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Memoria americana

On-line version ISSN 1851-3751

Mem. am. vol.25 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2017

 

ARTÍCULO

Etnohistoria, etnocidio y etnogénesis en la frontera: la trayectoria de los itatines

 

Isabelle Combès*

* Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA)/ Centro de Investigaciones Históricas y Antropológicas (CIHA), Bolivia. E-mail: kunhati@gmail.com

 


Resumen

Descendientes de los antiguos itatines son hoy los kaiowás, los paĩ-tavyterã y los guarayos, respectivamente en Brasil, Paraguay y Bolivia. El artículo examina cómo el conjunto itatín, antaño muy ligado al Pantanal y presente en ambas orillas del río Paraguay, se desagregó durante los siglos XVI a XVIII bajo las presiones coloniales (bandeiras, misiones, colonos) y de otros indígenas como los mbayás. Estas presiones transformaron en una primera etapa las dinámicas internas, hasta acabar con los itatines como etnia. El etnocidio precedió así a la etnogénesis de los tres grupos actuales. Se cuenta aquí esta etnohistoria en el sentido de formación y reconformación de un conjunto étnico.

Palabras clave: Itatines; Río Paraguay; Pantanal; Etnogénesis

Ethnohistory, ethnocide and ethnogenesis at the frontier: the Itatines trajectory

Abstract

The current Kaiowás, Paĩ-tavyterã and Guarayos from Brazil, Paraguay and Bolivia descend from the ancient Itatines. This paper examines the Itatín universe, formerly linked to the Pantanal region and setled at present at both margins of the Paraguay River. This block disintegrated during the 16th and 18th centuries due to colonial pressures -bandeiras, missions, setlers- and the action of other indigenous groups such as the Mbayá. These pressures transformed the internal dynamics of the Itatines, who fnally stopped being a unifed ethnic group. Therefore ethnocide preceded the ethnogenesis of three current societies. The ethnohistory of this process of formation and reconfguration of ethnic groups is hereby analysed.

Key words: Itatines; Paraguay River; Pantanal; Ethnogenesis

Etnohistória, etnocídio e etnogêneses na fronteira: a trajetória dos Itatins

Resumo

Os descendentes dos antigos Itatinss ão hoje os Kaiowá, os Paĩ-Tavyterã e os Guarayos, respectivamente no Brasil, Paraguai e Bolívia. O artículo examina como o conjunto Itatin, antigamente muito ligado ao Pantanal e presente nas duas margens do rio Paraguai, se desagregou durante os séculos XVI a XVIII sob as pressões coloniais (bandeiras, missões, colonos) e de outros indígenas, como os Mbayá. Estas pressões transformaram, em uma primeira etapa, as dinâmicas internas, até acabar com os Itatins como etnia. O etnocídio precedeu, assim, a etnogêneses dos três grupos atuais. O artigo conta esta etnohistória no sentido de formação e reconformação de um conjunto étnico.

Palavras chave: Itatins; Rio Paraguai; Pantanal; Etnogêneses


 

Tres (re)descubrimientos1

A mediados del siglo XVIII en los montes de Tarumá, a unos 150 km al estenoreste de Asunción del Paraguay, los padres jesuitas fundaron las misiones de San Joaquín (1745) y San Estanislao (1750) entre indígenas de habla guaraní a los que llamaron “caaiguás”; es decir, literalmente, “los que viven en la selva” en guaraní. Con este nombre, los grupos guaraní-hablantes designaron a diversos indígenas según los lugares y las épocas. Sin embargo en Paraguay, a partir del siglo XVIII, el término se aplicó mayormente a aquellos guaraní-hablantes que vivían en las selvas, alejados del sistema colonial y de las misiones.
Los “caaiguás” del Tarumá fueron identificados como tobatines por muchos contemporáneos, y como mbyá-guaraníes por autores más modernos (Ximénez, 1967 [1697]; Garlet y Assis, 2009). Pero otros los llamaron “ytatingua”, o itatines. Es el nombre que les da el padre Dobrizhoffer, que trabajó entre ellos (2006 [1784] t. 1: 92); es lo que afirma también Sánchez Labrador, diciendo que los indios de San Joaquín y San Estanislao son “oriundos de estos itatines” (1910 [c. 1770] t. 1: 16). En otro pasaje, el mismo padre dice que en Tarumá vivían también familias de Arecayá huidas después de la rebelión de 1660 (1910 [c. 1770] t. 2: 216). Todo parece mostrar que en esta zona convivieron guaraní-hablantes oriundos de diferentes lugares, huyendo de las misiones, del sistema colonial, de los mbayá-guaycurúes y/o de los bandeirantes.
En la misma época, en 1754 exactamente, aparecen otros “monteses” más al este, precisamente en el territorio ocupado actualmente por los paĩ-tavyterã, en las cabeceras del río Ypané. Ellos también son de lengua guaraní, y se supone que “son las reliquias de los pueblos de los itatines y otros que antiguamente han estado por ahí, así de los jesuitas como de otros, y los destruyeron los mamalucos [sic] por los años 1630 y tantos” (Nusdorffer, 1969 [1754-1755]: 285-86).
Finalmente, algunas décadas más tarde y esta vez al oeste del río Paraguay, una expedición exploradora “descubre” a los indígenas guarayos (d’Orbigny, 2002 [1833] t. III: 1351). De ellos también se dice que son descendientes de los antiguos itatines y de hecho, como veremos, en las fuentes jesuitas del siglo XVIII los “guarayos” son aquellos itatines de la banda oriental del río que
huyeron de los cazadores de esclavos portugueses cruzando el río Paraguay hacia el oeste.
En la actualidad, son considerados como descendientes de los antiguos itatines dos o tres grupos diferentes, en Paraguay, Brasil y Bolivia. Son los kaiowás (“caaiguás”) de Mato Grosso do Sul y los paĩ-tavyterã de Paraguay, que se consideran como parientes; y los guarayos de Bolivia, que no tienen ninguna relación con los primeros. A partir del siglo XIX, la respectiva historia de estos diversos grupos es relativamente bien conocida: pueden citarse, en particular, los estudios Pilar García Jordán (2006, 2015) sobre los guarayos, los de Graciela Chamorro (2015) sobre los kaiowás, y los de Bartomeu Meliá et al. (2008) sobre los paĩ-tavyterã. Me interesa en estas páginas la época anterior a la conformación de estos tres conjuntos étnicos: ¿qué pasó con el antiguo conjunto itatín, cómo se llegó a la existencia de dos o tres grupos donde antiguamente existía uno solo?, ¿cuál fue el papel de las fronteras nacionales en este proceso? Ésta es la historia que quiero contar en estas páginas. No pretendo reconstruir aquí la historia misma de los itatines, sino poner de relieve los procesos de“etnohistoria” en el sentido de formación, conformación y reconformación de una “etnia”, en una región que, por azares o caprichos de la historia, se encuentra hoy dividida entre tres países y por un río: el Paraguay (mapa 1).


