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Memoria americana

versión On-line ISSN 1851-3751

Mem. am. vol.25 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2017

 

COMENTARIOS

Homenaje a Ana María Lorandi

Tribute to Ana María Lorandi

 

María Ester Albeck* Silvia Palomeque**

* Arqueóloga, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Universidad Nacional de Jujuy.
** Historiadora. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Universidad Nacional de Córdoba.

 

Ana María Lorandi era una heredera y también una excelente recreadora de las más calificadas tradiciones académicas del área de las humanidades en Argentina y la principal responsable del desarrollo y consolidación de las investigaciones en el campo de la etnohistoria, una forma de análisis específicamente orientada hacia el estudio de las sociedades indígenas andinas que antes de la invasión española integraban el Tawantinsuyu donde se combinan e integran formas de abordaje provenientes de la antropología, la arqueología, la historia, entre otras.
Fue parte de un cuerpo de estudiosos del noroeste argentino y zonas vecinas, quienes -como docentes, investigadores y formadores- pusieron el acento en una visión humanística y amplia en lo espacial y disciplinar como vía para una mejor comprensión de los pueblos del pasado y del presente. Entre ellos se destacaron Alberto Rex González, Pedro Krapovickas, José Antonio Pérez Gollán, Myriam Tarragó, entre otros. La idea era abrirse a tradiciones de investigación desarrolladas alrededor de “lo andino”, con la integración de información proveniente de diferentes disciplinas humanas, trascendiendo el crudo dato cuantificado, y así enriquecer el conocimiento para ascender a otro plano de análisis. Prácticas de subsistencia, patrones de instalación, organización social y política, cosmovisión y simbolismo, lingüística, procesos históricos, todo podía confluir en la interpretación de las sociedades arqueológicas, coloniales, históricas y actuales. Fue notable el impulso que Ana María Lorandi aportó a esta perspectiva de análisis permitiendo importantes avances en el conocimiento de las sociedades prehispánicas del interior argentino y del sur del antiguo Tawantinsuyu, conocimientos que, en este momento, están posibilitando análisis políticos, culturales y sociales más precisos.
En este contexto, Ana María Lorandi desarrolló primero sus investigaciones desde la arqueología, luego como etnohistoriadora andina y finalmente recuperando las tradiciones de la antropología histórica. En nuestro homenaje, escrito por una arqueóloga y una historiadora que desde hace años colaboran en sus investigaciones y que tienen una trayectoria muy cercana a la de su equipo de investigación, trataremos de recuperar los aspectos de su vida académica y de gestión que más conocemos por haberlos compartido. Considerando que ella y sus discípulas más cercanas ya vienen reseñado sus principales aportes académicos,1 nos centraremos en recuperar sus actividades como profesora formadora de arqueólogos en la Universidad de La Plata y su relación con los colegas de otros equipos en las últimas décadas, mientras enfatizamos sobre aquellos aportes que tanto incidieron en el conjunto del ambiente académico.2
Una mirada retrospectiva a la trayectoria de Ana María Lorandi en el ámbito de la Arqueología muestra diversos logros y eventos que tempranamente iluminan el rol protagónico, creativo e innovador, de su personalidad. Formada en la Universidad Nacional del Litoral (UNL) en Rosario, bajo el aura de Alberto Rex González quien fue docente de Arqueología Argentina entre los años 1953 y 1957 en el Profesorado de Historia (Bonnin y Soprano 2011), se identificó con la corriente teórica que predicaba González, una línea de raigambre americanista que insertaba a la Arqueología dentro de la Antropología. Egresó como Profesora de Historia (1960) y, desde temprano, mostró su inclinación por el estudio de las sociedades indígenas americanas desde su pasado prehispánico como arqueóloga. Dentro de esa especialidad, incentivada por Krapovickas ingresa a la Carrera de Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (1964) y obtiene su doctorado (1967), en el mismo año que conoce a John V. Murra en Huánuco (Torres et al., 2011: 155).3
Si hacemos una breve revista a su trayectoria en Arqueología encontramos algunos de los hitos que, a criterio personal, jalonan su carrera en esa disciplina y merecen ser destacados en este brevísimo texto. A pocos años de concluir su carrera de grado fue coautora del pre-proyecto y comentarista de la “Primera Convención Nacional de Antropología” en Córdoba (1964), una reunión señera que hizo visible a la Antropología y a la Arqueología dentro del concierto de las Ciencias Humanas de Argentina. Como corolario de esa reunión se publicó un manual que buscaba unificar la terminología a ser usada en estudios cerámicos arqueológicos y, durante más de una década, este texto fue de consulta obligada y guía para todos los que estudiaran las sociedades agro-alfareras en la Argentina, básicamente grupos arqueológicos del Noroeste y Litoral (Lorandi et al.,1967).
Su docencia en Arqueología se inició en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNL como ayudante alumna e hizo carrera allí por un lapso de diez años hasta que en 1966, justo cuando había ganado el concurso de profesora adjunta, estuvo entre los muchos profesores que renunciaron a sus cargos universitarios por la represión durante la “noche de los bastones largos” en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Al mantenerse como investigadora de CONICET, consigue que le otorguen “lugar de trabajo” en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), como parte del equipo de Rex González. Desde 1969 hasta 1984, con algunas interrupciones,4 sostuvo la Cátedra de “Arqueología Americana. Culturas Agroalfareras”, por concurso, una materia troncal para la Carrera de Antropología en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP que trataba principalmente las áreas nucleares de Andes y Mesoamérica, y donde se formaron muchos de los actuales arqueólogos más reconocidos.
