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Memoria americana

versión On-line ISSN 1851-3751

Mem.. am.  n.13 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./dic. 2005

 

PRESENTACIÓN

Introducción

Ingrid de Jong y Lorena Rodriguez

Buenos Aires, abril de 2006

El presente número de Memoria Americana ha sido dedicado a trabajos que abordan los temas del mestizaje y los procesos de etnogénesis en distintos contextos provistos por la expansión colonial y estatal del espacio latinoamericano. La convocatoria para este número temático invitó a discutir, desde el análisis de diversas situaciones de relación entre sociedades indígenas y distintos agentes coloniales y estatales, sobre los aspectos teórico-metodológicos de ambos fenómenos, atendiendo a las variadas significaciones y formas en que estos conceptos han sido aplicados.

Si contemplamos la producción etnohistórica de las últimas décadas constataremos que, sin lugar a dudas, las historias de indígenas y blancos del continente americano no pueden ser ya consideradas como procesos paralelos o aislados. Ello comporta aún, sin embargo, importantes consecuencias para la problematización de las explicaciones tradicionales sobre los procesos de avance colonial-estatal, así como de la asimilación, desaparición, resistencia o permanencia de los grupos indígenas en los países latinoamericanos.

En este sentido, es la interrelación entre estas historias la que se halla en el centro de las preocupaciones. Y es por ello que en los últimos años las nociones de mestizaje y etnogénesis han sido objeto de un renovado interés en el ámbito de los estudios etnohistóricos. Ya desde aportes que cuestionan, redefinen y complejizan los sentidos tradicionales atribuidos a estos términos, o bien asociados al empleo de nuevos conceptos como los de " middle ground " (White 1991), "pensamiento mestizo" (Gruzinski 2000) y "lógicas mestizas" (Amselle 1998; Boccara 2000) constituyen algunos referentes de lo que intenta ser un renovado movimiento crítico en la comprensión de las dinámicas étnicas.

Estos nuevos enfoques no sólo han reforzado la necesidad de relativizar la interpretación polarizada de "aculturación" y "resistencia" como tendencias excluyentes asociadas al contacto entre grupos culturales "diferentes", sino que han complejizado productivamente este panorama. En este sentido, el hincapié en el surgimiento de "espacios intermedios", nuevas instituciones y nuevas formas de comunicación han contribuido a concebir la aparición, en el seno de diversas situaciones de contacto, de "nuevos mundos en el Nuevo Mundo" (Boccara 2003). En este marco, la noción de mestizaje refiere a un conjunto variado de fenómenos de adopción, transformación e influencias culturales en un sentido amplio, a la luz de las cuales es posible identificar y acompañar el surgimiento y transformación, en distintos contextos históricos, de "nuevos" actores, identidades y subjetividades, cuya dinámica histórica recién comenzamos a re-conocer.

Por su parte, la noción de etnogénesis -vinculada inicialmente a la idea de emergencia física o biológica de nuevas unidades políticas a través de fenómenos de fisión / fusión (Sturtevant 1971 en Boccara 2003)- ha sido utilizada recientemente para dar cuenta de procesos variados que mostrarían las transformaciones de un mismo grupo a través del tiempo (entre otras cosas ya sea incorporando elementos exógenos, ya sea redefiniendo y reconstruyendo el self a partir de la relación con el otro). Como ha señalado Hill, la etnogénesis a la vez que nos permite hacer hincapié en las capacidades creativas y adaptativas de las sociedades indígenas, se transforma en una herramienta analítica indispensable para "desarrollar enfoques históricos críticos de la cultura como un proceso continuo de conflicto y lucha de los pueblos y su posicionamiento dentro y contra una historia general de dominación." (Hill 1996:1, traducción nuestra). En este sentido, es importante señalar que las transformaciones aludidas y las redefiniciones de la propia identidad no solo tienen que ver con actos de apropiación, selección y adaptación activas, sino también con el fenómeno que se ha denominado etnificación; es decir, con las segmentaciones y rotulaciones étnicas que los estados colonial y/o republicano han impuesto como resultado de relaciones asimétricas y en el marco de sistemas de dominación.

