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Memoria americana

versión On-line ISSN 1851-3751

Mem. am.  no.21-2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2013

 

ARTÍCULO

Reandando los caminos al Chapaleofu: viejas y nuevas hipótesis sobre las construcciones de piedra del sistema de Tandilia

 

Victoria Pedrotta*

* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)/ Centro de Estudios Biomédicos, Biotecnológicos, Ambientales y Diagnóstico (CEBBAD), Departamento de Antropología y Ciencias Naturales y Fundación Félix de Azara, Universidad Maimónides; PATRIMONIA-Núcleo Consolidado de Investigaciones Arqueológicas del Cuaternario Pampeano, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN). Email: vpedrotta@conicet.gov.ar

Revisiting the ways to Chapaleofu: old and new hypothesis on the stone buildings of the Tandilia mountain system

 


Resumen

Este trabajo presenta una puesta al día de los avances que se han producido en las últimas décadas en relación con el conocimiento histórico y arqueológico de las construcciones de piedra situadas en la porción central del Sistema de Tandilia. Se analizan diversas fuentes documentales buscando información sobre las características y la antigüedad de un centro de intercambio comercial multiétnico conocido como Feria del Chapaleofú, cuyo funcionamiento puede retrotraerse hasta mediados del siglo XVIII. En este marco, se discute su vinculación con un conjunto de edificaciones de pirca, objeto de pesquisas arqueológicas desde 2001. En base a la información aportada tanto por las fuentes documentales como por el registro material se evalúan, finalmente, las hipótesis propuestas por diversos investigadores y se proponen interpretaciones alternativas.

Palabras clave: corrales de piedra; comercio interétnico; período post-hispánico; sistema de Tandilia.

Abstract

This paper presents an update of recent advances in the historical and archaeological knowledge of stone buildings located in the central portion of the Tandilia mountain range (in the Pampa region of Argentina). Diverse documentary sources are analyzed searching for both the characteristics and the antiquity of this center of multiethnic commercial exchange, called Feria del Chapaleofú, whose activity can be traced back until mid-eighteenth century. In this frame, the relationship between the Chapaleofú fair and a group of stone buildings under archaeological research since 2001 is discussed. Based on information provided by documentary sources and the material record the hypotheses proposed by other researchers are evaluated and alternative interpretations are proposed.

Key words: corrales de piedra ; interethnic exchange; post-Hispanic period; Tandilia mountain range


 

Introducción

A fines de la década de 1980, los historiadores tandilenses J. M. Araya y E. A. Ferrer publicaron un pequeño libro acerca de los llamados corrales de piedra, un grupo de construcciones hechas con bloques de piedra en seco que se encuentran en distintos sectores del sistema serrano de Tandilia y que para entonces comenzaban a ser conocidas y estudiadas localmente. Se trató de un trabajo pionero cuyo aporte más sugestivo y novedoso, posiblemente, sea haber propuesto que las construcciones de piedra integraban un vasto complejo articulado, que estaba relacionado con los recursos naturales que ofrecían las sierras septentrionales bonaerenses y, en especial, con el intenso movimiento comercial y la interacción social que enmarcaba la Feria del Chapaleofú. Los autores apoyaron esta interpretación en valiosas fuentes documentales a partir de las cuales comenzaron a revelarse parcialmente algunas características sobre el funcionamiento de dicha feria comercial, cuyo epicentro habría estado en la cuenca del arroyo homónimo, precisamente en la porción central del Sistema de Tandilia.

Partiendo de esta línea de indagación, en el presente trabajo se realiza una puesta al día de los avances que se han producido en las últimas décadas en relación con el conocimiento histórico y arqueológico de las construcciones de piedra situadas en el "pago del Chapaleofú", denominación dada durante la primera mitad del siglo XIX a la zona referida (Araya y Ferrer 1994; Sarciat 1945). Sobre la base del análisis de fuentes escritas y cartográficas, se caracterizan el ambiente, sus recursos y las poblaciones indígenas que allí habitaron, aspectos que se hallan documentados con un grado cada vez mayor de detalle a medida que avanzaron hacia el interior de la pampa bonaerense los emprendimientos misionales jesuíticos y las expediciones enviadas por la corona española en la segunda mitad del siglo XVIII. Asimismo, se aportan nuevas evidencias documentales acerca de la dimensión temporal de la Feria del Chapaleofú, cuyo funcionamiento permiten retrotraer hasta mediados del siglo XVIII y se discute, en este marco, su vinculación con un conjunto de construcciones de piedra que viene siendo objeto de pesquisas arqueológicas desde el año 2001. Por último, a partir de la integración de la información aportada tanto por las fuentes documentales como por el registro material, se evalúan las hipótesis propuestas por Araya y Ferrer (1988), así como por otros investigadores y se proponen interpretaciones alternativas.

Antecedentes

Las pesquisas acerca del origen, la función y la antigüedad de los corrales de piedra de Tandilia se remontan a la década de 1970 y estuvieron encabezadas por estudiosos locales, quienes dieron a conocer once grandes edificaciones cuya construcción adjudicaron tanto a los españoles que realizaban vaquerías en la zona durante los siglos XVII y XVIII (Acevedo Díaz 1975) como a grupos indígenas contemporáneos, proponiendo en este último caso su reutilización por parte de la población hispano-criolla que posteriormente se instaló allí (Mauco et. al 1977). La primera publicación que vincula la Feria del Chapaleofú con las construcciones de piedra entonces conocidas gracias a los estudios de Acevedo Díaz es el trabajo de Mauco et al. (1977) "Caballos, gualichos y corrales". En base al análisis bibliográfico y lingüístico, sumado a los rasgos arquitectónicos de siete edificaciones 1, las autoras concluyeron que las mismas habían sido erigidas por los indígenas antes de la instalación de los primeros pobladores criollos, con el fin de amparar de las inclemencias climáticas a los toldos que se habían instalado en su interior. También argumentaron que, como consecuencia de las actividades ganaderas, esas poblaciones indígenas habían reducido su movilidad e incrementado el tiempo de permanencia en sus asentamientos. Según Mauco et al., algunas edificaciones se transformaron en emplazamientos comerciales que luego fueron aprovechados por españoles y criollos, quienes habrían frecuentado la zona con intensidad creciente debido al gran intercambio de productos que originaba la Feria del Chapaleofú.

