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versión On-line ISSN 1851-4669

Anclajes vol.14 no.1 Santa Rosa ene./jun. 2010

 

ARTÍCULOS

Desintegración y resistencia: corporalidad, género y escritura en Mano de obra de Diamela Eltit

Ana Forcinito

University of Minnesota, Twin Cities
[ aforcini@umn.edu ]

Resumen: Mano de obra (2002) de Diamela Eltit puede leerse como una exploración de la ciudadanía chilena de la posdictadura y una reflexión acerca de los procesos de transformación (y desintegración) que acompañan el desmembramiento de las subjetividades colectivas y populares del pasado. Eltit pone en cuestionamiento el modelo de redemocratización basado en la vigilancia ciudadana y la supremacía del consumo. Si bien no puede negarse la fuerza arrasadora de las imágenes de desintegración social en Mano de Obra, es posible acercarse al texto desde los intersticios de resistencia femenina e intermitente que están anclados en la corporalidad y la escritura. El género sexual sirve en la narrativa de Eltit para dar cuenta, simultáneamente, del ensamblaje de la discursividad patriarcal dentro del paisaje económico y cultural chileno y de las fallas a través de las cuales se filtran expresiones de rebeldía y resistencia. Mi intención en este ensayo es nomadismo desorganizado del componente femenino y corporal como estrategia de subversión frente a nuevas formas de vigilancia y dominación del neoliberalismo globalizador.

Palabras clave: Diamela Eltit; Mano de obra; Subjetividad; Chile; Postdictadura.

Abstract: Mano de obra (2002) by Diamela Eltit can be read as an exploration of Chilean citizenship during the postdictatorship and of the processes of transformation (and disintegration) that accompany the dismembering of the collective and popular subjectivities of the past. Eltit questions the model of redemocratization based on citizenship vigilance and consumerism supremacy. Even if the devastating force of the images of social disintegration cannot be denied in Mano de Obra, it is still possible to approach the text from the interstices of feminine resistance, a model of intermittent subversion that is anchored in corporeality and in writing. In Eltit's narrative, gender serves to expose simultaneously the assembling of patriarchal discourse within the Chilean economic and cultural landscape and of the cracks through which expressions of rebellion and resistance can escape. My intention in this essay is to rethink the disorganized nomadism of the feminine and corporeal component as a strategy of subversion against the new forms of the globalized neoliberal vigilance and domination.

Keywords: Diamela Eltit; Mano de obra; Subjectivity; Chile; Postdictatorchip .

La narrativa de Eltit explora desde sus primeros textos los efectos del autoritarismo de la dictadura chilena y sus formas de resistencia, tomando el género sexual como uno de los ejes de subversión de la lógica dominante, no sólo del autoritarismo de Estado sino también de las nuevas formas de control del Chile neoliberal. El género sexual sirve en la narrativa de Eltit para dar cuenta, simultáneamente, del ensamblaje de la discursividad patriarcal dentro del paisaje económico y cultural chileno y de las fallas a través de las cuales las expresiones de rebeldía traman y tejen espasmos intermitentes de ruptura sin proponerse necesariamente como formas organizadas de resistencia.
En Mano de obra (2002) Eltit pone en cuestionamiento las nuevas formas de redemocratización basadas en el modelo de vigilancia ciudadana y la supremacía del mercado y nos propone explorar la lógica de este nuevo modelo a través de las prácticas de inclusión y exclusión que el consumo representa. También da cuentas, como indica el título, del Chile actual a través de la vida de los trabajadores y sus nuevas condiciones de trabajo en el marco de las políticas neoliberales de la posdictadura. El texto ofrece una representación de entramados de relaciones sociales fragmentadas y desarticuladas y toma el género sexual, sus atributos, sus dobleces y su performatividad (y pienso aquí en el sentido butleriano) como eje de reflexión de nuevas formas de sometimiento y resistencia.1 El texto de Eltit se desarrolla en un supermercado y en él la nación chilena del pasado es reformulada como un espacio cotidiano, feminizado y despolitizado que ha cedido a la lógica del neoliberalismo globalizador. Las tramas del género se exploran a través de subjetividades sociales sometidas a nuevas formas de violencia y sujeción, primero en el supermercado y luego en el espacio doméstico donde conviven los trabajadores.
El texto escenifica la ruptura de fronteras rígidas entre lo público y lo privado: tanto en el supermercado como en la casa (que el narrador comparte con otros empleados) fluyen las mismas formas de vigilancia. A la domesticación del mercado (del mercado transnacional y del shopping center se pasa al cotidiano "súper") se suma la domesticación de sus ciudadanos (nunca en la calle como rememoran los primeros títulos sino en el espacio doméstico, privados de lo público y situados en el deterioro de los lazos sociales y en el incremento de la desposesión).2 Los nombres que habitan la segunda parte (Gloria, Enrique, Andrés, Sonia, Isabel) son (o fueron, como en el caso de Gloria) trabajadores del supermercado. Sometidos a las nuevas condiciones laborales de la globalización y a los cambios bruscos de las condiciones de trabajo van definiéndose cada vez más a través del individualismo y de la mutua desconfianza para terminar prácticamente disgregados. Estas nuevas condiciones incluyen las jornadas de veinticuatro horas que alternan con insuficientes horas semanales asignadas a cada trabajador, cambio de áreas de trabajo, la creciente amenaza del despido, y en el caso de las mujeres, la normalización del acoso sexual.
Mano de obra propone una reflexión acerca de los procesos de transformación (y desintegración) que acompañan el desmembramiento de las subjetividades colectivas, populares y obreristas del pasado. Se trata, como sugiere Fernando Blanco, de la desaparición del trabajador como sujeto obrero político industrial y el surgimiento de "una precaria comunidad de individuos cuyo horizonte de expectativa está dado por la incertidumbre y la intercambiabilidad de cara al salario improbable y al empleo incierto" (179). No es mi intención negar la fuerza arrasadora de las imágenes de desintegración social de Mano de Obra, pero sí dar cuenta de las formas de resistencia femenina e intermitente que plantea el texto a partir de la corporalidad y la escritura. Mi intención es repensar los excedentes rebeldes no totalmente doblegados en términos de género sexual partiendo de la premisa de que la configuración social presentada por Eltit es una configuración marginal y feminizada que, sin conexiones significativas con un pasado que parece olvidado, sigue ejercitando gestos rebeldes (que acompañan a la teatralidad de la sumisión) y que pueden ser entendidos como excesos pulsionales femeninos y como una corporalidad que se articula como una zona de frontera de las nuevas formas de dominación y vigilancia. A través del cuerpo se produce una rearticulación del excedente subalterno que no existe como una política oposicional sino como ambigüedad que concentra en sus pliegues subjetividades sumisas y rebeldes a la vez.
Mano de obra puede leerse como una exploración de la ciudadanía chilena de la posdictadura a partir de los mecanismos de dominación que trae la redemocratización y que apuntan justamente a la intensificación de la vigilancia en el nuevo modelo de ciudadanía. El texto propone una crítica de la disolución de los lazos sociales y políticos para revisar las relaciones existentes entre la ciudadanía y el mercado, y entre la cultura de la globalización y el trabajo asalariado. A diferencia del famoso ensayo de Néstor García Canclini, el mercado no es percibido como forjador de nuevas formas de ciudadanía sino más bien como agente de disolución de lazos sociales significativos.3 El énfasis en el consumidor como ciudadano (de la aldea global) va acompañado por otra carta de no-ciudadanía: la del Tercer Mundo en este supermercado expuesto al saqueo y por lo tanto controlado permanentemente porque sus supuestos clientes no son necesariamente tales (ni consumidores ni ciudadanos).

