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Memoria americana

versión On-line ISSN 1851-3751

Mem. am.  no.24-2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2016

 

ARTÍCULOS

Relatos antropológicos periféricos. Los autores argentinos en el Handbook of South American Indians

 

Gastón Julian Gil*

* Investigador independiente Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)/ Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP) Argentina. E-mail: gasgil@mdp.edu.ar

 


Resumen

Cuando en la década de 1940 se reflotó la publicación del Handbook of South American Indians un grupo de antropólogos argentinos fue convocado para colaborar en esta obra que intentó sistematizar el conocimiento de pueblos aborígenes de gran parte del territorio americano. El pequeño núcleo que componía la comunidad antropológica local realizó sus aportes dentro de estrechos márgenes espaciales y dejó su marca acerca del modo en que estudiaban a los pueblos indígenas del territorio argentino. Estos referentes locales estaban integrados -aunque en forma asimétrica- a la comunidad antropológica internacional y formaban parte de densas redes académicas horizontales y verticales fronteras afuera. El análisis del Handbook aparece entonces como una forma de comprender las relaciones desiguales entre las distintas tradiciones académicas al promediar el siglo XX y los modos en que circulaban las ideas entre las distintas tradiciones nacionales.

Palabras clave: Historia de la antropología; Circulación de ideas; Campos académicos.

Peripheral anthropological narratives. Argentinean authors in the Handbook of South American Indians

Abstract

During the 1940', when the Handbook of South American Indians was refloated, some Argentinean anthropologists were invited to participate in a work that aimed at systematizing the knowledge about the aboriginal communities of great part of the Americas. The small nucleus that constituted the local anthropological community made contributions in a context of restricted spatial margins, and exercised some influence over their methods of studying aboriginal communities in the Argentinean territory. Those local figures were integrated to the international anthropological community, although in an asymmetric way, and were also part of dense horizontal and vertical academic networks beyond their native country. Thus the analysis of the Handbook turns to be a tool which allows us to understand the unequal relationships among different academic traditions and also the ways in which several ideas circulated among different national traditions by mid 20th century.

Key words: History of anthropology; Circulation of ideas; Academic fields


 

Introducción1

La edición en 1946 del Handbook of South American Indians (en adelante HSAI) constituyó un importante hito para la antropología norteamericana pero también para las tradiciones periféricas antropológicas del subcontinente. Luego de la segunda guerra mundial, en la que la antropología norteamericana había estado abocada principalmente al esfuerzo bélico,2 la edición del HSAI vino a completar un proyecto que se había planificado más de una década antes. Además, esta ambiciosa publicación sería uno de los primeros pasos sistemáticos que la antropología norteamericana daría en los estudios de áreas y más precisamente en América del Sur, aunque luego fuera América Central el área geográfica más explorada por la subdisciplina de la antropología social, en especial a partir de los proyectos de desarrollo. En los años de posguerra y con el desarrollo de la Guerra Fría distintas agencias oficiales, muchas de ellas vinculadas con las Fuerzas Armadas, como también conglomerados empresariales, a través de sus fundaciones, financiaron directamente investigaciones en áreas geográficas que habían sido escenarios de guerra. En especial esos proyectos se canalizaron en el Pacífico pero también en muchas otras regiones del planeta, como América Latina. Los programas para financiar investigaciones de campo fluyeron como nunca antes y le permitieron a la creciente matrícula de estudiantes de posgrado en antropología -con sus departamentos y currículas en expansión- contar con un soporte económico indispensable.
El HSAI encuadró perfectamente con la idea cada vez más sólida de su editor, Julian Haynes Steward (1902-1972), de estudiar en su totalidad las diferentes culturas humanas, de las más "simples" a las más "complejas". Steward concibió un proyecto intelectual integrador de la disciplina antropológica que involucraba principalmente a la arqueología y a la antropología social; pero también a una antropología aplicada y de las sociedades complejas "modernas" o "nacionales", término que utilizaba corrientemente. Julian Steward es una figura clave de la antropología norteamericana de mediados del siglo XX. Como fundador de la "ecología cultural" fue una de los principales referentes, junto con Leslie White (1900-1975) y el arqueólogo australiano Gordon Childe (1892-1957), de los enfoques neoevolucionistas que desafiaron la hegemonía de los programas culturalistas que habían impuesto Franz Boas y sus discípulos. Aunque formado en Berkeley bajo la impronta de dos boasianos, Alfred Kroeber (1876-1960) y Robert Lowie (1883-1957), Steward alcanzó su madurez teórica en la Universidad de Columbia, en donde enseñó entre 1946 y 1952. Desde aquella "torre de marfil" donde se gestó el proyecto boasiano ejerció un importante liderazgo intelectual sobre un grupo, por entonces jóvenes estudiantes, que se nucleó en torno a su figura y sus propuestas materialistas y entre los que se pueden destacar a futuros antropólogos del calibre de Eric Wolf, Sidney Mint, Roy Rappaport, Morton Fried, John Murra, Elman Service, Andrew Vayda, Robert Murphy y Robert Manners (Peace 2008).
El HSAI había sido una idea original de Robert Lowie pero se desechó en los difíciles tiempos de la depresión económica que siguió al crack de Wall Street en 1929. Cuando el proyecto se reflotó en 1939, se aprobó el financiamiento3 y se le encomendó a Steward una tarea que iba necesitar de un gran esfuerzo
colectivo. Ello coincidió con un enfoque estratégico de las agencias oficiales norteamericanas hacia América Latina, lo cual también fue acompañado por el interés de las fundaciones filantrópicas. De hecho, en ese mismo período -poco antes de iniciarse la década de 1940- comenzaron a ser financiadas de manera sistemática toda una serie de actividades orientadas hacia América Latina, tanto por organismos oficiales como el Social Science Research Council como por las fundaciones Guggenheim, Carnegie y Rockefeller. Como lo ha mostrado Faulhaber (2011 y 2012), Steward construyó sus relaciones de sociabilidad académica en América Latina desde una perspectiva decididamente asimétrica. Incluso antes de su labor como editor del HSAI favoreció la formación de redes interinstitucionales de cooperación sostenidas en relaciones jerárquicas entre las instituciones y los académicos dado que, por ejemplo, no se contemplaban criterios de reconocimiento institucional y personal para las contribuciones de los países latinoamericanos (Faulhaber 2011)4.
A partir de su rol de editor del HSAI, Steward pudo imponer los formatos de los artículos e instruir a los autores para que cubrieran las temáticas sobre la base de un orden y un criterio determinados. Allí, pudo capitalizar provecho- samente la tarea de más de 80 académicos, la mayoría de ellos arqueólogos y etnógrafos respaldados por trabajos de campo en las diversas sociedades sudamericanas consideradas. Kerns (2003) señala que en todo el Handbook sobrevuela implícitamente la distinción analítica entre el núcleo cultural y los rasgos culturales secundarios, algo que será parte sustancial de su futuro programa de ecología cultural. De hecho, en los sumarios de los distintos volúmenes se destacan dimensiones tales como los patrones de asentamiento, la tecnología, la economía y las formas de organización social y política. Por el contrario, quedaron relegados aspectos tales como los ciclos vitales, la mitología, la religión y el folklore.
Durante la década de 1940 en la Argentina la comunidad antropológica estaba conformada por un pequeño núcleo que, bajo ciertos acuerdos generales, desarrollaba sus tareas de investigación en diversos ámbitos ligados a las universidades nacionales, principalmente en Buenos Aires y La Plata pero también en otros lugares del interior como Córdoba, Tucumán y Mendoza. Aunque muchos de ellos habían alcanzado órganos de publicación internacionales, tal vez fue el HSAI la publicación más notoria en la que participaron y dejaron su huella acerca del modo en que estudiaban a las poblaciones nativas del territorio argentino5. Aunque las producciones de los referentes locales no encuadraban en los lineamientos teóricos que iban definiendo la influyente obra de Steward -plasmados parcialmente en los diversos volúmenes del HSAI-, formaron parte, de todos modos, del nutrido grupo de antropólogos sudamericanos, estadounidenses y europeos especialistas en América del sur que hicieron sus aportes en esta relevante publicación para la disciplina y para el subcontinente. En concreto, los académicos del país que participaron fueron Fernando Márquez Miranda, Salvador Canals Frau -nacido en España-, Antonio Serrano, Eduardo Casanova, Francisco de Aparicio, Joaquín Frenguelli y José Imbelloni -los dos últimos de origen italiano-.
En la edición del HSAI es importante destacar la activa participación de Alfred Métraux (1902-1963), quien se había desempeñado como director del Instituto de Etnología de la Universidad Nacional de Tucumán pero ya no residía en Argentina al momento de la gestación del Handbook6. Métraux fue un verdadero coeditor y catalizador de las redes académicas que hicieron posible la edición de la obra en cuestión (Kerns 2003; Faulhaber 2012), aunque nunca tuviera el reconocimiento explícito, más allá de la extensión y recurrencia de
sus textos en los diferentes tomos (Krebs 2007)7. Inclusive la relación personal con el editor no culminó en buenos términos8. El texto más saliente de Métraux en todo el HSAI es la extensa etnografía del Chaco -casi 200 páginas con una buena cantidad de fotografías, dibujos y esquemas- dentro del primer volumen, The Marginal Tribes. Además, aportó otras contribuciones de considerable extensión -sobre los guaraní y los tupinambá- junto con artículos más breves -entre 10 y 40 páginas- sobre más de una veintena de pueblos, algunos de ellos en coautoría con referentes como Herbert Baldus o Curt Nimuendajú y hasta el propio Julian Steward.

