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Anclajes

versión On-line ISSN 1851-4669

Anclajes vol.26 no.3 Santa Rosa oct. 2022

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.19137/anclajes-2022-2639 

Artículos

Escrituras de viaje a África y memorias de la esclavitud en Dionne Brand y Saidiya Hartmann [1]

African Travel Writing and Memories of Slavery in Dionne Brand and Saidiya Hartmann

Escrita de Viagem Africana e Memórias de Escravatura em Dionne Brand e Saidiya Hartmann

1Universidad de Chile y Universidad Alberto Hurtado, Chile

2Universidad Alberto Hurtado, Chile

Resumen

Los libros A Map to the Door of no Return. Notes to Belonging (2001) de la escritora trinitaria-canadiense Dionne Brand y Lose your Mother. A Journey Along the Atlantic Slave Route (2006) de la estadounidense Saidiya Hartmann abordan el tema del viaje a África, en particular al espacio simbólico de la “Puerta de no Retorno”. Proponemos que estos textos contribuyen a la renovación del género de la escritura de viajes, ensamblando el desplazamiento geográfico con el esfuerzo por reconfigurar memorias genealógicas de la esclavitud. En estos textos encontramos sujetos afrodiaspóricos femeninos que transitan por las migraciones contemporáneas y las rutas de la trata esclavista, en desplazamientos acompañados por la interrogación de memorias familiares y colectivas que han sido silenciadas. En este itinerario, los libros cuestionan y subvierten los archivos sobre los viajes imperiales, a la vez que generan nuevas cartografías y reconstruyen genealogías organizadas en gran medida en torno a las experiencias de mujeres racializadas.

Palabras clave Saidiya Hartmann; Dionne Brand; Viaje Postcolonial; Diáspora Afrodescendiente; Puerta de No Retorno

Abstract

The books A Map to the Door of No Return. Notes to Belonging (2001) by Trinidadian-Canadian writer Dionne Brand and Lose your Mother. A Journey Along the Atlantic Slave Route (2006) by U.S. American Saidiya Hartmann address the subject of the journey to Africa, in particular to the symbolic space of the "Door of No Return". We argue that these books contribute to the renewal of the travel writing genre by assembling geographical displacement as ways of reshaping genealogical memories of slavery. In these texts, we find female Afrodiasporic subjects transiting contemporary migration movements and the slave trade routes, accompanied in these experiences by the interrogation of silenced family and collective memories. In this itinerary, the books question and subvert the archives on imperial journeys, while generating new cartographies and reconstructing genealogies organized largely around the experiences of racialized women.

Keywords Saidiya Hartmann; Dionne Brand; Postcolonial Travel; Afro-descendent Diaspora; Door of No Return

Resumo

Os livros A Map to the Door of No Return. Notes to Belonging (2001) da escritora trinidade-canadense Dionne Brand and Lose your Mother. A Journey Along the Atlantic Slave Route (2006) (2006) da americana Saidiya Hartmann aborda o tema da viagem à África, em particular ao espaço simbólico da "Porta do Não Retorno". Propomos que estes livros contribuem para a renovação do género de escrita de viagens, reunindo o deslocamento geográfico com o esforço de reconfigurar as memórias genealógicas da escravatura. Nestes textos, encontramos sujeitos afrodiasporicos femininos em trânsito pelas migrações contemporâneas e rotas de tráfico de escravos, em deslocações acompanhadas pelo interrogatório de memórias familiares e coletivas silenciadas. Neste itinerário, os livros questionam e subvertem os arquivos das viagens imperiais, ao mesmo tempo que geram novas cartografias e reconstroem genealogias organizadas em grande parte em torno das experiências das mulheres racializadas.

Palavras-chave Saidiya Hartmann; Dionne Brand; Viagem Pós-colonial; Diáspora Afrodescendente; Porta de Não-retorno

Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar.

La noche, no puedo recordarla. Ni el mismo océano podría recordarla. Pero no olvido el primer alcatraz que divisé. Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales. Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral.

Me dejaron aquí y aquí he vivido. Y porque trabajé como una bestia, aquí volví a nacer.

A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir.

“Mujer negra” de Nancy Morejón

En la primera estrofa de “Mujer negra”, poema publicado por la cubana Nancy Morejón en 1975, la voz poética refiere al momento inaugural de una historia colectiva: la travesía obligada de las personas africanas transportadas por la fuerza hacia el Nuevo Mundo. El texto condensa la experiencia de las mujeres negras que llegaron como esclavas a Cuba, trabajaron para distintos amos, tuvieron hijos suyos, pelearon en las guerras de independencia y finalmente en la revolución. Nos interesa detenernos en esas primeras líneas que imaginan la travesía y que combinan en su textualidad la experiencia del recuerdo y el olvido, de la presencia y de la ausencia. Como señala Claudette Williams, estos versos refieren a un tema frecuente en la historia y la literatura contemporáneas —los horrores del viaje desde África— pero desde una perspectiva que destaca la voluntad de supervivencia: la visión de la espuma del mar, las nubes del cielo y del alcatraz “transmiten su percepción del paisaje caribeño como un mundo brillante, superando así, si bien por inferencia, las bodegas tenebrosas de los barcos negreros y las profundidades oscuras del océano Atlántico, timba (sic) de incontables africanos esclavizados” (427).

Como Morejón, muchos escritores y escritoras afrodescendientes a lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI han explorado en sus textos lo que pudo haber sido para las personas esclavizadas la travesía por el Middle Passage, el pedazo de océano que separa al continente africano de las costas del Nuevo Mundo. La imaginación y la reconstrucción de ese viaje que cifra el origen de la diáspora negra en el mundo moderno ha ocurrido muchas veces de la mano del ejercicio inverso: el de recorrer, real o simbólicamente, el camino de vuelta desde el “Nuevo mundo” hacia África. El imaginario del retorno al origen, como han señalado James Clifford, William Safran, Khachig Tölölyan y otros especialistas, constituye uno de los elementos que caracterizan a las comunidades diaspóricas y que contribuyen a otorgarles cohesión[2].

