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Salud colectiva

versión impresa ISSN 1669-2381versión On-line ISSN 1851-8265

Salud colectiva v.3 n.1 Lanús ene./abr. 2007

 

ARTÍCULOS

Sobre Progreso Social y Sostenibilidad: ¿Existirá Buenos Aires cuando los Jóvenes de Hoy sean Viejos?

On Social Progress and Sustainability: Will Buenos Aires Exist when the Young of Today are Old?

José A. Tapia Granados1

1Médico y Economista. Profesor adjunto del Institute of Labor and Industrial Relations, School of Social Work,Universidad de Michigan, Ann Arbor. EE.UU. jatapia@umich.edu

RESUMEN

Se presentan y cuestionan los conceptos sobre sostenibilidad y progreso social de un artículo de Goñi y Goin publicado en Salud Colectiva, se dan alternativas a la visión de dichos autores, se analiza brevemente la relación entre crecimiento económico y progreso en condiciones de salud (medidas según la mortalidad de menores de cinco años) en la Argentina en los años 1960-2003, y se discuten informaciones recientes referentes a las previsiones científicas de efectos del cambio climático y ciertos conflictos políticos suscitados por esas previsiones.

PALABRAS CLAVE Desarrollo Sostenible; Ecología; Cambio Climático; Ecodesarrollo; Mortalidad en la Infancia.

ABSTRACT

The concepts related to sustainability and social progress contained in a paper published in Salud Colectiva by Goñi and Goin are discussed and questioned. Alternative views are then discussed, and the relation between economic growth and progress in health conditions (as measured by the under 5 mortality rate) in Argentina in the years 1960-2003 is briefly analyzed. The paper concludes by discussing recent reports on scientific forecasts of the effects of climate change and some political conflicts triggered by those forecasts.

KEY WORDS Sustainable Development; Ecology; Climatic Changes; Ecological Development; Child Mortality.

INTRODUCCIÓN

El artículo publicado en Salud Colectiva en el que Ricardo Goñi y Franciso Goin bosquejan un marco conceptual para el desarrollo sustentable (1), plantea diversas reflexiones sobre el concepto de sostenibilidad o sustentabilidad (en este comentario utilizaré indistintamente ambos términos, que por su raíz son sinónimos). A juicio de Goñi y Goin, en líneas generales hay dos nociones básicas de sostenibilidad. Una es la de los ecologistas, que anteponen la naturaleza a los seres humanos. Otra es la de quienes, como ellos, ven en la miseria de los seres humanos la lacra social cuya eliminación es prioritaria con respecto a cualquier otra tarea y que, por lo tanto, ha de presidir las consideraciones de quienes toman decisiones sobre estrategias generales de desarrollo económico y social. Por ejemplo, según Goñi y Goin, el continente africano

es receptor de enormes aportes económicos para la conservación de elefantes, leones, gorilas de montaña o los ecosistemas de sabana. Nada de esto queda reflejado en la población africana, la de peor calidad de vida del mundo en términos tanto cuantitativos (e.g., producto bruto interno, aporte nutricional per capita) como cualitativos (e.g., calidad de sus instituciones). Aquí quedan reflejadas con todo dramatismo las limitaciones (las perversiones) del pensamiento ambientalista o ecologista en boga: "salvemos los elefantes", "salvemos los gorilas", nunca "salvemos a los africanos". En la práctica, para estas organizaciones los africanos son más bien un recurso para la protección de elefantes o gorilas, nunca un objetivo en sí mismo.

La visión de los ecologistas o ambientalistas, dicen Goñi y Goin, tiene mucho que ver con las ideas neomaltusianas inspiradoras de los informes del Club de Roma y del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) que, en los años setenta, fueron en cierta forma iniciadores del movimiento ambientalista, o al menos de la preocupación por los temas ambientales. Frente a ese neomaltusianismo, los autores apuestan por las ideas del Informe Bariloche de 1977, que en el 2004 fue actualizado en una segunda edición.

