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Memoria americana

versión On-line ISSN 1851-3751

Mem. am.  no.20-1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul. 2012

 

REFLEXIONES Y DEBATES

¿Etnohistoria, Antropología Histórica o simplemente Historia?

Ethnohistory, Historical anthropology or just History?

 

Ana María Lorandi *

* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. E-mail: anamarialorandi@gmail.com

El presente ensayo tiene el propósito de contribuir al debate sobre las relaciones entre Antropología e Historia, para ello hemos invitado a algunos investigadores calificados para que expresen su opinión sobre todos o varios de los temas que aquí se mencionan; es decir a partir de la viabilidad y práctica de la convergencia epistemológica y metodológica de ambas disciplinas.

Si aceptamos que la Historia ha sido flexible y receptiva a la influencia de la Antropología como puede constatarlo cualquier lector, por qué los antropólogos siguen aferrados al presente y no utilizan sus categorías y su metodología para interrogar al pasado de las sociedades complejas recurriendo -valga la redundancia- a un paradigma antropológico -no "sociológico"- como lo comentaremos más abajo1. A lo sumo realizan una historia de lapso corto, apelan a la memoria oral o practican el relevamiento de un acontecimiento contemporáneo. Surgen entonces los siguientes interrogantes: ¿por qué somos tan pocos, en este país, los que enfocamos el pasado desde una Etnohistoria o Antropología histórica cuya diferencia desarrollaremos más abajo?; ¿cómo podemos revertir este desinterés por parte de los antropólogos y lograr, inversamente, que los historiadores reconozcan más abiertamente la importancia epistemológica de la Antropología en sus cambios de paradigma?2; ¿de qué manera se pueden derribar estas barreras, más allá de los respectivos espacios académicos que ocupan sus representantes?

Es indudable que en el título tenemos un denominador común: la Historia. Ahora bien: ¿los que hacen Etnohistoria o Antropología histórica hacen simplemente Historia, sin más? y, ¿cuál es la diferencia entre Etnohistoria o Antropología Histórica? Pareciera tratarse de un viejo debate que, sin embargo, cada tanto retoma actualidad.

Hace muchos años Franklin Pease (1979-1980), en su discurso de incorporación a la Academia de Historia del Perú, propuso que la Etnohistoria era simplemente Historia porque el pasado indígena, prehispánico, colonial o republicano, era parte de la historia del Perú. Unos años después Thierry Saignes se expresaba en un sentido similar3. La clave de estas opiniones reside en entender los esfuerzos de esos investigadores por legitimar a la sociedad indígena como un sujeto que merecía ser investigado con los mismos paradigmas teóricos y metodológicos aplicados al resto de la sociedad. Desde el momento en que la disciplina eligió el pasado de esa sociedad como sujeto de estudio, y para realizarlo debía recurrir a las técnicas de indagación provistas por la Historia, simplemente se hacía Historia. Planteada en estos términos la discusión parecía cerrada; no obstante, para retomarla es necesario introducir otras variables. En principio, podremos considerar dos de ellas: la identificación del término étnico con indígena o aboriginalidad, y el campo académico construido en torno a la Etnohistoria.

Aunque es etimológicamente incorrecto, se aplica la palabra étnico/a a cualquier estudio o manifestación cultural que lleve una impronta aborigen, también, particularmente, a situaciones de conflicto con la sociedad hegemónica (Bechis 2010). No se utiliza el término si se estudian hábitos o producciones atribuidas a españoles, las personas de origen europeo parecen no haber pertenecido a ninguna etnía y son identificados por su origen nacional, como españoles, u otros europeos, criollos españoles nacidos en América, incluso mestizos. En el caso de los criollos no se dice son de etnía española nacidos en América", por lo tanto desde esta perspectiva la etno-historia americana se ocupa de los indios y nada más que de los indios, al menos en la práctica.

