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Memoria americana

versión On-line ISSN 1851-3751

Mem. am.  n.14 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./dic. 2006

 

ARTÍCULOS

Las guerras de independencia en los andes meridionales

Raquel Gil Montero*

* CONICET, Instituto de Estudios Geográficos, Universidad Nacional de Tucumán. E-mail: raquelgilmontero@gmail.com

RESUMEN

Este trabajo analiza la composición de las milicias regionales que lucharon en la frontera bélica de los Andes Meridionales entre 1810 y 1825. Al interior de las tropas se mantuvo la jererquización y el corporativismo, características propias de la sociedad. Sin embargo, la convivencia y los rigores de la guerra generaron una suerte de "fondo común" con recursos de los grupos socio-étnicos. Entre estos recursos destacamos: la adopción de una organización para la comida basada en el abastecimiento realizado por las mujeres de los soldados; la aceptación de "licencias compulsivas"; o el nombramiento de líderes militares que no eran "bien nacidos". Además se aceptaban prácticas de matar propias de cada grupo y se los distinguía por las armas utilizadas. Estas costumbres compartidas no fueron iguales en todo espacio o tiempo pues dependieron de los elementos originales que se fundieron en la palestra y del contexto que les dio forma.

Palabras clave: Milicias regionales; Prácticas guerreras; Costumbres.

ABSTRACT

This article analyses the composition of regional militias that participated in the frontier war fought in Southern Andes (1810-1825). It focuses on the relations militiamen established among themselves in a war context. It could be observed that hierarchical and corporative behavior, aspect found in society, was maintained within the troops. However, the act of living together and the severity of war resulted in a kind of pool of different practices belonging to each social-ethnic group. Among these shared practices we highlight: the way officers accepted the food preparation done by the soldiers' women, "compulsive leaves", and the designation of militia leaders who were not patrician. Moreover each group's killing practices were accepted and their weapons distinguished them. But shared practices were not constant through space and time since they depended upon original elements militiamen brought with them to the battlefield and on the context shaping them.

Key words: Regional militia; War practices; Practices.

INTRODUCCION

“La guerra de la independencia no puede relatarse ni comentarse como un enfrentamiento de dos grandes ejércitos en un espacio y un período de tiempo determinados. Es tan dispersa, tan fragmentaria, tan informal, tan anárquica en su conjunto que mas bien merecería una serie de breves relatos monográficos de no fácil acumulación para poder formar un todo claro y armónico” (Vaca de Osma 2002: 131).

Aunque esta afirmación se refiere a la experiencia española (1808-1814) podría aplicarse a la hispanoamericana, en la que encontramos enfrentamientos entre los distintos ejércitos veteranos -realistas y patriotasy cientos de batallas, escaramuzas y correrías que fueron libradas principalmente por milicias locales. Solamente ex post facto se pueden ver en su conjunto e integrar dentro del período de guerras que llamamos de independencia.

En este trabajo nos concentraremos en las luchas de las milicias locales, en un territorio que fue una frontera bélica fluctuante y poco dominada: los Andes Meridionales (el norte de la intendencia de Salta del Tucumán, Chichas, Tarija y parte de Chuquisaca) entre 1810 y 1825.

Nuestro interés está centrado en la composición de dichas milicias, nutridas principalmente de la población local, y en las relaciones que se establecieron dentro de ellas en las condiciones que impone la guerra, particularmente en lo que fue el contexto específico de los Andes.

Como parte de un mundo jerárquico y corporativo hacia el interior de las tropas se observa que entre los hombres y mujeres que las integraban se mantuvieron muchas de las distinciones prevalecientes en la sociedad, distinciones que sólo podemos observar desde la percepción de los oficiales con relación a las tropas. Las distinciones no se limitan a la descripción sino que con frecuencia nos imponen -a los historiadoresroles, presencia y participación de los diferentes grupos socio-étnicos en las batallas. Por ejemplo, aunque el nuestro fue un territorio poblado en su gran mayoría por los indígenas, éstos son los grandes ausentes de la guerra. A pesar de ello, como consecuencia de la misma convivencia y frente al desafío de adaptarse a circunstancias extremas como la guerra, se fue generando en las tropas una suerte de “fondo común” que reunía los recursos diversos de cada uno de los grupos que las integraban y que finalmente eran aceptados incluso por los sectores de mando1. Volviendo al ejemplo de los indígenas, prácticamente invisibles en los relatos, sus estrategias de lucha o algunas de sus prácticas cotidianas fueron incorporadas, o al menos tenidas en cuenta, por los estrategas. A lo largo del relato iremos describiendo los principales aspectos que encontramos de esta lógica de diferenciación/aceptación en los grupos de análisis concretos de nuestra región, enfatizando las relaciones entre los diversos colectivos sociales, en particular las habidas con los indígenas.

Las fuentes principales con las que trabajaremos son los diarios y las memorias de los hombres que participaron en las guerras, así como diversos documentos del archivo que nos permiten complementar esta visión que, normalmente, está muy sesgada porque pertenece a la elite blanca. Somos conscientes de que algunas miradas se nos escapan y son muy esquivas, sobre todo las que correspondería los indígenas y las mujeres. Apenas si nos llegan algunos detalles de su participación, generalmente denostada. Las divergencias que encontramos en las distintas miradas de los autores de las fuentes, brindan, sin embargo, una gran riqueza que nos permitirá acceder, siquiera un poco, a este universo casi invisible.

El artículo se divide en cuatro apartados. En el primero brindaremos una visión general de la guerra en los Andes, con particular énfasis en algunos hechos que consideramos significativos para nuestro argumento. El segundo se concentra con mayor profundidad en la región y en la composición de las tropas que allí lucharon. El tercero da cuenta de las diferentes visiones que tenían los mandos sobre la presencia de los indígenas, y el cuarto se dedica a la formación de lo que consideramos como “fondo común”.

Antes de comenzar quisiéramos hacer explícitas las razones del uso de algunos términos que pueden resultar equívocos o que han cambiado a lo largo del tiempo y que, como norma general, hemos utilizado tal y como aparecen en las fuentes. La sociedad colonial estuvo dividida idealmente en dos repúblicas, la de españoles y la de indios, que rápidamente y desde el inicio se complejizaron con la llegada de los esclavos negros y del intenso mestizaje que se originó entre todos estos grupos. La división de la sociedad en las dos repúblicas, sin embargo, tuvo una importante y duradera repercusión para el mundo indígena, ya que a partir de ella se originaron leyes, derechos y obligaciones, sistemas de acceso a la propiedad y un largo etcétera diferentes para ellos. La etnicidad, entonces, le imprimió una fuerte marca a la sociedad colonial. A los otros grupos que no tenían cabida en estas dos repúblicas ideales se los reconocía también en las clasificaciones censales, en los documentos, e incluso en la legislación. Entre ellos estaban los mestizos y los gauchos quienes conformaban colectivos multiétnicos y difíciles de clasificar. Se los reconocía como grupo, sobre todo en algunos contextos particulares y en el marco de la documentación de determinadas instituciones preocupadas por la etnicidad, como por ejemplo la iglesia o el ejército. En particular para algunos de los autores de nuestras fuentes, los gauchos se distinguieron claramente de los demás grupos durante la guerra por algunos atributos que se les adjudicaban.

En el momento de las guerras de independencia lo que ahora conocemos como “patriotas”, “realistas”, “monarquistas” o “republicanos” no eran partidos definidos o modernos; las líneas que los dividían eran volátiles y las lealtades eran relativamente recientes, salvo quizás la de algunos realistas (Méndez

2005: 244). Aún más, probablemente cada uno de los conceptos tenía un significado diferente para un indígena de la Puna, para un gaucho de Salta o para un español de Potosí. Aquí los hemos utilizado tal como aparecen en los documentos, sobre todo cuando formaban parte de la autoidentificación de los autores.