A juicio de Goñi y Goin, ciertas etapas sucesivas del desarrollo se desprenden del concepto de sustentabilidad a largo plazo. Este concepto "otorga prioridades a la planificación de acuerdo con metas prefijadas de progreso (...) medido en unidades de progreso social". La sustentabilidad a largo plazo incluiría metas que, a corto plazo

podrían incluso resultar poco sustentables a los ambientalistas contemporáneos. La decisión de talar determinados sectores selváticos para la implementación de sistemas agrícolas que hagan frente a una población que todavía no ha alcanzado su estabilidad demográfica, por dar un ejemplo muy gráfico, sería una de esas medidas. Si alimentarse constituye una medida de progreso, entonces deberán diseñarse objetivos de corto plazo que permitan alcanzar dicha meta. Esto es, el paradigma de sustentabilidad aquí definido permite fijar pisos sucesivos o etapas de desarrollo que son cambiantes en la medida en que progresa la sociedad misma y su entorno (natural y artificial).

Además, según Goñi y Goin, del concepto de sustentabilidad a largo plazo basada en el establecimiento de indicadores y prioridades se derivan tres etapas sucesivas definidas para el desarrollo nacional: la inicial, en la que el aparato del Estado ha de hacer todo lo posible por "mitigar primero y corregir y eliminar después las causas y consecuencias de la debacle social" actual; la etapa siguiente de consolidación de ese desarrollo planificado; y la etapa final de sustentabilidad efectiva en la que "los problemas básicos de subsistencia han sido estructuralmente superados y la infraestructura productiva del país está en marcha".

Según Goñi y Goin, frente a los modelos del Club de Roma y del MIT, que predecían catástrofes en un futuro cercano, los autores del Informe Bariloche de 1977 consideraban que la catástrofe era ya una realidad cotidiana para gran parte de la humanidad y añadían además que los países del Tercer Mundo "no pueden progresar copiando las pautas seguidas en el pasado por los países actualmente desarrollados", que las políticas de conservación de ecosistemas o de reducción del consumo serían difíciles de aplicar hasta que todos los países logren un nivel de vida aceptable, y "que los sectores privilegiados de la humanidad, esencialmente los países desarrollados, deben disminuir su tasa de crecimiento económico".

Entre las conclusiones destacables del Informe Bariloche, Goñi y Goin señalan que

el modelo demuestra (...) que el destino humano no depende, en última instancia, de barreras físicas insuperables, sino de factores sociales y políticos que a los hombres compete modificar. Nada fácil es la solución, porque cambiar la organización y los valores de la sociedad, como lo prueba la historia, es mucho más difícil que vencer las limitaciones físicas.

Dado que, según explican Goñi y Goin, la sociedad ideal propuesta en el Informe Bariloche sería una sociedad igualitaria, no consumista, en la que la producción estaría "determinada por las necesidades sociales y no por la ganancia", y el concepto de propiedad sería "reemplazado por el [concepto] más universal de uso de los bienes de producción y de la tierra", gestionado por entes comunitarios o por el Estado, se trataría de una sociedad socialista o, al menos, digamos, no capitalista, aunque esta conclusión evidente no es explicitada por Goñi y Goin y es de suponer que tampoco estará así expuesta en el informe original.

PROGRESO SOCIAL Y CRECIMIENTO ECONÓMICO

Aunque en muchos aspectos las consideraciones de Goñi y Goin son interesantes y pertinentes, en su visión falta definición y no se tienen en cuenta ciertos aportes científicos recientes que son fundamentales para entender los problemas ambientales y ecológicos.