Mapa 1. Ubicación de los principales lugares y etnias nombrados en el texto (realización Francis Ferrié)

En ambos lados del Paraguay

Las primeras noticias de los itatines se remontan a mediados del siglo XVI, en el marco de las exploraciones que saliendo de Asunción remontan el río Paraguay buscando un camino hacia las fuentes de riquezas que, se decía, existían en el occidente. Concretamente, “la tierra que se llama Ytatin”2 aparece por primera vez en el informe de Domingo de Irala sobre su viaje río Paraguay arriba entre fines de 1542 e inicios de 1543. Esta tierra de Itatín -“piedra blanca” en guaraní,3 o bien itaati “‘piedras con puntas’, por los muchos pedregales que hay en ella”-4 está ubicada río arriba, en el margen oriental del Paraguay. Más exactamente se sitúa al norte del río llamado Tepoti en la Colonia y Apá en la actualidad, en el actual Estado brasileño de Mato Grosso do Sul.
El informe de Irala es importante por dos razones. Evidencia, primero, que existían también núcleos “carios”, es decir guaraní-hablantes, asentados en la orilla occidental del río Paraguay, por ejemplo el de Garabatibi. Más importante aún, varios de los grupos guaraníes de la orilla oriental del río “asimismo tenían su asiento en la banda del oeste” (Irala, 2008 [1543]: 2, 6, 11). Segundo, los informantes que Irala interroga en el Pantanal aluden a migraciones prehispánicas de grupos que, saliendo de Itatín, cruzaron el río hacia el oeste en busca del metal andino:5 “se hizo una gran junta de los dichos guaranys en el puerto que llaman de Ytatyn para ir a buscar el metal” (Irala, 2008 [1543]: 7); o también:

Dijo que en tiempo pasado vinieron muchos principales del Paraguay, principales e indios que llaman de Ytatyn, y pasado por una tierra que se llama Ytapua, que es cuatro jornadas de las postreras casas de esta su generación, yendo los de la dicha casa en busca del dicho metal se encontraron en el camino y se fueron juntos; y dieron en una casa de indios esclavos, enemigos suyos; y que desde allí se volvió con todos los suyos y también algunos de Ytatyn y los otros pasaron adelante (Irala, 2008 [1543]: 9).

Cabeza de Vaca también aporta algunos datos en este sentido, interrogando a un guaraní de Itatín afincado entre los xarayes. Este informante le dice que

siendo él muy mozo, los de su generación hicieron gran llamamiento y junta de indios de toda la tierra y pasaron a la tierra y población de la tierra adentro, y él fue con su padre y parientes para hacer guerra a los naturales de ella, y les tomaron y robaron las planchas y joyas que tenían de oro y plata (Núñez Cabeza de Vaca, 1944 [1555]: LX).

Más tarde en su viaje de 1557, tras el cual fundaría la primera ciudad de Santa Cruz de la Sierra a medio camino entre el Pantanal al este y los Andes al oeste, Ñuflo de Chaves también recoge datos sobre la “gran junta” que partió de Itatín. Entre los migrantes figuraban xarayes y diferentes grupos guaraní-hablantes, al mando de los principales Ytapua, Pitaguari, Bambaguasu, Yacurananga, Yaguarubay, Taybaçunca y Moqueringuasu.6 Lo interesante para nuestro propósito es que dos de estos “principales”, Bambaguasu y Pitaguari, fueron encontrados por Chaves en 1559-1560, ya afincados en las tierras occidentales.7 Esto significa que ellos al menos no regresaron a Itatín. No fueron los primeros ni los últimos en quedarse al oeste. De hecho en 1564 cuando Ortiz de Vergara viajó con Ñuflo de Chaves constató que desde el río Paraguay hasta Santa Cruz:

no hay poblado pueblo alguno más que muchas muestras que hallé de haber habido poblaciones; y preguntando a los indios más viejos que conmigo iban que aquella gente que en aquellos pueblos habitaban, qué se había hecho, me respondieron que en tiempos pasados habían venido indios guaranies, que son los labradores que tenemos repartidos en la Assumpción, y habían pasado el Paraguay a conquistar aquellas tierras, y habían muerto y comido toda aquella gente […] Tomaron tanto miedo los naturales de verse así saltear, que fueron retirándose y dejaron toda esta tierra despoblada, y se juntaron en una parte de la tierra donde se pensaron valer, y así allí se sustentaron.8