Corporalidad, exceso y vigilancia

La exploración que propone Eltit de la corporalidad como centro de las nuevas estrategias de fragmentación social implica un recorrido por las alteraciones y mutilaciones en el cuerpo de los consumidores para poner de relieve la violencia y el hambre que existen fuera del supermercado:

Los observo [a los clientes] llegar con sus rodillas rotas, sangrantes, dañadas después de poner fin a una peregrinación exhibicionista desde no sé cual punto de la ciudad. Ingresan como mártires de mala muerte, famélicos, extemporáneos, pero, al fin y al cabo orgullosos de formar parte de la dirección general de las luces. (16)

La afirmación de la identidad del ciudadano consumidor se lleva a cabo a través de rituales de martirio donde el dolor ejercido sobre el cuerpo parece ser la condición de ingreso a una subjetividad ilógicamente aceptada y marcada por el orgullo de "pertenecer". Hay otras subjetividades (ahora abyectas) que no se ciñen a las normas y generan caos al supuesto "orden": hay clientes que llegan y "revuelven los productos. Los desordenan con una deliberación insana" (15). Su presencia en el súper es controlada por el narrador y su ojo (y oído) vigilante: los clientes murmuran, malogran la mercadería, impiden que otros clientes compren (14). Su presencia es peligrosa porque su desborde puede transformar al consumo ordenado y reglamentado en saqueo caótico.
El cuerpo también forma parte de la trama de control y no es por sí mismo un espacio subversivo sino capturado. No es de extrañar que sea la imagen de la vigilancia la que transite el texto a través de alusiones al mirar, al oír y al controlar. A través del protagonista narrador se pone en marcha este control: "Me muerdo la lengua. La controlo, la castigo hasta el límite de la herida. Muerdo el dolor. Y ordeno el ojo."
(16) Sin embargo, el orden controlado por la vigilancia no puede evitar los "excesos", representados en el texto por los "malos clientes", es decir los que no van a comprar sino que "hablan de manera excesiva y poco convincente mientras se fijan (verdes de envidia) en cada uno de los productos que escogen los otros -los buenos clientes- esos que sí acuden al súper a adquirir lo que tanto necesitan" (20). Son estos clientes los que escapan a la lógica del acatamiento y del orden (traen desorden) y a la del consumo (no consumen) y son además los que "escupen su rabia y su asco al suelo" (21).
Los excesos de corporalidad en Mano de obra sirven para representar al mismo tiempo la sumisión de la subjetividad y el desacato desorganizado de ese "resto" que no puede someterse. Es preciso aclarar, sin embargo, que no se trata de una subversión de la corporalidad como juissance. No hay una afirmación del placer del cuerpo como espacio de articulación del poder de la marginalidad, sino una representación de los límites del control y la sumisión y de su fracaso de control total. Se trata de esos flujos decodificantes (en el sentido de Deleuze y Guattari) que desde las primeras novelas de Eltit sirven para marcar los fragmentos no sometidos a la lógica dominante:4

Amable, envuelto en mi acostumbrada cortesía, me desvío (no puedo más) hacia el orinal y siento el chorro. Meo como un desaforado después de 14 o 16 horas de acumular el goteo. Estoy en riesgo. Lo sé. Pero cumpliré el trato de las 24 horas. 24 horas. 24. 24 horas sin salario adicional. 70

La corporalidad representada desde una represión ya incontenible y la subjetividad de estos trabajadores marcada a través de las condiciones de trabajo también insostenibles da cuenta de un doblez en la representación: por una parte se trata de un trabajador reducido a la corporalidad (es decir, al cual se le niega el status de "sujeto" ) y por otra, la corporalidad se representa como exceso indomable, como el último refugio de una posible articulación de resistencia y, por lo tanto, una afirmación de la subjetividad. No quiero plantear con esto que Eltit representa formas de rebeldía capaces de resistir a los mecanismos de control sino que da cuenta de las resquebrajaduras de esos mecanismos y de la posibilidad de rebeldía que abren esas "imperfecciones" de la lógica de control totalizante.5

