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Memoria americana

versión On-line ISSN 1851-3751

Mem. am.  n.15 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./dic. 2007

 

RESEÑAS

Bartolomé, Miguel Ángel. 2007. Librar el camino. Relatos sobre antropología y alteridad. Buenos Aires, Antropofagia. 158 páginas.

Carina Lucaioli

UBA – FFyL / CONICET carinalucaioli@gmail.com

Narrado desde el lenguaje atrapante propio de la experiencia etnográfica, Librar el camino de Miguel Ángel Bartolomé, convoca a la lectura tanto de colegas como de aquellos espíritus inquietos, amantes de lo “desconocido”. La proliferación de adjetivos, el realismo de las descripciones y la filtración explícita de sensaciones y sentimientos convergen de manera efectiva generando una percepción vívida de los contextos de interacción. Así, a través de estas páginas, se tiene la inevitable sensación de ser transportado en el espacio y el tiempo a los lugares y situaciones que ellas describen.

Para el autor, este libro es un ejercicio de la memoria, es abrir las puertas a un largo trabajo de campo que conduce a seis relatos etnográficos, seis experiencias de vivir y contar lo indígena a través de la mirada antropológica. Es, también, la invitación a asomarnos a una América Latina de los “otros” reandando el camino que se inicia en la inmensa soledad de la Patagonia argentina del pueblo mapuche, internándose luego en las selvas subtropicales de los ayoreode y aché-guayakí del Paraguay para finalmente acompañar las huellas de los pueblos chinantecos, mayas y chatinos del actual México. La narración, que respeta el ritmo cronológico en que se sucedieron los acontecimientos, se traza en paralelo con la trayectoria del antropólogo: “No se trata de enfatizar el protagonismo, sino de aceptar el hecho de que nuestras presencias en otras culturas está teñida del contexto personal del momento” (p. 20). Desde una perspectiva que pone en primer lugar a la práctica etnográfica por sobre la teoría científica, este autor reivindica el lugar de la percepción personal y la subjetividad: “Toda selva, vegetal o social, es una nueva selva ante la cual debemos iniciar un necesariamente lento aprendizaje, ya que se construye básicamente por experiencias personales y no tanto por informaciones transmitidas” (p.114).

Estos relatos que “no pretenden constituirse en un libro de viajes, puesto que no aluden a transiciones sino a dilatadas permanencias” (p.21) nos permite acompañar las escalas de esta travesía antropológica que comienza en 1966, en la Patagonia argentina. Con unos primeros pasos un tanto erráticos y difusos, la búsqueda vocacional del autor se enfrentaba con la necesidad de hacer de la antropología una empresa social y comprometida con la realidad, aunque sin saber aún cómo ni mediante que medios. A través de un tono irónico y teñido de buen sentido del humor, el autor nos hace cómplices de los vaivenes de su impulsiva juventud, en donde comenzó a gestarse un genuino compromiso y el respeto por los pueblos indígenas y sus construcciones simbólicas de vivir el mundo y la historia. Ese joven que no creyó reconocer a los mapuche debajo de las ropas que su paradigma atribuía a gauchos y paisanas y que ensayaba un rol de “extranjero” en su propio país, al final de su camino nos devuelve una imagen resuelta y segura de sí mismo. Ya no se desalienta por los artilugios simbólicos propios de las relaciones interétnicas y los mestizajes sino que, y por sobre todo, elabora nuevas herramientas para conducirse como un “otro” en un mundo que le es ajeno aunque ya no extraño. Mediante un giro personal de su trabajo de campo, en donde la “observación participante” se trastoca en una “participación cuidadosamente observada y reflexionada”, Bartolomé libra el camino de seguir la senda de los pasos indígenas, asomarse a otros mundos y empaparse con ellos.

De esta manera, el hilo conductor de la memoria etnográfica se entrelaza a lo largo del texto con otros aspectos que contribuyen íntimamente al quehacer antropológico: las diferentes inquietudes teóricas y metodológicas del investigador, la dinámica social de las distintas realidades etnográficas y el escenario histórico en que se desarrolla la interacción.

En los primeros trabajos de campo y acompañado de una fuerte impronta arqueológica, Bartolomé centra su atención en el estudio de la cosmología y el simbolismo indígena. Y si bien la dimensión de lo simbólico empapa e impregna toda su investigación, la problemática histórico-social y política de los pueblos mexicanos emerge con mayor fuerza y protagonismo en las ultimas narraciones. Más allá de las preguntas específicas con las que aborda a los distintos grupos indígenas, subyace a la narración de estas experiencias un mismo trasfondo teórico y metodológico que busca “contribuir a la discusión respecto a la ahora tan cuestionada posición del etnógrafo” (p.21) y, mediante ella, a la dinámica de las identidades.