¿Cuáles son las consecuencias de este tour de force etimológico?; ¿quiénes se ocupan de los indios?: los antropólogos. Por lo tanto, aquellos que se interesan por indagar cómo vivían y qué hacían los indios en tiempos pasados eran antropólogos devenidos en historiadores. Pero también es cierto que muchos historiadores se ocuparon de la misma temática adoptando el paradigma epistemológico de la antropología y, como consecuencia, ambos grupos de especialistas se articularon en torno a la dicha temática indígena constituyendo un campo con identidad académica propia.

Esta no es una variable despreciable en el ejercicio de una disciplina pues la diferenciación con respecto a los otros campos de las ciencias sociales varía según las tradiciones y el devenir de la investigación en cada país. A veces se constituye como una especialidad separada, como ocurre en Argentina, mientras en los países andinos, cuyas poblaciones de origen indígena tienen mayor peso demográfico y cultural, el campo presenta límites menos definidos. No obstante, en todos esos países las redes de relaciones académicas operan de manera similar para permitir una identificación profesional.

Por tal motivo, podríamos considerar a la Etnohistoria como una disciplina que se ocupa de la sociedad indígena mediante un maridaje entre paradigmas teóricos y metodológicos de la Antropología y de la Historia. Ahora bien: ¿cuál sería entonces la diferencia con la Antropología histórica? Probablemente desde el punto de vista epistemológico no existe, excepto que en la concepción actual la Antropología ya no se ocupa solamente de las poblaciones aborígenes culturalmente no-occidentales. Una breve síntesis del devenir de la práctica de la Etnohistoria podría venir en nuestra ayuda. Desde las décadas de 1960 y 1970 los etnohistoriadores focalizaron su interés en la sociedad indígena prehispánica de los últimos siglos antes de la conquista. Se trataba de reconstruir la estructura sociocultural de las poblaciones americanas originales mediante la confluencia de la arqueología, las crónicas y los documentos coloniales. Con el tiempo aumentó la preocupación por observar los cambios de esos mismos grupos bajo el dominio español y, por lo tanto, fue inevitable que entraran en el objetivo otros actores sociales que intervenían en el proceso de colonización. Es así que la Antropología "descubre" la posibilidad de estudiar a esos otros segmentos sociales con la misma confluencia disciplinar. En síntesis, se trató de estudiar el pasado histórico colonial, y luego el republicano, como una configuración que no podía ser segmentada. Otra consecuencia fue que en determinadas coyunturas y/o problemáticas la sociedad no-indígena fue adquiriendo protagonismo por sí misma y se transformó en legítimo sujeto de estudio para esta confluencia disciplinar.

De allí que para algunos investigadores, entre los que me encuentro, la Antropología histórica -tomada en el sentido otorgado por algunos autores europeos como Le Goff (historiador) o Goody (antropólogo) que la han utilizado para estudiar el pasado histórico de su propia sociedad- nos sirve para interrogarnos sobre la estructura cultural, las prácticas y sus significaciones, de cualquier segmento social privilegiando el análisis de los hábitos, las actividades y los imaginarios desde una perspectiva antropológica. Se estudia así un conjunto social que tradicionalmente era el sujeto de la investigación histórica tradicional, preocupada, sobre todo, por caracterizar el proceso histórico desde la acción de las elites o de los gobiernos -en tanto única instancia de agencia activa. Era una historia que se construía desde arriba hacia abajo, no sólo en lo político sino también en lo cultural, y le atribuía un rol pasivo al resto de la población, cualquiera fuera su origen; salvo, claro está, en el caso de reacciones violentas a las presiones ejercidas desde arriba.

Ahora bien, ¿qué pasa con la Historia?

¿Antropología histórica o historia antropologizada?

La diferencia principal entre Antropología social e Historia reside en que una interroga a sujetos contemporáneos al investigador y la otra interpela a los que solo dejaron huellas de actividades pasadas. El tiempo en el que se ubica al sujeto parece justificar la diferencia porque la Antropología dispone del testimonio directo del actor y la Historia necesita explorarlos mediante la intermediación de los documentos o monumentos dejados a su paso por el mundo de los vivos. Pero ésta es sólo una de las variables, en ambos casos la palabra del individuo, o los individuos, no constituye por sí misma un criterio de verdad y es necesario controlar las intenciones manifiestas del actor, o actores, con la observación directa -etnografía- o con la búsqueda de otros documentos -etnografía histórica4 - que revelen las prácticas constitutivas de la acción social5. Como veremos hay muchas otros procedimientos que aproximan y convergen en ambas disciplinas y si se discute la forma en que opera actualmente la Historia podremos definir el problema con más claridad. En este momento, hay una nueva modalidad de hacer Historia y tiene la ventaja de que apela a artefactos conceptuales de varios campos del saber, además de enriquecerse recuperando la historicidad de su propia disciplina, y la experiencia teórica y metodológica del historiador.