Otra de las denominaciones conflictivas y a la que haremos referencia es la de “los indios”. Además de la dificultad que entraña identificar étnicamente a las personas a través de las fuentes que hemos utilizado, en nuestro período de estudio comenzó a producirse una transformación semántica que hace difícil utilizar la palabra indio como una categoría étnica neutral. Mientras esta categoría fue legalmente establecida durante la colonia, durante la república su legalidad se volvió ambigua, excepto, quizás, para aquellos con estatus de tributario y en los lugares donde éste persistió en el tiempo. Fue justamente entre fines de la colonia y las primeras décadas de la república que la palabra indio adquirió una connotación peyorativa y su identidad fue fuertemente estigmatizada (Méndez 2005). Con todo, este proceso no ocurrió de un día para otro ni en forma homogénea en el espacio. Hemos optado por utilizar esta denominación, a pesar de todo, porque es la que figura en las fuentes, aunque no sabemos si la usaban sólo los españoles y criollos o también los mismos indígenas para autoidentificarse.

LA GUERRA EN LOS ANDES

El Perú, donde pudo mantenerse por más tiempo el gobierno realista, protagonizó dos experiencias que en gran medida moldearon sus respuestas frente a los sucesos españoles y americanos desencadenados por la invasión napoleónica. La primera experiencia, con profundas consecuencias en el mediano plazo, fue el ciclo de rebeliones andinas ocurridas en las décadas de 1770 y 1780 y su sangrienta represión. La segunda, más puntual, fue el éxito de la campaña organizada por el Virrey ante los pronunciamientos altoperuanos de 1809.

Hacia fines de la década de 1770 hubo un ciclo de rebeliones indígenas que tuvieron su epicentro en tres regiones diferentes localizadas en los Andes: el Cuzco, con el liderazgo de José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru); las tierras altas pobladas por aymaras de La Paz, a la cabeza con Túpac Katari; y Chayanta, con Tomás Katari2. Una de las consecuencias más importantes de esta rebelión y su represión, siguiendo los objetivos de este trabajo, fue el endurecimiento de la línea que separaba a españoles y criollos de los indios. La rebelión de Tupac Amaru generó en los primeros “un profundo recelo y temor frente a las poblaciones indígenas, ahondando los abismos, alimentando fantasías de horror” (Méndez 1992: 20).

Aunque en cierto modo el levantamiento demostró la vulnerabilidad del sistema colonial, lo cierto es que fue duramente reprimido mostrando tambiénla eficiencia de las milicias rurales financiadas por los hacendados. La rebelión y sus consecuencias intimidaron a quienes no eran indígenas -principalmente a los sectores de la elite criollallevándolos en el futuro a sopesar con mucho cuidado la alternativa de aliarse con los sectores sociales más bajos contra la dominación española (Walker 1999). Esta población intentaba vivir en un difícil equilibrio en el que una minúscula elite blanca (desde el punto de vista numérico) dominaba a un mar de indígenas en condiciones de profunda desigualdad.

En términos de enfrentamiento entre etnias, la rebelión de Túpac Amaru fue más compleja que lo que la escueta síntesis anterior permite ver, pues fue derrotada con el apoyo de algunos grupos indígenas que fueron posteriormente compensados y cuyos líderes conservaron, parcialmente, los privilegios abolidos para la nobleza indígena. La existencia de un grupo de nobles incaicos institucionalmente organizados y económicamente prósperos que participaban en la vida pública del Cuzco años después de la Gran Rebelión da cuenta de la resistencia de este sector, y lo mismo podemos decir de algunos curacas provinciales. Sin embargo, la derrota socavó claramente y en forma duradera las bases de su prestigio, su poder político fue indudablemente erosionado y su extinción como clase política fue cuestión de tiempo3 (Méndez 2005).

En cuanto a la segunda experiencia mencionada sabemos que poco después de conocerse la invasión de Napoleón a España, y la renuncia al trono de Fernando VII, en distintas ciudades de Charcas comenzó a haber manifestaciones de descontento (Mesa et al. 2003). En Mayo de 1809 Chuquisaca decidió continuar con la fidelidad a Fernando VII, desconociendo a la Junta de Sevilla y al enviado de dicha junta, José Manuel de Goyeneche. En julio de 1809 la oposición se levantó en La Paz, el virrey de Perú, don Fernando de Abascal, mandó a Goyeneche para organizar tropas y reprima los levantamientos. A comienzos de 1810 los cabecillas fueron ejecutados.

Cuando se conocieron los sucesos de Buenos Aires y se confirmó que el Ejército del Norte había partido con destino al Perú, el virrey Abascal incluyó nuevamente a Charcas dentro de su jurisdicción y mandó a Goyeneche a ayudar a los realistas Vicente Nieto (que controlaba la Audiencia) y al intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz. Otras ciudades, en cambio, se manifestaron abiertamente contra los realistas: en Cochabamba Francisco de Ribero llamó a cabildo abierto y proclamó la adhesión a Buenos Aires; en Santa Cruz, Tarija y Oruro se produjeron también distintas manifestaciones de adhesión.

Este heterogéneo panorama, junto con muchas muestras de apoyo, fue el que encontró el ejército al mando de Antonio González Balcarce cuando entró a Charcas. Apoyo y oposición fueron los componentes del primer -y únicogran triunfo patriota, la batalla de Suipacha de noviembre de 1810. Aquella fue una operación casi simultánea en la que participó Francisco de Ribero quien se trasladó a Oruro -posición estratégica entre las dos plazas realistas de Potosí y La Pazpara apoyar un levantamiento local, y Balcarce quien enfrentó a Córdova en Suipacha. El ejército realista se vio obligado a dividirse en dos para combatir en ambos frentes y finalmente fue doblemente derrotado. Nieto, que había permanecido en Santiago de Cotagaita supo al mismo tiempo de la derrota de Suipacha y “la marcha de una gruesa columna de facciosos de Cochabamba contra la capital de Chuquisaca.” (García Camba 1846: 43). Tomó entonces dirección a la costa pero fue detenido por los indios de Lípez y conducido a Potosí donde fue fusilado más tarde.

El primer semestre de 1811 Castelli, adjunto político de Balcarce, vivió sus mejores momentos. Después de fusilar a Nieto, Paula Sanz y Córdova en Potosí nombró gobernador de la Villa Imperial a Feliciano Chiclana. Posteriormente se dirigió a la capital de la Audiencia, ciudad donde había estudiado, y se quedó allí cuatro meses. Nombró a Juan Martín de Pueyrredón gobernador de Chuquisaca. En abril trasladó su cuartel general a Laja, antigua población aymara, punto estratégico situado a comienzos de la altiplanicie del Titicaca equipado con talleres para fabricar armas (Roca 1986), desde donde planificaba un nuevo ataque al ejército realista.

Nos hemos detenido en estos detalles para poder analizar cuál fue la posición del Ejército del Norte una vez que entró en Charcas, donde encontró tanto apoyo militar como oposición realista. Como ya señalamos, desde temprano existieron reacciones armadas, fueron tomas de posición frente a la invasión napoleónica de España, y aunque fueron sofocadas son antecedentes significativos. La primera operación importante del Ejército del Norte al mando de Balcarce tuvo como protagonista, también, al cochabambino Francisco de Ribero. Además fueron apoyados después de la batalla por los indios de Lípez, quienes detuvieron a Nieto.

Aunque libertadores para algunos, en general la actuación de los rioplatenses fue percibida por la población local como la de un ejército de ocupación, desde el momento que se nombró como gobernadores nada menos que de Potosí y Chuquisaca a dos porteños y además no se incorporó a los mandos militares a ninguno de los oficiales altoperuanos que no sólo demostraron fidelidad sino también capacidad en las luchas, posibilidad de acción conjunta y recursos en hombres y armas -sin hablar de aquellos vinculados a la manutención de las tropas4.

El ingreso triunfal inicial se tornó en catástrofe a partir de la derrota de Huaqui y la posterior huida. En este mal momento confluyeron muchas causas, algunas de las cuales se debieron a ciertas medidas tomadas por Castelli que fueron mal recibidas por la población local y otras a las lejanas, pero no por eso poco efectivas, disputas políticas de Buenos Aires que repercutieron en la cúpula del Ejército del Norte. Entre las primeras cabe destacar las decisiones de Castelli referidas a los indígenas, de las cuales mencionamos dos: la propuesta de integrarlos como representantes de las intendencias para que participaran del gobierno, y la celebración del aniversario del 25 de mayo en Tiahuanaco, rindiendo homenaje a los Incas y promoviendo la recuperación indígena de los derechos usurpados por los españoles5. Su mensaje debió tener seguramente una variada recepción6. A pesar de las buenas intenciones su propuesta no podía ser bien recibida en una sociedad atravesada, como lo señalamos, por conflictos interétnicos desde las rebeliones de 1780, cuyos sectores blancos y mestizos difícilmente accederían a tratar como iguales a los indígenas.