En este artículo analizamos dos libros publicados a inicios del siglo XX que actualizan la pregunta por el lugar de África en el imaginario de la diáspora afrodescendiente: A Map to the Door of no Return. Notes to Belonging (2001) de Dionne Brand y Lose your Mother. A Journey Along the Atlantic Slave Route (2006) de Saidiya Hartmann. Se trata de textos genéricamente híbridos[3] —el de Brand se presenta como autobiografía en la contraportada, pero nos parece más apropiado pensarlo como un collage de memorias con fragmentos ensayísticos y otros poéticos; mientras el de Hartmann mezcla la crónica de su viaje con recuerdos personales y la reconstrucción de episodios históricos— que reflexionan sobre el trauma del tráfico de esclavizados, los desplazamientos forzados, el olvido, la memoria, las genealogías enterradas y los esfuerzos imposibles por recuperarlas. Nos interesa acá principalmente leer estos libros en términos de su relación con el género de la literatura de viajes, la trata esclavista, el retorno afrodescendiente y la configuración de nuevos archivos. Proponemos que estos textos dialogan de un modo crítico con la tradición imperial asociada a la literatura de viajes y exponen críticamente la perspectiva monológica del archivo colonial que reúne mapas, relatos de exploraciones en África, cartas y diarios de vida de mercaderes, marineros y capitanes de barcos esclavistas. Sobre la base de este tipo de documentos se ha reconstruido la historia del tráfico triangular, de la disputa de las naciones europeas por el control de la trata y se han configurado imaginarios sobre África, sus habitantes y el éxodo de quienes fueron esclavizados a lo largo de cinco siglos[4]. Si, como sugiere Laura Catelli, el archivo colonial está atravesado por las “discontinuidades y contradicciones vinculadas a almacenar, guardar/olvidar y recrear/destruir” (149), las experiencias y voces de quienes figuraban en listas de inventarios bajo la denominación de “piezas de ébano”, sistemáticamente cayeron en el polo del olvido, la destrucción y el borramiento.

Los textos de Brand y Hartmann forman parte de y dialogan activamente con una tradición literaria afrodiaspórica que ha jugado un rol fundamental en el esfuerzo por recuperar las huellas e historias de las personas secuestradas en África. Las autoras analizadas articulan sus libros en gran medida en torno a distintos modos y experiencias de viajes, a través de los cuales se desplazan personas, objetos, memorias, relaciones e ideas. En línea con las propuestas de Erica Johnson, sostenemos que A Map… y Lose your Mother… participan de la creación de un neo-archivo, término que hace referencia a “fiction that creates history in the face of its absence[5]” (157). Nos interesa mostrar de qué modo en estas propuestas en particular, este gesto creativo involucra experiencias autobiográficas que se imbrican con historias familiares, y se abren hacia dimensiones colectivas que buscan restablecer los puentes entre las comunidades afrodiaspóricas y África. Proponemos también que se trata de textos articulados en torno a una paradoja que adquiere en ellos un carácter constitutivo: la coexistencia del impulso urgente de recuperar genealogías y conexiones perdidas con la certeza lúcida de que es imposible alcanzar lo que se proponen. Veremos cómo estos relatos fundan el inicio de sus búsquedas en frustraciones infantiles, en esfuerzos fallidos de reconstruir historias familiares que fueron interrumpidas por la migración, la trata y la esclavitud. Sin embargo, y pese a la conciencia de que la distancia geográfica y temporal que separa a la diáspora africana de sus orígenes es irremontable, estos textos afirman la importancia de interrogar el pasado, de recuperar historias olvidadas y silenciadas, de confrontar relatos y discursos oficiales y de imaginar nuevos viajes, recorridos, sujetos y comunidades. Un elemento distintivo de las exploraciones de Brand y Hartmann se relaciona con el tema del género sexual, central también en el poema de Morejón que usamos como epígrafe. La experiencia fundamental sobre la que vuelven estas autoras es la de las mujeres arrancadas de África y la de sus descendientes en la diáspora, y el viaje (im)posible que recrean es el que las devuelve a ese origen en el que tienen aún más dificultades que los hombres para recuperar un sentido de pertenencia.

Literatura de viajes

Los libros Orientalismo (1978) de Edward Said y Ojos imperiales (1992) de Mary Louise Pratt constituyen referencias fundamentales cuando se piensa en el análisis crítico del género de la literatura de viajes, que participó de los procesos de construcción de identidades eurocéntricas, definidas en gran medida en función de sus relaciones de diferencia con los “otros” sometidos al poder imperial. La crítica ha asociado esta escritura a los distintos géneros discursivos que acompañaron y apoyaron los procesos de expansión colonial, mediante una retórica del imperio basada en una serie de tropos específicos tales como exotización, degradación, apropiación, etc. (Spurr). De este modo, la teoría postcolonial volvió su mirada sobre los escritos de viajes canónicos denunciando su complicidad con los procesos de colonización, que explotaron las tierras, recursos y sujetos ubicados en los territorios sometidos por el imperialismo.

Un segundo momento de la crítica postcolonial, en el que también juega un rol importante Edward Said, esta vez a partir de la publicación de Cultura e imperialismo (1993), presta atención a la resistencia que ejercen las personas colonizadas frente a las imágenes y discursos que las configuran de modo estereotipado e inferiorizador. Los viajes de los colonizados a las antiguas metrópolis imperiales y sus desplazamientos dentro de y hacia territorios recientemente descolonizados —un hito muy importante en el surgimiento de este nuevo momento son los procesos de descolonización que se inician al finalizar la Segunda Guerra Mundial— impulsaron la escritura de textos de viajes de signo muy distinto a los de la tradición imperial. Como señala María Lourdes López, “no longer an instrument of imperial expansion, travel writing has become a powerful vehicle of cultural critique, particularly in the hands of special-interest groups such as ‘postcolonial’ authors[6]” (51). El colapso de los imperios europeos ha producido un descentramiento de la cultura occidental, acompañado de un sentimiento de culpabilidad por el pasado colonial europeo (53). Los escritores postcoloniales buscan, en sus relatos de viaje, desarticular los mapas imperiales y configurar nuevas cartografías de sus territorios, por los que se desplazan muchas veces tras las huellas de los trazados y rutas existentes antes de la dominación imperial. Asimismo, suelen impugnar activamente el lugar estereotipado de “otros” donde los ha ubicado la mirada europea y confrontar los discursos que afirman la superioridad occidental y la asociación entre colonización y civilización (Césaire “Discurso sobre el colonialismo”).

