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Memoria americana

versión On-line ISSN 1851-3751

Mem. am.  n.15 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./dic. 2007

 

ARTÍCULOS

Minería y metalurgia en la antigua gobernación del Tucumán (siglos XVI - XVII)

Minig and metallurgy. Colonial Tucumán 16th and 17th Centuries

Geraldine Gluzman

Museo Etnográfico "J. B Ambrosetti", FFyL, UBA - CONICET ggluzman@gmail.com

Resumen

La actividad minera y la producción metalúrgica constituyen aspectos que jugaron papeles cruciales a lo largo del devenir histórico de las poblaciones nativas del Noroeste argentino. Por un lado, durante los tiempos prehispánicos, los objetos de metal y la producción metalúrgica acreditaron una alta valorización social. Por otro, la obtención de ganancias a partir del aprovechamiento minero se desarrolló como la actividad primordial detrás de los procesos de conquista y colonización del Nuevo Mundo durante los siglos XVI y XVII. Mientras es conocido que la extracción de metal fue uno de los principales espacios de explotación de mano de obra indígena en el Alto Perú, poco interés tuvo su análisis en el contexto de las rebeliones indígenas ocurridas en el valle Calchaquí hasta 1665. El objetivo es abordar los conflictos desplegados en esta región durante los siglos XVI y XVII tomando como eje la minería y metalurgia en la Antigua Gobernación del Tucumán.

Palabras claves: Minería; Rebeliones nativas; Valle Calchaquí; Siglos XVI y XVII.

Abstract

Mining activity and metallurgical production were aspects that played important roles during the history of the native Northwestern Argentine population. On the one hand, during the prehispanic times, metal objects and metallurgical production had a high social value. On the other hand, profiting from mining was the primary activity during the processes of conquest and colonization in the New World during the 16th and 17th centuries. While it is known that the extraction of metal was one of the main elements of exploitation of indigenous labor force in Alto Peru, little attention has been paid to its analysis in the context of the native rebellions in the Calchaqui valley before 1665. The objective is to study the conflicts in this area during the 16th and 17th centuries, focusing on mining and metallurgy in the Antigua Gobernación del Tucumán.

Key words: Mining; Native rebellions; Calchaqui valley; 16th and 17th centuries.

Introducción

La actividad metalúrgica fue durante los momentos prehispánicos una de las principales producciones materiales y simbólicas de las sociedades del Noroeste Argentino (NOA) (figura 1). El quehacer metalúrgico exigía un corpus de conocimiento y de materias primas de difícil acceso y una importante complejidad productiva. La anexión inca pudo deberse en gran parte a su riqueza mineral y a la mano de obra minero-metalúrgica especializada (A. González 1982). Asimismo, la presencia de metales fue decisiva en las características que adoptó la conquista española en América. Desde esta perspectiva diacrónica, entonces, la explotación minera fue una actividad que sufrió una profunda alteración en las sociedades andinas y su disrupción impactó tanto en la esfera político-religiosa como económica-social. La evidencia arqueológica sugiere que la región del valle Calchaquí1 fue uno de los ámbitos más importantes de producción metalúrgica prehispánica de todo el NOA. De este modo, esta área se presenta como un caso de análisis de doble interés por el alto desarrollo metalúrgico desplegado durante los momentos prehispánicos tardíos (siglos X al XVI DC) y la resistencia a la dominación española a lo largo de casi 130 años.


Figura 1. Localización de los principales yacimientos mineros del Noroeste Argentino (modificado de A. González 1979).

Mientras que en el contexto de los Andes, el metal precioso estuvo en el "ojo de la tormenta" de los procesos sociales ocurridos, dadas las condiciones de explotación indígena que se sucedieron en los socavones de plata; hubo pocos intentos de detallar la influencia del interés europeo sobre los metales preciosos en el NOA. El objetivo primordial de este trabajo2 es indagar el papel que los metales y las minas metalíferas tuvieron en el devenir de la historia colonial del NOA. Partimos de la hipótesis general de que existieron expectativas durante el proceso de conquista y colonización de la región, relacionadas con  la búsqueda y descubrimiento de metales preciosos, las cuales tuvieron impacto en el modo de accionar tanto de indígenas como de españoles. Se considera que la metalurgia es clave en la comprensión de las rupturas y cambios en las sociedades nativas y en las decisiones político-económicas españolas desplegadas en el valle Calchaquí, debido a la importancia simbólica de la metalurgia y los bienes materiales por parte de las sociedades locales, y por la importancia económica de los minerales y metales preciosos para los ibéricos durante los siglos XVI y XVII. Si bien muchas investigaciones etnohistóricas y arqueológicas han reconocido el interés sobre los metales durante la ocupación española en el valle Calchaquí, tal como queda expresado en referencias sobre riquezas naturales -presencia de minerales-  y humanas -especialización artesanal metalúrgica- tomadas de diversas fuentes históricas, hubo pocos intentos de detallar la influencia de tal búsqueda en los conflictos sociales y de evaluar qué incidencia tuvieron estos conocimientos y creencias sobre las explotaciones tempranas, una vez iniciado el control ibérico efectivo del valle.

Para ello, se recurrió a fuentes éditas y a documentación publicada por diversos autores. Asimismo, se complementó esta información con la evidencia arqueológica recuperada en el área. A fin de ordenar los documentos consultados y alcanzar mayor rigurosidad metodológica, se realizó una lectura pautada de la siguiente manera: fuentes de índole administrativa y judicial para la evaluación de intentos de poblar el valle y decisiones de asentamientos de comuneros españoles posteriores; crónicas tempranas para establecer un análisis sobre la primera observación española de las riquezas y de sus poblaciones; narraciones de viajeros; referencias de cronistas jesuitas y otros informes eclesiásticos para complementar la información. Se contempló distinguir documentos de primer orden -escritos por testigos presenciales de los acontecimientos relatados y en el momento en que ocurrieron-, de segundo orden -escritos por cronistas contemporáneos a los mismos pero que no fueron testigos directos de los hechos referidos- y de tercer orden -escritos con posterioridad a los hechos- (Raffino 1983), evaluando en cada caso el rol social del cronista -su condición de clérigo, gobernador, militar, civil. Asimismo se reconoció la importancia de mantener una aproximación temporal diferencial según se trate de información del período hispano-indígena (1535-1665, desde las primeras entradas de españoles al NOA hasta la derrota final de las sublevaciones y erradicaciones nativas fuera del valle Calchaquí) y colonial a fin de evitar cruzar datos temporales en un momento de rápidos cambios sociales. Asimismo, los diversos tipos de fuentes fueron contrastados a modo de ir logrando una visión que, si bien parcial, se ajustase a los objetivos planteados. En los casos en que fueron transcriptas citas textuales la ortografía fue modernizada para facilitar y agilizar su lectura. Siguiendo a Ana María Lorandi (1997), es necesario pasar los datos documentales de esta región por un "doble filtro de confiabilidad" para reconocer las alteraciones que produjo el estado inca en el mapa étnico y político y las modificaciones coloniales ulteriores.