El antropólogo y el historiador persiguen el mismo objetivo: conocer y comprender a la sociedad humana. Cabe recordar que la Antropología era definida como un conjunto de disciplinas que integraban "la ciencias del hombre", mientras la Historia era clasificada entre las "humanidades". ¿Por qué se apartaron y cuándo, si es que aparentemente están tan próximas?; ¿qué paso con la identificación de sus respectivos campos? Los aborígenes no tenían historia, decían. Entonces los antropólogos se ocuparon de ellos, "de los otros", no para recuperar su historia pues no la tenían, sino para estudiar cómo "funcionaba" un sistema cultural con "pautas" diferentes a las occidentales y más tarde analizaron su "estructura" para recuperar la lógica del tal funcionamiento. La Sociología, preocupada por comprender los comportamientos de los "occidentales", interviene en este proceso de diferenciación cambiando el foco de la Historia, hasta entonces puesto en el individuo y en el relato de los hechos heroicos o en las instituciones con "personalidad" autónoma, y desplazándolo al conjunto de la sociedad, la "anonimiza". Desecha la narración de los acontecimientos y prefiere observar las prácticas recurrentes, por encima o por fuera de dichos acontecimientos. Buscaba regularidades en los comportamientos desde una perspectiva "científica", los describe e interpreta a partir de una determinada estructura de la cultura social.

El otro gran clivaje de diferenciación es el tiempo. Los aborígenes no tienen historia porque no escriben su historia, de allí la deriva: como no escriben Historia no tienen historicidad. Es más, el "cambio" que estudiaban los funcionalistas británicos en las poblaciones africanas era de tipo adaptativo a algunas condiciones cambiantes, medioambientales o sociales, no histórico en el sentido de transformaciones temporales, producto de las experiencias de vida. Más o menos eran siempre iguales a sí mismos o marchaba en círculos.

Obviamente esta síntesis es caricaturesca y no responde estrictamente a la realidad pero nos permite introducirnos en el problema. El último aspecto mencionado, el de la historicidad, nos da pie para desarrollar la discusión. Ahora sabemos que no hay sociedades sin historia; sin embargo, la cuestión reside en saber si dichas sociedades son capaces de reflexionar sobre los acontecimientos en los que participan y en sus consecuencias para la vida presente y de convertirlos en motores del futuro6. Todo depende de los distintos "regímenes de historicidad" y retomando la noción de la "estructura de la coyuntura" de Sahlins (1988) se pueden observar los modos de articulación entre el pasado, el presente y el futuro como plantea François Hartog (2003).

Vayamos ahora al trabajo del historiador analizando el pasado de su propia sociedad. Se pasó de la Historia heroica, como maestra de vida o Historia ejemplar, a una Historia social que privilegiaba los comportamientos recurrentes. Desde comienzos del siglo XX la influencia de la Sociología fue decisiva en lo que Jacques Revel ha llamado "el paradigma de los Annales" (2005). Hacia mediados del siglo la Sociología parsonsniana tuvo un fuerte impacto y apartó a los historiadores del sujeto individual o institucional y a los antropólogos de su aldea.

A su vez no puede ignorarse que la Antropología ha provisto a la Historia de instrumentos conceptuales de gran valor; a modo de ejemplo podemos nombrar algunos: el concepto de cultura, la atención prestada al simbolismo, el imaginario y lo ritual, las relaciones de parentesco, la reciprocidad y podríamos continuar. Pero hay algo aún más importante que se pone en evidencia, sobre todo, en los últimos años y es el espacio acotado donde pueden observarse los comportamientos de sus habitantes desde una perspectiva micro, desde su singularidad, sin eludir la opción de realizar simultáneamente un ejercicio analítico saltando escalas para generalizar o comparar.

