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Memoria americana

versión On-line ISSN 1851-3751

Mem. am.  no.24-2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2016

 

ARTÍCULOS

La etnohistoria andina chilena, entre las luchas pasadas y presentes

 

Carlos María Chiappe*

* Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección Etnohistoria. Buenos Aires, Argentina. E-mail: carlosmariachiappe@gmail.com

 


Resumen

El artículo propone una reflexión sobre la aplicabilidad de ciertos abordajes teórico-metodológicos para un análisis del desarrollo de la etnohistoria andina chilena. El enfoque adoptado se sitúa dentro de los estudios sobre memoria, en consecuencia el trabajo se apoya en los referentes principales de este campo intelectual. En los diferentes apartados se analizan las relaciones entre memoria social y memoria histórica, entre texto y contexto y entre memoria, historia y política; mientras en las conclusiones se retoma la exploración teórico-metodo-lógica acerca de la memoria y la historia para el caso en estudio y se propone una línea de análisis provisional.

Palabras clave: Estudios sobre memoria; Etnohistoria andina; Chile

Chilean Andean etnohistory, between past and present struggles

Abstract

This paper poses a reflection on some theoretical-methodological approaches and their applicability to study the development of a Chilean Andean Ethnohistory. Since the focus of the current research can be situated among the studies of memory, there are references to authors considered relevant fgures of this intellectual field. Through the different sections, the relationships between social memory and historical memory, between text and context, and between memory, history and politics are analyzed. The conclusions go back to the theoretical-methodological exploration about memory and history for the case studied offering a provisional line of analysis.

Key words: Memory studies; Andean ethnohistory; Chile


 