En 1988, tanto la publicación del libro de Araya y Ferrer, Los caminos al Chapaleofú, como la del artículo de Ceresole y Slavsky, "Los corrales de piedra de Tandil", abrió nuevos rumbos en la investigación sobre las construcciones de piedra del Sistema de Tandilia. Los primeros analizaron el funcionamiento de la Feria del Chapaleofú a la luz de la información obtenida en fuentes documentales y la asociaron a un conjunto de estructuras pircadas situadas mayormente en la cuenca del arroyo homónimo (Figura 1). En coincidencia con Mauco et al. (1977), Araya y Ferrer (1988) remarcaron la tendencia a asentamientos más prolongados y con la alta recurrencia espacial que caracterizó el modo de vida indígena durante los siglos precedentes a la conquista española, con una economía articulada en torno al comercio y las actividades pastoriles. Según su argumentación, la captura y el cuidado del ganado vacuno y caballar, junto con:

el crecimiento demográfico […] producto de las mismas […], determinó la necesidad de asentamientos fijos y delimitados…tierras fértiles para sus ganados, aguadas permanentes, buena provisión de leña, piedra para laborear sus boleadoras y que fueran además un sitio protegido (Araya y Ferrer 1988: 38).

Estos autores efectuaron el registro fotográfico y el relevamiento planimétrico pionero de 14 edificaciones de piedra -en su mayoría, situadas en las inmediaciones de las localidades de María Ignacia y Gardey- e integraron la información obtenida en el terreno al análisis de documentos escritos. Sobre esta base, concluyeron que construcciones de pirca conformaban un vasto complejo organizado espacialmente y que habían tenido tres funciones principales "como paradas y habitaciones generales de las tribus, como recintos protectores de sus caballos y como reductos de observación para evitar ataques" (Araya y Ferrer 1988: 47).


Figura 1. Construcciones de piedra conocidas en la Sierra Alta de Vela y cuencas de los arroyos Chapaleofú Chico y Grande durante las décadas de 1980 y 1990

Entre el corpus documental considerado en estas primeras investigaciones, debe destacarse la publicación del informe escrito por el hacendado Manuel Martín de la Calleja en 1814, un documento de enorme importancia que testimonia la periodicidad y la envergadura que coetáneamente había alcanzado la Feria del Chapaleofú, así como la gran cantidad de población indígena que estaba asentada de forma estable en esa zona 2. M. de la Calleja relataba, por un lado, que la ribera del arroyo Chapaleofú:

desde su naciente está sumamente tachonada no sólo de toldos establecidos por familias, sino de tribus enteras, que han fijado allí su residencia, así por la comodidad de aguadas constantes, como por ser el punto en que de años a esta parte han fijado la gran feria (la cursiva es nuestra)

Por otra parte, el informe refería que a dicha feria concurrían:
Chilenos y Araucanos con sus tejidos, los Tehueichuy, Patagones y Ranqueles con sus peleterías y sal, cuios artículos compran los Pampas, Haucaces y Pegüenches, en posesión de ganados bacunos y caballares, adquiridos los más por robo a los Hacendados fronterizos y muy pequeña parte en la segunda especie por compra que hacen y a la que envían incesantemente para cohonestar, lo que frecuentemente extraen de la misma clase a su regreso

La fuente citada aporta información sobre la localización de los asentamientos indígenas y su demografía que, sumada a las referencias sobre la presencia de distintas parcialidades, tanto locales como procedentes de otros lugares -incluso del actual Chile- y a la variedad de productos de intercambio que son mencionados, permite argumentar: 1) que el pago del Chapaleofú constituía un núcleo de población relativamente densa, 2) que éste se había convertido en un polo de intercambio multiétnico a partir de la realización periódica de una feria, 3) que dicha feria se hallaba en pleno funcionamiento en la segunda década del siglo XIX y 4) que articulaba redes comerciales regionales y extra regionales.

A fines de la década de 1980, Slavsky y Ceresole iniciaron un estudio arqueológico sistemático que conllevó el relevamiento en el terreno de más edificaciones y la apertura de líneas interpretativas, sumando información arqueológica al análisis de topónimos, fuentes documentales inéditas y bibliografía publicada (Ceresole 1991; Slavsky y Ceresole 1988) 3. Su hipótesis inicial -con la cual acuerdan, lato sensu, los arqueólogos que posteriormente estudiaron las mismas u otras edificaciones similares en el Sistema de Tandilia (entre otros, Mazzanti 1993, 1997 y 2007; Mazzanti y Quintana 2010; Ramos 1995 y 2001; Ramos y Néspolo 1997/1998) y en Ventania (Madrid 1991)- es que fueron corrales erigidos y utilizados por las poblaciones indígenas como parte de la infraestructura necesaria para el traslado de los grandes arreos de ganado que atravesaban la pampa y la patagonia con destino a los mercados chilenos (Slavsky y Ceresole 1988: 50). Lejos de asociarlas directamente a la Feria del Chapaleofú, Ceresole y Slavsky plantearon que las edificaciones de las sierras septentrionales bonaerenses constituyeron hitos en las travesías que unían extensos circuitos comerciales aborígenes, rutas que también integraban las estructuras pircadas que había estudiado E. Piana en la pampa seca u otras edificaciones semejantes en la cordillera mendocina.

En un informe posterior inédito, Ceresole (1991: 26) planteo la alternativa que las construcciones hubieran sido obra de "los españoles o mano de obra indígena bajo su dirección, pero no en relación con las vaquerías porteñas… sino con el comercio de ganado hacia el noroeste". Simultáneamente, consideró que podría tratarse de construcciones de distinta adscripción cultural y diferente cronología y funcionalidad.