La aldea ya no es el espacio del antropólogo y su etnografía puede tener otros sujetos de interés pero la "observación participante", que le permite comprender en profundidad el comportamiento de los sujetos en estudio, continúa siendo el método característico, el cual también, como veremos, es absorbido por la Historia. En la actualidad el historiador procura focalizarse en problemáticas más localizadas, atendiendo a situaciones o acontecimientos que expliquen las singularidades ya no como una casuística aislada sino dentro de una problemática más abarcativa. En otras palabras, procuran "participar" en los hechos históricos comprendiéndolos desde "adentro". Un notable ejemplo sobre esta forma de operar -¿o me atrevo a decir de "observación participante"?- lo encontramos en libro de Raúl Fradkin, Historia de una Montonera (2006), obra en donde se "visibiliza" un acontecimiento singular -y sus implicancias socioculturales- que la Historia tradicional había decidido prácticamente ignorar.

En concordancia con esta perspectiva antropológica la Historia, por un lado, ya no se interesa solamente por los sujetos que ocuparon el primer plano político sino que ahora se interroga, por ejemplo, sobre las actitudes, el imaginario y las formas de sociabilidad de actores aparentemente menos relevantes. Por el otro, realiza un ejercicio analítico donde la configuración social interviene por sí misma como un actor con derecho propio, tomando aquellos elementos o variables que le permitan discernir la importancia política de los símbolos o de los rituales, las connotaciones de determinados sistemas de parentesco, los factores emocionales que condicionan la acción, u otros temas similares. La configuración dejará de ser el "contexto", o el telón de fondo, y pasará a intervenir como una variable significativa más. Un personaje más entre otros personajes.

El acontecimiento y los actores

Veamos entonces cómo operan los nuevos paradigmas de la historia. Para ello retomaremos el criterio de Sahlins (1988) de la "estructura de la coyuntura". Previamente convendría hacer una distinción y aclarar la sutil diferencia entre suceso -como fenómeno más o menos cotidiano- y acontecimiento -asociado a la epopeya o al acto de gran envergadura, conmocionante (Barcia 1980). Sin embargo, hay que reconocer que el acontecimiento es raramente una construcción de los propios contemporáneos del suceso, o los sucesos; en general es percibido como tal por las generaciones posteriores al otorgarle nueva significación, es el futuro pasado tal como lo define Koselleck ([1979] 1993).

Ambas situaciones -el suceso de menor proyección histórica o el acontecimiento como los define Barcia- son susceptibles de análisis histórico pues desnudan muchos aspectos que permanecen encubiertos en el acontecer cotidiano. Hay acontecimientos en los que la estructura social eclosiona pero no todos provocan las mismas conmociones, ni son similares sus efectos posteriores; la apreciación de su envergadura depende de la perspectiva desde la que se lo analice7. La observación detallada de un suceso o acontecimiento particular pone al descubierto la acción de muchos actores y el lugar que cada uno ocupa en la configuración social, como sus relativas agentividades. El acontecimiento permite observar de qué manera los actores se desenvuelven respondiendo a sus prácticas y costumbres habituales pero también si ponen en juego una creatividad que les permite responder de manera novedosa a las presiones de la coyuntura. Como expresa claramente Sahlins "la experiencia de los sujetos humanos, [...] implica una apropiación de los acontecimientos en función de conceptos a priori". El acontecimiento se inserta en la estructura de donde toma el sentido y así se hace inteligible y concluye: "no hay acontecimiento sans sistema" (1988: 129-144).