Introducción

La Guerra del Pacífico (1879-1883) no sólo dotó a Chile de vastos y ricos territorios mineros sino que originó nuevas y conflictivas relaciones entre el Estado nación y los pueblos originarios que quedaron contenidos en sus fronteras. A estos se les endilgó una imaginada aloctonía, fueron transformados compulsivamente en chilenos y se los incorporó como mano de obra marginal - de las ciudades, los centros salitreros y las minas de cobre- en las modernas relaciones económicas surgidas de la industrialización del desierto (Núñez 2013). Esta problemática social -epitomizada en la migración campo-ciudad y en su relación con la desintegración étnica- fue un temprano foco de interés para unas ciencias sociales en estado embrionario, y llegaría como nota urgente a la agenda de los estudios andinos durante el período de institucionalización del campo científico (1950-1970).
A pesar de estos desvelos y al menos hasta la década del 1960, la historiografía hegemónica no había tomado a los pueblos originarios del norte de Chile como foco central de sus disquisiciones. Aunque ya existían investigaciones sobre otros sujetos subalternizados -como los trabajadores salitreros, portuarios y cupríferos-, la historia indígena era algo marginal en el macro-relato de la epopeya nacional, elucubrado al amparo de fuentes documentales en donde el sesgo eurocéntrico se hacía dominante (Hidalgo 2015, comunicación personal)1.
Partiendo de la agenda heredada, la naciente etnohistoria andina intentó ofrecer, amparada en la interdisciplina y a través de una mirada de larga duración, un análisis superador, una "visión totalizadora del mundo andino" (Lorandi 1977) que no desdeñase toda su vibrante heterogeneidad. Desde principios de la década de 1970 esta disciplina cobró impulso al abordar con "mirada antropológica" otros tipos de fuentes documentales -como visitas y litigios- que ofrecían un material inédito para re-trabajar las relaciones sociales durante la Colonia. Mediante una alianza con la arqueología se conformaron líneas de investigación orientadas a analizar los "logros andinos" en una larga escala temporal. De entonces a esta parte, la etnohistoria chilena -al igual que la del resto de los países centro-sur andinos- se ha ampliado tanto temporal, como espacial y temáticamente, proceso acompañado de una diversificación de las fuentes. También se avanzó en las preguntas sobre su propia historia, objeto y método, línea de pesquisa en la que este texto se enmarca.
Fruto de indagaciones teórico-metodológicas surgidas en el marco de mi tesis doctoral en curso2, en este artículo me pregunto por la potencialidad de los estudios sobre memoria para analizar los antecedentes, el surgimiento y el desarrollo de la etnohistoria andina chilena en el marco de los cambiantes contextos sociopolíticos de aquél país. Este interés surge de un acercamiento personal a los citados estudios y de apreciaciones hilvanadas en trabajos anteriores guiados por otros esquemas de inteligibilidad (Chiappe 2015 a, b, c, d; 2016 a, b, c).
José Luis Martínez (2004) ha señalado que la investigación etnohistórica habría ayudado a generar una nueva perspectiva sobre las sociedades andinas, posicionándolas como agentes activos de la historia social chilena. Según Hidalgo, Castro y Aguilar (2013: 243) este "nuevo lugar" habría impactado no sólo en los propios estudios andinos sino también -parcialmente, a través de su difusión- en las políticas estatales, como fue el caso de la Reforma Agraria. Así, la relectura histórico-antropológica habría generado algún cambio en la perspectiva
contemporánea sobre el sujeto andino -pretérito y actual- que colaboró en la modificación del escenario del país3. Sin embargo, como he analizado en general para el campo de los estudios andinos en la década de 1960 (Chiappe 2015a), si las transformaciones disciplinares produjeron modificaciones en las políticas estatales no es menos cierto que, a la inversa, las políticas estatales indujeron a las ciencias sociales a abordar determinados temas.
Partiendo de las anteriores apreciaciones, en este artículo avanzo algunas cuestiones relativas a la etnohistoria y en particular a su construcción de un conocimiento sobre "lo andino" en relación a diferentes contextos históricos. En forma acorde con el trabajo más general que llevo adelante -y en esto radica lo esencial del abordaje- no investigo a la etnohistoria en sí, sino que la tomo como una lente para comprender procesos sociales que ocurrieron durante su desarrollo y que quedaron reflejados en la misma. Parto de la idea de que los contextos son elementos co-constitutivos del propio saber, por lo que la relación entre ciencia y contexto no es unidireccional sino dialógica. La ciencia forma parte del contexto en que se desarrolla y si nos es permitido deslindar ambos elementos es sólo para ponerlos en relación a fines analíticos. En el examen final la totalidad social debe reintegrarse a través de la mirada particular que conforma el trabajo terminado.
La expectativa es colaborar en la generación de una herramienta con dos objetivos solidarios. Por un lado, el epistemológico pues al reparar en la forma en que determinado conocimiento ha sido construido podemos señalar sus alcances y limitaciones (Bourdieu [1984] 2008). Por el otro, el político ya que el hacer científico se transforma en político cuando interpelamos un determinado orden instituido (Rancière 1996) y entablamos diálogo con otras miradas, al tomar -implícita o explícitamente- un posicionamiento sobre la realidad que incluye nuestra perspectiva del futuro. Estudiar el desarrollo de la práctica etnohistórica configura un aporte al campo que estudiamos a la vez que sirve para anclarlo a la realidad que este busca entender, en donde existe una necesidad aún no satisfecha de descolonización de los grupos marginalizados y también del propio conocimiento que sobre ellos se elabora (Krot 2015).
La pregunta que orienta las páginas siguientes es: ¿qué pueden aportarnos los estudios sobre memoria para analizar a la etnohistoria en su particular construcción del pasado? Aunque la reflexión sobre la relación entre memoria e historiografía es un tópico frecuentemente transitado, considero que estos avances han sido apenas aplicados al análisis del desarrollo de los estudios andinos y de la etnohistoria andina, en particular.

Memoria social y memoria histórica: la relación conflictiva entre el presente y el pasado chileno