El NOA constituye una región en la que la documentación relativa a las actividades minero-metalúrgicas durante los tiempos coloniales tempranos y las referencias sobre la producción prehispánica es acotada y fragmentaria. Pocas son las fuentes que hacen alusión a las prácticas de extracción y producción de metal en la región para el período abordado. Tampoco se conocen documentos relacionados a visitas generales y circunstanciales, libros de tasas y de tributos y matrículas de encomienda y padrones (López de Albornoz 1991). Sin duda esta situación se asocia, en parte, a la larga y persistente resistencia que los pueblos nativos desplegaron frente a los invasores. En particular, el valle Calchaquí, fue un territorio que sólo pudo ser conquistado casi un siglo y medio después de la primera entrada española, tras costosas campañas militares. Es decir, la producción testimonial debe ser observada en un contexto de conflicto intermitente entre españoles e indígenas y dentro de cada grupo. Asimismo, el hecho de ser un área marginal durante los siglos XVI y XVII pudo incidir en la calidad y cantidad de la información. También los cambios jurisdiccionales pudieron influir en la dispersión del registro escrito.

En cuanto a la información sobre actividades minero-metalúrgicas suministrada por las excavaciones arqueológicas desplegadas en el valle Calchaquí, debemos mencionar la evidencia material colonial temprana en dos instalaciones metalúrgicas localizadas en el extremo meridional de la sierra del Cajón (valle de Yocavil), conocidas como Fundición Navarro y El Trapiche (figura 1). Estas instalaciones cobran mayor importancia considerando que, en muchos casos, la explotación industrial posterior destruyó las evidencias materiales, tanto prehispánicas como coloniales, y que sobre estas plantas mencionadas no existían antecedentes históricos conocidos (L. González 1997).

La producción metalúrgica durante los momentos prehispánicos

Las sociedades prehispánicas del NOA alcanzaron un importante despliegue en la esfera de la producción de bienes en metal (A. González 1979). La alta carga simbólica de la metalurgia y sus producciones quedó reflejada en el registro arqueológico desde tiempos formativos (600 AC-500 DC) y alcanzó gran despliegue técnico y simbólico durante el período de Desarrollos Regionales (siglos X a XV). La producción material estuvo fuertemente encauzada hacia objetos suntuarios y ornamentales (A. González 1998) y empleó principalmente aleaciones de bronce (L. González 2000). Debido a la dificultad del proceso de producción, la metalurgia fue una de las tecnologías de mayor vínculo con los procesos de consolidación del orden social y mantenimiento de prestigio y estatus en las sociedades andinas. Este desarrollo se sustentó en el crecimiento de organizaciones sociopolíticas complejas con estructuras religiosas formalizadas y en la disponibilidad de potentes bosques, que proveyeron el combustible para las fundiciones, y de menas metalíferas. La explotación minera constituyó una de las principales causas de la conquista incaica en el NOA lo que se puede relacionar con su antigua tradición metalúrgica local (A. González 1982) y, en menor medida, con la disponibilidad de metales. Así, el incremento productivo registrado en esta época, orientado a los nuevos requisitos del estado inca, estuvo basado en la existencia de mano de obra local altamente capacitada para llevar adelante las complejas operaciones metalúrgicas (L. González 2000).

Durante la primera etapa de reconocimiento ibérico en el NOA abundan las referencias sobre la explotación minera incaica. Los yacimientos a los que aluden las fuentes escritas son de metales preciosos, como oro y plata y sobresalen Famatina (provincia de La Rioja) y Capillitas e Incahuasi (provincia de Catamarca) (figura 1). No obstante, la documentación disponible no hace referencia a la modalidad de canalización de mano de obra local hacia estas actividades, ni a los cambios organizacionales resultado de esta explotación. En cambio, hay cuantiosa información sobre la presencia de mitimaes destinados a actividades mineras, aunque no se determina su adscripción étnica. Por otro lado, el oro y la plata eran considerados de propiedad "natural" del Inca lo cual explica la fuerte mención de su explotación en las crónicas españolas. Al respecto, Herrera declaró que en el Tucumán Diego de Rojas halló buena acogida porque: "el español habría heredado los derechos del Inca" (Lorandi 1980: 158). Llamativamente, mientras que la extracción del cobre fue una práctica de importancia para el Inca, ya que la mayoría de su producción material era en bronce, la alusión española a ésta, y al estaño, es escasa.

Minería colonial en América hispana y el virreinato del Perú

La búsqueda de metales primero y más tarde la explotación metalífera fueron elementos primordiales en la fundamentación y el desarrollo de la conquista española en América. El anhelo de enriquecimiento y acceso al poder fueron asociados a los metales preciosos por parte de la gran mayoría de los conquistadores así como por la monarquía española que autorizaba sus expediciones (Fisher 2000). En el área andina, los españoles se asombraron no sólo por la riqueza en términos de metales preciosos sino por la maestría de los artesanos. En esta región, el direccionamiento del proceso de explotación metalífero europeo estuvo guiado por su potencial minero y por su capacidad demográfica. Sin dejar de tener en cuenta la multiplicidad de fenómenos involucrados, religiosos y culturales, los procesos socioeconómicos del área andina colonial fueron mayoritariamente resultado de la disponibilidad de tales recursos. La explotación de los metales preciosos, primero oro y más tarde plata con mayor intensidad y duración en su extracción, así como los costos de refinación, constituyeron el fundamento del desarrollo de la economía de la América hispana, como así también del crecimiento comercial a escala mundial. No obstante, la calidad de las minas en América era de menor tenor que las del Viejo Mundo (Romano 1978: 161). La clave para comprender el impacto de la minería americana es el bajo costo de explotación de las minas logrado mediante la explotación indígena.

Las estrategias y el costo de acceso a los metales preciosos en la América Hispánica y su naturaleza fueron cambiando a lo largo del tiempo. En un primer momento, la búsqueda de enriquecimiento fue llevada adelante por medio de prácticas de extracción que no requerían demasiado esfuerzo como: el robo de joyas, la violación de tumbas, el trueque de objetos europeos a grupos indígenas (Palermo 2000) y las prácticas de extorsión -tal fue el caso del pago del rescate por el Inca Atahualpa. Constituía una situación que se repetía en cada avanzada hacia nuevos lugares, además estas estrategias también respondían a la necesidad de los conquistadores de lograr riquezas tras la etapa exploratoria de un nuevo territorio; de este modo se podría lograr el financiamiento de una empresa de conquista más sólida.

Posteriormente fue necesario un mínimo de esfuerzo sirviéndose de la organización del trabajo tradicional (Stern 1986) e incluso de la tecnología indígena prácticamente sin alteraciones sustanciales (Petersen 1970). Las primeras explotaciones de las vetas metalíferas se desplegaron en aquellos depósitos de mineral conocidos en épocas prehispánicas, como Porco (sudeste de Potosí). A los pocos años, y al aumentar las exportaciones hacia Europa, hubo modificaciones tecnológicas. Hasta mediados del siglo XVI, en lugares como Porco y Potosí, los abundantes depósitos de plata de primera calidad fueron refinados en hornos de fundición indígenas (huayras) ubicados sobre las colinas para mejorar las condiciones de ventilación. Luego la producción cayó estrepitosamente, en parte por la disminución de las menas de alta ley. Así, los peninsulares se vieron obligados a idear nuevos mecanismos de refinamiento, como la amalgamación (método que consistía en la aplicación de mercurio aprovechando su propiedad de aleación con la plata). Paralelamente hubo una rápida canalización de mano de obra indígena hacia los incipientes centros de producción minera, lo que hizo imprescindible el desarrollo de un sistema de regulación de la fuerza de trabajo que se tradujo en la cristalización de la mita española. De este modo, la explotación de metales preciosos fue una rápida apropiación de riqueza lograda sin demasiado esfuerzo por parte de los españoles.