Los autores que trabajan actualmente en lo que han llamado "cultura política" aunque reconocen la influencia de la Antropología no se autodefinen como practicantes de la Antropología histórica (Forte y Silva Prada 2006; Silva Prada 2007: 38). En la obra compilada por Cristóbal Aljovín de Losada y Nils Jacobsen (2007), titulada Cultura política en los Andes (1750-1950), el concepto de cultura política es definido como: "un conjunto maleable de símbolos, valores y normas que constituyen el significado que une a las personas con las comunidades sociales, étnicas, religiosas, políticas y regionales" (Jacobsen y Aljovín de Losada 2007b: 13)8. Como vemos es pura y simplemente cultura, tal como la define la Antropología. Más adelante, estos autores agregan mayor precisión al concepto vinculándolo más estrechamente a lo político: "actitudes de personas o grupos para comprender la construcción, consolidación y desmantelamiento de constelaciones e instituciones de poder" (Jacobsen y Aljovín de Losada 2007a: 81). Dentro de la misma compilación Alan Knight (2007: 41-80) cuestiona el uso excesivamente flexible del concepto, al que considera estrechamente ligado a conductas preestablecidas, recurrentes y subjetivas que ignoran las respuestas concretas de los sujetos históricos para afrontar las condiciones institucionales y los acontecimientos particulares de cada coyuntura histórica. En su opinión, la "conducta misma puede incluir eventos discretos, adaptables a explicaciones bastante distintas (no culturales) y `el marco´ nos lleva a macro-explicaciones que de igual modo no conllevan necesariamente implicaciones `culturales´" (2007: 43). Dicho de otro modo, para Knight el acontecimiento puede condicionar o provocar variaciones en los comportamientos colectivos o individuales. Al incluir este factor en el análisis es posible observar, y tal vez interpretar, las posibles diferencias existentes entre distintos sectores y/o momentos en el devenir de una sociedad.

Las opiniones de Knight son discutidas por Aljovín de Losada y Jacobsen quienes sostienen que la "búsqueda racional de intereses" y la "fuerza de las circunstancias" no son suficientes para comprender los comportamientos sociales porque "los grupos sociales o étnicos reinterpretaron las normas de la elite a partir de una mezcla del interés propio y su propia forma de comprender los derechos y obligaciones basados en la tradición o en valores, discursos e ideologías recién emergentes". En definitiva, "[una] perspectiva de la cultura política cuidadosamente construida toma en consideración esta variabilidad subjetiva", además se refieren a "una matriz cultural a través de la cual el actor le otorga [a su circunstancia o acontecimiento] un significado y lo comunica" (Jacobsen y Aljovín de Losada 2007a: 84-85). En tal sentido, Silva Prada (2007) prueba que es posible atender a los dos flancos del problema -la base cultural preexistente y las respuestas creativas- porque las huellas de la cultura recurrente se reflejan en respuestas culturales provocadas por acontecimientos particulares, aun cuando se desarrollen en un contexto de crisis social. En suma, mientras Knight señala que el riesgo reside en generalizar o estabilizar un determinado arquetipo cultural, Jacobsen y Aljovín de Losada reconocen el riesgo pero insisten en la existencia de un patrón subyacente que guía la elección de las actitudes que deben tomarse según las circunstancias reconociendo, al mismo tiempo, que se trata de un patrón móvil, cambiante y en muchos casos también inestable.

En suma, la estructura se manifiesta en el acontecimiento y éste permite desarrollar nuevas habilidades y responder a estímulos anteriormente desconocidos otorgándoles nuevos significados. Permite, además, capitalizar la experiencia.

Ahora bien, ¿cómo hacemos para descubrir la estructura sociocultural a través del acontecimiento? El artefacto más idóneo es la narración. Es necesario recuperar las significaciones que se pueden extraer del relato de los sucesos, a veces menudas otras conmocionantes, que sacuden la estructura social y que se encadenan para producir impacto y, a veces, cambios profundos en el devenir de una sociedad. Una vez que el historiador selecciona una problemática y/o un período -y veremos la importancia de esta última variable- se ocupa de reunir la información documental de referencia, de procesarla y al reconstruir la trama de los sucesos puede encontrar los lineamientos básicos para interpretar -desde el futuro o sea el presente del investigador- el o los significados que pueden otorgarse a un determinado suceso o acontecimiento en una determinada configuración social y, según los vínculos fácticos o ideológicos, con aspectos globales del problema analizado9.