Contrastando con la actitud de Castelli, la Junta fue mucho más prudente en este sentido con relación a las jurisdicciones en las que tenía directa incidencia: cuando el 10 de enero de 1811 se dispuso que cada intendencia eligiera un representante indígena se excluyó expresamente a la de Salta y a la de Córdoba, las únicas en las que esta población era significativa -aunque por cierto era mucho menos importante numéricamente que en Charcas(Halperín Donghi 1972: 253)7.

Con estas medidas Castelli fue perdiendo una parte de la aceptación que había ganado gracias a su elocuencia. La otra la perdió debido al saqueo de la Casa de la Moneda de Potosí y a la desastrosa retirada luego de la derrota de Huaqui. Es probable, también, que las peleas políticas del lejano puerto tuvieran alguna responsabilidad en la derrota y en las desinteligencias de la retirada posterior, puesto que empañaban las relaciones entre los jefes militares porteños y las que tenían con los cochabambinos8.

Castelli debió ser una rara avis en el ejército porteño. Lejos de encontrar voluntad integrar a los indígenas como pares lo que surge con más frecuencia, en distintos tipos de declaraciones, es el realce de las profundas diferencias manifestadas entre los porteños y los altoperuanos. Cuando en agosto de 1811 se abrió un juicio cuyo objetivo era establecer responsabilidades por el desastre de Huaqui, los jefes del Ejército del Norte atribuyeron la “mala conducta altoperuana” a la inferioridad racial.

En una carta fechada el 29 de agosto Díaz Vélez sostenía “que todo lo que no consigan las fuerzas de Jujuy para adelante jamás lo hará el [ Alto] Perú. Estos pueblos son ignorantes, antipatriotas, [ ...] estas provincias están poseídas del egoísmo y espíritu servil que han heredado de sus mayores” (Citado en Roca 1986:18).

La identificación socio-étnica del otro es muy frecuente en los testimonios de los protagonistas de estas guerras y, junto con ella, la de algunos hábitos o elementos que los identificaban por ejemplo las armas. En el caso de este juicio los cochabambinos se quejaban de las burlas de los porteños motivadas por el hecho que de muy pocos manejaban armas de fuego. Efectivamente, un número importante de batallas protagonizadas por patriotas altoperuanos fueron peleadas con hondas, lanzas, flechas y macanas. La mayor parte de los hombres que pelearon esta larga guerra no tenían formación militar, sino que fueron aprendiendo con la práctica.

Esto lo observaron los mismos militares veteranos y, en particular, los realistas quienes reconocieron un proceso de aprendizaje en sus enemigos, sobre todo en las tropas gauchas. Se aprendió a pelear y también a adaptarse a un medio que exigía otro estilo de disciplina, de trato, de pelea. Los casi quince años de guerra, sin embargo, no transcurrieron de manera lineal sólo modificados por la experiencia. Los conflictos políticos de las lejanas autoridades -de España y de Buenos Airesgeneraban, a su vez, divisiones en el seno de los ejércitos y con frecuencia afectaron su funcionamiento y seguramente perturbaron su accionar. Valgan como ejemplos más notables las disidencias entre saavedristas y morenistas en el Río de la Plata y entre absolutistas y liberales entre los realistas. Además hubo otro factor que afectaba en una medida importante la relación de las personas dentro de los ejércitos y con la gente: los jefes.

Ellos fueron los que marcaron algunas pautas importantes en la guerra, como por ejemplo el lugar donde enfrentar al enemigo, la forma que tomaba la retirada, los límites al saqueo. Las tropas actuaban en gran medida según quien era su jefe, quien además era el principal interlocutor con las poblaciones locales. En síntesis, a lo largo de la guerra se puede observar una evolución en las formas de luchar relacionada con la experiencia, así como momentos distintos vinculadas a coyunturas externas y a los cambios en las jefaturas.

LA GUERRA Y LAS TROPAS LOCALES

Una de las principales características de nuestra región de estudio es que constituyó -prácticamente desde el comienzo de las guerrasuna frontera entre un espacio claramente dominado por los realistas y otro que rápidamente los expulsó. En el medio se extendía una amplia franja, un territorio que fue ocupado alternativamente por uno y otro ejército y que fue campo de batalla y lugar de saqueo de ambas fuerzas. Este espacio realista, el Perú y el Alto Perú, fue liberado -según la expresión de los contemporáneospor fuerzas provenientes de otras latitudes, por ejércitos encabezados por generales nacidos en las actuales Colombia, Argentina e incluso España. Un oficial irlandés que peleó en la batalla de Ayaculcho refiere:

Hay un punto que merece citarse aquí; de la división del Perú que se halló en esta grande y memorable batalla, ningún cuerpo fue mandado por jefe peruano [ ...] siendo el general en jefe de la división el mariscal don José de Lamar, colombiano. (O’Connor 1977: 108)

Sin embargo, durante toda la guerra pelearon allí fuerzas que apoyaron a los ejércitos libertadores y que, por momentos, fueron los únicos en sostener batalla. Tuvieron diferentes denominaciones a lo largo del territorio, aunque se los conoce principalmente como guerrillas y republiquetas. Algunos de estos grupos fueron resabios de los que encabezaron los fallidos movimientos de 1809; otros estaban integrados por los restos de los ejércitos que se retiraban después de una derrota. Todos se nutrían de la población local.

En el borde altoperuano ningún ejército pudo vencer al otro y la guerrilla fue considerada, incluso por los militares, como la alternativa de lucha para no perder el territorio9. Era esta una región donde las fuerzas regulares tenían muchas desventajas con respecto a la guerrilla. Había pocas pasturas para sostener a la caballería, estaban limitadas las armas a las que se podían transportar a lomo de mula, el clima era muy riguroso y las tropas no lo soportaban y sobre todo era el mejor escenario para la lucha organizada en forma de grupos pequeños.

Las tropas comandadas por Güemes, o por los numerosos caudillos de las republiquetas altoperuanas, obligaban a los realistas a separar sus hombres para luchar en numerosos frentes, los dejaban sin comida o sin armas, les impidieron el control efectivo de la región así como el avance sobre el Tucumán al mantener dos zonas en manos patriotas (Ayopaya y Salta, además del sur del Perú), y finalmente, prepararon el terreno para el ingreso de Bolívar y Sucre en 1824. Probablemente la diferencia más importante que encontramos entre las republiquetas y la guerrilla salteña fue que mientras Güemes actuaba en un espacio controlado por sus aliados (más allá de la oposición que tuvo por parte de Rondeau y de la elite salteña), la guerrilla altoperuana se desarrollaba en un medio hostil, y con aliados que no siempre eran bien recibidos.

¿Qué era en aquel momento la guerrilla? En la mayoría de los textos se la concibe como una milicia irregular compuesta por civiles armados que luchaban al lado de las milicias regulares. Para José María Paz era una banda indisciplinada, espontánea, mal dirigida, escasamente armada, que generalmente perdía las batallas frente a los aguerridos realistas (Paz 2000: 231 nota). Pero, aunque poco organizada, creyó que se podría haber aprovechado mejor el entusiasmo y patriotismo de una parte importante de esas fuerzas. Padilla, sin embargo, no la define de un modo dicotómico con respecto a las tropas sino del modo que tradicionalmente se había conocido en la jerga militar esta expresión; es decir, como una alternativa de acción realizada por pocos hombres que se separan de ella y atacan a un grupo más numeroso, o defienden un lugar desde posiciones ventajosas10.

Dejando Padilla su tropa en carretas, fue con una guerrilla al punto de Yamparaez donde estaban los tiranos en el número de cuatrocientos y al amanecer los batió de sorpresa y murieron muchos tablas, quedaron otros heridos y los restantes se corrieron a la ciudad, y el se retiró otra vez a Carretas de donde se fue con su tropa hasta Tarabuco y allí esperaba reunirse con el Señor Arenales y a Don Eustaquio Moldes le dio cuarenta fusileros a fin de que fuese a llamar a Zarate a la reunión total11.

