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Salud colectiva

versión impresa ISSN 1669-2381versión On-line ISSN 1851-8265

Salud colectiva v.5 n.2 Lanús mayo/ago. 2009

 

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

Un hombre afortunado

A fortunate man: the story of a country doctor

Autor: John Berger
Buenos Aires: Alfaguara; 2008. 192 P áginas
Traducción: Pilar Vázquez

Anahi Sy1

1Licenciada en Antropología. Doctora en Ciencias Naturales. Docente de la Cátedra Etnografía I, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata. Argentina. anahisy@yahoo.com.ar

Este libro, escrito en 1967 bajo el título A Fortunate Man: The Story of a Country Doctor y editado ese mismo año en su versión inglesa, fue traducido al español y publicado por primera vez en nuestro país en el año 2008.

Puede pensarse que 41 años son mucho, considerando los avances y cambios acelerados que caracterizan la medicina de los últimos años. Sin embargo, el trabajo en su totalidad, se presenta como una obra de absoluta vigencia ante cuestiones de difícil resolución y poco abordadas, al momento de la formación médica y durante el ejercicio profesional.

Como lo declara Berger de manera explícita, este ensayo busca presentar aquello que las encuestas sociológicas y estadísticas médicas o epidemiológicas, no pueden captar. Para la elaboración de este libro, Berger junto al fotógrafo Jean Mohr, acompañan al médico rural John Sassall, en su trabajo cotidiano en una pequeña comunidad inglesa.

Las fotografías se combinan con el texto de un modo en que, las imágenes, nos permiten precisar las descripciones y, el texto, "dispara" imágenes que dan cuenta asombrosamente del haber estado ahí, logro que persigue cualquier estudio etnográfico. Esta combinación, nos sitúa extraordinariamente en la cotidianeidad del trabajo de Sassall y los cambios que operan, a nivel personal, en el pensamiento e ideales del médico, como resultado de la relación que establece con la población local.

Un agudo análisis sobre el ejercicio de la medicina y la vida en la comunidad, devuelven a Berger una reflexión en torno a la relación del médico con sus pacientes, del hombre con su propio cuerpo ante la enfermedad, la muerte y otras fuentes de angustia e infelicidad.

Estas reflexiones sientan las bases para un análisis en torno a la propia sociedad, sobre la producción social de un proceso biológico, su articulación con procesos sociohistóricos, económicos, políticos e ideológicos y, finalmente, sobre el valor que otorgamos a la vida humana. Tanto en su presentación descriptiva, como en las reflexiones que promueve en torno a nuestra realidad, esta obra se convierte en un trabajo de enorme valor antropológico.

Sassall llega a la comunidad con el afán de resolver la urgencia, el accidente; donde su trabajo se limita a atender el cuerpo del paciente; y el médico se transforma en el protagonista de ese trabajo. Sin embargo, pronto advierte que las personas le confían algo más que su cuerpo. Esto lo conduce a reflexionar en torno a las personas y biografías individuales que pueden hallarse por detrás del accidente.

Este cambio lo promueve su afán de conocimiento, "su meta es descubrir lo que puede estar oculto en los otros" (p.111), eso supone un acercamiento en su relación con los pacientes, lo que ocurre a propósito del reconocimiento de un otro que puede poseer un saber o experiencia, desconocidos hasta ahora para él.

Sassall plantea que cura a los otros para curarse a sí mismo. Se convierte en cada uno de sus pacientes a fin de mejorarlos. Nunca separa una enfermedad de la personalidad del paciente, del espacio que habita y de su comunidad.

Usando su imaginación como herramienta para indagar en la subjetividad de sus pacientes, halla sus anhelos y frustraciones, sus angustias y satisfacciones, sus inseguridades y aquello que les provee certeza, en suma, la somatización de un orden moral y social establecido. Todo ello funciona como un espejo que le devuelve su propia imagen y subjetividad, parafraseando a Sassall, mira y conoce a los otros para conocerse a sí mismo.

