un nuevo tipo de Estado intermedio entre el capitalismo y el socialismo.

El experimento tuvo corta vida y ya desde principios de 1945 proliferaron las críticas a esa medida en el movimiento comunista internacional cuando todavía subsistía la alianza americano-soviética, la que culminó con la expulsión de Browder del movimiento y la reconstitución del partido norteamericano. Surgió, sin embargo, como incógnita de las intenciones rusas el hecho de que Browder luego de su expulsión viajara a Moscú, donde tuvo un cargo de asesor nombrado por Stalin (Starobin, 1980: 285-288).

La guerra dio lugar a numerosas conferencias y encuentros entre los aliados, en los cuales se expresaron acuerdos y diferencias económicas y políticas. La primera fue la Carta del Atlántico, firmada el 14 de agosto de

1941 por Roosevelt y Churchill, que ya enunciaba los principios que presidirían la economía de posguerra. El quinto punto de la Carta expresaba el deseo de lograr la más amplia colaboración entre todas las naciones en el terreno económico con el objetivo, para todos, de mejorar las condiciones de trabajo, el desarrollo económico y la seguridad social.

También, pregonaba el acceso en términos iguales al comercio y los productos básicos de todo el mundo necesarios para la prosperidad económica (La Feber, 1971: 33).

Pese a la participación de Churchill la carta parecía afectar los intereses británicos, pues varios de sus párrafos se referían a la necesidad de terminar con el colonialismo. Se veía en la intención de los americanos una perspectiva de desintegración del imperio en decadencia, que los británicos, atados por las urgencias de la guerra y la ley de préstamos y arriendos, debían digerir para fortalecer la alianza. Por su parte, los rusos solo se encontraban dispuestos a firmar la declaración si se exceptuaban de sus principios a los países del Báltico y algunos de Europa del Este, que luego anexarían. Allí comenzaron a revelarse las diferencias entre unos y otros.

La Conferencia de Teherán, convocada del 28 de noviembre al 1° de diciembre de 1943, se realizó en un contexto distinto. La victoria ya estaba a la vista y el general De Gaulle había sido reconocido por los soviéticos. Lo que distinguió Teherán es el hecho de reunir por primera vez a Churchill, Roosevelt y Stalin. El principal problema planteado allí era la necesidad de los soviéticos de abrir un segundo frente en occidente, para acelerar la derrota de los alemanes y evitar que la guerra recayera especialmente en el frente oriental. Estados Unidos y Gran Bretaña hicieron la promesa de un desembarco anglo-americano en Francia después de mayo de 1944. Pero, además, reconocieron la línea Curzon, que se planteó como una probable frontera oriental de Polonia durante la guerra ruso-polaca de 1919-1920 y no había sido hasta ese momento aceptada; y dieron un visto bueno a la anexión de los estados bálticos conforme a "la voluntad de las poblaciones", que en la práctica suponía dejarlos en manos de Rusia. A cambio de todo ello, Moscú aceptaba declarar la guerra a Japón, tres meses después del fin del conflicto bélico en Europa (Werth, 1992: 332). En octubre de 1944 Churchill visitó a Stalin en Moscú y arreglaron tentativamente el reparto de Europa Oriental en una hoja de papel. Churchill negoció quedarse con Grecia a cambio de dejar a Stalin prácticamente Rumania y Bulgaria, ya ocupadas, y repartirse por mitades Hungría y Yugoslavia.

La victoria sobre los alemanes ya estaba prácticamente resuelta cuando los aliados se reunieron de nuevo en una Conferencia realizada en Yalta, en territorio soviético, del 4 al 11 de febrero de 1945. Aquí se discutió de nuevo la conformación de un gobierno polaco, mediante un acuerdo entre el pro­soviético gobierno polaco de Lublin y los polacos de Londres para llamar a elecciones libres, algo que se resolvería a favor de los partidarios de Moscú en la asamblea de creación de las Naciones Unidas, reunida unos meses más tarde. El punto central, sin embargo, era el destino de Alemania. Resuelta su ocupación militar total no se definía aun su eventual desmembramiento.

En los meses posteriores, los soviéticos lanzaron su ofensiva final y tomaron Berlín, que se rindió el 2 de mayo, y el 9 de mayo los alemanes firmaron su capitulación frente a los representantes de todos los países aliados.

El momento posterior fue el de la constitución de las Naciones Unidas en octubre de 1945, en cuya asamblea inaugural hubo largas discusiones entre norteamericanos y rusos. Estos últimos lograron una victoria en el tema polaco, aunque temerosos de la superioridad de los votos occidentales, pidieron la participación como estados independientes de Bielorrusia y Ucrania ya planteada en Yalta. Estaba en juego también la participación de la Argentina, cuyo gobierno era acusado por los soviéticos de fascista. Sin embargo, pese a su conflicto con ese país, los norteamericanos, que necesitaban el voto de todos los que pertenecían a su propio continente, impusieron su presencia.

Por otra parte, la rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña seguía existiendo, y para Keynes estaba claro que Gran Bretaña saldría de la guerra en un estado de bancarrota económica y financiera. El gobierno de Washington quería desprenderse del colonialismo británico y de su influencia económica en el mundo, especialmente en su patio trasero: América Latina. Insistía en que Londres vendiera sus activos en el exterior y los más voluminosos en esa región estaban en la Argentina. Por eso, en 1940 en una entrevista que tuvo Raúl Prebisch en Washington con el presidente Roosevelt a fin de conseguir un financiamiento para la posible compra de los ferrocarriles británicos, éste le señalaba francamente "que los ingleses tendrían que aceptarla a fin de salvar su pellejo en la región". "Ya Roosevelt tenía en su mente -pensaba Prebisch- la liquidación del Imperio Británico después de la guerra." (Mallorquín, 2006).

Durante el conflicto bélico las divergencias de las políticas hacia la Argentina practicadas por las dos potencias anglosajonas, no se mantuvieron ocultas. El castigo que impuso Washington a Buenos Aires haciendo retirar a todos los embajadores de los países aliados y latinoamericanos por su presunta vinculación con los nazis (el gobierno local ya había roto relaciones con el Eje) fue mal vista por Londres, así como el intento de impedir a los británicos seguir comprando carne argentina. Los argentinos eran "los malos vecinos", según la célebre y poco diplomática definición de Cordell Hull, el secretario de Estado, entre 1933 y 1944, de los gobiernos de Roosevelt.

Como decía la influyente revista británica The Economist:

Para los ojos norteamericanos, la influencia británica en la Argentina resulta sospechosa de tendencias reaccionarias y antidemocráticas, y la política británica de estar planeada para excluir el comercio norteamericano, no a través de una competencia limpia sino mediante discriminaciones bilaterales. Para los ojos británicos, la política norteamericana en la Argentina es sospechosa de estar impulsada menos por el deseo de derrotar a Hitler que por extender la influencia de Washington desde la mitad norte de Sudamérica hasta el Cabo de Hornos; en pocas palabras por un imperialismo sin duda benéfico, pero no menos real..." (The Economist, 5/08/1944, trad. propia).

Mientras tanto, en Estados Unidos se fue abriendo paso, aun en vida de Roosevelt, una línea menos favorable a continuar la alianza con los soviéticos, sobre todo en América Latina, que encabezaban funcionarios del Departamento de Estado, como Nelson Rockefeller (entonces a cargo de los asuntos latinoamericanos), y varios senadores, deseosos de resolver, entre otras cosas, el conflicto existente con Argentina y mantener un firme control del continente. Sin embargo, en mayo de 1945, poco tiempo después de la muerte de Roosevelt asumió un nuevo embajador en Buenos Aires, Spruille Braden, que ya había estado allí como delegado de Estados Unidos en la Conferencia de Paz por la guerra del Chaco entre 1935 y 1938, donde fue un adversario acérrimo del canciller conservador argentino (y Premio Nobel de la Paz) Saavedra Lamas. Ahora, encabezó la cruzada opositora contra Perón, caracterizado de pronazi, que juntó a todos los partidos tradicionales, incluido el Partido Comunista. Una suerte de escenario político en términos de la guerra que había terminado en Europa se instaló en el país, manteniendo en los hechos la alianza americano-soviética que comenzaba a entibiarse en otros lados.

