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Acta toxicológica argentina

versión On-line ISSN 1851-3743

Acta toxicol. argent. vol.22 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2014

 

REVISIONES O ACTUALIZACIONES

Cannabinoides: un obstáculo cognitivo para conducir con seguridad

Cannabinoids: a cognitive obstacle to drive safely

 

Lopera Valle, Johan Sebastián*; Rojas Jiménez, Sara

Facultad de Medicina. Escuela de Ciencias de la Salud. Universidad Pontificia Bolivariana. Medellín. Colombia. Dirección: Calle 78B No 72A-109. Código postal: 05001000. Teléfono: +57(4) 4936300 Ext. 854.
*loperavalle@hotmail.com

Recibido: 27 de noviembre de 2013
Aceptado: 28 de diciembre de 2013

 


Resumen

Las altas pérdidas económicas y humanas que traen consigo los accidentes de tránsito, además de sus implicaciones sociales y políticas, hacen evidente la necesidad de una comprensión clara de todos los factores que modifican su incidencia y severidad, entre los cuales se enuncia el consumo de psicotrópicos como el cannabis. Tras dos décadas de reducciones sustanciales en la magnitud del problema de la ingesta de alcohol y accidentes de tránsito, el uso extendido de cannabis en todo el mundo es lo que la hace, después del alcohol, la sustancia psicotrópica más frecuentemente hallada en la sangre de los conductores implicados en este tipo de accidentes; la presencia de cannabis se asocia con el doble de riesgo de ser herido fatalmente en el tráfico. Contrario a la creencia general, la marihuana no debe ser considerada una droga benigna; su consumo se asocia con trastornos cardiovasculares, pulmonares, reproductivos, inmunológicos y sobretodo sobre el sistema locomotor y cognitivo; concentraciones de tetrahidrocannabinol en sangre de 2 a 5 ng/mL, se asocian con deterioro sustancial en las habilidades necesarias para operar un vehículo motorizado. Por esta razón, se requieren aún más investigaciones que establezcan nexos claros de causalidad, y que permitan generar a largo plazo políticas públicas de responsabilidad vial que divulguen las devastadoras repercusiones humanas, sociales y económicas que genera el hecho de consumir cannabis y operar un vehículo motorizado en la vía.

Palabras clave: Cannabis; Accidente de tránsito; Cognición; Desempeño psicomotor.

Abstract.

The high economic and human losses that bring traffic accidents, as well as their social and political implications, make evident the need of a clear understanding of all the factors that influence its incidence and severity, between which states the use of psychotropic drugs as cannabis. After two decades of substantial reductions in the magnitude of the problem of alcohol consumption and traffic accidents, the widespread use of cannabis in the world is what makes it, after alcohol, the psychoactive substance most commonly found in the blood of drivers involved in such accidents; the presence of cannabis is associated with twice the risk of being fatally injured in traffic. Contrary to popular belief, marijuana should not be considered a benign drug, its use is associated with cardiovascular, pulmonary, reproductive, immunological, and especially with locomotor and cognitive disorders; blood tetrahydrocannabinol concentrations of 2-5 ng/mL are associated with substantial deterioration in the skills needed to operate a motor vehicle. Therefore, further investigations are required to establish clear causal links, to favor the generation of long-term public policy of vial responsibility, to divulge the devastating human, social and economic impacts that are generated because of the act of consuming cannabis while operating a motor vehicle on the track.

Keywords: Cannabis; Traffic accident; Cognition; Psychomotor performance.


 

Tras dos décadas de reducciones sustanciales en la magnitud del problema de la ingesta de alcohol y accidentes de tránsito (Martineau y col. 2013; Marques y col. 2013), el uso extendido de cannabis en todo el mundo (Hall y Degenhardt 2013) es lo que la hace, después del alcohol, la sustancia psicotrópica más frecuentemente hallada en la sangre de los conductores implicados en este tipo de accidentes (Gadegbeku y col. 2011). Estudios epidemiológicos han encontrado la presencia de niveles de tetrahidrocannabinol (THC) en sangre en el 4-14% de los conductores que han sufrido lesiones o muerte en accidentes de tráfico; sin embargo, debido a la complejidad de la cuantificación de esta sustancia en sangre y al hecho de que muchos conductores se niegan a aceptar la realización de estos exámenes, la incidencia se desconoce aún con certeza y se cree que responde a tasas mucho más altas que las previamente reportadas (Ramaekers y col. 2004).