La antropología argentina hasta la mitad del siglo xx

Desde su nacimiento en el siglo XIX, y acompañando la definitiva constitución del Estado Nacional, la antropología argentina se había caracterizado por su labor destinada a la preservación, estudio y exhibición de los productos culturales del pasado -restos arqueológicos-, pero también del presente -por ejemplo, artesanías todavía practicadas- de esos pueblos (Podgorny 2004; Martínez y Taboada 2011; Nastri 2005). En ese marco, la disciplina estuvo estrechamente ligada a la historia y desarrolló enfoques geotemporales entre los que se destacaban los debates en torno al origen del hombre americano. En su particular contexto periférico, y todavía algo lejos de su definitiva institucionalización, la disciplina en el país había sido poco receptiva de las tres tradiciones antropológicas metropolitanas que hegemonizarían el pensamiento antropológico del siglo XX -la norteamericana, la británica y la francesa-. Por el contrario, y en gran parte debido al liderazgo ejercido por el italiano José Imbelloni (1885-1967) reafirmado a partir de las sólidas posiciones institucionales alcanzadas en la Universidad de Buenos Aires (UBA) desde 1946,9 era la Escuela Histórico Cultural (en adelante EHC) alemana la que había concitado la mayor adhesión de los referentes locales del todavía pequeño campo antropológico argentino. Esta adhesión al programa difusionista alemán en la Argentina se advertía claramente en la influencia de Frit Graebner (1877-1934). Esa matriz difusionista estaba perdiendo, de forma paulatina, una importante cuota de relevancia en el campo antropológico mundial -con excepción de la tradición germana- a mediados del siglo XX, más allá de que algunos de sus postulados seguían parcialmente vigentes en el culturalismo norteamericano. Los referentes locales de la EHC consideraban -aunque con ciertos matices- a la disciplina antropológica dentro de los parámetros filosóficos del historicismo y algunos de ellos -sobre todo Imbelloni y sus más cercanos seguidores- rechazaban tajantemente los enfoques (neo)evolucionistas y funcionalistas, estos últimos por la fuerte impronta sociológica de sus planteos. Entre otros aspectos, ello llevaría a que durante décadas -especialmente en los espacios institucionales de Buenos Aires y La Plata- la antropología social fuera excluida completamente de los planes de estudio o, como máximo, ocupara espacios marginales (Guber 2007 y 2008; Gil 2010a y 2010b)10. En efecto, bajo la impronta de Imbelloni se formaron también quienes liderarían la antropología argentina durante el proceso de institucionalización definitivo, del cual Imbelloni quedó excluido por su explícita adhesión al peronismo11.

Los primeros argentinos en el HSAI : las "tribus marginales"