Esta perspectiva es la que sostiene Amselle (1998) cuando insiste en que la creación de etnías es una actividad propia de la conquista colonial y de la "razón etnológica" formada junto a la misma, que imprimió unidades separadas y discontinuas desarticulando espacios sociales continuos, cadenas de sociedades caracterizadas por un "mestizaje original". El peso que tal historia conceptual, iniciada por funcionarios y misioneros, imprime aún hoy en día en las categorías académicas no es menor. A su vez, la reapropiación de tales distinciones por parte de los actores sociales sobre los cuales éstas recayeron complejiza la tarea de comprensión de los procesos de construcción de los límites de las entidades culturales y sociales que tomamos como base de nuestros análisis.

Las nociones de etnogénesis y mestizaje se ubican, por tanto, en la oscilación de dos perspectivas: aquella que está atenta a la creación de "diferencias" a partir de mundos "continuos" y la que distingue la creación de espacios "comunes" en la articulación de mundos "diferentes". Lejos de ser excluyentes, ambas se implican en la explicación de las dinámicas latinoamericanas, en las que la comprensión de la construcción de las fronteras culturales y simbólicas constituye una vía inescindible de las perspectivas económicas y políticas.

La percepción conjunta e interrelacionada de este doble proceso ha planteado una alternativa a la visión tradicional que unía la asimilación a la "aculturación" y las permanencias de formas de organización tradicionales con la "resistencia" (Boccara 2003), revelando un panorama mucho más complejo y ambiguo de lo que suponíamos. Un ejemplo en este sentido es el trabajo ya clásico de Stern (1986) sobre la participación de las poblaciones indígenas andinas en los mercados coloniales. Este autor ha desarrollado casos en los que transacciones comerciales individuales -que podríamos vincular a prácticas de aculturación- en realidad escondían la defensa de derechos económicos comunales y, por el contrario, casos de supuesta generosidad curacal -aparentemente practicada en términos "tradicionales"- enmascaraban transacciones comerciales absolutamente personales. La ambigüedad y ambivalencia que reflejan los casos analizados por este autor nos impulsan, por tanto, a superar visiones dicotómicas y estancas para aprehender la realidad de una forma más ágil pero a la vez más compleja.

Otro aporte en el mismo sentido lo constituye el reciente trabajo de Bouysse-Cassagne (2005) sobre los rituales andinos en torno a la minería, quien ha advertido de un uso inocente y limitado de la noción de sincretismo, proceso en el que así como puede hallarse la persistencia de elementos tradicionales bajo formas aculturadas, también puede dar lugar a importantes procesos de transformación de los significados que se producen, sin embargo, bajo una relativa estabilidad de las investiduras culturales nativas. Uno de los propósitos de esta autora es cuestionar la expectativa de ver en el sincretismo y en el mestizaje un momento en el itinerario histórico que va desde la tradición a la aculturación, o de las sociedades arcaicas al mundo globalizado. Propone observar, entonces, las dinámicas culturales en un espacio de recomposiciones múltiples en función de las presiones que reciben los actores o las tácticas esgrimidas por ellos. El resultado del encuentro no es necesariamente la homogeneidad, sino el aumento de la heterogeneidad, y la existencia de una multiplicidad de estrategias (supervivencia, apropiación, rechazo, confrontación, convivencia). La convivencia, que no es mezcla, ofrece a su vez la posibilidad de captar prácticas ambiguas, no sincretizadas. Y, a su vez, el proceso de sincretización no puede considerarse como superposición o suma de elementos prehispanos y occidentales sino mediación, en un movimiento de doble vínculo, de supresión y mantenimiento de ambas.