Según la tesis central de La mémoire collective (Halbwachs [1950] 2001), el recuerdo se constituye a partir de marcos sociales reales que actúan como puntos de referencia para la reconstrucción memórica. Por lo tanto, esta nunca es individual ni autónoma sino social, ya que se elabora desde los pensamientos compartidos por un grupo de pertenencia que constituyen un marco de interpretación o tradición heredada (Ramos 2011). Esta perspectiva es apoyada por Paul Ricoeur (2004), quien sostiene que es en el acto personal de rememorar donde se halla la "marca" de lo social. Por lo tanto, la rememoración individual no podría ser nunca señalada como ilusión privada: memoria individual y memoria colectiva están en íntima relación.
Por su parte, si tomamos la comparación que establece Halbwachs ([1950] 2001) entre memoria social e histórica, la misma idea de memoria histórica es contradictio in terminis. Aunque la memoria colectiva se apoya en la historia aprendida, ya que nuestras vidas forman parte de la historia general, no se basa en ella sino en la historia vivida. Mientras que la memoria histórica representa el pasado en forma esquemática, la memoria colectiva lo hace en forma continua y densa. La historia es una recopilación de hechos que fueron seleccionados y clasificados de acuerdo a las necesidades del presente y esta comienza a ser narrada recién cuando el recuerdo muere, al ser deshojado del marco social que le daba vida4.
En tanto la condición social necesaria para la memoria es que "quien se acuerde [...] tenga el sentimiento de que llega hasta sus recuerdos con un movimiento continuo", la historia no puede ser memoria porque no hay continuidad "entre la sociedad que lee la historia y los grupos de testigos o actores de los hechos plasmados" (Halbwachs [1950] 2001: 55, 56 y 80). Desde esta perspectiva la historia sería la construcción de un grupo establecido para "defenderse de la erosión permanente del cambio", mientras que la memoria "se basaría en el movimiento de las perspectivas y su relativismo recíproco" (Duvignaud 2004: 14).
Los aportes de Halbwachs se centran entonces en proponer a la memoria como producto social y en el uso implícito del concepto de trayectoria: la memoria colectiva integra "diversas formas de recordar" ya que "cada memoria autobiográfica es un punto de vista sobre la memoria colectiva por cuanto resulta de experimentar, desde cierto lugar y en una intensidad diferencial, ciertos recuerdos comunes" (Ramos 2011: 132 y 133).
En lo que respecta a su relación con la memoria, la historia leída tiene nula incidencia. Esta última no puede provocar un contacto vivo y directo con la sociedad pasada, reponer en quien lee un sentimiento de pertenencia que no existe y que es la condición para la memoria. Sin embargo, Halbwachs también comenta que "la historia […] semeja un cementerio donde el espacio está totalmente ocupado, y donde se debe, a cada instante, encontrar el lugar para nuevas tumbas" ([1950] 2001: 32, la traducción es nuestra). Entonces, si el sentido de la historia ha sido completado y clausurado por quienes nos antecedieron y para reabrirlo se precisa encontrar nuevos sitios disponibles -o diferentes lugares de enunciación-, de lo anterior se desprende su perfil político, su potencial de incidencia en las disputas del presente.
En trabajos más recientes, la anterior línea inquisitiva fue revisitada, pudiéndose avanzar en nuevas formas de articulación entre pasado y presente. En Ghost of memory, Janet Cartsen (2007) reúne estudios centrados en políticas de la memoria y estudios antropológicos sobre dimensiones emocionales del parentesco con el objetivo es mostrar cómo los pequeños procesos de relación cotidiana inciden en otros de importancia política a gran escala.
Carsten utiliza el concepto de relatedness, en donde el foco en las relaciones es propuesto en substitución al parentesco para entender qué significa relacionarse en diferentes contextos, más allá de los lazos biológicos. Carsten (2007) retoma la noción de evento crítico de Veena Das (1995), pertinente para analizar aquellos"momentos en que la vida cotidiana es interrumpida y los mundos locales son devastados alterando las categorías dentro de las cuales las personas operan". Los efectos de esos eventos "no quedan confinados a instituciones particulares en diferentes lugares, instituciones y actores" sino que "en la construcción de
meta narrativas sobre esos eventos [las instituciones] se apropian de la experiencia de las víctimas para sus propios fines" teniendo el paso del tiempo "un papel importante en la absorción de los dislocamientos de las narrativas nacionales y familiares" (Finamori 2010: 164, la traducción es nuestra).