Si un suceso o acontecimiento es segmentado, aislando sus elementos constitutivos y organizándolos en series recurrentes, se corre el riesgo de perder la significación que puede obtenerse analizándolo en conjunto con otros factores que participan. Por tal motivo, la mejor solución es recurrir a una narración que los incorpore e interrelacione; pero cabe una aclaración: narrar no significa relatar el suceso de una manera lineal -una story- aislado de una discusión analítica. Por el contrario, la imbricación de todos los factores identificados será la materia esencial para otorgarle sentido. Como lo expresan John y Jean Comaroff con respecto a la Antropología histórica: "nuestra metodología está menos preocupada por los acontecimientos que por las prácticas significativas", y debemos "ser capaces de capturar simultáneamente la unidad y diversidad del proceso social, la incesante convergencia y divergencias de las formas predominantes de poder y sus significados" (Comaroff & Comaroff 1992: 37, traducción nuestra).

Narrar significa construir una trama como lo ha discutido Ricoeur ([1985] 1998) y esa trama deberá incorporar los factores que intervienen en el acontecimiento. Pero ¿qué factores?, el investigador siempre realiza una selección de factores -tema sobre el que volveremos más abajo- a partir de los cuales argumentará para sostener una interpretación que no necesariamente tiene que ser causal. Tampoco deberá estar relacionada necesariamente con la proyección hacia el futuro o las consecuencias de un determinado acontecimiento, más bien puede tratarse de un ejercicio para identificar las características esenciales del mismo. Ahora bien, esto tampoco significa que una investigación deba limitarse a relatar los hechos -individuadles o colectivos, violentos o pacíficos- que se produjeron en un determinado momento histórico. En resumen, es necesario que el análisis de las variables incluya elementos generales y específicos de la configuración social recurriendo, cuando se justifique, a una metodología más científica, reveladora de las características socioeconómicas de una determinada población en un determinado momento histórico y a los comportamientos recurrentes en esa sociedad. Sólo de esta manera se podrán distinguir las soluciones innovadoras puestas en práctica ante nuevas circunstancias. En otras palabras, será la intersección entre la estructura y el acontecimiento la que alimentará la argumentación interpretativa.

La selección de las variables descansa en la habilidad o aptitud del investigador y se vincula con la búsqueda de rasgos susceptibles de análisis en tiempos y espacios lo más amplios posibles; a partir de allí habrá que jugar con una variación de escalas entre el hecho singular y la configuración, y entre el momento de lo realmente vivido y el tiempo de la narración. El tiempo de la narración -la extensión del período- es una construcción del historiador y puede definir simultáneamente la amplitud de la configuración y "el encadenamiento a modo de secuencia que la intriga confiere a los agentes. [...] Comprender una historia es comprender a la vez el lenguaje del `hacer´ y la tradición cultural de la que procede la tipología de las tramas" (Ricoeur [1985] 1998 (I): 119).

¿Qué es lo que nos pone al descubierto la narración construida con estas consignas?: los actores -actantes en términos Ricoeur- y todos aquellos aspectos que afectan la toma de decisión y las reacciones. Recuperar a los actores es la herramienta que permite recuperar también la subjetividad que interviene en el momento de producir un determinado acontecimiento y la significación que la tradición cultural le otorga a esa agentividad. No siempre el actor está totalmente consciente de la importancia, o la deriva, que puede tener la acción que ejecuta; pero esta no se interpreta si no se la contempla en la larga duración, en la problemática subyacente en los vínculos sociales y culturales que mantiene con otros grupos o con las instituciones. Un interesante artículo de Sergio Serulnikov (2010)10 donde revisa la forma de abordar la historia del proceso de Independencia nos alerta sobre estos problemas epistemológicos y metodológicos. Sostiene que no sólo es necesario revisar los vínculos:

entre acontecimientos políticos y estructuras socioeconómicas [...] sino también a cuestiones que han adquirido gran relevancia en los últimos años, tales como las mutaciones en las modalidades de sociabilidad, la conformación de una esfera o esferas públicas, los imaginarios y lenguajes políticos o el funcionamiento del estado y las formas de gobierno (Serulnikov 2010).