Bretton Woods, la creación del FMIy del Banco International de Reconstrucción y Fomento. Una tormenta de intereses cruzados sobre Alemania. El Plan Morgenthau

En julio de 1944 se crearon las instituciones monetarias internacionales de posguerra en la conferencia de Bretton Woods, New Hampshire, el FMI y el BIRF (Banco Mundial) con la participación de 44 países (Horsefield, 1969; Brenta, 2013). Allí se presentaron dos planes hegemóicos, comenzados a elaborar al principio de la guerra de acuerdo a una idea del gobierno norteamericano, por el subsecretario del tesoro Harry Dexter White y el británico John Maynard Keynes. Ambos favorecían el control de capitales, cuyo libre accionar había sido una de las causas principales de la crisis de 1929, y criticaban como obsoletas las políticas liberales del laissez- faire.

El objetivo último de las instituciones que se creaban era garantizar la estabilidad monetaria y el comercio mundial de posguerra a fin de no caer nuevamente en otra depresión económica. También se tenían en cuenta los errores cometidos por el Tratado de Versalles respecto a las cuantiosas reparaciones de guerra que debían pagar los agresores y terminaron provocando el nuevo conflicto bélico. Los préstamos norteamericanos para ayudar a Alemania no funcionaron, mientras que el fenómeno hiperinflacionario y la depresión de los años 1930 constituyeron el camino para la destrucción de la república de Weimar y el ascenso del revanchismo y el nazismo en Alemania.

En Estados Unidos tanto los sectores políticos de derecha, que amenazaban diciendo que el Congreso no aprobaría esas instituciones, así como la poderosa Asociación de Bancos norteamericanos no querían la creación del Fondo. Consideraban que era una institución internacionalista cuyos costos recaerían en su país dando su apoyo a docenas de signos monetarios vacilantes, mientras los mecanismos más adecuados de ayuda eran los préstamos directos.

Morgenthau dijo en su discurso inaugural que las dos instituciones de crédito creadas alejarían a los prestamistas usureros del templo de las finanzas internacionales, contrastando con los que pensaban que esas instituciones constituían un esquema encubierto y burocrático para subsidiar a las naciones deudoras (Grabbe, 1995). También agregó que

La prosperidad no tiene límites establecidos. No es una sustancia que disminuye ... La prosperidad como la paz es indivisible. No nos podemos beneficiar en detrimento de otros (James, 2018).

Sin embargo, con Truman en el gobierno no se recurrió a los organismos internacionales para financiar el plan Marshall, lo que convalidaba la desconfianza en el sistema de aquellos banqueros, que sospechaban de White y no les atraían las ideas de Keynes.

En Bretton Woods se aprobó el plan de White, fijándose el dólar como única moneda internacional en una relación determinada con el oro. Esto beneficiaba a Estados Unidos, pero llevaba consigo la semilla del propio deterioro del sistema.

Keynes propuso sin éxito un plan alternativo con una moneda nueva, el bancor, independiente de las decisiones de política monetaria de los países, y una cámara internacional de compensaciones. Su objetivo era tratar de mantener el manejo de la política económica del Reino Unido, fuertemente endeudado en dólares. Sin embargo, defendió la pertinencia de la creación de Fondo frente a los que predecían que el dinero norteamericano a través del Fondo iba a convertir las tenencias de oro en papel moneda extranjera sin valor alguno, retornándose a la depresión. Por el contrario, los Estados Unidos deberían aumentar sus importaciones del exterior aliviando la escasez de dólares hasta que el sistema funcionara a pleno y los dólares disponibles se utilizaran para comprar en aquel país (Horsefield, 1969; Grabbe, 1995).

Un punto fundamental de la discusión fue la adjudicación de cuotas de participación a los distintos países para la posterior utilización de los fondos y para determinar su lugar en la conducción del organismo en relación con las cuotas que aportaban. Esto marcó la supremacía de Estados Unidos, que tenía mas del 30% de las cuotas y la mayoría de los votos, junto a los británicos, en el directorio ejecutivo.

Las reglas establecidas para su funcionamiento mencionaban la necesidad de que los nuevos organismos ayuden a resolver los problemas de las balanzas de pagos de los países que lo requirieran, estableciendo un sistema de cambios fijos y compromisos para que se ajustaran las economías en relación a las ayudas recibidas. Sin embargo, inicialmente se pensaba en contribuir a la expansión de las economías afectadas y procurar para ellas el pleno empleo, aunque más tarde estos criterios se desecharon (Stell, 2013).

La URSS participó en la reunión, pero la demanda de los delegados rusos en pro de un cambio en la cuota que se le asignaba y en la utilización de los fondos prolongó la reunión. Se la había otorgado el tercer lugar en el monto de su cuota, después de norteamericanos y británicos, pero no estaban conformes. Aceptaban esa posición, aunque querían un aumento en el monto de la cuota. Más importante aún, los rusos consideraban que su contribución a la guerra y las devastaciones causadas por las tropas nazis en su territorio debían ser reconocidas, con el objeto de reducir su contribución al Fondo. Los países devastados cuanto menos entregaran de su cuota en oro con el objeto de estabilizar sus monedas, podrían disponer de él al margen del Fondo para financiar su rehabilitación y recuperación económica. Tenían así la posibilidad en la posguerra de competir en el comercio mundial con países como Estados Unidos, a quien el esfuerzo de guerra había favorecido (Academia de Ciencias Económicas, 1945: 26-27).

Esto tuvo el apoyo de los países invadidos y ocupados que argumentaron que cuanto menos oro entregaban en función de sus cuotas más tendrían a su disposición para financiar sus compras en Norteamérica. El gobierno de Washington no aceptó esta diferenciación y el de Londres, gravemente afectado por la guerra, acompañó esa postura, pero haciendo la salvedad, bien del estilo británico, de querer ser beneficiados ellos también si se llegase a favorecer a algún país (Academia de Ciencias Económicas, 1945: 28).

La delegación rusa se retiró finalmente de la Conferencia, en desacuerdo con el criterio de adjudicación de votos y las características del programa, que en un principio había visto como positivo. En esta decisión influyeron, sin duda, las cambiantes alternativas de las negociaciones políticas y militares. Sin embargo, como señala John Lewis Gaddis (1989), desde un punto de vista económico una fuerte cooperación americano-soviética en la posguerra parecía estimulante para ambos países.

Desde el punto de vista del enemigo en la guerra, la Alemania nazi, el presidente del Reichbank y ministro de Economía del Reich, Walther Funk, en una reunión preparada para coincidir con la de Bretton Woods, decía que el valor de su moneda no sería nunca determinado por un gobierno extranj ero o por los banqueros de Wall Street.

Luego de señalar que el plan Keynes constituía una tentativa pueril para liberar a la posición ocupada por las exportaciones británicas de la agresión americana, continuaba afirmando: "las tentativas de nuestros enemigos, tendientes a restablecer el funcionamiento del patrón oro en relación a las actividades económicas, están destinadas al fracaso." La Unión Soviética estaba de parte de los Estados Unidos para conservar con un plan monetario mundial la estabilidad de los precios del oro, porque necesitaría oro para pagar sus balances negativos de su comercio exterior (Academia de Ciencias Económicas, 1945: 29-30).

En septiembre de 1944, el Departamento del Tesoro tuvo, a su vez, dos iniciativas con las que completaban en términos geopolíticos la creación de los organismos internacionales de crédito, con las que levantaron muchas controversias: una política de castigo al nazismo y de eliminación como potencia económica de Alemania y otra de acercamiento a la URSS.

Para que el mundo comenzara a caminar de nuevo los aspectos militares, políticos y económicos de la guerra debían resolverse antes, en especial la cuestión alemana, una pesadilla que venía desde el fin de la primera guerra.