En la década de 1990 Ramos continuó la investigación de Ceresole y Slavsky, cuyas hipótesis iniciales reformuló parcialmente argumentando que las estructuras de piedra pueden haber tenido distintas funciones y pueden haber sido reutilizadas en distintas oportunidades con funciones similares o no a las originarias (Ramos et al. 2008). Este autor llevó a cabo el análisis de fuentes documentales, un estudio comparativo con respecto a las técnicas de pircado modernas, así como la excavación de cuatro construcciones representativas de los tipos arquitectónicos que agrupó previamente a partir del conjunto inicial de 22 estructuras (Ramos 1995 y 2001; Ramos et al. 2008; Ramos y Néspolo 1997/1998; entre otros). Según Ramos, sólo algunas de ellas formaron parte de la infraestructura indígena para el traslado de ganado a Chile, las cuales -de acuerdo a Ceresole- habrían sido edificadas por españoles, criollos o indígenas bajo la dirección de los primeros y podrían haberse vinculado a diversos circuitos comerciales, tales como Córdoba o Carmen de Patagones.

Como resultado de los trabajos antes citados, cobró fuerza y respaldo la hipótesis que vinculaba las construcciones de piedra de Tandilia con la transformación económica que llevaron a cabo las sociedades indígenas pampeanas posthispánicas y que se articuló en torno al comercio y las prácticas ganaderas y pastoriles ya desde fines del siglo XVII (entre otros, Crivelli 1997; Mandrini 1987 y 1994; Palermo 1988 y 2000). Las nuevas actividades productivas requerían la captura y el cuidado de ganado vacuno y caballar -principales bienes del intercambio intra e interétnico- así como el mantenimiento de majadas ovinas destinadas a la producción textil. En este sentido, casi todas las investigaciones arqueológicas e históricas sostienen que se trata de estructuras que estuvieron asociadas, de modo primordial, a las actividades pecuarias indígenas en el óptimo escenario ambiental de las sierras septentrionales bonaerenses (Araya y Ferrer 1988; Ceresole 1991; Mauco et al. 1977; Mazzanti 1993 y 2007; Ramos et al. 2008; Slavsky y Ceresole 1988). En cuanto a ubicación, se resalta la disponibilidad de agua y pasturas naturales notándose, en ciertos casos, el aprovechamiento de la topografía serrana para acondicionar reparos, lugares de encierro y miradores. En lo que respecta a la función, se ha sostenido que eran lugares para capturar o custodiar caballos y/o vacunos cimarrones (Araya y Ferrer 1988; Mazzanti 1993, 1997 y 2007), recintos de habitación (Mauco et al. 1977; Mazzanti 2007), infraestructura asociada al traslado de grandes arreos hacia Chile u otros mercados (Ceresole 1991; Ramos 1995 y 2001; Ramos et al. 2008; Slavsky y Ceresole 1988), sitios defensivos estratégicos (Araya y Ferrer 1988) y emplazamientos comerciales (Mauco et al. 1977).

El pago del Chapaleofu y sus recursos

Araya y Ferrer (1988, 1994; ver también Sarciat 1945) definieron el pago del Chapaleofú como el espacio que comprende la porción central del Sistema de Tandilia, desde el arroyo De los Huesos hasta el Langueyú, incluyendo la Sierra Alta de Vela, los arroyos Chapaleofú Chico y Chapaleofú Grande sus afluentes y sectores aledaños (Figura 1). Esta zona presenta, hacia el este, lomadas y algunos cerritos que se extienden entre el valle del arroyo de los Huesos y las localidades de María Ignacia-Vela y Gardey. Hacia el sur, una amplia depresión tectónica, paralela al rumbo general Tandilia, separa las Sierras del Tandil de las Sierras de la Tinta. El sector occidental está integrado por la Sierra Alta de Vela, principal cordón de la zona, que tiene una orientación suroeste-noreste y una altitud máxima de 485 msnm. Esta sierra tiene varios valles, angostos y encajonados, en los que abundan los manantiales así como tributarios de los arroyos Chapaleofú Chico y Grande, que corren a lo largo de amplios valles rodeando la Sierra Alta de Vela al este y oeste, respectivamente. Ambos cursos unen sus aguas más al norte, poco antes de su intersección con la ruta 226 y drenan hacia en la Bahía de Samborombón. Predominan las formas de relieve redondeadas, cerros de aspecto ondulado y lomadas, producto del intenso desgaste que ha sufrido el basamento cristalino granítico que aflora, ya que la cobertura paleozoica allí se halla totalmente erosionada (Gentile 2009).

Unos siglos atrás, la zona ofrecía excelentes condiciones naturales para la instalación humana y para la ganadería. Son numerosas y concordantes las referencias documentales y cartográficas acerca de la abundancia de agua, la calidad de las pasturas naturales y la aptitud de las formas del relieve serrano para la cría de ganado vacuno y caballar. Los misioneros jesuitas, que realizaron tareas evangelizadoras a mediados del siglo XVIII y recorrieron las campañas al sur del río Salado, la costa bonaerense (al menos hasta el arroyo Claromecó) y la extremidad oriental del sistema de Tandilia, fueron los primeros europeos en describir y representar cartográficamente la zona (Ramírez Sierra 1975). La obra del padre T. Falkner es especialmente grafica en este aspecto:

al pie de estos cerros [de Tandilia] nacen muchos manantiales que se dejan caer a valle y forman allí arroyos. Los senderos de subida son muy pocos y muy estrechos, los indios los cierran para asegurar los caballos baguales, etc., que reúnen en el Tuyú y largan en la cumbre, de donde no hay más salida que por estos senderos, cerrados los cuales quedan aquellos como en corral (Falkner [ca. 1774] 1974: 98-99)


Figura 2. Detalle del mapa de J. Cardiel "Tierra de Magallanes con las Naciones que se han podido descubrir en viages de Mar y tierra desde el año 1745 hasta el de 1748