Generalidades

El cannabis, también conocido coloquialmente como marihuana, mariguana, hierba, bareta, cáñamo, mota, juanita, entre otros, hace referencia a una planta anual originaria de las cordilleras del Himalaya (Asia) llamada Cannabis sativa, una especie herbácea de la familia Cannabaceae, con propiedades psicoactivas. "Marihuana" es un término genérico empleado para denominar a los cogollos de esta planta (sus flores femeninas); el hachís (su resina), por su parte, es extraído del procesamiento de los tricomas glandulares mayoritariamente asociados a estas flores femeninas, las cuales sintetizan y acumulan altos contenidos de cannabinoides (Tkaczyk y col. 2012; Norberg y col. 2013).

Un cannabinoide es un compuesto orgánico perteneciente al grupo de los terpenofenoles que originalmente alude al particular grupo de metabolitos secundarios encontrados en la planta de cannabis. El compuesto químico psicoactivo predominante en esta planta es el THC, sin embargo, contiene más de 400 compuestos químicos diferentes, entre ellos al menos 66 cannabinoides, tales como el cannabidiol (CBD), el cannabinol (CBN), la tetrahidrocannabivarina (THCV), entre otros (Campos y col. 2012; Tkaczyk y col. 2012).

Los humanos han utilizado productos cannabinoides en varias formas a través de la historia debido a la notable variabilidad morfológica y versatilidad utilitaria de la planta. Ha sido utilizada como alimento para ganado (variedades con bajo contenido de THC), combustible (aceite de sus semillas), fibra (con utilidad en la manufactura de vestimenta, cuerdas, textiles industriales y papel), además de sus propiedades medicinales, psicotrópicas y espirituales; el uso medicinal del cannabis data de registros escritos del año 2737 a. C. (Fernández-Artamendi y col. 2011; Campos y col. 2012; Grotenhermen y Müller-Vahl 2012).

El papiro Ramesseum III del año 1700 a. C., uno de los ejemplos más antiguo del uso de cannabis como tratamiento para los ojos, abrió la puerta para su uso moderno en el tratamiento del glaucoma y su posible efecto antiinflamatorio (Järvinen y col. 2002; Lederer 2012); los efectos antibióticos y antihelmínticos fueron descritos posteriormente en la literatura Arábiga (Nissen y col. 2010). El conocimiento de su importante acción psicoactiva parece haber iniciado en el Himalaya, a partir del cual se difundió por India, Asia Menor, África del Norte y África Sub-sahariana (Gerra y col. 2010).

La introducción del cannabis a Europa tomo diferentes rumbos; en Francia se utilizó principalmente con fines psicoactivos, mientras que en Inglaterra los fines terapéuticos se popularizaron. Durante la invasión de Napoleón a Egipto en 1798, fueron descritos tanto la planta como los efectos que producía su consumo. O`Shaughnessy (Kalant 2001), un físico ingles que trabajaba en India, escribió sobre el uso del cannabis para el tratamiento de enfermedades espásticas y desordenes convulsivos como la rabia, tétano, cólera y delirium tremens, avivando así el interés por las propiedades químicas y efectos terapéuticos de esta planta en el Reino Unido. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el extracto de cannabis fue adoptado por la farmacología inglesa y luego americana como sedante, hipnótico y anticonvulsivante. El primer análisis profundo occidental sobre los beneficios del uso de cannabis en Egipto no fue realizado hasta el año 1830, donde después de la auto experimentación, Aubert-Roche planteo que su efecto neurotrófico podría ser de utilidad en el tratamiento contra la plaga (Fattore y col. 2004).