Lo importante es mantener un análisis alerta acerca de que esta fecundación mutua de tradiciones, tecnologías y vivencias dispares se ha producido en contextos de grandes desigualdades sociales (Bouysse-Cassagne 2005). Al respecto Havard (2003), distingue efectos y modalidades del mestizaje que son sustancialmente diferentes para las dos partes de la relación. En lo que constituye una crítica abierta a la noción de middle ground de White (1991) como un espacio común en el que el surgimiento de nuevas prácticas sociales y códigos de comunicación funcionarían como patrones de acomodación intercultural (interpretable en términos de "balance" y hasta de "alianza" entre culturas), este autor deslinda las dos caras de un mismo proceso: mientras que para los conquistadores franceses las prácticas de aculturación en las que incurren constituyen un arma de dominación, para los indígenas viabilizan en cambio una forma de asimilar al extranjero en su propia sociedad. Lo que está en juego son las diferentes capacidades y/o condiciones de poder de ambas sociedades para manipular culturalmente al otro, así como las modalidades sutiles de un poder que no siempre se vale de formas represivas para imponer su modo de ver la realidad.

Asimismo, la ruptura de la visión tradicional de los conceptos de "aculturación" y "resistencia", ha comenzado a abonar un terreno fértil para la comparación de las dinámicas del contacto, interpenetración e independencia en espacios usualmente diferenciados, tales como los espacios de frontera y aquellos de sometimiento efectivo y administración colonial. El supuesto carácter conflictivo de los primeros ha sido asociado a un mayor grado de resistencia que el sostenido en ámbitos donde las poblaciones indígenas -en base al despliegue de la acción evangelizadora y la normalización jurídica y económica- habían sido sometidas por un proceso de conquista y efectivo dominio colonial (Boccara 2003). A la luz de las recientes discusiones en torno a los conceptos de etnogénesis, mestizaje y -para este caso particular- también al de frontera, creemos que podrán realizarse aportes interesantes que permitan no solo comparar sino también reflexionar acerca de los alcances de esta oposición entre zonas centrales (léase "conquistadas", "aculturadas") versus zonas de frontera (caracterizadas por la "resistencia" y la "marginalidad") que tienden a representarse como experiencias dicotómicas y contrastantes de los procesos coloniales y republicanos.

En un plano diferente, aunque no desvinculado a la doble perspectiva de análisis en la que se han ubicado las nociones de etnogénesis y mestizaje señaladas anteriormente, se encuentran los trabajos que han privilegiado la caracterización -en el seno de conflictos y distancias entre códigos y lenguajes- de novedosas formas de mediación, articulación y comunicación, que participan en la construcción de un mundo mutuamente inteligible. Los estudios que han hecho hincapié en los passeurs como traductores y articuladores culturales (Adorno 1994; Ares y Gruzinski 1997, Gruzinski 2000) se montan en la existencia de diferencias entre códigos y modos de organización que aunque se hallan en relación, mantienen cierta autonomía. El seguimiento de las condiciones que hacen de estos personajes parte importante y estratégica de las relaciones blanco-indígenas permite profundizar aspectos que tienden a diluirse en planteos generales acerca de un espacio mestizo, tal como las asimetrías de poder entre grupos, las lógicas de clasificación y autoadscripción y su papel en el proceso de relación.

Al respecto, Bernand (2001) ha preferido centrarse en el análisis del mestizo como categoría social en lugar de poner el foco en aspectos más generales de mestizaje. La autora ha señalado la importancia de seguir las trayectorias individuales de los mestizos pues, según su opinión, es a través de sus itinerarios personales que podemos acercarnos al fenómeno del mestizaje. Formaría parte de esta perspectiva, el proceso de aparición del "mestizo" como categoría histórica específica que pone de relieve la "mezcla" corporizada entre mundos distintos pero cuyos sentidos y capacidad de clasificación social depende de las variadas formas de construcción, significación y jerarquización de las propiedades sociales y naturales de tal "mezcla".