En el mapa elaborado por el padre Cardiel en 1747 se remarca la existencia de "yeguas silvestres" en toda la región comprendida entre el río Salado y la Sierra de la Ventana, en sentido norte-sur y entre Cuyo y el litoral marino bonaerense, en sentido oeste-este, a la vez que se aclara: "hay infinidad de yeguas y caballos silvestres que cojen los indios para comer y caminar y los españoles para lo segundo" (Cardiel [1747] 1940). Esto también se muestra con claridad en un mapa posterior atribuido al mismo misionero, que se reproduce en la Figura 2. Coincidentemente, en la descripción contemporánea de la región pampeana escrita por el padre J. Sánchez Labrador se señala que:

desde Buenos Aires hasta la serranía del Volcán y de aquí al río Colorado hay dilatadísimas campañas o pampas limpias de arboleda, pero con buenos pastos para animales. En estas llanuras inmensas vaguean tropas y manadas prodigiosas de Cavallos y Yeguas que llaman Baguales o Cimarrones, o lo que es lo mismo silvestres y cerriles (Sánchez Labrador [1772] 1936: 33)

Otras obras contemporáneas y disímiles, que comprenden tanto fuentes de primera mano que conocieron de visu el Sistema de Tandilia (caso de Cardiel [1748] 1956a y Falkner [ca. 1774] 1974), como descripciones generales de segunda mano hechas por otros jesuitas (Dobrizhoffer [ca. 1767-1797] 1967: 228; Lozano [1734-1743] y relatos de cautivos contemporáneos (Tapary [1755] 1969: 99), muestran un panorama coherente acerca de la abundancia de baguales y yeguas cerriles, los cuales encontraron un hábitat óptimo en las sierras bonaerenses y fueron objeto asiduo de captura por parte de diferentes parcialidades indígenas, así como episodios de gran mortandad en épocas de sequía. La declinación de este stock equino comenzó a advertirse en las primeras décadas del siglo XIX (García [1810] 1969: 286), y su extinción se produjo hacia mediados de dicha centuria (Crivelli 1997: 283).

Ya se mencionó que Tandilia y sus inmediaciones constituyeron el escenario de las vaquerías, expediciones en busca de ganado vacuno para la explotación de cueros, grasa y sebo, cuyas primeras solicitudes se remiten a comienzos del siglo XVII y fueron efectuadas por vecinos de las ciudades de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Las vaquerías se produjeron de forma esporádica durante la primera mitad del citado siglo, aumentando gradualmente su periodicidad así como la cantidad de animales faenados en los años posteriores (Coni 1979) 4. No obstante las suspensiones temporarias de los permisos a fin de permitir la recuperación de los rodeos, desde mediados del siglo XVII se fue tornando cada vez mayor la distancia que era necesario recorrer para hallar vacunos cerriles 5. De este modo, las vaquerías fueron adquiriendo paulatinamente el carácter de expediciones armadas que debían internarse en el territorio indígena (Coni 1979; De Angelis [1836] 1969 (IV): 258; Giberti 1961; Sánchez Labrador [1772] 1936), llegando incluso hasta la laguna de Mar Chiquita (Cardiel [1748] 1956a). Por ende, preservar las relaciones pacíficas con los grupos indígenas que habitaban las sierras bonaerenses fue un objetivo de las autoridades coloniales, preocupadas por que éstos podían "infestar la campaña, embarazando el trabajo, que en ella se ofrece a los moradores de esta provincia en los ganados por hallarse muy retirados" 6. No debe desconocerse, sin embargo, la participación de pampas próximos a Buenos Aires, conchabados para "vaquear" por los accioneros hispano-criollos.

Las continuas vaquerías, sumadas a la intensa explotación efectuada por las sociedades indígenas y a la mortandad que cíclicamente ocurría por causas naturales, como las sequías y la falta de pasturas, confluyeron en una sensible disminución del stock bovino cimarrón que comenzó a advertirse a comienzos del siglo XVIII y terminó por desaparecer en las décadas subsiguientes (Coni 1979; Giberti 1961). Un elemento significativo en este sentido es que para mediados de dicho siglo los misioneros jesuitas no hallaron vacunos cerriles ni referencias sobre su presencia –en contraste con el caso de los baguales- por parte de los distintos grupos indígenas con los que entonces interactuaron (Cardiel [1748] 1956a, [1747] 1956b; Falkner [ca. 1774] 1974).

Completan esta semblanza ambiental fuentes documentales derivadas, en su mayoría, de las exploraciones de reconocimiento geográfico -entre otros fines- que se sucedieron a partir de la década de 1770 en la pampa bonaerense por orden de las autoridades coloniales y que agregan datos acerca del ambiente, el relieve y los recursos. Un buen ejemplo es el diario del piloto Pedro Pablo Pavón, quien encabezó una amplia expedición que incluyó la porción central del Sistema de Tandilia, notando que las sierras comprendidas entre las "Sierras del Cuello [del Azul] y la Tinta" eran bajas, sin peñascos, accesibles para caballos y carretas, tenían buenos pastos y muchos arroyos, así como algunos valles ocultos (Pavón [1772] 1969: 158-160). En las primeras décadas de la centuria siguiente se pueden mencionar los diarios de las expediciones de Pedro A. García ([1822] 1969) y Juan M. de Rosas y Felipe Senillosa ([1826] 1969: 230). Estos últimos resaltaron las aguas permanentes y dulces del arroyo Chapaleofú y la abundancia de pastos tiernos, tales como cebadilla, trébol y cola de zorro, que había en sus inmediaciones. Para mediados del siglo XIX, observadores tan disímiles como el comerciante escocés William Mac Cann ([1853] 1985) y los naturalistas Chistian Heusser y Georges Claraz -quienes realizaron un relevamiento geológico en las sierras septentrionales bonaerenses (Heusser y Claraz 1863)- coincidían en cuanto a su riqueza natural y enorme potencial para las actividades pecuarias.