Si bien Ana Lorandi no tenía buen recuerdo sobre el espacio o reconocimiento institucional de la Universidad de La Plata hacia Rex González y a los integrantes de su equipo en esos años (Torres et al., 2011: 56), pareciera que todo ello no interfirió en la cálida y creativa relación que mantuvo con sus discípulos en sus relaciones docentes. M. E. Albeck, su alumna en 1975, la recuerda durante esa etapa, con sus clases amenas y matizadas con anécdotas, donde ya se mostraba fascinada con el “control vertical” postulado por J. V. Murra y toda la información reciente que surgía de la mano de diferentes estudiosos peruanistas. Santiago del Estero era el área donde había elegido desarrollar sus investigaciones arqueológicas, un espacio que en la década de 1960 carecía de estudios acordes con cánones modernos. A lo largo de diez años llevó a cabo reiterados viajes de campo, excavó, analizó restos materiales y modos de asentamiento, caracterizó la economía, definió los tipos cerámicos y ahondó en las descripciones provenientes de documentos coloniales. Cambió la manera de ver a los pueblos indígenas de dicha región y enfatizó su articulación con los valles y las quebradas de la parte serrana del Noroeste. La información que obtuvo, y publicó, constituyó el corpus del conocimiento utilizado durante 30 años, o más, para comprender la ocupación prehispánica de Santiago. Mientras todavía investigaba allí, surgieron conflictos con algunos funcionarios provinciales que le hicieron ver las dificultades que entrañaba la continuidad de su proyecto arqueológico y debido a esto debió abandonarlo. Desde entonces, recién se han generado aportes novedosos en el último lustro, para dos o tres generaciones, Santiago del Estero era sinónimo de Ana María Lorandi. Su escrito más cautivante fue publicado en 1972, “Economía y patrón de asentamiento en Santiago del Estero”, (Lorandi y Lovera, 1972). Fuera de Santiago, sus aportes a la Arqueología se refieren principalmente a sociedades arqueológicas de algunos grandes valles del Noroeste Argentino y, en particular, a su articulación con el inca. Años después, cabe destacar el libro Introducción a la Arqueología y Etnología. Diez mil años de Historia Argentina (1987), en co-autoría con Marta Otonello, ya que fue durante más de una década el único texto abarcativo sobre sociedades arqueológicas de la Argentina. Comprendía una revisión y puesta al día de toda la información científica para las diferentes áreas del país, de consulta obligada. Igualmente participó de un proyecto Internacional que articulaba Universidades de Estados Unidos (Columbia, Minnesota y California-Los Ángeles) y la Universidad de Buenos Aires, el PAC, Proyecto Arqueología del valle Calchaquí, donde fue uno de sus directores (1990-1995). Aunque el grueso de sus discípulos se dedicó a los estudios etnohistóricos, en Arqueología actualmente continúan Verónica Williams y Beatriz Cremonte, ambas de notorias trayectorias en la disciplina.
En una reciente entrevista, reconoció como los “referentes” que más la marcaron a Rex González, John V. Murra y también a Nathan Wachtel y al ambiente francés en general (Torres et al., 2011: 159). Si bien ella planteó que su “deslizamiento” desde la arqueología hacia la etnohistoria se fue dando en sus estadías en Francia, entendemos que el mismo fue paulatino y guiado por las dudas generadas durante sus propios avances de investigación. En la ya mencionada publicación de 1972, y en otra posterior de 1978, se registra la consulta de documentos históricos éditos que se citan para corroborar la información arqueológica presentada. También cabe remarcar que en ese trabajo se incluyeron análisis geográficos, biológicos, ambientales a más de un relevamiento etnográfico no explícito proveniente de la antropología social. Es decir que priorizando los aportes proveniente de la arqueología acentúa el tema de las formas de acceso a los recursos, mientras va incorporando o consultando los avances de otras disciplinas que analizan las sociedades humanas, tal como ya venía planteando y desarrollando John V. Murra para la etnohistoria andina.5
Donde Lorandi sí incorpora claramente las tradiciones de análisis provenientes de la etnohistoria andina es al recuperar los aportes y preguntas de J. V. Murra y otros investigadores sobre las formas preincas de organización de las sociedades andinas y sus transformaciones durante el Tawantinsuyu. Pero lo hace desde las preguntas generadas durante años de investigación arqueológica y enfrentando un conjunto de información sobre la alfarería santiagueña-tucumana y catamarqueña que no podía explicarse desde las tradiciones explicativas de la arqueología argentina en ese momento.