Ahora bien, lejos de remitirse únicamente a contextos coloniales, los conceptos de mestizaje, etnogénesis y etnificación han constituido herramientas de análisis indispensables a la hora de estudiar la incorporación de poblaciones indígenas al estado-nación. Estas nociones han permitido abordar, de forma compleja y flexible, el particular y paradójico proceso de "ciudadanización-homogeneización" de las poblaciones originarias (Quijada 2001) pero naturalizadas, a su vez, en función de su marcación como "otros internos" (Briones 1998). En este sentido, muchos de los trabajos que han abordado tal problemática bajo el marco teórico de la etnogénesis y el mestizaje han contribuido -entre otras cosas- a rebatir la idea de que las identidades étnicas son una entidad esencial e inmutable y a poner de relieve, aún dentro de un sistema de dominación, el rol activo de los grupos subalternos.

En el ámbito local, la preocupación por trabajar y reflexionar en torno a ejes comunes a investigaciones desarrolladas en torno al mestizaje fue la base de la convocatoria del Taller de discusión El mestizaje como problema de investigación . Dicho taller, al que fuimos invitadas a participar, se realizó en la Universidad de Quilmes en el mes de noviembre de 2004 y fue coordinado por las Dras. María Bjerg, Roxana Boixadós y Judith Farberman. Las discusiones allí planteadas fueron fructíferas e inspiradoras a tal punto que se convirtieron en el motor principal de la convocatoria del presente número de Memoria Americana . Los trabajos que aquí presentamos, muchos de los cuales se discutieron en una versión preliminar en aquel encuentro, describen diversas aristas y ámbitos históricos en los que es posible analizar los procesos de mestizaje y conformación de identidades.

El objetivo del artículo de Guillaume Boccara es dar cuenta de las transformaciones que han experimentado las investigaciones etnohistóricas relativas a las zonas fronterizas en torno a las dinámicas culturales y los procesos sociohistóricos desarrollados desde la llegada de los europeos a América. Rescatando dentro del conjunto de la obra de Wachtel la manera en que interpreta los fenómenos de aculturación/resistencia el autor muestra el desplazamiento que este binomio ha experimentado hacia el estudio de los fenómenos de etnogénesis, etnificación y mestizaje. A partir de esta discusión, Boccara delinea una definición tentativa del concepto de "complejo fronterizo", que trasciende la idea de frontera strictu sensu para concebir la imbricación de varias fronteras y sus hinterlands en espacios mayores entendidos en términos de región.

Sara Ortelli discute, para el contexto específico de la provincia septentrional de Nueva Vizcaya en el período tardocolonial, la clasificación y definición de enemigo así como la identidad de los protagonistas de la violencia que impone el discurso oficial. Contrastando documentación oficial con fuentes judiciales y a la luz del análisis del fenómeno de mestizaje (biológico, social y cultural), la autora propone una mirada innovadora sobre la dinámica interna de la sociedad analizada y desarma, de esta forma, algunas de las ideas fuertemente arraigadas en la historiografía del norte de México.

El trabajo de Roxana Boixadós aborda dimensiones particulares del fenómeno del mestizaje: la ilegitimidad y la bastardía. La autora reconstruye minuciosamente -a lo largo de los siglos XVII y XVIII- las trayectorias individuales de integrantes mestizos y naturales de una familia de la elite riojana colonial, pero insertando las mismas dentro del contexto de las relaciones familiares. En este sentido, el artículo a la vez que aporta elementos de reflexión sobre aspectos no tan trabajados de la noción de mestizaje, propone un abordaje metodológico de "escala intermedia" que permitiría sortear la polarización -que existe en muchos trabajos- entre el seguimiento de derroteros individuales y las caracterizaciones generales en relación a los mestizos.