Y agrega que estos aspectos no pueden interpretarse sin enfocar también la relación entre lo local y lo global.

La relación entre lo local, lo regional y lo global no es un tema menor en este debate. Los detalles, muchas veces, permiten distinguir lo esencial y lo general con mayor profundidad. Si se analiza un proceso en la larga duración y en amplios territorios siempre existirán elementos comunes, pero si se ignoran las especificidades locales o regionales no se puede comprender en toda su magnitud el proceso global. El permanente cambio de escala es el mejor ejercicio para superar esa dificultad. Hace algunos años en un estudio sobre las primeras consecuencias de la aplicación de las reformas borbónicas en el Tucumán colonial proponíamos:

observar de cerca el comportamiento de los actores sociales en relación con determinado acontecimiento insertos -actores y acontecimiento- en un contexto sociopolítico particular: el de las reformas borbónicas en el espacio global y en el espacio local del Tucumán, a mediados del siglo XVIII (Lorandi 2008: 18).

De esa manera, la dimensión política de la vida de una sociedad debe ser analizada dentro de una totalidad para que adquiera unidad de sentido y otorgue sentido también a la agencia humana, en tanto ésta es la que participa o influye en la toma de decisiones o se ve afectada por aquellos que las toman.

El último párrafo conduce al tema de la agentividad colectiva, me refiero a los actores anónimos o, en todo caso, a aquellos que no ocupan el primer plano del escenario político. Nos referimos a los que, conjuntamente o en forma individual, intervienen en los procesos sociales, sea de manera violenta o pacífica. Es lo que se ha llamado historia "desde abajo". En nuestra América se ha privilegiado la acción de las comunidades indígenas, a veces expresadas en motines o rebeliones u otras estrategias, que obligaron a producir cambios en el sistema económico, jurídico, político, en la organización eclesiástica (Adrián 2010) o incluso en el aspecto identitario. Sin embargo, el resto de la población subalterna, mestiza, criolla o peninsular pobre, afroamericana, o castas -urbana o rural-, ha carecido de "prensa" hasta los últimos años cuando la plebe y las intervenciones populares, en general, concitaron cada vez más la atención de los investigadores. En este momento nos interrogamos sobre la lógica de la acción política de esos sectores, los cambios que puedan observarse, los intereses que los atraviesan y el grado de autonomía con el que actúan. Como dice Serulnikov (2010) al privilegiar la acción de las elites se ha contribuido a invisibilizar la acción de los sectores populares, y podemos agregar también: de todos los intermediarios culturales, en muchos casos de gran influencia, sea en la vida cotidiana, o en los momentos de crisis11. Con frecuencia, los sectores populares o subalternos son identificados con la plebe urbana o el campesinado rural. No obstante, si se quiere realmente ampliar el espectro de los agentes sociales se debe incluir a los funcionarios de rango intermedio, escribanos, curas, pequeños comerciantes, artesanos calificados; es decir, personas que no pueden confundirse necesariamente con la plebe y tampoco tienen la misma visibilidad que las elites pero que no sólo forman parte de la configuración social y cultural sino que intervienen, de manera más o menos efectiva, en los destinos de una comunidad por acción u omisión.

La perspectiva que estamos presentando propone un ejercicio crítico desde el presente histórico del investigador, considerando que la disciplina tiene su propia historicidad y debe ser explícitamente reconocida. Se trataría de ejercer una crítica que no pretende restar sino sumar. En otras palabras, la propuesta es no desvalorizar a nuestros predecesores sino avanzar a partir de ellos, apropiándonos de esa experiencia y enriqueciéndola. El exceso de generalizaciones pudo tener sus debilidades, contemplándolas desde la perspectiva actual, pero en muchos casos fueron trabajos pioneros, se hizo lo que se podía hacer con los recursos teóricos y metodológicos disponible en cada momento. La cuestión es "abrir camino al andar" y no pretender que cada investigación sea un proceso ex nihilo porque deben considerarse también las condiciones de producción de las prácticas del historiador y la necesidad de recurrir a ciertas estrategias de política académica cuando se propone abrir una nueva línea de investigación.