Una tendencia contemporánea de la crítica postcolonial aborda estas nuevas producciones de literaturas de viajes atendiendo a su novedad, hibridez, ambigüedad y carácter crítico. Desde esta perspectiva el sujeto del viaje es concebido como alguien que se mueve por un espacio global y transnacional en que se traspasan lenguas y se cruzan fronteras bajo el impulso del flujo económico de la migración intercontinental. Justin D. Edwards ilumina la relación entre transnacionalismo y escritura de viajes postcolonial desde conceptualizaciones afines a las que desarrollamos en este artículo: “Theories of transnationalism thus offer insights into a postcolonial travel writer’s complex personal, textual, and geopolitical relationships to the places where she travels, and her links to multiple homelands or senses of belonging[7]” (29). En la actualidad este corpus textual atiende también a una memoria cultural del espacio geográfico que integra un archivo de mapas, escrituras e iconografías para descentrarlo y criticarlo. Así, la escritura de viajes postcolonial confronta este archivo y lo interviene, modificando sus presupuestos, dinámicas y materialidades bajo una nueva mirada itinerante que integra un cuestionamiento también desde perspectivas de género sexual.

Para el análisis de los textos de Brand y Hartmann es muy relevante la observación de críticos como Barbara Korte, Patrick Holland y Graham Huggan de que los relatos de viaje contemporáneos se caracterizan por estar más orientados a los sujetos en movimiento que a la exploración de un mundo que, por lo demás, es mucho más conocido y accesible en el contexto actual. Es decir, se trata de viajes menos orientados al descubrimiento y descripción de territorios “nuevos” que a la exploración de experiencias subjetivas en gran medida estimuladas y favorecidas por los movimientos de quienes después los relatan. Otro cambio importante se da en el nivel de quien viaja: ya no se trata del explorador blanco, europeo, heterosexual[8] que despliega su libertad y autonomía en el desplazamiento por distintos espacios y que configura su identidad a partir de la confrontación con “otros”. En los textos afrodiaspóricos contemporáneos viajan hombres y mujeres que no buscan la alteridad para diferenciarse, sino espacios, culturas y sujetos con los que identificarse y memorias con las que reconstruir genealogías. Sin embargo, los textos de Brand y Hartmann muestran cómo muchas veces los esfuerzos de reconocimiento y afiliación se ven atravesados por la diferencia que asume nuevas modulaciones en el horizonte del viaje. En el caso concreto del retorno a África las personas afrodescendientes se ven confrontadas a un mundo que en muchos sentidos les es ajeno y para el que son igualmente extrañas. En un interesante juego de miradas que se despliega sobre todo en Lose your Mother, la viajera es, alternativamente, la que observa a los “otros” africanos y la “otra” observada por ellos, que la señalan desde su llegada como obruni, extranjera:

As Hartman illustrates, Ghana does not at all feel like a welcoming place. From the beginning of her journey, right from the moment she steps off the bus in Elmina, she is treated as a stranger […]. Instead of embracing her as a long-missing sister, the Ghanaians, in a distancing move, call her obruni, a term used for privileged and wealthy foreigners and visitors from other countries. In Ghana, she suffers from a sense of alienation and loss similar to her experiences of exclusion in the United States[9]. (Nehl 88)

Sin embargo, mientras en Estados Unidos su exclusión se funda en su color de piel, que funciona como marca de diferencia, en África este rasgo fenotípico no parece ser ni necesario ni suficiente para hacer desaparecer las diferencias de historia, de lengua, de cultura, de poder adquisitivo, etc. que los separan de sus visitantes: “But then I learned to accept it. After all, I was a stranger from across the sea. A black face didn’t make me kin[10]” (4).

En términos de los viajes de retorno a África, los libros de Brand y Hartmann dialogan sobre todo con otras experiencias contemporáneas que recorren esa misma ruta. Sus protagonistas viajan —o con la imaginación o en un desplazamiento real— al continente del que provienen sus ancestros en un esfuerzo por recuperar una pertenencia que, como ya señalamos, saben irremediablemente perdida. Los sitios de memoria de la trata y la esclavitud se convierten, en sus itinerarios, en lugares especialmente problemáticos, debido a su conversión en atractivos turísticos orientados en primer lugar a afroestadounidenses con dinero. La presencia de grupos que visitan castillos y mercados asociados a la trata, y que muchas veces participan de rituales de reconexión con los ancestros, despierta sentimientos encontrados en Hartmann durante su viaje por esos mismos lugares. El evidente interés económico que motivó la declaración del año 2019 como el Año del retorno a África por parte de Ghana y el que McDonald’s organizara tours “McRoots” a Senegal y Gambia (163) [11] , confronta a las narradoras y a sus lectores con el complejo desafío ético que han enfrentado muchos otros memoriales en el mundo, especialmente ante lo que hoy se comprende como “dark tourism” o “dark travel” (Clarke 51) [12] . Estos conceptos hacen referencia a prácticas y discursos culturales relativos a los viajes a lugares de memoria que remiten a historias traumáticas y perturbadoras.

La curiosidad infantil y la memoria silenciada

Los libros de Brand y Hartmann vuelven sobre los orígenes personales o familiares de sus autoras en el Caribe. Brand, nacida en 1953 en Guayaguare, Trinidad, migró a los 17 años a Canadá, donde ha vivido en Toronto y otros lugares y desde donde ha retornado temporalmente al Caribe, mientras que Saidiya Hartmann es afroestadounidense, aunque sus abuelos paternos provienen de Curazao. Ambos textos ubican el punto de partida de las inquietudes que las llevan a volver la mirada hacia África en experiencias infantiles. Las voces narrativas recuerdan que de niñas asediaron a sus abuelos para que les contaran las historias de sus familias. Saidiya Hartmann relata que supo por su abuelo que su abuela y bisabuela habían sido esclavas, pero que él no había podido —o querido— profundizar en esta información. No existían anécdotas, datos ni menos fotografías que le permitieran imaginar las vidas de sus ancestras esclavizadas. Como mujer adulta reflexiona: “The gaps and silences of my family were not unusual: slavery made the past a mystery, unknown and unspeakable[13]” (13). Para llenar esos silencios recurre, en primer lugar, a la revisión de archivos sobre la esclavitud en Estados Unidos, en los que busca posibles referencias a la historia de sus antepasadas directas. Con el mismo objetivo, más adelante emprenderá el viaje que relata en el libro que analizamos en este artículo.