Corresponde incluir una reseña un poco extensa de estos primeros aportes etnohistóricos de Lorandi, en tanto consideramos que fueron muy importantes no sólo para sus discípulos sino para todos los investigadores interesados en la historia de las sociedades indígenas prehispánicas del interior argentino y también para los colegas de los países andinos. Este trabajo se basó en treinta años de excavaciones arqueológicas y estudios ambientales desarrollados sobre todo en Santiago del Estero y Valles Calchaquíes (1956 a 1986) (Torres et al., 2011: 154), recuperó y recreó las tradiciones analíticas de la etnohistoria andina propuestas por John V. Murra y finalmente, pocos años después, logró demostrar que sus planteos eran correctos al recuperar las conclusiones de las tesis doctorales de sus discípulas que desarrollaron análisis arqueológicos más precisos que los de décadas anteriores. En un simposio internacional de 19856 Lorandi presentó una cuidadosa síntesis de sus avances arqueológicos y etno-históricos7 sobre las poblaciones indígenas de “el Tucumán” y sus relaciones con el Tawantinsuyu. Comenzó mencionando la continuidad del altiplano en la puna argentina para cuyo conocimiento reenvía a Krapovickas (1978), para luego referirse al área central del noroeste argentino donde identificó tres grandes regiones étnicas. Primero presentó al área “valliserrana central” o “área diaguita”, con una misma lengua, que “comprende diversos valles y pampas abiertos entre cadenas montañosas que se escalonan a lo largo de las provincias de Salta, Catamarca, La Rioja y oeste de Tucumán” actual, para centrarse luego principalmente en el valle Calchaquí.8 En segundo lugar se refere al área de “la antigua provincia prehispánica del Tucumán”, o “Tucumán prehispánico”,“ocupando las pampas altas y vertientes orientales” de las cadenas montañosas,9 habitada por grupos con menor coherencia política que los del área diaguita, con características culturales mixtas -entre andinas y chaqueñas- y que compartían el territorio con los “juríes” de hábitos semisedentarios. La tercera zona étnica identificada fue la de la llanura interfluvial de Santiago del Estero, habitada al menos por dos pueblos sedentarios que no formaban parte del Tawantinsuyu, con un patrón de poblamiento común pero con diferencias en sus tradiciones cerámicas, donde una de ellas (Averías) se había expandido hacia el oeste y penetraba en la región tucumana. Considerando que en los asentamientos estatales incas del área valliserrana central -al sur del Valle Calchaquí, Santa María, Hualfn, Andalgalá y centro de Catamarca- siempre había estado presente la cerámica proveniente del “Tucumán prehispánico”, sostuvo que lo más probable era que dicha cerámica haya sido elaborada in situ por mitmakunas traídos desde esa frontera oriental, y que proviniera de grupos que se habían protegido bajo el paraguas imperial para escapar de las ofensivas de los grupos seminómades. Estos mitmakunas colaboraban en la defensa de la frontera oriental contra los “bárbaros” del este pero también ayudaban a controlar a los diaguitas difíciles de dominar. (Lorandi, 1998 [1985]: 200-203). Tal como ella lo expresaba, en 1985 este planteo se basaba en investigaciones arqueológicas y en débil y escasa información etnohistórica, problema que sigue siendo habitual para estas zonas. Sus planteos serán confirmados en una publicación de 1991 donde recuperó el análisis arqueológico de sus discípulas, V. Williams y B. Cremonte sobre centros estatales incaicos del área valliserrana central. En el texto incluido al final del artículo, escrito por B. Cremonte, se observa que para responder estas preguntas se basó en un análisis de los componentes de las pastas con microscopio petrográfico y con localización de los posibles depósitos de las materias primas. De su análisis desprendemos que, en dichos centros imperiales incas, logró identificar alfarería de la llanura tucumana-santiagueña y la del sector norte de la Puna y Chichas, ya estudiada por Krapovickas, y entiende que si bien una parte podía provenir del intercambio, la manufactura local de las cerámicas le estaba confrmando la existencia de mitmakunas provenientes desde ambos espacios. (Lorandi y Cremonte, 1991: 237-243).
Estos sólidos aportes académicos, más la experiencia previa adquirida junto a Rex González sobre la construcción y funcionamiento de amplios equipos de investigación y docencia, conformarán la base sobre la que desde la década de 1980 se consolidará como la principal investigadora en etnohistoria en Argentina -incluyendo a las sociedades indígenas como actoras de la historia colonial y haciéndolo desde una perspectiva andina y americanista. Durante su trabajo académico realizó importantes investigaciones que quedaron plasmadas en publicaciones que son de lectura obligatoria para nosotros y para nuestros discípulos, con muchísimos artículos y con más de doce libros. De su actividad cabe destacar principalmente la formación de jóvenes investigadores, donde sus principales discípulas y discípulos fueron Ana María Presta, Mercedes del Río, Verónica Williams, Lidia Nacuzzi, Beatriz Cremonte, Roxana Boixadós, Lorena Rodríguez, Cristina López, Lía Quarlieri, Guillermo Wilde, Rodolfo Cruz, Juan Pablo Ferreiro, Carlos Zanolli, Cynthia Pizarro y otros.
Al recuperar el proceso de institucionalización definitiva de su actividad académica, observamos que la misma se inició justo al terminar la dictadura militar, cuando en 1984 la UBA y el CONICET10 le brindaron tanto el espacio institucional como el apoyo necesarios para desarrollar sus actividades académicas, mientras ella colaboraba decididamente desde cargos de gestión en un período muy difícil e importante. De ahí en más, su vida académica se desarrollará continuamente en estas dos instituciones. En 1984, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA se inicia como como Profesora Titular de la Cátedra de Sistema Socioculturales de América II, como Directora de la Revista Runa y del Instituto de Ciencias Antropológicas -donde años después creará la Sección de Etnohistoria y su revista Memoria Americana-, mientras también se desempeña como Miembro del Consejo Asesor Académico (período de normalización) de la Facultad e Filosofía y Letras y de la Comisión de Historia, Geografía y Antropología en CONICET. Cabe recordar su cercanía y estrecho trabajo en colaboración con otro profesor e investigador, Enrique Tandeter, importante y reconocido historiador también especializado en el estudio de las sociedades andinas e integrante de los grupos de etnohistoriadores, lamentablemente fallecido en 2004.
