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Memoria americana

versión On-line ISSN 1851-3751

Mem. am. vol.25 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2017

 

ARTÍCULO

Indios, blancos y negros. Relaciones interétnicas en la frontera de Chiquitos con Mato Grosso, siglo XVIII

 

Cecilia Martínez*

* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) - Sección Etnohistoria, Instituto de Ciencias Antropológicas. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Argentina, E-mail: cecigmartinez@yahoo.com

 


Resumen

Este artículo describe la situación de la frontera entre los imperios español y portugués en el alto río Paraguay en las épocas jesuítica y colonial tardía (siglo XVIII). Señala las transformaciones en la cartografía étnica que tuvieron lugar a partir de la tardía conquista y colonización de la región. Se tienen en cuenta procesos sociohistóricos como las incursiones esclavistas de los bandeirantes portugueses, la guerra chiquito-guaycurú, la disputa territorial entre ambas coronas ibéricas, y los cambios en la administración de la provincia de Chiquitos después de la expulsión de los jesuitas. Se analizan los cambios socioculturales y en las relaciones interétnicas, provocados por esos procesos históricos, prestando especial atención en la incidencia que tuvieron entre los grupos indígenas que poblaban las zonas aledañas al río, así como también en la vinculación de éstos con otros actores sociales blancos y negros, provenientes del reino de Portugal.

Palabras clave: Relaciones interétnicas; Cambio sociocultural; Río Paraguay; Frontera

Indians, Whites and Blacks. Inter-ethnic relations on the border between Chiquitos and Mato Grosso, 18th century

Abstract

This article describes the border situation between the Spanish and Portuguese empires in the Upper Paraguay River during Jesuit and Late Colonial times. It points out transformations over the ethnic cartography, the sociocultural changes and the effects on the interethnic relations caused by the late conquest and colonization of the region. Socio-historic processes such as the bandeirantes slave raids, the Chiquito-Guaycurú war, the territorial dispute between Spain and Portugal, and changes in the colonial administration of the province of Chiquitos after the expulsion of the Jesuits are taken into account. We especially consider the impact of those historic processes on the native groups that inhabited the river coasts and neighbouring lands, as well as the relations involving Indians, white and black people coming from the Kingdonm of Portugal.

Key words: Interethnic relations; Sociocultural change; Paraguay river; Border

Índios, brancos e negros. Relações interétnicas na fronteira de Chiquitos com Mato Grosso (século XVIII)

Resumo

O artigo descrebe a situação na fronteira dos Impérios português e espanhol no Alto rio Paraguai no período jesuíta e tardo-colonial, século XVIII. Assinala as transformações na cartografia étnica ocorridas a partir da conquista e colonização tendo em conta processos como as incursões escravistas dos bandeirantes, a guerra chiquito-guaycurú, a disputa territorial entre ambas coroas e as mudanças na administração da província de Chiquitos após a expulsão dos jesuítas. Analissam-se as variações socioculturais e nas relações interétnicas geradas por esses processos históricos, com uma ênfase especial en sua incidência sobre os indígenas que habitavam a região e no contato com outros atores sociais brancos e negros provenientes do reino de Portugal.

Palavras chave: Relações interétnicas; Câmbio sociocultural; Rio Paraguai; Fronteira


 

Introducción1

A partir de las primeras exploraciones y desde la incipiente colonización en el siglo XVI, la presencia de los conquistadores europeos tuvo efectos inmediatos y profundos en la configuración de las relaciones interétnicas de las tierras aledañas a las costas del alto río Paraguay. Ninguno de ellos comparable, sin embargo, con el estrago y las dislocaciones que acarrearon en el siglo siguiente las incursiones de los bandeirantes paulistas. El afán esclavista de estos portugueses fue de una potencia tal, que su disrupción sobre las poblaciones indígenas se combinó con un alcance geográfico extraordinario. Originadas en el estado de San Pablo, luego de arrasar con la población indígena circundante, en la primera mitad del siglo XVII se expandieron sobre las misiones jesuíticas del Paraguay. Hacia fines de esa centuria eran sondables más allá del Pantanal, naciente del río Paraguay. Empujados por la amenaza de las bandeiras, los indígenas se refugiaron en montes de difícil acceso o recurrieron a la ayuda de otros actores coloniales detractores de la esclavización de los nativos. Así fue como, entre fines del siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII, estas condiciones propiciaron la colonización definitiva de los indígenas que vivían tierra adentro entre el Pantanal y el piedemonte andino. Muchos fueron reducidos por los jesuitas en los pueblos que fundaron entre 1691 y 1765 en la nueva provincia jesuítica de Chiquitos y protagonizaron así una profunda transformación sociocultural.
En el siglo XVIII, conforme la colonización avanzaba con la presencia de los padres de la compañía de Jesús del lado español y, del lado portugués, con la fundación de villas como Cáceres y Cuiabá, el río Paraguay se convirtió en una línea limítrofe ya no solamente físico-geográfica y sociocultural sino también entre los dominios españoles y portugueses, rasgo que fue refrendado con la firma de los tratados de límites de Madrid y de San Ildefonso entre España y
Portugal en 1750 y 1777, respectivamente. En virtud de esto fue prácticamente inevitable que la franja de tierras paralelas a su curso, sobre ambas márgenes, exacerbara su condición de zona de frontera. En estas páginas reconstruyo la historia de las relaciones fronterizas a un lado y al otro del alto río Paraguay y del Pantanal en las épocas jesuítica y tardo-colonial. Comienzo por la amenaza de los bandeirantes, y analizo las transformaciones en la cartografía étnica que se desencadenaron a partir de sus incursiones y el correlato que tuvieron en el estado de las relaciones interétnicas en la zona. Al respecto, muestro que la amenaza de esclavización que hizo huir a los indígenas en dirección occidental fue determinante para el éxito de las misiones de los jesuitas. La exposición continúa con una caracterización de la región en el siglo XVIII que toma en cuenta las estrategias de los dos imperios ibéricos para fijar posiciones a lo largo del alto río Paraguay. Mostraré que la casuística considerada trasciende, y hasta contradice, los principios delineados para las relaciones diplomáticas. Formal y oficialmente ambos reinos procuraban delimitar sus territorios, contener sus respectivas poblaciones, y evitar el comercio y las migraciones entre ambas jurisdicciones limítrofes. Sin embargo, a partir de la evidencia aquí estudiada argumentaré a favor del peso de las comunicaciones y vínculos informales que existían entre ambos dominios. Entre ellas considero, en particular, las relaciones interétnicas que involucran indígenas, blancos y negros en intercambios, guerras, reclamos, colaboraciones, trasvases y migraciones.

Las bandeiras. Estrago y dislocaciones

La presencia de los primeros conquistadores españoles en las costas del río Paraguay a partir de la década de 1530 no había sido inocua entre los indígenas. Pero podría decirse que su presencia, durante las primeras décadas que transcurrieron desde su llegada, tendió a profundizar dinámicas y procesos que ya existían desde antes. Aquel era un escenario donde las migraciones, los intercambios y la guerra entre los grupos indígenas que lo habitaban estaban a la orden del día. Es el caso, por ejemplo, de la migración de grupos de guaraníes desde la costa del río Paraguay hacia el oeste, que acusaba cierta antigüedad y que fue intensificado con las exploraciones de los españoles en busca de la Sierra de la Plata, tierra de metales preciosos. Algo similar puede decirse sobre el tráfico y el intercambio de objetos de plata que tenían lugar a lo largo de toda la tierra que mediaba entre el Pantanal y el piedemonte andino, al que se incorporaron los conquistadores españoles aportando otros objetos novedosos para los indígenas, tales como herramientas y utensilios de hierro y adornos de vidrio (Susnik, 1978; Combès, 2008 y 2015).
Muy distintos fueron los efectos que provocaron entre los indígenas del alto Paraguay y sus alrededores las incursiones esclavistas de los bandeirantes que asolaron la zona sobre el final del siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII. La evidencia de la época para esa región es prácticamente monopolio de la pluma de los jesuitas, quienes llevaban varias décadas en las misiones del Paraguay y se habían embarcado recientemente en la evangelización de los indígenas de Chiquitos. Habían llegado a esta región de manera fortuita, por defecto de no haber podido reducir a los chiriguano, y alentados por la sugerencia del gobernador de Santa Cruz de la Sierra. Éste les había advertido sobre la predisposición de los indígenas chiquitos para aceptar las misiones y fundar pueblos en su tierra. Fue así como en 1691 el Padre José Arce fundó la primera reducción llamada San Francisco Xavier de los piñocas2 con varias parcialidades de indios chiquitos, a poco más de 200 km al noreste de Santa Cruz de la Sierra. Desde allí, los jesuitas no tardaron en salir a misionar en
dirección este y fundar el segundo pueblo de la provincia, San Rafael, en 1695. Además, tanto los padres que se encontraban en Chiquitos como aquellos que estaban en Paraguay proyectaban expediciones para comunicar ambas provincias, por lo que se organizaron expediciones río Paraguay arriba (en 1703) o bien tierra adentro hacia el oeste (en 1715). Fue a partir de entonces cuando los misioneros comenzaron a encontrarse con indígenas que les relataban en primera persona el cautiverio que habían sufrido y la amenaza que los arredraba desde que los portugueses merodeaban las costas del río Paraguay.
Ya desde el inicio de las misiones, las bandeiras paulistas amenazaron a los habitantes nativos de la joven provincia jesuítica. En 1695 franquearon el límite que imponía el río y entraron por la laguna Mandioré tierra adentro, hacia el oeste en busca de indígenas. Llegaron hasta la tierra de los penoqui;3 es decir, hasta las proximidades de la primera Santa Cruz -Santa Cruz la vieja-. Al advertirlos, los penoqui respondieron con una emboscada. Se escondieron detrás de una espesura en el camino y cuando los portugueses entraron “a buen tiempo les dispararon cuando menos lo pensaban buena lluvia de fechas envenenadas”, con la que mataron a muchos y ahuyentaron a los que sobrevivieron.4 Pero esta defensa no bastó para amedrentar a los portugueses, sino todo lo contrario. En 1696 el rumor de que los portugueses se aproximaban a la provincia para atacar de nuevo era muy fuerte. Lo supieron los jesuitas de San Rafael por un indio guarayo5 fugitivo de los portugueses, y lo corroboró el padre José de Arce cuando salió de expedición hacia el oriente acompañado por tres neófitos con el objetivo de confirmar el rumor. Se adelantó “cincuenta leguas hacia el oriente, pasando por medio de los indios boros, tabicas y taucas”6 en cuyas aldeas “se convenció de la veracidad de la llegada de los lusitanos por encontrarse con los indios que se retiraron delante de aquellos”. Es decir, que aquellas parcialidades de chiquitos vivían más al este y debieron correrse más cerca de San Rafael cuando se toparon con los portugueses en plena cacería de esclavos. Los tauca dijeron además que sabían de la proximidad de los lusitanos porque desde sus chozas habían percibido el ruido de sus armas de fuego y se ofrecieron a llevar al padre al sitio de donde venían huyendo. Fue así como Arce aprovechó para convencerlos de que se sumaran a las reducciones. Los tabicas se agregaron a la de San Rafael, recientemente fundada, mientras que con los taucas proyectó una nueva misión que se llamaría Santa Rosa. Ésta finalmente se fusionó con San Rafael (Matienzo et al., 2011: 25-26).
Ciertamente, no habiendo podido lograr su cometido en la expedición de 1695, a poco de iniciado el año siguiente los portugueses volvieron a incursionar en aquellas tierras:

se embarcó un cuerpo de ellos en el río Paraguay y, entrados en la laguna Manyore [sic], aportaron en el pueblo de los itatines. De ahí prosiguieron su derrota por entre oriente y mediodía y atravesando selvas espesas y subiendo montañas muy fragosas llegaron a los ranchos de los taus y hecha de ellos buena presa, pasaron a ejecutar su venganza en los penoquis, quienes menos cautos que la primera vez fueron cogidos con los ardides de los portugueses. Y animados por la proeza, prosiguieron su derrota a dar en el pueblo de San Xavier.7