A partir de la segunda mitad del siglo XX, el uso, posesión y venta de preparados con canabinoides psicoactivos comenzaron a considerarse ilegales en la mayor parte del mundo. En 2004, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estimó que aproximadamente el 4% de la población mundial adulta (162 millones de personas) consume marihuana anualmente, y alrededor del 0,6% (22,5 millones) lo consume a diario, tratándose entonces de "la sustancia ilícita más utilizada en el mundo" (United Nations Office on Drugs and Crime 2006).

Efectos y mecanismo de acción de los cannabinoides

Los cannabinoides tienen múltiples manifestaciones clínicas y efectos sobre diversos órganos y sistemas. Su absorción y metabolismo varían de acuerdo a la vía de ingreso, la pulmonar cuando es inhalado el humo producto de su combustión, o la gastrointestinal cuando es ingerida. Después de su absorción, a causa de su alta solubilidad en lípidos, el THC se acumula en el tejido adiposo, se metaboliza de forma rápida y sus metabolitos son eliminados lentamente (Elkashef y col. 2008). Se han descrito más de 30 metabolitos de THC y más de 20 para el cannabinol y cannabidiol; uno de los principales es el 9-carboxi-THC, que cruza la barrera hematoencefálica con más facilidad que los otros THC, y por lo tanto puede ser el más activo de todos. La magnitud de los depósitos en tejidos grasos varía en función de la cantidad, la frecuencia y la potencia de la marihuana consumida; desde allí hay una lenta liberación hacia el torrente sanguíneo para ser metabolizada en el hígado, donde surgen algunos metabolitos inactivos como el 11-nor-D9-carboxi THC, que luego se conjuga con ácido glucurónico y es excretado en orina (Nayak y col. 2013).

Una vez en la circulación, el THC ejerce sus efectos más importantes al unirse a dos tipos de receptores cannabinoides (CB1 y CB2), los cuales están acoplados a la proteína G. El receptor CB1 se encuentra en el cerebro y en algunos tejidos periféricos, produciendo un amplio rango de reacciones biológicas y químicas (Cooper y Haney 2009), principalmente en regiones cerebrales implicadas en la cognición, memoria, percepción del dolor y en la coordinación motora; el receptor CB2 por su parte, se encuentra exclusivamente en los tejidos periféricos. Los efectos psicotrópicos son tempranos, las concentraciones plasmáticas máximas se alcanzan en 20 a 30 minutos y pueden durar de 2 a 3 horas. La dosis oral tiene menos efectos que la dosis inhalada y en general debe ser 3 a 5 veces mayor para que aparezcan las mismas manifestaciones. Así como muchas de las drogas de abuso, el THC produce efectos dosis dependientes; es decir, pueden producirse reacciones y efectos paradójicos dependiendo de su concentración sanguínea (Cooper y Haney 2009).

Los efectos de la marihuana sobre la conducta son realmente complejos y dependen de muchas variables: la personalidad del consumidor, el ambiente de consumo, las expectativas, entre otras. Los efectos conductuales de estos compuestos a dosis bajas son de tipo depresor, los cuales se convierten en excitatorios tras estímulos mínimos; de igual forma, a dosis altas, los efectos predominantes son claramente de tipo depresor. El aumento de la impulsividad en los comportamientos también se ha asociado con el uso de THC y además se correlaciona con la dosis y sus niveles en sangre (Greenwood y col. 2013; Hall y Degenhardt 2013). Los efectos de los cannabinoides sobre el comportamiento frente a otros individuos muestran una dualidad agresividad/apatía. Los estudios realizados en animales demuestran que los extractos de marihuana o el propio THC inducen un estado de agresividad. El estado de excitación y los impulsos irrefrenables que se observan en el humano ocurren tras ingestión o inhalación aguda de TCH (Hall y Degenhardt 2013).