La amenaza principal del capitalismo había sido en el pasado la revolución rusa, pero la Unión Soviética era ahora un aliado. Alemania, por el contrario, había provocado las dos guerras mundiales. Se tenía muy presente que entre las causas principales que llevaron a la aparición del nazismo estaban la imposibilidad del pago de las deudas y reparaciones originadas por aquel primer conflicto bélico y alimentadas luego por empréstitos norteamericanos. Esto era un resultado del Tratado de Versalles, a quien se hacía responsable en parte de la nueva industrialización y rearmamento de la Alemania nazi. En cambio, la URSS, desangrada por la guerra podría ser un importante mercado para los productos americanos.

En su análisis de la Conferencia de Yalta, el ex secretario de Estado, Edward Stettinius, dice:

El presidente creía que la paz dependía de mantener y desarrollar la unidad entre las tres grandes potencias. Si se podría conseguir mediante paciencia y comprensión que la Unión Soviética entrase en una organización mundial, sería posible lograr que se convirtiera en una fuerza constructiva en los problemas mundiales. (1950: 26, trad. propia).

La cuestión sobre el destino de Alemania,tuvo que ver con el plan que presentó el secretario Henry Morgenthau Jr, de origen judío y profundamente antinazi, como lo muestra en sus diarios personales:

Hay un grupo considerable de ricos de este país que harían la paz con Hitler mañana, y los únicos que realmente quieren luchar son los trabajadores y las mujeres, y si alguna vez se les ocurre la idea de que vamos a cruzarnos de brazos y a favorecer a estos fascistas, no solo en Francia sino también en España que es lo que estamos haciendo todos los días... se van a declarar en huelga, van frenar la producción, y van a preguntarse: ¿de que sirve pelear para regresarle el poder a esa clase de gente. (Block, 1977: 68).

Esos ricos que mencionaba Morgenthau eran varios, como Prescott Bush, padre y abuelo de futuros presidentes; el padre de los Kennedy entonces embajador en Londres; Henry Ford, conocido antisemita; y grandes compañías norteamericanas que tenían negocios en Alemania, como General Motors.

El proyecto del secretario del Tesoro en desmilitarizar Alemania y transformar su estructura económica, política y social. En el plano económico, los objetivos se llevarían a cabo mediante el desmantelamiento de todo el sistema industrial, particularmente la industria bélica, que, además, debería ser debilitada y controlada por una organización de seguridad de las Naciones Unidas para evitar una futura recuperación. Conjuntamente, se realizaría una reforma agraria por la cual se repartirían grandes propiedades entre los campesinos.

En cuanto a lo político y social, Alemania quedaría dividida en tres: dos estados independientes y una zona internacional que abarcaría la principal área industrial y minera. Prusia del Este y el sur de Silesia pasarían a formar parte de Polonia, y la región del Sarre se anexaría a Francia. Por otra parte, se llevaría a cabo una reorganización de la educación, de los medios de comunicación y del sistema político.

Los pagos por las reparaciones de guerra se harían mediante el reparto de los equipos productivos que se apropiarían en todo el país, así como de la transferencia de territorios y recursos germanos, la confiscación de los activos alemanes en el exterior y el trabajo alemán forzoso fuera de Alemania (Morgenthau, 1945; Gareau, 1961; Block, 1977).

El plan tuvo una fuerte oposición del secretario de Guerra, Henry Stimson, del secretario de Estado, Cordell Hull, y del embajador norteamericano en Moscú, W. Averell Harriman, que objetaron con vehemencia la propuesta, finalmente desechada, a pesar del acuerdo inicial sobre la misma de Roosevelt y Churchill. No obstante, Morgenthau mantuvo su creencia de la necesidad de tomar medidas duras contra Alemania y sostuvo en un memorando, finalmente no enviado, para el presidente: "Nada se me ocurre que pueda contribuir de igual manera a engendrar confianza o desconfianza entre los Estados Unidos y Rusia que la posición que este Gobierno tome sobre el problema alemán."

La segunda manifestación de las intenciones alentadas por el Departamento del Tesoro, en especial por White, fue la propuesta para el otorgamiento de un importante préstamo de largo plazo a la URSS, bajo el argumento de colaborar en la reconstrucción de su economía y el fortalecimiento de los lazos comerciales. El crédito permitiría un crecimiento sustancial de las exportaciones industriales estadounidenses y de las importaciones de bienes primarios soviéticos y, al mismo tiempo, descomprimiría la presión de la URSS sobre los países de Europa del Este. El monto del crédito establecido por White era al menos similar al que se pretendía dar a Gran Bretaña: 5 billones de dólares y sus términos muy liberales, aunque luego llegó a sugerir duplicar ese monto. "El Fondo necesita a Rusia", decía White

En cualquier caso la URSS necesitaba reconstruir aceleradamente su base industrial militar y el financiamiento norteamericano sería bienvenido (Werth. 1992: 345).

Todavía en enero de 1945, Molotov, el Ministro Soviético de Relaciones Exteriores, consideraba deseable el crédito y el embajador norteamericano en Moscú, W. Averell Harriman, afirmaba que estaba convencido de que "nosotros deberíamos hacer todo lo que podamos para asistir a la Unión Soviética mediante créditos" ayudándola a desarrollar una economía sólida.

Pero, la muerte de Roosevelt, el 12 abril de 1945, constituyó un punto de inflexión decisivo en la política exterior norteamericana. En primer lugar, en lo que respecta a las cuestiones económicas, provocó la salida de Morgenthau del Departamento del Tesoro y la pérdida de influencia de las ideas de White en el gobierno de Truman, aunque permaneció brevemente como funcionario en el mismo Departamento y luego trabajó un tiempo en el FMI.

En segundo término, permitió que otros organismos y funcionarios del nuevo gobierno, especialmente del Departamento de Estado, críticos de las iniciativas de White y Morgenthau, comenzaran a determinar de otro modo la política internacional de Washington. El préstamo a los soviéticos quedó cancelado.

Al año siguiente, las nuevas concepciones de la política norteamericana también se reflejaron en la primera reunión del FMI en Savannah (Georgia), en marzo de 1946, Estados Unidos, con la influencia que poseía mediante su poder de voto, se aseguró de implementar nuevas disposiciones para que los fondos del organismo se destinasen en función de los objetivos de la política exterior norteamericana, alejándose definitivamente de las ideas de sus creadores.

En esa reunión, en la que quedaron oficialmente constituidos el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento -los hermanos gemelos del liderazgo financiero norteamericano- Keynes dijo: "Ustedes dos, ... -aludiendo al FMI y al BIRF-, crecerán y se harán políticos; todos sus pensamientos y actos tendrán doble sentido; todo lo que determinen no tendrá valor en sí mismo, sino en función de algo más." Keynes ya había fracasado en sus intentos por independizar al FMI de los Estados Unidos, pues este país había impuesto todos sus criterios. Había querido posponer la creación del FMI hasta que Europa hubiera logrado mayor recuperación y más poder, pero no pudo. También, propuso como sede del organismo a un país europeo o a Nueva York, y en cambio fue elegida Washington, la capital norteamericana, desde donde se ejercería el control político de ambas instituciones (Rodríguez Castañeda, 1977).

White por su parte, tampoco la pasaba bien. Por sus actitudes tendientes a favorecer a Moscú, ya sospechado por el FBI, fue acusado de comunista por el Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso en 1948, siendo su acusador el novel representante republicano, Richard Nixon que comenzaba de manera resonante su carrera política. White murió de un presunto ataque al corazón tres días después haberse presentado en las audiencias del Comité, pero fue igualmente calificado de espía soviético (Rapoport, 2013: 89-107) . Ocurrió algo parecido, pero en este caso su protagonista terminó en la cárcel por perjurio, con el juicio a Alger Hiss, un alto diplomático norteamericano, que había sido organizador de la

Conferencia de San Francisco donde se crearon las Naciones Unidas. Esta operación contra ex funcionarios de Roosevelt fue ampliada desde el senado por Joseph MacCarthy, dando lugar a una multitud de denuncias y persecuciones, que incluyó no solo a enemigos políticos sino también a intelectuales, artistas y hasta militares, llevando el conocido e infame nombre de macartismo.