En este devenir económico, el proceso de conquista del NOA se inscribe en un período anterior a la finalización de los grandes descubrimientos de mineral y conquistas de territorios. Iniciado hacia 1535, fue un proceso lento cuyos primeros arribos y expediciones provinieron de la corriente conquistadora del norte, y fue el resultado de las tensiones socioeconómicas y políticas en el ámbito de Cuzco y de la búsqueda de riqueza económica reflejada en dos tipos de posesiones: metales preciosos y naturales.

Las tensiones socioeconómicas se debían, fundamentalmente, a que el grupo de conquistadores que se enriquecía era un número reducido en relación con los españoles que arribaban: las tierras y los indios en encomiendas se repartían en orden de méritos. Frente al fracaso de lograr fortuna y posesiones materiales los conquistadores, sin títulos ni encomiendas, se dedicaban a tareas sin rédito económico ni social, esperaban repartos por los servicios prestados, o se largaban a otras expediciones. En este contexto, el adelantado Diego de Almagro obtuvo en 1535 la capitulación para conquistar 200 leguas al sur de los territorios ya reconocidos. El objetivo era liberar Cuzco de los intereses de Almagro (Lorandi 2002: 52). La empresa no fue considerada un éxito, no por falta de oro sino por la distancia respecto a las principales ciudades españolas del norte (Lorandi 2002). Guiados por los yanacona (servidores directos del Inca o de otras autoridades imperiales) del altiplano, quienes conocían el paisaje, los españoles confiaban encontrar una rica región con abundantes metales preciosos y recursos humanos, bienes muy estimados por los incas y fuente potencial de riqueza para los españoles. En 1543 hubo una segunda entrada al NOA a cargo de Diego de Rojas motivada, en parte, por las noticias recopiladas sobre la explotación de minas de oro y plata por el Inca y sobre la existencia de la Sierra de la Plata, rica en metales preciosos y de la que se tenía noticia por expediciones españolas desde la costa del Océano Atlántico. De este modo, las incursiones tempranas de Solís y Caboto tuvieron influencias decisivas en estas dos entradas al NOA debido a las noticias sobre riquezas minerales recopiladas (Levillier 1948: 259); por ende, la búsqueda de metales preciosos no sólo estuvo impulsada por los conflictos políticos y económicos en los Andes Centrales. Larrouy comentaba que sus expedicionarios "transforman en montañas de oro cualesquiera relumbrones que divisan" (Lizondo Borda 1928). Una vez en el valle Calchaquí, el grupo se dividió y parte del mismo continuó más al sur llegando hasta Córdoba y las costas del río Paraná con el objetivo de encontrar las riquezas que habían sido comentadas previamente por las poblaciones nativas del Río de la Plata.

Siete años después, Núñez de Prado realizó una nueva exploración (1549); se trataba de otra de las conquistas autorizadas para calmar el descontento de algunos capitanes y para alejar a los españoles sin posesiones de las zonas ricas del Alto Perú (Lizondo Borda 1928).

No obstante estos fracasos iniciales de hallar metal, los territorios desconocidos mantuvieron el anhelo de hallazgo de riquezas. Durante el gobierno de Gonzalo de Abreu una nueva expedición partió en 1578 rumbo a la legendaria región de los Césares buscando  tierras ricas en metales preciosos (Lizondo Borda 1928) pero "...descubrió tierra poco poblada y miserable" (Sotelo de Narváez 1885 [1583]: 152). Más tarde, en 1591, el Gobernador Juan Ramírez de Velasco fundó la ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja, erigida como punto de referencia para la explotación de los metales preciosos existentes en el cerro de Famatina. Muchos españoles habrían visto esta campaña de conquista y colonización como el medio de enriquecimiento anhelado que prometía el descubrimiento del "Potosí tucumano" (Boixadós 1997a: 343). Unos pocos años atrás (1586) Juan Ramírez de Velasco también soñó encontrar la región de los Césares, sin fruto.

Es posible observar que, al aumentar el conocimiento de la región, se desarrollaron nuevos objetivos de exploración basados en las referencias de los grupos locales y de las visitas realizadas por los españoles en años anteriores. No obstante, se mantuvo la búsqueda de regiones que, como la de los Césares, no estaban basadas en el conocimiento reciente de la zona sino que provenían de viejas creencias y dichos.

Frente a esto, los verdaderos impulsores de la conquista son el oro y plata y aunque luego otras actividades económicas fueran fructíferas, lo fueron en gran medida como tareas destinadas a alimentar las necesidades de los polos de explotación metalíferos. Con esto no se pretende concebir que el oro, primero, y la plata, después, hayan dirigido los sucesos en la Gobernación de Tucumán pero su búsqueda fue un importante promotor de las empresas que guiaron a las primeras entradas al territorio. Si bien la información referida a metales preciosos es escasa, también es continua y poco precisa: "y cuando aparece, sólo es para inducir a las autoridades de España a que se encomienden nuevas conquistas" (Levillier 1955: 227).

La Antigua Gobernación del Tucumán y las periferias concéntricas

El estudio de los complejos procesos sociales ocurridos en la antigua Gobernación del Tucumán requiere tener presente la situación de confinamiento social y geográfico de esta porción de los Andes, en el contexto mundial de los siglos XVI y XVII. Se propone un enfoque de análisis regional que contemple el contexto más amplio que condicionó la historia de la región. Se busca entender los procesos ocurridos desde una perspectiva global, partiendo de la concepción de la sociedad colonial como un todo construido históricamente a partir de las luchas y la interacción permanente entre indígenas y españoles (Boixadós 1997b). El NOA constituía una región periférica dentro del Virreinato del Perú. Su distancia geográfica respecto de la capital y los centros urbanos principales, sus recursos naturales factibles de explotación y el continuo conflicto con las poblaciones locales fueron delineando su situación dentro del marco sociopolítico más amplio. Asimismo, la región mantuvo un carácter marginal si la comparamos con la riqueza natural y humana de otras regiones americanas. Según nuestro punto de vista, es importante considerar no sólo la distribución natural de los recursos sino también su percepción por parte de los agentes sociales involucrados. El carácter de frontera se observa en el número de españoles y su modo de distribución en las ciudades, las que actuaban como cerco contenedor del valle Calchaquí, lugar donde se articularon -a lo largo el tiempo- estallidos de rebeliones indígenas junto con sus correspondientes sucesos de represión. Estos conflictos continuos se tradujeron en dificultades para establecer la frecuencia de la mita y otras formas de extracción de la fuerza de trabajo, así como para lograr el establecimiento de poblaciones de españoles. Si el Tucumán constituía una periferia en el interior del virreinato, el valle Calchaquí constituía -en términos relativos- una región de periferia interna a la misma gobernación, en tanto contaba con la presencia de los calchaquíes que resistían la ocupación y explotación españolas. En este sentido, hasta mediados del siglo XVII dos sectores económica y políticamente distintos se encontraban distanciados a pocos kilómetros: uno "civilizado", colonizado bajo el sistema de "encomienda de servicio personal" y otro "bárbaro", que sobrevivía en condiciones autónomas pero soportando la presión sobre sus fronteras y la intrusión de refugiados que escapaban a la coacción hispana (Lorandi 1997: 50). De este modo, el espacio geográfico y social de la gobernación en el interior del virreinato se puede entender como periferias concéntricas de mayor nivel de peligrosidad, marginalidad y distanciamiento cultural. Su lejanía de los principales centros económicos y políticos también contribuía a que los gobernadores y encomenderos no respetaran las políticas virreinales. Pero al mismo tiempo, como periferia, el valle Calchaquí se volvió promesa de riquezas materiales ante la visión de los españoles. Las abundantes referencias sobre el carácter de la ocupación inca en el NOA y su vinculación con actividades extractivas influyeron ampliamente en esta situación y pudieron contribuir a alimentar el imaginario sobre la presencia de minerales en gran cantidad.