Estos desplazamientos de este a oeste se incrementaron con la llegada de los españoles a Paraguay, tan empeñados como los indígenas en buscar el metal andino. Un total de 3.000 o 3.500 guaraníes del Paraguay acompañó a Domingo de Irala en 1548,9 entre 1.000 y 2.500 a Ñuflo de Chaves en 1557,10 y unos 5.000, entre carios de Asunción y guaraníes de Itatín, siguieron a Ñuflo de Chaves en 1564.11 Irala y Chaves habrían llevado tanta gente de Itatín que, según un vecino de Asunción, casi despueblan la región: “de Ytatin llevaron mucha gente despoblando aquella provincia contra toda caridad”.12 Tal vez debamos agregar a esta lista los 1.500 “indios amigos” que, durante la “mala entrada” de Irala al Chaco en 1553, se rebelaron y se pasaron más al oeste en busca de sus parientes guaraní-hablantes, aunque no sabemos con seguridad si estos indígenas, o parte de ellos, eran originarios de Itatín (Díaz de Guzmán, 1835 [1612]: 94).
Estas migraciones se hicieron, entonces, primero para guiar y acompañar a los europeos; aunque otros grupos parecen haber salido, por el contrario, para huir de la incipiente colonización española en Paraguay: “al tiempo que los españoles conquistaron la provincia del Paraguay, los indios chiriguanaes, por no verse en servidumbre, se entraron en cuadrillas la tierra adentro por diferentes caminos”.13
Sea lo que fuere, con estas nuevas migraciones nace también un nuevo núcleo itatín al noreste de la ciudad de Santa Cruz. Según cuenta Díaz de Guzmán, los acompañantes indígenas de Chaves se establecieron en 1564 en la región recién colonizada: “llegados estos indios 30 leguas de Santa Cruz, hicieron asiento en un término de tierra que les pareció conveniente, llamándola Itatin por el nombre de la provincia de donde salieron” (Díaz de Guzmán, 1835 [1612]: 133). A este viaje debió referirse una mujer itatín de la región de Santa Cruz quien, en 1589, afirmaba que vivía en Paraguay 20 años atrás (Anua Perú-1589, 1929: 918). De la misma manera, más al norte y algunas décadas más tarde, se dice que los guaraní-hablantes de la Chiquitania son “remanentes de aquellos que guiaron a Ñuflo de Chaves”.14 En cualquier caso, a partir de este momento “Itatín” pasa de ser un topónimo a convertirse en etnónimo, aunque no es el único que se aplica a estos grupos: también en esta época aparecen los términos de “chiriguanaes” -en esta época y en este lugar, un sinónimo de “cario” o “guaraní-hablante”-, y “guarayu” -otro término genérico probablemente de origen quechua, que acabará cristalizándose como etnónimo (Combès, 2014)-.
La incipiente presencia española no parece afectar en esta época las estrechas relaciones que existían entre los itatines de ambos lados del río Paraguay. Existen visitas, contactos, acciones conjuntas también como en ocasión de la muerte de Ñuflo de Chaves.
Aunque los itatines cruceños parecen haber estado inicialmente en buenos términos con los españoles, las relaciones pronto se tornaron tensas. Al parecer,
el factor que desencadenó las hostilidades fue el afán de los cruceños por alcanzar las minas que, se decía, existían en la provincia de Itatín al noreste de la ciudad. En 1568 salieron dos expediciones de Santa Cruz: una dirigida por Ñuflo de Chaves y otra al mando del obispo de Asunción que volvía al Paraguay, acompañado por Felipe de Cáceres. “Llegaron todos juntos hasta la comarca de los indios guaranis que quedaron poblados cuando vinieron del río de La Plata con Francisco de Vergara, que casi todos eran de la provincia del Itatin” (Díaz de Guzmán, 1835 [1612]: 138), y Chaves se dirigió a la aldea itatín de Mitimi; se sentó en una hamaca, retirando su casco, y un cacique llamado Saquararan le partió la cabeza con un golpe de macana.15 Todos los españoles presentes fueron muertos, a excepción de uno que pudo huir y dar aviso. En este ínterin, el obispo y Felipe de Cáceres, ya avisados de lo sucedido, decidieron seguir rumbo hacia el río Paraguay y pasar a Asunción. Previamente mandaron a un mensajero, Jacome, a informar a los itatines del camino que la expedición española iba en son de paz. Jacome acabó siendo muerto por los itatines de la aldea de Anguaguazú.
A pesar de las alarmas, la expedición del obispo y de Cáceres siguió su rumbo hacia el río Paraguay, sin “ningún mal suceso ni pesadumbre”. Tres días antes de llegar al río, encontró “siete u ocho indios con sus mujeres e hijos, que venían de la otra parte a visitar a los que estaban en ésta, por ser todos deudos y parientes”. En el equipaje de estos indios, los españoles encontraron la daga de Jacome, y un itatín “en cuestión de tormento” acabó confesando que todos los indígenas “de aquella tierra estaban determinados a no dejar pasar a los españoles, antes a hacerles cruda guerra hasta acabarlos”.
Al pasar el río Paraguay por el “paso de los itatines”, el obispo y su tropa fueron atacados por los payaguás y los guaxarapos, pueblos de habla guaycurú del Pantanal y del río. Ya en la orilla oriental, encontraron a las aldeas itatines desiertas y a la gente retirada en son de guerra (Díaz de Guzmán, 1835 [1612]: 141-142).
Lo importante para nosotros es, evidentemente, que los itatines del oriente del Paraguay continúen visitando a sus parientes migrantes: de hecho, su última partida se remontaba apenas a cuatro años atrás. También la guerra contra los españoles fue, como lo muestra este relato, concertada entre los itatines de ambos lados del Paraguay, y contó con el apoyo de grupos del Pantanal. Estas relaciones se mantendrán todavía en el siglo XVII, aunque cambian de cariz debido al avance de la colonización, hasta desvanecerse por completo en el siglo XVIII.