En los eventos críticos, "el mantenimiento de las memorias de los recuerdos familiares y personales, o su enriquecimiento, puede contribuir a narrativas mayores que constituyen, mantienen o niegan la diferencia local o nacional". Además, "a través de los acontecimientos políticos a gran escala y las estructuras institucionales del Estado que afectan a la vida social o familiar" las relaciones interpersonales configuran "un tipo particular de sociabilidad en la cual ciertas formas de temporalidad y de memoria y ciertas disposiciones en dirección al pasado, presente y futuro son posibles y otras son excluidas. (Finamori 2010: 164, la traducción es nuestra).
Con las anteriores reflexiones enfoquémonos ahora en el caso de Chile. En el período comprendido entre 1950 y 1970, en un contexto de estabilidad democrática y, en parte, debido al rol del Estado este país se transformó en el eje de un circuito académico regional en el que las ciencias sociales experimentaron una abrupta expansión. Por medio de una política sostenida de fomento de la educación superior, su capital -Santiago- pasó a ocupar un papel central, acaparando gran parte de la ayuda fnanciera internacional, hegemonizando la recepción de diversos organismos y centros de investigación y atrayendo a estudiantes de posgrado e investigadores de todo el mundo. Por lo tanto, hacia inicios de 1970 el campo académico-científico chileno se hallaba en franca expansión, algo que sucedía también en las regiones nortinas, vinculado al accionar de las universidades del Norte y de Chile, las cuales imprimieron desde la década de 1960 un alto dinamismo al campo de los estudios andinos (Chiappe 2015a).
Ahora bien, creo no equivocarme al decir que el evento crítico más distintivo que atravesaron las ciencias sociales chilenas fue provocado por la dictadura pinochetista (1973-1990). Las políticas culturales y económicas dictatoriales diezmaron este campo por medio de un proceso de regionalización y privatización de las universidades, a las que se les quitaron los recursos necesarios para su desarrollo. Muchas carreras potencialmente "subversivas", como la sociología o la antropología fueron prohibidas y gran cantidad de académicos partieron al exilio, mientras otros sufrieron persecuciones y debieron "invisibilizarse" -a menudo practicando una ciencia "aséptica" (Núñez 2013)- siendo el fusilamiento de Freddy Taberna el caso paradigmático de la represión a la academia nortina (Chiappe 2015d)5.
El geógrafo iquiqueño Freddy Taberna fue un activo militante del Partido Socialista, funcionario del gobierno de la Unidad Popular y pionero del campo de estudios andinos (Chiappe 2015 d). Detenido y fusilado pocos días después del Golpe de Estado resulta interesante estudiar cómo, en el Norte Grande, el mismo Taberna ha sido retomado u obliterado, a veces destacando -a favor o en contra- su compromiso político, su posicionamiento epistemológico y sus aportes a los estudios andinos. Las relaciones de proximidad o lejanía -ideológica, de amistad, o familiar- con Taberna, expresadas en diversos escritos, charlas informales y entrevistas a investigadores, forman parte de una narrativa regional que expresa la distancia simbólica entre el centro y el norte del país y también de narrativas más particulares que hablan de otra distancia -negativa o positiva- entre los integrantes actuales del campo académico nortino y de pujas en torno a la figura del geógrafo.
Aun a 40 años de su asesinato, este intelectual-militante marxista es una "figura incómoda" (Bernardo Guerrero 2014, comunicación personal) que puede servir para analizar cómo se constituyen, mantienen o niegan las diferencias desde el norte de Chile con el Estado nacional. A nivel país, tal vez por el derrotero político pos-dictatorial de los gobiernos democráticos -en compleja relación con el pasado allendista- figuras como la de Taberna están lejos de ser incorporadas al macro-relato nacional.
Señala Finamori (2010: 166) que Carsten (2007), al focalizar en relatos en donde no se amalgaman explícitamente las prácticas de relatedness y la gran política puede llevar a la idea de que toda práctica cotidiana es también política o, al contrario, que ciertos campos de investigación no permiten una unión explícita entre parentesco y política. Considero que en el caso de Freddy Taberna -por la declarada relación entre coyuntura política, ciencia y relatedness de la sociedad nortina- la propuesta de Carsten (2007) puede resultar útil para dar cuenta de particulares construcciones de la historia del pasado reciente en vinculación con las luchas político-académicas del presente. Como señala Koselleck (1993: 287), en la acción de ver el pasado desde el presente "hay diferentes estratos de la experiencia y de lo que se puede experimentar, del recuerdo y de lo que se puede recordar y, finalmente, de lo olvidado o de lo que nunca se ha transmitido, a los que se recurre y que son organizados por las preguntas actuales".