Almagro se habría encontrado con una caravana de mitimaes que transportaba metales hacia el Cuzco desde el valle de Quire-Quire (parte del valle Calchaquí); sin duda Ramírez de Velasco, más de 50 años después, iba en busca de estos dichos sobre riquezas mineras al fundar La Rioja.

Sotelo de Narváez comentaba que "en estas tierras hay minas de oro descubiertas y se han hallado entre los naturales muchos metales de plata rico" (1885 [1583]: 147). Esta afirmación pone en evidencia tanto la preocupación, en la etapa de reconocimiento del territorio, sobre la presencia y tipo de metales preciosos como la existencia de objetos terminados. Asimismo, destacaba que "...tiénese noticia de muchas minas de plata, y hanse hallado grandes asientos de ellas del tiempo de los incas..." y que existen referencias "...de indios vestidos Incas, que se sirven de oro y plata..." (Sotelo de Narváez 1885 [1583]: 146-147).

En 1589 el capitán Hernán Mexía Miraval declaró que el gobernador Juan Ramírez de Velasco habiendo salido a la "dicha jornada de Calchaquí" tuvo "nueva que había unas minas de plata que labraba el inca en un cerro muy alto que está sobre el valle de Salta" y agrega que "las personas que subieron a lo alto trajeron cuatro cargas de metal de que se sacó plata blanca la cual vio este testigo y no se labran porque la dicha ciudad [Salta a doce leguas del mencionado cerro] tiene que acudir a otros ministerios" (Levillier 1919-1920: 423-424). Estas ocupaciones aludidas se habrían relacionado con sus intentos por calmar los continuos enfrentamientos entre españoles por motivos jurisdiccionales y de poder. En este caso, los factores políticos se habrían utilizado para explicar los fracasos en la explotación de las minas metalíferas. En 1564, según el Capitán Alonso Díaz Caballero, vecino de Santiago del Estero:

la tierra de Tucumán es buena y fértil donde hay muchos naturales [...] donde hay muchos metales de oro y plata y vístolos yo y por la mudanza de tantos capitanes como ha habido y fines que han tenido no se ha sacado oro y plata y no a entrado gente para hacer posible de españoles (Levillier 1919-1920: 431).

Así se observa que los conflictos iniciales entre las autoridades de Chile y aquellas enviadas desde el Perú conducen a un bajo nivel de aprovechamiento de las riquezas de la región: "suplico humildemente sea servido de proveer de gobernador propio y solo para esta tierra sin que lo sea el de Chile porque por las grandes nieves de la cordillera que hay en medio no se puede pasar pos seis meses del año" (Levillier 1919-1920: 428).

A través de estas referencias vemos que los españoles reconocían el potencial minero de la zona y probablemente tenían algunos datos sobre una previa explotación, durante la ocupación incaica. Cabe preguntarse qué impacto tuvo la visita inicial con yanaconas altiplánicos en esta configuración del ambiente de la región. En este sentido, "los cronistas iniciales crearon una nueva geografía a lo que podríamos agregar que ésta primero reproduce y se adapta a la invención del espacio previamente efectuado por los incas" (Lorandi et al. 1997: 213).

El análisis y la interpretación de estas fuentes permite observar que existía una esperanza de hallar grandes riquezas ocultas, ideal que se mantiene en el tiempo y que constituyó, por otro lado, un importante elemento en el discurso español para fomentar la ocupación y explotación de la mano de obra en las zonas aún no efectivamente pobladas.

Con respecto al valle Calchaquí podemos mencionar que "se podría conseguir de camino hallar una gran riqueza de minas de plata y oro, de que se dice haber antigua noticia" (Carta del gobernador Albornoz al Rey, 1630, en Larrouy 1923: 58).

Tucumán colonial y sus conexiones económicas con el Alto Perú

El NOA comenzó a cobrar importancia económica tras el inicio de la explotación de Potosí (1545), cuando el área adquirió un valor estratégico pues se ubicaba entre la región del Alto Perú y el puerto de Buenos Aires. Las incursiones realizadas en 1549 por Núñez de Prado (alcalde de minas de Potosí) respondieron en gran parte a los intereses de los propietarios de las vetas mineras potosinas quienes deseaban hallar una apertura al Atlántico e instalar ciudades-postas que constituyeran el nexo con el Río de la Plata (Rodríguez Molas 1985). La economía se canalizó hacia la producción excedentaria de recursos de subsistencia y de productos básicos para ser transportados a Potosí y otros centros mineros del sur de Bolivia, empleando el servicio personal de indios. Mientras tanto, en el valle Calchaquí salvo algunos ingresos de encomenderos en búsqueda de "piezas", la reducción de los indios fue lograda recién a partir de 1664 y, una vez terminadas las guerras, las poblaciones fueron segmentadas.

Las principales actividades económicas de las encomiendas en el NOA hasta comienzos del XVII se vinculan al obraje de ropa de algodón (paños, frazadas, sombreros) exportada hacia Potosí. Fue importante además la venta de mulas, altamente cotizadas como animal de carga en las tareas mineras. De este modo, la producción regional no estuvo basada en la explotación de minerales; las fuentes sólo sugieren la existencia de metales preciosos pero no hubo un real interés  en el reconocimiento de su potencial minero. A partir de la segunda mitad del siglo XVII en la jurisdicción de San Miguel de Tucumán, el auge de la producción ganadera, sea como ganado en pie o como productos derivados (suelas), reemplazó a la tradicional exportación de textiles, cuestión que se debió a las fuertes demandas de los mercados internos regionales (Cruz 1997). De este modo, la "desnaturalización" y pacificación de los valles no condujo al desarrollo de un nuevo tipo productivo en lo que hace a modificaciones en la relación encomendero-encomendado, ni a la naturaleza de la producción. El ideal toledano de tributo en especie nunca se desarrolló, ni hubo un auge de la producción minera: la única riqueza provenía de la explotación de la tierra por medio de la agricultura y del ganado.