Llegaron hasta el río San Miguel donde capturaron y pusieron en collera a 600 indios de las misiones. Al intentar atacar el pueblo de San Xavier fueron recibidos por 130 españoles y 300 chiquitos que finalmente los derrotaron.8
Algunos de los capturados lograron escapar pocos años después. En 1702 los jesuitas recurrían a “un penoqui de la misma provincia que había sido cautivo del mameluco” para recabar información sobre los asentamientos de los portugueses al otro lado del río Paraguay.9 Junto con la referencia a este penoqui, los jesuitas reconocían que en los pueblos de la provincia había muchos indígenas que habían sido capturados y habían conseguido escapar. La metodología de captura de los bandeirantes consistía en entrar en paz a plena luz del día a las aldeas, ofrecerles rescates de cuñas, cuchillos, abalorios y otras cosas y apresarlos cuando habían ganado su voluntad. Pero si se resistían “los reprimen, no tirando comúnmente con balas sino con munición pequeña o pastas no muy grandes que espantan y hacen algún daño pero no matan” (Cortesão, 1955: 142), por eso en los pueblos de la provincia había muchos chiquitos heridos con munición de los portugueses. En la reducción de San Rafael, por ejemplo, fueron reducidos veintitrés quidabones que “tuvieron la fortuna de escaparse de las manos de los maloqueros portugueses […] porque traían consigo algunas alhajas”, tales como dos escopetas, dos sombreros, dos platos de estaño y uno de plata “las cuales dijeron habérselas quitado a dichos portugueses” (Cortesão, 1955: 195; Matienzo et al., 2011: 200). Otros fugitivos, en cambio, acusaron un recorrido más errático: en 1703 el padre Bartolomé Jiménez, quien viajaba río arriba desde la provincia de Paraguay intentando abrir el camino a Chiquitos, se topó con una canoa conducida por indios payaguá con seis indios de otras naciones. Había un penoqui con su hermana, un indio de nación erebé, uno de nación sinemaca, “una muchacha guaraní de la parcialidad de juan Manora del lago Manioré” y una muchacha de nación curubina.10 El penoqui y su hermana y la muchacha curubina eran de Chiquitos. Esta última había sido reducida en San Rafael por el padre Hervás. Los dos primeros habían sido prisioneros de los portugueses, probablemente cuando los atacaron en 1695 o en 1696. Consiguieron fugarse pero en el camino de regreso a su tierra cayeron en manos de los payaguas, destino que compartían con todos los demás indios de la canoa. Jiménez rescató a los seis prisioneros de los payaguá a cambio de cosas de metal y abalorios (Cortesão, 1955: 49).
Al reconocer el tramo superior del río Paraguay el padre Jiménez se lamentaba del “lastimoso estrago y casi total exterminio que el portugués mameluco ha hecho y hace en estas pobres naciones que poblaban en copioso número este gran río” (Cortesão, 1955: 52). Las recurrentes incursiones de los portugueses y la ruina y el trauma que provocaron en aquellas poblaciones volvieron inviable el asentamiento permanente de indígenas en las tierras cercanas a la costa. Por eso para 1708 ciertos guarayos habían despoblado su asentamiento en la orilla del río a la altura del puerto de Itatin y se habían retirado tierra adentro, hasta llegar a las cercanías del pueblo de San José (Cortesão, 1955: 111; Matienzo et al., 2011: 101). Por su parte, en 1743, el pueblo de San Miguel, distante del de San José unos 200 km al norte, informaba que su población se había acrecentado en el año anterior porque:

unas 230 almas de guarayos que se agregaron al pueblo, habiéndose huido bastantes de estos algunos años ha, este año proprio motu no solo se volvieron los huidos a su pueblo sino trajeron consigo muchos de sus paisanos aun infieles: la causa de haberse vuelto cristianos, aunque en parte, parece que son los portugueses que parece iban en caza de ellos (Matiezo et al., 2011: 301).

Los portugueses se acercaban a los guarayos para capturar piezas porque ya habían destruido a toda la nación de los parisi,11 que solía ubicarse un poco más al norte del Pantanal.12 Por lo mismo, en 1708 el padre Lucas Caballero, que había salido a misionar desde Concepción en dirección al norte con destino a los manasica,13 fue informado por los indios sibaca14 que, hacia el oriente, donde solían estar los samaru,15 no había gente porque en esa dirección “está asolado de portugueses” (Matienzo et al., 2011: 47). De la misma manera contaban los zaraves,16 que solían vivir en las proximidades del Pantanal, que habían tenido que mudarse de lugar porque los portugueses estaban asentados en sus antiguos pueblos.17 Era el caso también de los curucané18 a quienes los neófitos de San Rafael habían ido a buscar para que se sumaran al pueblo: para encontrarlos tuvieron que caminar “muchísimo por haberse retirado de sus antiguas poblaciones, recelando dar en manos de sus crueles enemigos los portugueses mamelucos, que continuamente los vienen a cautivar” (Matienzoet al., 2011: 132). También otros zaraves o jarayes, junto con ciertos coerecas19 y ciertos guarayos a quienes fueron a misionar los neófitos de San Rafael en 1711, contaban que se habían topado varias veces con los portugueses pero que habían logrado evadirlos refugiándose en un recodo del Pantanal de difícil acceso (Matienzo et al., 2011: 100).
De lo dicho hasta aquí se deduce el carácter determinante de las incursiones esclavistas de los portugueses en la reducción de los indígenas chiquitos -también de los arawak-hablantes como los zarave y los otuqui- y el éxito de la provincia jesuítica homónima. Tal como advirtiera Cosme Bueno al describir la provincia e informar sobre su situación en 1771 “lo que parece que contribuyó mucho para que se entregasen a los misioneros fue la persecución que de cuando en cuando les hacían los portugueses del Brasil, cautivándolos para sus minas y haciendas, principalmente los habitantes del pueblo de San Pablo” (Matiezo et al., 2011: 418). Pero, al mismo tiempo, las expediciones de los portugueses y la devastación que provocaron sus incursiones pusieron límites a las posibilidades de expansión de las misiones. En 1761, los jesuitas informaban en la carta anua correspondiente que los chiquitos de San Xavier, Concepción, San Miguel, San Ignacio, Santa Ana y San Miguel “han dejado de hacer sus misiones, pero no por falta de voluntad y celo, sino porque no hay infieles adonde ir, porque los padres de Moxos por el norte y los portugueses por el oriente los han acabado a todos” (Matienzo et al., 2011: 382). Los pueblos circundantes del Pantanal y los moradores de las orillas del río recurrieron a la mudanza, la migración y la reducción en pueblos jesuíticos para evadirse del peligro de ser esclavizados por los portugueses. La consecuencia evidente y predecible fue un cambio significativo en la cartografía étnica de la región. Según se desprende del registro de la época, los parisi, arawak-hablantes próximos al Pantanal por el norte, sufrieron un estrago prácticamente completo en manos de los mamelucos. Algunos de los pocos que lograron evadirse de la esclavitud se incorporaron a los pueblos de Concepción y de San Ignacio de Chiquitos. Los zarave, también de lengua arawak y conocidos como jarayes o xarayes, lograron escapar pero tuvieron que despoblar la orilla del gran lago que desde el siglo XVI llevaba su nombre -laguna de los Xarayes.20 Un destino similar le tocó al gran conjunto de guarayo; es decir, al de grupos de guaraní-hablantes que residían en la costa del río o bien que habían migrado recientemente a las tierras de los chiquitos y que debieron refugiarse en sitios más alejados o bien resignarse a la reducción en los pueblos de San Miguel, San Ignacio y Santo Corazón. Luego, los espacios así despoblados se volvieron franjas desoladas que mediaban entre el espacio colonizado por los jesuitas y el horizonte de control de las bandeiras portuguesas. Era una auténtica zona de frontera a la que la segunda mitad del siglo XVIII le imprimió una nueva dinámica.


Mapa 1. Ubicación de los antiguos pueblos jesuíticos de Chiquitos en un mapa actual.
Fuente: https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5444524

El siglo XVIII: de una costa a la otra del río Paraguay

Ahora bien, desde mediados del siglo XVIII las condiciones en aquel espacio mutaron con bastante rapidez y configuraron un nuevo paradigma de relaciones interétnicas. En los próximos apartados abordaré en profundidad y enunciaré con ejemplos las situaciones que lo ilustran, procurando no perder de vista el correlato con las políticas imperiales finiseculares y con el estado de las relaciones internacionales.