Algunos de los jefes del Ejército del Norte tuvieron una relación particularmente despreciativa con las guerrillas, a pesar de lo mucho que se apoyaron en ellas, tal es el caso de Rondeau. Otros las aceptaron subordinada, pero reconociendo sus méritos, como Belgrano. El balance para los guerrilleros altoperuanos de su relación con los porteños parece negativo, como lo sintetiza una carta de Padilla. Después de la derrota de Sipe Sipe Rondeau le escribió a este caudillo para que siguiera peleando mientras él se replegaba a Salta. Padilla le respondió amargamente:

Si, señor, ya es llegado el tiempo de dar rienda suelta a los sentimientos que abrigan en su corazón los habitantes de los Andes, para que los hijos de Buenos Aires hagan desaparecer la rivalidad que han introducido, adoptando la unión y confundiendo el vicioso orgullo de nuestra destrucción. [ ...] El gobierno de Buenos Aires manifestando una desconfianza rastrera ofendió la honra de estos habitantes [ ...] el ejército de Buenos Aires con el nombre de auxiliador para la patria se posesiona de todos estos lugares a costa de la sangre de sus hijos y hace desaparecer sus riquezas, niega sus obsequios y generosidad [ ...] . (Citado en Bidondo 1979: 223)

Hasta aquí hemos intentado caracterizar las diferentes fuerzas que participaban en la guerra. Esto no significa, sin embargo, que las guerrillas de Salta, por ejemplo, hayan sido igual a las de Tarija. Había además -siempre en base a los relatos consultadosuna diferencia asociada a una suerte de “frontera étnica”, coincidente con el inicio de aquella región cuya composición de población difería sustancialmente a la de origen de las tropas rioplatenses: Jujuy. Si nos basamos en los datos del informe de 1778 acerca del estado del Obispado de Tucumán, Jujuy era la jurisdicción que tenía una población indígena realmente muy significativa en comparación con el resto del Río de la Plata (un 82%), al igual que lo que ocurría en el resto de los Andes12. Pero los indígenas de Jujuy no estaban distribuidos homogéneamente sino que se concentraban, fundamentalmente, en la Puna. A la salida de la ciudad de San Salvador, cuando se iniciaba el camino por la Quebrada de Humahuaca hacia el altiplano se iba cambiando paulatinamente de ambiente y de contexto poblacional. Dicho con más elocuencia por el general realista García Camba:

Este pueblo [ Humahuaca] , primero que se encuentra después del mencionado despoblado, que sirve como línea divisoria al clima, a las costumbres y al territorio del Alto Perú y de las provincias llamadas de abajo, esta situado al principio de una quebrada o valle angosto que casi conduce hasta Jujuy. (García Camba 1846: 229)

Nos concentraremos en adelante en aquel escenario y en aquellos atributos que, a primera vista, podrían ser adjudicados a distintos grupos: las armas, la forma de trasladarse, la manera de matar y de pelear, la comida, y la adaptación a las difíciles condiciones ambientales.

LA GUERRA Y SUS PROTAGONISTAS

El Ejército formado inicialmente en Buenos Aires se internó en el Alto Perú con una numerosa tropa formada a lo largo del camino. En Jujuy, más precisamente al final de la Quebrada de Humahuaca, se iniciaba un camino de alta montaña que obligaba a tener consideraciones acerca del tipo de armas y de los animales que se llevaba . La escasez -y a veces inexistenciade buenos pastos para los caballos obligaba a un uso más intenso de las mulas como animal de montura, lo cual lógicamente no era del agrado de la caballería. La artillería debía limitarse a la de montaña, debía ser liviana, apta para trasladar a lomo de mulas -o de llamas, o de indiosy no sobre vehículos rodados lo que influía en el desplazamiento de las tropas. En este sentido hay un rico relato de Francisco Javier de Mendizábal, estratega español, quien señala que:

No se pudo emprender con la celeridad que se deseaba nuestra marcha en persecución del enemigo, porque como nos hallábamos sin mulas para el parque, fue preciso buscar burros, llamas y muchos indios de carga para poder transportar la artillería y municiones reduciendo los cajones al peso proporcionado para que pudiesen cargarlos los burros y las llamas.
[ Nota al párrafo anterior] : Fue pensamiento original, sugerido por la necesidad, la ocurrencia de servirse de estos débiles animales para el transporte de las municiones y verdaderamente un espectáculo muy nuevo, ver caminar un ejército al paso lento de estos tardos entes; y sus cañones y sus cureñas en hombros de indios, o tirados cuando lo permitía el terreno, por los mismos. (Mendizabal 1997: 64)

El terreno, por otra parte, dificultaba notablemente la acción de los gauchos, razón por la cual éstos fueron realmente una amenaza en las tierras más bajas, en los valles13. En las tierras altas la fuerza mayoritaria era la infantería y los reclutas más numerosos los indios. Prácticamente en todos los relatos que trabajamos están presentes estos últimos, aunque de diferente modo y con distinta intensidad. Para José María Paz los indios eran básicamente un estorbo. Sólo encuentra algunas excepciones a la “cobardía de los indios” entre aquellos que estaban encabezando la oposición a los realistas en el Cuzco, Arequipa y otros puntos donde se habían levantado cabecillas seguidos por multitudes de indios. Este oficial despreciaba en general a cualquier fuerza que no fuese la del ejército regular aunque, de vez en cuando, tenía algunas palabras de elogio para los gauchos a quienes reconocía valor pese a su poca “civilización”.

En los pocos relatos en los que deja entrever alguna participación indígena los muestra en dos funciones principales: o como bestias de carga, o como espías y traidores. En cuanto a su papel en las batallas es lamentable:

He olvidado decir que aunque no se habían reunido las fuerzas de Cochabamba, lo habían hecho dos o cuatro mil indios desarmados y sin la menor organización, instrucción ni disciplina. De estos indios, una parte fue destinada a arrastrar los cañones a falta de bestias de tiro, y la mayor se colocó en las alturas que rodean el campo, para ser meros espectadores de las batalla. Éstos no podían ser de la menor utilidad, y sin duda el objeto del general Belgrano sólo fue de asociarlos en cierto modo a nuestros peligros y a nuestra gloria; pero los que fueron destinados a arrastrar los cañones fueron positivamente perjudiciales. Al primer disparo del enemigo y aún quizás de nuestras mismas piezas, cayeron por tierra pegando el rostro y el vientre en el suelo y comprimiéndose cuanto les era posible para presentar menos volumen; si les hubiera sido dado a cada uno cavar un pozo para enterrarse, lo hubieran hecho, y hubiera sido mejor porque habrían quitado de la vista del soldado un objeto tan disgustante (Paz 2000: 108).

Nos detendremos un poco en este autor. José María Paz nació en Córdoba el 9 de septiembre de 1791, de padres criollos. Escribió sus memorias casi 40 años después de que ocurrieran los episodios que relata, sobre los cuales no había llevado un diario ni tenía notas. Recurrió a su memoria y a la comparación de las memorias de otros que, como él, compartieron el escenario de las guerras. Comenzó a escribir alentado por la publicación de los recuerdos de Belgrano sobre la batalla de Tucumán, ocurrida el 24 de septiembre de 1812, año en que se alistó en el ejército como teniente primero del cuerpo de Húsares, la caballería. En ese momento tenía veintiún años y acababa de abandonar sus estudios universitarios para ir a la guerra.

Sus memorias son fascinantes y, por momentos, resulta increíble que pudiera recordar tantos detalles de episodios ocurridos en su juventud. Recorre los diferentes tipos humanos que se reúnen en la guerra casi como un etnógrafo, claramente posicionado en la cúspide de la sociedad. Analiza las personalidades de los jefes, a los que ata con destino del ejército en cada campaña. Identifica con claridad la ubicación de cada individuo en la compleja pirámide social.

En la cita que transcribimos, poco antes de la derrota de Vilcapugio, Paz habla de dos o cuatro mil indios. En contraposición con esta imprecisión el autor parece recordar exactamente la cantidad de hombres a caballo, infantería, cañones y otra infinidad de detalles relacionados con sus tropas, y también con las realistas. Para Paz los indios son poco más que una masa informe e inasible sobre la cual hay que operar.