La niña de Trinidad del libro de Brand, por su parte, persigue a su abuelo mientras enumera distintos nombres — Yoruba, Ashanti, Ibo, Mandingo—, esperando que en algún momento él reconozca su origen. Sin embargo, esto nunca ocurre y en la niña se abre un espacio, una fisura: “Having no name to call on was having no past; having no past pointed to the fissure between the past and the present. That fissure is represented in the Door of No Return… The place where all names were forgotten and all beginnings recast[14]” (5). A partir de esa herida que deja en la protagonista la falta de respuesta a su pregunta infantil se despliegan las heterogéneas exploraciones que configuran la textualidad de A Map… Este libro reconstruye de modo fragmentario y sin seguir un orden cronológico momentos de la vida de su personaje principal en los distintos lugares que habita. El primer desplazamiento migratorio —de Trinidad a Canadá— es referido solo brevemente hacia el final de la obra. El tema del viaje en sí mismo, como experiencia y de algún modo como destino, es central para toda la organización del texto. Sin embargo, el viaje fundamental que organiza la escritura es el que la voz enunciativa explícitamente declara que aún no ha realizado: “I have not visited the Door of No Return, but by relying on random shards of history and unwritten memoir of descendants of those who passed through it, including me, I am constructing a map of the region[15]” (19). En su calidad de presencia ausente (21), de punto de partida y de origen de la diáspora, la Puerta es, para la voz narrativa de Brand, “the historical moment which colours all moments in the Diaspora[16]” (24). En sus reflexiones sobre las subjetividades y cuerpos negros que se construyen en la diáspora, A Map… vuelve una y otra vez sobre ese punto de partida, a partir del cual se empieza a asociar a los descendientes de africanos con la esclavitud y se los encierra en su existencia diaspórica: “Getting to the Door of No Return needs no physical apparatus except the mind; the body is the prison[17]” (45). Sin embargo, y como ya comentamos, aunque la narradora no visita los puntos de partida de la trata, su texto se configura en gran medida a partir de referencias a relatos de viajes de distintas épocas y sujetos y también de sus propios desplazamientos migratorios.

Lose your Mother narra el viaje de su autora a Ghana y desde ahí a los sitios fundamentales de la trata en la costa y el interior de África. El relato de esta experiencia está precedido por la historia de la migración de sus abuelos paternos de Curazao a Estados Unidos, país al que llegaron con la expectativa de juntar dinero para después regresar al Caribe en un retorno que nunca pudieron realizar: “When it became clear that they would never return home, my grandparents erected a wall of half-truths and silence between themselves and the past. In time, they decided the present was all they could bear. They died in the States with their green cards as the only proof that they had once belonged elsewhere[18]” (15). La narradora de Lose your Mother ubica en lo que de joven ve como un “fracaso” de sus abuelos el impulso para aventurarse en el viaje a África, concebido como la posibilidad de recuperar un lugar y un tiempo del que sus ancestros fueron expulsados: “Unlike my grandparents, I thought the past was a country to which I could return[19]” (15).

Además de las escenas de curiosidad infantil y de frustración por la imposibilidad de construir árboles genealógicos que vayan más allá de la generación de los abuelos, las protagonistas de A Map… y de Lose your Mother relacionan su atracción por África con las dificultades que enfrentan en Norteamérica. El racismo y la opresión que las afectan cotidianamente en tanto mujeres negras y que impactan en las vidas de todos los miembros de su familia y comunidad impulsa una reflexión continua sobre los orígenes de una estructuración social en la que ocupan posiciones subalternas. Esos orígenes se remontan a la llegada de sus ancestros en calidad de esclavizados y a la organización de sus sociedades en torno a la institución esclavista. De ahí que ambos libros desplieguen miradas que integran la historia de la trata y de la esclavitud con la pervivencia de la violencia policial, institucional y cotidiana contra las personas negras[20].

En torno al árbol del olvido

La reconstrucción de los viajes referidos en A Map… y en Lose your Mother se apoya fuertemente en la referencia y recuperación de un conjunto de textos de distintas épocas y procedencias. El retorno real o simbólico al punto de partida o de creación de la diáspora africana —la Puerta de no Retorno— representa en ambos casos un esfuerzo por reconectar con historias y memorias suprimidas. Saidiya Hartmann se detiene largamente en su libro en los ritos destinados a borrar en los esclavizados los recuerdos de su vida previa a la captura. De este modo, se decía, no se resistirían ni a la travesía ni a su vida en cautiverio y una vez muertos no volverían para asediar a los vivos. Los bailes en torno al pozo o al árbol del olvido, los brebajes preparados por curanderos, entre otros ritos, despojaban a los esclavizados de su vida anterior y los arrojaban al vacío de una vida de orfandad:

Every part of West Africa that trafficked in slaves possessed its own Lethe, rivers and streams whose water made slaves forget their pasts, dense groves that trapped old memories in the web of leaves, rocks that obstructed entrance to the past, amulets that deafened a man to his mother tongue, and shrines that pared and pruned time so that only today was left[21] (156).

To lose your mother was to be denied your kin, country, and identity. To lose your mother was to forget your past[22]. (85)

Los títulos de los dos libros hacen referencia a ese lugar y momento en el que termina la vida arraigada a familias y ancestros y comienza la travesía despojada de huellas hacia un mundo en el que lo que se hereda de padres a hijos es la esclavitud y un fenotipo y color de piel desvalorizados. La prohibición de conservar los nombres africanos en las sociedades esclavistas significó la interrupción de “la continuidad de las familias que garantizaba el apellido. El apellido indica la existencia de lazos sanguíneos, tradición y patrimonio, como los eslabones genuinos de una cadena, una cadena familiar de seres que se pueden rastrear” (Gates 5).