Realidad y ficción: imaginarios sociales en torno a los metales

Cómo la economía de la gobernación giraba en torno al abastecimiento de materias primas y manufacturas a zonas mineras próximas, debemos preguntarnos acerca de la importancia del potencial de explotación de las minas metalíferas y del papel que jugó la misma en los desarrollos históricos de la región. Esta cuestión también nos induce a plantearnos el impacto que tuvieron los modos de ver una nueva realidad; es decir, a preguntarnos  por el interjuego entre una realidad "objetiva" de riqueza y la manera de interpretar esa realidad. ¿Fueron los metales parte de una situación concreta o simplemente un espejo de los anhelos de los europeos en América? En este contexto, es importante  reconocer que los mitos formaban parte del bagaje científico de la cristiandad europea (De la Riva 1991), constituían un modo de explicar -y de enfrentarse cognitivamente- al mundo nuevo que observaban. A estas "fantasías" hay que sumarles la ambición material, la cual condujo a la difusión de los antiguos mitos europeos y a su readaptación y asimilación con aquellos americanos. Se conjugaban las creencias originadas en la Europa Medieval con la presencia fáctica de piezas en oro y plata en uso a la llegada española a la región andina: el español llega entonces a considerar que el metal precioso está en todas partes, aunque en todas las ocasiones permanece oculto por los indígenas (Blanco-Fombona 1919).

En la historia de la conquista del NOA, los españoles se movieron llevando consigo dos grandes fantasías íntimamente relacionadas, expresadas en términos tales como ciudad de los Césares y Sierra de la Plata. El mito sobre la Sierra de la Plata se originó tempranamente cuando Juan Díaz de Solís inició una exploración con el objetivo de hallar un paso que comunicase los océanos Pacífico y Atlántico. En esta ocasión, el contacto con indígenas de la cuenca del Río de la Plata llevó al conocimiento de que más al norte existían tierras con oro y plata en donde había guerreros con armaduras plateadas. Si bien la campaña resultó un fracaso, la curiosidad y ansia de metal generaron la leyenda de la "Sierra de la Plata" y años más tarde, Sebastián Caboto (1526) envió a Francisco César a seguir la ruta de la expedición de Solís, reforzando el mito. Francisco César salió desde el fuerte Sancti Spiritu para explorar los alrededores y posiblemente llegó hasta la pampa santafesina. Aunque no halló una tierra con riquezas, logró recaudar información sobre ésta y retornó con muestras de plata labrada. La leyenda de la "Ciudad de los Césares" se mantuvo en el imaginario de los conquistadores generando nuevas expediciones. Estas fueron realizadas en las cercanías de Córdoba, el valle Calchaquí, las pampas de San Luis e incluso en Mendoza, Neuquén y otras regiones de la Patagonia. Esto puede deberse, en parte, a que tras pocos años de haberse iniciado la conquista del territorio, y frente a la realidad de que el oro y la plata no habían colmado a todos los españoles que llegaban en forma continua, el ideal de la riqueza fácil no se extinguió sino que se redirigió hacia  aquellas tierras aún no ocupadas.

Al mismo tiempo, posiblemente la mención de Potosí y la posibilidad de que se iniciara la explotación de yacimientos similares producía temor entre las sociedades locales. En 1593 el corregidor Juan Ortiz de Zárate menciona que los indios en Potosí "...padecían malos tratamientos en sus personas, azotándolos y haciéndolos otros malos tratamientos porque no cumplían las grandes excesivas tareas que les daban cada día" (Rodríguez Molas 1985: 193). Más tarde, los caciques de los indios mitimaes de Potosí enviaron una carta al rey quejándose del "...trabajo tan malo como el peligro de las minas" (Rodríguez Molas 1985: 250). Asimismo, los recursos humanos del Tucumán eran "llevados" de diversas formas (Rodríguez Molas 1985: 138), lo cual implicaba un conocimiento directo del sometimiento en las minas. Vemos, por un lado, que los españoles conocían las duras tareas mineras y que los indígenas evitarían esta forma de explotación y; por otro, que los indios temían formar parte del grupo de los mitayos potosinos o trabajar en otras minas. Estos pudieron ser importantes factores para que los españoles pensaran que las poblaciones del valle Calchaquí ocultaban gran cantidad de riquezas.

Según Lozano, hacia 1609 los indios quisieron matar a los Padres Juan Romero y Gaspar de Monroy debido a que el teniente de gobernador de la ciudad de Salta solicitó a los caciques que enviasen indios mitayos para la labor en minas "que es trabajo más aborrecido por esta gente haragana y que adora su libertad" (Lozano 1755, en Amigó 2000: 33). ¿Cómo pudieron incidir en el imaginario de los calchaquíes los hechos de explotación inhumana en las minas que fueron conocidos y vistos en sus viajes? No es posible disociar el análisis de su condición social y de su imaginario del momento histórico y de los intereses económicos más generales. Frente a lo visto y relatado en las minas de otras zonas -Potosí, Chile, sur de Bolivia- se formula, como hipótesis, que los calchaquíes pudieron haber optado por la rebelión y la resistencia armada como estrategia explícita contra la labor en las minas, entre otras formas de explotación. De esta manera, las sociedades locales pudieron haber contribuido a alimentar la idea de ocultamiento dado el temor a ser sometidas a las actividades de extracción de mineral.

Discusión: metales en la antigua gobernación del Tucumán

Ahora bien, ¿por qué se mantuvo el discurso sobre la búsqueda de riqueza de metales en el valle hasta bien entrado el siglo XVII? Como espacio de frontera de la frontera, el valle Calchaquí mantenía vigente esos mitos porque era una zona aún no explorada territorial y conceptualmente. Entonces, se observa una relación recíproca entre ficción y realidad: los hallazgos de metal, sea en forma de piezas o mineral, contribuyeron a crear y mantener la creencia de riquezas metalíferas en la región. A esto hay que adicionar el contacto previo de los primeros conquistadores con otras realidades, el cual influyó en la creación de expectativas proyectadas sobre la región del Tucumán aún no conquistada (Quarleri 1997),  como también aquellas realidades de descubrimiento de metales en otras regiones al iniciarse un período de exploración sistemática (ejemplo Potosí). De este modo, no se trataba simplemente de que los conquistadores conocieran o no la real distribución de  riquezas en relación con otras regiones sino que sus propios intereses -sociales, económicos y políticos- estaban alterando la percepción de las riquezas.

Podemos considerar, a través de una serie de referencias documentales, que los indios temían el potencial hallazgo de riquezas mineras pues pondrían en movimiento las explotaciones minero-metalúrgicas en el valle. Frente a esta realidad, los grupos indígenas habrían optado por diversas estrategias de ocultamiento llegando, en ciertos casos, al asesinato de españoles exitosos en la búsqueda de minerales (ver más adelante). Posiblemente, estas estrategias dieran forma y acrecentaran tanto el imaginario español sobre las riquezas como el ocultamiento que estuvo presente desde los tempranos descubrimientos de las tierras luego conquistadas.

Si el oro y la plata fueron importantes en instancias iniciales de la conquista americana, también lo fueron en determinadas circunstancias dentro del desarrollo social de la gobernación, como los momentos relacionados con el aumento de conflictos dentro de una sociedad plural en continuo estado de alerta.