Lenguaje y escritura: memoria y resistencia

La disolución de la subjetividad colectiva tiene lugar a través de la lógica del olvido que caracteriza la cultura oficializada de la posdictadura. Para Eltit es la memoria la que tiene el poder de restituir esos lazos significativos entre los sujetos sociales y su temporalidad. Las referencias históricas de la primera parte (1911, 1918, 1904, 1909) van acompañadas por títulos ("Autonomía y solidaridad", "El despertar de los trabajadores") a través de los cuales se alude a la resistencia y participación ciudadana en fuerte contraste con la actitud pasiva, fragmentada y detenida de los trabajadores disgregados del presente (Tompkins 116). Es posible ver en esta incorporación de los titulares el contraste entre la significación del pasado (heroico, obrerista, sindicalista) con "el vaciamiento semántico del "súper" -su hoy deshistorizado" (Richard 2). La memoria de la escritura funciona, de alguna forma, como flujo de escape de los sentidos que proporcionan a Chile las prácticas neoliberales de la posdictadura. Es la escritura misma la que trama el recuerdo, con los lugares, las fechas y un lenguaje que señala la rebeldía de un pasado que, si bien no ha recobrado sentido en el presente del supermercado, por lo menos convive con él. El imaginario que la escritura propone reanudar ha sido detenido en un proceso de redemocratización que ha reciclado la violencia con sus políticas del olvido.
El contrapunto entre pasado y presente pone en evidencia al supermercado como espacio dislocado del tiempo y dislocador del recuerdo. Las fechas del pasado logran historizar su espacio a través del gesto escriturario y lo insertan en la trama de significaciones políticas, sociales y económicas de Chile hacia fines del milenio. Una vez más, la escritura es concebida por Eltit como una herramienta decodificadora de "la obligación al consenso" (2000: 160). La escritura y el arte son entendidos como una respuesta desafiante a la celebración del mercado y a las borraduras de la memoria impulsadas por el neoliberalismo, justamente porque ponen en escena los numerosos conflictos que la discursividad neoliberal sutura (Massielo 3). Las fisuras de estas discursividades dan lugar a utopías estético-políticas que, en el caso particular de Eltit, consisten, como sugiere Eugenia Brito, en una apuesta por otro lenguaje, es decir, en un nuevo proyecto identitario (20). La escritura restituye lo que no ha sido totalmente olvidado y yuxtapone a las subjetividades robotizadas y vigilantes del presente memorias de un pasado no totalmente cancelado por las nuevas lógicas del consenso. La relación escritura/marginalidad forma una parte central de la narrativa de Eltit y de su reflexión acerca de la "literatura menor" (en el sentido deleuziano) o de la escritura o textualidad femenina (en el sentido del nuevo feminismo francés).6 A través de esta escritura que se ubica en la marginalidad se restituyen memorias canceladas y a veces abyectas para traer a la escena lenguajes y sentidos que también pertenecen al submundo de lo no permitido, lo no traducible, lo subalterno.
El lenguaje y, en especial, los lenguajes intraducibles dentro del texto juegan un rol central en la configuración de esas nuevas subjetividades y en sus quiebres. Richard sostiene que el lenguaje funciona en Mano de obra como un recurso "antimercado", sobre todo en lo que refiere a las hablas populares intraducibles que el texto incorpora y que obstaculizan "el liso cumplimiento de una traducción idiomática que, en tiempos de globalización, busca uniformar signos y comprensiones para que la diversidad sea universablemente convertible, mundialmente traducible" ("Tres recursos" 4). Raquel Olea también se refiere a la presencia de lenguajes marginales pero se acerca a ellos desde una perspectiva diferente: la que apunta a la paradoja de un nuevo sujeto sin habla (des-socializado por la pérdida del lenguaje) (2). Estas dos posiciones ponen en escena una larga discusión en los estudios culturales latinoamericanos respecto de los lenguajes, sus apropiaciones y sus pertinencias. Los lenguajes intraducibles representan, en la famosa relectura de Calibán que propone Roberto Fernández Retamar, la rebeldía particular del Tercer Mundo. La presencia de Calibán representa el lenguaje desobediente del colonizado, que es en definitiva, un lenguaje capaz de maldecir. Al mismo tiempo, el lenguaje de Calibán puede ser también interpretado, como sugiere Hugo Achugar, como una "categoría colonizadora de la barbarie", a través de la cual se descalifican "los discursos que no siguen las reglas de producción establecidas por los sitios hegemónicos del saber" (125).
¿Es el lenguaje (y en especial el lenguaje marginal de Mano de obra) la zona de lo intraducible al lenguaje homogeneizante de la globalización y, por lo tanto, uno de los recursos de subversión? ¿O esa subversión ha sido neutralizada por el vendaval globalizador y ya no funciona como recurso de fuga? ¿Son esos lenguajes intraducibles una forma de resistencia al lenguaje dominante o una marca del desempoderamiento de grupos subalternos cuyas demandas no pueden ser traducidas ni articuladas y por lo tanto una huella del triunfo incontestado de la discursividad globalizada? Estas preguntas, que la teoría feminista se ha formulado insistentemente para dar cuenta de la posibilidad de resistencia y captura que existe en los residuos de lenguajes traducidos a la lógica dominante, dan cuenta de una ambivalencia que tal vez deberíamos decir espasmódica, para recordar las formas intermitentes de resistencia que elabora Julia Kristeva en su acercamiento al género sexual.
En Mano de obra la reflexión acerca del lugar de la escritura concierne a la pérdida de sentidos que acompaña la amnesia y a la presencia omnipotente del mercado y a su efecto demoledor en los trabajadores, despojados desde el título de subjetividad (la mano de obra fácilmente reemplazable de la flexibilización laboral) y desalojados de sus vínculos sociales. El grupo de trabajadores se desintegra en la casa: por una parte comparte la experiencia de la opresión pero no la significa sino que pone en marcha los mecanismos de control y vigilancia aun dentro del espacio doméstico, como continuación de una lógica que circula sin fronteras. Es la escritura la que propone un montaje de nombres, lugares y fechas que apuntan a la memoria, justamente a esa memoria que los trabajadores del supermercado perdieron (la memoria de lo popular y sus rebeldías) y que el texto intenta recuperar a través de la des-privatización ciudadana y de un énfasis en la dimensión pública y política de la resistencia. Este proceso de desfeminización del supermercado a través de una escritura que rememora la marca masculina del pasado militante dibuja los contornos de otra subjetividad, otra conciencia, otra historia no totalmente cancelada. En este sentido, Eltit afirma el rol de la escritura en su entramada complejidad con la memoria y con una inscripción histórica (el pasado obrerista contrapuesto a la mano de obra del post-ajuste) donde sus sujetos transitan, como cuerpos nómadas, entre diferentes representaciones del género sexual.