El primer volumen del HSAI fue denominado The Marginal Tribes y estuvo dedicado a los cazadores y recolectores, nómades, pescadores y todos aquellos grupos con patrones básicos de subsistencia y con una organización política en base a vínculos laxos, mayormente de parentesco, edad, género y actividades económicas. En esa sintonía, se colocaba en la misma sección a aquellos grupos en donde es la costumbre, antes que la existencia de leyes, lo que regula las actividades y los vínculos comunitarios, en especial los de parentesco. Este volumen inicial está dividido en tres partes según la localización geográfica de los respectivos "indios": sur de Sudamérica, Gran Chaco y este de Brasil. Allí, el editor planteó en la parte introductoria el criterio de confección de la obra sobre los cuatro tipos culturales elaborados por uno de los principales colaboradores de la publicación, John M. Cooper (1881-1949). Steward no ocultaba en ese texto la heterogeneidad de las contribuciones, tanto por el nivel académico, la extensión de los artículos o incluso la precisión de los datos de las sociedades abordadas. En ese sentido, fundamentaba entonces el criterio de asignarle mayor espacio a aquellos temas y sociedades menos estudiados. Los autores que realizaron aportes más extensos al tomo inicial fueron John Cooper, Alfred Métraux, Robert Lowie y Junius Bird.
La participación argentina en ese tomo fue iniciada por el artículo escrito por Salvador Canals Frau (1893-1958) sobre los huarpes. Este investigador nacido en España (Mallorca) se había afincado en la Argentina en 1930. No contaba con sólidas credenciales académicas pero manejaba con solvencia el idioma francés y el alemán -de hecho, fue el traductor local de Graebner- y había tomado cursos de antropología en la Universidad de Frankfurt. Aunque se vinculó rápidamente con la comunidad antropológica local -trabó estrecha relación con Félix Outes12 y Francisco de Aparicio-, trabajó principalmente como bibliotecario en la Universidad de La Plata (UNLP) y como profesor de lenguas extranjeras (Lafón 1958-59; Lázzari 2004). Hacia 1940, Canals Frau obtendría su primera oportunidad de dedicarse tiempo completo a la actividad académica, dado que pasó a desempeñarse como profesor de Antropología y de Prehistoria y Arqueología y como director del nuevo Instituto de Etnografía Americana de la Facultad de Filosofía y Letras, en la Universidad Nacional de Cuyo (Barberena 2008). Esa casa de altos estudios había sido creada en 1939 por decreto del entonces Presidente de la Nación, Roberto Ortiz (Buchbinder 2005). Desde su cargo en el museo gestionó la edición de Anales del Instituto de Etnografía Americana, en donde publicó muchos de sus trabajos sobre los huarpes (Canals Frau 1941; 1944; 1945 y 1946a). En relación con ello, Escolar (2007) considera a Canals Frau como un autor central en la cristalización de la narrativa de la extinción de este pueblo en el siglo XVII. Una de sus principales preocupaciones fue precisamente "determinar los caracteres raciales'originales' de los huarpes basado en descripciones coloniales" (2007: 68).
En 1946 Canals Frau perdió sus sólidas posiciones en Cuyo, en el marco de un extendido proceso de renuncias y cesantías en las universidades nacionales luego del triunfo de Juan Domingo Perón en las elecciones presidenciales; aunque tal vez mucho más determinado en su caso por un conflicto administrativo interno que mantenía con su colega, el naturalista Carlos Rusconi (Lázzari 2004). Luego de ese episodio consiguió empleo en el Instituto Étnico Nacional (IEN), dependiente del Ministerio del Interior de la Nación hasta 1949 y más tarde de la Dirección Nacional de Migraciones (Soprano 2009a). Allí encabezó, desde 1948, la "etapa academizante" (Lázzari 2004: 213) del IEN tras reemplazar al anterior director, Santiago Peralta13. Una vez al frente"se dedicó a revertir la impresión de falta de «seriedad científica» de la antropología del IEN -sugerida por Imbelloni-, por medio de la construcción de signos académicos" (Lázzari 2004: 213), además "se esforzó en proyectar al IEN como un órgano de investigación que no hacía lugar a los lenguajes racialistas" (Lázzari 2004: 213). Fue cesado en su cargo en 1951 y recién regresaría
a la universidad luego de la caída de Perón, cuando fue nombrado a cargo del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA por su nuevo decano, Alberto Mario Salas.
En su primera participación en el HSAI, el mallorquí radicado en la Argentina definía a los huarpes como altamente influenciados -antes de la conquista española- por las culturas de Tiahuanaco, Chincha e Incaica, además de situarlos en un área geográfica rodeada por los "diaguitas" en el norte, los comechingones y los pampas en el este, los puelches y los "araucanizados" pehuenches en el sur, y los Andes en el oeste. En cuanto a las definiciones que ofrecía de los huarpes, Canals Frau (1946b) los consideraba lingüísticamente emparentados con los comenchingones -familia lingüística Huarpe-Comechingoniana- los puelches y los pehuenches, con quienes encontraba grandes similitudes físicas. Basado en crónicas de misioneros, describía a los huarpes como un pueblo de gente alta y esbelta y de tez algo más oscura que sus vecinos. Al destacar que no se contaba con evidencias fósiles representativas, sugería que las investigaciones arqueológicas de Ten Kate reforzaban las descripciones de los cronistas españoles14. A partir de esas limitaciones, admitía el desconocimiento profundo de aspectos tales como la organización social o las prácticas religiosas. Sin embargo, aportaba datos referidos a la patrilinealidad de los derechos en familias constituidas con una o más esposas producto del intercambio, como también de la práctica usual del levirato. En la misma sintonía, y siempre sobre la base de las fuentes históricas, describía un conjunto de festas ceremoniales y el uso del tambor, además de la creencia en una deidad superior, Hunuc Huar ser temido y respetado que habita en la Cordillera, y el culto al sol, la luna, las estrellas y las montañas. En definitiva, a partir de una limitada calidad de los datos Canals Frau describía a los huarpes -basándose en los patrones de subsistencia- como una sociedad sumamente rudimentaria en la que primaban la caza - por ejemplo, de guanacos-, la pesca, la recolección y las labores agrícolas elementales. Se refería también a un tipo de vivienda no uniforme, destacando la construcción semisubterránea de aquellos pobladores que habitaban en las costas de los lagos. Mientras que para las zonas de montaña puntualizaba en la técnica del pircado, para las llanuras describía las construcciones a base de fragmentos de madera con paredes de junco. En lo referente a la vestimenta, mencionaba unas largas camisas con mangas cortas o directamente sin mangas, además de adornos de pluma para las festividades. Una de las actividades altamente valoradas por Canals Frau es la cerámica huarpe a la que juzgaba de alta calidad, especialmente las vasijas debido a su confección y decoración. Similares conceptos empleaba para la cestería.
También en el volumen I del HSAI Antonio Serrano (1899-1982) hizo sus colaboraciones, dos en este caso, sobre los charrúas (Serrano 1946a) y los sambaquís de la costa brasileña (Serrano 1946b). Este académico entrerriano había llevado a cabo una activa labor de producción arqueológica, pero sobre todo de gestión institucional que había comenzado en Paraná -donde obtuvo el título de Profesor Normal en Ciencias en 1921- para continuar luego en Córdoba, Rosario, Tucumán y Salta (Velázquez 2013). Como director de los museos de las universidades con sede en las mencionadas ciudades logró establecer vinculaciones, con historiadores locales amateurs, religiosos, residentes locales de diversas áreas arqueológicas y coleccionistas, que le permitieron acceder a materiales -y también conseguir piezas para los museos que dirigía- de alto valor arqueológico (Bonnin 2008). También a partir de esos contactos pudo programar un número importante de viajes arqueológicos con sus estudiantes -aunque al modo de "excursiones". Infuenciado por las investigaciones de Frenguelli -sobre quien se hará referencia más adelante- se preocupó
tempranamente por el uso de la estratigrafía (Velázquez 2013), aunque trabajó de manera muy habitual, como lo hacía el mainstream de la época, con las fuentes etnohistóricas. Serrano también fue uno de los autores que se dedicó sistemáticamente a la construcción de cronologías, aunque también avaló la escasa profundidad histórica con que se caracterizó al área "diaguita"15. Además, llegó a proponer un esquema evolutivo para el Noroeste argentino (NOA) que comenzaba con el salvajismo y era continuado por otras tres etapas -la de desarrollo de las culturas locales, la de penetración de las culturas locales, y la de los incas- (Fernández 1982). Habitualmente degradado en el campo arqueológico argentino por su título de maestro, Serrano "por formación, mantendrá siempre una cercanía con el evolucionismo y el positivismo, permaneciendo sin adscripción clara a ninguna escuela, pero dejándose influir por el difusionismo americano de Cooper más que por la escuela de Viena" (Martínez y Taboada 2011: 264-5). De hecho seguiría profundizando con el tiempo las lecturas de autores norteamericanos, como Gordon Willey (Hocsman 2001), además de mantener sus vínculos de amistad con Julian Steward16.
En su artículo sobre los charrúas publicado en el HSAI, Serrano apelaba de una manera sistemática a los registros arqueológicos aunque no por ello dejaba de apoyarse, también en forma recurrente, en las fuentes etnohistóricas. Serrano caracterizaba a los charrúas como un grupo que habitaba gran parte del actual territorio de la República Oriental del Uruguay y algunas zonas de Argentina y Brasil, y que poseía una industria de piedra similar a la poseída por los pueblos patagónicos. A partir de los registros históricos, Serrano señalaba una compleja composición tribal y de "subtribus" de quienes fueron identificados por los conquistadores como charrúas, primero de forma más restringida a quienes moraban en el litoral y luego de una manera más ampliada sobre la base de familiaridades lingüísticas. Siguiendo a D'Orbigny, Serrano enumeraba los rasgos físicos de los charrúas -altos, de caras amplias y mirada triste y taciturna, entre otras características-, su lenguaje -limitado a 70 palabras y un sistema numérico- y su cultura. En esta última y decisiva variable consideraba las actividades de subsistencia -una economía basada en la caza, la recolección de frutos y la pesca-, las viviendas -construidas sobre cuatro mástiles y con techos de entretejido de paja, además de sus toldos para la vida nómade-, el vestido y los ornamentos -se vestían con ponchos y pieles de animales en invierno, se tatuaban la cara y el cuerpo y usaban pendientes, brazaletes y collares-, el transporte -fabricaban canoas y adoptaron los caballos luego de la conquista-, las manufacturas -tenían vasijas diferentemente decoradas con y sin manijas y variadas herramientas de piedra-, la organización social y políticaeran familias de 8 a 10 personas y bandas de 8 a 12 familias unidas por un jefe en tiempos de guerra- y la religión -creían en espíritus malignos y actuaban chamanes que invocaban poderes para controlar la naturaleza-. Además de juzgarlos como feroces guerreros Serrano le dedicó un espacio relativamente amplio a sus ciclos vitales, puntualizando en distintas ceremonias, como las de pubertad, los matrimonios -en un contexto de poliginia y tolerancia al adulterio- y, sobre todo, los funerales.
La otra colaboración de Serrano (1946b), "Sambaquís de la costa brasileña", no se refiere en este caso a ningún pueblo originario de la región sino a los montículos de moluscos -eso significa el término sambaquí en tupí-guaraníen torno a los cuales identificaba distintas manifestaciones culturales desde el actual estado de Rio Grande do Sul hasta la costa amazónica. Basado en sus trabajos de excavación, Serrano discriminaba allí diversas fases culturales de los pueblos de esas zonas, analizando sus producciones líticas y cerámicas y conjeturando sobre el componente racial, que denominó "paleo-americano".
Además, rechazaba la idea de una continuidad cultural y consideraba a cada cultura como una lógica extensión en los litorales de pueblos de una más amplia expresión geográfica.