Por último, como si fuera una historia de los walking dead, en 1953, durante el gobierno de Eisenhower, la figura de Harry Dexter White volvió a reflotar en manos del fiscal general de Estados Unidos en un intento de involucrar al ex presidente Truman, el iniciador de la Guerra Fría, en aquellas acusaciones, por haberlo nombrado en 1946 Director Ejecutivo en representación de Estados Unidos en el FMI, institución que pronto retiró su retrato de donde estaba colgado junto a los demás directores (Craig, 2004: 219-237).

La escalada de la Guerra Fría: los hechos y las opiniones. Truman, Kennan, Churchill, Stalin. Henry Wallace

El alejamiento definitivo entre Estados Unidos y la URSS comenzó a diseñarse en un principio en torno a cuatro ejes, donde las diferencias ideológicas dieron paso a ejercicios de poder: en el caso soviético su poder territorial, en el norteamericano su poder atómico.

El primero fue la discusión sobre si el gobierno polaco de Lublin apoyado por los soviéticos era legitimado por sobre un gobierno polaco en el exterior sostenido por los occidentales. Un tema ganado por Moscú, cuyos ejércitos ya ocupaban Polonia.

El segundo, la formación de dos bloques principales en las Naciones Unidas. De un lado Estados Unidos, las potencias occidentales y los países dentro de su órbita, como los latinoamericanos; del otro lado, la URSS y las naciones bajo su influencia política o territorial en Europa Oriental. La instauración de un sistema de veto de las grandes potencias fue una decisión también de poder, e iba a permitir neutralizar cualquier iniciativa que perjudicase a algunos de los bloques quitando a la institución sus atributos democráticos (Phillips, 1945).

El tercero, la utilización de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945, cuyo principal resultado fue acelerar el fin de la contienda con Japón e impedir la participación activa de Moscú, que declaró a último momento la guerra a aquel país, ya ocupado por los norteamericanos.

El cuarto fue el bloqueo de Berlín por los soviéticos en 1948. La ciudad había sido dividida como toda Alemania entre los países vencedores en la Conferencia de Postdam, pero quedaba aislada del lado oriental. Allí se produjo el primer conflicto grave que puso al mundo al borde de una nueva guerra, una cuestión a la que luego me referiré.

Con la asunción como presidente en Estados Unidos de Harry Truman, la paulatina separación entre las dos naciones fue haciéndose cada vez más evidente. Pocos días antes del fallecimiento de Roosevelt, quizás presintiéndolo, el 7 de abril, Stalin habría expresado que sus aliados estaban violando los acuerdos de Yalta. A su vez, Harriman. el embajador norteamericano en la capital soviética, mucho más afín a Truman que a Roosevelt, cambiaba su opinión anterior tendiente a ayudar económicamente a los rusos. Ahora decía que la URSS tenía una visión del mundo basada en la creencia de una colaboración de Estados Unidos y Gran Bretaña en contra de Moscú; en la necesaria creación de un "cinturón de seguridad" mediante el dominio de los países vecinos; y en la penetración en otros países a través de sus partidos comunistas (Bland, 1977).

A partir de allí la escalada fue adquiriendo tonos cada vez más fuertes. El 9 de febrero de 1946, Stalin pronunció un discurso en el cual explicaba el conflicto bélico culpando al capitalismo y marcaba que otra situación similar podría volver a ocurrir aunque con distintos contendientes: "La guerra se desató -según él- como el inevitable resultado del desarrollo mundial de las fuerzas políticas y económicas que son la base del capitalismo monopolista presente", y advertía al pueblo ruso de protegerse de ello desarrollando su economía y fortaleciendo sus Fuerzas Armadas.

Como si significara una réplica secreta a ese discurso, el 22 de febrero de ese año George Kennan, primer consejero de la embajada de Estados Unidos en Moscú, envió al secretario de Estado, James Byrnes, un largo telegrama en el cual sentaba los principios de la "política de contención" frente a la URSS que establecería Washington en los años siguientes. Allí señalaba con respecto a la política internacional soviética, que existía en Rusia un "tradicional sentimiento de inseguridad" y que "Stalin necesitaba un mundo hostil para legitimar su propio gobierno autocrático", lo que obligaba a Occidente a "fortalecer sus instituciones a fin de rendirlo invulnerable al desafío soviético."

Inmediatamente, influyentes periódicos norteamericanos señalaban que el discurso de Stalin iba a desilusionar a todos aquellos que suponían que el comunismo y el capitalismo podían coexistir armoniosamente en la posguerra. Y alguno iba más allá sosteniendo que las expresiones de Stalin eran ya la declaración de la Tercera Guerra Mundial (Gaddis, 1989: 345).

A su vez, Churchill, que ya no era Primer Ministro, se pronunció públicamente al respecto en una Conferencia en Fulton, Estados Unidos, el 5 de marzo, en términos que sonaban dramáticos:

Desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático, una cortina de hierro ha descendido sobre el continente. Detrás de esa línea se encuentran todas las capitales de los antiguos estados de Europa Central y Oriental ... y las poblaciones en torno a ellas se encuentran en lo que debo llamar la esfera soviética... Una sombra ha caído sobre el escenario tan recientemente iluminado por la victoria aliada. Nadie sabe lo que la Rusia Soviética y su organización internacional comunista se prepone hacer en el futuro inmediato, o cuáles son los límites, si los hay, a sus tendencia expansivas y proselitistas.

Stalin salió, nuevamente, a responder a Churchill, el 13 de marzo, considerando que sus palabras atentaban contra la paz y la seguridad del mundo y justificando la presencia soviética en Europa Oriental:

Una puntualización debe ser hecha con respecto a Churchill y sus amigos pues tiene un impresionante parecido a Hitler y sus amigos ... Churchill parece haber desencadenado una guerra con su teoría sobre la raza, afirmando que solo las naciones de habla inglesa son naciones superiores, y que ellas están llamadas a decidir los destinos del mundo entero ... Las siguientes circunstancias no pueden ser olvidadas. Los alemanes hicieron la invasión de la URSS a través de Finlandia, Polonia, Rumania, Bulgaria y Hungría. Los alemanes pudieron hacer la invasión a través de estos países, porque al mismo tiempo tenían gobiernos hostiles a la Unión Soviética. Como resultado de la invasión alemana, en la lucha y a través de la importación de ciudadanos soviéticos como servidumbre alemana, la Unión Soviética perdió un total de veinte millones de personas. Posiblemente en algunos lugares existe una inclinación en el sentido de olvidar estos colosales sacrificios del pueblo soviético, con el fin de asegurar la liberación de Europa del yugo hitleriano. Pero la Unión Soviética no puede olvidarlo. Y así es sorprendente que se critique el hecho de que ... esté intentando que existan en estos países gobiernos leales a las actitudes de la Unión Soviética. ¿Cómo puede cualquiera, que no ha tenido en cuenta estos sentimientos, describir estas aspiraciones pacíficas de la Unión Soviética como tendencias expansionistas en esta parte de nuestro Estado?

Esta alocución de Stalin también movió las aguas internas de la política norteamericana, donde los defensores de la alianza soviético-americana en la guerra, jugaron sus últimos cartuchos. El ex vicepresidente y entonces Secretario de Comercio, Henry Wallace, uno de los pocos newdealers que quedaban en el gobierno de Truman, se mostró duramente crítico con el discurso de Fulton, insistiendo en la necesidad de acercarse políticamente a la URSS, fortalecer los lazos comerciales con ella y ponerse en guardia contra el imperialismo británico. En las elecciones de 1940, su nombre sonaba para seguir siendo vicepresidente, pero le barrieron el camino. Harry Traman, un político poco conocido de Kansas, que expresaba ideas distintas a las de Roosevelt (o simplemente las callaba) fue un soplo positivo para la mayor parte de la burocracia de Washington y sus sostenedores, a quienes Roosevelt no les caía bien. La base de apoyo de Wallace no estaba en las élites sino en organizaciones progresistas de distinto tipo, sobre todo agrarias, así como la contestataria central sindical CIO (Congress of Industrial Organizations) que se suponía dominada por los comunistas .