Los guaycurú, los chiquitos y los portugueses

A partir de la década de 1760 se registra la presencia de un nuevo actor indígena en la frontera sudoriental de la provincia de Chiquitos y a lo largo de toda la costa del Paraguay en su tramo medio y superior. El territorio costero que fue desocupado por los guarayo-itatines al huir de las bandeiras de los mamelucos no tardó en quedar bajo la órbita de los mbayá-guaycurú,21 un grupo por demás conocido en el bajo Paraguay pero advenedizo en la frontera de Chiquitos. La aparición de estos indígenas en el alto Paraguay fue el resultado de un proceso migratorio que llevaba, al menos, un siglo desarrollándose. Los mbayá-guaycurú eran originarios de la orilla chaqueña del río Paraguay a la altura de Asunción. A mediados del siglo XVII, empujados por otros grupos que venían corriéndose desde el sur, algunos cacicazgos cruzaron a la orilla contraria y conquistaron la provincia de Itatín.22 Fue así como los guaycurú comenzaron a correrse cada vez más en dirección al norte y sus tolderías se fueron instalando a lo largo de la costa del Paraguay en su tramo más alto. Los de la margen oriental eran conocidos como los “guaycurú mirí”, mientras que los de la costa occidental -ahora unos 500 km al norte de Asunción- eran los “guaycurú guazú”. Los primeros se componían, de sur a norte, de los toldos de los apacachodegodegis, los lichagotegodis, los eyibegodegis y los gotocogegodegi. Los segundos estaban compuestos por los cacicazgos de los cadiguegodis y, más al norte, el de los guetiadegodis o “los serranos”, llamados así por su cercanía a las sierras de San Fernando que corrían paralelas al río Paraguay entre los 20° y los 17° de latitud sur (Sánchez Labrador, 1910 (I): 256-260; Susnik,1971: 55-62).
Los mbayá-guaycurú eran muy conocidos en la gobernación de Paraguay desde el siglo XVI por su fama guerrera y carácter indómito, rasgos que resultaron potenciados con la conquista por la incorporación del caballo. Sin embargo, de un examen exhaustivo de los documentos producidos desde Santa Cruz la vieja, Santa Cruz de la Sierra y la provincia jesuítica de Chiquitos resulta que la presencia de los guaycurú no se registra en las proximidades de Chiquitos23 hasta 1763. Su aparición en el registro chiquitano coincide con el momento en que los misioneros jesuitas intentaron reducir a los indígenas que se encontraban en la frontera sudoriental de la provincia: los terena y los guaycurú. En 1763 el padre Antonio Guasp, jesuita a cargo del pueblo de Santo Corazón, llegó al toldo de los guetiadegodis. Estos guaycurú se mostraron interesados en la propuesta de reducirse en un pueblo, y aceptaron acompañar al padre al pueblo de Santo Corazón. Pero de regreso a su toldo, de paso por la estancia de La Cruz, revelaron sus verdaderas intenciones y atacaron a traición, mataron al padre, a los chiquitos que lo acompañaban, saquearon ganado, robaron ropa y objetos de metal y de vidrio, y se llevaron cautivos a su toldo (Matienzo et al., 2011: 393-395, 401-404). Inmediatamente convocaron a los demás toldos a que se unieran en una alianza para volver a saquear aquel pueblo y estancia. Por su parte, el deseo de venganza de los chiquitos y el afán por recuperar a sus cautivos dio inicio a una contienda sin precedentes que enfrentó a los del pueblo de Santo Corazón con los mbayá guaycurú. El contraataque de los chiquitos fue contundente al punto que lograron apresar a cerca de quinientos mbayá que fueron repartidos en los pueblos de la provincia y luego enviados a Santa Cruz, a Charcas y a Potosí donde fueron vendidos como piezas de servicio.24 Una gran porción de ellos logró escapar y de regreso a su tierra provocó grandes destrozos en muchos pueblos de la provincia. Luego los enfrentamientos se sucedieron a lo largo de 30 años, con un lustro de tregua entre 1774 y 1779.
Dada la gran cantidad de evidencia sobre estas refriegas entre chiquitos y guaycurú, en otro trabajo propuse que se trató de una auténtica guerra indígena. A favor de esta idea consideré la frecuencia y el tipo de enfrentamientos que mantenían. Chiquitos y guaycurú se atacaban con asaltos sorpresivos, saqueos y toma de cautivos y se respondían con acciones del mismo tenor. Por otra parte, la dinámica de la guerra estaba sujeta al estado en el que se encontraba la competencia entre los reinos de España y Portugal. Identifiqué dos partes o ciclos de la guerra, separados por un lustro de tregua. En el inicio y final de cada parte identifiqué la incidencia de las estrategias de españoles y portugueses para hacer valer su presencia en la costa del alto río Paraguay. Por eso me refiero a esta contienda desarrollada en la segunda mitad del siglo XVIII como una guerra chiquito-guaycurú en la frontera luso-española. En ella confluían un contexto, unas causas y un corolario coloniales, con una forma netamente indígena de hacer la guerra (Martínez, en prensa).
Fue una contienda en los márgenes tanto socioculturales como geográficos de la dominación colonial, un enfrentamiento desplegado en la frontera propiamente dicha. Del lado mbayá, procuraban obtener cautivos para incorporar como sirvientes (niyolola)25 a su sociedad. En ocasiones obtuvieron la misma
respuesta del lado chiquito. Por eso, durante el tiempo que duró, provocó el trasvase de indígenas a un lado y al otro de la frontera. Lo que resulta interesante es que los ciclos de esta guerra indígena ocurrieron en concomitancia con los avances de la colonización española y portuguesa. Comenzó cuando los jesuitas intentaron extender la provincia de Chiquitos hacia el río Paraguay. Entre 1774-1779 hubo un cese en los ataques a los pueblos y estancias de Chiquitos que coincidió con el momento en que los mbayá orientaron sus ataques a Vila María do Paraguay (actual Cáceres) y al recientemente fundado fuerte de Nueva Coimbra (Rodrigues do Prado, 1839: 35, 38-39). Los asentamientos que los portugueses fundaron a orillas del río Paraguay, con los que fijaban posiciones en la disputa fronteriza con España en la antesala de la firma del Tratado de San Ildefonso de 1777, parecen haber tenido un efecto centrífugo sobre los vecinos guaycurú de Chiquitos.
En 1779, cuando los portugueses echaron a los guaycurú a la orilla occidental del río “por los continuos daños que experimentaban”,26 se reanudaron los ataques a los pueblos de Chiquitos. Huyendo desde el este y rumbo al sur,27 se encontraron con unos apóstatas del pueblo de Santiago conocidos como potorera28, con quienes trabaron una alianza. Les prometieron prestarles “lanzas y chafalotes para entrar al Corazón [pueblo de Santo Corazón], llevarse a los muchachos y muchachas y matar a todos los grandes”.29 Fue así como en 1780 los guaycurú con sus aliados zamuco30 atacaron el pueblo viejo de Santo Corazón y el pueblo de Santiago, matando a muchos indios y llevándose a otros tantos cautivos.31
Entonces se reanudaron los ataques de los guaycurú. Sin embargo, las circunstancias habían cambiado sensiblemente. Los enfrentamientos con los guaycurú habían empezado en la época de los jesuitas y cuando la colonización de los portugueses del otro lado del río todavía estaba en ciernes. En ese momento, del lado de Chiquitos la milicia indígena estaba bien entrenada y organizada y los pueblos disponían de recursos para hacer frente a los ataques. Veinte años después, los efectos de la secularización borbónica del gobierno de la provincia se hacían sentir, tanto en la escasez de recursos como en la moral de los indígenas. Los flecheros indígenas -brazo armado de la provincia durante la época jesuítica- ahora, tal vez desmoralizados por la expulsión y remisos a colaborar con los abusivos curas doctrineros y con el gobernador, ya no bastaban para enfrentar a los guaycurú. A eso se agregaba el amedrentamiento por la cantidad de asaltos, muertos y cautivos que sumaban en los enfrentamientos con los mbayá. Muchos de los neófitos de los pueblos se refugiaron en los montes y otros apostataron y se unieron a los guaycurú. Por eso los gobernadores comenzaron a recurrir a los soldados cruceños para organizar expediciones punitivas contra los guaycurú.32 A partir de entonces esas guarniciones se revelaron como la opción más efectiva para sofocar esta nueva ola de asaltos. Lo hicieron en 1782 y en 1783 cuando, una vez más, intentaron atacar los pueblos de la frontera.33 En efecto, fue a causa de estas circunstancias que se dispuso el establecimiento de una guardia permanente en la frontera. Las repercusiones sociológicas de la presencia de soldados cruceños en las proximidades de las reducciones de indios serán analizadas en el apartado que sigue. De momento señalaré que la efectividad de su presencia para repeler a los guaycurú se debe, en buena medida, a que sus ataques eran selectivos. Los soldados apostados en la frontera habían advertido que los guaycurú no atacaban los pueblos cuando había españoles. Tal como lo escribiera un gobernador interino de la provincia, actuaban motivados por “vengar cierto resentimiento que conservan desde el tiempo de los expatriados con la sangre de los indios de esta provincia y robar los ganados de sus estancias”.34
Del lado de los guaycurú también habían cambiado las condiciones para la guerra. Dado que en la orilla oriental del río estaban las ciudades de los portugueses, ahora organizaban ataques a los pueblos de Chiquitos para capturar cautivos pero sobre todo para hacerse con cabezas de ganado, que intercambiaban luego en los fuertes y villas costeras del río Paraguay por armas, cuchillos, ropa y adornos.
El año del último ataque registrado en la provincia de Chiquitos es 1789.35 La presencia de los soldados cruceños debió haber influido en su alejamiento de Chiquitos, por lo que volvieron a virar sus ataques a los fuertes costeros. En 1790 y 1791 asaltaron estancias cercanas al fuerte de Nueva Coimbra de donde robaron herramientas y ganado (Herreros Cleret de Langavant, 2012). Sin embargo, esta situación no tardaría en cambiar: en la última década del siglo XVIII los imperios luso y español recurrieron a las relaciones de amistad con los señoríos mbayaes, como estrategia para reforzar sus respectivas posiciones. En paralelo con la presencia de las partidas demarcadoras de límites, los invitaban a establecerse en las inmediaciones de fuertes y villas recientemente fundadas. Esto contribuyó a que se impusiera entre los guaycurú un perfil más predispuesto a intercambiar con los blancos, de modo que las lealtades de los diversos toldos, antaño unidos en alianzas que los compactaban en unidad infranqueable, se repartieron entre los portugueses y españoles. En palabras de Susnik, antes predominaba el complejo “guerrero-botinero-compañero” guaycurú en cuya procura coligaban los toldos de ambos lados del río. Pero a fines del siglo XVIII, aquél había virado a uno “agresivo-truequista-rival” (Susnik, 1971: 69), como consecuencia de la presión de los colonos sobre sus tierras y de la mayor cercanía de los asentamientos españoles y portugueses.36
La competencia territorial con España obligó a los portugueses de Coimbra a dejar de lado los rencores por los ataques sufridos y a recuperar la amistad de los mbayá. En 1789 el comandante les propuso que volvieran a vivir cerca del fuerte. Para asegurar la alianza, el 30 de julio de 1791 ciertos caciques en representación de los eyibegodegis -ahora ejué-os- y los guetiadegodis -ahora gueteadeguos y también uatade-os- firmaron el célebre tratado de amistad con los portugueses que les garantizaba el goce de los fueros de Portugal.37 Por su parte, los cadiguegodis -también llamados cadiegnos, cadiué-os y luego caduveo- ayudaron en la construcción del fuerte Borbón, fundado en 1792 por los españoles en la orilla oeste del Paraguay, a la altura de los 21° de latitud sur (Aguirre, 1948a: 512). Así, durante los primeros años de la década de 1790 la antigua distinción entre los mbayá-mirí de la orilla oriental del Paraguay y los mbayá-guazú de la occidental fue reemplazada por otra. Ahora, los más septentrionales -ejué-os y uatade-os-, aliados de los portugueses, se distinguían de los más meridionales -cadiué-os y también los apacachodeguos e ichagoteguos-, aliados de los españoles de la Villa Real de Concepción y del Fuerte Borbón (Rodrigues do Prado, 1839: 44).
Pero este empate de ambos imperios en la competencia por la amistad de los mbayá finalmente se definió a favor de los portugueses, cuando en 1796 y 1797 los españoles persiguieron y mataron a más de 300 guaycurú por los saqueos que hacían en las estancias (Susnik, 1981:94; Areces, 2007: 103-134). En 1797 el capitán de Coimbra, Ricardo Almeida Serra, registró la llegada de dos capitanes guaycurú y uno guaná en representación de otros nueve jefes que abandonaron el sitio donde vivían “escandalizados del mal tratamiento y rigor con que los españoles mataron a muchos de ellos” (Almeida Serra, 1844: 179; Almeida Serra 1850: 379). En septiembre y octubre del mismo año, otros 380 “llenos de susto y despavoridos” por la amenaza del comandante
de Borbón que los perseguía por la Bahía Negra con 1000 hombres, llegaron a Coimbra. Lo hicieron “en la mayor miseria y consternación”, pidiendo el amparo y consentimiento para mudarse a las tierras de Portugal “detestando la amistad, el nombre y la dependencia española” (Almeida Serra, 1850: 385-386). Tiempo después de este episodio los caciques caduveo se mostraron remisos a ampararse bajo la protección portuguesa de manera definitiva: iban y venían continuamente entre los fuertes de ambos imperios. Pero, en el largo plazo, la estrategia represiva española -y luego paraguaya- definió su destino en la capitanía del Mato Grosso.
La lealtad de los uatade-os a los portugueses, en cambio, no se hizo esperar. Por un desertor portugués se supo en Chiquitos que en 1799 un cacique guaycurú llamado Pablo38 le ofreció al capitán del Mato Grosso conquistar aquella provincia “manifestándose era muy fácil por el temor que le tenían los chiquitos”.Éste le agradeció pero rechazó el ofrecimiento. El desertor luso también contó que cuando los caciques iban a Vila Bela, el capitán general los vestía a ellos y a los “oficiales de los indios con fardas de paño entre fino con galones de oro, chupa, calzón, espada, bastón, sombrero”, lo que se repetía varias veces cada año. También contó que les ofrecieron terrenos para que se instalaran en el camino de Vila Bela a Cuyabá y que el capitán del Mato Grosso mandó abrir los senderos para conducir allí sus familias, sus ganados y sus criados.39