Texto y contexto: entextualizando el mundo andino

Los textos -en sentido amplio- nos informan sobre el tema que tratan y, además, sobre el momento en que fueron producidos, ya que los intereses de su época se inscriben en ellos: permiten indagar una realidad que existe más allá de ellos, un estado de cosas "extratextual" (Koselleck 1993). Sigo aquí la definición de texto de Ricoeur (2006), para quien este es un discurso fijado por la escritura que se caracteriza por ser una realización particular y subjetiva de todas las posibilidades que ofrece el sistema de la lengua. Esta limitación del texto -recorte y fijación de posibilidades infinitas- lleva a proponer que el abordaje teórico-metodológico requerido para el estudio del desarrollo de la etnohistoria andina debe tomar en consideración no sólo el análisis del discurso escrito sino también el oral, porque es necesario indagar las condiciones y características de la producción etnohistórica y, además, los sentidos que los mismos investigadores otorgan a su participación en el problema de estudio.
A nivel metodológico, el análisis textual puede beneficiarse del uso de las categorías de contextualización, descontextualización y recontextualización de textos, o centramiento, descentramiento y recentramiento de discursos (Bauman y Briggs 1990). En lo referente a la etnohistoria estos discursos habilitaron y habilitan tanto la construcción de un determinado sujeto de conocimiento -el "mundo andino" o las "comunidades indígenas" del pasado prehispánico, colonial y republicano- como también la meta reflexión sobre esta construcción, la cual colabora en el mismo proceso de construcción de este conocimiento particular. Los procesos enumerados están en íntima relación con el de entextualización, entendido como la posibilidad de aislar y descontextualizar un texto de su naturaleza interactiva, alumbrando "de una extensión de producción lingüística una unidad, un texto que pueda sacarse de su marco de interacción" (Bauman y Briggs 1990: 73, la traducción es nuestra, el resaltado del autor).
En el campo de la etnohistoria esto es útil porque nos permite pensar su hacer como la separación de un objeto textual o discursivo de su contexto original -descontextualización de un texto o descentramiento de un discurso- y su posterior entextualización en una nueva forma: el texto o discurso etnohistórico. Esto se da por medio de la creación de un nuevo contexto después del descentramiento del propio discurso cultural a través de la producción científica. De esto se colige que reflexionar sobre la práctica de entextualización puede llevarnos a inquirir cómo se logra esta en términos formales y funcionales, por quién, con qué fines y en qué circunstancias (Bauman y Briggs 1990).
A modo de ejemplo, un abordaje preliminar del tema en marras lleva a plantear la centralidad en la historia de los estudios andinos, y de la etnohistoria en particular, de una perspectiva que promovió el desarrollo étnico en el marco del desarrollo nacional. Este es un tópico que ha ido cambiando en su presentación en íntima relación con los procesos sociopolíticos del país y el mundo durante los siglos XIX y XX. Por lo tanto, en la historia disciplinar es importante analizar qué se ha considerado pertinente al momento de definir un contexto e incluir determinados aspectos y no otros en el texto extraído. Es decir, bajo qué criterios se ha descontextualizado y recontextualizado.
Al abordar con determinado marco teórico-metodológico el pasado, el trabajo del etnohistoriador se posiciona en una forma de ver y entender la historia que está relacionada con los contextos en los que ejerce su profesión, los cuales son co-constitutivos de su práctica. Visto así, aunque huelgue aclararlo, la cuestión del poder está entramada en la construcción de los objetos de conocimiento. Esto es claro para el caso de la etnohistoria, en donde el interlocutor pretérito no puede autorizar o deslegitimar lo escrito, por lo que "descontextualizar y recontextualizar un texto es [...] un acto de control, y en relación con el ejercicio diferencial de ese control se plantea la cuestión del poder social" (Bauman y Briggs, 1990: 76, la traducción es nuestra). Sin embargo, en tanto los procesos textuales implican la elaboración de nuevas perspectivas históricas, estos llevan incorporado un potencial emancipatorio. Por lo tanto, en futuras investigaciones será importante analizar si la etnohistoria fue o es retomada por los propios sujetos de estudio para la consecución de sus autonomías político-culturales.

Memoria, historia y política: historiografía hegemónica versus historiografía contrahegemónica

Interesa volver a recalcar la relevancia de conocer las condiciones sociales en las que la historiografía se produce, distribuye y consume. Como señala el Popular Memory Group (PMG) (1982), en tanto la historia está en íntima relación con la producción social de la memoria, su creación excede lo meramente académico siendo una producción social más vasta de la que todos participamos. De esto se desprende que la historiografía es un acto de "apropiación" sobre la relación "colectiva y contradictoria" que se da entre la sociedad y su pasado y sobre la necesidad de la misma de tener una orientación en su "lucha para hacer el futuro" (PMG 1982: 1). Por lo tanto, es vital comprender "las relaciones entre [las] memorias dominantes y [las] formas oposicionales a través de todo el campo […] académico" (PMG 1982: 2).
En el caso estudiado, esto nos permite desplegar una línea inquisitiva para indagar el surgimiento y desarrollo de la llamada historia indígena, como oposición a la historiografía hegemónica que había obliterado a diferentes agrupaciones sociales dominadas. Aquí sería útil contraponer la definición de
historia como estudio del pasado con el término memoria que dirige la atención "no hacia el pasado sino hacia la relación entre pasado y presente" (PMG 1982: 2). La historiografía es, entonces, una práctica por la hegemonía, en tanto "la escritura de la historia es una actividad política y teórica [y] también es una práctica en y por el presente [ya que] teorías, políticas y contemporaneidad son condiciones básicas de la práctica" (PMG 1982: 9)
Sabido es que el momento de surgimiento de la etnohistoria andina se relacionó no sólo con dinámicas propias de la academia sino también con el contexto sociopolítico imperante, ya que su práctica permitió elaborar un conocimiento sobre las bases étnicas de las comunidades indígenas comprometidas en las políticas de desarrollo (Hidalgo, Castro y Aguilar 2013). Esto se dio, por lo tanto, en el marco de las luchas por la hegemonía del campo científico -historia oficial versus historia de los sometidos- que replicaban otras más generales del campo político nacional. Si esta práctica científica finalmente sirvió para la construcción de una historia contra-hegemónica será materia de estudio en el futuro. En principio se hace necesario determinar si este fue uno de los fines declarados, y, si así fue cuánto y en qué modo se lograron los objetivos. Algo de esto ha sido adelantado por Jorge Hidalgo al examinar el importante aporte de la etnohistoria a la cultura chilena y a la autoidentificación regional (Hidalgo [1977] 2004).