Mirada y género

El cuerpo y su relación con los discursos autoritarios gozan de un lugar central en la reflexión de Diamela Eltit, ya sea a partir de los mecanismos de control y violencia durante la dictadura militar o durante la transición democrática chilena. Es a través de metáforas de espacialidad (la casa, la plaza, el supermercado) que Elit reflexiona sobre las discursividades estructurantes o masculinas y, al mismo tiempo, sobre la desobediencia a tal discursividad, es decir, una contra- discursividad femenina o marginal.
En "Cuerpos nómadas" Diamela Eltit (1996) sostiene que los cuerpos femeninos pueden ser considerados instancias móviles en la constitución de identidades regidas según las necesidades de los poderes dominantes (104). La corporalidad femenina transita para Eltit entre diversos discursos patriarcales (el tradicional, el de la izquierda, el de la dictadura y el de la apertura democrática) y, por lo tanto, la significación identitaria del cuerpo femenino se ve sometida a diversos grados de acatamiento. Ya sea en su rol tradicional como en su faceta rebelde el cuerpo femenino transita de un lado a otro, según Eltit, pero siempre dentro de las pautas del discurso dominante. Tanto el rol tradicional de la madre como el rol subversivo de la militante son partes de las tramas del discurso patriarcal. En este marco, Eltit propone repensar la corporalidad femenina como un espacio capturado por una lógica dominante de la cual puede correrse de lugar pero nunca liberarse totalmente. Los cuerpos femeninos transitan, nómades, en discursividades que le son ajenas intentando encontrarse un lugar y despojarse de él. En el caso de Mano de obra ese punto de partida olvidado del obrero del pasado está también gobernado por la lógica masculina, y su quiebre y derrota produce subjetividades feminizadas: los trabajadores, desprovistos del sentido del pasado se estructuran a través de una feminidad desarticulada que es a la vez acato (feminidad tradicional) y resistencia (exceso pulsional). Los cuerpos así entendidos transitan desde la lógica patriarcal del pasado a esta nueva lógica patriarcal, la del neoliberalismo de la posdictadura.
Mano de obra gira alrededor de la metáfora del ojo vigilante, dispositivo asociado al control y al dominio de la lógica dominante así como a la masculinidad heterosexual y a su placer. En las reflexiones que siguen intentaré sexualizar ese ojo controlador, y pensarlo a partir del placer heterosexista que lo habita. Recordemos que en la segunda parte algunos trabajadores se quejan porque Isabel "ya no calienta a nadie" (133) y, por lo tanto, no cumple, satisfactoriamente, su doble rol dentro del lugar de trabajo. Este personaje femenino se ve reducido a la tarea de "recorrer el súper bien presentada. Como les gustaba a los supervisores más viejos o indecentes, a los guardias, a los que controlaban las cámaras de video" (133). Y dentro del nuevo esquema de ciudadanía vigilante, son los otros trabajadores los que se aseguran de que ésa siga siendo su función, los que la controlan y así normalizan la normatividad heterosexista y el acoso sexual.
Las nuevas formas de sexualización de la fuerza laboral femenina de la globalización repercuten en los modelos de vigilancia laboral y ciudadana, que no son ajenos al género ni a la sexualización del objeto vigilado.7 Si pensamos en este supermercado que representa Eltit a través del ojo que mira a Isabel, el personaje que debe "mostrarse" en el supermercado, podemos imaginar que el principio del placer masculino y heterosexual de la mirada no está excluido de este mapa de control y vigilancia sino que, por el contrario, es la promesa de placer y poder la que hace posible que sujetos marginales y desintegrados socialmente busquen reafirmarse a través del ejercicio del supervisar y vigilar: mirar (como sujetos) a otros (como objetos).
La reflexión feminista sobre la mirada cinemática puede ayudarnos a revisar la marca sexuada de la vigilancia en el texto de Eltit y sobre relaciones del mirar que ponen en juego la constitución de sujetos y objetos sexuados dentro del paisaje neoliberal en el cual se pone en escena la fragmentación, domesticación y feminización de sus sujetos ciudadanos.
La referencia obligada y, de algún modo, el punto de partida a la discusión feminista de la mirada en el cine es el aporte que en 1975 elabora Laura Mulvey en uno de los más conocidos artículos en estudios de cine: "Visual Pleasure and Narrative Cinema". Es allí donde Mulvey repiensa, desde el feminismo, la vertiente psicoanalítica de los estudios de cine (de Christian Metz y Jean-Louis Baudry) en la cual la mirada cinemática se entiende a través del estadio del espejo y por lo tanto, de los procesos de formación (y refuerzo) de la subjetividad social. A partir del controversial y famoso aporte de Mulvey, una serie de acercamientos teóricos a la mirada se centran en el género y la sexualidad y ponen sobre la mesa la marca sexuada del sujeto de la visión, y también de su objeto. Acercamientos posteriores a este puntapié inicial de Mulvey (E. Ann Kaplan Teresa de Lauretis, Kaja Silverman y Mary Ann Doane, entre otros) abren interrogantes, desde diferentes perspectivas, acerca de la agencia de la mirada, de las disyunciones entre la mirada como gaze (mirada fuerte) y como look (mirada) y acerca del control de la cámara como ojo dentro del dispositivo de supervisión (la mirada como productora de subjetividades, es decir como parte del aparato ideológico del patriarcado).