Al amparo del Pantanal

En 1604 el traslado de la ciudad de Santa Cruz a orillas del Guapay, 300 km al oeste, libra a la región de la presencia española por un tiempo. En cambio la situación se vuelve crítica en la orilla oriental del Paraguay. La fundación de Santiago de Xerez a finales del siglo XVI y el inicio de las bandeiras paulistas empiezan a presionar, aunque todavía indirectamente, a los indígenas. En 1614 un grupo de itatines se apersona a Guarambaré para pedir formalmente misioneros jesuitas en su tierra.16 Después de esta primera visita, más itatines llegan a Guarambaré encabezados por el cacique principal Ñanduabuçu (Boroa, 1952 [1614]: 24).
El establecimiento formal de misiones jesuitas en el Itatín se postergó por falta de operarios, más ocupados en la región del Guairá. En 1631, son enviados al Itatín los padres Diego Ferrer y Justo Mansilla. Al año siguiente fundan las primeras misiones jesuitas de la región: San José, Los Apóstoles San Pedro y San Pablo -ésta en la aldea misma de Ybu donde residía Ñanduabuçu-, Los Ángeles y Encarnación.17
Sin embargo, al poco tiempo, el Itatín oriental recibe de lleno el impacto de los cazadores de esclavos. Un primer asalto bandeirante,18 dirigido por Ascenso Quadros, destruye las misiones en 1633. Luego de un año, los neófitos se reagrupan en Andirápuca y Tepoty, que se juntan en Yatebó. Posteriormente en 1635 dos nuevas misiones son establecidas: Nuestra Señora de Fe de Taré, y San Ignacio de Caaguazú. La primera, más norteña y más cercana a la orilla del río Paraguay, debía servir de “puente para pasar a la otra banda del Paraguay a los chiriguanas” (Berthod, 1952 [1652]: 101) -léase en este caso “guaraní-hablantes” de la región de la antigua Santa Cruz-. Se trataba también de la misión más abierta hacia los pueblos del Alto Paraguay y del Pantanal.
Pero las bandeiras paulistas continúan sin tregua contra las misiones paraguayas. Los documentos recopilados por Jaime Cortesão (1952) evocan en particular los asaltos de 1637, 1647 y 1648, ocasiones en que los bandeirantes cruzaron el río Paraguay y: “pasaron tan adelante que llegaron a ser sentidos en los pueblos de Santa Cruz de la Sierra” (Ferrufino, 1952 [1649]: 79, 81); precisamente en 1637 los “mamelucos” son señalados entre los itatines de Santa Cruz.19 El 8 de septiembre de 1647, la bandeira dirigida por Raposo Tavares asalta las dos misiones de Itatín, que son trasladadas al año siguiente al río Mboimboi. El traslado coincide con la suspensión temporal de los jesuitas por parte del obispo de Paraguay, Bernardino de Cárdenas.20 Sólo dos años más tarde, una vez restituidos, los jesuitas reagrupan una vez más a sus neófitos y los trasladan más al sur, sobre el Ipané y en Aguaranambi.
Los ataques bandeirantes y los diversos traslados de las misiones del Itatín han sido objeto de varios estudios21 y no es necesario repasarlos en detalles aquí. Lo que me interesa es el destino de los itatines frente a estas contingencias. En estos aspectos aparecen a plena luz las estrechas relaciones que mantuvieron con los pueblos del Alto Paraguay y del Pantanal.
Las relaciones con los pueblos del río pasaban por la misión de Taré, donde vivía el gran cacique Ñanduabuçu. Ya antes de la primera bandeira, Diego Ferrer escribía que Ybu, la aldea de este cacique, “no está lejos del río Paraguay y tiene el trato de los payaguas” (1952 [1633]: 44). Taré era en efecto “frontera de las naciones infieles” donde, además de los payaguás, los guaxarapos llegaban“varias veces por sus intereses”22 y donde se acercaron también los guatós del Pantanal. En 1647, el primer pueblo de los guatós estaba a catorce leguas de la misión de Nuestra Señora de Fe de Taré, y fue visitado por el padre Arias; varios guatós se agregaron a la misión cuando se trasladó al Mboimboi en 1648.23 En la misma época, catorce de las 500 familias reducidas en Taré “contrataban con los de Santa Cruz de la Sierra y chiriguanaes” (Díaz, 1915 [1648]: 321) -vale decir con los guaraní-hablantes de la banda occidental del río-.
A partir de la bandeira de 1633, el Pantanal y el río Paraguay se transforman en refugio para los neófitos itatines que huyen. Muchos de ellos “se ampararon del Payagua”.24 En 1649, después de un nuevo ataque de los bandeirantes, se teme que los itatines vuelvan “entre los Payaguas con quienes en su infidelidad tuvieron comunicación” (Ferrufino, 1952 [1649]: 83). Todavía a inicios del
siglo XVIII se constata que, a orillas del río, “andan muchos infieles de varias naciones ahuyentados de los portugueses mamelucos que continuamente andan a caza de ellos” (Real provisión, 1955 [1716-1718]: 136).
El Pantanal y el río no sólo sirven de refugio contra los portugueses sino también contra otros peligros. En 1634, los payaguás hacen correr el rumor de la llegada de soldados desde Asunción, y “consecuencia de esto fue el que cuatrocientos indios conducidos por Ñanduabusú el anciano, pasaran el Paraguay y se internasen en los bosques recónditos” (del Techo, 1897 [1673]: lib. X, cap. XXXVIII). Éste es el primer indicio del descontento de Ñanduabuçu con la misión jesuita y, evidentemente, está demostrando que no logra proteger a los indígenas de los bandeirantes y demás colonos. Así que en 1643 Ñanduabuçu declara abiertamente su hostilidad y encabeza una rebelión.25 Sin querer fingir más una conversión inexistente a la fe cristiana, el que acogiera a los jesuitas, se declara como su peor enemigo. Para evitar funestas consecuencias, los jesuitas utilizaron medios extremos y deportaron a Ñanduabuçu y los demás líderes de la rebelión hasta Yapeyú, en las misiones del Uruguay. El asesinato posterior del padre Romero en la banda occidental del río Paraguay ocurrido en 1645, en parte tuvo como motivo vengar a Ñanduabuçu. En la muerte de este jesuita aparecen otros actores: los guaxarapos, y los grupos guaraníes o “chiriguanaes” de la orilla oeste del río Paraguay.
Pedro Romero, misionero de Taré, cruzó a la banda occidental del río Paraguay en compañía de algunos de sus neófitos, “como más conocidos de los infieles”; iba en busca de Curupay y su gente, conocidos por ir a “sus rescates” a la misión de Taré (Zurbano, 1915c [1646]).