Esto ocurre en años en que todas las instituciones académicas entraron en el denominado proceso de “normalización”.11 Si bien Ana Lorandi aclaró que nunca tuvo una actividad militante o política cuando era joven, ya que no integraba las comisiones de las agrupaciones estudiantiles aunque sí participaba de diversos movimientos -como cuando tomaron durante tres meses la Universidad de Rosario durante la lucha entre laicos y libres o cuando renunció a su cargo en 1966- (Torres et al., 2011: 161), desde 1984 se mostró muy comprometida en la construcción de nuevas, democráticas y calificadas instituciones académicas que bien podemos identificar como parte de una actividad política.
S. Palomeque, que desde 1987 colaboraba en la “normalización” del Instituto de Antropología de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), la conoció personalmente en esos años, en reuniones personales donde le impresionó su gran agilidad y creatividad, siempre acompañada de una actitud comprensiva y amable pero, al mismo tiempo, firme y eficiente. Ella la asesoró y orientó sobre las mejores formas de reorganizar las instituciones e ir integrando a varios investigadores en los sistemas de evaluación e inserción en reconstrucción. Ese tipo de actitudes y habilidades de gestión, a las que ella prestaba poca atención, también le ganaron el respeto de los investigadores de otras disciplinas. Años después, cuando participaba en la dirección de CONICET, representando a los investigadores en Ciencias Sociales y Humanidades, su actividad en defensa de los criterios académicos de las humanidades y ciencias sociales fue muy reconocida por los colegas de las “ciencias duras” -como físicos, químicos, biólogos, etc.,- tal como lo expresaron en la presentación de una conferencia que dictó como invitada de honor en la Facultad de Astronomía, Matemática y Física de la UNC en 2006.
En lo académico, siendo muy creativa y con gran capacidad de integración, la reconocíamos por su gran generosidad no sólo con sus discípulos sino también con los investigadores de otros equipos. S. Palomeque recuerda el período de fines de la década del 1990, cuando pasó largo tiempo leyendo, analizando e integrando los resultados de los múltiples trabajos de investigación para poder escribir una síntesis de divulgación sobre historia de las sociedades indígenas que fue publicada en editorial Sudamericana y que tiene como complemento indispensable otro capítulo específico y famoso de Ana María Lorandi sobre la resistencia indígena (Lorandi, 2000a). En ese trabajo contó con la permanente colaboración de E. Tandeter, que dirigía el libro, y también con la de Ana Lorandi que generosamente la asesoró en varios aspectos y que incluso le aportó su manuscrito inédito del texto que luego publicaría en la Historia General de la UNESCO (Lorandi, 2000b). Allí constató que las mejores tradiciones de trabajo en etnohistoria andina eran recuperadas en la mayor parte de sus planteos, sobre todo en lo referente a la difícil y no siempre simple relación entre la arqueología y la historia.
Hace relativamente pocos años la Dra. Lorandi reorientó sus trabajos hacia la Antropología Histórica, que a nuestro entender es una línea de análisis donde se siguen desarrollando los mismos métodos de la etnohistoria pero ya sin centrarse en los grupos dominados por el sistema colonial sino incluyendo a lo que tendríamos que llamar los dominadores. También en este caso, al igual que antes, sus propuestas son inteligentes, sugerentes, y sus resultados cuidadosamente sustentados e interesantes.
Esto se dio al mismo tiempo que, desde 2005 y con la organización de A.M. Presta y S. Palomeque, comenzamos a desarrollar una serie de reuniones bianuales sobre las “Sociedades indígenas y sistemas de dominación desde una perspectiva etnohistórica. Desde el Tawantinsuyu hasta la crisis del sistema colonial español”,12 tratando de recuperar las mejores tradiciones del trabajo de Ana Lorandi y de la etnohistoria andina, con la participación de numerosos investigadores de varios equipos, conformados por historiadores, arqueólogos y antropólogos, que trabajamos desde una perspectiva etnohistórica con el objetivo de rescatar las sociedades indígenas y su relación con los sistemas de dominación que las afectaron, considerando sus enfrentamientos, relaciones, articulaciones y mutuas transformaciones. En las numerosas sesiones siempre contamos con la incondicional presencia, y los creativos aportes y comentarios de Ana Lorandi, que recuperaba lo mejor de su experiencia para brindarla generosamente a las nuevas generaciones de investigadores.
Sin duda Ana construyó un liderazgo importante entre el medio académico del cual formamos parte. En su accionar puede decirse que siempre predominaron aspectos que hasta se podrían asociar con lo femenino, y que se marcaban en su calidez, amabilidad, generosa colaboración, capacidad para conformar equipos y mantenerlos a lo largo del tiempo; es decir, para desarrollar una construcción académica y personal que la transciende. Su sonrisa chispeante, su vitalidad, su agudeza y generosidad son inolvidables. Es muy difícil encontrar palabras para despedirla, quizá porque aún no podemos hacerlo.