Judith Farberman, a partir del análisis de dos procesos civiles del siglo XVIII contra hechiceras de la jurisdicción de Santiago del Estero, se propone analizar la escuela de magia conocida como salamanca. La autora postula, a diferencia de la mayoría de los folkloristas que han trabajado esta temática, la configuración mestiza del estereotipo y su desarrollo a partir de la hibridación de elementos religiosos entre los siglos XVI y XVIII.

El trabajo de Silvia Ratto nos ofrece la posibilidad de observar la presencia de prácticas mestizas en el espacio fronterizo bonaerense durante la primera mitad del siglo XIX. La autora reflexiona sobre el tipo de fuentes y las estrategias analíticas que permiten acercarse a los procesos de mestizaje cultural que operaron en el complejo ámbito de relaciones que unían a criollos e indígenas. Entre estas últimas destaca las uniones interétnicas y el establecimiento de redes de relaciones personales, proponiendo además dos vías de indagación: el seguimiento de los intermediarios culturales y el análisis de fuentes judiciales relacionadas con conflictos interétnicos.

Daniel Villar y Juan Francisco Jiménez abordan, para el último tercio del siglo XVIII, el caso de los "renegados", individuos de diversos orígenes instalados voluntariamente entre los grupos indígenas de la región pampeana centro-oriental. El trabajo pone de relieve las percepciones y lugares contrastantes ocupados por estos personajes en el medio social indígena y respecto del ámbito de la administración colonial, para la que representaban la figura del "traidor irredimible y peligroso". Constituyen así una vía para analizar otra de las formas que asumía la transculturalidad y el mestizaje cultural en el espacio pampeano.

El artículo de Walter Delrío nos conduce al análisis de los cambios producidos en el la construcción del espacio social de los pueblos originarios en un período comprendido entre por la crisis de la década de 1930 y el primer gobierno peronista, desde el caso de la reserva Nahuelpán en el Territorio Nacional del Chubut. Este proceso es analizado a partir de las transformaciones de los sentidos de la categoría "tribu" y del "otro indígena" tanto en los discursos institucionales estatales, así como en los posicionamientos y discursos de la comunidad indígena en su relación con las autoridades nacionales y las redes locales de poder. La identidad indígena es entendida como el producto de un compromiso entre procesos de marcación estatal -su "tribalización"- y las resignificaciones e iniciativas de los grupos aborígenes, que se despliegan diferencialmente sobre una misma matriz de dominación definida en términos de coincidencia entre el territorio, la nación y el estado.

Como hemos visto, los trabajos en torno a las nociones de mestizaje y etnogénesis han sido vastos y muy fértiles tanto en el ámbito local como en el internacional. Sin embargo, a pesar del largo camino recorrido, persisten algunos problemas sobre los cuales hace falta seguir reflexionando. Señalaremos, brevemente, algunos de ellos. En primer lugar, ambas nociones han sido muchas veces utilizadas laxamente y por lo tanto resultan un tanto vagas como herramientas de análisis. La acepción biológica de la noción mestizaje, por ejemplo, ha sido traspasada a aspectos sociales y culturales sin precisar suficientemente que aunque pueden formar parte de las mismas dinámicas se trata de fenómenos radicalmente diferentes. El mestizaje -biológico o cultural- deviene así en una suerte de macro-concepto que al abarcar fenómenos tan disímiles intenta explicar todo y por lo tanto termina por no explicar nada.

Asimismo, si bien conceptos como los de "lógicas mestizas" o "pensamiento mestizo" han ayudado a deconstruir formas estáticas de enfrentar los estudios sobre la cultura, los mismos hacen referencia tanto a la conformación de las identidades indígenas (en un sentido amplio) como a las conductas particulares de algunos mediadores y articuladores culturales (en un sentido restringido). Para que estos conceptos se conviertan en herramientas teórico-metodológicas totalmente operativas, es necesario que trabajemos en la diferenciación de niveles y modalidades de lo que llamamos prácticas mestizas.