Ahí, frente a Taré, estaban establecidos núcleos guaraní-hablantes. En esta misma zona Ferrer señalaba en 1633 la presencia de los ybytyryguas, que solían “contratar” con los itatines de la ribera oriental e incluso habrían sido“atraídos” por las misiones poco más tarde.26 Posiblemente otros más habían llegado a la zona escapando de los bandeirantes, o huyendo del sistema misional. En todo caso, a inicios del siglo XVIII se señala que, en esta zona,“antiguamente estaba poblado todo de Guaraios” (Fernández, 1955 [1708]: 111).
De hecho, Curupay, Carubay o Cumpay, según las variantes, es un término guaraní. Por una parte, kurupa’y es el nombre de un árbol (Adenantheracolubrina); por otra, Ruiz de Montoya indica que el término también está aplicado a los hechiceros: “Akurupa’yvoñã: hacer hechizos; Aporoyvokurupa’ypype: enhechizar” (2011 [1639]: 282). Llegado a la aldea de Curupay y bien acogido, Pedro Romero bautizó el lugar como “Santa Bárbara”, con miras a fundar una nueva misión. En consonancia con la presencia de “guarayos” en la zona, Sánchez Labrador escribe que la “provincia de Santa Bárbara” estaba habitada por indios de habla guaraní, bárbaros, y que ellos fueron los asesinos del padre Romero. En otro texto, se dice que fueron “chiriguanos” los asesinos.27 Sin embargo, son varias las versiones del martirio de este jesuita. Vale la pena examinarlas.
La versión más detallada, también la más antigua, fue escrita pocos meses después del fallecimiento del padre. Según esta versión, Romero salió de Taré, cruzó el río Paraguay y, ocho días después, llegó a la aldea de “Carubay” donde fue bien recibido. Durante los preparativos de la fundación de la nueva misión de Santa Bárbara llegaron “guacharapos” del río arriba a visitarlo. Romero los acompañó a su pueblo. Ahí llegó un indio de río arriba, llamado Guiragueray, que estableció buenas relaciones con el jesuita. Pero Guiragueray
era en realidad un traidor, pues tramaba la muerte del padre. Estuvo auxiliado en eso por un hechicero de río arriba, Mboroseño, un ex cautivo de los bandeirantes. Mboroseño se había escapado en el Pantanal, donde llegó a tener mucha autoridad, repartiendo varas de alcaldes y cruces a los indígenas.
Auxiliados por indígenas del río arriba al mando del jefe Tucambi, Guiragueray y Mboroseño hacen matar al padre Romero. Los motivos del asesinato son dos: primero, los indígenas no aceptan la conversión; segundo, quieren vengar al exilio de Ñanduabuçu realizado dos años atrás. De hecho, aprendemos en esta versión que Guiragueray conocía a Paracu, un cacique del Itatín oriental, y que Mboroseño, por su parte, tenía buenas relaciones con Ñanduabuçu. El que asestó el golpe mortal a Romero fue un indígena llamado Cherunbi (Zurbano, 1915c [1646]).
La versión de Nicolás del Techo es algo diferente. Según él, en la orilla occidental del Paraguay, frente a Taré, vivían los “guirapos” al mando del cacique Baraliquiní. Este cacique envió a su sobrino Guairamina a hablar con los misioneros de Taré, y pedir misión para que los padres los protejan de los guaycurúes. Romero acudió al pedido, cruzó el río y se estableció en la aldea de Curupay. “Desde remotos países, con objeto de comerciar”, llegó entonces Guiraqueray, “de carácter cruel y traidor”. Animó a varios indígenas, en especial a “los que habían huido de Santa Fe [Nuestra Señora de Fe de Taré] y del Perú, y abandonado el cristianismo”, para matar al padre. Entre los conjurados figuraba el hechicero Mboroseni, y el jefe Tucambi (del Techo, 1897 [1673]: lib. XIV, cap. XIV-XVII).
En la versión posterior de Charlevoix, los “guirapos” referidos por del Techo vuelven a aparecer con el nombre de “guiraporas”. El asesino del padre Romero se llama ahí Donna, cacique guirapora (1910 [1756] t. 3: 147).
Tanto para del Techo como para Charlevoix, Pedro Romero fue asesinado en la aldea de Curupay pero por “guirapos” o “guiraporas”, aunque bajo el influjo de indígenas del río arriba como Guiragueray y Mboroseño. Para Zurbano, Romero fue más bien asesinado en una aldea de los guacharapos mientras que para Sánchez Labrador, fue matado por “guaranís”.
Todo parece indicar que los “guirapos” mencinados por del Techo y Charlevoix son los “guacharapos” de Zurbano. De hecho, en un documento contemporáneo, los guaxarapos son llamados “guarapos” (P. Muñoa en Zurbano, 1915b [1644]: 126). Romero parece haber respondido, en primera instancia, a un pedido de los guaraní-hablantes establecidos en la orilla occidental del Paraguay, al mando de Curupay. De ahí pasó a visitar a los guaxarapos -que probablemente ya conocía pues solían ir a Taré “por sus intereses”-, donde fue asesinado por el influjo de dos personas en particular: Guiragueray y Mboroseño.
Guiragueray es un nombre netamente guaraní, y sabemos que tenía relaciones con un cacique itatín, Paracu. En cuanto a Mboroseño, este era, según Sánchez Labrador, “de la misma nación” que Curupay; es decir guaraní-hablante también, y muy probablemente itatín: no sólo sabemos que Mboroseño conocía bien a Ñanduabuçu y quiso vengarlo, también sabemos que, prisionero de los bandeirantes, Mboroseño logró escapar “volviéndole[s] a traer por guía”, lo que indica que era originario de Itatín o de una región cercana (Zurbano, 1915c [1646]). Más allá de la trágica suerte del misionero, la muerte de Pedro Romero nos enseña dos cosas: primero, que los contactos seguían fluidos entre los itatines orientales, reagrupados en las misiones jesuitas, y sus compatriotas de
la banda occidental del Paraguay; segundo, que las relaciones también estaban muy estrechas con otro grupo más del Pantanal y del río, los guaxarapos.
Los “rescates” e “intereses” de los pueblos del Alto Paraguay con los itatines orientales no parecen ser algo nuevo -las mismas fuentes hablan de contactos con los payaguás en el tiempo “de su infidelidad” (Ferrufino, 1952 [1649]: 83)-, mucho menos si pensamos que existían núcleos guaraní-hablantes ya en la época prehispánica sobre la orilla occidental del Paraguay, en constantes relaciones con la orilla oriental. Antes de pasar a separarlos, el río y el Pantanal cumplieron la función exactamente contraria actuando como el corazón vivo que unía a los conjuntos itatines del este y del oeste. No por casualidad los itatines orientales pudieron ser llamados en una ocasión “señores del río” (Valencia, 1952 [1657]: 258), título generalmente reservado a los payaguás en las fuentes. En este sentido, aunque no hayan sido “canoeros” como los guatós o los payaguás, los antiguos itatines actuaron verdaderamente como un pueblo pantanero más.