La tesis central de la reflexión feminista sobre la mirada es que las relaciones del mirar están articuladas como relaciones de género donde entran en juego el poder y el placer. El aporte primerizo de Mulvey congela la mirada y el proceso de identificación en la dicotomía varón-mujer y propone pensar que la mirada es dominio exclusivo del varón y su placer (heterosexual). Los aportes que le siguen nos proponen repensar la complejidad de los procesos de identificación en juego, especialmente para la mujer, como objeto de la mirada masculina fuerte y, por otra parte, como espectadora que se agencia intermitentemente el placer/poder de la mirada (su masculinidad). Esta ambigüedad en el proceso de seducción de la espectadora femenina (elaborado especialmente por Teresa de Lauretis) que al mismo tiempo se identifica con la pasividad del objeto del placer masculino y con la actividad del sujeto de la mirada, puede ayudarnos a repensar la compleja constitución de identidades dentro del esquema de la mirada vigilante del supermercado de Eltit. Pensar la mirada como parte de un dispositivo de control que es, además, una promesa de seducción y placer (para quien mira) puede hacernos repensar el ojo del control del supermercado de Eltit no sólo como un dispositivo de formación de la subjetividad ciudadana de la globalización (apolítica y consumidora) sino también como un dispositivo en la maquinaria heterosexista que vigila el cumplimiento de su normatividad y promete placer a quien se agencia la mirada. Si aceptamos entender a la mirada de la vigilancia como primordialmente masculina, entonces el acto mismo de vigilar dentro del esquema de ciudadanía neoliberal compensa (con la promesa de masculinización) la feminización de la mano de obra dentro de las nuevas condiciones laborales y del peligro inminente de desempleo. El trabajador feminizado en esta nueva lógica puede reafirmar su masculinidad a través del acto de mirar.
Cuando en 1975, Mulvey se refiere al inconsciente patriarcal de la mirada y al concepto de scopophilia de Freud retoma el eje del placer -erótico- de la mirada para repensar el doble y simultáneo proceso de objetivización femenina y de identificación masculina que se lleva a cabo en el acto de mirar. Al poner en juego las coordenadas masculino/femenino, Mulvey evidencia la marca sexuada y patriarcal que domina el placer de la mirada cinemática. En el caso de Mano de obra, la constitución del narradorojo también está habitada por esta marca de control de la subjetividad según normativas hegemónicas del género y la sexualidad, la reducción del sujeto femenino a objetoimagen (o la feminización de la posición de "lo mirado") y la afirmación del sujeto masculino como mirada activa. Por lo tanto, ejercer la vigilancia implica salirse de la condición de 'objeto a ser mirado' y recibir un nuevo estatuto de subjetividad (que presume ser activa).
Lo que me interesa destacar del aporte de Mulvey es que, siguiendo las pautas de la interpretación psicoanalítica de la mirada cinemática, pone en juego el proceso de identificación de las subjetividades sociales y es justamente ese proceso de identificación el que Eltit explora a través de su énfasis en el mirar. En Los vigilantes el control ciudadano se ejerce a través de una fuerte marca masculina que mira y controla al personaje femenino. En Mano de obra la mirada vigilante de todos sobre todos desarticula la cohesión política y social de los trabajadores y les otorga nuevas normas de identificación: tanto de ciudadanía (cuyo modelo enfatiza el individualismo y el consumo) como de sexualidad. Hacia el final del texto y en un punto en el que el narrador intenta rearticular su identidad social desde sus propios escombros recurre a la narrativa nacional y sexual para "reafirmarse": "vamos a cagar a los maricones que nos miran como si nosotros no fuéramos chilenos" (176). Este arrebato de "masculinidad heterosexista" con la que se promete venganza de formas de marginalidad en la narrativa nacional, da cuenta de la sexualización de la mirada y de su poder en el proceso de subalternización. Aquí, frente a esta marca de la sexualidad, se pone en juego que la reafirmación de la subjetividad (dentro del discurso patriarcal) vuelve a confirmar el privilegio masculino del mirar. 8