Los argentinos y las "avanzadas" civilizaciones andinas

En este segundo tomo referido a las "civilizaciones andinas" se describen las sociedades con los sistemas de producción agrícolas "más avanzados", estas contaban con sistemas de transporte eficientes que les permitían el desarrollo de ciudades y un control efectivo sobre territorios extensos. Estos pueblos son caracterizados, además, por poseer sistemas de clase hereditaria, grandes templos, guerra de conquista, ceremonias públicas y una ley estrictamente codificada. En este volumen de poco más de 1000 páginas -el más extenso de los seis-, Steward elaboró un prefacio en el que caracterizaba a los pueblos andinos a partir de su riqueza arqueológica, su elevado desarrollo cultural y su supervivencia hasta nuestros días, ya que en virtud de ser las civilizaciones "más desarrolladas" del continente han dejado su impronta en los actuales estados modernos (Steward 1946). La variedad y profundidad de registros disponibles le permitía plantear que las contribuciones fueron de tres tipos: arqueológicas, históricas y etnográficas. Remarcaba también las amplias posibilidades de establecer cronologías sólidas, en especial a partir de la producción cerámica. En este volumen se destaca la participación descollante de Wendell Bennet17, quien además de hacerse cargo de la introducción analizó diversos períodos y civilizaciones. También pueden mencionarse las contribuciones de autores relevantes como John Cooper, Alfred Kroeber y John Murra.
La primera de las contribuciones argentinas en este volumen es la de Eduardo Casanova (1946), quien se ocupó de "las culturas de la puna y de la Quebrada de Humahuaca". Se suele ubicar a este arqueólogo como un referente del linaje encabezado por Juan Bautista Ambroseti (1865-1917) y su discípulo Salvador Debenedeti (1884-1930), de quien fue ayudante aunque lejos está de reconocérsele méritos equivalentes a sus antecesores18. Casanova fue uno de los fundadores, junto con José Imbelloni, Francisco de Aparicio, Enrique Palavecino y Félix Outes, de la Sociedad Argentina de Antropología en 1936 (Carrizo 2014); y hasta su cesantía en la UBA, en 1955, se desempeñó como profesor de Arqueología Americana19. Tras radicarse posteriormente en Jujuy continuó con las tareas de reconstrucción del Pucará de Tilcara,20 que había llevado adelante en la década de 1930. Esas labores, que contemplaron la realización de una pirámide en homenaje a Ambroseti y Debenedeti y el redireccionamiento del sitio como una atracción turística -algo que llegó a plantear de forma expresa en sus publicaciones- no han sido precisamente bien recibidas en el medio local (Zaburlin 2009).
Manejándose siempre dentro de los estrechos límites concebidos por los editores del HSAI, este arqueólogo inició su introducción detallando las características geográficas del área considerada, particularmente el clima, la vegetación y la altitud. En esa misma porción enumeraba a los pueblos que habitaron en la zona mencionada antes de la conquista española, basándose en registros históricos y arqueológicos. Casanova describía a esos pueblos como agricultores que debieron sortear las dificultades de un terreno irregular y pedregoso, además de la escasez de agua. De allí que destacara la importancia de técnicas agrícolas como las terrazas, los sistemas de irrigación y las herramientas de cultivo -azada, palas y grandes cuchillos de madera dura o piedra- que les permitían cultivar, principalmente maíz, papas, quinoa y porotos. Se refería también a
la capacidad de estos pueblos para almacenar en silos parte de sus cosechas, aunque no por ello dejaban de realizar labores de recolección, por ejemplo de algarroba y otros frutos. La llama era utilizada como animal de carga, su carne como alimento y su piel como abrigo. En materia de construcción, el autor detallaba diversas modalidades como las técnicas de graneros subterráneos, las habitaciones semisubterráneas o las viviendas rectangulares, en su mayor parte construidas en piedra con sus diferentes ambientes comunicados por agujeros relativamente pequeños. Destacaba, como ya se conocía en la zona, la existencia de los pueblos viejos, ubicados en zonas cercanas a los cultivos, y los pucaras, las famosas fortificaciones típicas de los pueblos del NOA.
En cuanto a la vestimenta, Casanova se basaba en registros arqueológicos -por ejemplo, las momias excavadas en la Puna- y en las crónicas españolas, y los consideraba sumamente coincidentes. En esa línea, destacaba el uso del unco peruano, además de ponchos, capas, gorros y mantas con diversos motivos decorativos y finamente elaborados con lanas de animales como la llama y la vicuña. Del mismo modo, enumeraba una gran variedad de productos manufacturados, como elementos cerámicos y de cestería, todos de una amplísima variedad, motivos y sofisticación en su fabricación. También resaltaba la existencia de instrumentos musicales y delicadas pictografías. En lo referido a la organización social y política, mencionaba la figura de los caciques en las distintas tribus, que eventualmente podían unirse en torno a una gran jefatura en tiempos de guerra. De hecho, le adjudicaba a estos pueblos de la puna y de la Quebrada de Humahuaca un gran espíritu guerrero que los hacía vivir en conflicto permanente entre las diversas tribus. En la parte final, Casanova admitía que muy poco se conocía de sus prácticas religiosas pero señalaba la importancia de distintos descubrimientos arqueológicos que indicaban la existencia de altares, santuarios y edificaciones especialmente protegidas que serían señal de adoración de sus "ídolos" antropomórficos.
Otro de los antropólogos argentinos que colaboró con el HSAI fue Fernando Márquez Miranda (1897-1961), quien además de ser un notorio referente del campo antropológico local se destacó por su activa, aunque discontinua (Soprano 2014), labor institucional en las universidades de La Plata y Buenos Aires21. En el momento de la publicación del HSAI era uno de los más influyentes antropólogos locales y aunque adhería a los postulados de la EHC -y en particular a la obra del mencionado Graebner- abrevó en fuentes de otras tradiciones antropológicas, principalmente la norteamericana, e incluso en autores evolucionistas, como Lewis H. Morgan y hasta en los boasianos más renombrados como Robert Lowie, Alfred Kroeber, Edward Sapir, Ruth Benedict y Margaret Mead (Soprano 2014). En sus producciones teóricas también mostró interés específico por la obra de Julian Steward -de quien declaraba ser amigo- y por los incipientes estudios de comunidades que, explícitamente influenciados por las investigaciones de Robert Redfield, llevaban adelante antropólogos como Ralph Beals, George Foster y Sol Tax, entre otros.
En el capítulo referido a los "diaguitas", Fernando Márquez Miranda se basaba especialmente en materiales como las crónicas del padre jesuita Lozano y las cartas enviadas a la Corona española por funcionarios y religiosos, a partir de las que se refería a un área "diaguita" dividida en tres "subáreas arqueológicas": las culturas calchaquí -a la que consideraba más conocida-, Los Barreales y San Juan. En líneas generales, y para el caso de los calchaquíes, los analizaba como tribus que, con todas sus "diferencias culturales" (Márquez Miranda 1946a: 637), carecían de autoridad centralizada y eran gobernadas por jefes que practicaban alianzas ocasionales. El mismo autor no tenía dudas