Muy diferente es la descripción de la formación para el ataque del comandante José Santos Vargas:

El 7 [ abril de 1823] el coronel Lanza formó la indiada (que reunió bastante, como 500 o mas) a tres en fondo, la primera fila de a lanzas, la segunda de lo mismo y de palo los mas, y la tercera fila de a hondas. [ ...] y los indios formados (como dije) en tres a fondo sufriendo las descargas que de veras era el fuego (Santos Vargas 1982: 338).

Los dos relatos son de espacios geográficos diferentes y sobre todo de momentos distintos de la guerra. Sin embargo, pensamos que la principal diferencia no radica en el papel que realmente jugaban los indios en las batallas sino en la percepción que tenían los diferentes jefes sobre los soldados o milicianos.

Paz apenas entró al Alto Perú junto a las expediciones del ejército. Muy diferente era la mirada de los que estuvieron peleando allí de manera constante, sobre todo en lo relativo a los indígenas. El general García Camba describió para 1816 la disposición de las armas patriotas en la frontera:

Declararon [ los prisioneros] estos que el general Rondeau estaba en Jujuy con mil quinientos hombres, y Güemes en Salta mandando con independencia de aquel general en jefe: que en la quebrada de Humahuaca cerca de Tumbaya habían construido una batería de cuatro cañones de a seis: en el mismo pueblo de Humahuaca había como cuarenta dragones y en el Puesto del Marqués treinta, los veinte armados de fusil y los otros diez de lanza: y que el marqués de Tojo se hallaba en Casabindo con la indiada de su estado reunida pero que experimentaba mucha deserción (García Camba 1846: 208).

La fuerza principal del ejército estaba en Jujuy, Güemes y sus gauchos -peleados con Rondeauen Salta, había cañones y Dragones en Humahuaca, Dragones en Puesto del Marqués -aunque algunos solo armados de lanzas-, indios en Yavi: se trata de una maravillosa descripción de la composición socio-étnica de las tropas a la que hicimos referencia.

Aunque la desconfianza era -aparentementeuno de los sentimientos más generalizados entre los oficiales, otros jefes militares, a diferencia de Paz, apreciaban las cualidades guerreras de los indígenas. En este sentido García Camba consideraba un error menospreciar las posibilidades de estos grupos, como lo hizo uno de los jefes políticos del Alto Perú:

No era tan lisonjero el estado de algunos pueblos de las provincias de retaguardia donde pululaban de nuevo las facciones. Apoderada una de ellas de una fuerte posición en el partido de Ayopampa, provincia de Cochabamba la atacó el subdelegado con 70 fusileros; pero inexpertos en la manera de guerrear de los indios, no supo resguardarse de las muchas galgas, grandes piedras, que hicieron rodar sobre su gente al atacar la posición, le mataron 16 hombres y pusieron el resto en precipitada fuga (García Camba, 1846: 203)14.

La experiencia de los largos años de guerra en las tierras altas había enseñado a los jefes militares a respetar la forma de pelear de los indios, si pretendían no ser sorprendidos. Se incorporaron algunas estrategias de lucha nacidas de estos enfrentamientos desde el comienzo. Mendizábal hace esta referencia temprana sobre la batalla de Tucumán:

Al pasar los batallones por frente del enemigo sin pensar en pelear, empezaron a sufrir el fuego de la artillería enemiga, la que mató hasta cuatro soldados, dos de ellos del batallón de Abancay, que mandaba el coronel Barrera, quien visto aquel daño mandó cargar las armas a su batallón, y dada una descarga atacar a la bayoneta en dispersión según lo han acostumbrado las refriegas con los indios, todo sin orden del general que entonces estaba disponiendo montar la artillería que iba sobre las mulas para empeñar la acción (Mendizabal 1997: 46)15.

Mendizábal también comenta sobre el papel de los indios como cargadores y los menciona -al igual que Pazcomo una masa generalmente poco confiable, o directamente enemiga y sobre todo maleable. Sin embargo la respeta y la considera partícipe importante de las republiquetas que entorpecen la acción realista en el Alto Perú.

Quien más diferencia a los indios en los relatos que hemos analizado fue Padilla, aunque no lo hace en términos sociales sino militares: por el uso de las armas y su rol en las tropas. En el extenso relato sobre sus servicios a la patria, escrito poco antes de su muerte y dolido por la falta de reconocimiento militar y apoyo, Padilla describe detalladamente todas las campañas militares en las que participó entre 1809 y 181516. Dentro de sus fuerzas tenía indios de honda, fusileros, indios flecheros chiriguanos, caballería e infantería. En cada batalla señala la participación de los distintos grupos, entre los que se destaca su relación con Cumbay, cacique chiriguano. Con éste Padilla tuvo diferentes tratos, desde la solicitud de protección para él y su gente, hasta las negociaciones para la participación de los indios flecheros junto con sus tropas. Cumbay decidía sobre estos temas y además sobre el papel de sus flecheros en los enfrentamientos. La relación con Cumbay era muy importante, entre otras cosas, porque Padilla y los caudillos que peleaban en la frontera con el Chaco actuaban en un espacio que podía ser alternativamente, el último refugio de la guerrilla como también el de los “indios de guerra” que cada tanto entraban -desde el Chacoa los territorios cristianos. Padilla tuvo que ir más de una vez a negociar con chaqueños su regreso al monte para poder dedicarse a pelear con los realistas.

Quizás lo más interesante de las descripciones de este caudillo es que la composición de sus propias tropas no difería demasiado de la de sus enemigos. En los dos grupos que se enfrentan había indios, caballería, infantería, y se utilizaban las mismas armas. Los jefes enemigos eran, con frecuencia, sus pares sociales. La única diferencia que notamos es que Padilla en ningún momento indica que los realistas contaran, como él, con los chiriguanos 17.

Los indios eran utilizados principalmente como fuerzas de choque, como espías y saboteadores y como baqueanos18. Con frecuencia eran enviados para espiar “camuflados” en su propio papel: como vendedores de pan, pastores o mitayos. Había indios que participaban en la guerra, obligados, otros que no se involucraban en absoluto, algunos eran realistas, otros patriotas, otros negociaron su participación: los “indios” no eran una masa homogénea.

Hasta aquí nos hemos referido, principalmente, a aquellos que participaron de un modo u otro en la guerra. Hubo, además, otro conjunto distinguible dentro de esta aparente masa de “los indios”: aquellos que no participaron de la guerra sino que la padecieron en forma de levas, tributos, obligaciones de abastecimiento, etc. Quizá el testimonio más lastimoso aunque elocuente, es el que transcribió José Santos Vargas, cuando relató la presión que hizo Lira -un patriota conversosobre dos indios a los que consideró bomberos -espíasde los enemigos. Lira los condenó a doscientos azotes con el propósito de hacerlos confesar, esto provocó que uno de ellos, desesperado, saliera corriendo y gritando su inocencia, que sólo buscaban comer en medio de una terrible escasez. Otros indios, los “patriotas”, lo persiguieron y lo mataron a palos. Ante esto, el segundo indio acusado de traidor se hincó, hizo sus apreciaciones al cielo, levantó sus ojos y sollozando dijo al comandante:

Señor, había pajaritos allí en los árboles, lo mismo que aquellos animalitos que Ud. ve que nada saben ni entienden de la guerra entre nosotros, siendo todo su afán buscar que comer y alimentar a sus hijos, así somos nosotros. A ese hombre que lo han muerto es mi hermano y un pobre (Santos Vargas, 1982: 119).

Como este hay un sinnúmero de testimonios de poblaciones enteras que no participaron directamente en la guerra sino que lo hicieron alimentando a las tropas, o realizando diferentes servicios a los ejércitos.