Foto 1. Ana M. Lorandi con arqueólogas durante el Taller Internacional de Arqueología del Noroeste Argentino y Andes Centro Sur (TANOA II). Universidad Nacional de Jujuy (UNJu), San Salvador de Jujuy, 26 al 28 de abril de 2009. Adelante: Ana M. Lorandi y M. Esther Albeck; atrás: Myriam Tarragó y Verónica Cereceda.


Foto 2. Ana María Lorandi (primera fila, tercer lugar de izquierda a derecha) en foto grupal durante el Workshop Repensando el Tawantinsuyu desde el Collasuyu, co- auspiciado por Dumbarton Oaks Research Library and Collection, Dirección de Investigación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile y proyecto CONICYT-USA 2013-0012. Villa Virginia, Pirque, Región Metropolitana, Chile, 18 al 20 de mayo de 2016.

Notas

1. Para síntesis y reflexiones sobre estos largos años de investigación podemos consultar Lorandi y Nacuzzi (2007), Lorandi (2010) y los capítulos de R. Boixadós et al.; A. M. Presta y V. Williams y M. de Hoyos que forman parte del libro homenaje publicado cuando cumplió sus 80 años de edad (Boixadós, R. y C. Bunster, 2016). Esta información puede complementarse con los textos de 2017 publicados en su memoria por R. Boixadós, C. Bunster, M. del Rio, A. M. Presta y L. Rodríguez.