La frecuencia y tiempo de consumo de la marihuana influyen de forma diferente en la cognición. La capacidad para mantener centrada la atención y para filtrar información irrelevante se deterioran progresivamente en relación con el número de años de consumo de THC pero sin relación con la frecuencia del mismo; en tanto que la velocidad para procesar la información disminuye tanto cuanto mayor es la frecuencia del consumo sin influencia del tiempo que se lleve consumiendo (Bossong y col. 2013). En estudios con pruebas neuropsicológicas, los fumadores crónicos (consumo repetido y prolongado) de THC muestran menores rendimientos en expresión verbal y habilidades matemáticas en las funciones de atención/ejecución y memoria visuoespacial, incluso 24 horas después de no consumir (Harding y col. 2012; Tziraki 2012; Jacobus y Tapert 2013).

Otro de los efectos del uso agudo de THC es el deterioro temporal de la memoria de corto plazo y la memoria de trabajo (Bossong y col. 2013), probablemente debido a su acción sobre el hipocampo (Nicoll y col. 2012; Schacht y col. 2012). El uso de marihuana puede precipitar además episodios psicóticos en pacientes previamente sanos y sin ningún antecedente de enfermedad psiquiátrica (Moreno-Granados y col. 2013). El consumo de THC altera el eje hipotálamo-hipofisario-adrenal, observándose una reducción en la secreción de adrenalina y noradrenalina a este nivel, con la subsecuente alteración de la respuesta al estrés (van Leeuwen y col. 2011). Además, por el estímulo que ejerce en la liberación de serotonina y noradrenalina, el THC inhibe el tono vagal, produce taquicardia y abolición de algunos reflejos simpáticos y puede producir por ende hipotensión ortostática en sus consumidores. Las sensaciones de vértigo y desmayo que suceden al consumo de una dosis alta parecen deberse a la disminución de la presión arterial y de la velocidad sanguínea cerebral (Jones 2002); sin embargo, el consumo prolongado e intenso de cannabis puede originar daños poco aparentes en el sistema cardiovascular, muy parecidos a la cardiotoxicidad producida por el tabaquismo (Jones 2002; Klumpers y col. 2013).

Efectos de los cannabinoides sobre la capacidad de conducir, evidencia y consecuencias

Las altas pérdidas económicas y humanas que traen consigo los accidentes de tránsito, además de sus implicaciones sociales y políticas, hacen evidente la necesidad de una comprensión clara de todos los factores que modifican su incidencia y severidad, entre los cuales se enuncia el consumo de psicotrópicos como el cannabis, el cual constituye un factor de riesgo independiente para la presentación de dichos sucesos, llevando a centrar los esfuerzos de las políticas públicas en la prevención de la conducción de automotores después de su consumo (Poulsen y col. 2012; Legrand y col. 2013).

Así pues, entre las muchas sustancias psicoactivas que se sabe alteran las habilidades cognitivas y psicomotoras necesarias para operar un vehículo motorizado con seguridad, el cannabis ha provocado el mayor interés público. A diferencia de la implicancia del exceso de alcohol, que ha sido demostrada por múltiples estudios (Nakahara y Ichikawa 2011; Castaño 2012; Li y col. 2012; Ngoc y col. 2012; Ogazi y Edison 2012), muy pocos han señalado claramente el riesgo de accidentes bajo los efectos previamente enunciados de la marihuana; algunos de éstos han informado que los conductores THC-positivo (sin otras drogas o alcohol detectados) muestran mayor riesgo relativo en comparación con los conductores libres de drogas, riesgo similar al producido por una tasa de alcoholemia de 0,10 g/100 ml (Drummer y col. 2006).

En la búsqueda de estudiar más a fondo los patrones de consumo de cannabis y sus consecuencias, desde una perspectiva de salud pública en Noruega, Vindenes y colaboradores (2013) analizaron las concentraciones promedio de THC en muestras de sangre de los conductores detenidos en el período comprendido entre 2000 y 2010. Los casos con sólo THC (1747 individuos) se compararon con los casos de sólo etanol (38796 conductores) y solo anfetaminas (2493 conductores). El aumento en la concentración media de THC entre el 2000 y el 2010 fue de 4,0 (DE: 0,3) a 6,6 (DE: 0,4) ng/ml, lo que representa un aumento del 58%, en comparación con el 3% de etanol y el 16% para las anfetaminas. Esto comprueba entonces el dramático incremento del consumo de cannabinoides entre los conductores en la última década (Vindenes y col. 2013).