Los libros de Brand y Hartmann entrelazan permanentemente la iluminación de la ausencia y el olvido con el esfuerzo de recuperar y recrear las huellas escasas y dispersas de las experiencias de sus ancestros. En su estructuración reconocemos el carácter fragmentario de las memorias que emergen de la imaginación de escenas, episodios, evocaciones. Para Paul Ricouer, el problema de la memoria implica dos modalidades de la ausencia: lo pasado y lo imaginario. Recordar es siempre comparar con lo perdido, con lo heredado que ya no está presente. Se trata de un trabajo de creación, que ensambla componentes diversos provenientes de la documentación, la escucha y el desplazamiento. En el artículo “Building the Neo-Archive: Dionne Brand's A Map to the Door of No Return” Erica Johnson analiza cómo en A Map… se recurre a los archivos coloniales para mostrar una historia que ha sido contada desde la perspectiva de los invasores. Fragmentos de relatos de viaje a África, de cartas y diarios de vida de capitanes de barcos esclavistas, referencias a mapas y cartografías dan cuenta de una historia en la que no tienen lugar las experiencias de las personas convertidas en mercancías. Saidiya Hartmann también se sirve de un gran número de documentos y libros que le permiten reconstruir la historia del Castillo de Elmina, en la Costa de Ghana, y las peripecias de viajeros en África, pero en los que no encuentra las voces de las víctimas de la trata. Ambos libros, entonces, dialogan con y citan obras que refieren a los espacios y procesos históricos que a las autoras les interesa recuperar, pero que finalmente refuerzan la convicción de que hay una historia y memorias que han desaparecido de forma inexorable. Las múltiples maneras en que la voz enunciadora del texto de Brand da vueltas en torno a la Puerta de no Retorno evidencia la paradoja constitutiva que atraviesa muchas escrituras diaspóricas: si bien es indudable que la esclavitud significó una interrupción radical de las posibilidades de transmisión de una memoria cultural, la búsqueda de sus huellas tiene un rol central en las configuraciones identitarias de la diáspora. Por otra parte, aunque para Brand y Hartmann la experiencia de la esclavitud es fundamentalmente irrepresentable, eso no implica renunciar al esfuerzo de salvar del olvido las vidas e historias sepultadas en los calabozos de la costa africana, en el fondo del océano del Middle Passage o en las plantaciones del Caribe y América.

Los libros de Brand y Hartmann discuten también lo que probablemente sea la dimensión más dolorosa de las historias que buscan recuperar: el tema de la complicidad de los africanos con la captura y el tráfico de esclavos. El tiempo que pasa en Ghana y sus investigaciones en torno a los roles de los nobles africanos en la cacería de esclavos llevan a Saidiya Hartmann a la conclusión de que solo puede identificarse con los plebeyos (commoners), que también en África tuvieron que huir y pertrecharse para defenderse de las tribus más poderosas que los querían esclavizar:

If after a year in Ghana I could still call myself an African American, it was because my Africa had its source in the commons created by fugitives and rebels, in the courage of suicidal girls aboard slave ships… For me, returning to the source didn´t lead to the great courts and to the regalia of kings and queens. The legacy that I chose to claim was articulated in the ongoing struggle to escape, stand down, and defeat slavery in all its myriad forms[23]. (Hartmann 234)

Vemos acá cómo el trabajo de memoria se articula en torno a procesos activos en los que se exploran, se seleccionan y crean nuevos sentidos, que conllevan también un acercamiento crítico a las historias africanas, a las identificaciones panafricanas y a las formas en que los sujetos y colectivos contemporáneos se posicionan frente a ellas.

Con respecto al rol jugado por los mismos africanos en la captura y venta de esclavizados, en el apartado titulado “Captive and Inhabited”, A Map… intercala fragmentos de una carta escrita por el mercader holandés William Bosman en 1700 —en la que describe mercados de esclavos en África— con referencias a un documental del intelectual Henry Louis Gates sobre civilizaciones africanas, el Middle Passage y la Puerta de no Retorno. En la entrevista que le hace a un africano de Kumasi, un lugar importante en la geografía de la trata, en un momento el documentalista, descrito como un erudito que normalmente se caracteriza por ser sofisticado (31), parece querer atravesar el tiempo y el espacio con la pregunta: “Why did you sell us?[24]” (31). Para la narradora se trata de una pregunta infantil e ingenua, que la avergüenza y que la lleva a reflexionar sobre la imposibilidad de responder esa y tantas otras interrogantes vinculadas a la Puerta de no Retorno. Más adelante, A Map… recupera otra escena del documental: en esta se muestra la visita de Gates a la Puerta de no Retorno en el Castillo de Elmina, en Ghana. Está ahí acompañado de otros afroestadounidenses a quienes en un momento dado les pregunta si saben que sus ancestros fueron vendidos por africanos: “They reply no. The knowledge seems to add greater sadness to them. The scene is full of silences. Even a film editor cannot cut out or put in such silences[25]” (33).

De este modo, en A Map… y Lose your Mother no solo se expresan las dificultades que entraña recuperar las historias de las personas esclavizadas en África y expulsadas del continente a través de la Puerta de no Retorno, sino también se denuncia la complicidad de muchos reyes, nobles y comerciantes africanos con este negocio. Sin embargo, esta connivencia motiva en cada autora reflexiones e identificaciones distintas. En el caso de Brand, refuerza la convicción de que la comunidad a la que pertenece es la de la diáspora, la de quienes como ella habitan sus cuerpos negros fuera del continente del que salieron sus ancestros. Hartmann, por su parte, señala explícitamente que las relaciones de afiliación que le interesa reconstruir, imaginar, preservar son las que la unen al mundo plebeyo, perseguido y esclavizado en África, marginado y excluido en el Nuevo Mundo. Es interesante notar que en este aspecto la propuesta de Hartmann parece dialogar con un poema temprano y fundamental en la tradición del pensamiento panafricano y específicamente del movimiento de la negritud: el Cuaderno de un retorno al país natal (1939) del poeta, intelectual y político martiniqueño Aimé Césaire. En su regreso a Martinica, el hablante lírico del Cuaderno… vuelve la mirada hacia África en tanto lugar de origen de los afrodescendientes de la diáspora e insiste en la importancia de reconocer esta afiliación y la historia de opresiones de las que provienen:

No, jamás hemos sido amazonas del rey de Dahomey, ni príncipes de Ghana con ochocientos camellos, ni doctores en Tombuctú cuando reinaba Askia el Grande, ni arquitectos en Djenné, ni madhis, ni guerreros. No sentimos en las axilas la picazón de los que antaño portaban la lanza. Y ya que juré no ocultar nada de nuestra historia (yo que nada admiro tanto como el carnero que pace su sombra de la tarde), quiero convenir que fuimos siempre lavaplatos bastante chambones, limpiabotas sin nervio, y en el mejor caso, hechiceros bastante concienzudos, siendo la única marca que hemos batido la de aguantar pacientes el fuete (56).