En segundo lugar, otro de los problemas aún no resueltos se vincula a la temática del poder y sus usos. Muchos trabajos parecen plantear que tanto indígenas como "conquistadores" se encontraban en igualdad de condiciones para crear espacios comunes de negociación y redefinición de identidades. Este podría ser el caso, por ejemplo, del concepto de " middle ground " que, si bien ha permitido superar la tajante división entre la sociedad indígena y la sociedad blanca proponiendo espacios intermedios de encuentro, entendemos ha descuidado el tema del poder pues -tal como lo ha sugerido Havard (2003)-no ha tenido en cuenta la capacidad de manipulación que tuvieron los conquistadores dentro del marco de un sistema de dominación, no siempre asociado a expresiones represivas del poder.

En este sentido, es interesante plantear el problema de la "direccionabilidad": ¿son los procesos de mestizaje y etnogénesis uni o birideccionales? ¿solo comprenden lo indígena o involucran también a las sociedades dominantes? Si reconocemos que lo mestizo no se restringe exclusivamente al mundo indígena, ¿estamos desconociendo las asimetrías de poder y las desigualdades existentes entre ambas sociedades? En todo caso, y volviendo al punto anterior de las inespecificidades, ¿las nociones de etnogénesis y mestizaje pueden aplicarse sin perder espesor al mundo blanco?

En relación a este aspecto, algunos autores han planteado que la noción de mestizaje al connotar una idea de "homogeneidad" como resultante de la "mezcla", no sólo esconde y bloquea las diferencias y desigualdades, sino que se transforma en un concepto poco operativo que lejos está de caracterizar "espacios intermedios". Mills, por ejemplo, ha propuesto como alternativa la "movilidad cultural" (Mills 2004), es decir el movimiento, el fluir de elementos entre dos mundos como algo distinto a la creación de un nuevo ámbito de reglas e instituciones. Esto lleva a centrar la atención en la multiplicidad de actores y estrategias, de negociaciones, manipulaciones y asimetrías intervinientes en las relaciones entre grupos en diversos contextos históricos en que la "diferencia" racial y/o cultural es significativa. La variedad de situaciones lleva a cuestionar la idea de cambios que permean e influyen homogéneamente a un sector, grupo o sociedad.

Por último, y sin pretender agotar las reflexiones posibles sobre estos conceptos, creemos que es imprescindible atender a las implicancias políticas que los usos de las nociones de etnogénesis y mestizaje adquieren en los contextos de reivindicaciones étnicas contemporáneas. Si bien muchos debates teóricos han apuntado a mostrar que las identidades no son entidades estáticas sino que por el contrario van renovándose constantemente al calor de fenómenos tales como el mestizaje o la etnogénesis, en la actualidad tales procesos son considerados muchas veces como inauténticos o espúreos por no reflejar una identidad "prístina" u "original". Este señalamiento adquiere importancia y merece un debate serio en tanto desestima actuales reclamos (identitarios así como materiales) de distintas comunidades indígenas a lo largo del país, revelando al mismo tiempo el ámbito de las demandas étnicas como un espacio moldeado hegemónicamente por ciertos parámetros de construcción de la diferencia cultural al interior y en relación al modelo que subyace a la representación de los estados nacionales.

En definitiva, debe reconocerse que las nociones de mestizaje y etnogénesis han inspirado estudios dirigidos a destacar que las fronteras (sean estas culturales, espaciales o raciales) son mucho más tenues y porosas, más complejas, dinámicas y multideterminadas que las que nos han presentado tradicionalmente la historia, la antropología y gran parte de las fuentes que manejamos. Esto, sin embargo, no disminuye la necesidad de continuar atendiendo al lugar y el papel de la "diferencia cultural" en la conformación de las sociedades latinoamericanas, a las significaciones particulares de "mestizajes" y "mestizos" en los diferentes contextos y apuntar así a explicar las maneras en que las identidades de diferentes grupos sociales se han construido y devenido en lo que son.

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