En primer lugar, conceptos clave como desarrollo, progreso y sustentabilidad han de definirse claramente si queremos hablar de ellos con una mínima precisión y no en jerga posmoderna o en el dialecto burocrático tan frecuente de los documentos de organismos internacionales, en los que docenas de páginas pueden rellenarse de texto que nadie sabe muy bien a qué hace referencia en concreto. Hace ya más de medio siglo el economista polaco Henryk Grossman decía que cualquier análisis teórico de un sistema económico contemporáneo debería llevar a la formulación de un estándar contra el cual evaluar su nivel de desarrollo. Pero para que ese estándar tenga alguna validez, debe elaborarse a partir del mismo proceso de desarrollo y no meramente del nivel conseguido en el momento del análisis (2-4) (a). Si aplicamos esas ideas al momento actual, hemos de concluir que básicamente existen dos tipos de sistemas económicos en el mundo, el capitalismo clásico o economía de mercado, que tiene en Norteamérica, Europa y Japón sus ejemplos avanzados más característicos, y las economías estatistas de planificación central, que solo existen de forma más o menos pura en países como Cuba y Corea de Norte. En el resto del mundo existen economías capitalistas clásicas de desarrollo intermedio (la mayor parte de América Latina y el Sudeste Asiático) o bajo (África y diversos países de Asia), en las que suele subsistir un sector de producción para el autoconsumo. En China, Vietnam y probablemente en Camboya y Laos el sector de planificación central y propiedad estatal aún constituye una parte importante del sistema productivo que coexiste con un componente de empresas privadas nacionales y extranjeras cuya importancia cuantitativa en la economía de estos países ha aumentado rápidamente en los últimos decenios. Políticas económicas como las de Chávez en Venezuela o, en medida mucho más tímida, Kirchner en la Argentina, son básicamente una actualización peculiar de las antiguas políticas económicas keynesianas, hoy vistas por el capital internacional como extremismos impensables. No obstante, las declaraciones recientes de Hugo Chávez proponiendo cambios en la economía venezolana para implantar "un socialismo del siglo XXI" parecen indicar que en ese país se intenta expandir un sector estatal, probablemente según el modelo cubano. En las economías de los países que antes formaban la URSS y la Europa oriental de su antigua órbita se dan hoy todas las características típicas del capitalismo clásico, pero la evolución social tras el hundimiento de la Unión Soviética y el desmantelamiento de las economías planificadas ha sido muy diversa en esas naciones. Mientras en Europa central y oriental y en los países bálticos ex soviéticos la tremenda crisis social y económica de comienzos de los años noventa se superó en la segunda mitad de los noventa y desde entonces en dichos países han mejorado indicadores sociales y económicos como la esperanza de vida o el ingreso per capita, en Rusia, Ucrania y demás países de la antigua URSS la crisis de los años noventa sigue sin superarse y los indicadores sociales y económicos siguen empeorando o estancados (5). En África subsahariana los últimos decenios han sido desastrosos, con experiencias nacionales de escasísimo crecimiento económico y estancamiento de los indicadores de salud, aunque también hay casos en los que, a pesar de un crecimiento económico intenso, los indicadores sociales han empeorado, como ha ocurrido por ejemplo en Sudáfrica o Angola, donde la esperanza de vida ha disminuido notablemente en años recientes (6). En esto parece que el SIDA ha tenido un papel fundamental, pero la incapacidad de gobiernos como el de la Sudáfrica democrática y multirracial para hacer frente a esa crisis no dice nada bueno de las políticas aplicadas, que no fueron otras que las aconsejadas por el FMI y el Banco Mundial.