Así pues, el cannabis constituye hoy en día, la segunda sustancia psicotrópica más frecuentemente encontrada en la sangre de los conductores implicados en accidentes de tránsito. En Victoria (Australia), por ejemplo, la incidencia del consumo de cannabis reportada en la década de 1990 fue de alrededor del 13%, ascendiendo al 15% en el período 1998-2000, al estudiar más de 500 conductores muertos en accidentes de tránsito (Drummer y col. 2006). Otros estudios reportan que en Europa la prevalencia de THC en conductores heridos gravemente en accidentes de tránsito oscila entre el 0,5% al 7,6% (Wille y col. 2013).

Gjerde y colaboradores (2013) examinaron el consumo de alcohol y otras 28 sustancias psicoactivas, mediante el análisis de saliva de 10 mil conductores, elegidos al azar en diferentes regiones de Noruega. Las sustancias psicoactivas fueron positivas en el 4,8 % de los participantes, de los cuales el cannabis THC (1,1%) fue la más frecuente (Gjerde y col. 2013). Legrand y colaboradores (2013), por su parte, estimaron el porcentaje de conductores en Bélgica implicados en accidentes de tráfico que tenían alcohol y drogas en sangre. De los 1078 conductores incluidos, el 5,3% fueron positivos para consumo de cannabis, constituyendo así, la droga ilícita más prevalente entre los participantes (Legrand y col. 2013).

Algunos estudios han evaluado la naturaleza y el alcance de los efectos del cannabis en una amplia variedad de tareas cognitivas y psicomotoras (Torres y Fiestas 2012; Bossong y col. 2013; Cunha y col. 2013). El déficit de rendimiento se ha encontrado en el seguimiento de rutas específicas, en los tiempos de reacción, en la función visual y en la atención dividida. Los estudios de conducción (tanto simulados y en carretera) muestran aumento de desplazamiento lateral o cambio de carril, alteración de la capacidad para reaccionar ante los eventos inesperados, así como aumento en la velocidad para conducir, tendiendo incluso a exceder en los límites preestablecidos (Hartman y Huestis 2013).

La interacción del THC con receptores CB1 localizados en el cerebelo y ganglios basales, en particular en regiones que procesan comportamientos motores y regulan informaciónsensorio-motora, produce ciertas alteraciones motrices tipo ataxia e hipocinesia (Behan y col. 2013). Sobre los efectos del THC en la conducción de vehículos a motor, un estudio experimental en 60 voluntarios sanos demostró que consumir un cigarrillo con 290 microgramos de THC por kilogramo de peso corporal altera, de forma inmediata, la percepción de la velocidad y la precisión (Battista y Fleischhacker 1999). De aquí, cabría deducir entonces que la influencia de una pequeña cantidad de THC (20 mg) alteraría durante 24 horas el manejo de maquinarias complejas, con poca o nula conciencia de tal alteración por parte del sujeto (Muniyappa y col. 2013).

Por otro lado, una hipótesis establece que los usuarios experimentados de cannabis pueden ser conscientes de su estado de intoxicación y pueden tratar de compensarlo mediante el empleo de estrategias de comportamiento, tales como la desaceleración temprana ante obstáculos que se aproximan, la conducción a baja velocidad, así como la reducción de conductas de riesgo y conducción a la defensiva (Hartman y Huestis 2013). Estas tácticas pueden no ser suficientes para compensar todos los efectos deteriorantes del cannabis, especialmente en dosis altas; además, es claro que la combinación de esta droga, incluso con pequeñas cantidades de alcohol, aumenta el grado de deterioro cognitivo observado y disminuye las capacidades necesarias para la conducción del vehículo (Elkashef y col. 2008; Maccà y col. 2012; Greenwood y col. 2013; Jacobus y Tapert 2013; Roxburgh y col. 2013).