El Gran Alzamiento Calchaquí

Durante el "Gran Alzamiento" (1630-1643) se observa una relación entre el inicio de los conflictos y la presencia de metales. Su primer foco de rebelión fue el centro del valle Calchaquí pero pronto su epicentro se trasladó a Andalgalá, Londres y La Rioja (Lorandi et al. 1997); es decir, al centro catamarqueño y riojano. Fue así que en 1630:

acudiendo los dichos indios a sus acostumbradas traiciones, mataron atrozmente a un encomendero suyo llamado Juan Ortiz de Urbina y a Lorenzo Fajardo, su cuñado, con sus mujeres y a un molinero español y a Diego de Urbina, hijo del dicho Juan Ortiz de Urbina, y a un indio de su servicio que estaban en una hacienda suya en dicho valle (Carta del gobernador Felipe de Albornoz al rey, 1630; en Rodríguez Molas 1985: 259).

La principal causa detrás de tales muertes se relacionaría con el descubrimiento de minas en el extremo sur del valle Calchaquí:

la causa de muerte [...] fue haber descubierto el dicho Juan Ortiz de Urbina unas minas (que es tierra de mucho oro y noticias de ellas) que los indios quieren tener ocultas huyendo de su trabajo por saber y haber visto el que pasan en el Cerro de Potosí y en las minas de los Chichas, sus circunvecinas, donde han salido muchas veces con ganados y harinas (Carta del Gobernador Felipe de Albornoz al rey, 1630; en Rodríguez Molas 1985: 260, el destacado es mío).

Según Montes (1959: 86) estas minas se ubicarían en las serranías del Macizo de Capillitas y se trataría del descubrimiento de las minas de oro de Farallón Negro.

Años atrás y luego de ingresar al valle Calchaquí (1622), el obispo Julián de Cortázar comentaba "[que los calchaquíes] quieren más morir peleando que ver forzadas sus hijas y mujeres y verse todos en una perpetua galera" (Levillier 1926: 42).

Autos de Bohórquez: riquezas ocultadas pero reconocidas

La principal información sobre la riqueza presente en el valle Calchaquí y el ocultamiento por parte de los nativos proviene de los documentos relativos a los Autos de Pedro Bohórquez, durante el período conocido como la última rebelión calchaquí (1559-1564). Para esta sección también fue tomada la narración del Padre Torreblanca.

Pedro Bohórquez fue síntesis de una compleja realidad social, donde los distintos actores tuvieron poco o ningún contacto. La versatilidad del discurso de Bohórquez pudo influir en los ánimos de los diferentes actores;  así su presencia en el valle canalizó deseos  fuertemente contrapuestos, incluso su abrupto final puede ser entendido como el resultado de la tensión entre españoles e indios durante más de 120 años. Para los habitantes del valle, como para las autoridades coloniales eclesiásticas y gubernamentales, la presencia de Bohórquez constituía un mecanismo para lograr objetivos específicos. Haciéndose pasar por un Inca legitimado por las autoridades coloniales y usando paralelamente un título real  prometió a las autoridades y mercaderes españoles que revelaría dónde estaban escondidos los tesoros materiales y la ubicación de los yacimientos mineros. A los encomenderos de las ciudades vecinas les prometió indios para las prestaciones de trabajo, a los jesuitas les permitiría la conversión de los indígenas mientras que a los indígenas les brindaría posibilidad de la liberarse del yugo español sirviéndose, entre otros argumentos, de las explotaciones a las que eran sometidos los indios en el Alto Perú. Detrás de estos episodios se observa vigente el deseo europeo de descubrir ricos yacimientos mineros, lo cual era aún ansiado por varios grupos sociales dentro de la sociedad española. Los españoles confiaban en que los indios entregasen sus riquezas ocultas de modo tal que Bohórquez "ofrecía a S.M. hacerle dueño de las riquezas, tesoros, y labores ricas que con prontitud le entregaban" (Torreblanca 1999 [1696]: 26). Frente a esto, "el Sr. Gobernador se impresionó de suerte con la promesa de tesoros, y riquezas fantásticas que le hacían" (Torreblanca 1999 [1696]: 28). Una vez en el valle, Bohórquez no cumplió con lo estipulado: organizó la defensa del valle contra los ibéricos, estableció alianzas con grupos indígenas externos al valle y transgredió las normativas religiosas y morales europeas.

En una carta de Bohórquez, quien buscaba un acuerdo con el gobernador escribe:

Me enseñarán las minas todas que en si encierra esta tierra y para principio me han mostrado dos entierros de los capitanes del inca que verdaderamente prometen tener alguna cosa de consideración por las muchas figuras de piedra y estatuas de madera que sobre sí tienen y otros lavaderos de oro que también prometen enseñarme diciendo que como heredero de su inca no quedará cosa oculta que no se me manifieste (Archivo General de Indias, Carta del Cáp. Bohórquez al Sr. gobernador, abril-1657. Autos, I, el resaltado es mío).

La lectura de los Autos muestra que según los dichos de Bohórquez, reproducidos por el gobernador, los jesuitas, los vecinos y las autoridades militares, existían riquezas por doquier. Estas estaban ocultas pero permanecían en la tradición y memoria de los calchaquíes y, no obstante este ocultamiento, se tenía noticia de las mismas a través de los relatos de los conquistadores:

le muestran [los calchaquíes] los descubrimientos de guacas, enterramientos, tesoros, minas y demás riquezas del valle de Calchaquí y sus confines tan seguras en la memoria de los indios y en las noticias de esta provincia (AGI Testimonio del título de teniente que se le despachó al Cáp. P. Bohórquez, agosto-1657. Autos, I, el destacado es mío).

Asimismo se observa la variedad de formas en que los metales eran presentados y cómo ellas tenían valor económico, tales como lavaderos de oro, entierros, minas:

[los indios] han le ofrecido mostrar la Casa Blanca 3, minas y lavaderos de oro en cuyo testimonio se que le han mostrado ya dos guacas y habiendo hecho el Cáp. D. Pedro Bohórquez que cavasen la una de ellas sacaron dos estatuas [...] y haciendo cavar más abajo a poco espacio se halló una manilla de oro que pesaría tres onzas (AGI, Carta del Cabildo de S. J. Bautista de la Rivera con aviso de la entrada del Cáp. D. P. Bohórquez al valle Calchaquí y de aquellos naturales de él le aclamaban por su inca, mayo-1657. Autos, I, el destacado es mío).

Por otro lado, también existen múltiples referencias a que estos tesoros estaban escondidos desde la época del dominio inca:

procurará [Bohórquez] [...] cómo inquirir la parte de dicho valle o sus confines donde se ocultó el tesoro y mita que se llevaba de estas provincias al inca (AGI, Instrucción de lo que ha de obrar el Cáp. D. P. Bohórquez en el gobierno y mandado de aquellos indios de Calchaquí y demás dependencias que lleva a su cargo, agosto-1657. Autos, I)

Lo que llama la atención durante esta última rebelión fue que la importancia de la riqueza metalífera de los valles, sumada a los objetos presentes en las sepulturas antiguas,  cobrara nuevo vigor. Significativamente, no hay mención de estas riquezas tras la ejecución de las campañas definitivas de pacificación de 1659 y 1665, inclusive cuando el sucesor en la Gobernación, Gerónimo Luis de Cabrera, recogió testimonios solicitados por el virrey del Perú sobre el engaño que sufrió el gobernador Mercado y Villacorta por Bohórquez.