Si definimos desarrollo económico como crecimiento del PBI per capita, ha habido crecimiento en todas las regiones del mundo y prácticamente en todos los países. Si usamos la esperanza de vida o algún otro indicador general de salud para estimar el nivel de desarrollo social, vemos que en la mayor parte del mundo ha habido avances notables en los últimos treinta años. Según estimaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) (6) la esperanza de vida en Canadá aumentó de 73 a 80 años entre los años 1970-1975 y 2000-2005; en Libia, de 53 a 73 años; en Perú, de 55 a 70; en Brasil, de 60 a 70; en Colombia, de 62 a 72; en Bolivia, de 47 a 64; en Venezuela, de 66 a 73; en la República Dominicana, de 60 a 67; en el Ecuador, de 59 a 74; en Argentina, de 67 a 74; en Tailandia, de 61 a 70; en China, de 63 a 72; en la India, de 50 a 63 (India empieza el siglo XXI donde China estaba hace tres decenios); en Camboya, de 40 a 56; y en Indonesia, de 49 a 67. Todos estos y otros muchos que se podrían dar, son ejemplos de países en los que hubo una mejora objetiva de las condiciones de salud en los últimos treinta años. Los casos en los que hay estancamiento o empeoramiento son casi todos en países del antiguo bloque soviético o del África subsahariana. Por ejemplo, en Rumania la esperanza de vida en ese mismo período solo aumentó de 69 a 71 años y en Turkmenistán, de 59 a 62, mientras que en Rusia disminuyó de 70 a 65 años, en Bielorrusia, de 71 a 68, y en Ucrania, de 70 a 66. En Namibia la esperanza de vida ha disminuido de 53 a 48 años; en Botswana, de 56 a 37; en Zimbabwe, de 56 a 37, y en la República Centroafricana, de 43 a 39.

Ahora bien, ¿tiene todo esto algo que ver con los elefantes, los gorilas y la sustentabilidad? ¿Hay que renunciar a salvar los bosques o los gorilas para poder salvar a las personas? Porque sería difícil discrepar de la idea de que los gobiernos africanos -o de cualquier otro sitio- deben atender específicamente a enfrentar la crisis social, que en países como Namibia o Botswana es más que evidente. Pero, siguiendo con datos del PNUD, el ingreso per capita de Sudáfrica es unas tres veces el de Vietnam, pero la mortalidad de menores de 5 años en Sudáfrica es más del doble que la de Vietnam y muchos ejemplos similares indican que la relación entre indicadores de salud y niveles de ingreso no es ni mucho menos estricta. Resulta además (según nos dicen autores tan poco sospechosos de izquierdismo como Angus Deaton) que tanto en China como en la India, los decenios recientes de rapidísimo crecimiento económico tras la liberalización económica y la entrada masiva de capital transnacional se han asociado a una disminución del ritmo de mejora de los indicadores de salud, que avanzaron sostenidamente es las épocas previas de estancamiento económico (7).

Pero veamos lo que pasó en la Argentina.

En los años sesenta la mortalidad de menores de 5 años (MM5) apenas mejoró (Cuadro 1), a pesar de que el PBI per capita aumentó 12% en la primera mitad de ese decenio y 13% en la segunda. Luego, en los años setenta, pese a un crecimiento económico significativamente menor en los dos quinquenios de esa década, la MM5 se redujo considerablemente, 23% y 31%. En los años ochenta hubo una intensa contracción económica, pero la MM5 siguió disminuyendo a buen ritmo, bastante más rápidamente que el 10% de reducción del quinquenio menemista 1991-1995, en el que el ingreso per capita creció 26%. En los años también menemistas 1996-2000 el crecimiento económico cayó a la mitad, pero la reducción de la MM5 se dobló a 20%. Para no perdernos y ver si hay alguna asociación entre estas subidas y bajadas, podemos calcular la correlación entre las variaciones absolutas de la MM5 y del PBI per capita (Cuadro 1, columnas C y D), que es -0,11; la correlación entre las variaciones relativas (columnas E y F), es solo -0,03. Eliminando el dato correspondiente al período 2000-2003 para que todos los datos correspondan exactamente a períodos quinquenales, la correlación entre variaciones absolutas (C y D) es 0,02 y entre variaciones relativas (E y F) es 0,15. Esas correlaciones tan bajas no son congruentes con la hipótesis de que a mayor ritmo de crecimiento económico, mayor ritmo de progreso social, medido en este caso por la reducción de la MM5.

Cuadro 1. EVOLUCIÓN DE LA MORTALIDAD DE MENORES DE 5 AÑOS (MM5) Y DEL PRODUCTO BRUTO INTERNO (PBI) PER CAPITA EN LA ARGENTINA DESDE 1960.