sobre la carencia de una forma de gobierno permanente y centralizado entre los diversos diaguitas, organizados en tribus mandadas por caciques -incluso con relaciones hostiles entre ellas-. Por ende, calificaba a esta forma de organización sociopolítica como un régimen de hordas independientes que podían aglutinarse, como ocurrió con el liderazgo de Juan Calchaquí en la segunda mitad del siglo XVI. De ese modo, caracterizaba a los calchaquíes por su ferocidad en la oposición a la conquista española y por el desarrollo de una arquitectura en la que se destacan estructuras construidas para los "tiempos de paz", como los pueblos viejos en los que se comportaban como agricultores sedentarios. En cambio, para los "tiempos de guerra" las estructuras características son los pucaras, a los que definía como fortificaciones ubicadas en lugares estratégicos que funcionaban como "complejos sistemas de defensa" (Márquez Miranda 1946a: 639). También, citando los trabajos arqueológicos de Juan Bautista Ambroseti destacaba la existencia de ciudades fortificadas como Quilmes. Márquez Miranda encontraba en los hallazgos arqueológicos la posibilidad de profundizar en aspectos como las artes y las industrias, casi no abordados por las diversas fuentes etnohistóricas. Pero el mayor peso relativo de ese material empírico de los tiempos de la conquista le permitía calificar a los calchaquíes como "gente vestida", aunque puntualizaba en la dificultad práctica de hallar restos de la variedad de prendas que confeccionaban y vestían, como los ponchos. En la misma sintonía, Márquez Miranda se ocupaba de la metalurgia, la cerámica, las herramientas de piedra y las armas de los calchaquíes pero también de sus formas de parentesco, entre las que destacaba la poliginia y el levirato.
En este segundo volumen Márquez Miranda (1946b) también se ocupó de la "cultura chaco-santiagueña", a la que ubicaba en esas actuales jurisdicciones provinciales de la Argentina. El autor volvía a utilizar fuentes etnohistóricas -frente a la reiterada postulada carencia de registros arqueológicos de casi todos los autores locales- para dar cuenta de la localización de las poblaciones en las veras de los cursos de agua,22 como los ríos Dulce y Salado, y para plantear una marcada heterogeneidad de los diversos "elementos étnicos", en el contexto de pueblos agricultores que cultivaban maíz, quinoa, calabaza y porotos. Además de los frutos que recolectaban, como la algarroba, completaban su dieta con carne de llama y pavos y también pescaban. Llamativamente, se apoyaba profusamente en los hermanos Wagner23 para referirse a la producción cerámica, aunque tomaba otras referencias -por ejemplo de coleccionistas amateurs- para inferir sobre producción metalúrgica -principalmente de cobre- y elementos en base a vidrio. No hacía referencia a su organización social y política y la comparación con la cultura diaguita es permanente.
Francisco de Aparicio (1892-1951) se ocupó en este segundo volumen de los comenchingones, ubicados en las actuales provincias de Córdoba y San Luis. En el momento de planificarse el HSAI, Aparicio era el director del Museo Etnográfico de la UBA, tras suceder a Félix Outes en 1937, aunque perdería su cargo en 1946 en el marco de las cesantías producidas durante el peronismo. También se desempeñaba como profesor titular de Arqueología Americana en la misma universidad y antes de recalar en la UBA había cumplido funciones docentes, también en arqueología, en la Facultad de Ciencias Económicas y Educacionales de la Universidad Nacional del Litoral, con asiento en la ciudad de Paraná. Su obra se caracteriza por explorar las relaciones entre antropología y geografía, dos disciplinas con límites difusos en la primera mitad del siglo XX y que eran llevadas adelante en muchos casos por los mismos especialistas (Guber 2006). Sus investigaciones contemplaron viajes de campaña a diversas regiones del país, como Patagonia, Cuyo, Nordeste y zonas pampeanas,
que fueron complementados con el estudio de las fuentes etnohistóricas y los abordajes antropogeográficos (Guber 2006). Aparicio también fue miembro de diversas sociedades científicas, llegando a presidir la Sociedad Argentina de Antropología.
En su aporte sobre los comechingones en el HSAI, este autor (Aparicio, 1946) detallaba la existencia de una importante cantidad de tribus y subdivisiones cuyos fundamentos renunciaba a explicar por la carencia de espacio disponible para su contribución. De todos modos, definió a los comechingones como una unidad étnica en los tiempos prehistóricos y protohistóricos, retratándolos como un pueblo de agricultores, principalmente de maíz aunque también de quinoa y porotos, que además contaba con rebaños de animales, como las llamas. A la par de un resumen de las crónicas españoles más relevantes el autor se refirió brevemente a los estudios arqueológicos, resumiéndolos como portadores de datos "pobres" y reducidos a aportes limitados de Outes y Gardner. Tomando siempre como referencia a la cultura diaguita, Aparicio sostenía que no podía acreditarse la existencia de pueblos antiguos ni construcciones comparables a los pueblos del NOA, apenas caseríos y tumbas sin demasiadas construcciones ceremoniales. Inclusive sugería la utilización de moradas naturales por parte de los pobladores de la región, principalmente cuevas y refugios de piedra. A tal punto llevaba esa interpretación que planteaba dudas acerca de la temporalidad de las construcciones halladas en la zona; al haberse encontrado mampostería esto no encuadraría con, por ejemplo, una producción cerámica no tan bien desarrollada como la de los diaguitas. Por otra parte, Aparicio listaba una serie variada de artefactos líticos para los cuales planteaba conjeturas difusionistas como la adopción de las "bolas", provenientes de los pueblos cazadores de la Patagonia, o los morteros, equiparados con algunos pueblos del territorio chileno y del NOA pero también con sociedades indígenas del sudoeste de los Estados Unidos. En materia religiosa, basándose en cronistas españoles, mencionaba el culto a la luna y al sol, el temor al demonio y la realización de ritos orientados a diversos "ídolos".
Salvador Canals Frau (1946c) volvió a intervenir en el HSAI luego de una contribución de 73 páginas de John Cooper sobre los "araucanos". El mallorquín complementó el aporte del antropólogo -y también sacerdote- norteamericano con un informe de seis páginas titulado "La expansión de los araucanos en la Argentina". Allí describía el cambio experimentado por las poblaciones indígenas en la región pampeana, que en tiempos de la colonia española eran de"tipo racial" pampa sumamente similar a los pobladores de la Patagonia, ya sean los puelches (genaken), los patagones en el sur y los guaycurúes en el norte. Sin embargo, mencionaba que la "conquista del desierto" de Roca encontró al "tipo racial araucano" vinculado racial y culturalmente con las sociedades andinas. De allí que se propusiera relatar los hechos históricos que llevaron a ese cambio que implicó la migración de casi 1000 kilómetros por parte de una importante población que invadió una extensa llanura y que desencadenó en un proceso de fusión sin lucha violenta o desplazamiento de población. Consideraba a este reemplazo étnico como un proceso de adaptación y fusión de un pueblo que, poseyendo una cultura andina, se transformó en ganadero y recolector de alimentos salvajes al impactar en un nuevo medio ambiente.
El autor continuaba narrando que en ese proceso migratorio, y en el marco de enfrentamientos constantes con los españoles, estos pueblos fueron adoptando el caballo y las tácticas guerreras de los conquistadores. Canals Frau aseguraba que, antes de migrar, los "araucanos" obtuvieron sus primeros caballos, que abundaban en las pampas argentinas, mediante el intercambio
con los pampas a quienes "vendían" productos textiles y otros elementos de "alta cultura" -utilizando a los pehuenches como intermediarios. En la misma línea describía que, progresivamente, los mapuches fueron cruzando los andes y tomando como base la región pehuenche -la porción occidental de la actual provincia de Neuquén-, así invadieron la región poblada por los puelches, también araucanizándolos como antes habían hecho con los pehuenches. En un segundo proceso de expansión, en esta ocasión hacia el este, Canals Frau continuaba explicando que los "araucanos" llegaron a la región pampeana a principios del siglo XVIII, y que una vez instalados se mostraron mucho más dinámicos y dominantes que los "primitivos" pampas, controlando porciones cada vez más amplias de territorio. Entonces empezaron a ser conocidos de acuerdo a su distribución territorial, como pehuenches, pampas -diferentes de los pampas originales- y ranqueles.