Signo de época: el concepto de desintegración

En Silencing the Past. Power and the Production of History, Michel-Rolph Trouillot (1995) analizó el carácter colonial de la historiografía occidental mediante el estudio de las formas en que ha sido narrada la revolución haitiana, caracterizando cómo se relacionan el poder y los silencios en la construcción de las narrativas históricas. Estas narrativas se apoyan en comprensiones precedentes que, a su vez, tienen como premisa un poder de registro que está desigualmente distribuido y que, en el caso de las historiografías fundantes latinoamericanas, fueron modeladas eurocéntricamente. Así puede comprenderse por qué la Revolución Haitiana fue borrada de la narrativa histórica hegemónica: pues desde su perspectiva una revolución de esclavos era impensable (Lander 2005: 28 y 29).
Lo impensable de Trouillot está inspirado en las apreciaciones sobre la antropología y sociología coloniales que realizara Pierre Bourdieu en el Sentido práctico. Para Bourdieu, lo impensable de una época es aquello que no se puede pensar "por falta de disposiciones éticas o políticas que inclinen a tomarlo en cuenta y en consideración" y también por "falta de instrumentos tales como problemáticas, conceptos, métodos, técnicas…" (Bourdieu [1980] 2007: 16). Lo anterior no es menos agudo que equilibrado ya que nos advierte que no realizamos ninguna proeza intelectual en denostar, desde un presentismo estéril, la producción científica pretérita.
Según Lander (2005: 30), en Trouillot, "lo impensable es aquello que pervierte todas las respuestas porque desafía los términos a partir de los cuales se formulan las preguntas". En el contexto histórico colonial y con un mundo repartido entre las potencias europeas, que justificaban su dominio en una supuesta superioridad biológica de Occidente, los acontecimientos que cuestionasen ese orden no eran concebibles. La Revolución Haitiana fue un impensable histórico porque no podía explicarse mediante el marco referencial con el cual se debatía en la metrópoli francesa sobre la raza, el colonialismo y la esclavitud.
Es factible tomar la idea de lo impensable para analizar las implicancias de la construcción de "lo andino" como objeto de conocimiento en el campo de las ciencias sociales. En el caso de Chile, lo impensable se enmascara detrás de un acontecimiento que embota la capacidad de análisis: la desaparición de las comunidades indígenas. Esta es la idea primaria que se replica en los textos publicados desde el siglo XIX hasta, al menos, 1980. El concepto de desintegración fue la principal herramienta teórica para entender el proceso al cual los indígenas estuvieron sometidos desde la Conquista. Y esto sucedió más allá del papel que pretendió asumir la ciencia en este proceso: rescatismo folklórico durante el siglo XIX o integracionismo durante la primera mitad del siglo XX.
Lo que no se podía "ver" era la permanencia, y no la permanencia de una matriz cultural inmodificada, sino la permanencia física de los sujetos y sus estrategias frente a los múltiples escenarios históricos. Plantear esto no implica negar el etnocidio y las diferentes formas de discriminación; implica asumir las limitaciones que la ciencia social tuvo durante un período determinado. También nos lleva a preguntarnos cuáles serán nuestras actuales e ignoradas anteojeras intelectuales (kulturbrille). Lo cierto es que, de este modo, se ahistorizó y homogenizó el pasado indígena, ya que era la modernidad la que había hecho irrumpir la historia en él provocando la desintegración de los pueblos originarios. Esta postura dificultó el abordaje de las discontinuidades y las trasformaciones de estos actores con los vaivenes históricos regionales.
Como herencia de tal línea intelectual, en la primera década de desarrollo de la etnohistoria se optó por enfatizar sobre la desestructuración social que provocaron las políticas coloniales y republicanas, más que sobre las estrategias que desarrollaron los pueblos originarios para contrarrestarlas y hasta valerse de ellas -en ocasiones valiéndose de ellas. De esta forma, la etnohistoria -inmersa en el paradigma desarrollista/ asimilacionista de la época- propendió a invisibilizar una cuestión también relevante, aquella que otorga una mayor agencia a los sujetos en estudio. Estos puntos de vista comenzarían a cambiar con posterioridad a 1980. El umbral entre lo inicial y lo contemporáneo fue superado cuando pudo ponerse en un lugar relativo el preconcepto de la desintegración.
En forma general este clivaje queda bien representado por la distancia entre los enfoques de dos obras clave: La vision des vaincus: les indiens du Pérou devant la conquête espagnole, 1530-1570 (Wachtel 1971) y Peru's Indian Peoples and the Challenge of Spanish Conquest (Stern 1982). Sin embargo, no debe pensarse que el concepto de desestructuración, central en la argumentación de Wachtel, fue reemplazado por el de adaptación en resistencia (Stern 1982). El énfasis puesto ya sea en la desestructuración o en la reestructuración étnica no ha dependido sólo del contexto temporal de la producción científica y de su ligazón con los desarrollos teórico-metodológicos, sino que en este han incidido también las historias particulares de las regiones en estudio y las corrientes de pensamiento en las que se enmarcan los diferentes investigadores.
Diríamos más acertadamente que ambos enfoques pasaron a complementarse. A este respecto, Hidalgo, Castro y Aguilar (2013) han destacado el carácter bifronte de la etnohistoria andina chilena -cuyo énfasis tanto en el deterioro como en los logros andinos permiten considerar las continuidades culturales ya avanzado el período Colonial-. Por otro lado, para la región del Tucumán, y sin dejar de considerar los logros andinos en los tiempos prehispánicos, Ana María Lorandi ha sostenido que "las transformaciones coloniales le ganaron
la batalla a las fuerzas conservativas de las identidades y tradiciones prehispánicas" (Lorandi 1996: 423).