La diáspora consumada

Durante todo el siglo XVII las bandeiras continuaron asolando la región. En 1692, el cabildo de Santa Cruz pide socorro a Asunción para contener a los portugueses: el miedo de los cruceños era que lograran aliarse con los chiquitos, y con los “chiriguanos” (Santa Cruz, 1952 [1692]). En 1696, nuevas entradas son registradas -el que da el aviso es, además, un indio guarayo-28.
En estas circunstancias, los contactos entre los indígenas del este y del oeste del río Paraguay toman otro cariz: “muchas [familias] han pasado a la otra banda del río Paraguay” para escapar de los cazadores de esclavos (Bonilla, 1952 [1652]: 105). De esta manera se reanuda el antiguo proceso de las “migraciones” itatines hacia el oeste pero con una diferencia enorme en relación con los antiguos desplazamientos; los itatines ya no migran “en busca de” algo: huyen.
Sánchez Labrador escribe:

Los Portugueses no se descuidaban en el ejercicio que los caracteriza: esparcidos los Ytatines por los bosques con tantos contratiempos, de cinco pueblos apenas pudieron formar dos en su segunda entrada los misioneros de la Compañía […] Quedó mucha gente escondida en los bosques: pasó a la orilla occidental del río Paraguay: se internó hasta el famoso Lago de los Jareyes [sic], o cosa semejante; y éstos son Guarayos descendientes de los Ytatines y hermanos de los del pueblo de Nuestra Señora de Fe recogidos por nuestros misioneros de Chiquitos.29

Interrogado por el jesuita, uno de estos “guarayos” dice:

Respondió que sus padres les decían: que su pueblo había estado a la otra orilla del río Paraguay entre dos Ríos; que habían sido cristianos; que su pueblo tubo el nombre de la Virgen [Nuestra Señora de Fe de Taré], […] se habían pasado a la orilla occidental del río, y después venido a vivir con los Chiquitos. Añadió que sus padres se consolaban mucho cuando decían que algún día habían de volver a sus tierras naturales. No pueden darse señas más determinativas del origen de los Guarayos.30

De la misma manera, Las Anuas jesuitas del Paraguay, en su acápite relativo a las misiones de Chiquitos, cuentan:

Los guarayos tienen su origen en la tierra de los guaraníes, viniendo ellos a su actual domicilio hace unos 100 años a esta parte, huyendo ellos en aquel entonces de las invasiones de los brasileños a tan enorme distancia, devastando aquellos abominables ladrones en aquel entonces toda la comarca, pero en especial nuestras misiones guaraníticas, porque les eran más cercanas, llevándose todos que podían alcanzar, cristianos e infieles, a la esclavitud en el Brasil. Todavía hablan los guarayos la lengua de su antigua nación, pero ya algo viciada. Tienen ellos las mismas costumbres que, como leemos, han tenido los guaraníes antes de hacerse cristianos; así, comen carne humana como antiguamente lo hacían los guaraníes (Anuas de la provincia del Paraguay, 2011b [1730-1734]: 167).