Las últimas contribuciones

El tercer volumen del HSAI, correspondiente a los pueblos tropicales, se refiere a agricultores sedentarios que también estaban organizados de manera principal por las relaciones de parentesco y la costumbre. En estos mismos grupos se encuentran jefaturas pero solamente para actividades específicas, como las religiosas y principalmente las guerras. La participación relevante de Métraux es una de las características salientes de este volumen, que cuenta también con diversos textos de Lévi-Strauss, Lowie, Nimuendajú y algunos otros destacados antropólogos norteamericanos, como Bety Meggers o Charles Wagley. El propio Julian Steward tuvo en este volumen una activa labor en la redacción de artículos, algunos de ellos sumamente extensos como el que escribió en colaboración con Métraux sobre las "tribus de la montaña peruana y ecuatoriana".
A partir de este tomo, la participación de los argentinos se hizo más esporádica. En este caso, el único autor que aparece es Francisco de Aparicio (1948), quien se ocupó de "la arqueología del Río Paraná"; es decir, de los pueblos que habitaban las islas del delta del Paraná y que eran navegantes de esa cuenca fluvial, como también de otros que alternaban la caza terrestre con la pesca y aprovechaban la variabilidad ecológica de su geografía. Luego de las detalladas descripciones geográficas, que constituían su especialidad, Aparicio resumía en tres complejos arqueológicos la zona de referencia, dos en la zona del delta y el restante a ambos márgenes del río por encima del delta. A lo largo de todo el artículo, sus afirmaciones están fundadas en la comparación constante de hallazgos arqueológicos con las crónicas españolas. En primera instancia hacía referencia a los querandíes, ocupantes de las zonas terrestres. Los describía, de manera un tanto confusa, como bandas o grupos que dejaron de ser mencionados por los cronistas españoles luego de la segunda fundación de Buenos Aires para ser posteriormente confundidos con los pampas. Otros pobladores identificados -en este caso sí habitaban las islas del Delta y navegaban el río- son los guaraníes, quienes formaban distintas "bandas" que respondían a diferentes nombres pero que, según la concepción primordialista de identidad del autor, revelaban una uniformidad cultural. El tercero de los grupos era vinculado por Aparicio a los cerritos que se encontraron en el Delta y que no eran atribuidos a los guaraníes. Para dar cuenta de los rasgos culturales de estos pueblos, el autor elaboró en primera instancia un resumen de las diversas excavaciones que se llevaron a cabo en la zona, a cargo de referentes tales como Ambroseti, Lafone Quevedo, Outes o Torres, entre otros, además del norteamericano Samuel Lothrop, profuso colaborador del HSAI. En base a
esas investigaciones mencionaba una monótona producción cerámica de baja calidad en el litoral del Paraná pero también una serie de "representaciones plásticas" a las que les otorgaba un estilo de arte bien definido, destacando la "sensibilidad" y el "talento" para interpretar la fauna regional, tanto de forma más realista como a partir de estilizaciones. Esas figuras se adherían a las vasijas cerámicas en función decorativa o incluso para servir como manijas.
El cuarto volumen corresponde a los pueblos circum-caribeños, definidos a partir de sus patrones de subsistencia efectivos que les permitieron sostener aglomeraciones con una alta densidad de población. Se trata de sociedades estratificadas por clase en las que la guerra es el vehículo más directo de elevación social y en las que se pueden encontrar, como figuras prominentes, a jefes, guerreros y chamanes con poderes especiales en contextos particulares. En este cuarto tomo, de poco menos de 600 páginas, no hubo contribuciones de argentinos y se destaca la participación relevante de Julian Steward en la escritura de los artículos, aunque también aparecieron de manera reiterada Duncan Strong, Samuel K. Lothrop y el alemán Paul Kirchhof.
El quinto volumen -en el que tampoco hubo autores argentinos- operó con un grado mayor de síntesis e interpretación y con un alcance continental, mientras que el sexto recuperó dos de los tradicionales four fields de antropología norteamericana que habían quedado relegados por la antropología cultural y la arqueología: la antropología física y la lingüística. El quinto tomo se denominó The Comparative Ethnology of South American Indians, allí tuvieron una participación dominante Wendell Bennet, Alfred Métraux, Gordon Willey y John Cooper. Principalmente se abordaron allí dimensiones como la arquitectura, la religión, la tecnología, la vida social y política y la estética y las actividades recreativas.
Las dos últimas contribuciones de antropólogos de la Argentina se concretaron en el sexto tomo, y estuvieron a cargo de dos referentes locales nacidos en Italia, José Joaquín Frenguelli (1883-1958) y José Imbelloni -ya por aquellos tiempos notorio líder en el campo antropológico argentino. Ese último volumen de alrededor de 550 páginas, denominado "Antropología física, lingüística y geografía cultural de los indios sudamericanos", se postergó hasta 1950 debido a los altos costos de edición y se ocupa de tópicos que no fueron considerados en los tomos anteriores. Frenguelli escribió sobre "El estado presente de las teorías sobre el hombre primitivo en la Argentina", oportunidad en la que concretó un resumen de algunos hallazgos y afirmaciones de diversos investigadores del medio local. Este destacado geólogo se habia graduado en medicina en Roma en 1909 y hacia 1911 arribó a la Argentina. A la par de su trabajo como médico -en las ciudades de Santa Fe, Santo Tomé y Córdoba- desarrolló sus tempranas inquietudes en materia de geología. En los primeros años de la década de 1920 fue nombrado profesor de Geología y Paleontología y Geografía Física Morfológica en la Universidad Nacional del Litoral. Fue así que en 1929 abandonó completamente la medicina para dedicarse a tiempo completo a la geología, y en 1934 se mudó a La Plata donde, auspiciado por el historiador Ricardo Levene, se insertó rápidamente en la docencia y la gestión de la UNLP. Un año más tarde dirigía el Instituto del Museo de Ciencias Naturales de esa universidad, mientras ejercía como profesor en el Departamento de Paleozoología, Invertebrados y Paleobotánica. En el momento de publicación del HSAI era profesor titular de Geografía física. Su especialidad fue la geología del Cenozoico superior y se lo reconoce como habitual cultor de la técnica estratigráfica (Ricciardi 2013). Sus investigaciones se consideran importantes avances no sólo en el campo de la geología sino
también en materia geomorfológica, paleontológica, zoológica, botánica y antropológica. En 1946 fue cesado en sus cargos en la UNLP, en esta ocasión sin haber mediado cuestiones políticas tan directas como en otros casos mencionados sino debido a confictos internos con los colegas del Museo (Teruggi 1981; Soprano 2009b).
En el escrito que aportó al HSAI, Frenguelli colocaba a Florentino Ameghino como un referente indispensable, listando las principales conjeturas que planteó, en clave evolucionista, sobre los distintos restos fósiles encontrados, principalmente, en la pampa argentina. Del mismo modo detallaba las objeciones que recibieron las tesis de Ameghino, sobre todo las cadenas evolutivas y las periodizaciones postuladas para el poblamiento americano. Frenguelli explicaba que el impulso que generó la obra de Ameghino para investigar esta problemática había propiciado teorías divergentes. Una de ellas apoyaba la idea de que el hombre americano es originario de este territorio aunque no se le asigna tanta antigüedad como la que postulaba Ameghino. La segunda teoría desechaba completamente esa explicación para plantear un proceso migratorio, como el señalado por Alex Hrdlicka quien indicaba -como se acepta en la actualidad- que el homo sapiens llegó al continente americano a través del actual estrecho de Bering. Frenguelli también mencionaba al hiperdifusionista Elliot Smith y sus tesis heliocéntricas que conjeturaban un proceso de irradiación desde el centro cultural egipcio, en este caso cruzando Asia y el Pacífico de isla en isla, trayecto detenido hacia el sur por los hielos antárticos. Debe recordarse que los difusionistas locales que hegemonizaron el campo antropológico local optaban por la tesis melanesia; es decir, por aquella según la cual el poblamiento americano se había producido a través del Océano Pacífco. En efecto, Frenguelli citaba a Paul Rivet y a Imbelloni como dos referentes clave en la teoría de poblamiento a través de Melanesia, pero en diversas oleadas en pueblos diferentes y sucesivos períodos de época. Al tomar como parcialmente válida a las dos teorías vigentes entonces del poblamiento americano -Estrecho de Bering y Melanesia- describía los distintos "elementos" que produjeron al hombre americano: el australiano, el malayo-polinesio, el asiático y el sinotibetano, por lo que situaba a las principales corrientes migratorias en unos seis mil años de antigüedad, lo que implicaba una notoria menor profundidad histórica que los planteos de Ameghino. Aunque consideraba bien fundadas a ambas tesis destacaba especialmente la obra de Imbelloni que daba cuenta de innumerables oleadas provenientes del Pacífico y de regiones cercanas, por lo que postulaba la centralidad del primitivo prototipo australoide que resultó de la evolución de una criatura humana arcaica que dominó el mundo asiático-pacífico y que se desarrolló a través de América de norte a sur hasta la misma Tierra del Fuego. Ya sobre el final del artículo, Frenguelli exponía sus propias ideas e investigaciones que, según su estimación, podrían resolver algunas inquietudes importantes sobre el origen del hombre americano. Así es que postulaba la utilidad de continuar estudiando los suelos altos de las pampas para descubrir restos humanos en los diferentes niveles de las series que lo componen y en diversas localidades de provincias como Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. De esa manera, Frenguelli aspiraba a poder probar las "razas" que habían vivido en diversas porciones del territorio argentino. Las series estratigráficas obtenidas con anterioridad le habían servido también para considerar la fauna que correspondía a cada una de esas poblaciones, rebatiendo las aventuradas conjeturas de Ameghino.
La breve contribución de Imbelloni (1950) de apenas tres páginas escritas -las dos restantes eran ilustraciones y fotografías- versaba sobre las prácticas de deformación cefálica en el actual territorio argentino que, según su
interpretación, estaban conectadas con técnicas propias de las culturas andinas. Concretamente, colocaba a esas deformaciones encontradas en poblaciones del NOA como una continuación de las culturas del antiguo Perú y la zona "Atacameño", mientras que en los territorios del sur de la Argentina las ligaba al área "Araucanian". Más allá de los detalles técnicos que los nativos habrían utilizado para lograr las deformaciones de cráneos, Imbelloni aprovechaba para colocar estas prácticas en perspectiva de su teoría histórico-cultural para postular la difusión de rasgos culturales, en este caso de una práctica concreta; es decir, como "resultados de las influencias culturales que emanan del área andina-pacifico" (1950: 55).