LAS DIFERENCIAS Y EL “FONDO COMÚN”

José María Paz y Mariano Torrente -quien escribe desde Madrid una historia de la revolución americana publicada entre 1829 y 1830 a partir de las noticias que van llegandocoinciden, en cierto modo en distinguir dos clases de soldados: los veteranos o profesionales, sean estos realistas o patriotas, y el resto. La distinción pasa por su capacidad militar pero también por las costumbres. Para Torrente (1830: 297): “Los soldados peruanos eran desaseados en su traje, tenían groseras costumbres, poca elegancia en su porte, una tosca educación y finalmente un modo de servir enteramente diverso del de los europeos” (Torrente 1830: 297)19. El contraste se puso en evidencia cuando en 1815 llegaron las tropas peninsulares de refuerzo y entraron por primera vez a los territorios en armas. Pero la percepción de la diferencia no fue exclusiva de los españoles. Ya citamos a Díaz Vélez y sus comentarios sobre los peruanos. Paz describe así la conducta de su tropa en uno de los enfrentamientos:

Desplegada nuestra línea, se movió avanzando, y muy luego más de mil hombres de caballería se golpearon la boca (como se dice vulgarmente) y dando terribles alaridos se lanzaron sobre trescientos enemigos sorprendidos y apenas despiertos: la victoria no era difícil pero la carnicería fue bárbara y horrorosa.
Sin embargo, me costaba trabajo mantener el orden, y hasta un oficial, el alférez Romano, quiso imitar el ejemplo de los otros; como yo me convirtiese a él para reprenderlo y le dijese que no éramos gauchos para gritar, el señor Escalada, que me oyó, se dio por ofendido lo que motivó algunas palabras y explicaciones que se olvidaron muy luego20. (Paz 2000: 186-187)

Según estas visiones el ejército reflejaba, en algún punto, la composición de la sociedad. Los oficiales provenientes de las clases sociales más altas gobernaban una tropa variopinta compuesta por indios y gauchos considerados por ellos como incivilizados, desaseados y gritones, aunque también admirables flecheros y extraordinarios jinetes.

Lo cierto es que las opiniones de estos autores son de lo más extremas. En los demás relatos se observa una mezcla de diferencias y semejanzas que fueron construídas a lo largo de la guerra. A medida que pasaba el tiempo la experiencia y el contacto con las tropas locales fueron cambiando a los recién llegados quienes terminaron valorando su conocimiento del ambiente y su manejo de los recursos y adoptando algunas costumbres que consideraron más apropiadas. Para estos autores las diferencias no eran sólo propias de su falta de “civilización” sino también de su capacidad de adaptación al medio: los peruanos “corrían como gamos”, sabían cocinar la carne que los alimentaba a todos, soportaban mejor los cambios en la temperatura y eran austeros en sus necesidades cotidianas.

En la guerra algo que parece distinguir a los indios de los blancos y los mestizos, al menos en los relatos, es el manejo de las armas de fuego y las formas de matar. Cuando se condena a muerte a alguien, los indios lo hacen a pedradas, a golpes de palo, o a lanzazos mientras que los españoles fusilan o matan con bayoneta. Los indios son flecheros o utilizaban hondas, los españoles -también los gauchosson fusileros, o usan bayonetas. A los gauchos se los caracteriza por el dominio del machete aunque su principal “arma” es el arte de cabalgar. Hay algunas excepciones pero se consideran casos extraños.

Lo cierto es que si bien las tropas reflejaban, en algún sentido, el orden de la sociedad eso ocurría por igual en ambos bandos de modo tal que en las batallas, sobre todo en las que no se contaba con la participación de los ejércitos veteranos uniformados, era importante poder distinguir quién era el enemigo. Los uniformes suelen cumplir esa misión, pero en estas regiones lo más frecuente era que los soldados anduviesen “desnudos”, es decir con sus ropas civiles. Para distinguirse en la batalla se apelaba a distintos recursos, uno de ellos fue generar divisas con los elementos que encontraban en el lugar:

El 16 de marzo a las ocho de la mañana nos avistamos con el enemigo en el mismo pueblo de Cavari. El enemigo tenía indiada, nosotros también. Las divisas de nuestra gente eran de una toquilla de paja verde, y de los enemigos pintados con barro colorado en los sombreros (Santos Vargas 1982: 142-143).

Las prácticas se fueron homogeneizando también con el paso del tiempo. En particular hubo tres que al comienzo fueron vistas como totalmente inapropiadas para un ejército, no obstante fueron por la imposibilidad de erradicarlas. Nos referimos a la preparación de comida durante las campañas, a las licencias y a la existencia de jefes militares de “oscuro origen”.

La forma de organizar la comida entre los militares era el rancho que dejaba en manos de los propios militares la organización del abastecimiento y la cocina de los alimentos. Los soldados y milicianos, en cambio, acostumbraban a llevar consigo a sus mujeres -las llamadas soldaderas o rabonas-, quienes cocinaban, lavaban la ropa, conseguían alimentos y los cuidaban. Esto provocaba indignación en no pocos jefes por el escándalo que significaba estar acompañados por otro ejército paralelo que, a su vez, necesitaba también comer. José María Paz quien se queja con frecuencia de ellas, las describe duramente indignado tras la derrota de Venta y Media:

La primera jornada, después que salimos de Chayanta, fue en un lugarejo miserable, en donde apenas había dos o tres ranchos que estaban, cuando llegué, atestados de gente, y cuando pedí víveres y forraje para mis cabalgaduras, me contestó el indio encargado de suministrarlos que no había, porque todo lo habían tomado los soldados que traían la coronela tal, la tenienta coronela cual, etc. Efectivamente vi una de esas prostitutas que, además de traer un tren que podía convenir a una marquesa, era servida y escoltada por todos los gastadores de un regimiento de dos batallones; y las demás, poco más o menos, estaban sobre el mismo pie (Paz 2000: 226).

Claro que a Paz no le parecía mal que lo atendiera su séquito privado de asistentes y sirvientes quienes le llevaban su cama, su baúl con ropas y lo ayudaban en las necesidades personales. En esta misma retirada relata:

A nuestros asistentes, que conducían las camas y equipajes, les ocurrió otro inconveniente, de modo que no podían llegar y tuvieron que pasar la noche mucho antes del lugar que nosotros ocupábamos. El río, mas entrada la tarde había crecido en términos que no les fue posible pasarlo, lo que hizo que nos viésemos en una casa abandonada, sin camas y sin ropas para mudarnos (Paz 2000: 228).

García Camba también hace referencia al inconveniente ocasionado por la presencia de las mujeres por el costo en víveres que significaba para las poblaciones locales: “Eran unas langostas para los pueblos, haciendas y rancherías donde llegaban” (García Camba 1846: 232). Otros, en cambio, admiraban el trabajo de estas mujeres que arriesgaban su vida para atender a los soldados y, no pocas veces, luchaban a la par de los hombres o servían como espías (Araoz de Lamadrid s/fecha: 49). También se ocupaban de lavar la ropa de los oficiales y llevar agua a los heridos en las batallas, aunque su función principal era el abastecimiento de alimentos21. Cuando no había mujeres eran los “soldados del país” los que se ocupaban de la comida, ya que sabían asar a la perfección un carnero y resolver las necesidades primarias con el ganado.

Con respecto a las licencias, la mayor parte de las tropas se retiraba del servicio una vez terminada una campaña poder volver a sus trabajos habituales en el campo. Esta actitud, considerada técnicamente como deserción, debió ser perdonada y aceptada como práctica ya que era muy común en ambos partidos:

Singular tendencia de los cholos y castas a las costumbres de sus ascendientes los indígenas de volverse a sus casas apenas se había concluido la guerra. Este era un mal irremediable que estaba arraigado en su misma sangre: era pues difícil y hubiera sido impolítico e inhumano corregir aquel defecto con las penas prevenidas por ordenanza militar. Aquella clase de deserción podía más bien considerarse bajo el aspecto de una tácita licencia para que dichos individuos fueran a ver a sus mujeres e hijos y de ningún modo como abandono de banderas. La mayor parte de dichos desertores volvían algún tiempo después a incorporarse a sus filas con su armamento y con todas las prendas de vestuario y ninguno de ellos se negaba a continuar el servicio mientras que la guerra se mantuviese en pié, que era el único caso en que ellos se creían solemnemente obligados (Torrente 1829: 364).