Mapa 2. Ubicación de Chiquitos y de fuertes y villas costeros en el río Paraguay y afluentes, siglo XVIII. Elaboración propia sobre la base de Areces (1997: 54).

El eco de estas alianzas llegó hasta el lado chiquitano de la frontera. Entre fines de 1792 y principios de 1793 los apóstatas potorera volvieron a Santiago de Chiquitos. Se habían enfrentado a otro grupo zamuco, los timinaha, y éstos, en venganza, les prometieron convocar a los guaycurú.40 Por eso los potorera buscaron protección en Santiago, donde fueron bien recibidos por su cura. Pero el gobernador Melchor Rodríguez dispuso que se los apresara y se los llevara a Santa Cruz “con designio de darles amo”.41 Como en 1780 los potorera habían atacado el pueblo de Santiago, aliados a los guaycurú, el gobernador de la provincia los consideraba merecedores de esa reducción a la servidumbre. En el trayecto a Santa Cruz consiguieron liberarse y regresaron a sus tierras prometiendo aliarse a los guaycurú para vengarse.42 En suma, ante la amenaza de ser atacados por los guaycurú, los potorera buscaron protección de sus principales enemigos: los chiquitos. Pero, traicionados por éstos, prometieron volver para vengarse con la ayuda de los guaycurú. Aunque la contienda chiquitoguaycurú había terminado, todavía resonaba en el horizonte de sociabilidad tanto positiva como negativa de los grupos de la región como los potorera.Éstos pivoteaban entre la amistad con los chiquito o con los guaycurú, según lo demandara el estado de su relación con cada uno.
Después de este episodio, las referencias a los potorera y los guaycurú en Chiquitos son indirectas y ocasionales. En concomitancia con la alianza lusoguaycurú, para el final del siglo la principal fuente de información sobre la cuestión interétnica del alto Paraguay es la capitanía del Mato Grosso. A pesar de los cambios señalados, la captura de cautivos por parte de los guaycurú seguía estando a la orden del día, aunque con algunas variaciones. Es sabido que la estructura social guaycurú se caracterizaba por la histórica relación jerárquica que mantenían con los chanéterena, layana y echoaladi,43 que eran sus subordinados, pero de una manera más ambigua que una simple servidumbre. Era una alianza en la que la parte dominada aportaba productos agrícolas y textiles a cambio de ciertos bienes de prestigio. Por eso, en el afán de los mbayá por hacerse de botines con cosas de los blancos también se ponía en juego la continuidad de la dominación de sus niyolola. Esta situación cambió cuando los chané encontraron, en los portugueses que se asentaron en la región, una nueva fuente de aprovisionamiento de los bienes que les demandaban a los mbayá, así como también una garantía de protección para abrirse de la relación de obediencia que los sujetaba a aquellos (Rodrígues do Prado, 1839: 32; Richard, 2008: 124-129; Richard y Combès, 2016). Por eso los mbayá se encontraron ante la necesidad de nuevas fuentes de provisión de cautivos. Dado el movimiento progresivo de sus toldos hacia el norte y hacia el este, la procedencia de los niyolola se diversificó: comenzaron a perseguir a los potorera44 que vivían en el bosque cerca de la tierra de los chiquitos.45 Vale recordar que para la misma época los apóstatas potorera volvieron a Santiago en busca de protección y que, al ser capturados por orden del gobernador, huyeron y prometieron vengarse con ayuda de los mbayá. De hecho, la relación de los portorera con los mbayá estaba plagada de ambigüedades porque, según el registro de los contemporáneos, alternaban intercambio, entregas voluntarias de hijos por parte de los potorera y ataques crueles por parte de los guaycurú (Rodigues do Prado, 1839: 31).
Entonces la reciente autonomía de los antiguos niyolola chané, ahora asociados con los portugueses, propició la intensifcación de la relación de “dependencia socioperiférica” zamuco-guaycurú (Susnik,1978: 81; Richard 2008). Y, a su vez, es probable que ello haya incidido en el alejamiento de los potorera de Chiquitos, a donde solían entrar como catecúmenos para hacerse de todo tipo de objetos de hierro y vidrio y apostatar una vez que los conseguían.46
Al terminar el siglo XVIII, los potorera que viv ían entre Coimbra y las inmediaciones de Santo Corazón y de Santiago, ahora también conocidos como xamicocos47 en el registro portugués, conseguían las mismas cosas pero por otro medio: hacían estragos, cautivaban mujeres y niños y los vendían a los guaycurú por cuchillos, chaquiras, ropa, agujas y adornos (Almeida Serra, 1845: 209). En tanto, los mbayá recuperaron con los xamicocos su lugar de intermediarios en la circulación de esos bienes provenientes de las poblaciones portuguesas y, con él, el poder de dominación perdido entre los chané. En suma, habiendo descartado Chiquitos como refugio después de la traición de 1793, los potorera, atraídos o afectados por la intensificación del vínculo con los mbayá, se corrieron de la escena fronteriza chiquitana, tal como la alianza con los portugueses hizo lo propio con los mbayá. Son fenómenos encadenados que se reflejan en el movimiento general de estas relaciones interétnicas del alto Paraguay hacia el este.
Del lado chiquitano de la frontera el saldo de la guerra con los mbayá-guaycurú fue la ruina de las estancias y la muerte de varios de sus habitantes pero también, y no menos importante, el asentamiento al otro lado de la frontera de buena parte de los cautivos capturados en los ataques. A fines del siglo XVIII, ubicados en las proximidades de Coimbra los “xiquitos” formaban parte del conglomerado niyolola junto con muchos otros grupos entre los que también se contaban los xamacocos (Rodrigues do Prado, 1839: 31). De los 2600 que se contaban en Mato Grosso a principios del siglo XIX, solo 200 eran “verdaderos guaicurus”, 1100 chanés, 500 xamicocos y “los 800 restantes bororos, chiquitos, cayapós, cayuabas, negros, caborpes, bastardos y sus hijos y nietos de todos estos diversos indios”. Vivían mezclados entre sí por los casamientos que celebraban unos con otros y, a su vez, conformaban el conjunto de los guaycurú (Almeida Serra, 1845: 211). En definitiva, los chiquitos asentados en el Mato Grosso no solamente eran los subrogantes de los chané sino que en ellos también descansaba la pervivencia de los mbayá como grupo.
Varias prefiguraciones aparecen en este recorrido por las relaciones interétnicas y por las dinámicas fronterizas que se desarrollaron en el espacio que mediaba entre los imperios portugués y español en el alto río Paraguay. Partiendo del panorama de desolación que dejaron los bandeirantes, mostré cómo los avatares de la colonización española en el Paraguay y en Chiquitos dieron lugar a la aparición de un nuevo actor indígena en la región y a una relación interétnica novedosa entre chiquitos y guaycurú. También mostré cómo, aunque se trataba de un enfrentamiento con rasgos de guerra indígena, su ritmo y sus ciclos, así como también sus motivaciones, requerían de un análisis que tuviera en cuenta otros factores. Los asentamientos costeros españoles y portugueses tuvieron un efecto centrífugo sobre la presencia de los mbayá-guaycurú en Chiquitos. Es decir que la competencia entre los dos imperios por ocupar la costa del Paraguay significó la implementación de estrategias que incidieron de manera directa o diferida en la relación interétnica chiquito-guaycurú. Los fuertes y villas fundados en las costas del río atrajeron a los mbayáy los alejaron de los pueblos fronterizos de Chiquitos. Luego, el interés por asegurar posiciones por parte de ambas coronas y el interés de los mbayá de hacerse con bienes de prestigio, como ropa, adornos y armas, a cambio de ganado dieron un nuevo impulso a las incursiones a los pueblos de la provincia de Chiquitos. Entonces el gobierno de Chiquitos estableció una guarnición de soldados en la frontera que no demoró en repeler a los guaycurú. Esta medida se combinó con la alianza que desde los fuertes costeros españoles y portugueses les propusieron a los cacicazgos mbayá. El resultado fue el alejamiento de los guaycurú de los pueblos fronterizos de Chiquitos. Luego, la estrategia ofensiva implementada desde Paraguay para garantizar la seguridad de las haciendas ganaderas los inclinó definitivamente hacia el lado portugués.
Por su parte, la instalación de los portugueses en las tierras ubicadas al este del río Paraguay trastocó otro pilar de las relaciones interétnicas que involucraba a los guaycurú. La cercanía de un nuevo actor colonial con el que sellar una alianza de protección y provisión de bienes dejó a los antiguos niyolola chané en posición de librarse de la subordinación que los ataba a los jefes mbayá. Como se vio, los efectos de esta nueva condición se encadenaron con las dinámicas interétnicas de los pueblos fronterizos de la provincia de Chiquitos. Los potorera habían merodeado por la zona de Santiago y Santo Corazón a lo largo de décadas. Habían pivoteado entre el monte y la reducción en su afán de obtener los donecillos que les daban los curas en el pueblo. A fines del siglo XVIII se inclinaron definitivamente hacia el lado portugués al trabar con los mbayá una relación similar a la que estos habían mantenido con los chané.
Entonces, al hilar todas estas circunstancias aparecen las prefiguraciones a las que me referí más arriba: en primer lugar, la de los caduveo de Mato Grosso, tan caros a la etnografía contemporánea de la mano del gran Tristes Trópicos. En segundo lugar, la de los chamacoco del siglo XX, grupo zamuco-hablante originario del Chaco que por las circunstancias que describí conforman un grupo indígena repartido entre Paraguay, Bolivia y Brasil. Lo mismo para los terena, en buena medida célebres por las investigaciones de Roberto Cardoso de Oliveira (1976) y últimos, pero no menos importantes, para los chiquitanos del Mato Grosso.48
No quedan dudas de que la frontera en cuestión, al igual que todos los espacios de frontera, por el hecho mismo de pretenderla el límite entre los imperios ibéricos, era el origen de una serie de dinámicas que comunicaban y ponían en relación más de lo que aislaban a los espacios que se encontraban a ambos lados de ella. Me interesaría ilustrar esta idea con otros ejemplos para completar su enunciación.