En los mapas de finales del siglo XVII, están señalados “guarayos” en el Pantanal en su lado oeste y en la laguna Manioré (Arce, 1955 [1713]: 29).
Pero no todos los itatines escogen o pueden huir hacia el Pantanal o más allá hacia el oeste. Como bien recalca Sánchez Labrador, “quedó mucha gente escondida en los bosques”. Otros autores lo confirman: “huyendo del enemigo [de los bandeirantes] pasaron los indios a la otra banda del Paraguay, entre infieles; otros se ampararon del Payagua, y otros se escondieron”; “de miedo de los portugueses [los itatines] estaban metidos por las montañas”; “se habían rancheado en las antiguas poblaciones de su gentilidad y escondrijos”,31 etc.
Entre los muchos testimonios que evocan las huidas de los itatines al monte dos son especialmente interesantes. Zurbano cuenta que, en 1643, el padre Mansilla entró desde la reducción itatín de Caaguazú “hacia las cabezadas del Tobati, que es otro río entre éste de Jujui y la Assumpción, con deseo de juntar y reducir algunos indios que habían tenido noticia andaban descarriados por aquellos montes” (Zurbano, 1915a [1644]: 121). Por su parte, en 1649 el padre Ferrufino anota que en razón de las bandeiras, “la provincia del Itati está hoy toda despoblada y los pocos indios que han quedado retirados al fin de ella, distantes más de cien leguas del paso por donde los dichos enemigos penetran hacia las provincias de Santa Cruz de la Sierra” (Ferrufino, 1952 [1649]: 83; subrayado mío). Los “monteses” empiezan a desplazarse hacia el este y sureste alejándose del río Paraguay y acercándose a las regiones donde, más tarde, aparecerían los “caaiguás”.
El siglo XVIII consagra la diáspora de los itatines y el fin de la etnia como tal. Con el continuo acoso de las bandeiras, los guarayos establecidos primero cerca del Pantanal avanzaron más hacia el oeste y el noroeste. Es pues significativo que el primer ingreso de guarayos a una misión jesuita se haya dado en Moxos, en 1693 (Eguiluz, 1884 [1696]: 22) y no en Chiquitos: esto significa que buena parte de ellos vivía ya donde hoy están asentados. En cambio, los datos disponibles evidencian que si bien los guarayos ingresaron a las misiones de Chiquitos establecidas desde 1691, fueron pocos y la mayoría de ellos volvió a la selva (Combès, 2015a, 2015b) donde, a finales del siglo XVIII, fueron (re) descubiertos por los cruceños.
Al oriente del río Paraguay, una amenaza más se sumó a las ya numerosas que acechaban a los indígenas. Es la época en la cual los grupos mbayá-guaycurúes cruzan el río desde el Chaco y atacan ferozmente el Itatín. Aunque estos ataques empezaron en el siglo XVII, se incrementaron durante el siglo XVIII.
En consecuencia, las misiones itatines sufren su último y definitivo traslado en la margen derecha del río Paraná, al sur de Asunción. A partir de este momento los itatines cristianos de la misión pasan a engrosar el conjunto de los “guaraníes misioneros” del sur del Paraguay, sin más contactos con sus parientes monteses u occidentales.

Palabras finales

Al oeste del río Paraguay, el padre Sánchez Labrador parece ser el último en mencionar a “itatines” en la región: el etnónimo desaparece luego por completo dejando paso al solo nombre de “guarayo”. Al este del río, todavía se habla de “itatines” para los neófitos de Nuestra Señora de Fe, aunque ya muy lejos del Itatín mismo. Se mencionan, a mediados del siglo, a los “ytatinguas” de los montes de Tarumá; sin embargo, pronto desaparece también el etnónimo en esta región dejando paso al de “caaiguá”.
El olvido del etnónimo refleja y sella la separación definitiva de los itatines de ambas orillas del Paraguay, produciendo su desaparición como etnia. Quedan “los salvajes” -pues ése es el sentido original tanto de guarayo como de caaiguá-, que darán nacimiento a nuevos grupos que son los actuales.
Sobresale de esta historia el tejido de relaciones mantenidas entre los guaraní-hablantes de ambas orillas del río, y con los pueblos del río Paraguay mismo. Es la historia de un pueblo otrora pantanero aunque diferente de los “clásicos” habitantes canoeros de la región; de una etnia unida por el Pantanal y el río Paraguay; de un grupo que sigue viviendo hoy, pero bajo otros nombres y en otros lugares, y definitivamente desgarrado. De punto de unión el Pantanal llegó a erigirse en una frontera entre ambos conjuntos itatines y, en el siglo XVIII, ya están definitivamente separadas sus trayectorias.
Para dar nacimiento a estos nuevos grupos, los itatines tuvieron que desaparecer como grupo. En este sentido, la “etnogénesis” fue precedida y se hizo posible mediante un etnocidio previo -no en el sentido de desaparición física de sus miembros pero sí de muerte de un grupo cultural-.
En estos procesos intervinieron también otros actores que no podemos olvidar. El que los actuales guarayos okaiowás sean descendientes de los antiguos itatines es algo fuera de duda; hasta hoy estos grupos comparten, por ejemplo, diversos temas míticos que están registrados entre los antiguos itatines (Combès, 2015a). Pero esta conclusión sólo es parcial. Al oeste del río Paraguay, los itatines se encontraron con otros grupos guaraní-hablantes que habían llegado con anterioridad, no forzosamente desde el mismo lugar, y que luego fueron confundidos con ellos. El grupo que se conforma progresivamente es ante todo una mezcla de tradiciones guaraníes de diversos orígenes, a las cuales tendríamos que agregar a aquellos cautivos indígenas de otras etnias, y otras lenguas, que se integraban en sus aldeas. La predominancia del elemento itatín en este conjunto parece deberse, ante todo, a las numerosas huidas que tuvieron lugar en el siglo XVII para escapar de los bandeirantes.
De la misma manera, al este del Paraguay el caso de los “monteses” del Tarumá ilustra bien la convivencia y la fusión entre guaraníes de diversas procedencias. Gente de Arecayá y tobatines vivían en el Tarumá junto con “ytatinguas”; los mbyás y chiripás también fueron llamados “caaiguás” cuando se mantenían fuera del sistema colonial. Como notó Susnik (1961: 172), no sólo
en las misiones tuvo lugar un proceso de “homogeneización étnica” de los diversos grupos guaraní: la convivencia, forzosa o voluntaria, en las selvas, también implicó el mismo resultado.
A la inversa, no todos los antiguos itatines se transformaron en los modernos kaiowás, paĩ-tavyterãy guarayos: los que acompañaron a los jesuitas hacia el sur engrosaron el conjunto campesino-guaraní del Paraguay; mientras otros pasaron a ser parte de otros grupos étnicos como el de los payaguás.
De esta manera, este estudio “de los itatines” es también el estudio de la historia étnica de una región y de sus reconfiguraciones a través de los siglos. Deslocalizaciones, migraciones y mestizajes no empezaron con la llegada de los conquistadores. Existían antes, con dinámicas y objetivos propios. Pero sí fueron drásticamente afectados por el actuar de los colonos, misioneros, bandeirantes, mbayás y, finalmente, los Estados. A partir de mediados del siglo XVIII, los procesos de demarcación entre los imperios portugués y español empiezan a trazar fronteras administrativas que contribuyen a separar los diversos núcleos indígenas.
Como notó Maria Fátima Costa (1999), el Pantanal, que empezó a formar parte del imperio español, pasó luego de facto bajo el dominio portugués con las bandeiras del siglo XVII, formalizándose esta situación con las demarcaciones entre ambos imperios en el siglo XVIII. La línea divisoria estableció al menos teóricamente una separación administrativa entre los futuros kaiowás y los paĩ-tavyterã. A inicios del siglo XIX con las independencias sudamericanas y, más tarde, el tratado de paz y límites entre Brasil y Paraguay después de la guerra de la Triple Alianza, la separación administrativa se consume entre los nuevos Estados nacionales. Desde entonces, los kaiowás pertenecen a Brasil, los paĩ-tavyterã a Paraguay, y los guarayos a Bolivia. Como la del Pantanal, su trayectoria gravita entre la de la América hispana y la lusitana y contribuye a unir estas dos historias.