Reflexiones finales

Diversos abordajes pueden ser considerados en el estudio del desarrollo de la etnohistoria andina: historia intelectual o conceptual, enfoques biográficos, de redes. Estos, y otros, no son mutuamente excluyentes sino intrínsecamente solidarios. No obstante, considero que se debe partir de un principio fundamental: apelar a la comprensión a la hora de explicar las "relaciones vitales" entre la interpretación histórica y el momento de su elaboración (Vázquez 1978: 10).
Más allá de las herramienta teórico-metodológicas y de las fuentes utilizables resulta básico intentar comprender "el tipo de relación que las sociedades históricas han entablado con su pasado, el lugar de la historia en su presente" (Le Gof 1991: 25 y 29). Partiendo de este marco de referencia, los estudios sobre memoria permiten pensar la "función social de la historia" (Le Gof 1991) a través de la interrelación entre memoria e historia. Sin recalar nuevamente en lo aspectos teóricos volveré sobre algunas nociones que -en principio- resultan prometedoras.
El concepto de relatedness de Carsten (2007) propone una reconstrucción de las relaciones interindividuales a través de las cuales se interpreta el pasado. Interpela a las personas sobre cómo entienden su propio papel y el de los otros en una historia que no compete sólo a los ámbitos particulares de interacción sino que llega -en tanto partes de una red que involucra a todos los actores sociales- a afectar elementos más visibles y destacados de la sociedad y su historia. En el caso de mi investigación, y tomando en cuenta que las fuentes pasibles de utilizarse exceden las publicaciones científicas e incluyen otros tipos de textos, lo observacional y las entrevistas, este tipo de indagación es perfectamente factible y he empezado a implementarla, en parte (cfr. Chiappe 2015c).
Por otro lado, al pensar la producción etnohistórica desde el concepto de entextualización (Bauman y Briggs 1990) diversos aspectos de la escritura de la historia son iluminados. La selección de ciertos elementos, con el consecuente descarte de otros, y su fijación en determinadas unidades sintagmáticas nos lleva a preguntarnos por el contexto histórico original que se ha perdido, el que se ha recreado y, también, por el poder asociado a estas acciones naturalizadas como "práctica etnohistórica". Sin embargo, como señalé oportunamente, en tanto la creación de textos conlleva la elaboración de nuevas perspectivas históricas, estos contienen, potencialmente, material emancipatorio factible de ser utilizado en las luchas sociales, las que necesariamente incluyen una particular lectura de la historia.
Se destaca así la ambigüedad intrínseca del hacer etnohistórico. Entenderlo y tomar una posición ética al respecto no siempre es fácil de realizar, ya que todo investigador vive en un lugar y tiempo que lo constriñe con determinados impensables (Trouillot 1995, Bourdieu [1980] 2007). Recrear este contexto de producción atravesado por las luchas en torno a la hegemonía (PMG 1982) es un objeto que considero principal en cualquier análisis del desarrollo científico.
Al aceptar que las nuevas inquisiciones sobre una historia clausurada por la historiografía hegemónica pusieron en discusión las legitimidades establecidas, y tomar en cuenta los autores trabajados, se perfila así una posible línea de
análisis sobre el desarrollo de la etnohistoria andina chilena como producción contra hegemónica. Para pensar este particular resultan útiles los conceptos de policía y política de Rancière (1996: 44). El primero se refiere a "un orden de los cuerpos que define las divisiones entre los modos de hacer, los modos del ser y los modos del decir"; el segundo a aquella actividad "que rompe la configuración sensible donde se definen las partes y sus partes o su ausencia por un supuesto que por definición no tiene lugar en ella: la de una parte de los que no tienen parte". Así la práctica etnohistórica puede ser percibida como una acción performativa que habilitó en el pasado un nuevo lugar de enunciación al subvertir (al menos al interior de la Academia) el orden de la historia instituida, trayendo a la superficie lo que antes no había sido considerado: la historia de los pueblos originarios.
Además, si se trataba de hacer una "historia indígena" (Hidalgo 2004) como parte de una historia de los dominados (Jorge Hidalgo, comunicación personal 2015), hoy, a décadas del comienzo de un camino que fue en sus inicios divergente al del discurso hegemónico, el mismo campo debe seguir generando una reflexión que aborde cuestiones esenciales. Una es revisar hasta qué punto la etnohistoria, que hoy cuenta con medios de producción y circulación más firmes, sigue siendo una práctica contestataria. De ser así, podría insertarse su estudio en aquella antropología de la protesta (contestation) que Balandier (1975: 226-227) propuso para el análisis del conflicto, entendido como herramienta de lucha no revolucionaria contra aspectos opresivos del orden social.
Responder a esta pregunta obliga a analizar en profundidad el desarrollo disciplinar desde la perspectiva de su "función social" (Le Gof 1991) para alumbrar cómo los saberes construidos han circulado por la trama social. Cualquier práctica que perdura en el tiempo tiende a transformarse en una tradición que legitima un nuevo canon. Es preciso no olvidar que una forma de anular la contra-hegemonía es hacer que esta se absorba en la esfera de lo hegemónico.