Del archivo al neoarchivo, salir y regresar a África como mujer

El capítulo “The Dead Book” de Lose your Mother se detiene en el trabajo concreto de revisión del archivo que permite no solo contribuir a la configuración de un neoarchivo en los términos que propone Erica Johnson, sino también reflexionar en torno a los modos en que se tejen algunas historias y los múltiples intereses que pueden ponerse en juego en el rescate simbólico de una vida. Hartmann retoma en este apartado el caso de una joven africana asesinada por el capitán del barco Recovery que lleva un cargamento de esclavizados hacia la isla caribeña de Granada. Aunque además de ella murió otra joven y otros veintiún prisioneros, es a ella en concreto a quien Hartmann busca salvar del olvido. Esto debido a que a pesar de la ausencia de registros del nombre y de la historia de la muchacha, su caso particular desató una serie de eventos que permitieron individualizarlo y aprovecharlo para la lucha abolicionista. Sin embargo, también en este nivel se observa la paradoja que identificamos como elemento estructurador de todo el libro: se sabe de antemano que el esfuerzo movilizado no puede dar los resultados buscados, pero eso no inhibe el impulso, sobre todo por el valor que se le otorga al conjunto de reflexiones que permite desarrollar. Con respecto a la historia de la chica leemos en Lose your Mother: “I too am trying to save the girl, not from death or sickness or a tyrant but from oblivion. Yet I am unsure if it is possible to salvage an existence from a handful of words: the supposed murder of a Negro girl. Hers is a life impossible to reconstruct, not even her name survived[26]” (137 cursivas en el original).

A partir de una serie de documentos de archivo —los documentos del juicio contra el capitán John Kimber en Londres en 1792, la presentación que hizo el abolicionista William Wilberforce de este caso ante al Parlamento inglés, la ilustración satírica de Cruikshank titulada “The Abolition of the Slave Trade” que circuló en Londres y que muestra a la mujer colgada del mástil, entre los más importantes— “The Dead Book” reconstruye esta historia desde los puntos de vista del médico y el contramaestre que más tarde denunciaron al capitán por su brutalidad, del abolicionista Wilberforce que ve la fuerza alegórica que tiene ese caso en particular e incluso del médico que justifica sus acciones en términos de la responsabilidad que tenía de cumplir con éxito su misión. La última parte, muy breve, del capítulo está dedicada a imaginar la posición de la mujer, cuya negativa a comer y a bailar —que es por lo que el capitán decide castigarla, ya que podría ser un mal ejemplo para el resto del “cargamento humano”— es interpretada como un acto de resistencia, de conservación de un mínimo de agencia frente al despojo:

She curled into a ball in the corner of the deck. Her body hurt and she trembled. The furtive glances of the women made her feel pitiful and weak. Had she been capable of tears, they would have streamed down her face. Had her tongue not made speech impracticable, had it been possible for a corpse to speak, she would have said, “You are wrong. I am going to meet my friends.” All they could see was a girl slumped in a dirty puddle and not the one soaring and on her way home[27]. (152)

Las personas sometidas a la esclavitud creían que a su muerte regresarían a África. Para los tratantes, los capitanes de barcos y capataces del Nuevo Mundo evitar que los esclavos se suicidaran era un desafío constante y es en esos términos que Kimber, el capitán del barco, justificó sus esfuerzos por impedir que la joven cayera en la melancolía, muriera y además contagiara al resto de su “carga” con ese ánimo mortuorio. En el párrafo recién citado, la actuación de la muchacha se ve motivada por su deseo de volver a su tierra, de escapar del barco y la esclavitud. La narradora, sin embargo, destaca en el último párrafo del capítulo que este final es lo que ella necesita para encontrar algún sentido en la historia que busca recuperar, pero que no es algo que realmente rescate a la víctima del olvido.

En su análisis del juicio contra el capitán Kimber —que terminó con este exculpado y sus acusadores obligados a pagarle una compensación—, Hartmann destaca la importancia que le concede el abolicionista Wilberforce a este caso particular, quien considera que va a tener un impacto mucho más eficiente en la opinión pública que la propaganda que enumeraba un sinfín de víctimas y modos de maltrato. El asesinato brutal de una mujer joven, descrita y representada en términos que destacaran su inocencia y pudor, debería conmover más a la audiencia que la muerte de millones de esclavos: “The girl touched something in Wilberforce. It was his shame. He wanted others to feel it too[28]” (142).

En otros capítulos de Lose Your Mother la atención de la viajera se centra en lo que ve de la vida de las mujeres en los distintos lugares que visita en África. Estas no solo no ocupan posiciones de autoridad en los pueblos que visita, sino que incluso en términos espaciales su posición inferior se ve subrayada porque solo participan desde los márgenes. Cuando después de reunirse con el jefe de Salaga la narradora les pregunta a unas mujeres que trabajan en la calle lo que saben de la esclavitud, ellas responden: “The wife is the true slave[29]” (195). Aunque se destaca el tono jocoso de la respuesta, la descripción previa de todas las tareas que cumplen las mujeres en el villorrio muestra que su situación es, por lo menos, de explotación. El libro muestra así cómo la experiencia de la trata, el viaje transatlántico y la vida en esclavitud tiene características particulares para las mujeres y que contemporáneamente tanto en Estados Unidos como en África estas siguen sufriendo formas de opresión motivadas por su género sexual. Desde una perspectiva interseccional, podemos decir que lo que destaca Hartmann es la posición particular de mujeres que son negras y, en muchos de los casos descritos, también son pobres.

Dionne Brand observa con atención la experiencia de las mujeres afrodescendientes, tanto en la diáspora como en los relatos que conoce sobre África. En términos de género sexual es muy interesante que en The Blue Clerk (2018), el ars poetica que publicó después de A Map…, la voz lírica que construye esta autora relata que finalmente visitó el Castillo de Elmina, una de las principales “Puertas de no Retorno”. Y lo que leemos es lo siguiente:

In December, any December, standing in Elmina, the dirt floor, the damp room of the women’s cells, nation loses all vocabulary. Loses its whole alphabet. I have no debts. I have no loves. A soccer game every four years; maybe that. I have two eyes that see where the body that carries them sleeps. I have the drama of skies, no question: an affinity for blues… But which nation ever said of a woman she is human? So what allegiances do you have? Temporary and provisional, wherever[30]. (40)

Según esta cita, para las mujeres en general, y las de la diáspora negra en particular, no existe ninguna nación que realmente haya defendido la plena humanidad de esa mitad de la población. Es posible establecer un diálogo productivo entre este poema en prosa de The Blue Clerk y la frase de Eduardo Galeano que aparece citada dos veces en A Map….: “I’m nostalgic for a country which doesn’t yet exist on a map[31]” (52). Si lo pensamos en términos de la distinción propuesta por Svetlana Boym —que en The Future of Nostalgia distingue entre la nostalgia restaurativa y la nostalgia reflexiva—, la nostalgia “galeana” con la que se identifica Brand correspondería al segundo tipo, la que “does not follow a single plot but explores ways of inhabiting many places at once and imagining different time zones; it loves details, not symbols. At best, reflective nostalgia can present an ethical and creative challenge, not merely a pretext for midnight melancholies[32]” (“Introducción”). En A Map… destaca precisamente el carácter reflexivo y creativo de las miradas volcadas a la exploración de las historias, documentos, mapas, cartografías, recuerdos y fantasías, no con el fin de dejar la vista fija en ellas, sino de reconocer sus vínculos y huellas en el presente y de revisarlas en función de la elaboración de proyectos que reconozcan la plena humanidad y ciudadanía de las mujeres.