Wallace fue acusado varias veces de pro soviético o directamemte de comunista, pero no solo estaba protegido por sus importantes cargos anteriores en la administración Roosevelt, sino porque pertenecía a una familia con una larga prosapia de dirigenes agrarios de influencia nacional. Su padre había sido secretario de Agricultura en gobiernos republicanos anteriores a Roosevelt y su abuelo había fundado en Iowa, un reconocido periódico en defensa de los agricultores. Wallace, también republicano en un principio se unió al gobierno llamado por Roosevelt y llegó a liderar su ala más progresista. Sus principales colaboradores eran gente de izquierda, contando con el apoyo del influyente periódico liberal progresista The New Republic, del que llegó a ser director en 1946. Era amigo de Michael Straight, un millonario ligado a la URSS que pertenecía a la familia de los dueños del diario y fue también director del mismo.

En una alocución pública en septiembre de 1946 en el Madison Square Garden de Nueva York, titulada El camino de la Paz, que le costó su puesto en el gobierno, Wallace se expresaba en forma rotunda sobre el peligro de una nueva guerra basada en las expresiones de Churchill:

Esta noche quiero hablar sobre la paz y cómo lograr la paz. Nunca la gente común de todas las tierras anhelaba la paz. Sin embargo, nunca en un tiempo de paz comparada han temido tanto a la guerra... Durante el año pasado, más o menos, la importancia de la paz se ha incrementado enormemente con la bomba atómica, los misiles guiados y los aviones que pronto viajarán tan rápido como el sonido. No podemos descansar en la seguridad de que hemos inventado la bomba atómica, y por lo tanto, que este agente de destrucción funcionará mejor para nosotros. El que confía en la bomba atómica tarde o temprano perecerá por la bomba atómica, o algo peor. Deseamos fervientemente la paz con Rusia . Queremos cooperación. Y creo que podemos obtener cooperación una vez que Rusia entienda que nuestro objetivo principal no es salvar al Imperio Británico ni comprar petróleo en el Cercano Oriente con las vidas de los soldados estadounidenses. No podemos permitir que la puerta se cierre contra nuestro comercio en Europa del Este... Pero al mismo tiempo debemos reconocer que los Balcanes están más cerca de Rusia que de nosotros, y que Rusia no puede permitir que Inglaterra o Estados Unidos dominen la política de esa área.. .Las ideas rusas de justicia social y económica van a gobernar casi un tercio del mundo. Nuestras ideas de democracia de libre empresa gobernarán gran parte del resto. Las dos ideas se esforzarán por demostrar cuál puede proporcionar la mayor satisfacción al hombre común en sus respectivas áreas de dominio político. En una competencia amistosa y pacífica, el mundo ruso y el mundo estadounidense gradualmente se parecerán más. Los rusos se verán obligados a otorgar más y más libertades personales; y nosotros estaremos cada vez más absorbidos por los problemas de la justicia social y económica (Roark et. al., 2005: 957-958; Culver y Hyde, 2001).

Harry Dexter White trabajó junto a Wallace en numerosas ocasiones e hicieron una fuerte amistad. Este último escribía en su diario personal en enero de 1944: "White está muy ansioso por mi viaje a Rusia, y me dijo que Rusia era un país al cual le podemos hacer un préstamo sin ningún peligro en la posguerra" (Craig, 2004: 370).

Wallace era esencialmente un liberal en el estilo norteamericano, con ideas progresistas y cierto misticismo que lo llevaron a liderar en las elecciones de 1948, ganadas por Truman, el Progressive Party (Partido Progresista) americano, frente político con el apoyo de los comunistas que salió tercero en esa contienda electoral con menos del 2% de los votos. Un rotundo fracaso que lo retiró de la política.

Sus ideas se reflejan también en ese diario personal en donde expresaba su actitud contraria a los partidarios de la Guerra Fría. Decía, por ejemplo, en una carta al mismo Truman, el 22 de septiembre de 1945, cuando todavía estaba en funciones, que "esperaba que se hicieran arreglos para que muchos americanos puedan ir a Rusia para estudiar o trabajar en sus laboratorios y universidades, así como los rusos debían venir a Estados Unidos No puede existir un verdadero intercambio científico entre los dos países. Al menos que esto se haya hecho.. .Rusia tiene todas las potencialidades de una joven y vigorosa nación". Amigo también de Robert Oppenheimer, uno de los principales científicos encargados de la creación de la bomba atómica, éste le confesaba que los que la estaban construyendo se encontraban enormemente preocupados. Se había dejado de lado la idea, estando Roosevelt en vida, de comunicar a Moscú los resultados obtenidos por Estados Unidos en la fabricación de la bomba. Wallace percibía "una culpabilidad en la conciencia de los científicos atómicos" que trabajaban en ella, de que estuvieran contribuyendo a otra guerra -esta vez con Rusia- con consecuencias muchísimo más graves que la anterior.

La doctrina Truman. La política de Washington hacia Alemania y Gran Bretaña. El Plan Marshall

El lanzamiento de la Guerra Fría fue la proclamación de la Doctrina Truman ante el Congreso norteamericano, en marzo de 1947, en donde el presidente demandaba una ayuda inmediata a Grecia y a Turquía a fin de evitar que esos países cayeran en las manos del comunismo. Allí Truman ya se apartaba completamente de la visión del mundo de Roosevelt. "Para asegurar el desarrollo pacífico de las naciones, libre de coerción -decía el presidente norteamericano- los EE.UU. han tenido un rol prominente en el establecimiento de las Naciones Unidas". Esta institución debería "hacer posible la libertad duradera y la independencia para todos sus miembros". No se cumplirían estos objetivos -continuaba- "a menos que estemos dispuestos a ayudar a los pueblos libres a mantener la libertad de sus instituciones y su integridad nacional contra los movimientos agresivos que buscan imponer sobre ellos regímenes totalitarios." La politica de Truman y Byrnes de "ponerse duros" y "tener paciencia y firmeza", se había plasmado ya en el rechazo en 1946 a compartir el secreto de la bomba atómica y a la propuesta de desarme soviética, ratificando el monopolio atómico anglo­norteamericano.

Gran Bretaña que había intervenido en Grecia durante la guerra, terminada la misma mantuvo su intervención militar para impedir la toma del poder por los comunistas griegos que tenían una guerrilla poderosa y numerosos simpatizantes, pero a principios de 1947 su situación allí se tornaba difícil. La importancia estratégica de Grecia y Turquía para los intereses occidentales por el control del abastecimiento de petróleo de Medio Oriente por el Mediterráneo urgía una mayor definición de los Estados Unidos, lo mismo que en otros países de la región. "Si Grecia y luego Turquía sucumben, todo el Medio Oriente se perderá [...] Francia puede entonces capitular frente a los comunistas. Si Francia se va, toda Europa Occidental y el Norte de África se irán" alertaba el subsecretario de Estado W. Clayton. Además de los motivos ideológicos y estratégicos generales, la amenaza de la "expansión del comunismo" involucraba también a la economía norteamericana: podía cercenar fuentes de aprovisionamiento de materias primas, y contraer los mercados para la inversión de capitales y los excedentes exportables.

En lo económico el acento se desplazó del multilateralismo sobre bases universales a través de las instituciones de Bretton Woods, que no habían funcionado, al objetivo más restringido de la recuperación e "integración" de Europa con dinero gubernamental y privado. A la larga, Estados Unidos debería aceptar la liberalización "en el seno de bloques determinados" (Van der Wee, 1986: 421).