Conclusiones

La participación de los antropólogos de la Argentina en el voluminoso HSAI constituyó una importante situación académica que, al modo de una conversación masiva (Collins 1999), permite acceder a la forma en que una determinada periferia antropológica estaba interconectada con una tradición central. Pero ese diálogo propiciado por el HSAI implicó además una muestra representativa del tipo de antropología que se producía en la Argentina, aunque de manera parcial y acotada. Si bien la internacionalización de la ciencia -que se intensificó luego de la segunda guerra mundial- favoreció eventuales procesos, de relativa autonomía e innovación, también produjo tendencias hacia la dependencia académica (Beigel 2010) con respecto a los centros internacionales. En el caso de la Argentina, se trataba de una antropología conectada con los centros mundiales24 de conocimiento con un reducido cuerpo de académicos, no respaldados en la mayor parte de los casos por trabajos de campo sistemáticos que les permitieran aportar contribuciones de peso sobre los pueblos nativos del territorio argentino. Claramente inclinados -aunque por supuesto no de forma exclusiva- a tratar con fuentes etnohistóricas, los antropólogos locales no podían acreditar, en líneas generales, trabajos de excavación que, por ejemplo, otros antecesores sí habían concretado. Temprana, aunque relativamente institucionalizada, la antropología argentina de la posguerra -como otras antropologías sudamericanas- se encontraba atada a una tradición metropolitana -la alemana- en retirada en el campo antropológico mundial. El liderazgo que ejercía Imbelloni no encontró espacio en el HSAI para plantear sus postulados conceptuales, que en aquel contexto tenían un impacto decisivo en el campo local. Circunscripto a un estudio puntual en el último de los tomos Imbelloni no perdió oportunidad de explicitar sus inclinaciones teóricas, algo más desarrolladas por su compatriota Frenguelli. La producción de teoría no estaba reservada a los autores de las antropologías periféricas, limitados en casi todos los casos a breves textos de unas diez páginas, en contraste con los textos mucho más impactantes de académicos renombrados y, por supuesto, las definiciones conceptuales que asumió, sobre todo en el quinto tomo, el editor de la publicación25. En efecto Steward planteó, en sus diversas intervenciones, no sólo los lineamientos fundamentales de la ecología cultural sino que también realizaría diagnósticos acerca del estado de la disciplina en el continente. Sus vínculos con la antropología de América Latina le permitieron manejar un amplio panorama del campo disciplinar, al que nunca parece haber dejado de concebir en términos claramente asimétricos reproduciendo las lógicas habituales de la división internacional del trabajo científico.

Notas

1. Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el XI Congreso Argentino de Antropología Social realizado en Rosario del 23 al 26 de julio de 2014.

2. Durante la segunda Guerra Mundial, más de la mitad de los antropólogos norteamericanos se sumaron al esfuerzo bélico (Foster 1992). De hecho, las universidades y sus programas de enseñanza, como también otros centros de producción de conocimiento, fueron reconvertidos de acuerdo con los objetivos de la lucha armada que se libraba contra las fuerzas del Eje. Ya en 1943, el Departamento de Guerra llevaba adelante un proyecto de entrenamiento en áreas y lenguas extranjeras en el marco de un programa general de entrenamiento para el ejército que funcionaba en 55 universidades. En el mismo lapso, en otros 10 colleges, funcionaban escuelas de entrenamiento para oficiales del ejército y administradores para los territorios que fueran ocupados después de la guerra (Patterson y Lauria-Perricelli 1999). Seguramente, el caso paradigmático en el uso estratégico de la antropología es el de Ruth Benedict, contratada especialmente por la OSS (Office of Strategic Services, antecesora de la CIA) para estudiar el ethos japonés, cuyos resultados pueden apreciarse en el célebre El crisantemo y la espada. En verdad, la llamada Escuela de Cultura y Personalidad -con la propia Benedict y Margaret Mead como exponentes más célebres- ocupó una posición central en esta clase de estudios llevados a cabo en el contexto de ese esfuerzo bélico.

3. Los fondos para el HSAI fueron proporcionados por una partida especial del Congreso norteamericano.

4. Faulhaber (2011) llega a enmarcar sus proyectos de vinculación interinstitucional como casos de "colonialismo científico".

5. La única excepción fue Antonio Serrano, cuyos aportes estuvieron referidos a los charrúas del territorio uruguayo y a los pueblos de los sambaquís de la costa brasileña.

6. Métraux, nació en Suiza y se vio altamente influenciado por Marcel Mauss -director de su tesis doctoral sobre los tupinambá-, Paul Rivet y el sueco Erland Nordenskiöld (Bossert y Villar 2007; Krebs 2005). Este último lo recomendó para la dirección del Instituto de Etnología en Tucumán, donde se desempeñó entre 1928 y 1934 (Briones y Gorosito Kramer 2007; Bilbao 2002). Allí, siguió las recomendaciones de Rivet de llevar adelante "el trabajo de registro y recolección de estilos de vida y cultura material de los pueblos indígenas como una tarea de rescate de lo que consideraba sus expresiones finales. Un sesgo importante en su trayectoria, que lo distingue de los restantes académicos en nuestro país, es su involucramiento con el problema indígena expuesto en su Informe sobre la situación de los indios de Chaco y Formosa al Ministerio del Interior" (Briones y Gorosito Kramer 2007: 364). Más allá de su labor antropológica, Métraux se integró al campo intelectual local, vinculándose con destacados actores del campo literario como Victoria Ocampo y Oliverio Girondo (Krebs 2007; Fernández Bravo 2013). De todos modos, según consta en sus cartas su experiencia en Argentina le resultó frustrante (Krebs 2007), en particular debido a los impedimentos burocráticos, sus relaciones conflictivas con el personal universitario y lo que juzgaba como una mediocridad general que frustraba el desarrollo de programas sistemáticos y ampliados de investigación. Luego de algunos trabajos de campo en distintos lugares de Sudamérica se radicó en los Estados Unidos y a principios de la década de 1940 se sumó al Smithsoniano, cuando ya había publicado regularmente en prestigiosos journals internacionales, tanto en francés, castellano e inglés.

7. Otro antropólogo que colaboró activamente en la edición del HSAI fue el joven posgraduado de Columbia, Gordon Willey (1913-2002) quien también tenía experiencia de campo en Sudamérica.

8. Faulhaber (2012: 93) transcribió un fragmento epistolar de Métraux -carta enviada a Robert Lowie- en donde define su vínculo con Steward como "la experiencia más desafortunada de toda mi carrera científica. Ni siquiera en Tucumán tuve que enfrentar tantas dificultades y disgusto".

9. El campo intelectual argentino experimentó una relación altamente conflictiva y ambivalente con el peronismo. En el caso puntual de las universidades se produjo una constante oposición contra al régimen militar de 1943 y particularmente contra la figura de Juan Domingo Perón. Ello se acrecentó durante los sucesos de octubre de 1945 y con la llegada del entonces coronel Perón a la presidencia, mediante las elecciones de febrero de 1946. El peronismo continuó cosechando una amplia oposición en el campo intelectual, tanto por la intervención a las universidades, las políticas de cesantías como las fuertes improntas del integrismo católico que continuaron la línea directriz iniciada por el golpe militar de 1943 -del que Perón había formado parte sustancial. Sobre el final de 1946, cerca de 1200 profesores habían dejado sus cargos en las universidades nacionales, 423 por cesantía -cese de oficio, jubilaciones anticipadas- y alrededor de 800 por renuncia (Buchbinder 2005). Además, se intervinieron las universidades y según Buchbinder "era la primera vez que se producía, desde los tiempos de la Reforma, un recambio del personal científico y docente de las universidades de tal envergadura. Pero ahora las motivaciones políticas ocupaban un lugar central" (2005: 148-149).