Algunas reflexiones finales

Los libros que analizamos en este artículo reescriben el género de la literatura de viajes desde una perspectiva postcolonial cifrada en la mirada y el movimiento de un sujeto afrodiaspórico femenino que recorre los imaginarios espaciales de las rutas de la trata y del continente africano al tiempo que transita por las memorias familiares y colectivas. Para elaborar y resignificar estas memorias, el relato de viajes aparece como un género con mayor apertura que las ficciones del yo o la biografía familiar, justamente porque implica una exploración de los tránsitos entre continentes y una posibilidad de sostener encuentros con la alteridad.

Estos esfuerzos de recuperación y visibilización de historias se ven fuertemente impulsados por las experiencias personales de las autoras y sus comunidades en sociedades racistas y excluyentes, que ponen en duda de manera permanente la pertenencia y el estatus ciudadano de las personas afrodescendientes: “If slavery feels proximate rather than remote and freedom seems increasingly elusive, this has everything to do with our own dark times[33]” (Hartmann 133). Es por eso que proponemos que en estos libros el gesto más importante no es necesariamente el del retorno a otros tiempos o al continente perdido, sino el de hacer ese gesto para señalar hacia un futuro que debe ser construido en términos muy distintos a los del pasado y el presente. Robert Clarke enfatiza esta condición performativa y prospectiva de la literatura de viajes postcolonial en los siguientes términos: “postcolonial travel writing bears witness to the enduring legacies of the past in ways that trouble contemporary certainties, and it performs the valuable political and moral work of reckoning with the past in the name of a just future[34]” (49). Las escrituras analizadas en este artículo muestran cómo el viaje del retorno es un modo de hacer memoria desde el presente y de proyección hacia el futuro, con una dimensión social que le es constitutiva. Viajar y recordar estimula a las personas y sus colectivos a pensarse como agentes capaces de transformar sus vidas y sus contextos, algo que para la diáspora africana es fundamental pues permite actualizar la enorme capacidad de resistencia desplegada en distintos momentos de su historia.

Referencias bibliográficas

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Notas

[1]Este artículo presenta resultados del Proyecto ANID Fondecyt Regular Nº 1190607, dirigido por Lucía Stecher, y del Proyecto ANID Fondecyt Regular Nº 1201731, dirigido por María Teresa Johansson. Se agradece también al proyecto “Connected Worlds: the Caribbean, Origin of Modern World” financiado por el programa de investigación e innovación de la Unión Europea Horizon 2020 (Maria Sklodowska Curie grant agreement Nº 823846).

[2]En la propuesta de William Safran, las diásporas son comunidades extranjeras minoritarias cuyos miembros comparten los siguientes rasgos: a) provenir de un mismo lugar de origen del cual han sido expulsados; b) retener una memoria colectiva de esa patria original; c) alimentar la idea de un eventual regreso al país de origen; d) sentirse alienados y aislados de la sociedad anfitriona (88-9).

[3]Para la crítica la hibridez genérica es una de las características centrales de los relatos de viaje contemporáneos. Para Patrick Holland y Graham Huggan los textos sobre viajes toman elementos de disciplinas como la historia, las ciencias sociales, el periodismo, la autobiografía y la ficción (López 55).

[4]Se calcula que entre 1501 y 1866 fueron esclavizadas y embarcadas en África un total de 12.521.337 de personas africanas (https://www.slavevoyages.org/assessment/estimates) y que unos dos millones de esclavizados murieron en algún punto del Middle Passage.

[5]“Una ficción que crea historia en su ausencia”. Esta y todas las otras citas del inglés han sido traducidas por nosotras, a menos que se indique lo contrario.

[6]“La literatura de viajes ha dejado de ser un instrumento de expansión imperial, para convertirse en un poderoso instrumento de crítica cultural, sobre todo en manos de grupos específicos como el conformado por los autores ‘postcoloniales’”.

[7]“De este modo, las teorías del transnacionalismo ofrecen una visión de las complejas relaciones personales, textuales y geopolíticas que los escritores de viajes poscoloniales establecen con los lugares a los que viajan, y de sus vínculos con múltiples patrias o sentidos de pertenencia”.

[8]En realidad, ya para la literatura de viajes asociada al despliegue del imperialismo se observa que los desplazamientos dotaban a los hombres homosexuales de la posibilidad de vivir experiencias y desarrollar vínculos homoeróticos con mayor libertad que la que tenían en sus sociedades de origen. Se trata, sin embargo, de aspectos difícilmente tematizados en sus textos, lo que los diferencia del desarrollo contemporáneo de una línea de literatura de viajes en la que las identidades y experiencias homosexuales constituyen la temática central.

[9]“Como ilustra Hartman, Ghana no parece en absoluto un lugar acogedor. Desde el principio de su viaje, desde el momento en que baja del autobús en Elmina, es tratada como una extraña. En vez de acogerla como a una hermana desaparecida, los ghaneses, en un gesto de distanciamiento, la llaman obruni, un término utilizado para referirse a los extranjeros privilegiados y ricos y a los visitantes de otros países. En Ghana ella sufre una sensación de alienación y pérdida que resultan semejantes a sus experiencias de exclusión en Estados Unidos”.

[10]“Pero luego aprendí a aceptarlo. Al fin y al cabo, yo era una extranjera que venía del otro lado del océano. No bastaba mi cara negra para ser de la familia”.

[11]Como muestran Edward Bruner y Hartmann, los miembros de la diáspora afrodescendiente y los habitantes de los países africanos se relacionan de formas muy distintas con la historia de la esclavitud y los sitios de memoria. Estos últimos son vistos como lugares casi sagrados, de origen, por los miembros de la diáspora, mientras que los africanos suelen verlos en el marco de historias más amplias y también como fuentes de ingreso a través del turismo (Bruner 291).