Las ocupaciones indígenas del sistema de Tandilia

Desde el último cuarto del siglo XVII y a lo largo del XVIII, numerosas y consistentes referencias indican que el Sistema de Tandilia y las llanuras adyacentes constituían núcleos de población indígena, sostenidos por la explotación de baguales y vacunos cimarrones, así como por la articulación de extensos circuitos de intercambio en los que ese ganado constituía un bien esencial (por ejemplo, Cardiel [1747] 1940, [1747] 1956b; Falkner [ca. 1774] 1974; Lozano [1735-1743]; Villarino [1782] 1969; también fuentes citadas en Cabrera 1934 y Grau 1949). Estas redes incluían grupos de diversa procedencia, locales: pampas lato sensu 7 y serranos, así como de regiones más distantes: aucas oriundos de la cordillera andina y partidas de tehuelches 8 en busca de caballos, básicamente, desde la región patagónica (Ferrer y Pedrotta 2006; León Solís 1989/1990; Mandrini 1994; Nacuzzi 1998; Palermo 1991; Pinto Rodriguez 1996, entre muchos otros). La correspondencia entre las autoridades de Buenos Aires y la corona española contiene reiteradas referencias acerca de la existencia de estas vastas redes económicas y de solidaridad militar pan-pampeanas. 9

Las fuentes documentales y bibliográficas analizadas permiten sostener que las poblaciones indígenas que habitaban el Sistema de Tandilla aprovechaban las manadas de caballos cerriles, criaban rodeos y majadas propias, a la vez que desarrollaban intensas actividades comerciales. Por ejemplo el cacique Bravo, poseedor de ganado vacuno y ovino (Lozano 1735-1743), quien se trasladó para "establecerse en Tandil y Cayrú [ofreciendo] ricos comercios" en la década de 1740 (Hux 1993: 56). En ocasión de las "Capitulaciones de las paces hechas entre los indios Pampas de la Reducción de Ntra. Sra. de la Concepción y los Serranos, Aucas y Peguenches" firmadas en 1742, se estipuló la pacificación de los cacicazgos de Bravo y Mayupilquia, a la vez que se fijaron pautas para la circulación de personas y bienes en la frontera, que para entonces quedó oficializada en el río Salado. Bravo fue nombrado "maestre de campo de toda la sierra", acordándose que

El cacique Brabo, y los demás caciques amigos pondrán sus tolderías en el Tandil y Cayrú, y cuando llegare el tiempo de la feria de los ponchos, darán aviso a los padres misioneros de la reducción de los indios Pampas (Levaggi 2000: 107-108, la cursiva es nuestra).

Este reconocimiento simplemente revalidaba una situación preexistente sobre la cual las autoridades coloniales no tenían, de hecho, injerencia; si bien se impuso a los indígenas el deber de solicitar licencia para dirigirse a los poblados españoles. Por su parte, los caciques permitieron que los misioneros jesuitas predicasen libremente en las sierras y que cualquier integrante de su cacicato que así lo deseara, pudiera incorporarse a la flamante reducción. El tratado también arroja precisiones acerca del funcionamiento de las ferias de ponchos, estableciéndose en su artículo cuarto que éstas siempre debían llevarse a cabo en "el Tandil y el Cayru" (Levaggi 2000: 108). Al igual que con la cuestión territorial, se refrendaba la existencia de dos centros de intercambio en el cordón de Tandilia: las ferias del Tandil (que no es otra que la del Chapaleofú) y el Cairú, ambas articuladoras de redes de interacción y circuitos comerciales indígenas patagónicos y tras-cordilleranos e hispano-criollos.

Debe recalcarse que el tratado de 1742 permite retrotraer el funcionamiento de la Feria del Chapaleofú, como mínimo, medio siglo antes de la fecha considerada por Araya y Ferrer (1988 y 1994), quienes habían estimado sus inicios entre 1780 y 1790. La mención directa a ferias de ponchos, por otra parte, marca la importancia que ya habían adquirido los textiles antes de la migración masiva de grupos araucanos a la región pampeana. En tal sentido, Cardiel señalaba que los serranos procedentes de las nacientes del río Negro, que se trasladaban "cada año a estas sierras [del Volcán] y a Buenos Aires, a su comercio de ponchos por abalorios y aguardiente" (Cardiel [1747] 1956b: 161, la cursiva es nuestra). Media centuria después, otro tratado refuerza la importancia que habían adquirido los rodeos propios dentro de la economía indígena local. De modo similar al cacique Bravo, en esta ocasión Calpisqui o Callfiqui fue reconocido "cacique principal de todas las pampas" 10 estipulándose, junto a ciertas pautas para la realización de actividades comerciales:

Que el cacique Callfiqui, con todos sus aliados, han de establecer sus tolderías en los parajes de la banda del norte de la sierras del Volcán, Tandil, sierra del Cuello [Azul], Cairú, arroyo de Tapelchén, y laguna de Tenemiche, escogiendo los lugares, que más les acomoden en dichos parajes, para críar sus ganados y tener de qué sustentarse (Levaggi 2000: 135, la cursiva es nuestra).

En este contexto se inscriben los únicos documentos del Período Colonial conocidos hasta ahora que mencionan construcciones de piedra asociándolas, en ambos casos, a la población indígena de las sierras septentrionales bonaerenses. En primer lugar, la expedición antes comentada al mando del piloto Pedro P. Pavón en 1772, que refiere la existencia de un corral de pirca en las Sierras de Azul, entonces territorio indígena. Allí, en una"sierra chica" halló "un corral de piedra movediza, puesta a mano y sin mezcla alguna: su figura es cuadrada, con 60 varas de largo; las paredes de una vara de alto, y de grueso media, el cual se halla algo destrozado"(Pavón [1772] 1969: 157-158, la cursiva es nuestra). En segundo lugar, el informe contemporáneo remitido a la corona española por el cartógrafo F. Millau y Maraval, quien relataba:

los Serranos tienen sus paradas y habitaciones principales en unos corrales que hacen de piedras en la primera sierra del Tandil y Volcán, que dista como ochenta leguas al sur de Buenos Aires y a la que se viene por tres caminos en seis u ocho días a caballo (Millau [1772] 1947: 71-72, la cursiva es nuestra).