De este modo, en ciertas situaciones de tensión que culminaron en rebeliones indígenas el tema de la presencia de metales resurgió en el discurso español. Cabe destacar que en Chile la explotación de oro en superficie tuvo cierta importancia al iniciarse la primera etapa de conquista, en parte esto pudo incentivar la búsqueda y generó confianza en la presencia de este metal en el valle Calchaquí. Lo mismo pudo ocurrir con la existencia de los ricos yacimientos de plata en el centro y sur de Bolivia. Sin embargo, si "el imán de los conquistadores fue el oro" (Gandía 1946: 109), y gran parte del modo de ocupación giró en torno a su ubicación y posibilidad de usufructo, también es cierto que el oro, y más tarde la plata, fue una metáfora de ascenso social, fama y riqueza, más allá de su real valor. Como representación significativa, el oro generó fantasías de valentía y heroísmo, no solo ansias de enriquecimiento. A partir de esta lectura se propone emplear el concepto de "mito de frontera" entendiendo por este término una creencia que se retroalimentó en un espacio liminalmente significativo en términos simbólicos y materiales. Dentro del NOA, el valle de Calchaquí pudo constituir un verdadero ámbito de frontera cognitiva y material.

Conclusiones

Con la colonización hispana de América, las tareas vinculadas con la búsqueda, explotación y refinación de metales preciosos constituyeron unas de las principales actividades económicas. Estas tareas fueron adquiriendo diferente naturaleza de acuerdo a cada área, dependiendo principalmente del potencial metalífero y de las características de las sociedades locales -capacidad demográfica, resistencia a los españoles. La explotación de los metales preciosos; primero oro y más tarde, y a mayor escala, plata constituyó el motor económico mundial. El metal durante la conquista fue un recurso altamente redituable en términos económicos, además de una metáfora de riqueza, acceso al poder y acrecentamiento del estatus social.

Los movimientos de avanzada hacia el NOA fueron el resultado de conflictos por poder y riqueza desplegados en los Andes Centrales y de las permanentes oleadas de inmigración desde el Viejo Mundo, en particular de la Península Ibérica, que comenzaron a surgir desde el inicio de la conquista del Perú. Las continuas referencias a los metales preciosos reflejaron un conjunto de necesidades políticas y económicas diferentes en cada momento de la conquista española. De este modo, en una primera etapa de exploración y asentamiento en la región se indicaba la existencia de oro y plata, aunque el reconocimiento estaba poco interiorizado y se entendía a la región como rica en metales preciosos. Gran parte de este conocimiento provenía de las referencias sobre la presencia incaica, el rol de los mitimaes en la explotación de las minas pero, en parte, también se debía a la propaganda para fortalecer los recursos destinados a la conquista. Luego, con el tiempo y la ocupación de gran parte de la gobernación, la presencia de metales fue un mecanismo discursivo que condensó los conflictos con los indígenas, amén de la riqueza y del ocultamiento de los mismos. Sin embargo, en lo que respecta a la etapa de sojuzgamiento del valle Calchaquí la extracción de metales y la minería no se desarrollaron a gran escala, lo cual no implicó que cesaran las referencias a estas posibles actividades.

La ocupación del NOA y, en líneas generales, las avanzadas desde esta región hacia el sur estuvieron fuertemente condicionadas por la búsqueda de la ciudad mítica de los Césares. Sus conflictos jurisdiccionales con Chile, la creación de la gobernación del Río de la Plata, así como la ausencia de metales en los territorios efectivamente ocupados,  reorientaron la expansión territorial hacia riquezas poco precisas en ubicación pero reconocidas en cuanto a su valor económico. Durante las épocas de mayor conflicto, especialmente durante las últimas dos rebeliones calchaquíes (1630-1643 y 1659-1666), se hizo alusión a las actividades de extracción de los minerales. La máxima expresión de la búsqueda de metales fue durante la última resistencia calchaquí, cuando los conflictos en una población multiétnica cobraron materialidad a través del imaginario del ocultamiento y la presencia de metales en el valle Calchaquí. Esta búsqueda de metal se habría desplegado como excusa para lograr la ocupación efectiva de este espacio aún no conquistado. La posterior falta de explotación sistemática no respondería únicamente a los desenlaces de la guerra, ni al sorpresivamente escaso potencial de las menas en el valle sino a una política de explotación basada en otros recursos más redituables en el contexto de la gobernación hacia mediados del siglo XVII. Tras la desnaturalización de los calchaquíes, Torreblanca (1999 [1696]: 108) comentaba que se mandó a realizar un cateo a "las cumbres de los cerros más noticiosos que había en Calchaquí". La búsqueda de minerales resultó exitosa pero Torreblanca agregó que "hízose tal diligencia, pero sin fruto; no porque faltaban metales, que de las primeras serranías los trajeron; sino que los que iban tenían otras cosas que les tiraban". La narración no aporta más información sobre qué otras cosas "tiraban" pero es posible considerar que se trataba de actividades económicas orientadas al comercio con las regiones septentrionales. En el momento en que la ocupación del valle se tornó acuciante, las autoridades convocaron a las fuerzas requeridas para lograr la entrada exitosa. Lo que originó, en definitiva, el tercer levantamiento calchaquí no fue simplemente el rechazo de Bohórquez a abandonar su plan de engaño sino la necesidad de mano de obra indígena. En este contexto, la presencia de minerales fue secundaria tal como lo demuestra el relativo silencio final sobre éstos tras la desnaturalización de las poblaciones originarias. Cuando se inicia el proceso de reasignación de tierras, el trabajo indígena siguió siendo una de las fuentes de rentabilidad más inmediata, con bajo costo de inversión. A pesar de ser la riqueza metalífera el objeto principal de búsqueda y referencia, la mayor parte de las veces, la solicitud en las cédulas aludía a la tierra y a la mano de obra indígena.