Notas

1. Este texto se basa sobre investigaciones previas de la autora (Combès, 2014, 2015a y 2015b).

2. En todas las citas modernizo la ortografía a excepción de los nombres propios -topónimos, etnónimos, nombres personales-.

3. Es la traducción dada por Francisco Ortiz de Vergara (AGI, Patronato 29, R. 19, f. 1) y, mucho más tarde, por Sánchez Labrador (1910 [c. 1770] (I): 43).

4. Ver Ferrer, 1952 [1633]: 30.

5. Sobre la circulación prehispánica del metal andino hacia las tierras bajas orientales remito a Combès, 2008.

6. Relación general, 2008 [1560]: 59-60.

7. Relación verdadera, 2008 [1571]: 216; Relación general, 2008 [1560]: 59.

8. Viaje del Río de la Plata al Perú de Francisco Ortiz de Vergara, c. 1568, (AGI Patronato 29, R. 19, f. 1v) Este documento está catalogado con fecha de 1565 pero es posterior pues menciona la muerte de Ñuflo de Chaves ocurrida en 1568.

9. Schmidel (2008 [1567]: 104) habla de 3.000 guaraníes; Díaz de Guzmán (1835 [1612]: 80) menciona 3.500 y Calvete de Estrella (1963 [1571]: 50) 3.000 guaraníes o “cheriones”.

10. Fueron 1.500 guaraníes según Díaz de Guzmán (1835 [1612]: 114). Otro documento habla de 2.500, de los cuales 1.500 habrían vuelto luego al Paraguay después de una pelea contra los indígenas chiquitos (Resolución de los casos, 2008 [1561]: 109).

11. Díaz de Guzmán (1835 [1612]: 133) habla de 2.000 carios de Asunción, a los cuales se agregaron 3.000 guaraníes de Itatín.

12. ANA. Sección Nueva Encuadernación vol. 429, doc. 4. Testimonio de Martyn de Orue 1574 (gentileza Guillaume Candela).

13. Testimonio de Francisco Sánchez Gregorio, 1636 (Consultas, 2011 [1636]: 278). Se debe entender “chiriguanaes” en el sentido genérico de “guaraní- hablantes” (cfr. Combès, 2010, art. “chiriguanaes”).

14. Testimonio de Lorenzo Caballero de 1636, en Consultas, 2011 [1636]: 273.

15. Existen numerosos testimonios al respecto en la Relación de servicios de Ñuflo de Chaves y Álvaro de Chaves, 2008 [1588]. Ortiz de Vergara también alude a este episodio (AGI Pat. 29 R. 19).

16. Ver al respecto, Torres, 1927 [1614]; Boroa, 1952 [1614]: 24 y Ferrer, 1952 [1633]: 31.

17. Cfr. Ferrer, 1952 [1633]: 34-38 y del Techo, 1897 [1673]: lib. X, cap. XVII.

18. Los integrantes de las expediciones que salían de São Paulo en busca de esclavos eran llamados indistintamente “paulistas”, “bandeirantes” o “mamelucos”.

19. Actas capitulares 1977 [1634-1640]: 193.

20. Los agudos problemas que opusieron al obispo de Paraguay y la Compañía de Jesús están extensamente documentados en todas las historias del Paraguay jesuítico como las de Charlevoix, del Techo, Guevara, Lozano, etc.

21. Remito particularmente a Cortesão (1952), Gadelha (1980), Sousa (2004) y Freitas (2013) por citar solamente trabajos que se interesan en la región del Itatín. La bibliografía sobre las bandeiras es mucho más extensa.

22. Zurbano, 1915c [1646]: 126 y P. Muñoa en Zurbano, 1915b [1644]: 126, respectivamente.

23. Ver Anónimo, 1952 [c. 1650]: 85; Berthod, 1952 [1652]: 102.

24. Ver Berthod, 1952 [1652]: 100 y Díaz, 1915 [1648]: 320.

25. Cfr. Zurbano, 1915a [1644]: 123-24; del Techo, 1897 [1673]: lib. XIV, cap. XIV.

26. Consúltese Ferrer, 1952 [1633]: 49; Ruiz de Montoya, 1892 [1639]: 204.

27. En Sánchez Labrador, 1910 [c. 1770] t. 1: 60 y Diario de un viaje, 1955 [1703]: 16.

28. Ver Burgés, 2008 [1703-1705]: 297-98, 106-107; Anuas de la provincia del Paraguay, 2011a [1689-1699]: 25; Fernández, 1726: 78v y sig.

29. Sánchez Labrador: Diario del viaje a las misiones de Chiquitos… (RAH, Mata Linares 56 [9-1711]); el subrayado es mío.

30. Sánchez Labrador: Diario del viaje a las misiones de Chiquitos… (RAH, Mata Linares 56 [9-1711]).

31. Respectivamente: Díaz, 1915 [1648]: 320; Pucheta, 1952 [1637]: 55; Anuas de la provincia del Paraguay, 1952 [1653-1654]: 204.

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Fecha de recepción: 14 de marzo de 2017.
Fecha de aceptación: 14 de agosto de 2017

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