Los blancos, los indios y los negros

Después de las dos incursiones de los portugueses a Chiquitos en busca de esclavos en 1695 y 1696, pasaron varios años hasta que volvieron a entrar a la provincia. Esto ocurrió en la década de 1740, pero ya no con violencia ni para capturar indígenas sino para comerciar. Ciertos indios chiquitos despachados hacia el río Paraguay desde el pueblo de San Rafael se toparon con “unos señores hidalgos” que iban “en busca de alguna población de Castilla” y pidieron que se los condujera a su pueblo, agasajando a los indios con donecillos e invocando la “amistad que hay entre las dos coronas católica y portuguesa”. Al llegar al pueblo de San Rafael, presentaron una carta y una encomienda que llevaban “con título de limosna” para la iglesia. En las cartas proponían el libre comercio entre ambas naciones y que los indios de Chiquitos participaran en él. Describían el trayecto que había desde los dominios de Portugal hasta Potosí y decían que los españoles podrían proveerse de lo que necesitaban con mayor facilidad por la vía portuguesa porque los costos serían más baratos que los ofrecidos por los puertos de Chile. Los jesuitas interpretaron la propuesta como una “cosa de tanta consideración para la perdición de este reino”, que no dudaron en rechazar el ofrecimiento y despacharlos de regreso tan pronto como pudieron. Pero éstos volvieron a entrar a la provincia al año siguiente, esta vez al pueblo de San Miguel. Entonces fue un fraile quien los visitó acompañado de “cimarrones”, según la calificación de los jesuitas, que habían llegado “huidos y con determinación de no volver más a sus tierras sino de pasarse tierra adentro a los dominios del rey de Castilla”. Pidieron permiso para quedarse porque “si volvían a sus tierras los habían de prender por haber venido sin licencia y les habían de confiscar sus haciendas, esclavos y criados”. Ante la negativa de los padres terminaron reclamándoles que no podían “estorbar que unos delincuentes pasasen de un reino a otro a refugiarse”. Sin embargo, el padre Esteban Palozzi no cedió a su ruego sino que los puso en el cepo, los castigó y los envió de regreso con la advertencia de que no osaran volver a pasarse.49
A pesar de la intransigencia del jesuita, la escena de los portugueses cruzando la frontera comenzó a repetirse con frecuencia. En 1742 volvieron a salir dos criados portugueses a la provincia en busca de protección: eran fugitivos de la justicia.50 Aunque los jesuitas no los dejaron pasar, la tendencia a cruzar la frontera prefiguraba el estado de cosas que caracterizaría el siglo XVIII borbónico en la zona. Preciso es advertir que estos episodios comenzaron a ocurrir poco tiempo después de que los portugueses se establecieran de manera permanente del otro lado de la frontera con la colonización efectiva de esos territorios, de lo que son indicador y ejemplo la fundación de Cuyabá en 1727, el establecimiento de portugueses en Vila Bela en la década de 1730, y la creación de la Capitanía de Mato Grosso en 1748. Del lado español, las condiciones cambiarían a partir de 1767 con la expulsión de los jesuitas. Porque si en los dos episodios a los que hice referencia, ocurridos entre 1740 y 1742, los padres de la compañía rechazaron a los fugitivos, así como también las propuestas de comerciar, la situación sería otra cuando los curas doctrineros se hicieran cargo de los pueblos de la provincia.
Precisamente, los documentos de Chiquitos de la época tardo colonial51 están plagados de ejemplos de trasvases de individuos desde las tierras de Portugal a la provincia. Hay casos de deserción; es decir, de soldados que abandonaron el servicio militar que prestaban a la corona de Portugal. Es la situación que acusa, por ejemplo, Simplicio Godoy de San Pablo, soldado pedestre que se fue de su puesto en el destacamento de los Diamantes en el río Paraguay porque su comandante lo maltrataba.52 También la de Juan de Silva Noguera, natural de Cuiabá, militar que participó en guerras contra los españoles y que se quejaba de haber sido reconocido “con el corto compensatorio de ascenderlo a cabo escuadra de pedestres y que por eso estaba muy disgustado”. A ello se sumaba el hecho de que hubieran querido confiscarle sus esclavos por una deuda tomada con particulares.53 Otro dragón portugués, cuyo nombre no fue registrado, que estaba en la guarnición fronteriza de las salinas, desertó a los dominios de España entrando al pueblo de Santa Ana de Chiquitos.54 No fueron, ciertamente, casos aislados puesto que ya en 1771 el gobernador de Mojos acotaba, a propósito del tráfico de los portugueses por la provincia de Chiquitos, que “en Santa Cruz hay muchos desertores portugueses casados”.55
Pero otros se quedaron en la provincia de Chiquitos. En 1790 Simplicio Godoy, el soldado desertor al que me referí, aparece mencionado en una declaración por contrabando como “vecino del pueblo de Santiago”, acusado de vender “lienzo, sobremesas y otros efectos de la provincia de Chiquitos” en la ciudad de Santa Cruz “diciendo que uno y otro se le han dado en satisfacción de su sueldo”.56 Efectivamente, según los partes del estado económico de los pueblos, el sueldo de los soldados de la frontera a veces era pagado en bienes producidos en la provincia como textiles y cera, a falta de moneda. Similar es el caso de José Moreno, vecino de San Juan, cuya procedencia portuguesa no
puedo asegurar pero como prestaba servicio militar en la tropa vivía en un pueblo de frontera y su apellido era Moreno, en certera alusión a su condición étnica,57 es probable que hubiera seguido un derrotero similar al de Simplicio Godoy. Lo llamativo de José Moreno es que estaba casado con una india, Rosa Chorus, y que después de algunos años de matrimonio fue acusado de cometer adulterio con Juana Comeos, hermana de su esposa.58 Ambos casos resultan sugerentes si tenemos en cuenta que, si bien la normativa colonial estipulada para el régimen pos-jesuítico contemplaba la posibilidad de que las mujeres indígenas de los pueblos se casaran con “forasteros”, no alentaba esas uniones ni la instalación de no-indígenas en la provincia.59
Chiquitos era además lugar de paso de otros fugitivos. Atravesar la frontera permitía evadirse de pleitos con privados o de problemas con la justicia. Varias fojas y tinta llevó, por ejemplo, el caso de Rosalia Joaquina de Concepción, casada en Cuiabá con Costodio Pires. En 1780 Rosalia Joaquina se fugó a los dominios de España con Joan Diego de Barrios con quien contrajo matrimonio en Santa Cruz. El reclamo desde Mato Grosso incluyó la devolución de Rosalia y también de los esclavos “machos y hembras” que se llevó con ella.60 También hay casos de evasión de la justicia, como por ejemplo el de Lorenzo Joaquín de Acosta, que llegó a San Juan con su mujer y dos indios en junio de 1781. Lorenzo Joaquín Acosta declaró haber huido de Vila María do Paraguay por herir a un pedestre que fue a capturarlo por haber tenido un pleito con la hermana de su mujer.61 En 1784 Juan Perera, “moreno bastantemente ladino y racional” llegó a San Xavier huyendo desde Portugal. Declaró que tuvo una “pendencia con cuatro negros que se robaron una res de la estancia de la que estaba a cargo”, que mató a uno de ellos e hirió a otro y que “su amo lo tuvo tres días escondido debajo de la cama y viendo que no lo podía escapar de la justicia y horca le dijo ‘toma esta escopeta y húyete para librar tu vida al reino de Castilla’”.62 Lo de Juan Perera pudo haberse tratado de una evasión consentida por su amo, o bien de un relato ficticio para que las autoridades de la provincia avalaran su fuga.
Muchos esclavos se pasaban para obtener su libertad, los había bozales; es decir, esclavos recién sacados de su tierra de origen. En 1784, por ejemplo, se registró el caso de Miguel Albis Ferrera o Terrera, cantero, de 40 años de edad, que había nacido en Angola pero vivía en Mato Grosso desde chico. Se fugó porque su amo faltó a la palabra de liberarlo cuando hubo terminado de pagar su libertad con trabajo.63 En 1801 se pasaron un natural de Banguela y tres de “nación conga” que trabajaban en actividades mineras y agrícolas y que huyeron del Mato Grosso junto con un criollo, por los malos tratos que recibían y por la poca comida que les daban.64
Aunque en los documentos se hace referencia explícita a que el destino de la mayoría de estos esclavos era la ciudad de Santa Cruz,65 hay indicios de que, al igual que los soldados desertores, muchos se quedaron en los pueblos de Chiquitos. Así lo refleja un borrador sobre una propuesta para ordenar el gobierno de la provincia que no está firmada pero que, a juzgar por la caligrafía, es probable que la haya escrito el gobernador Barthelemí Berdugo en la década de 1780. En estas páginas decía, por ejemplo, que era importante que los jueces indígenas de los cabildos hicieran castigos ejemplares a las faltas de cumplimiento de las normas. Para ello proponía que “los negros y mulatos se tendrán, haciéndoles favor, en la clase de los indios, sujetos sus castigos al acuerdo de los jueces naturales”. Entonces, según la clase de sujetos que incurriesen en los delitos, decía Berdugo, se les debía medir el castigo, “de modo que comprenda el populacho que los delincuentes no son perdonados de la corrección que les corresponde y si son indios, negros o mulatos deben azotarse a ejemplar vista del pueblo”.66 Es decir, proponía que los negros y mulatos fueran homologados al status indígena en los pueblos, esto denota que la presencia de gente negra y mulata en los pueblos era tan usual que ameritaba regular su estatus punitivo. Es una inferencia sugerente si se tiene en cuenta que la reglamentación vigente tendía a conservar el régimen de repúblicas de indios instaurado por los jesuitas en el que, por ejemplo, el cabildo indígena tenía un fuerte peso como órgano representativo y consultivo. Volveré sobre esta cuestión.