Notas:
*Datos de las columnas A y B según la página de Internet del PNUD (6), que toma la MM5 (defunciones de menores de 5 años por cada 1000 nacidos vivos) de UNICEF y el producto bruto interno per capita en paridades de poder adquisitivo del Banco Mundial.
Ha de tenerse en cuenta que las estimaciones del PBI en moneda nacional son siempre cuestionables y contienen un margen grande de error. Cuando se intenta ajustar el PBI de diferentes años a los cambio de precios y, además, como en estos datos, a paridades de poder adquisitivo de distintos países, el error puede ser muy grande.

Por si esto no fuera suficiente, según Abdala et al. (8) la relación entre el crecimiento anual del PBI provincial y la mortalidad de adultos jóvenes es positiva, intensa y estadísticamente significativa, es decir, que la mortalidad tiende a mejorar (disminuir) más cuando el crecimiento económico es bajo o negativo, no cuando es alto. El estudio, cuyos resultados sorprendieron a sus autores, fue realizado con datos de las décadas recientes en las provincias argentinas, y con una regresión de panel en la que el modelo estadístico deja pocos huecos para que se cuele el efecto de variables omitidas.

SOSTENIBILIDAD Y CAMBIO CLIMÁTICO

Si la prioridad es mejorar los indicadores sociales y no solo hacer crecer el PBI, ¿qué habrán de hacer entonces los gobiernos, sean africanos o de cualquier otro continente, si cortar los bosques para vender la madera y cultivar la tierra y, en definitiva, hacer que haya más crecimiento económico no parece ser especialmente eficaz para reducir la mortalidad? Responder a esa pregunta en detalle sale con mucho del marco de este artículo, pero, por ejemplo, invertir en educación en general y en la de las mujeres en particular es una receta demostrada muy eficaz para reducir la mortalidad (9). Podría pues adoptarse el punto de vista utilitarista de que aumentar la inversión educativa es bueno porque hace disminuir la mortalidad, aunque mejor sería considerar además que elevar el nivel educativo y cultural de la gente es un objetivo en sí mismo, como vio hace ya siglo y medio el abolicionista estadounidense Frederick Douglas, aunque hoy oigamos esta idea generalmente atribuida a Amartya Sen.

Es sintomático que Goñi y Goin, en un texto cuyo título se refiere al marco conceptual para definir el desarrollo sustentable, no mencionen en ninguna oportunidad la problemática del cambio del clima ni citen los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC según sus iniciales en inglés), que se constituyó en 1988, respaldado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Ya en 1988, la Conferencia Mundial sobre el Cambio de la Atmósfera y sus Implicaciones para la Seguridad Mundial convocada por la OMM en Toronto, Canadá, concluyó que:

La Humanidad está llevando a cabo un experimento no intencionado, globalmente difusivo y penetrante, cuyas últimas consecuencias podrían ocupar el segundo lugar inmediatamente detrás de las que ocurrirían después de una guerra mundial nuclear. La atmósfera terrestre está siendo modificada con una rapidez sin precedentes por los contaminantes que resultan de la actividad humana, el uso ineficiente y el derroche de combustibles fósiles y los efectos de un crecimiento rápido de la población en muchas regiones. Estos cambios representan un peligro mayor para la seguridad mundial y están teniendo consecuencias dañinas en muchas partes del globo [citado por Canziani (10)]

El documento de la Conferencia de Toronto indicaba también que:

Los países industrializados desarrollados del mundo son la mayor fuente de gases de efecto invernadero y, por lo tanto, asumen ante la comunidad mundial el compromiso mayor de asegurar la puesta en ejecución de medidas para hacer frente a las cuestiones que deriven del cambio climático...

El segundo informe del IPCC, aparecido en 1995, preveía que si las emisiones de CO2 se mantenían a los niveles de 1994, la concentración atmosférica de CO2 sería a final del siglo XXI aproximadamente el doble de la correspondiente a tiempos preindustriales. El aumento progresivo de la temperatura media atmosférica y la elevación subsiguiente del nivel del mar seguiría durante varios siglos y provocaría la inundación de las zonas costeras bajas y la desaparición de algunos países insulares. Serían más frecuentes las temperaturas extremas, las inundaciones, las sequías y las tormentas, todo lo cual podría provocar serios trastornos en la agricultura. El IPCC subrayaba que había mucha incertidumbre en esas previsiones, pero que también eran muchas las pruebas de que el clima estaba cambiando por influencia humana.