Finalmente hemos señalado, que el ejército reflejaba, en cierto modo, la estructura de la sociedad virreinal, con oficiales españoles y tropas compuesta mayoritariamente por indígenas y castas. Sin embargo, aunque algunos conocidos jefes militares que hemos mencionado, como Güemes, Padilla, Warnes, Rondeau, Belgrano, etc, cumplían con el requisito de pertenecer a los sectores más altos de la sociedad los testimonios con frecuencia dan cuenta de líderes de “oscuros orígenes”. Quien más hace referencia a ellos es Mendizábal cuando describe la toma de prisioneros. En su relato menciona al indio Cala, caudillo que fue pasado por armas cuando se lo tomó prisionero junto al Marqués del Valle de Tojo, o a los caudillos Isidro Taritolay, José Cruz Obando o Aracena, capitanes o gobernadores de naturales, por mencionar solamente algunos de los desconocidos puneños que participaron en la guerra (Mendizabal 1997: 125-138 y 139). Estos relatos en realidad muy poco frecuentes permiten entrever cuerpos estructurados de una manera diferente a la tradicional, así como una cierta independencia de las tropas irregulares en la organización de sus filas22.

CONCLUSIONES

El objetivo de este artículo fue acercarnos a las relaciones que se establecieron al interior de las milicias locales que pelearon en la frontera entre “realistas” y “patriotas” de los Andes meridionales. No lo hicimos desde una perspectiva cuantitativa bien desde la percepción que tenían los mandos, principales autores de las fuentes que utilizamos. A lo largo del texto hemos pasado de una visión que acentuaba las diferencias internas en las tropas, a otra que intenta entrever la aceptación de prácticas en principio denostadas pero luego valorizadas al calor de los muchos años de guerra y convivencia forzada.

Una de las características principales del territorio analizado era la composición étnica de la población, completamente diferente a la del territorio dominado por los rioplatenses. La frontera bélica fue una gran franja que pasó, alternativamente, a ser dominada por una y otra fuerza, y fue también una suerte de frontera social y étnica. Los ejércitos llegados desde el puerto de Buenos Aires ingresaban, a partir de la Quebrada de Humahuaca, a un mundo demográficamente muy diferente al que estaban habituados y que acababa de sufrir diversas experiencias históricas que habían acentuado la distancia entre indios y no-indios. Pese a que los indios eran la abrumadora mayoría de la población apenas sí son mencionados en las fuentes. Dentro del largo episodio bélico la suma de los relatos aquí sintetizamos nos permitió distinguir la participación de distintos grupos socio-étnicos, entre los que se destacan principalmente los indios, los mestizos, los gauchos y los españoles. Se mencionan muy brevemente también a los negros y los libertos. No quisiéramos olvidar a las mujeres, sobre las que solo se habla marginalmente y sin demasiada distinción de etnia o clase. El papel de los distintos grupos varía según los testimonios. Aquí intentaremos una síntesis guiada por los objetivos del trabajo.

No encontramos grandes diferencias en la composición de los ejércitos de patriotas y realistas que pelearon en nuestro territorio, excepto en los mandos. Los realistas contaron con la posibilidad de tener profesionales de larga experiencia, mientras que los patriotas fueron aprendiendo de la propia práctica aunque tuvieron también algunos mandos veteranos, la mayoría de los cuales se formó junto a los realistas durante la colonia. Las tropas, en cambio, estaban constituidas principalmente por la gente que habitaba los campos donde se desarrollaban las batallas. Es cierto que algunos soldados atravesaron larguísimas distancias, sobre todo aquellos que marcharon con los ejércitos veteranos libertadores -al mando de San Martín, Bolívar y Sucrepero la mayoría se movía por espacios relativamente acotados, lo que se enfatiza con respecto a los miembros de las guerrillas y las republiquetas. Patriotas y realistas realizaban sus levas en las mismas tierras que ocupaban, aunque los primeros tuvieron un relativo predominio en los valles que constituían una frontera en distintos sentidos: con relación a las tierras dominadas por los diferentes ejércitos pero también con relación a los llamados “indios de guerra” no cristianizados.

Fue justamente por la composición étnica de los diferentes territorios que la base de las fuerzas era distinta. En Salta fue una mayoría de gauchos -mestizos, indios, “criollos”: los gauchos son difíciles de definir en términos étnicosla que constituyó la fuerza militar de Güemes. En La Laguna, en cambio, fueron flecheros chiriguanos. El Marqués del Valle de Tojo, por otra parte, fue apoyado fundamentalmente por indios de la Puna de Jujuy.

En este trabajo nos concentramos más en los indígenas porque representaban la mayoría en el territorio analizado. Lejos de ser una masa informe subordinada al poder español o criollo los indios aparecen -escasamenteen los testimonios de manera diversa. A veces se los menciona en funciones de servicio, como cargadores o dadores de alimentos. Otras veces organizan y comandan sus propios grupos de milicias, los que pelean en forma coordinada con los jefes patriotas o realistas. Entre todos ellos los chiriguanos parecen haber sido los que tenían la mayor capacidad de negociar puesto que no habían sido sometidos por los españoles -es decir que aún conservaban su libertady además gozaban de gran prestigio como guerreros. Finalmente, hay un grupo enorme de indios que aparece en los testimonios simplemente como habitando los campos de batalla, pagando el precio de estar allí con su vida o con un tributo -en alimentos, pastos y ganadoa los guerreros.

Las diferencias socio-étnicas están presentes en todos los relatos. Sin embargo, no hay un único patrón -españoles versus indígenas, españoles patriotas versus españoles realistas o notables versus plebesino miradas diversas que están directamente relacionadas con la práctica guerrera. Quienes mejor distinguen a los indios dentro de esa masa que parecen ser los soldados, los que pelearon principalmente en el Alto Perú. A los ojos de los porteños, o de los jefes militares de las “provincias de abajo” -con algunas excepciones-, los indios eran sobre todo impredecibles, buenos baqueanos, serviles y traidores. Una masa a la que había que dominar pero, a la vez, un impedimento para la victoria por su propia condición “racial”. Para los que vivieron o pelearon mucho tiempo en el Alto Perú, en cambio, si bien eran diferentes y no del todo confiables, tenían condiciones a imitar por su gran conocimiento del territorio, su capacidad de adaptación y sus estrategias de lucha. Son estos autores los que mejor los identifican en las batallas y casi los únicos que les reconocen algún mérito, a pesar de las diferencias y prácticamente de la enorme distancia social.

La convivencia llevó a la adopción o a la tolerancia, por parte de los oficiales, de muchas de las prácticas originalmente denostadas como, por ejemplo, la organización de la comida basada en el abastecimiento que realizaban las mujeres de los soldados, la aceptación de las “licencias compulsivas” cuando terminaba una batalla, o el nombramiento de líderes militares que no cumplía con la condición de “bien nacido”. Se aceptaban prácticas en el matar propias de cada grupo y se los distinguía en función de las armas utilizadas. La guerra es un ejemplo extremo de convivencia que lleva a generar una suerte de espacio en el que se comparten algunas costumbres, que lamentablemente sólo podemos ver desde la perspectiva de los oficiales. Esta aceptación, sin embargo, es parcial porque siempre quedan algunos atributos que distinguen a las etnias o a las clases y funcionan aún en condiciones menos extremas, al menos en estos espacios del viejo imperio español tan marginales con relación a los centros urbanos de poder. Las costumbres compartidas, como hemos visto, no son exactamente iguales en todo espacio o tiempo sino que dependen de los elementos originales que se fundieron en la palestra y del contexto que les dio forma.

Entre los elementos importantes que destacamos como componentes de esta palestra, en relación con la interacción de los diferentes grupos, se encuentra la experiencia de la guerra. Aquellos jefes que pelearon largamente en las tierras altas supieron reconocer mejor el papel de los indígenas, los respetaron como soldados e incorporaron algunas estrategias destinadas a evitar las sorpresas e incluso de ataque. Se valieron de sus prácticas para sorprender a los enemigos, para robarles el ganado o espiarlos, para alimentarse y sobrevivir en un ambiente tan hostil. Otros, sobre todo los que apenas entraron a este escenario, los veían como una masa pasiva, informe, poco confiable, en definitiva un estorbo. Les resultaba más fácil reconocer la capacidad guerrera en aquellos que “hablaban su mismo idioma”: los gauchos, expertos en el manejo de las armas blancas o de fuego y jinetes sin igual.