Durante las dos primeras décadas del siglo XIX, hay referencias recurrentes a los asentamientos indígenas en la zona del Chapaleofú vinculados a las actividades comerciales antes referidas (entre otros, Cornell [1864] 1995; García [1822] 1969; Rodríguez [1823] 1969). La década de 1820 marcó el fin del control territorial de este sector de Tandilia por parte de grupos indígenas autónomos, quienes debieron trasladarse hacia el sur ante las políticas ofensivas de avance de la frontera que se iniciaron entonces 11. No obstante, en esa conflictiva coyuntura aún aparecen indicadores de la continuidad de las actividades ganaderas y el número relativamente alto de población indígena. En efecto, durante la primera campaña del Cnel. M. Rodríguez fueron atacados los caciques Pichiloncoy y Ancafilú, quienes en ese momento lograron reunir más de 6.000 lanzas, disponían de algunas armas de fuego y tenían ganado caballar, vacuno y lanar (CGE 1973/1975 III: 358-360).

La política pacífica que continuó a la fundación del fuerte Independencia favoreció la instalación de unos "dos mil indios, entre grandes y chicos" en sus cercanías, entre los cuales "los varones se conchaban en las yerras y apartes de ganado [… y…] Las mujeres trasquilan las ovejas, y tejen jergas y ponchos" (Rodríguez [1823] 1969: 82-83). Adicionalmente, Ratto (1994: 10) ha señalado que los "indios aliados" vendían reses para la manutención de la guarnición de dicho fuerte, abasto que debe haber implicado el desarrollo de una producción ganadera por encima de los requerimientos internos.

Por último, cabe señalar que, a comienzos de la década de 1830, según el Sgto. J. Cornell ([1864] 1995: 40-43), algunos grupos pampas ocupaban las tierras situadas entre Azul y el Chapaleofú. En 1831, el ataque a las tolderías de Antuan y Guilitru en el arroyo Chapaleofú reportó el botín de unas 7.000 cabezas vacunas y ovinas (Ratto 1994: 19). Estos dos caciques no querían:

estar reunidos [con otros caciques amigos] por tener sus majadas de ovejas y algunas vacas y andar continuamente en movimiento en busca de los mejores lugares…habiendo tolderías hasta una legua de distancia del fuerte (Carta del Comandante del Fuerte Independencia a Rosas, Octubre de 1832, citada en Ratto 1994: 22).

El panorama Arqueológico actual

En este apartado se hará una síntesis de los resultados de las investigaciones arqueológicas que se vienen desarrollando desde 2001 en las construcciones de piedra de la porción central del Sistema de Tandilia, haciendo eje en la información novedosa que aportan, especialmente en lo que respecta a las características, localización y relaciones espaciales. Las ocho edificaciones que se conocían en el "pago del Chapaleofú" al comienzo de nuestras pesquisas y que habían sido mencionadas en distintos estudios (Acevedo Díaz 1975; Araya y Ferrer 1988; Ceresole 1991; Mauco et al. 1977; Ramos 1995; Ramos y Néspolo 1997/1998; Slavsky y Ceresole 1988) son estructuras cuya planta es de forma regular, geométrica -cuadradas, rectangulares, redondas, etc.- y usualmente de grandes dimensiones. A este grupo inicial se sumó información referente a otras 35 construcciones formadas por recintos o espacios cerrados por medio de paredes de pirca, todas situadas en sectores serranos de acceso mucho más difícil, de forma irregular y menor tamaño que las primeras (Ferrer y Pedrotta 2006; Pedrotta 2005, 2008 y 2009; Pedrotta et al. 2011). Asimismo, se detectaron pequeñas estructuras de piedra destinadas a la contención de agua que no habían sido registradas anteriormente.

El primer aspecto a resaltar refiere a la distribución en el espacio de las estructuras pircadas. Como se observa en la Figura 1, al momento de iniciar la investigación se conocían ocho construcciones: dos de ellas sobre el arroyo Chapaleofú Chico (Limache y Milla Curá), tres en la Sierra Alta de Vela (Santa Inés I, II y San Celeste I), una situada en las nacientes del arroyo Chapaleofú Grande (Cerro Guacho I), otra sobre su margen derecha (Los Bosques) y la última muy distante de las anteriores, localizada en un sector de llanura hacia el sudeste, próxima a un par de lagunas (Cura Malal, hoy María Teresa). Significativamente, las 35 edificaciones que fueron descubiertas después se localizan en sectores aledaños a este segundo arroyo, presentado su mayor concentración en la Sierra Alta de Vela y sobre un grupo de cerros ubicados en su margen derecha. Por ende, el panorama inicial que ofrecía la localización de las construcciones de piedra cambió sustancialmente, pasando de unas pocas estructuras de gran tamaño dispersas entre los arroyos Chapaleofú Chico y Grande a un patrón de alta concentración en torno a este último curso de numerosas y muy variadas edificaciones pircadas. En efecto, ninguna de las 35 estructuras nuevas está situada en las proximidades del arroyo Chapaleofú Chico, sino que se aglutinan entre la Sierra Alta de Vela y la margen derecha del Chapaleofú Grande (Figura 3).

En segundo término debe recalcarse el marcado contraste respecto de las características arquitectónicas. Como se anticipó, sólo unas pocas entre las nuevas construcciones descubiertas tienen planta geométrica perimetral; la mayoría de ellas es de contorno irregular y semi-perimetral, que se ajusta a la topografía por medio de la incorporación de afloramientos rocosos naturales en su perímetro (comparar los casos de las Figuras 4 y 5). La arquitectura de este último conjunto de edificaciones es muy heterogénea, ya que comprende tanto construcciones simples como compuestas cuyas plantas exhiben enorme diversidad, incluyendo mayoritariamente formas irregulares y en mucho menor proporción, geométricas. Así, se relevaron desde pequeños recintos circulares de 2 m de diámetro -caso de San Celeste II que se observa en la Figura 4- hasta grandes edificaciones irregulares compuestas por diferentes estructuras cuya superficie total supera los 22.000 m2, como, por ejemplo, La Martina II. Las edificaciones semi-perimetrales irregulares suelen estar constituidas por muros simples, mientras que los muros dobles sin relleno o con relleno se usaron preferentemente para las perimetrales regulares. Entre los rasgos notables se encuentran corredores de acceso a algunas estructuras y orificios de desagüe en la base de los muros de muchas construcciones de gran tamaño (que ya habían sido notados por otros estudiosos).