Según un reciente comunicado de prensa, la Organización Mundial de la Salud (11) estima que, durante los años noventa, a consecuencia de fenómenos climáticos extremos, ocurrieron unas 600.000 muertes en el mundo, 95% de ellas en países pobres. La OMS atribuye a las temperaturas anormalmente altas en Europa en el verano del 2003 al menos 27.000 muertes y a efectos diversos del cambio climático en todo el mundo (que incluyen un aumento de la frecuencia de huracanes, sequías, inundaciones y cambios en los patrones de enfermedades infecciosas) más de 150.000 muertes en el año 2000.

Tanto las estimaciones iniciales del IPCC como de la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (la EPA) daban como esperable una subida del nivel del mar de hasta un máximo de un metro en los próximos cien años. Esas estimaciones ya eran ominosas para países costeros como Bangladesh o Vanuatu, en gran parte situados a muy poca altitud sobre el nivel del mar, pero lamentablemente han sido cuestionadas recientemente por algunos científicos y, en concreto, por James Hansen, director y principal climatólogo del Instituto Goddard de Ciencia Espacial, dependiente de la Agencia Nacional de Investigación Aeroespacial de EE.UU. (NASA). Hansen, que declaró haber recibido presiones y amenazas veladas de parte de los representantes del gobierno de George W. Bush en la NASA y ha comparado a EE.UU. con la antigua URSS en cuanto a censura científica (12), ha declarado que las estimaciones de las consecuencias del cambio climático que se han hecho hasta ahora son muy optimistas, ya que teniendo en cuenta la velocidad a la que se están deshelando Groenlandia y la Antártida, la subida del nivel del mar esperable sería de hasta 25 metros durante el presente siglo (12,13). Imaginemos las consecuencias para ciudades costeras como, digamos, Buenos Aires, Nueva York, Tokio o Barcelona.

Si científicos como Hansen intentan ser silenciados por gobiernos como el de G. W. Bush, cuyas políticas han sido una y otra vez guiadas por los intereses cortoplacistas y miopes de las grandes empresas multinacionales (14), hay que prestar atención muy seria a esas estimaciones. El mismo Hansen (13) ha propuesto políticas a corto y medio plazo para moderar las tendencias actuales y revertirlas, pero esas propuestas implican la toma de medidas urgentes para reducir las emisiones de CO2, sobre todo en países como EE.UU. y los países más industrializados, pero también en el resto del mundo, cuyo consumo de combustibles crece con cada expansión económica. Muchas de las medidas para reducir las emisiones de CO2 pueden tener efectos indirectos beneficiosos sobre la salud y sobre las economías locales. Por ejemplo, la reducción del tráfico mediante incrementos de los impuestos a los combustibles generaría importantes reducciones en la morbilidad y en la mortalidad debida a la contaminación atmosférica, ya a niveles claramente nocivos en muchas ciudades del mundo, y recortaría drásticamente la mortalidad y las lesiones no mortales debidas a siniestros automovilísticos, tercera causa de muerte ya en muchos países. Es probable que la necesidad de transporte público de pasajeros y el encarecimiento del transporte internacional frenara los efectos deletéreos del capitalismo mundializado sobre las economías locales, favoreciendo las industrias y el comercio local y creando puestos de trabajo. Frenaría también el consumo de combustibles fósiles, recursos no renovables cuya falta sentirán antes o después las generaciones futuras. Pero todas estas medidas son en gran parte utópicas, porque ponen en cuestión no solo los intereses de las grandes compañías automovilísticas, aerolíneas y compañías petroleras, sino también la rentabilidad de muchas empresas medianas o pequeñas, a menudo vinculada al comercio internacional, a los servicios al parque automovilístico y a la posibilidad de transporte barato de mercancías, así como las costumbres de quienes en todos los países ven en el automóvil, el aire acondicionado, el consumo de productos de ultramar y la energía eléctrica barata las pruebas irrenunciables del progreso social.