Ante todo, la balanza se inclinó hacia un trato totalmente diferente con respecto a Alemania de los planteados por Morgenthau y White, y culminaría con la formulación de un Plan para la recuperación europea denominado ERP (European Recovery Programme). El mismo fue enunciado en un discurso en Harvard por el secretario de Estado George Marshall en junio de 1947 y aportaba una sustancial ayuda a Europa Occidental, que comprendía préstamos y donaciones. Sus propósitos principales eran, desde el punto de vista económico, colocar excedentes de producción y facilitar inversiones norteamericanas en el viejo mundo, y desde el político, convertir esa región en un bastión frente al peligro soviético cuya frontera era Alemania Occidental. Ya Stimson, entonces secretario de Guerra, había expresado tempranamente esta postura, inversa a la de Morgenthau, de acuerdo con las ideas del nuevo presidente Truman, en la Conferencia de Postdam de julio de 1945. En ella explicó la necesidad de que Alemania, una de las principales proveedoras de productos industriales para los países europeos antes de la guerra, volviese a ser "útil y productiva" en pos de la reconstrucción general de Europa. Agregando: "Es mi visión que sería tonto, peligroso y causa de futuras guerras adoptar un programa que llame a una destrucción generalizada de la industria y recursos alemanes".

El plan Marshall ayudó a los países occidentales de Europa con propósitos definidos y estos pudieron reconstruirse y crear en parte los Estados de Bienestar, aunque no siguieron ciegamente el modelo estadounidense. Los nuevos dirigentes norteamericanos se encontraron con un problema para sacar a Europa del marasmo en el que estaba: la influencia cada vez mayor de los partidos comunistas occidentales y el ejemplo de la planificación soviética que ahora parecía positivo. No podían recurrir simple y llanamente a la introducción de un esquema netamente liberal en el viejo continente.

Esa fue una de las razones de por qué Estados Unidos, donde predominaba una mentalidad liberal y empresaria permitió que Europa se expandiera, además de su ayuda, al ritmo de la planificación y la participación estatal. Pero no hay que olvidar el ejemplo exitoso del New Deal, que mientras Franklin Delano Roosevelt vivía quería aplicar al mundo y vio allí la posibilidad de colocar los excedentes de posguerra. Henry Morgenthau Jr, su secretario del Tesoro, como lo he señalado, decía abiertamente que era necesario un New Deal internacional para evitar otra depresión.

El plan Marshall y las políticas que lo acompañaban tenía cuatro propósitos, que se terminaron de concretar: hundir económicamente a la Unión Soviética; contribuir a la reconstrucción de Europa Occidental; terminar de debilitar lo que restaba del imperio británico; y hacer de Alemania el principal bastión europeo contra el comunismo.

Los líderes europeos en un principio no creían en la reducción del mundo en dos esferas y los franceses especialmente estaban en contra del rearme alemán. El francés Jean Monnet, principal inspirador de una Europa comunitaria, no era adversario a la idea de eliminar el peligro militar de Alemania, tesis similar a la de Roosevelt. La unidad europea que propugnaba era imaginada como una respuesta mejor a ese peligro que las que proponían los americanos: una división política, la amputación o la ocupación permanente de Alemania. El general De Gaulle concordó con esta idea en un discurso en Argelia en 1944 y tuvo la esperanza de constituir una unión europea económica, en alianza con los soviéticos y los americanos. La unión europea se conformaría finalmente con ayuda norteamericana en un centro de poder independiente, pero también en una amenaza a los intereses económicos de Washington.

El plan Marshall benefició en primer lugar a los mismos norteamericanos y estaba enmarcado en su propia estrategia de lograr una alianza firme con Europa Occidental, como luego lo intentaría sin tanto éxito en Asia.

América latina, el viejo patio trasero, solo servía como aliado seguro, no entraba ahora en los planes económicos de Washington, expuestos en la Conferencia de Chapultepec, donde había pedido un apoyo irrestricto a sus políticas. "Así paga el diablo", dijo Perón. Bastaba con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca firmado en 1947 en Río de Janeiro.

Además, la Doctrina Truman, la política de contención proclamada no iba a ser dirigida en el continente solo contra los comunistas sino también contra el nacionalismo latinoamericano. Esta pasaba a ser una orientación central de la política exterior de Washington, y legitimaba la necesidad de la intervención en los asuntos internos de otros países, incluso fuera de América, como necesaria para la seguridad de Estados Unidos y del mundo.

Se iniciaba así una nueva etapa en la política exterior norteamericana, en la que se consagraba la división del mundo en dos bloques. Sin embargo, desde el final de la guerra los medios militares para desarrollarla habían caído abruptamente: las Fuerzas Armadas norteamericanas, que alcanzaron los 12 millones de efectivos al final del conflicto, habían disminuido a 3 millones en julio de 1946 y a 1,6 millones un año más tarde. Los gastos de defensa, que habían sido de 81,6 mil millones de dólares en 1945 se redujeron a 13,1 mil millones en 1947 (Gaddis, 1982: 37-38). Esa brecha entre metas y medios requería ser superada y lo iba a ser con rapidez con la intervención en varias guerras, especialmente en Asia.

La inquietud de Stalin aumentó sensiblemente cuando los Estados Unidos decidieron hacer de Alemania Occidental un ejemplo del capitalismo en las fronteras mismas de los dos sistemas económicos enfrentados. No aceptó las propuestas del Plan Marshall, una astucia para cubrir la antigua alianza, que también se las hicieron a países del Este Europeo y para contrarrestarlas en 1947 se constituyó el Comecon, organismo para la cooperación económica de los países socialistas. La Comunidad Económica Europea, después de varios acuerdos y uniones previas, se iba a crear por el Tratado de Roma, en 1957.

La Guerra Fría significó la división del mundo en dos bloques contrapuestos, el capitalista -liderado por Washington- y el soviético, encabezado por Moscú, y se caracterizó por el clima de tensión existente entre las superpotencias que llevó al mundo al borde de la guerra nuclear.

La presencia norteamericana ya no solo militar sino económica y política en el mundo era una amenaza para el bloque soviético porque alentaba a las fuerzas anticomunistas y articulaba el poderío estratégico y militar de los Estados Unidos en todo el continente europeo. La reacción soviética consistió en militarizar sus áreas de fronteras, en avanzar y consolidar espacios territoriales en Europa Oriental y en acelerar el proyecto de construcción de armas atómicas. Estos tres factores alimentaron la disputa entre las superpotencias a lo largo de toda la Guerra Fría.

La política norteamericana se endureció también con respecto al otro aliado en la guerra: se cortaron los desembolsos correspondientes al acuerdo de Préstamos y Arriendos con el Reino Unido, contrariamente al compromiso asumido por Roosevelt. Esta situación puso a los norteamericanos en una posición de ventaja para negociar con los ingleses un nuevo préstamo. Keynes fue el encargado de representar al gobierno de Londres y mientras que el economista británico procuraba la obtención de un crédito sustancial a un bajo costo, los representantes estadounidenses pretendían que Gran Bretaña eliminara sus restricciones sobre el comercio, liberara los saldos bloqueados, volviera a la convertibilidad de la libra y eliminara los controles sobre las transacciones en dólares. Sin saldos bloqueados y con la posibilidad de cambiar libras por dólares, los países acreedores de Gran Bretaña podrían comprar libremente los productos norteamericanos. Por tal razón, el punto más difícil en la negociación fue este.

El préstamo al fin aprobado fue de 3,75 billones de dólares, inferior a lo solicitado por Keynes y a lo prometido por White. Un parlamentario británico, criticando a los norteamericanos, que querían volver ahora a los perimidos principios del laissez-faire que tanto habían denostado, intentó levantar el orgullo nacional: "No debemos vender el Imperio Británico por un paquete de cigarrillos." En todo caso, era demasiado tarde, las políticas tienen mucho más que ver con las realidades e intereses de cada país que con los fundamentos de las teorías económicas.

Pero el retorno a la convertibilidad de la libra por parte de Gran Bretaña el 15 de julio de 1947, impulsado por Washington, tuvo consecuencias desastrosas. En pocas semanas se evaporó el remanente de los dólares que quedaban del gran préstamo norteamericano. El Reino Unido se encontraba al borde de la cesación de pagos y la amenaza de tener que utilizar sus reservas de oro. Así, el 20 de agosto debió decretar nuevamente la inconvertibilidad de la esterlina, manteniendo así las bases de su área monetaria y de su comercio bilateral con muchas naciones. Esto debió ser aceptado por Estados Unidos, para evitar el derrumbe de su principal aliado, con consecuencias negativas para los intereses norteamericanos en otros países, tal el caso de la Argentina.