[12]“Dark tourism has acquired a great deal of currency in recent social science research. Philip Stone defines dark tourism as ‘tourist encounters with spaces of death or calamity that have perturbed the public consciousness, whereby actual and recreated places of the deceased, horror, atrocity, or depravity, are consumed through visitor experiences’” (Clarke 59) [“El turismo oscuro ha adquirido una gran vigencia en la investigación reciente de las ciencias sociales. Philip Stone define el turismo oscuro como "los encuentros con espacios de muerte o calamidad que han perturbado la conciencia pública, mediante los cuales se consumen, a través de las experiencias de los visitantes, lugares reales y recreados de difuntos, horror, atrocidad o depravación"].

[13]“Las lagunas y los silencios de mi familia no eran algo inusual: la esclavitud convertía el pasado en un misterio, desconocido e indecible”.

[14]“No tener un nombre que invocar era carecer de pasado; no tener un pasado marcaba la fisura entre el pasado y el presente. Esa fisura está representada en la Puerta de no Retorno... El lugar donde todos los nombres fueron olvidados y todos los comienzos refundidos”.

[15]“No he visitado la Puerta de no Retorno, pero basándome en fragmentos aleatorios de la historia y en las memorias no escritas de los descendientes de quienes la atravesaron, incluida yo, estoy construyendo un mapa de la región”.

[16]“El momento histórico que tiñe todos los momentos de la diáspora”.

[17]“Para ir a la Puerta de No Retorno no se necesita ningún aparato físico, solo la mente; el cuerpo es la prisión”.

[18]“Cuando se hizo evidente que nunca volverían a casa, mis abuelos levantaron un muro de medias verdades y silencio entre ellos y el pasado... Con el tiempo, decidieron que el presente era lo único que podían soportar. Murieron en los Estados Unidos con sus tarjetas de residencia como única prueba de que alguna vez habían pertenecido a otro lugar”.

[19]“A diferencia de mis abuelos yo pensaba que el pasado era un país al que yo sí podría regresar”.

[20]Daniel Solórzano y Lindsay Pérez ofrecen los siguientes datos para comprender las dimensiones temporales de la historia del racismo en Estados Unidos: la esclavitud legal duró de 1619 a 1865 (246 años, 62% de la historia del país); de 1865 a 1965 los afroestadounidenses vivieron en la era de Jim Crow, en que por ley quedaron separados de la población blanca y fueron privados de derechos en múltiples ámbitos de la vida social; en 1965 empieza la era “moderna” de los derechos civiles, la que estadísticamente representa un 13% de la historia del país (63).

[21]“Todos los lugares de África Occidental que traficaban con esclavos poseían su propio Leteo, ríos y arroyos cuyas aguas hacían que los esclavos olvidaran su pasado, densas arboledas que atrapaban los viejos recuerdos en su red de hojas, rocas que obstruían la entrada al pasado, amuletos que volvían sordos a los hombres frente a su lengua materna y santuarios que recortaban y podaban el tiempo para que sólo quedara el hoy.”

[22]“Perder a tu madre significaba la negación de tu linaje, tu país y tu identidad. Perder a tu madre significaba olvidar tu pasado”.

[23]“Si después de un año en Ghana podía seguir llamándome afroamericana, era porque mi África tenía su origen en el mundo plebeyo conformado por los fugitivos y los rebeldes, en la valentía de las chicas suicidas a bordo de los barcos de esclavos... Para mí, volver al origen no tenía que ver con las grandes cortes ni con las galas de reyes y reinas. El legado que elegí reivindicar se articulaba en la lucha constante por escapar, rechazar y derrotar la esclavitud en sus múltiples formas”.

[24]“¿Por qué nos vendieron?”.

[25]“Ellos responden que no. Enterarse de eso parece ponerlos más tristes. La escena está llena de silencios. Ni siquiera un editor de cine puede cortar o poner silencios así”.

[26]“También yo trato de salvar a la niña, no de la muerte, de la enfermedad o de un tirano, sino del olvido. Sin embargo, no sé si es posible salvar una existencia a partir de un puñado de palabras: el supuesto asesinato de una niña negra. La suya es una vida imposible de reconstruir, ni siquiera su nombre sobrevivió”.

[27]“Se hizo un ovillo en un rincón de la cubierta. Le dolía el cuerpo y temblaba. Las miradas furtivas de las mujeres la hacían sentir miserable y débil. Si hubiera sido capaz de llorar, las lágrimas hubieran corrido por sus mejillas. Si su lengua no le hubiera hecho imposible hablar, si un cadáver fuera capaz de hablar, habría dicho: ‘Se equivocan. Voy a reunirme con mis amigos’. Solo lograban ver a la chica desplomada en un charco sucio y no a la que se elevaba y se dirigía a casa”.

[28]“La muchacha había tocado una fibra en Wilberforce. Sentía vergüenza. Quería que otros sintieran lo mismo.”

[29]“La esposa es la verdadera esclava”.

[30]“En diciembre, cualquier diciembre, de pie en Elmina, en el suelo de tierra, en la húmeda sala de los calabozos de mujeres, la nación pierde todo su vocabulario. Pierde todo su alfabeto. No tengo deudas. No tengo amores. Un partido de fútbol cada cuatro años; tal vez eso. Tengo dos ojos que ven donde duerme el cuerpo que los lleva. Tengo el drama de los cielos, sin duda: una afinidad por los azules... ¿Pero qué nación dijo alguna vez de una mujer que es humana? Entonces, ¿qué lealtades tienes? Temporales y provisionales, dondequiera que sea”.

[31]“Tengo nostalgia de un país que no existe todavía en el mapa” (90).

[32]“No sigue una sola trama, sino que explora formas de habitar muchos lugares a la vez e imaginar diferentes zonas horarias; ama los detalles, no los símbolos. En el mejor de los casos, la nostalgia reflexiva puede suponer un desafío ético y creativo, no un mero pretexto para las melancolías trasnochadas”.

[33]“Si la esclavitud se siente más cercana que remota y la libertad parece cada vez más esquiva, esto tiene todo que ver con nuestros propios tiempos oscuros”.

[34]“La escritura de viajes postcolonial entrega un testimonio de los legados perdurables del pasado de una manera que pone en tela de juicio las certezas contemporáneas, y lleva a cabo la valiosa labor política y moral de reconocer el pasado en nombre de un futuro justo”.

Recibido: 10 de Noviembre de 2021; Aprobado: 21 de Diciembre de 2021

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