En tercer lugar, cabe destacar algunos aspectos vinculados a los emplazamientos elegidos para erigir las edificaciones de piedra, que son también diversos, habiéndose seleccionado valles y planicies, laderas de lomadas y cerros o directamente sectores de la Sierra Alta de Vela (cuya altitud supera los 400 msnm) y tanto en superficies prácticamente planas como en otras con pendiente muy pronunciada. Paralelamente a esta variabilidad advertida en las localizaciones, en todos los casos se constató la existencia de afloramientos cercanos y/o rocas dispersas en la superficie que pudieron haber sido utilizadas para su construcción, así como una óptima disponibilidad de agua aportada por los numerosos manantiales locales y/o por los arroyos Chapaleofú Grande, Chapaleofú Chico o sus tributarios.


Figura 3. Construcciones de piedra actualmente relevadas en el pago del Chapaleofú. El triángulo negro indica las que se descubrieron a partir de nuestras investigaciones, el triángulo blanco aquellas conocidas con anterioridad.
Referencias: 1) Limache; 2) Milla Curá; 3) Cerro Guacho I; 4) Cerro Guacho II; 5) La Martina I; 6) La Martina II; 7) Sierra Alta I; 8) Sierra Alta II; 9) Sierra Alta III; 10) Sierra Alta IV; 11) Sierra Alta V; 12) Sierra Alta VI; 13) Sierra Alta VII; 14) Sierra Alta VIII; 15) Sierra Alta IX; 16) Sierra Alta X; 17) Sierra Alta XI; 18) Santa Inés I; 19) Santa Inés II; 20) Santa Inés III; 21) Santa Inés IV; 22) El Cencerro; 23) San Celeste I; 24) San Celeste II; 25) San Celeste III; 26) María Teresa; 27) Chapaleofú I; 28) Chapaleofú II; 29) Chapaleofú III; 30) Renancó I; 31) Renancó II; 32) Renancó III; 33) Renancó IV; 34) Renancó V; 35) Renancó VI; 36) Los Bosques I; 37) Los Bosques II; 38) Los Bosques III; 39) Los Bosques IV; 40) Los Bosques V; 41) La Pastora I; 42) La Pastora II y 43) La Pastora III.

 


Figura 4. Ejemplos de las primeras construcciones de piedra conocidas: plantas geométricas regulares y grandes dimensiones


Figura 5. Plantas irregulares semi-perimetrales de las nuevas construcciones que se hallaron en el transcurso de la investigación arqueológica

Los patrones comunes a todas las construcciones en lo que respecta a las técnicas constructivas -empleo de la técnica de pircado y uso de los bloques graníticos del basamento cristalino- y a su ubicación en el paisaje, sugieren que es altamente probable que éstas hayan estado articuladas entre sí y que hayan formado parte de un sistema integrado de uso del espacio serrano por parte de las poblaciones indígenas. A su vez, las particularidades de muchas de ellas, en especial referidas a su arquitectura (dimensiones generales, altura de los muros, existencia de accesos, orificios de desagüe, etc.) y a su emplazamiento (pendiente, pedregosidad, visibilidad, entre otros), inclinan a proponer cierta especialización en sus funciones. Por el momento, se han planteado las siguientes: 1) corrales de ganado mayor y menor, 2) lugares para la captura y/o manejo de caballos y/o vacas, 3) espacios de vivienda, 4) emplazamientos fortificados y 5) puntos de avistaje y vigilancia del territorio, tal como lo habían propuesto Araya y Ferrer (1988) (discusión detallada en Pedrotta 2005, 2008, 2009; Pedrotta et al. 2011). Si bien se trata de alternativas no excluyentes, en muchos casos, distintas líneas de evidencia sugieren que la mayor parte de las construcciones estudiadas corresponde al conjunto de los corrales, como lo sostienen Araya y Ferrer (1988), Ceresole y Slavsky (1988) y Ramos (1995). No obstante, debe mencionarse también el caso de Cerro Guacho II, interpretado como un lugar para la captura de ganado cimarrón, por medio de un sistema similar al que describió el jesuita Falkner a mediados del siglo XVIII (Pedrotta 2008) y también a la hipótesis que propone Mazzanti (2007) para algunas estructuras de piedra de la Sierra La Vigilancia, en el extremo oriental del Sistema de Tandilia.

Considereciones finales

El conocimiento etnohistórico general acerca de las transformaciones en la economía de la sociedades indígenas pampeanas durante el período Colonial, así como las fuentes documentales y cartográficas que fueron analizadas en las secciones precedentes de este trabajo para el caso particular de la cuenca del arroyo Chapaleofú, sugieren un escenario en el cual estaban dadas las condiciones materiales y los móviles económico-sociales que explican la construcción de las edificaciones de piedra con fines no exclusiva, pero sí principalmente asociados a las actividades ganaderas en la zona de estudio. En efecto, al menos desde mediados del siglo XVIII (cuánto antes todavía se desconoce), las sociedades indígenas locales -los entonces llamados serranos o pampas serranos- capturaban caballadas alzadas y vacunos cimarrones, criaban manadas equinas y rodeos, pastoreaban ovinos, llevaban a cabo una intensa actividad comercial y hacían uso de los diversos recursos que ofrecen las sierras septentrionales bonaerenses, donde conformaban núcleos de población relativamente estables y con cierta circunscripción territorial.

Las investigaciones arqueológicas desarrolladas en la porción central del Sistema de Tandilia han aportado información acerca de un conjunto variado y numeroso de edificaciones de piedra que cambia sustancialmente el panorama que se tenía inicialmente. En primer lugar, los patrones constructivos comunes y las recurrencias que se observan en torno a su emplazamiento topográfico, sugieren que formaron parte de un mismo sistema organizado de uso del espacio, tal como había sido propuesto a partir de los trabajos pioneros de  Araya y Ferrer (1988: 44) y Ceresole y Slavsky (1988). Sus particularidades arquitectónicas, por otra parte, inclinan a proponer cierta especialización en lo que hace al aspecto funcional (Pedrotta 2005, 2008, 2009; Pedrotta et al. 2011), habiendo sido, seguramente, una de sus finalidades principales la conformación de espacios aptos para el cuidado, la cría y la custodia de ganado. Si bien se trata de un grupo minoritario, también deben mencionarse otras estructuras que habrían conformado espacios domésticos de vivienda, así como para la vigilancia y defensa del territorio.