La tensión que establece la relación del “nosotros/otros” es una preocupación que condiciona la vivencia y percepción de otras culturas; tensión que Bartolomé resuelve invirtiendo los términos que dicta la antropología clásica: “comunicarme con culturas diferentes a la mía, tratar (¡siempre sólo tratar!) de ver el mundo con los ojos de los otros” (pg.23). Esta propuesta etnográfica desplaza a un segundo plano la reflexión del nosotros a través de la imagen reflejada que nos devuelve el espejo de los otros para, desde el etnógrafo y sus propios parámetros culturales, interpretar y hablar de esos mundos ajenos, verdaderos protagonistas. Para Bartolomé, emprender la tarea de estudiar a los “otros culturales” implica, inevitablemente, librar el camino . Un camino que conduce al propio extrañamiento a medida que indaga otras realidades que buscan “imponerse como una nueva estructura de plausibilidad que se orienta a desplazar a la preexistente; lo ‘real constituido' dentro de lo cual transcurría nuestra vida cotidiana, exhibe de pronto su carácter contingente y arbitrario” (p.22). En esta experiencia de conocer formas simbólicas y culturales alternativas, “capaces de constituirse en experiencias de realidad dominantes que permean y modifican la de quien vive con ellos” (p.22), se desdibujan los propios parámetros y la pertenencia identitaria se torna híbrida y liminal, generando la extraña sensación de “dejar de ser de aquí pero tampoco ser de allᔠque Bartolomé nos transmite con sorprendente idoneidad.

Bajo estos relatos se esconde una riqueza que supera la narración de un largo viaje y las peripecias del trabajo de campo. Manifiesta, también, una denuncia de la situación histórica latinoamericana y de la relación de los grupos indígenas con los contextos de colonización: las consecuencias del racismo y la discriminación, la precarización de sus espacios y la manipulación territorial mediante la apropiación de sus recursos ecológicos, por ejemplo, para la construcción de presas hidráulicas o la explotación turística.

En este sentido, advierte sobre el lugar en que generalmente se sitúa “lo indígena” en los estados nacionales, como reductos de la historia con escasa vigencia y deslucido interés académico. Este libro reivindica el lugar de los estudios indígenas dentro del quehacer antropológico, no como “una apelación a su pasado sino parte activa de un presente dinámico” (p.15). Si bien los grupos nativos, fueron, son y serán una parte sumergida, acallada y desplazada de las historias nacionales, en los márgenes de las fronteras histórico sociales, producen y reproducen simbólica y materialmente sus culturas. Es a este andar silencioso al que Bartolomé dedica este libro. No busca gestionar una mediación ni mucho menos romper el silencio de los grupos indígenas denunciando “por ellos”; sino que -por el contrario- es hablando “de ellos” que el autor reivindica los mecanismos políticos y la capacidad de acción de estos pueblos, tan manoseados por el imaginario del sentido común: “Mi testimonio no es tan importante. Cuando quieren ser escuchados ellos hablan por sí mismos” (p.154).

Por último, las vivencias de Bartolomé que se conjugan en un largo devenir por diferentes contextos nacionales, también nos permiten reflexionar sobre la impronta de los sucesos históricos, sociales y personales sobre el acercamiento a “los otros”. Este libro nos habla, entre líneas, de golpes militares, exilios, expropiaciones culturales, restricciones económicas que se conjugan con becas de estudio y contextos académicos cerrados, creando la sensación de que -a veces- poder abrir la puerta hacia otras realidades es una cuestión de estar en el momento justo en el lugar indicado. Sin embargo, creo que este antropólogo que -como dice su prologuista, “nada parece olvidar y nada se ahorra en vivir” (p.14)- posee una enorme capacidad de lograrlo una y otra vez.

Bartolomé recuerda, en uno de sus relatos sus nutridos encuentros con Juan Foerster -un alemán nacido en las colonias de África que había emigrado a América y levantado un pequeño museo en medio de la selva paraguaya- de quien dice “le enseñó a compartir sus recuerdos y hacer que pudiera habitarlos con una empatía emocional inusitada; hay hombres que logran transmitir su experiencia hasta el punto que sentimos poder hacerlas nuestras” (p. 84). Nada mejor que sus propias palabras para describir lo que genera la lectura de estas páginas y, si esto ocurre, estaremos librando nuestros propios caminos, cosa que -creo- permitiría continuar el trayecto iniciado por su autor: “Todo libro es una puerta cerrada de la que cada lector tiene su llave personal, pero la misma puerta conduce a distintos ámbitos y diferentes caminos. Espero entonces que el lector haga su propia e interesada lectura de estas páginas, recordando que no soy el actor principal de estas historias, sino sólo uno de sus testigos” (p. 23).

Al igual que entre los chatinos -pueblo dentro de pueblo- librar el camino implica “involucrarse de manera definitiva en uno de los posibles senderos de la vida” (p. 23), este libro -etnografía de etnografías- es una invitación al compromiso de ser extranjero en nuestra propia tierra.

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