Mas allá de que la crítica feminista de la mirada cinemática puede someterse a un feroz escrutinio respecto de los privilegios y hegemonías (eurocéntricas, blancas, heterosexuales, primermundistas, etc.), lo que me interesa destacar aquí es la marca de género de la mirada de una vigilancia que no deja de ser erótica y por lo tanto de ubicar al objeto en un circuito de deseo y placer masculino. Quienes no participan de ese flujo (de consumo, de deseo, de control, de poder) se representan a través de la animalización y la enfermedad. El cuerpo enfermo o animalizado (en el caso de los niños, hay claras referencias a los 'animales hambrientos', en el caso de los ancianos, con las alusiones pertinentes al contagio) pone sobre la mesa la existencia de sujetos que escapan a los flujos codificadores del neoliberalismo global y de este particular supermercado chileno como su versión tercermundista. Tompkins propone leer al texto como una reflexión acerca del efecto de la globalización en los cuerpos "invadidos por las prácticas económicas del neoliberalismo" (115). Se refiere a la somatización como recurso que da cuenta de las relaciones laborales (117). El hincapié en los efectos físicos (el corte de la respiración o el mojarse de miedo) va acompañado de una fragmentación de la corporalidad al servicio de la lógica del mercado: el ojo vigilante, "representante fiel del Panóptico Foucaultiano" (117). Por una parte la mirada concierne al control social ejercido sobre los cuerpos y a través de los cuerpos (como biopoder). Por otra parte, esa mirada no escapa a las normas de identificación sexual y reafirma al sujeto de la mirada como un sujeto masculino y heterosexual.9 La mano de obra es no sólo objeto de control sino además objeto de la mirada: el caso de Isabel es obvio y puede actuar como metáfora de la mano de obra joven y femenina que caracteriza la aldea global, en cuyo paisaje laboral los hombres desempleados y desprovistos del "poder" asalariado también quedan reducidos al limbo de la subjetividad masculina (del pasado) y a la espera de la promesa de la agencia y el poder no ya colectivo sino individual.
En Mano de obra se pone en escena la constitución de subjetividades aceptables y repudiadas precisamente en relación con su habilidad de repetir "exitosamente" las pautas de identificación (ciudadana y sexual).10 Es justamente a través de esos espacios de abyección (los "malos" clientes, las empleadas que ya no "calientan" a los supervisores, los potenciales sujetos del saqueo, los excluidos, en definitiva) que se ejercitan prácticas intermitentes de resistencia, o para ponerlo en términos de Judith Butler, los que dan cuenta de la imposibilidad de repetir los modelos y a partir del fracaso de su "performance" apuntan al fracaso de las normas mismas. Eltit además representa la fragmentación de la subjetividad social y sexual y lo hace a través del eje de una corporalidad fragmentada que representa al mismo tiempo el espacio de sumisión y resistencia. Es el cuerpo desasociado de la juissance el que el texto plantea como un espacio de fuga al poder dominante puesto que las secreciones corporales, los coágulos, viscosidades y mucosidades dan cuenta de "la funesta interioridad a que no tiene acceso el ojo panorámico de la vigilancia que controla el perímetro funcional del súper" (Richard 3). Son esas viscosidades las que escapan a la mirada y al proceso de identificación social y sexual y funcionan como principio líquido (nomádico) que logra escapar al ojo vigilante. Esta multiplicidad de fragmentaciones en Eltit hace referencia a su doblez: resistencia (las secreciones) e instrumento del dispositivo heterosexista de vigilancia (el ojo, el oído). Si bien el texto da cuenta de la desintegración de la subjetividad del pasado, al mismo tiempo, construye una nueva forma de subjetividad (apolítica, consumista, sumisa y vigilante) cuya repetición imperfecta da lugar a su reformulación o al menos, a exponer sus quiebres.
Por una parte, puede pensarse que el texto sugiere una puesta en escena de la continuidad avasallante de la captura (del ojo y su control, del mercado y su lógica). Por otra parte, plantea el constante flujo de un devenir (corporal), a través de lo que no es necesariamente sólido: las secreciones, la sangre, la voz, o incluso el movimiento. Las expresiones de esa corporalidad logran desestabilizar el control permanente de la mirada fuerte que no solo funciona como ojo panóptico sino que además seduce con la promesa de poder y el control sobre el placer. Vale la pena recordar, en este punto, que la representación del proceso de redemocratización chileno que propone Eltit va acompañado de un proceso de feminización de la identidad ciudadana y trabajadora: de la identidad militante y masculina del pasado se pasa a identidades domesticadas y privadas. El ojo, vigilante y vigilado, narra la preeminencia del dispositivo del control sobre una ciudadanía sexuada, entendida como femenina, aunque la marca femenina sea también intermitentemente subversiva y desarticulante.
El narrador varón vigila en muchas ocasiones (lo vemos mirar, escuchar, 'orden[ar] el ojo") pero al mismo tiempo, es objeto de la mirada de otros y narra la vigilancia ejercida hacia él, ya sea por parte de clientes, de supervisores o de otros trabajadores (espían su nombre en el delantal, lo apuntan con el dedo y lo amenazan con el despido, 27-29). En este juego del mirar, donde la subjetividad del que mira es fundamentalmente heterosexista, el objeto mirado (sexualizado en el circuito del placer masculino) resulta feminizado, controlado y sometido. El narrador da cuenta, al mismo tiempo, de una doble posición en el dispositivo de la vigilancia (como sujeto y como objeto) y su propia transformación (enfermedad, descomposición, fuga). Este corrimiento de lugar se narra, en varias oportunidades, a través de lo que se dice entre paréntesis, donde el narrador desdice la narrativa de la "empresa" publicitaria invencible e impecable:

(Los lácteos se destruyen a una velocidad que jamás me hubiera imaginado si no lo hubiese visto transcurrir delante de mis ojos). ...Estuve, lo sé entrenado para negarlo todo y defender la pureza de los trozos de cualquier tipo de carne (cada trozo librado a una descomposición abierta). (55)

Es así entonces que se van produciendo los quiebres de las pautas apegadas al mecanismo de control y a la lógica del orden y del consumo y por lo tanto, a la subjetividad obediente y vigilante que Eltit propone para el ciudadano de la posdictadura. A través del fracaso del dispositivo de la vigilancia emerge la mano de obra disgregada y feminizada (a diferencia de las imágenes de trabajadores que nos traen los subtítulos, emparentadas también a marcas de género del pasado militante). Hay una feminización de la figura del trabajador que entra en franco conflicto con el modelo de mirada heterosexista que se le asigna como ciudadano vigilante. Cuando el narrador (trabajador) comienza a cometer errores (olvida el orden de las manzanas, no presta atención al trabajo) comienza a "simular" mientras que su cuerpo (ya enfermo) no puede llevar a cabo la tarea de vigilancia y ordenamiento: sin la performance de la mirada y su identificación heterosexista el narrador sucumbe a un proceso de feminización, en el cual ha sido transformado en objeto vigilado. Y es a través de esta feminización que se explica el fracaso del dispositivo del control y la emergencia del desmán y el saqueo: "Cerca, a mi costado, percibo que una jauría se solaza ante mi pasiva conducta. Resultaré saqueado inevitablemente" (59). El ojo mecánico y vigilante deviene cuerpo sangrante y enfermo. La reafirmación de la mirada y su articulación masculina y heterosexual se desvanece en las tensiones del discurso de la globalización. Y son el cuerpo, la feminización, la animalidad, la enfermedad, las secreciones y el desborde corporal las que restituyen la posibilidad misma de una identidad que si bien no puede articularse como resistencia organizada, puede ser entendida doblemente a través del control y de la fuga. Una vez más el componente antisocial y resistente viene de la mano, en Eltit, del nomadismo del componente femenino subversivo frente a un dispositivo vigilante marcado por la lógica de una masculinidad que reformula su autoridad. No se trata de un componente organizado que logre desmontar la lógica de la robotización vigilante y olvidadiza del presente pero es a través de esos saqueos, de esas secreciones, de esos lenguajes y de esas memorias que escapan a la traducción homogeneizadora de la globalización y a su ojo vigilante que es posible registrar espacios de desacato a las nuevas y cambiantes lógicas de dominación.

Notas

1 El aporte de Butler puede servir no sólo para desmontar el binarismo de lo femenino/masculino en relación con las normas de la sexualidad, sino que también para ver cómo funcionan los relatos hegemónicos del género en prácticas desestabilizadoras del mismo. En el capítulo de Bodies that Matter titulado "Gender is Burning", Butler sugiere que el potencial subversivo del performance travesti va acompañado de representaciones no únicamente de un sexo 'universal' sino de representaciones ancladas en una compleja red de hegemonía y subordinaciones. Tener en cuenta la perspectiva del género como performance de lo femenino (o masculino) implica considerar las representaciones de subjetividades aceptables y repudiadas. Para Butler la performatividad entra en juego en relación con el género sexual en la medida en que ponemos en escena las normas del género a través de la cita y la repetición de las mismas. Estas normas son ideales y, por lo tanto, a través de la teoría de la performatividad se enfatiza la inestabilidad del género, no ya como atributo sino como performance, donde un sujeto repite las normas pero nunca puede ser completamente exitoso en citarlas. Es justamente este inexactitud la que abre la puerta a la posibilidad de transformación, aun cuando, al mismo tiempo, si la repetición de las normas es "inadecuada", la constitución del sujeto aceptable como tal se suspende y entramos en el dominio del no-sujeto, de lo abyecto.

2 Creo muy relevante agregar que la domesticación y la privatización ha sido estudiadas como importantes figuras que sirven para significar las dictaduras y la sociedad del terror que se repliega al espacio doméstico y a sus asuntos privados, donde evidentemente existe la continuidad con ese afuera totalitario que ostenta la mutilación de ese otro afuera de la militancia política (el afuera popular vs el afuera militar). Para una discusión más extensa sobre esto véase Lechner. La privatización y domesticación ciudadana están remarcadas, en la narrativa de Eltit, como características no sólo de la etapa dictatorial sino también de la posdictadura.

3 En Consumidores y ciudadanos, Néstor García Canclini propone entender las transformaciones identitarias de la ciudadanía (ejemplificadas a través de preguntas como "a dónde pertenezco y qué derechos me da, cómo puedo informarme, quién representa mis intereses") a través de la práctica del consumo.

4 En Mil mesetas, Deleuze y Guattari piensan en las posibilidades de resistencia a la territorialización de los aparatos de captura como formas de fuga de las fronteras de la territorialidad. Lo nómada concierne, la resistencia a los discursos altamente codificados, se resiste a ser capturado y desmantela la eficacia de los discursos hegemónicos. Más tarde, Gilles Deleuze (1992) repiensa las transformaciones de la sociedad disciplinaria en sociedad de control para postular en esta última de la puesta en crisis de la modalidad del encierro institucional del modelo de Michel Foucault (escuela, familia, hospital, fábrica, prisión) donde funcionaban los dispositivos regulatorios del dominio social. Las sociedades de control emergen como flujo de continuidad de un disciplinamiento que ya no se lleva a cabo dentro de los confines institucionales sino que circula y se expande más allá de estas limitaciones. Nuevamente aquí los flujos de decodificación pueden desmontar transitoriamente los nuevos modelos de control.

5 Al mismo tiempo habría que agregar otros dos grupos que exceden las categorías de consumo y control y que por eso son percibidos como principios caóticos y desestucturantes: me refiero a los niños y a los ancianos, ambos en los márgenes de las subjetividades productivas y consumidoras y que, por lo tanto, al no ser el consumo ni el trabajo lo que los lleva al súper tienden a crear caos: "Pero que puedo hacer si largan (a los niños) como quien arroja al baldío un animal que no ha terminado de domesticarse. Y (los niños) se elevan espasmódicos hasta alcanzar los sonidos más ensordecedores. Unos chillidos que atraviesan y horadan los pasillos mientras corren, me atropellan, me agreden y se transforman en una realidad inmanejable" (17). O, para el caso de los ancianos: "Cuando los miro me obligo a preguntarme ¿qué hacen ellos (aquí) en el súper?, pues ciertamente- para qué mencionarlo- son escasas las posibilidades que adquieran algunos de los productos. O si compran- si llegaran a comprar- su aporte va a ser insignificante, irrisorio, unas pocas mercaderías blandas que no los prestigian como consumidores" (37-38).
Ya sea porque desordenan y asaltan los juguetes provocando caos (los niños) ya sea porque interrumpen a los clientes con preguntas que no responden a la rapidez del consumo ideal que habita la lógica del súper (los ancianos) estas dos subjetividades sociales ocupan en el texto un espacio de marginalidad que también se relaciona con su posibilidad de subvertir el control.