10. Recién en la segunda mitad del siglo XX se desarrollaron de forma sistemática nuevas perspectivas, focalizadas en aspectos más vinculados con el presente de la sociedad argentina; es decir, de las sociedades contemporáneas del territorio nacional. La influencia de las tradiciones metropolitanas que se imponían en el concierto internacional, la descolonización, la modernización universitaria, la radicalización política en América Latina y la definitiva institucionalización de las ciencias sociales -principalmente a través de la creación de carreras específicas- resultaron procesos trascendentales en esos cambios que se suscitaron en el campo de la antropología argentina.

11. Luego del derrocamiento de Perón las universidades fueron intervenidas y se llevó adelante un proceso de "normalización", bajo los principios de la Reforma Universitaria de 1918, en el que tuvieron un papel determinante las agrupaciones estudiantiles, sea en la elección de las nuevas autoridades universitarias como en los concursos docentes. En este último caso "cada candidato debía firmar un documento en el que declaraba no haber mantenido ningún tipo de compromiso con el antiguo régimen. Pero independientemente de este juramento, las autoridades universitarias se reservaban el derecho de impugnar las candidaturas de algunos individuos tomando como base acusaciones relativas a su'conducta moral' durante la década anterior" (Neiburg 1998: 223-4). En el caso concreto de imbelloni, su salida de la Universidad de Buenos Aires fue resuelta mediante una jubilación anticipada.

12. Félix Outes (1878-1939) es reconocido como discípulo de Florentino Ameghino (1854-1911), y ya en la primera década del siglo XX comenzó a ocupar cargos -de bibliotecario y director de publicaciones- en el Museo de Historia Natural de Buenos Aires y en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. En 1930 fue designado director del Museo Etnográfico de la UBA, luego de la muerte de salvador Debenedetti, y en sus siete años de gestión le asignó especial importancia a las investigaciones en folklore y geografía humana.

13. Lázzari se ha referido de manera detallada a las preocupaciones de Peralta durante su gestión en el IEN, abocado a las problemáticas raciales y la salud física y moral de la población argentina. Como había realizado su tesis doctoral sobre antropometría militar logró posicionarse como un "experto" en los círculos militares "promocionando su saber racista y la función social de la antropología". Su principal objetivo radicaba en "mejorar la calidad y cantidad del 'potencial humano' argentino" (Lázzari 2004: 207-208).

14. Fundamentaba la carencia de restos humanos en que los lugares de residencia de los huarpes -en las márgenes de los ríos- fueron ocupados por europeos que cubrieron sus tumbas con superfcies cultivables que se seguían utilizando en aquel momento.

15. Un episodio fundamental para la antropología argentina lo constituye el primer fechado radiocarbónico obtenido por Alberto Rex González (1918-2012) en 1957 con materiales de las grutas de Intihuasi en la Provincia de San Luis el cual estableció una diferencia de más siete mil años con las especulaciones que se aceptaban en el medio antropológico local. La utilización del carbono catorce para la formulación de cronologías absolutas no sólo puede interpretarse como un experimento crucial sino que un adecuado análisis de su importancia permite entender una parte significativa de la historia de la antropología argentina, en particular la trayectoria académica de Alberto Rex González (Gil 2014), quien sería un actor clave en la renovación teórica y metodológica de la arqueología argentina.

16. La amistad de Antonio Serrano con Julian Steward parece haber resultado trascendental para que Alberto Rex González pudiera iniciar su formación doctoral en la Universidad Columbia, además de que también le legó algunos de sus cargos. No obstante, González jamás reconoció a Serrano como alguien importante en su formación y tampoco pronunció juicios favorables hacia su trabajo. Los intercambios epistolares realizados durante 1945 entre Steward y Serrano -a quien el norteamericano se refería como "querido amigo"- muestran que, en efecto, Serrano lo había recomendado a González para estudiar en Columbia y que el propio Steward había iniciado gestiones para que se le otorgue una beca. Debo estos y otros documentos a Mirta Bonnin, directora del Museo de Antropología de Córdoba.

17. Su obra tuvo un impacto decisivo en la arqueología argentina pues en una publicación colectiva (Bennett et al. 1948) contradijo las cronologías que había postulado el sueco Eric Boman, de amplia aceptación en el medio local. Las cronologías culturales y etapas evolutivas de los diferentes pueblos que habitaron el NOA serían luego avaladas por la revolucionaria tecnología de datación del carbono catorce.

18. Habitualmente Ambrosetti y Debenedetti son considerados dos actores clave en la constitución del campo antropológico argentino y protagonistas de una productiva labor académica. Aunque construyeron una sólida vinculación vertical maestro-discípulo sus tempranas desapariciones físicas -Ambrosetti apenas superó los 50 años y Debenedetti no llegó a la media centuria- conspiraron para que no pudieran dejar un legado encarnado en cadenas intergeneracionales perdurables. De las obras de estos antropólogos, Alberto Rex González destacaba una sólida formación y labor investigativa que "se revela claramente en el método y la técnica que utilizan, en la precisión de sus descripciones, en el deseo de acumular pruebas y evidencias objetivas que pueden ser juzgadas y utilizadas por otros investigadores" (González 2000: 249).

19. Casanova accedió a la titularidad de la cátedra luego de que se dejara cesante a de Aparicio en 1946. En 1955 fue jubilado anticipadamente junto con José Imbelloni, los únicos dos referentes de la antropología que debieron abandonar la UBA tras la caída de Perón (Guber 2006).

20. En la actualidad, el Museo Arqueológico del Instituto Universitario Tilcara, que depende de la Universidad de Buenos Aires, lleva su nombre.

21. Cesado de sus cargos de profesor y decano en 1946, Márquez Miranda volvió a ocupar posiciones clave en la gestión universitaria a partir de 1955, principalmente como decano interventor de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNLP.

22. El autor mencionaba en este texto adaptaciones ambientales peculiares de la cultura de referencia, aunque sin precisar demasiado al respecto.

23. Los hermanos Emilio y Duncan Wagner protagonizaron un rico episodio de la historia de la antropología argentina. A partir de los restos arqueológicos que obtuvieron en el territorio de la provincia de Santiago del Estero plantearon una extravagante hipótesis difusionista en la que imaginaron una "civilización chaco-santiagueña", un "imperio de las llanuras" de gran profundidad temporal que se constituyó en un centro de irradiación cultural que excedió los marcos territoriales de América del Sur. En el profundo análisis de la obra y el impacto de la producción de los hermanos Wagner Martínez y Taboada (2011) mostraron, entre muchos otros aspectos, que más allá de los excesos interpretativos y las deficiencias metodológicas -propias de la arqueología argentina de la época- realizaron importantes hallazgos y hasta plantearon correlaciones plausibles. Precisamente, Márquez Miranda fue uno de sus más duros detractores en un episodio de 1939, en el que el campo antropológico local condenó corporativamente esas investigaciones.

24. La relación centro-periferia se entiende en términos contextuales e históricos y no sólo se aplica a las tradiciones nacionales sino que también es una categoría que puede dar cuenta de las relaciones entre instituciones dentro de una misma tradición nacional. Del mismo modo, la relación subordinada de las periferias no excluye la posibilidad de que adquieran un papel activo en la producción de conocimiento o que incluso puedan invertir, en determinado momento histórico, esa situación desigual (Cardoso de Oliveira y Ruben 1995).

25. Las contribuciones de otros académicos sudamericanos también se canalizaron en estrechos márgenes espaciales. Salvo casos puntuales -como el del colombiano Gregorio Hernández de Alba y, con una presencia menor, el peruano Luis Valcárcel- otros antropólogos del subcontinente -como Rafael Larco Hoyle, Sergio Elias Ortíz, Aníbal Mattos o Juan Belaieff- realizaron contribuciones similares, en extensión y alcance, a las de los autores argentinos.

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Fecha de recepción: 21 de octubre de 2015.
Fecha de aceptación: 29 de mayo de 2016

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