Una gran cantidad de estudios se han centrado en la determinación de la culpabilidad de las personas con antecedente de consumo de marihuana en accidentes de tránsito, encontrando resultados variables (Mann y col. 2003; Khiabani y col. 2006). La dificultad metodológica de fondo radica en la ausencia de una relación sincrónica entre un cambio en el comportamiento y la presencia de cannabinoides en orina (Manno y col. 2001), aspecto que genera confusión a la hora de realizar los respectivos análisis estadísticos. Se ha popularizado entonces la importancia de centrar los análisis en la detección de THC en sangre (Longo y col. 2000; Drummer y col. 2003), sin embargo, el bajo número de conductores positivos para marihuana y la asociación común de cannabis y alcohol dificultan la detección de los efectos atribuibles exclusivamente a los cannabinoides (Ramaekers y col. 2004).

Por otro lado, la evidencia sugiere que la presencia de cannabis en sangre se asocia con el doble de riesgo de ser herido fatalmente en el tráfico, riesgo que es incrementado tras el uso combinado con sustancias como el alcohol o drogas psicoestimulantes (Khiabani y col. 2007; Goullé y col. 2008). Callaghan y colaboradores (2013) identificaron cohortes de individuos drogadictos hospitalizados en California desde 1990 hasta 2005, los cuales fueron seguidos durante un máximo de 16 años para determinar las tasas de mortalidad por accidente automovilístico. Las tasa de mortalidad de la cohorte evaluada para consumo de cannabis fue de 2,3 (IC 95%: 1,5 a 3,2), en comparación a la del alcohol (4,5, IC 95%: 4,1 a 4,9), la cual fue la mayor entre todas las sustancias evaluadas (Callaghan y col. 2013).

Battistella y colaboradores (2013) evaluaron el impacto del cannabis sobre la capacidad de conducción en 31 fumadores ocasionales, mediante la observación de los cambios en la red neuronal implicada en el seguimiento de tareas, antes y después de fumar. Incluyeron aspectos clínicos y toxicológicos, medición de las habilidades psicomotoras, junto con imágenes de resonancia magnética funcional del cerebro. De esta manera demostraron entonces que fumar cannabis, incluso con bajas concentraciones en sangre de THC, disminuye las habilidades psicomotoras y altera la actividad de las redes del cerebro involucradas en la cognición. Concluyeron además que estos sujetos se sienten más atraídos por los estímulos intrapersonales ("yo") y no pueden asistir a la ejecución procedimental, lo que lleva a una asignación neurológica insuficiente de recursos orientados a la tarea y por ende, a un rendimiento sub-óptimo en la conducción (Battistella y col. 2013).

De la misma forma, Hartman y Huestis (2013) revisaron y evaluaron la literatura actual sobre los efectos del cannabis en la conducción. Los datos epidemiológicos mostraron que el riesgo de estar involucrado en un accidente de tránsito se incrementa aproximadamente 2 veces después de fumar cannabis. El riesgo ajustado de la culpabilidad del conductor también aumenta considerablemente, sobre todo con el aumento de las concentraciones de THC en sangre. Los estudios que han utilizado la orina como matriz biológica no han demostrado una asociación entre cannabis y el riesgo de accidentalidad. Los datos experimentales por su parte, muestran que los conductores, tras fumar cannabis, intentan compensar su intoxicación al conducir más despacio, sin embargo, este control se deteriora a medida que aumenta la complejidad de las tareas a ejecutar. Por esta razón, han concluido entonces que fumar cannabis aumenta la frecuencia de invasión de carriles al conducir y deteriora la función cognitiva (Hartman y Huestis 2013).