2. En algunas ocasiones, nos veremos obligadas a mencionar a cuál de las dos autoras pertenece un recuerdo o el otro.

3. Agradecemos a M. Tarragó la referencia sobre esta importante entrevista que antes desconocíamos.

4. Ocasionadas por sus estadías en el extranjero destinadas a su formación, investigación y docencia; en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris, permanece de 1969 a 1972 y de 1976 a 1979.

5. En los obituarios a sus dos maestros observamos que rescata elementos semejantes, dentro de sus especialidades. A Rex González lo recupera como “pionero de la arqueología científica en el país, [que] pudo trascender las barreras de la academia gracias al profundo sentido social e histórico que imprimió a sus investigaciones y a su militancia en defensa del patrimonio cultural de los pueblos originarios” (Lorandi, 2012: 231). A J. V. Murra le reconoce haber remarcado la originalidad del imperio centralizado de los incas -que maximizaron los modelos políticos, económicos y sociales ya desarrollados por milenios en el mundo andino-, “la elaboración de su impactante modelo de´control vertical de distintos pisos ecológicos” [y] “el haber impulsado una verdadera historia´desde abajo´ analizando con gran sutileza las interrelaciones entre los nativos y sus autoridades, tanto las originarias, como con los Incas del Cuzco y posteriormente con los españoles”(Lorandi, 2006: 6-7).

6. Sesión del 45º Congreso Internacional de Americanistas, Bogotá, con la participación de J. Hyslop, F. Salomon, P. Netherly, C. Morris, T. Dillehay y otros. Citamos la reedición de 1998.

7. Es un tema que ya venía tratando en publicaciones previas (Lorandi, 1980, 1983 y 1984). En 1980 planteaba que “no sólo la frontera del Tucumán pudo ser confiada a aborígenes locales, sino que muchos de estos fueron destinados a cumplir funciones laborales y/o administrativas en los establecimientos estatales”. “Esto lo inducimos en la particular distribución de la alfarería Yocavil, […] pariente de la tradición Averías del área Tucumano-Santiagueña” (Lorandi, 1980: 159).

8. El valle Calchaquí o valles Calchaquíes conforman una unidad geomorfológica integrada por las cuencas de los ríos Calchaquí al norte y Santa María (o Yocavil) al sur, ambas se unen en Cafayate (Lorandi y Cremonte, 1991).

9. “En las sierras de Aconquija, parte de Ambato, Alto, Ancasti y algunos cordones que descienden hacia la llanura tucumano-santiagueña”.

10. En CONICET integró durante muchos años la Comisión de Historia, Geografía y Antropología (1984-2002), luego la Junta de Calificaciones (2003-2004) y la Presidencia del Gran Área de Ciencias Sociales y Humanidades (2004), para seguir ocupando después otros cargos de evaluación de los Investigadores Superiores. Tanto en la UBA como en CONICET, culmina su vida habiendo alcanzado los máximos reconocimientos académicos.

11. Recuperamos ese término en tanto fue utilizado por las instituciones en ese momento, aunque entendemos que no es muy preciso. En 1983 las instituciones académicas estaban devastadas o deslegitimizadas luego del exilio masivo de intelectuales iniciado en 1976, los que fueron reemplazados por designaciones discrecionales carentes de la necesaria y habitual legitimación a través del sistema de concursos. La “normalización” intensa se extendió tres o cuatro años, según las instituciones, e implicó organizar y poner en marcha sistemas de evaluación y competencia, intentar incluir en el proceso a los académicos que retornaban al país, y refundar o reorganizar institutos, revistas, dependencias, etc.

12. Mesa organizada por S. Palomeque y A. M. Presta, con la colaboración de R. Boixadós y J. Farberman; actualmente se sigue desarrollando pero está organizada por dos jóvenes investigadoras: Isabel Castro Olañeta y Guillermina Olivetto.

13. Agradecemos a Victoria Castro por habernos cedido la foto grupal (foto 2) para incluirla en este homenaje.

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