Agradecimientos

Agradezco a las doctoras Ana Ramos y Mariela Rodríguez por la lectura y comentarios sobre este texto; a los doctores Jorge Hidalgo, José Luis Martínez y Bernardo Guerrero por las orientaciones recibidas y a los evaluadores por sus sugerencias. Finalmente, a mi amiga y colega Alejandra Ramos por las hábiles y últimas enmiendas.

Notas

1. Algunas de las comunicaciones personales del Dr. Jorge Hidalgo fueron apreciaciones directas vertidas por este investigador sobre un trabajo que presenté en el IX Congreso Internacional de Etnohistoria, Arica 2014; otras provienen de preguntas puntuales que tuvo la amabilidad de contestarme por correo electrónico.

2. "La etnohistoria andina chilena en contexto. Antecedentes, surgimiento y desarrollo de una práctica de investigación interdisciplinar" FFyL-UBA, dirigida por Carlos Zanolli.

3. Este tema es retomado más adelante, en el apartado titulado "Texto y Contexto: entextualizando el mundo andino".

4. En este artículo tomo a Halbwachs ([1950] 2001) como punto de partida para posteriores disquisiciones sobre la relación entre memoria e historia, pero no problematizo aquí sobre el concepto de"hecho histórico" como objeto del análisis historiográfico, puesto en duda por diversos autores (como Aróstegui 2001, Topolski 1985), por entender que es un lastre del positivismo.

5. Cabe aclarar que aunque la dictadura impactó en el desarrollo del campo científico nortino no logró estancarlo; como la arqueología y la etnohistoria tocaban períodos alejados del complejo presente no habrían sido demasiado afectadas (Chiappe 2015 a y 2016 b). En el caso de los estudios sociológicos y antropológicos cabe destacar la continuidad del trabajo, tanto en las instituciones tradicionales -antiguas y nuevas universidades- como en las más novedosas -las OnGs TEA, CREAR, etc.-, lo cual configuró, paradójicamente, una consolidación del campo en el marco del "modelo cultural autoritario" dictatorial (Brunner 1981).

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Fecha de recepción: 19 de noviembre de 2015.
Fecha de aceptación: 23 de agosto de 2016

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