Einstein denominaba "fase predatoria del desarrollo humano" (15) al sistema económico en el que la actividad generadora de bienes y servicios está subordinada a la producción de ganancia y los seres humanos compiten entre sí y se agrupan según color de la piel, religión o nación para competir y matarse entre ellos. Quizá la única posibilidad de superar esta fase predatoria para que nazca una nueva humanidad más cooperativa y pacífica sea a través de un cambio radical del planeta tal como lo conocemos. Pero el neonato podría morir o sufrir serias lesiones en el parto. Probablemente la única forma de que el progreso del género humano a una etapa superior de su desarrollo no implique tremendos sufrimientos para la humanidad en general y, sobre todo, para sus sectores más oprimidos y marginados, sea que los seres humanos comprendan cuanto antes que su supervivencia tiene mucho que ver con la de los elefantes y los gorilas.

NOTAS FINALES

a. En el libro de Grossman H, et al. Ensayos sobre la teoría de las crisis (4), pueden encontrarse versiones en castellano de los artículos publicados en The Journal of Political Economy (2,3).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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2. Grossman H. The evolutionist revolt against classical economics: I. in France-Condorcet, Saint-Simon, Simonde de Sismondi. The Journal of Political Economy. 1943;51(5):381-396.        [ Links ]

3. Grossman H. The evolutionist revolt against classical economics: II. in England-James Steuart, Richard Jones, Karl Marx. The Journal of Political Economy. 1943;51(6):506-522.        [ Links ]

4. Grossman H, et al. Ensayos sobre la teoría de las crisis. México: Siglo XXI; 1979. (Cuadernos de Pasado y Presente Nº 79).        [ Links ]

5. Tapia Granados JA. Centrally planned economies, economic slumps, and health conditions. International Journal of Epidemiology. 2006;35(3):797-799.        [ Links ]

6. Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo. Estadísticas del Informe sobre desarrollo humano [en línea] 2006 [fecha de acceso septiembre de 2006]. URL disponible en: http://hdr.undp.org/statistics/data/animation.cfm        [ Links ]

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8. Abdala F, Geldstein RN, Mychaszula SM. Economic reestructuring and mortality changes in Argentina. Is there any connection? En: Cornia GA, Paniccià R, editores. The mortality crisis in transitional economies. New York: Oxford University Press; 2000. p.328-350.        [ Links ]

9. Caldwell JC. Routes to low mortality in poor countries. Population and Development Review. 1986;12(2):171-220.        [ Links ]

10. Canziani OF. La problemática del calentamiento terrestre: el Panel Intergubernamental Sobre Cambio Climático [en línea] [fecha de acceso febrero de 2007]. URL disponible en: http://www.ecoportal.net/content/view/full/25012        [ Links ]

11. WHO. Climate and health-Fact sheet [en línea] 2005 [fecha de acceso septiembre de 2006]. URL disponible en: http://www.who.int/globalchange/news/fsclimandhealth/en/print.html        [ Links ]

12. NPR Boston. A conversation with NASA's top climate scientist James E. Hansen-Unmuzzled [en línea] 2006 [fecha de acceso agosto de 2006]. URL disponible en: http://www.onpointradio.org/shows/2006/02/20060203_a_main.asp        [ Links ]

13. Hansen J. Defusing the global warming time bomb. Scientific American. 2004;290(3):68-77.        [ Links ]

14. McMichael AJ. Climate change and health: information to counter the White House effect. International Journal of Epidemiology. 2001;30(4):655-657.        [ Links ]

15. Einstein A. Why socialism? Monthly Review. 1949;1(1):14-23.        [ Links ]

Recibido el 10 de febrero de 2007
Versión final presentada el 28 de febrero de 2007
Aprobado el 9 de marzo de 2007

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