De este modo, el médico advierte que "sus pacientes son personas que sufren en la vida, antes de sufrir en su cuerpo" (p. 145). Berger señala que la comunidad ha estado sometida a "una privación cultural sistemática" (p.107) y Sassall no es ajeno a este hecho:

...puede argumentar que sus pacientes son en algunos aspectos más afortunados que la mayor parte del mundo. Pero más relevante es que sabe que, en comparación con lo que podrían ser -de haber recibido mejor educación, de contar con mejores servicios sociales, mejores trabajos, mejores oportunidades culturales-, son desafortunados. (p.147)

Ante esto surge la pregunta:

...¿hasta donde debe uno ayudar a un paciente a aceptar unas condiciones que son al menos tan injustas y tan malas como la enfermedad que padece? (p.148)

Por sus cualidades destacadas y vocación de servicio, la comunidad ubica a Sassall en el lugar del consejero, autoridad moral, ejemplo de ética y terapeuta. Sin embargo, él no pertenece a la comunidad ante la cual hoy se siente responsable. Él es también un otro, cuya posibilidad de extrañamiento ante la comunidad en la que se instala -esto es, poder observarla y analizarla desde su experiencia previa-, lo conducen en la búsqueda de un saber y conocimientos que le resultarían inaccesibles de no existir la comunidad tal como es. En Sassall existe un afán individual, personal, no de reconocimiento (hacia dentro o fuera de la comunidad), sino de conocimiento.

En el lugar del médico que fue, puede adoptar una actitud donde resulte natural asumir que:

...los buenos deseos y protestas nobles [.] no logren interponerse entre el golpe, una vez que se ha lanzado, y el dolor de aquel que lo recibe. (p.147)

Sin embargo, el médico que es hoy, le exige reconocer a un paciente en todo su ser, y le resulta inevitable reconocer las potencialidades que han quedado sin explotar.

Aquí Berger plantea que, hallarse del lado de quien recibe el golpe, implica que la supervivencia solo depende del azar. Aquellos que no han estado nunca de ese lado, por definición, son personas afortunadas, "aunque pondrán en duda la brutal indiferencia del mundo" (p.148). Pero, quienes se han visto forzados a pasar al lado de quien recibe el golpe y vuelvan, reconocen funciones diferentes, sustancias distintas en la mente y cuerpo humanos. Señala que es este privilegio de la sutileza lo que distingue a los afortunados de los desafortunados. Sassall, convirtiéndose en cada uno de sus pacientes para curarlos; curándolos para curarse a sí mismo, se transforma en el "hombre afortunado" de este ensayo.

Pertenecer a la comunidad pero con una experiencia cultural previa diferente, al tiempo que le provee lucidez para visualizar la expresión corpórea de procesos sociales, le obliga a reconocer el hecho de que, desde su lugar, lo que puede hacer es muy poco.

Berger señala que se podría criticar al médico por:

...ignorar la política. Si tanto le preocupan las vidas de sus pacientes [.] por qué no ve la necesidad de una acción política que mejore o defienda esas vidas? (p. 161)

Lo coloca en el lugar del intelectual, que cumpliría con una doble función: ser crítico frente al poder, ante toda clase de atropellos y, al mismo tiempo constructor de nuevos valores que permitan mejorar las condiciones de vida de ciertos sectores de la sociedad. Por otra parte, se permite la pregunta "cuánto hay en él de romántico tranochado que sigue pensando en el ideal de responsabilidad individual y única" (p.161), lo que puede leerse como una forma de paternalismo.

Sin embargo, al interpelar al médico, señala que éste es consciente de eso al cuestionarse "cuanto hay en mí de reliquia del médico rural tradicional y cuánto del médico del futuro. ¿se puede ser los dos al mismo tiempo?" (p.161).

Para Sassall, su dilema resulta mucho más inmediato: con qué derecho responder a las inquietudes de sus pacientes y buscar revertir un orden de cosas dadas, cuando en realidad no cuentan con los medios y oportunidades para que su situación sea diferente; "no está claro que esa educación vaya a hacerlos más felices socialmente" (p. 148), y se ve forzado a reconocer que tendrán que conformarse con algo que, según él, es muy poco.

Sassall opta por una atención a los problemas concretos, desde esa visión integral del hombre, pero atendiendo a los casos individuales, sin la pretensión de revertir totalmente un orden de cosas dadas. Sugiere soluciones hasta entonces desconocidas por sus pacientes, sin llegar a extrapolarlo a la idea de una vida esencialmente distinta.

Berger cierra este ensayo explorando en la posibilidad de valorar el trabajo de Sassall, señala que emitir un juicio sobre el trabajo de un hombre dedicado a mejorar y ocasionalmente salvar la vida de unos miles de nuestros contemporáneos, exige pensar qué valor tienen para nosotros esas vidas. Así, concluye:

...no afirmo saber cuanto vale la vida de una persona: no se puede responder con palabras a esta cuestión, sino solo con obras, con la creación de una sociedad más humana. (p. 182)

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