La Antropología y la Historia, lo local y lo global, la configuración y el acontecimiento, tiempo largo y tiempo corto, régimen de historicidad -pasado, presente, futuro. Estos son los temas que proponemos para discutir aunque ninguno resulte novedoso en sí mismo.

Notas

1. En palabras de John V. Murra: "La Antropología promete que hay soluciones diversas a los mismos ólogo por esa razón" (en Castro et al. 2000: 146). Esta reveladora cita es recordada por Ramos (2011: 151).

2.círculo reciente Fernando Remedi (2011) revisa las tendencias historiográficas argentinas en las últimas décadas reconociendo el giro temático hacia los temas culturales, pero en ningún momento lo como una influencia de la Antropología.

3. Comentario personal durante un seminario.

4. Lorandi y Smietniansky 2004.

5. Por falta de espacio evitaremos discutir el problema de objetividad/ subjetividad en la investigación.

6. En este momento prefiero eludir el tema de la mito-historia que me conduciría sobre otro flanco del problema como lo plantea Sahlins en su obra Islas de Historia (1988).

7. Recordemos algunos de los debates: por ejemplo, el que planteaba si la insurgencia indígena liderada por Túpac Amaru o los Catari fue rebelión o revolución.

8. Para un recorrido sobre del concepto de cultura política, con las distintas tendencias y variaciones adoptadas ver las respectivas introducciones de Aljovín de Losada y Jacobsen (2007) y Silva Prada (2007).

9. También se puede enfocar desde cierto tipo de instituciones, como la acción de los Cabildos y los de los Juicios de Residencia en la construcción de poder político (Smietniansky 2009).

10. Para estos temas ver también los trabajos de Myers (1999); Paz (2004); Morán (2011) y las interesantes de Fradkin (2008), Bragoni y Mata (2009), entre otros.

11. Morán (2001) desarrolla varios ejemplos y cita trabajos que incluyen a personajes de este tipo, civiles militares, actuando durante las guerras de la independencia.

Referencias bibliográficas

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3. Barcia, Roque 1980. Sinónimos castellanos. Buenos Aires, Editorial Sopena.

4. Bechis, Marta A. 2010. Piezas de Etnohistoria y de Antropología Histórica. Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropología (SAA).

5. Bragoni, Beatriz y Sara Mata (comps.) 2009. Entre la colonia y la república. Insurgencias, rebeliones y cultura política en América del Sur, Buenos Aires, Prometeo Libros.

6. Castro, Victoria, Carlos Aldunate y Jorge Hidalgo (eds.) 2000. Nispa Ninchis/ decimos diciendo: conversaciones con John Murra. Lima, Instituto de Estudios Peruanos/ IAR.

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9. Fradkin, Raúl 2006. La Historia de una Montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Airesm 1826. Buenos Aires, Siglo XXI Editores.

10. Fradkin, Raúl (ed.) 2008. ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires. Prometeo Libros.

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12. Jacobsen, Nils y Crístobal Aljovín de Losada 2007a. En pocas y en muchas palabras: Una perspectiva pragmática de las culturas políticas, en especial para historia moderna de los Andes. En: Aljovín de Losada, C. y N. Jacobsen (eds.); Cultura política en los Andes (1750-1950): 81-104. Lima, Fondo Editorial Universidad Mayor de San Marcos/ Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos/ IFEA.

13. Jacobsen, Nils y Crístobal Aljovín de Losada 2007b. Cómo los intereses y los valores difícilmente están separados, o la utilidad de una perspectiva pragmática de la cultura política. En Aljovín de Losada, C. y N. Jacobsen (eds.); Cultura política en los Andes (1750-1950): 13-40.Lima, Fondo Editorial Universidad Mayor de San Marcos/ Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos/ IFEA.

14. Knight, Alan 2007. ¿Vale la pena reflexionar sobre la cultura política? En Aljovín de Losada, C. y N. Jacobsen (eds.); Cultura política en los Andes (1750-1950): 41-81. Lima, Fondo Editorial Universidad Mayor de San Marcos/ Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos/ IFEA.

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