Los esclavos fueron motivo de reclamos reiterados desde la capitanía de Mato Grosso a la gobernación de Chiquitos. Pero la correspondencia diplomática pidiendo devoluciones no era unidireccional porque los trasvases tampoco lo eran.67 Desde que los jesuitas fueron expulsados de la provincia y los pueblos quedaron a cargo de curas doctrineros, los indígenas que antaño habían huido de los bandeirantes paulistas y aceptado las misiones para protegerse de sus ataques aceptaban los ofrecimientos de regalos de los portugueses para atraerlos al Mato Grosso. Así lo advirtió en 1783 el comisionado para la demarcación de límites Antonio Seoane al pasar por el pueblo de Santa Ana, uno de los más cercanos a la frontera. A causa de la escasez de carne, los indígenas se retiraban “a buscar qué comer a los montes”, tanto que llegaban hasta el río Barbado -entonces frontera con Portugal- para pescar. Ahí entraban en contacto con los “vecinos portugueses, quienes los regalaban y así se van inclinando a su amistad”, lo que contrastaba con el “total aborrecimiento” que poco tiempo antes les profesaban.68 Las condiciones habían cambiado tanto en lo que respecta a la vida en la provincia, como a los vecinos instalados del otro lado del río. El problema no era solamente la escasez de ganado para repartir como alimento en los pueblos. También lo era la falta de los bienes de fomento que los indios demandaban a cambio de la extracción de cera en el monte y del hilado de algodón. Con donecillos tales como agujas, cuchillos, chaquiras, telas de lana, machetes y cuñas se los había persuadido de quedarse en los pueblos cuando comenzó el régimen misional. Pero el desinterés del nuevo gobierno borbónico y la corrupción de los curas doctrineros no tardaron en privar a la provincia de esas importaciones. Aunque los gobernadores culparan a los “cándidos neófitos” a quienes “cualesquiera ridícula dádiva los alborota”, la falta de las cosas que los movía a permanecer en las misiones y el trato amigable de los portugueses hicieron que las migraciones se volvieran usuales y predecibles. Por eso se ordenaba que fueran los pueblos fronterizos los que más rápido fueran asistidos con efectos de fomento. Los indígenas no debían tener motivo “de irse ocultamente a los dominios de Portugal a cambiar sus vestidos y los de sus mujeres por machetes, cuñas y cuchillos”. La remisión de los efectos de fomento evitaría “que los vayan a buscar a Matogroso por sendas intransitables y que a estos con este motivo los engañes y seduzcan persuadiéndoles a que se queden en sus poblaciones”.69
Pero en la agenda de la política borbónica para las gobernaciones militares de frontera, el abastecimiento de los pueblos de la provincia no era prioridad. Por eso en 1772 “toda la parcialidad de los covareses” del pueblo de Santa Ana “se ha desaparecido con su capitán y cabos sin quedar ninguno”: estaban disconformes con la calidad y la cantidad de los efectos de fomento con los que pretendían recompensarlos por el recojo de cera y por el hilado de algodón.70 En San Juan, en 1771, “la nación morotoca se había retirado a la montaña inmediata obligada de la necesidad”, por el escaso volumen que rendían las cosechas del pueblo y por la falta de ganado. Aunque se les propuso trasladar el pueblo a otro sitio más fértil, los morotoco encontraron otra solución: la mitad de la parcialidad se mudó a Vila María do Paraguay.71
Además de las migraciones en parcialidades, hay registro de movilidad en grupos pequeños o bien de forma individual. En 1772 un negro que salió a la provincia de Chiquitos por las pampas de San Cristóbal, una estancia próxima a la frontera, dijo que en Cuyabá había siete indios de San Rafael que en Chiquitos identificaron con unos que habían salido al monte a cazar y a melear quince años atrás y nunca regresaron.72 En los primeros años del siglo XIX, Miguel Siyes, un indio del pueblo de Santa Ana intentaba volver a su pueblo después de varios años prófugo en Casalvasco.73 En suma, en los últimos años del régimen colonial un gran número de indígenas de Chiquitos migró a los dominios portugueses.
Ahora bien, ¿por qué no habrían de ir los indígenas al lado portugués de la frontera si los propios curas que administraban los pueblos habían vuelto el comercio con los portugueses una práctica corriente? Lejos habían quedado los pruritos de los jesuitas con respecto al perjuicio que el comercio chiquitomatogrossense provocaría a la corona de España. Si las haciendas de los pueblos se habían quedado sin ganado para abastecer a los indígenas se debía en parte a los saqueos que habían sufrido de parte de los guaycurú, pero en una mayor medida a que los curas doctrineros lo vendían a los hacendados portugueses con fines de lucro personal.
Además existía una vinculación mucho más directa entre el comercio fronterizo y el trasvase de indígenas que el siguiente ejemplo ilustra. En 1779 el cura a cargo del pueblo de San Juan fue denunciado por contrabando. En la causa los testigos declararon que recibía negros de Portugal en el pueblo que llevaban correspondencia a su comprador. También señalaron que remitía a los compradores a la estancia de donde sacaba el ganado para la venta, que comprometía a los indígenas a cargo de la hacienda en el transporte de las cabezas hasta la frontera y que, en cierta oportunidad, los indios en cuestión se pasaron a Mato Grosso y no regresaron.74 Es decir que algunos indígenas participaban en el comercio e iban a territorio portugués, lo que no impedía que luego se quedaran a vivir ahí, tal vez atraídos por parientes que ya se habían pasado o por las cosas que les ofrecían los portugueses. Con frecuencia, decían los cruceros del pueblo, el mismo cura se iba a la estancia de San Cristóbal durante seis meses o más “con el pretexto de coger ganado, a tratar con los portugueses”.75 En efecto, por la información que aportó el desertor portugués Lorenzo Joaquín de Acosta, las dos estancias que había del río Jaurú para el sur, se fundaron con “los ganados que llevó Juan de Almeyda Lara de los terrenos de San Cristóbal”. Algo similar pasaba con el ganado de las estancias de Santa Ana, a donde decían iba un portugués llamado Miguel Pinto para comprar ganado al cura.76 En fin, las denuncias contra los curas por contrabando abundan; los casos mencionados ilustran una situación corriente en la provincia en las últimas décadas del siglo XVIII.
No era solo ganado lo que salía de la provincia, ni solamente los curas quienes comerciaban en Mato Grosso. Se supo del caso de Bartolomé Balladares, soldado de la guarnición de frontera, que, según lo que denunciaba otro soldado “es público y notorio los muchos viajes que hizo con cargas de cebo y lienzo dicho Balladares a Matogroso, trayendo de allí efectos portugueses”.77 Es probable que, al igual que Simplicio Godoy, Balladares utilizara esos productos de la provincia que recibía en pago por sus servicios, para comprar otras cosas que necesitara o quisiera. Al fin y al cabo, la distancia que separaba las guarniciones de frontera de los mercados portugueses era considerablemente menor a la que había hasta Santa Cruz o el Alto Perú. Dadas esas condiciones y tratándose de una zona harto transitada de ida y de regreso -“el camino de Matogroso ya se ha hecho muy carriloso, pues están viniendo a menudo y siempre traen sus baules de comercio”-,78 la prohibición del comercio entre ambas coronas parece ser un simple detalle omisible.
La carátula de “contrabando” y la idea de la ilegalidad de los trasvases quedan más matizadas aún si tenemos en cuenta este otro ejemplo. En 1795 se extendió una epidemia de sífilis entre los indígenas de San Rafael; el gobernador de Chiquitos, Melchor Rodríguez, recurrió a un médico portugués para curar al cura de San Rafael, a su hermano, al cura segundo de Santiago y a algunos indios enfermos.79 Poco después aparecieron las denuncias por contrabando porque el médico se quedó un año en la provincia y se llevó una piara de cargas “y se sospecha que la mitad de las cargas hayan incluido efectos de misiones”. Este tráfico fue, en efecto, interpretado como comercio ilegal. Pero dado que había prestado servicios de medicina y en la provincia no circulaba la moneda, existe la posibilidad de que hayan sido el pago que recibió por su trabajo como médico.80 Más aún si tenemos en cuenta que quien solicitó autorización a la capitanía de Mato Grosso para que el médico portugués lo asistiera fue el propio gobernador.
Al fin y al cabo, no resulta extraño que otros intercambios similares contaran con aval oficial. Así quedó registrado en el estado anual de dos pueblos de la provincia, que eran los partes por medio de los cuales los administradores -funcionarios laicos que respondían al gobernador- informaban anualmente la situación patrimonial y productiva de los pueblos. Uno es el de San Rafael de 1797 donde se dejó constancia de que lo que quedó del azúcar producido en el pueblo, luego de deducir lo que se usaba para el colegio y para los enfermos, “se envió junto con la de los pueblos de San Ignacio y de San Miguel al Matogroso en gratificación del acero que mandaron a la provincia”.81 El otro es el de San José del mismo año, cuyo producto del lienzo fue usado entre otras cosas para remitir “al comandante del Puruby [frontera con Portugal] para comprar acero a los portugueses a razón de una vara por libra”.82
En esos años postreros del siglo, el abastecimiento de la provincia por parte de las autoridades altoperuanas pasaba por su peor momento. En la práctica la capitanía del reino vecino, y a la vez rival, proveía de bienes y servicios a la provincia. Si la situación llegó al extremo de que un comercio que estaba formalmente interdicto fuera oficialmente avalado fue porque ambos territorios estaban próximos, porque Chiquitos ocupaba un lugar geográfica, política y económicamente marginal en el conjunto de los dominios españoles, porque ambas jurisdicciones habían, por eso, sostenido una fluida comunicación a lo largo de las últimas décadas y porque a la evidente falta de interés de la corona española se oponía la insistencia de Portugal por entrar, conocer, comerciar, ocupar y adelantar la línea del límite más allá del río Paraguay.
Negros, blancos, indios, productos y servicios circulaban de un lado al otro de la línea que separaba los territorios de España y los de Portugal. Ponen en evidencia la permeabilidad de la frontera y la paradoja que plantea con el pretendido carácter de límite entre los dominios de dos imperios coloniales. Las situaciones con las que ilustré ese estado de cosas para fines del siglo XVIII muestran que en gran medida la paradoja se resuelve en su propia contradicción. Precisamente porque por ahí pasaba una línea limítrofe, había personas que estaban decididas a traspasarla. Para el caso de los portugueses negros y blancos, el cambio de jurisdicción significaba la libertad en un sentido absoluto o acotado. Al cambiar de territorio y, en consecuencia, de jurisdicción, se jugaban sus destinos y trayectorias personales. La esclavitud de los negros africanos no deja dudas sobre el móvil de su huida y alguna información fragmentaria llega sobre los motivos de descontento de los soldados pedestres. En lo que respecta a los indígenas que migraban en la dirección opuesta, queda claro que la decadencia del sistema de la economía misional hizo su parte: su única lealtad inquebrantable era hacia aquellos que les garantizaran el acceso a los bienes de metal y vidrio.