En 1948 se produjo el mencionado bloqueo de Berlín, cuyo motivo fue económico. En la ocupación de Alemania, las fuerzas armadas norteamericanas habían llevado reichsmarks impresos en los Estados Unidos. A la URSS también se les habían dado placas para imprimir esa moneda con lo que pudieron extraer, en cuestión de semanas, varios cientos de millones de dólares en bienes de las zonas de ocupación estadounidense y británica. El reichsmark soviético fue declarado inaceptable en las zonas del oeste, el pago de tropas fue discontinuado y hasta los cigarrillos se convirtieron en medios de intercambio. Se planificó entonces en Washington una reforma monetaria bajo el nombre de Operation Bird Dog, que implicó la sustitución de los antiguos reichsmarks por nuevos deutsche marks impresos en Washington.

Esta moneda sería legal en las zonas occidentales, y su suministro estaría fuera del control soviético. Con el apoyo del plan Marshall la economía de Berlín oeste era más floreciente que la del este, y ahora su moneda valdría mucho más y se hacía inaccesible para sus vecinos orientales. La Unión Soviética veía esto como parte de un plan general estadounidense para establecer un gobierno en el oeste de Alemania opuesto ideológicamente a los soviéticos. Entonces el ejército soviético bloqueó la ciudad impidiendo la entrada en ella desde el oeste. Mientras parecía que podía estallar otra guerra y la cuestión se discutía en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, presidido en ese momento por el canciller argentino Juan Atilio

Bramuglia quien actuó como mediador, el traslado a las zonas occidentales y su abastecimiento se hizo por vía aérea .

Este episodio dio lugar a la creación de las dos repúblicas alemanas: la Federal y la Democrática, la primera dentro de la alianza con las potencias occidentales, la segunda como parte del bloque soviético. La frontera berlinesa que separaba las dos Alemanias inspiró la novela más famosa de John Le Carre, El espía que vino del frío.

La ampliación de la Guerra Fría al continente asiático

De todos modos, hacia fines de 1948, la economía norteamericana mostraba síntomas de saturación. El ritmo de la actividad industrial se reducía. La recesión no sería superada a consecuencia de factores endógenos, la reconstrucción de Europa Occidental vía el Plan Marshall debía ser complementada con otros estímulos: el rearme, y la fundación de la OTAN, a lo que los soviéticos respondieron con el Pacto de Varsovia, en el marco de una Guerra Fría agudizada. La prosperidad norteamericana de la posguerra, además de la asistencia financiera a áreas prioritarias (Europa, Japón, el sudeste de Asia) fue sustentada a partir de entonces en los gastos militares. Más aún, en 1949 el triunfo de la Revolución China y la bomba atómica soviética empujaron a la administración demócrata a redefinir los objetivos de esa política de contención hacia metas más globales (Van der Wee, 1986: 68).

A principios de 1950, el Consejo Nacional de Seguridad de los Estados Unidos elaboró un documento que fijó los objetivos y programas de la estrategia norteamericana para los años siguientes. Este documento, el NSC 68, expresaba la culminación del proceso iniciado con la proclamación de la estrategia de contención del comunismo y estaba centrada en la reconstrucción de Europa Occidental.

La nueva estrategia comprendía la ampliación de las fuerzas armadas convencionales, el desarrollo del programa atómico basado en las bombas de hidrógeno para mantener su ventaja respecto del arsenal atómico soviético, los aumentos de impuestos para financiar este programa de gastos militares, la movilización de la sociedad americana a fin de enfrentar la supuesta agresividad de la política soviética -descartando en gran medida la posibilidad de negociaciones- y el fortalecimiento del sistema de alianzas dirigido por los Estados Unidos.

Una serie de hechos irían revelando esta redefinición de la política norteamericana, cuyo punto culminante sería la intervención de Estados Unidos en la guerra de Corea, que estalló en junio de 1950. Iniciada ésta -en la que Estados Unidos intervino bajo la bandera de las Naciones Unidas y con el aval político de sus aliados europeos- se produjo también un cambio en la política hacia China, a partir del reforzamiento de las relaciones con el régimen de Chiang Kai-Shek en Taiwán y de la ubicación de la Séptima Flota entre esa isla y el continente chino. Siguiendo la doctrina Truman se enviaron recursos en apoyo de las tropas francesas en la guerra de Indochina que Francia abandonó luego de su derrota en 1954, y en Europa se encaró una política tendiente a favorecer el rearme de Alemania dentro de la estructura de la OTAN, organismo que se amplió con el envío de nuevas divisiones norteamericanas y con la creación de una fuerza integrada bajo un comando supremo, para el cual se designó como jefe al general Dwight Eisenhower.

En el plano interno el Congreso de Estados Unidos aprobó un nuevo programa de gastos militares, reflejando el creciente peso de los republicanos en el Parlamento y el replanteo de muchos demócratas, que se hacían eco de las críticas conservadoras en relación con la política de contención, acusada de excesivamente defensiva, en particular en Asia, por la pérdida de China en manos de los comunistas.

El éxito de la campaña anticomunista y de crítica al gobierno del senador Joseph McCarthy constituyeron la principal expresión del tono político- ideológico que predominaba en la sociedad norteamericana de entonces. El desarrollo de la guerra de Corea, y la invasión a Corea del Norte -con la subsiguiente intervención de las tropas chinas en el conflicto-, llevó al mundo al borde de una tercera guerra mundial, conduciendo a una situación que puso en crisis la misma política norteamericana. La guerra generó un altísimo costo social, por la pérdida de vidas, y financiero, que fue incrementándose a medida que el conflicto se estancaba. El presupuesto de defensa de los Estados Unidos se elevó notablemente sin lograr victorias decisivas, constituyendo así el primer hecho bélico en el que las armas norteamericanas no resultaban triunfantes.

Las potencias europeas, sobre todo Inglaterra y Francia, se mostraron poco entusiastas con la perspectiva de una globalización del conflicto que involucrara a China Popular, abriendo la posibilidad de una conflagración general y debilitando la anterior prioridad estratégica de la alianza europeo- norteamericana (Field, 2001) .

De esa manera Truman transformaba totalmente la visión unimundista que Roosevelt tenía de la hegemonía norteamericana, una visión que procuraba insertar a la URSS en el contexto del nuevo orden mundial, en una política de contención libremundista dirigida contra los soviéticos. La muerte de Stalin en 1953, y los acontecimientos posteriores, incluyendo uno fundamental como la ruptura chino-soviética. ya forman parte de otras etapas de la Guerra Fría y escapan en el tiempo a nuestro análisis.

La cancelación de la deuda alemana

La conformación de una alianza estable de las potencias occidentales con Alemania tuvo por base un arreglo económico: el Tratado de Londres de 1953 ya con el gobierno de Eisenhower. Las negociaciones se hicieron entre el 27 de febrero y el 8 de agosto, y con él terminó anulándose el 50% de la deuda alemana generada por los daños producidos por sus dos iniciativas bélicas.

Ahora prevalecieron la doctrina Truman y, en especial, el Plan Marshall, que apuntó a la reconstrucción de Europa y, sobre todo, de Alemania. Según Ronald Powaski, "Alemania fue el problema definitivo que causó la ruptura de la Gran Alianza, del mismo modo que, para empezar, había sido la razón principal de que los Tres Grandes se unieran" (Powaski, 2011: 98).

Estados Unidos y sus principales aliados occidentales (el Reino Unido y Francia) decidieron, dentro del marco de la Guerra Fría, un alivio radical de la deuda de la República Federal Alemana (RFA), la parte del país que quedó en Occidente. La RFA recibió una primera gran concesión cuando se fijó el monto total de la deuda a ser renegociada: 29.800 millones de marcos, de los cuales 13.600 millones correspondían a las de preguerra y 16.200 millones a créditos contratados en la posguerra. Montos que se redujeron luego al 60%.