AGRADECIMIENTOS

Agradezco los comentarios realizados por Roxana Boixadós a la versión preliminar presentada en el VI Congreso Internacional de Etnohistoria, y las sugerencias y críticas que hicieron los evaluadores anónimos de Memoria Americana, así como los comentarios de los editores. Parte de las fuentes utilizadas en este trabajo fueron consultadas gracias a un subsidio PICTR02 No. 123 y a una Beca convenio CONICET DAAD (Deutscher Akademischer Austauschdienst).

NOTAS

1 Nos referimos al concepto de cultura de E. P. Thompson (1995), que evoca más que un sistema de consenso, uno que incluye las contradicciones sociales y culturales. Especialmente cf. pag. 19.

2 Este tema ha sido objeto de numerosos análisis que no citaremos aquí por falta de espacio, con excepción de la bibliografía que utilizamos expresamente para la apretada síntesis. Para las diferencias en las tres regiones andinas cfr. Serulnikov (2003).

3 Especialmente capítulo 4: “Words and images: the people and the king”.

4 La expresión “porteño” está presente en las fuentes consultadas, por eso la hemos utilizado. Las quejas por parte de los altoperuanos con relación al Ejército del Norte son muy frecuentes. En un informe que eleva Padilla a las fuerzas patriotas con el fin de que le sean reconocidos sus méritos, señala: “Así pasó escapando mil peligros hasta Humahuaca, donde tuvo el gusto y satisfacción de juntarse con el señor Balcarce quien le previno que caminase en su compañía para abajo pero le pidió o quitó en buenos términos sus veinticinco hombres armados de su escolta para pasar a Jujuy, y otros fusiles mas que había despojado al enemigo.” En otros pasajes sus reclamos por la falta de reconocimiento de sus múltiples aportes a la guerra por parte de los jefes militares son más dramáticos. ABNB, Rück 304. Servicios hechos por Don Manuel Asencio Padilla en defensa de los sagrados derechos de la Patria comprensivos entre el dicho año de 1809 hasta el de 1815. Pag. 3. El énfasis es nuestro.

5 Es importante señalar que la participación de los indígenas como ciudadanos de Bolivia fue muy tardía. Recién en 1952 se abolieron las normativas de sufragio vigentes desde 1839 que impedían el voto a aquellos que fuesen analfabetos y domésticos, es decir, a la mayoría de los indígenas (Irurozqui 2000).

6 En este sentido no solo nos referimos a como fue tomada la propuesta por parte de la sociedad española, sino también indígena. Si bien no sabemos cual fue la reacción de estos últimos, es interesante señalar que el discurso de Castelli fue en Tiahuanacu, en medio de una sociedad aymara que había sido también conquistada por los Incas y no sólo por los españoles.

7 El gobierno de Buenos Aires fue igualmente conservador cuando se trató de darles espacio a los “sectores populares” de las áreas bajo su dominio por temor a que esto desembocara en una revolución social. De allí el trato dado a Artigas y a sus seguidores (Halperín Donghi 1980: 92ss).

8 Antes de la batalla de Huaqui Castelli fue informado de la purga de los morenistas que estaba ocurriendo en Buenos Aires. Gracias al respaldo que le otorgó el triunfo de Suipacha, comenzó a reorganizar su partido desde el cuartel del ejército de campaña. Balcarce y Díaz Velez lo acompañaban pero no Juan José Viamonte que era Saavedrista. Estas acciones llevaron a que funcionaran clubes políticos adictos a una y otra facción. El jefe cochabambino, Ribero, era saavedrista, lo que pudo haber sido causa de la desinteligencia que tuvo con Castelli antes de Huaqui. (Roca 1986).

9 El papel de la guerrilla es muy discutido y tiene a sus defensores y a sus detractores. El de la guerrilla española durante las guerras de independencia ha sido más estudiado y presenta muchos paralelismos interesantes en el punto que estamos analizando. Cfr., entre muchos otros, Fraser (2006), Torne (1999), Esdaile (2004).

10  Según Torne “Se ha sostenido que fue España la inventora de la guerra de guerrillas. El vocablo guerrilla, que antes de 1808 describía escaramuzas habituales efectuadas por destacamentos y unidades de exploración del ejército regular, quedó modificado en la guerra contra Francia para entrar, durante el siglo XX en el léxico militar con su significado ya familiar: una guerra irregular de civiles contra fuerzas de ocupación de un poder extranjero o de un régimen impopular” (Torne 1999: 19).

11  ABNB, Rück 304, pag. 13v. El énfasis es nuestro.

12  “Estado que manifiesta el número de personas que se hallan en dicho obispado con expresión de nombres de curatos donde residen, su clase, estado y castas, según los padrones que han hecho sus respectivos curas el año pasado de 1778 en virtud de orden que para ello se les comunicó a consecuencia de SM de 10 de noviembre de 1776.”, en: Documentos del Archivo de Indias para la Historia del Tucumán. Tomo segundo. Siglo XVIII. Tolosa, 1927. Los datos son discutibles sobre todo con relación a la composición étnica de la población. Para una discusión más detallada cf. Raquel Gil Montero (2005). Según esta fuente (y también según el censo de Carlos III que se conserva para esta jurisdicción), el 82% de la población de Jujuy era indígena.

13  La gran mayoría de los caudillos patriotas estaban asentados en estas tierras más bajas y que les brindaban oportunidades de escapar y esconderse: Santa Cruz, Cochabamba, La Laguna, Salta, Tarija.

14  El énfasis es nuestro.

15  El énfasis es nuestro.

16  ABNB, Rück 304.

17  García Camba (1846: 289) menciona una ocasión en la que las tropas realistas lograron ganar la voluntad de los chiriguanos para su causa, tras la derrota del caudillo Don Manuel de Uriondo en Tarija, en 1818.

18  En una maravillosa descripción de los sistemas de espionaje, José Santos Vargas (1982: 46) cuenta que los indios avanzaron de noche sobre el campamento enemigo “(poniéndose ojotas de cuero de oveja pisando del lado de la lana para no ser sentidos) a robar y espantar la caballada“. Era el año 1814.

19  En realidad sabemos poco acerca de la composición de las tropas que se pelearon en el campo de batalla. En el Perú las cifras con que se cuenta acerca del origen de los integrantes de los ejércitos indican que había más peruanos entre las tropas realistas que entre las patriotas: entre estos últimos 1500 eran peruanos, 4000 eran de la gran Colombia, y unos 300 eran de otros lugares. En cambio entre los realistas sólo 500 eran europeos, unos 6000 venían de Perú y del Alto Perú unos 3000 (Méndez 2005: 67).

20  El énfasis es nuestro.

21  Padilla también menciona a las mujeres y en particular a la suya, Juana Azurduy, y el papel que tuvo en la lucha armada. Aunque escueto, deja entrever que las mujeres andaban en la guerra con sus hijos, quienes con frecuencia morían o eran tomados prisioneros. Por otra parte, el relato tardío de un oficial uruguayo que vivía en Arequipa en tiempos de la Confederación (del año 1838), describe a las “rabonas” como “mujeres admirables [ que] acompañan a los soldados en todos sus problemas y campañas. Son la vanguardia de los ejércitos. Conocen las localidades donde el ejército va a parar al final del día y marchan a la cabeza. Cuando los soldados arriban al campamento, después de una marcha de veinte leguas, encuentran la comida lista, comen, duermen y antes de que los vuelvan a llamar para continuar la campaña, las mujeres que los acompañaron durante la noche parten para prepararles las comidas veinte o treinta leguas mas adelante. [ ...] La conveniencia que estas mujeres representan para los soldados las hace ser vistas como muy necesarias. Cuantas veces el general en jefe [ el mariscal Santa Cruz] comió lo que una de estas mujeres había cocinado para su marido!” (Citado en Méndez 2005: 211, la traducción es nuestra).

22  Otro caso puneño de organización espontánea fue el del cura Cerda de Yavi, realista, que lideró y subvencionó una tropa de indios a los que llamó “angélicos”, en clara contraposición a los “infernales” de Güemes (Weinberg, 2001: 487 y Carrillo, 1989:243).

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Fecha de recepción: 3 de marzo de 2006
Fecha de aceptación: 10 de diciembre de 2006

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