A modo de cierre: La frontera luso-española del alto río Paraguay en los siglos XVII y XVIII

En este estudio sobre la frontera entre los dominios españoles y portugueses en el alto Paraguay en los siglos XVII y XVIII analicé los efectos de la conquista y la colonización tardías sobre la cartografía étnica de la región y las repercusiones en las relaciones interétnicas que provocó la competencia territorial entre ambos imperios. No resultará revelador para el lector de estas líneas si señalo que el avance de la ocupación europea en este vértice del corazón de América del Sur desató procesos de cambio entre los grupos indígenas que lo poblaban. En efecto, los vínculos que se forjaron en un contexto caracterizado por la fluidez de la circulación de personas, bienes y servicios, de intercambio y de colaboración, pero también de fricción, se destacan por su carácter novedoso e intenso y no dejan lugar a dudas sobre la efervescencia de la frontera. Es el caso de las expediciones esclavistas de los bandeirantes que provocaron migraciones y favorecieron la colonización jesuítica en Chiquitos, pero también el de la guerra chiquito-guaycurú, que trastocó la vida en los pueblos fronterizos de las misiones, movilizó recursos de la provincia e impuso el establecimiento de la primera guarnición militar de frontera. La confluencia de esa guerra indígena con la competencia entre ambos imperios por la delimitación de sus territorios derivó en un juego de alianzas de múltiples facetas. En este sentido interpreté la relación entre el acercamiento de los niyolola chané a los portugueses y su relación de causalidad con la subordinación de los potorera con los mbayá, lo que a su vez provocó el alejamiento definitivo de los potorera de los pueblos fronterizos de Chiquitos. De la misma manera me referí a la importancia de la guerra chiquito-guaycurú y en especial al cautiverio de muchos indígenas de las misiones en la prefiguración de los chiquitos del Mato Grosso, a los que se suman aquellos que migraron por voluntad propia al otro lado de la frontera.
La guerra chiquito guaycurú también provocó transformaciones no menores en el sistema sociocultural de la provincia de Chiquitos. La instalación de las guarniciones militares de frontera propició la interacción de los indígenas con los soldados. Si tenemos en cuenta que durante la época jesuítica los padres a cargo de los pueblos eran los únicos que tenían un trato con los indígenas de la provincia, la presencia de los soldados provocó una serie de circunstancias novedosas. Más aún porque algunos de los soldados eran desertores de Portugal, como en el caso de Simplicio Godoy y probablemente también el de José Moreno. El hecho de que ambos estuvieran avecindados en los pueblos de la provincia es un dato que no puede ser pasado por alto, como tampoco el supuesto de que era común encontrar negros viviendo en los pueblos que debían asumir el estatus penal de los indígenas. Aun cuando José Moreno no fuera portugués o no fuera negro, está claro que tampoco era indígena. Su casamiento con Rosa Chorus y su relación extramatrimonial con Juana Comeos son indicadores de un estado de cosas en el que la normativa del mantenimiento de
la república de indios y el aislamiento respecto de los no indígenas de la época jesuítica quedó en muy poco tiempo explícitamente reñida con la situación que reflejan los documentos. En este sentido, lo que aparece como una constante detrás de todos los ejemplos es que la frontera moldeaba buena parte de los rasgos socioculturales de la provincia de Chiquitos y de las relaciones interétnicas que tenían lugar en ella. A ese estado de situación se suman la evidencia sobre la migración de los indígenas y sobre el “contrabando”.
Con respecto a las migraciones, mostré que fue la notable escasez de esos efectos de fomento en la provincia durante la administración borbónica la que decidió a los indígenas a irse al otro lado del río. Como propuse en otro trabajo (Martínez, 2016), los objetos de metal y de vidrio con los que se recompensaba el trabajo de los indígenas en las misiones tenían un valor simbólico determinante en la asimilación de la relación con los blancos por parte de los indígenas. Mato Grosso se volvió un lugar de abundancia en esa materia, justo cuando en Chiquitos pasaba lo contrario. Era una situación que, ciertamente, guarda una correlación lineal con el cambio de la administración de la provincia al ser expulsada la Compañía de Jesús de los dominios españoles. Con agudeza etnográfica los jesuitas habían sabido interpretar la importancia de la disponibilidad de los efectos de fomento -hachas, cuñas, cuchillos, hierro, acero, bayeta, agujas, chaquiras, medallas- para atraer a los indígenas a las misiones y para convencerlos de que se quedaran en ellas.83 La amenaza de los esclavistas portugueses y cruceños hizo la otra parte. A fines del siglo XVIII, el riesgo de ser capturados había desaparecido para los indígenas, mientras que la administración borbónica pretendía maximizar el rendimiento en sus colonias apelando al autoabastecimiento y a la maximización tributaria y productiva. Pero la relación que los indígenas de Chiquitos habían construido con sus primeros colonizadores estaba basada en la reciprocidad de donecillos y productos del trabajo. Las posibilidades para que estos indígenas se transformaran en sujetos tributarios eran remotas, y así quedó demostrado incluso varios años después, con los intentos que realizaron los gobernantes del período republicano en la primera mitad del siglo XIX (Diez Gálvez, 2009). La escasez de los bienes que fomentaban el trabajo de los indígenas no redundaría en una intensificación de la explotación de su trabajo, como propuso Lopes de Carvalho (2012b), sino en su descontento y en su huida a Mato Grosso.
La circulación de bienes y servicios entre las jurisdicciones limítrofes puede ser interpretada desde el punto de vista de la legitimidad, ser calificada de “contrabando” y explicarla, por ejemplo, a partir de la rigidez de la normativa imperial o del fin de lucro perseguido por quienes estaban involucrados en él. Esto no es excluyente con la idea que intenté ilustrar en estas páginas sobre la confluencia del carácter marginal de Chiquitos en el contexto del imperio español y el lugar preponderante que asumía la frontera para quienes vivían en la provincia. El comercio de los curas mirado con el mismo lente que los intercambios avalados por el gobernador da como resultado una imagen en la que el intercambio con el Mato Grosso aparece como una inclinación natural, una conexión casi ineludible.
Ese estado de cosas se percibe de manera progresiva y acumulativa a lo largo de todo el período colonial tardío, tal como fue ilustrado aquí, pero también se refrenda en el momento de crisis que significó la revolución de independencia. Entonces, las variables que subyacían a la estructura socio-histórica que describí quedaron en el centro de la escena de episodios sobresalientes por excepcionales. En este sentido se puede interpretar el único suceso por el que Chiquitos entra en la historia de la revolución y guerra de independencia,
sobre el final de la contienda. Me refiero a la anexión de la gobernación de Chiquitos a la capitanía de Mato Grosso. El hecho ocurrió en 1825 cuando, una vez terminada la guerra en el Alto Perú, el gobernador realista de Chiquitos, Sebastián Ramos, entregó el gobierno a la jurisdicción del reino vecino para mantenerlo bajo un régimen monárquico. No era una opción descabellada después de todo: la cercanía geográfica y la relación fluida de larga data que existía entre ambas gobernaciones lo inclinaron a apostar por esa forma de resistencia anti-independentista (Lecuna, 1995; Ovando Sanz, 1986). Visto en retrospectiva, si el hecho es un hito en la historia de Chiquitos no se debe a su alcance real -corto en el tiempo y débil o nulo en sus efectos, sin ir más lejos, Sebastián Ramos luego fue gobernador de Chiquitos durante la república-, sino a su peso simbólico. Puso en evidencia la marginalidad geográfica y política de Chiquitos para la Audiencia de Charcas y el Alto Perú, la relación de afinidad de larga data con el estado de Mato Grosso y el interés de Portugal en avanzar sobre las tierras de esa frontera occidental. Después de todo, el alto río Paraguay nunca había sido un límite geográfico inaccesible ni un límite territorial infranqueable, sino todo lo contrario.

Notas

1. Este trabajo se desprende de una investigación de más largo aliento sobre la etnohistoria de Chiquitos en el período colonial tardío. La abundancia de evidencia sobre la incidencia de la frontera con Portugal en el perfil sociocultural de la provincia, presente en los documentos oficiales del gobierno de la provincia me llevó a considerar ese tema como un problema a estudiar. Aquí presenté la primera parte del resultado de la investigación, basada en documentos del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, del Archivo General de la Nación (Argentina) y en informes del gobierno de la Capitanía de Mato Grosso. Próximamente será ampliada con evidencia proveniente de otros fondos documentales.

2. Piñoca es el nombre de uno de los dialectos que los jesuitas distinguieron entre los indígenas chiquitos y es también el nombre de una parcialidad.

3. Penoqui es el nombre de otro de los dialectos en los que los jesuitas clasificaron a los indígenas chiquitos y también es el nombre de una parcialidad que fue reducida en el pueblo de San José. Combès (2012) sugirió que pudo haber existido alguna vinculación entre este grupo que recién aparece en el registro escrito de la región en el siglo XVIII, y el de los gorgotoqui, omnipresentes en los alrededores de la primera Santa Cruz en el siglo XVI, sitio donde luego fue fundada la misión de San José. Los gorgotoqui pudieron haber sido un grupo otuquichiquitanizado.

4. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos, doc. 3.

5. Guarayo es una de las formas con las que se hacía referencia a indígenas guaraníes advenedizos en la tierra al oeste del río Paraguay. Es un nombre genérico que en esta época no remite a una parcialidad o grupo en particular como sí lo hace en la actualidad con el grupo guaraní-hablante de la provincia homónima del departamento de Santa Cruz. Véase Combès (2015) para una historia del nombre en la época colonial temprana y García Jordán (2009) sobre la reducción decimonónica de los guarayo.

6. Boro, tabica y tauca o tao son los nombres de tres parcialidades de indígenas chiquitos que hablaban dialecto tao.

7. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 3.

8. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 3.

9. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 3.

10. Probablemente se trate del nombre de una parcialidad otuqui que en los documentos suele aparecer como curubina. Fueron reducidos en San Rafael y más tarde en Santa Ana.

11. Parici es el nombre de un grupo indígena de la familia lingüística arawak. En el siglo XVII muchos parici fueron capturados por los bandeirantes portugueses en el siglo XVII para trabajar en minas. Es probable que antes vivieran en la serranía homónima, Serra dos Paricis, situada en el estado de Rondônia. En la actualidad también se los conoce como “ariti”. Al respecto ver la entrada para “Paresi” en Combès (2010: 230). Aquí respeto la ortografía con la que el etnónimo aparece en los documentos, parisi y paresi.

12. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 3.

13. Manasi es otro de los dialectos en los que los jesuitas clasificaron la lengua de los chiquitos. Manasica es el nombre de una parcialidad que hablaba manasi.

14. También zibaca, es una parcialidad del dialecto manasí de los chiquitos.

15. Tal vez se refiera a los xamarus también xamanucas, parcialidad de chiquitos del dialecto tao.

16. Zaraves, saraves, saraveca, también jarayes y antiguamente xaraxes, grupo de lengua arawak que en el siglo XVI se ubicaba en los alrededores del Pantanal, por eso llamada por los conquistadores “Laguna de los Xarayes”.

17. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 3.

18. Curacané, curucaneca con el sufijo que indica plural en lengua chiquita, nombre de una parcialidad otuqui, al igual que los curubina o curumina.

19. Es probable que se refiriera a los cobereca también registrados como ecobare, grupo otuqui.

20. Referencias a la historia del Pantanal desde la época en que era conocida como laguna de los Xarayes en Costa (1999).