Una última cuestión a señalar refiere a la distribución espacial de las construcciones de piedra estudiadas, que exhibe una clara concentración en torno al arroyo Chapaleofú Grande y tributarios de éste que nacen en la Sierra Alta de Vela. Esto indica que el Chapaleofú Grande -y no el Chico- fue el arroyo sobre el cual concentró una nutrida población indígena hacia fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, cuya descripción más elocuente aparece en el informe de M. M. de la Calleja en 1814. Sin perjuicio de haber formado parte de las infraestructura asociada a los circuitos comerciales hacia Chile u otros mercados -como argumentan Slavsky y Ceresole (1988) y Ramos (1995 y 2001)-, la cantidad y la densidad espacial del variado conjunto de edificaciones de pirca que se conoce actualmente sugieren que éste estuvo vinculado principalmente con las actividades comerciales que los grupos indígenas allí asentados llevaban a cabo localmente y que quedaron documentadas desde mediados del siglo XVIII. Una de las expresiones más conocidas de esta actividad comercial fue justamente la famosa "Feria del Chapaleofú", polo de intercambio multiétnico que articulaba redes regionales y extra regionales, en un ambiente de óptimas condiciones naturales para la instalación humana, la ganadería y el pastoreo.

Agradecimientos

A la Fundación Félix de Azara y la Universidad Maimónides por su apoyo institucional a través del Departamento de Ciencias Naturales y Antropológicas del CEBBAD, perteneciente al Instituto Superior de Investigaciones de la última casa de estudios. Este trabajo contó con subsidios del CONICET (PIP 349 2012-2014 "Paisajes indígenas construidos en las sierras bonaerenses" y la ANPCyT (PICT 0561/11"Investigación, gestión y revalorización social del patrimonio en el centro y sudeste de la provincia de Buenos Aires") y se se enmarca en el Programa de Estudios Interdisciplinarios de Patrimonio -PATRIMONIA- del INCUAPA, FACSO, UNICEN.

Notas

1. Las edificaciones situadas en las estancias Milla Curá, Limache y Santa Inés, en la cuenca del arroyo Chapaleofú, así como otras en los alrededores de la ciudad de Tandil (La Cerrrillada, Cantera Interlen) y en el partido vecino de Necochea ("corral de Ferreyra").

2. Informe del hacendado Manuel Martín de la Calleja, del 9 de octubre de 1814, enviado al general Viamonte por intermedio del Alcalde de la Herrnandad de Chascomús -donde el primero tenía su estancia- a raíz de una denuncia de robo de ganado. Citas tomadas de las transcripciones de Mauco et al. (1977: 60) y Araya y Ferrer (1988: 22) -el original se encuentra en el AGN X, 7-5-3.

3. A las construcciones de Reserva Sierra del Tigre, Sierra de las ánimas y las estancias de Capdepont, Tandileofú, La Nativa, Milla Curá, Limache, Los Bosques, La Siempre Verde y "corral de Ferreyra" reportadas por otros investigadores, sumaron las de: Don Gabriel, San Daniel, San Santiago, De Fadon, San Verán, Miraflores La Unión, Rodeo Pampa y en la Base Naval Azopardo, ampliando el área de estudio a los partidos de Azul, Lobería y Balcarce.

4. Hacia 1621 el gobernador Góngora estimaba que podían extraerse unos 80.000 cueros anualmente sin afectar seriamente la disponibilidad de vacunos cimarrones, mientras que los vecinos de Santa Fe habían capturaron unas 50.000 cabezas entre 1619-1621 (Giberti 1961: 32).

5. En 1714 un vecino de Buenos Aires denunciaba haber tenido que alejarse unas 100 leguas para poder "hacer un poco de grasa y sebo" y que había sido atacado por indígenas cerca de Tandil (Zabala y De Gandía 1980 (I): 485).

6. Carta del Gobernador de Buenos Aires Andrés Robles al Rey del 20 de abril de 1678. Documentos del Archivo General de Indias (AGI) en el Museo Etnográfico (ME) J. B. Ambrosetti (AGI en ME), F-5. En el mismo sentido, carta del 24 de mayo de 1678 (AGI en ME, F-6).

7. El vocablo geográfico "pampas" se comenzó a usar desde el siglo XVII para nominar a los indígenas que vivían en o procedían de las tierras ubicadas hacia el sur de Buenos Aires, diferenciándolos -no siempre- de los serranos, quienes suelen aparecer asociados a las sierras bonaerenses (Ramirez Sierra 1975).

8. Los baguales de la pampa húmeda eran explotados por los "toelchus" de la patagonia a quienes encontró Cardiel ([1747] 1940) en la Sierra del Volcán, adonde habían ido a "buscar caballos silvestres de que están llenas las campañas hasta las segundas Sierras".

9. Andrés de Robles informaba que los pampas llevaban las caballadas hurtadas "a la Sierra, y se comunican con los Serranos, y Araucanos, y se los dan en trueque de mantas, frenos y otras cosas" (carta del gobernador de Buenos Aires del 24-5-1678, AGI en ME, F-6). La carta de Joseph de Herrera del 5-12-1686 también expresa: "los serranos suelen darse la mano con los aucas de Chile a quienes venden las caballadas y los robos que aquí hacen" (AGI en ME, G-29).

10. Este rango otorgado a Calpisqui -cuya trascendencia para las sociedades indígenas es difícil de determinar- posiblemente reconociera, de algún modo, la preeminencia que éste tenía en el acceso a los recursos de las sierras bonaerenses (Nacuzzi 1998: 121).

11. Los caciques pampas Ancafilú, Tucumán o Facumán, Trirnin (firmantes del tratado de Miraflores en 1820) y otros doce que habían participado de los parlamentos realizados antes en el arroyo Chapaleofú (ver Levaggi 2000).

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Fecha de recepción: 30 de agosto de 2013.
Fecha de aceptación: 30 de octubre de 2013.

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