Determinación de consumo de cannabinoides en la vía, un desafío actual

La mayoría de las pruebas séricas y urinarias para la detección de cannabinoides detectan metabolitos inactivos de la marihuana y no la molécula activa, a diferencia de otras pruebas para sustancias de abuso como el alcohol. Incluso después de una sola administración de THC, se encuentran niveles detectables en el cuerpo durante semanas e incluso meses, dependiendo de la cantidad administrada y la sensibilidad del método de evaluación. Por esta razón, la detección de marihuana en orina sugiere que la persona tuvo algún contacto antes de la prueba, pero no garantiza que el individuo en ese momento esté bajo efectos de la droga, mientras que para el alcohol, las pruebas en sangre, en aliento y aún las de orina establecen una correlación más directa con los eventos clínicos observados en el paciente (Aston y col. 2013; Jaffe y col. 2013; Morgan y col. 2013).

Así pues, uno de los principales problemas de la medición de metabolitos de marihuana son los tiempos prolongados en los que estos se pueden detectar, debido a su depósito en tejidos grasos inertes. Los niveles plasmáticos de los cannabinoides disminuyen rápidamente al suspender el consumo por la rápida redistribución al cerebro y otros órganos altamente perfundidos; después de una hora, los niveles residuales caen más lentamente. Con el consumo crónico, los niveles en tejidos grasos van aumentando progresivamente, de donde se van liberando hacia el torrente sanguíneo; este fenómeno permite detectar niveles de cannabinoides en orina o en sangre, días o semanas después del último consumo (Lenné y col. 2004).

La medición de cannabinoides en sangre es el método más preciso para los análisis en el ámbito de la conducción de vehículos, sin embargo no es útil para el control de los conductores en las carreteras por la complejidad de los análisis requeridos y por el tiempo para obtener los resultados; por esta razón, se han venido ensayando en los últimos años otras pruebas, entre las que se menciona la medición en saliva. Las pruebas de orina por su parte, resultan útiles para detectar consumo, mas no para determinar consumo reciente, pues como se enunció previamente, su excreción puede tardar hasta 30 días. En el caso de las mediciones cuantitativas partiendo de esta muestra biológica, los niveles son variables entre individuos por la dosis consumida y por factores intrínsecos hasta ahora no conocidos (Lenné y col. 2004).

Conclusión

A pesar de que se han publicado revisiones de tema e investigaciones acerca de los efectos del cannabis en la ejecución de ciertas tareas, estamos lejos de conocer la totalidad de los impactos y consecuencias de esta droga en las personas que se ponen frente al volante bajo sus efectos (O'Kane y col. 2002; Armentano 2013). Además, aunque existen estudios que han demostrado la presencia de cannabinoides en sangre de una alta proporción de conductores implicados en accidentes, la contribución de la droga en el siniestro no está del todo clara y las cifras epidemiológicas siguen siendo sub-estimadas (Bosker y col. 2012; Downey y col. 2013). Sumado a esto, los costos de accidentes de tránsito en términos humanos y financieros son realmente altos, razones que hacen tangible la necesidad de una comprensión clara de los patrones de consumo de cannabis en la población, su contribución real a la incidencia y severidad, así como el grado de culpabilidad de sus consumidores en los accidentes automovilísticos.

Así pues, contrario a la creencia general, la marihuana no debe ser considerada una droga benigna; su consumo se asocia con trastornos cardiovasculares, pulmonares, reproductivos, inmunológicos y en particular sobre el sistema locomotor y cognitivo, donde evidencia reciente sugiere que concentraciones de THC en sangre de 2 a 5 ng/mL (Hartman y Huestis 2013), se asocian con deterioro sustancial en las habilidades necesarias para operar un vehículo motorizado. Por esta razón, se requieren más investigaciones que establezcan nexos claros de causalidad entre el consumo de cannabis y la incidencia de accidentes de tránsito, generando a partir de los datos obtenidos, políticas públicas de responsabilidad vial que divulguen las devastadores repercusiones humanas, sociales y económicas que genera el hecho de consumir cannabis y operar vehículos motorizados en la vía.

Conflicto de intereses

Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.

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