21. El nombre viene de la palabra guaraní mbayá, “estera” (Sánchez Labrador, 1910 (I): 268). Guaycurú es un nombre de origen guaraní. Según Sánchez Labrador, la etimología del término es Guacurú-Ygua, “los que beben el agua del Guacurú”. El jesuita conjeturaba que era algún río donde abundaban unas aves negras llamadas guacurú (1910 (II): 58-59). También se sugirió que la etimología del nombre responde a “kuru=sarna”, es decir, “los sarnosos”, forma guaraní despectiva para nombrar a los grupos chaqueños guaycurú (Richard, 2008: 161). Pero los mbayá se llamaban a sí mismos eyiguayeguis, “los oriundos del sitio y palmar que abunda de unas palmas dichas Eyigua, situado a las orillas occidentales del gran río Paraguay” (Sánchez Labrador, 1910 (I): 7).

22. Antaño escenario de operaciones de misiones jesuíticas fallidas y de bandeiras portuguesas, la provincia de Itatín, toma su nombre del puerto homónimo, Ita-ti “Piedra Blanca. Se extendía entre la Sierra de Amambay al este, el río Paraguay al oeste, el río Apa al sur y el río Tacuarí al norte. Es decir que es el territorio que se extiende entre los 22 y los 32 grados de latitud Sur en la costa oriental del río Paraguay.

23. Con este nombre me refiero al territorio que se extiende, de este a oeste, entre el Pantanal y el Alto Paraguay y entre el piedemonte andino y de sur a norte entre los 18 y los 15 grados de latitud Sur. Chiquitos es el nombre de la provincia jesuítica a partir de los primeros años del siglo XVIII. Por eso, el uso de ese topónimo para un momento anterior a la llegada de los jesuitas resulta anacrónico. Valga entonces la aclaración.

24. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 23 XXVI, XXXIV; ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 226.

25. Niyolola en guaycurú, guaná en chané eran los que mantenían una relación de subordinación y a la vez de reciprocidad con los jefes guaycurú. Antes de los ataques a Chiquitos eran niyolola los terena, los choyará y los layana, todos grupos chané orientales cuyos jefes habían casado a sus hijas con capitanes mbayá. Éstos se alimentaban con los bienes agrícolas que producían aquellos, a cambio los niyolola demandaban bienes de prestigio que los guaycurú obtenían de los blancos.

26. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 25 IX.

27. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 150.

28. Caipotorades, caypotorade, macaypotoreraca son los nombres con que se conocía a un grupo zamuco-hablante oriental, chaqueño, que vivía entre el límite sudoriental de Chiquitos y el río Paraguay. Algunos fueron reducidos en los pueblos de San Juan, Santiago y Santo Corazón en la segunda mitad del siglo XVIII (Susnik, 1981: 168; Combès, 2009a: 57 y ss.; Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Gabriel René Moreno, Mojos y Chiquitos (en adelante ABNB GRM MyCh), Tomo 24 Doc. VI. Son los “potorera” de fines de siglo XVIII. Sobre el correlato entre “caypotorera” y “potorera” ver Combès, 2009a: 97.

29. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 150.

30. Entre ellos, los imonos y los caypotoreras y tunachos, apóstatas del pueblo de Santiago.

31. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 25 IX.

32. AGN, Colección Lamas, Leg. 27/2630; ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 25 IX.

33. ABNB GRM, Mojos y Chiquitos 26 V; ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 26 XII.

34. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 29 V.

35. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 29 V.

36. Aunque con evidencia sesgada e información etnográfica y etnohistórica confusa, el lector puede encontrar una aproximación al juego de alianzas de españoles y portugueses con grupos de la familia lingüística guaycurú en Santamaría 1992.

37. Los caciques que firmaron el tratado se llamaban EmavidiXané y Queima (Rodrigues do Prado, 1839: 41-43). Al aliarse con los portugueses el primero comenzó a ser llamado Pablo. Véanse más referencias a este tratado y a la consolidación de la posición portuguesa en la frontera en Vangelista (1993) y en Lopes de Carvalho (2012a).

38. El cacique Pablo no era otro que Emavidi Xané (ver nota 8), quien desde el tratado de 1791 se llamaba Paulo Joaquín José Ferreira (Rodrígues do Prado, 1839: 42) identificado también como Pablo Emadigui, cacique de los“guetadeguos” (Aguirre, 1948b: 25) y como el capitán Paulo que entre los uatade-os “es escuchado como jefe” (Almeida Serra, 1845: 206).

39. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 448.

40. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 30 XXIX.

41. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 30 XXXI.

42. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 30 LIX.

43. Ver nota 15.

44. En rigor los documentos hablan de ninaguiguilas (Aguirre, 1948b: 33). Es Félix de Azara quien explica que eran los mismos que en Chiquitos eran conocidos con el nombre de potorera (Azara, 1969: 213)

45. En noviembre de 1792, 200 mbayas fueron vistos pasar cerca de Borbón a la tierra de estos ninaguiguilas de donde regresaron con trece cautivos después de haber matado a algunos otros. También se supo por algunos militares portugueses la intención de los guaycurú de Miranda (fuerte ubicado en el actual río homónimo, entonces Mbotetey, capitanía de Mato Grosso) de salir en noviembre de 1802 a los xamicocos. (Almeida Serra, 1850: 386). Xamococos o xamicocos es la forma en que los portugueses registraron el nombre con el que los mbayaes se referían a los potorera. Sería una transfiguración de zamuco, derivado a su vez de tamokosh (“perros”), término con el que los llamaban los chané (Combès, 2009a: 99, Villar, 2005). Luego el nombre xamicoco derivó en chamacoco, de uso genérico en el siglo XX para referir a los indígenas del Paraguay que hablan lengua zamuco. En la actualidad se los conoce como ishir.

46. Sobre esta inconstancia de los potorera con las misiones, ver Combès, 2009b.

47. Ver nota 11.

48. Referencias editadas a las migraciones voluntarias de chiquitos a la capitanía del Mato Grosso como origen de los chiquitanos de Brasil se encuentran en d’Orbigny (1945: 1279 y 1337). No obstante, es un tema que aguarda una investigación más exhaustiva. En la actualidad los chiquitanos de Mato Grosso son alrededor de 2400 personas asentados en 32 comunidades a lo largo de la frontera boliviano-brasilera. Investigaciones etnográficas al respecto en Bortoletto Silva (2007) y Fernandes Silva (2008).

49. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 3.

50. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 3.

51. Me refiero al período 1768-1825 que comienza con la expulsión de los jesuitas y finaliza a la par del gobierno colonial. Los jesuitas fueron reemplazados por curas doctrineros que respondían al obispo de Santa Cruz. La provincia estaba regida por un reglamento del gobierno espiritual y otro del gobierno temporal dictados por ese prelado. Pero el gobierno era compartido con un gobernador laico. A causa de la mala administración de los curas, los casos de corrupción y su desobediencia al gobernador, en 1790 se implementó el Nuevo Plan de Gobierno por el que se dispuso el reemplazo de los curas por administradores laicos en el manejo de los asuntos temporales. Los administradores respondían al gobernador militar de la provincia. Los curas permanecieron en los pueblos, pero dedicados exclusivamente a las cuestiones espirituales.

52. ABN, ALP, Mojos y Chiquitos 253.

53. AGN, División Colonia, Sec. Gobierno, Leg. 20-6-7 Gobierno de Chiquitos (Sala IX 20-6-7).

54. AGN, Sala IX 20-7-6.

55. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 97.

56. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 250.

57. Era una práctica usual reflejar en el apellido la condición étnica de algunos individuos que no eran blancos. Hay ejemplos de guaycurú capturados en la guerra chiquito-guaycurú que treinta años después aparecían en declaraciones por causas de contrabando con un nombre español y el apellido Guaycurú: Pedro y José Guaycurú (ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 28 VIII).

58. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 230; ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 27 XLI.

59. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 24 IV.

60. AGN, División Colonia, Sec. Gobierno, Legajo 7-1-6 Gobierno de Chiquitos (Sala IX 7-1-6).

61. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 26 XXV.

62. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 26 X.

63. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 97; ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 253.

64. AGN, Sala IX 20-7-6.

65. AGN, Sala IX 7-1-6.

66. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 39 XXXIV.

67. Ejemplos de ese tipo de correspondencia en AGN, Sala IX 20-6-7; ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 253; ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 25 XIV.

68. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 253. Una interpretación sobre estos trasvases propone que la atracción por los indígenas de los dominios españoles era parte de una estrategia deliberada de la “política indigenista portuguesa” que buscaba estimular su transmigración para emplearlos en el cultivo de la tierra en Mato Grosso. Esta política se combinaba del lado español con una “intensificación de la explotación del trabajo [que] fue ciertamente el factor que provocó los mayores impactos entre las sociedades indígenas de Mojos y Chiquitos” porque “con la expulsión de los jesuitas, los indios pasaron a sufrir mayores presiones para aumentar la producción” (Lopes de Carvalho, 2012b). A partir de mi indagación en el registro documental tardo colonial no me fue posible ratificar esta última afirmación para el caso de Chiquitos. Al contrario, lo que se desprende del análisis de los documentos es que las condiciones impuestas por la expulsión jesuítica afectaron al sistema de la economía misional no una intensificación de la explotación del trabajo indígena, sino en una merma en el abastecimiento de los bienes de fomento con que se los incentivaba a extraer cera e hilar algodón. Por eso, aquí propongo que fueron esas condiciones de escasez y no de explotación extrema las que están en el centro de las motivaciones indígenas para migrar. Ver en Martínez (2016) una interpretación, desde una perspectiva de larga duración, del lugar que ocupaban y el peso que tenían los efectos de fomento, bienes de metal y de vidrio, en el funcionamiento del sistema de la economía misional.

69. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 40 XII.

70. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 23 XXXIII.

71. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 253.

72. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 23 XXXIII.

73. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 34 XI.

74. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 25 XIV.

75. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 25 XVIII.

76. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 253.

77. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 27 XLII.

78. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 30 XLIII.

79. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 32 IV.

80. ABNB, ALP, Mojos y Chiquitos 373.

81. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 31 X.

82. ABNB, GRM, Mojos y Chiquitos 32 XIII.

83. Sobre esta y otras estrategias de la colonización jesuítica inspiradas en el corpus sociocultural de los chiquitos, ver Martínez (2015).

Documentos de archivo

» Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB)

» Fondo Gabriel René Moreno (GRM) - Mojos y Chiquitos

» Fondo Audiencia de La Plata (ALP)- Mojos y Chiquitos

» Archivo General de la Nación (AGN) - Buenos Aires, Argentina

» Sala IX 7-1-6: División Colonia, Sección Gobierno, Gobierno de Santa Cruz

» Sala IX 20-6-7: División Colonia, Sección Gobierno, Gobierno de Chiquitos (1766-1809)

» Colección Lamas

Documentos editados y bibliografía

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Fecha de recepción: 14 de marzo de 2017.
Fecha de aceptación: 14 de agosto de 2017

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