De todos modos, existe información sobre actividades minero-metalúrgicas en el sur del valle de Yocavil cuando a inicios de la década de 1680 el gobernador del Tucumán, Fernando de Mendoza Mate de Luna, le concedió una merced de tierras en la zona de Puna de Balasto a Juan de Retamoso, quien además compró unas tierras vecinas, y en 1688 el gobernador Tomás Félix de Argandoña dictó un auto de merced de unas tierras linderas a las minas que Retamoso había descubierto en 1687 (Rodríguez 2003). Estas tierras fueron denominadas como la estancia de San Juan de Ingamana y en ella se instaló la mina de la "Purísima Concepción y San Carlos de Austria", manteniendo durante un tiempo una jurisdicción territorial y política independiente a la jurisdicción de Catamarca pero según Salvatierra (1960), dicha mina fue abandonada en 1710. Paralelamente, los estudios arqueometalúrgicos indican que las condiciones técnicas de fundición de plata en dos asentamientos coloniales tempranos instalados en el sur del valle de Yocavil -El Trapiche y Fundición Navarro- fueron pobres, con problemas de temperatura y de ventilación (Gluzman y González 2005). La evidencia material, grandes rocas de molienda del tipo rueda y un horno de fundición de cuba construido en piedra en el sitio El Trapiche; un canal recubierto con lajas, de cerca de 1 km de longitud, que captaba las aguas del río Santa María y las llevaba hasta el sitio de Fundición Navarro, sumada a la modalidad de ocupación ibérica en la región permite estimar que estos sitios habrían operado desde la última mitad del siglo XVII hasta mediados del siglo XVIII (L. González 1997). La disponibilidad de combustibles, elemento clave de toda instalación pirometalúrgica, era fácilmente accesible en el área hacia fines del siglo XVII. La modalidad constructiva de los recintos del sitio de Fundición Navarro se distingue por su carácter expeditivo, lo que junto a la escasa cerámica tosca hallada sugiere un bajo nivel de inversión de fuerza de trabajo. Estas características contrastan notablemente con la prolijidad de una superficie despejada al pie de la sierra, pavimentada con lajas y que habría conformado una cancha para el depósito y la trituración de minerales de cobre. Las limitaciones técnicas y humanas no fueron acuciantes; por el contrario, a partir de las desnaturalizaciones, lejos de la explotación de metales preciosos, una de las principales actividades económicas redituables fue la venta de mulas cuyo destino era, como en los momentos anteriores, abastecer las necesidades del Alto Perú. La economía del Tucumán se mantuvo sujeta a las demandas de otras áreas metalíferas de potencial altamente superior a la del valle Calchaquí. En lo que respecta a la población calchaquí desnaturalizada, la visita de Luján de Vargas de 1683 permite observar que la población vallista aportaba el 59,33% del total de la población encomendada en la jurisdicción de la ciudad de San Miguel (Noli 2003). Además, en el sur de la jurisdicción, aprovechando las ricas maderas del piedemonte tucumano, se seguía trabajando en la actividad tradicional del distrito desde el siglo XVI fundamentalmente relacionada con la extracción y trabajo de la madera (Noli 2001). Se producían carretas y maderas para la construcción de viviendas y edificios, destacándose las vigas y los cerramientos de cedro y nogal dirigidos a satisfacer los requerimientos del mercado.

Un empadronamiento de indios de 1688, sólo un año más tarde del auto de merced sobre las tierras del sur del valle, muestra que el curaca don Francisco y varios indios de tasa de origen ingamana se encontraban trabajando en las minas de la "Purísima Concepción y San Carlos de Austria", las cuales se asentaban en las mismas tierras de las que ellos eran originarios (Rodríguez 2003). Esto implica que, a pesar de las prohibiciones de las autoridades españolas, los calchaquíes en ciertas circunstancias retornaban al valle con aceptación de sus encomenderos. En otras ocasiones ciertos grupos vallistos, como los amaichas y colalaos, retornaban sin permiso debido a la cercanía respecto a sus nuevos asentamientos y a la capacidad de negociación colectiva de estos grupos con la sociedad colonial (Noli 2003). Es posible manejar la hipótesis de que la asignación de ingamanas para estas actividades no fuera casual sino que se debiera a los conocimientos previos que pudieran manejar sobre las mejores localizaciones y modos tradicionales de extracción mineral, en tanto hubo explotación de las minas de este sector del valle en tiempos prehispánicos.

Los intentos de explotación minera no se limitaron a las minas de Juan de Retamoso. Hacia 1705 se observa en un documento4 que se solicitaban los cerros de Famatina, los de Punta de Balasto y Aconquija donde se realizaba un cateo de minas de oro de las que se tenía noticia, como así también de las guacas o enterramientos que fueran hallados (ABNB, Min-62.5, 1705). En este caso se pide también, "llevar seis indios de la Villa Imperial de Potosí por tiempo de un año por no haber los peritos en el trabajo". La fuente agrega que:

pedimos se nos conceda el llevar en nuestra compañía algunas personas con armas para nuestra defensa por los peligros manifiestos que han experimentado yendo a estos descubrimientos respecto de que la mayor parte de los ind[ios] son opuestos a que se hagan y así impiden matando y robando a los españoles. (ABNB,  Min-62.5, 1705, el destacado es mío).

Esta última referencia estaría indicando que mediante permisos o regresos clandestinos aún perduraba el intento calchaquí de evitar la explotación minera como una estrategia activa.

A pesar de que los españoles lograron una mayor interiorización del territorio con el tiempo, no hicieron, la mayoría de las veces, una precisión sobre la localización de las minas, aquellas sólo fueron el objetivo idealizado de la conquista y el motor para continuar la avanzada incluso ante el fracaso. Con las desnaturalizaciones perduraron las creencias sobre los tesoros ocultos y las minas de oro, como también la resistencia calchaquí para evitar su usufructo. En definitiva, la economía de la gobernación del Tucumán mantuvo su carácter de intermediaria en el eje Potosí-Buenos Aires tanto por la comercialización de la producción excedentaria como por su papel en la redistribución de productos ultramarinos y americanos, circuito que se tornó más complejo hacia mediados del siglo XVIII y que hacia  finales de ese siglo y principios del XIX se orientó, mayormente, al puerto de Buenos Aires (López de Albornoz 2001).

Fuentes inédita citada

ABNB. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Min-62.5, 1705, Sucre. Los capitanes don Mateo y don Miguel Sopeña, pidiendo se les adjudiquen los cerros de Famatina y Alancan, términos de La Rioja y los de Punta de Balasto, Aconquija y Cacallanca, términos de Catamarca.

AGI. Archivo General de Indias. Charcas 58 y 126 sobre los Autos de don Pedro Bohórquez. 1657-1959.Instituto Ravignani, FFyL - UBA.

Notas

1 El valle Calchaquí en sentido amplio se prolonga desde el Abra de Acay (provincia de Salta) hasta Punta de Balasto (provincia de Catamarca) y puede subdividirse en dos áreas geográficas: valles Calchaquíes (porción Norte) y valle de Yocavil (porción Sur), articuladas en el área de Cafayate, donde el río Calchaquí se une con el río de Santa María y forman el río de Las Conchas.

2 Realizado gracias al financiamiento de la Fondazione Sandra Sánchez, año 2005.

3 Siguiendo a Lorandi y Boixadós, la prestigiosa huaca llamada la Casa Blanca que aparece en los documentos haría referencia a las estructuras edilicias que se encuentran en la cumbre del cerro donde se emplaza el sitio 1 de Rincón Chico. Esta localidad arqueológica albergó durante los momentos prehispánicos tardíos un taller de producción metalúrgica que funcionó hasta el momento de contacto hispano-indígena. Hasta el momento, las evidencias no permiten comprender qué tareas fueron realizadas en el taller entre mediados del siglo XVI, cuando se produjo la primera entrada española a la región, y 1665, momento en el cual el régimen colonial se instaló en forma definitiva. Posiblemente haya habido una disrupción de ciertas actividades por ruptura de las cadenas de obtención de materia prima de zonas alejadas, como el estaño, cuyas fuentes más cercanas se encuentran aproximadamente a 150 km al SO, en las sierras de Belén y Fiambalá (L. González 2000).

4 Agradezco a Lorena Rodríguez quien me facilitó esta documentación.

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Fecha de recepción: 15 de julio de 2007.
Fecha de aceptación: 9 de noviembre de 2007.

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