Como afirma Eric Toussaint (2012), el principal estudioso de los problemas del endeudamiento externo en el mundo, fueron motivaciones políticas fríamente calculadas las que condujeron a una renuncia extensiva de reclamaciones no canceladas, que iban más allá de lo estrictamente necesario.

Se decidió que durante los primeros cinco años (1953-57) se suspendería el pago de las deudas, y en los siguientes veinte años, se realizarían pagos anuales de 765 millones de marcos. El objetivo principal del acuerdo de Londres partió del hecho de que Alemania debía estar en condiciones de cancelar la deuda manteniendo un alto nivel de crecimiento y una mejora de las condiciones de vida de la población. Con este fin se acordó que Alemania reembolsara en su moneda nacional lo esencial de lo que se le reclamaba. La relación entre servicio de la deuda e ingresos por exportaciones no debía superar el cinco por ciento y no podía dedicar más de una vigésima parte de sus ingresos en este sentido al pago de la deuda.

Una medida excepcional fue la aplicación de una reducción drástica del tipo de interés, que osciló entre cero y cinco por ciento. Finalmente, en caso de litigio con los acreedores, los tribunales alemanes eran competentes. El acuerdo dice, explícitamente, que, en ciertos casos, "los tribunales alemanes podrán rechazar ... la decisión de un tribunal extranjero o de una instancia arbitral" cuando la ejecución de ésta fuera contraria al orden público.

Recién en 2010, Alemania terminó de pagar la deuda pendiente. El llamado "milagro alemán" tiene su origen en parte a la importante condonación de esa deuda originada sobre todo en las dos guerras mundiales que provocó, y de la que fue dispensada exclusivamente por criterios geopolíticos.

Un caso distinto fue el de los países en desarrollo que resultaron acreedores de las potencias aliadas durante la segunda guerra, especialmente de Gran Bretaña, y no pudieron aprovecharlo para su equipamiento y su industrialización, como se planteó en Bretton Woods. Esos países sufrieron un bloqueo de sus saldos positivos y pidieron que el nuevo FMI los ayude a hacerse en lo inmediato de esos fondos, uno de los principales propósitos de la institución, pero tanto EE.UU. como Gran Bretaña se negaron a ello. Más tarde los países latinoamericanos tampoco fueron incluidos en el Plan Marshall a pesar de su significativo comercio con Europa. En ambos casos no recibieron el mismo trato favorable que Alemania. .

En los años siguientes, mientras se profundizaban la Guerra Fría y la confrontación con el bloque soviético, fue posible la recuperación de las economías europeas en parte por la ayuda a Europa y el flujo de inversiones norteamericanas hacia ese continente (también hacia Asia por las mismas razones económicas y geopolíticas). Con plena ocupación y la aplicación de políticas keynesianas, esos años de crecimiento continuo se llamaron los 30 "gloriosos", a partir de 1945, el fin de la guerra, Pero esta situación llegó a su fin con el inicio de la crisis de los años 1970, a veces subestimada como tal, aunque en ella se desarrollaron presiones inflacionarias, desinversión, pérdidas de rentabilidad y la aparición de nuevas ideologías económicas, como el neoliberalismo, que critica la intervención del Estado y los sistemas de protección social implementados en la posguerra.

Desde el punto de vista monetario, las enormes remesas de dólares enviadas por inversiones productivas y financieras, donaciones y subsidios, produjeron su desvalorización constante con respecto al oro mientras en Europa se creaba un mercado de eurodólares y de petrodólares, con el aumento de los precios del petróleo, generando una gran liquidez. Esto hizo que, en agosto de 1971, frente al deterioro de la balanza de pagos y la fuga de capitales, Nixon decidiera suspender la vinculación del dólar con el oro, estableciendo el patrón dólar, basado en una moneda internacional sin ningún respaldo metálico.

Los dólares baratos comenzaron a reciclarse en los países periféricos, sobre todo los latinoamericanos, mientras se imponían en ellos, con el apoyo del FMI, políticas neoliberales de endeudamiento externo y ajuste de sus economías. El aumento de las tasas de interés en Estados Unidos, a fines de la década de 1970 y principios de la de 1980, hicieron impagable la deuda externa de esos países.

Conclusiones

En el escenario internacional, estudiar las políticas de los diferentes países solamente desde la visión de sus gobiernos es como hacerlo en el espejo deformante de las historias oficiales. Aquí intentamos reconstruir el puzzle de uno de los momentos más importantes de la política y la economía mundiales: el de los orígenes de la Guerra Fría. Sabemos que en la posguerra protagonizaron una película diferente, donde los enemigos cambiaron de signo para unos y otros. Más que por el prisma de las ideologías, vimos cómo encarnaron realmente sus respectivos objetivos, políticas e intereses y cuáles fueron sus bases económicas y sociales, siguiéndolos paso a paso en su historia concreta.

No tomamos a los participantes en este ciclo en forma separada sino analizando en conjunto las distintas tendencias que sostienen sus discursos y sus acciones entre los distintos países y dentro de ellos. Keynes predijo que el Tratado de Versalles firmado al fin de la Primera Guerra Mundial alumbraba otro conflicto, pero éste fue mucho más allá de lo que el economista británico pensaba. La Guerra Fría nacida en las entrañas del segundo gran enfrentamiento bélico del siglo XX no produjo una nueva guerra de carácter global como la precedente, pero sí sucesivos enfrentamientos armados y conflictos que causaron numerosas víctimas y pérdidas materiales, las que quizás podrían haberse evitado.

La Guerra Fria terminó con la caída del muro de Berlín en 1989 y Alemania apareció de nuevo como protagonista, como lo había sido en el transcurso de dos guerras mundiales y en el final de una que nunca estalló como tal. Ninguno de sus protagonistas resultó incólume a sus resultados, en

particular Moscú: los cimientos de su imperio se desmoronaron después de la caída del muro de Berlín. También el imperio británico se desmembró y Gran Bretaña terminó separándose de Europa. Sólo quedaron en pie los dos viejos enemigos de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Alemania, y aun ellos, particularmente el gigante americano, con crisis y problemas. La aparición en el este de un nuevo gigante, China, con quien el presidente Trump comenzó una competencia comercial y tecnológica, plantea interrogantes sobre la posibilidad de otra Guerra Fría, sin duda diferente de la anterior.

El mundo se tornó imprevisible, incluso para el capitalismo. En Bretton Woods se creyó que los cambios en el sistema monetario internacional podían solucionar más fácilmente los problemas del comercio mundial donde se confundían y entrechocaban las políticas proteccionistas y librecambistas, uniones aduaneras y devaluaciones competitivas y todos se beneficiarían, como lo había expresado Morgenthau, pero no fue así.

Con la crisis del dólar, la liberalización del sistema monetario llevó a abandonar los tipos de cambios fijos por los flotantes y todos los mecanismos de control de los movimientos de capitales marcando el predominio de las finanzas basadas en la especulación por sobre el financiamiento del comercio y de las actividades productivas, un aumento de las desigualdades económicas y una mayor concentración de las riquezas. La aparición de nuevas monedas como el euro crearon en Europa la ilusión de otro tipo de sistema monetario más diversificado, pero el euro resistió menos aun que el dólar los vaivenes de la economía internacional.

En los últimos años, después de asistir a un proceso de globalización con la desregulación de los mercados y el predominio de políticas económicas neoliberales, se produjeron varias crisis financieras en distintas partes del planeta y en 2008 una crisis mundial de magnitud similar a la de 1930. Esto hizo resurgir el papel de los Estados en el manejo de los fenómenos económicos y muestra un mundo más cerrado y competitivo y un futuro amenazante. Fracasaron al mismo tiempo el sistema monetario creado en Bretton Woods y las Naciones Unidas.

Estudiar otra vez los orígenes de aquel proceso desde la pluralidad de opiniones e intereses en juego, como lo intentamos aquí, nos permitirá entender mejor la trama de los poderes que dominan el mundo, incluidos los demonios que llevan a la destrucción de los seres humanos no por extraterrestres sino por los hombres mismos.

 

[1] Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires y del Instituto del Servicio Exterior de la Nación.

 

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