6 A través del concepto "literatura menor" que propone Giles Deluze para acercarse a la literatura de Franz Kafka, la crítica literaria sobre la obra de Eltit ha enfatizado su literatura como minoritaria en el sentido que intenta subvertir el discurso dominante. El uso de prácticas discursivas de la lengua mayor sirven para poner sus normas en cuestionamiento. Juan Carlos Lértora edita en 1993 una colección de ensayos bajo el título Una poética de literatura menor: la narrativa de Diamela Eltit (Santiago de Chile: Cuarto Propio, 1993).
Este texto se acerca a las diversas formas en las cuales Eltit subvierte las formas dominantes de representación, a través del nomadismo y de la desestructuración del lenguaje y la representación misma. En la introducción Lértora propone pensar la literatura de Eltit desde Lumperica (1983) hasta Vaca Sagrada (1991) como una literatura que "plantea una posición de diferencia (28). Como sugiere Nelly Richard, la escritura de Eltit comparte el "devenir-minoritario (Deleuze y Guattari) de un femenino que opera como paradigma de desterritorialización de los regímenes de poder y captura" (Masculino/femenino 36). La crítica ha señalado también la convergencia del feminismo francés y de la propuesta deleuziana en la narrativa de Eltit. En la edición de Lértora, por ejemplo, Julio Ortega se refiere a la posibilidad de leer a Eltit desde la lectura cultural que hace Irigaray respecto de la madre y del matricidio (76); Castro-Klarén menciona la sexualidad múltiple femenina (el "sexo que no es una") de Irigaray (98). La misma Eltit menciona su lectura de Irigaray y Cixous, en especial en relación con la reelaboración de mitos masculinos reformulados desde una perspectiva feminista (Morales, Conversaciones 200-201).

7 Para una lectura de género sexual en la narrativa de la globalización remito a Gibson-Graham; Price; Robinson, y Franco.

8 La crítica principal que otros aportes feministas hacen de la posición de Mulvey concierne a la dificultad de categorizar la mirada (y a quien mira) sólo en términos de sexo y de evitar, por lo tanto, una consideración de atributos de género (masculino y femenino). En la década del ochenta la teoría feminista revisa el puntapié inicial de Mulvey para comenzar a des-esencializar la cuestión de la mirada y del sujeto de la mirada para atribuirle marcas de género. Teresa de Lauretis (1984) sugiere, por ejemplo, que el sujeto de la mirada está masculinizado (aunque sea mujer) mujer espectadora puede adoptar una posición masculina. También E. Ann. Kaplan (1983) critica la posición de Mulvey y sostiene que tanto hombres como mujeres pueden ser sujetos de la mirada y que, por lo tanto, la mirada no es únicamente dominio masculino. La misma Mulvey hace, más tarde, una reelaboración de su acercamiento de 1975 en "Afterthoughts"( 1981) y se refiere a un proceso de masculinización de la mujer espectadora.

9 El poder puede ser definido, en términos básicos, como el derecho sobre la vida y la muerte. Foucault desarrolla este concepto en The History of Sexuality y sostiene que desde el siglo XVII el biopoder se manifiesta de las siguientes formas: " One of these poles-first to be formed, it seems- centered on the body as a machine: its disciplining, the optimization of its capabilities, the extortion of its forces, the paralell increase of its usefulness and its docility, its integration into systems of efficient and economic control, all this was ensured by the procedures of power that characterized the disciplines: an anatomopolitics of the human body. The second, formed whatsoever later focused on the species body, the body imbued with the mechanisms of life and serving as the basis of the biological processes: propagation, births and mortality, the level of health life expectancy and longevity, with all the conditions that can cause these to vary. Their supervision was effected through an entire series of interventions and regulatory controls: a biopolitics of the population" (139). Este concepto ha sido más recientemente reelaborado por Hardt y Negri en Empire y por Giogio Agamben en Homo Sacer.

10 En su famosa discusión sobre la performance del género Judith Butler sostiene que los sujetos sociales/sexuales se constituyen a través de la cita y la repetición de normas regulatorias de la sexualidad. Estas normas son ideales y, por lo tanto, cuando un sujeto las repite, nunca es completamente exitoso en citarlas exactamente sino que las transforma. Cuando pensamos en subjetividades aceptables estamos considerando, en cierta medida, una representación más o menos exitosa de la subjetividad. Butler agrega que en ese proceso de identificación hay un "afuera constitutivo" que es el espacio de repudio que, como lo abyecto de Kristeva, funciona como guardián de la cultura. Esta sugerencia de Butler, de poner en juego la abyección en relación con los cuerpos que representan los géneros da cuenta no sólo de la subordinación de género de la que solíamos hablar sino que pone sobre la mesa la violencia y la exclusión de cuerpos vivos pero que, simbólicamente, se constituyen como "no sujetos" abyectos. Pero lo abyecto, para Butler, no sólo está constituido por el repudio de lo homosexual sino también por repudios de clases y etnias, en el sentido en que quedan afuera de los ideales dominantes (blancos, occidentales y burgueses).

Obras citadas

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Fecha de recepción: 16-02-2010
Fecha de aprobación: 26-02-2010

 

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