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Scripta Mediaevalia

versión impresa ISSN 1851-8753

Scripta Mediaevalia vol.7 no.1 Mendoza jun. 2014

 

RESEÑAS

La Biblioteca gnóstica de Nag Hammadi y los orígenes cristianos
Francisco García Bazán, El Hilo de Ariadna, Buenos Aires 2013, ISBN: 978-987-29896-3-7, 252 pp.

 

1.
Tarde o temprano el universal se impone por sí mismo, lo aleatorio y la contingencia, muchas veces, son sus portadores ocasionales. Tal el caso de la «Biblioteca gnóstica de Nag Hammadi» descubierta por dos hermanos en la región homónima que, excavando en las laderas del imponente macizo de Jabal al-Tarif, en la antigua aldea de Khenoboskion (Alto Egipto), en busca de fertilizantes para sus campos, hallaron, en diciembre de 1945, una jarra de cerámica roja con trece (13) libros o códices cuidadosamente encuadernados en piel, escritos en copto traducidos del griego. Esos textos, minuciosa y científicamente clasificados a la vez que ordenados por un Comité Internacional ad hoc, fueron traducidos al castellano en su versión completa por tres especialistas, entre los cuales se encuentra el autor del libro que comentamos (A. Piñero, J. Montserrat Torrents A. y F. García Bazán, Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi: Tratados filosóficos y cosmológicos, t. I, 1997; Evangelios, hechos, cartas, t. II, 1999; Apocalipsis y otros escritos, t. III, 2000, Editorial Trotta, Madrid). Son escritos gnósticos que nos permiten enriquecer nuestra comprensión de los orígenes del cristianismo y revalorar, desde una óptica más profunda, sus principios doctrinales.
La copia de algunos escritos para completar códices incompletos y su encuadernación «debe haber obedecido al proyecto de edición y conservación cuando a fines del s. IV o comienzos del V la comunidad gnóstica de Khenoboskion ha visto próxima su inevitable dispersión forzándola a un futuro de silencio o extinción». La vivencia y la firme convicción en los principios metafísicos en torno a la gnosis y el Pleroma motivaron guardar cuidadosamente los escritos en una vasija segura y enterrarla en un lugar oculto «con la conciencia de que los materiales que inhumaban iban a tener un destino espiritual feliz e imperecedero, de lo contrario los hubieran extinguido por el fuego» (p. 122). Con el citado descubrimiento ese «feliz destino» tuvo lugar y la universalidad del espíritu, su tiempo (kairós). Pues, nos concede una nueva visión de la gestación de la vivencia universal del cristianismo.
En efecto, los gnósticos tuvieron una participación activa «durante los siglos II, III y IV en los conflictos doctrinales y prácticos que se suscitaron en los comienzos del cristianismo. En aquel entonces, se ofrecieron como protagonistas filosóficos de la época Patrística, y no - según es habitual - como testigos parasitarios teológicos. Esto fue posible advertir gracias al importante cúmulo de documentos directos que desde fines de 1945 se poseen de los gnósticos, a los que es lícito subordinar los que existían previamente como testimonio acerca de ellos» (p. 9).
Cabe remarcar que vislumbrar esta nueva perspectiva tras los escritos revelados es sólo posible desde un conocimiento acabado y sapiente acerca de la vivencia espiritual y universal de los primeros siglos de nuestra era, que nuestro autor posee de modo eximio.

2.
«El espíritu sopla donde quiere y oyes su voz; mas no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo lo que adviene de él» (Jn. 3, 8). De ese modo, el espíritu toma su tiempo (kairós) para revelarse a los que quiere revelarse, para que sea aceptado y comprendido. Y, llegó el tiempo, vehículo y grana de lo universal, en que la Biblioteca de Nag Hammadi dio el convencimiento de que esta «filosofía de origen cristiano no se puede confundir con una herejía cristiana, como parasitaria de un tronco primario proto-ortodoxo. El modo de pensar y conducirse de sus miembros, teniendo por centro la realidad oculta de Jesús el Salvador, el Resucitado, vencedor de la muerte, preexistía a las más antiguas acusaciones de adversarios y detractores [...] Mostraban asimismo un carácter intelectual cristiano propio ante los filósofos griegos» (pp. 229-230).
De igual manera, lo universal que condensa en sí el secreto y encierra el sentido último de todo lo que es y que el hombre ha de descubrir en su interior en silencio, porque ahí mora lo que es «en espíritu y en verdad». Con la Biblioteca de Nag Hammadi se repara que en los albores del cristianismo su doctrina incipiente se mantenía en resguardo en lo oculto y que, ahora, en el tiempo cumplido, podemos saber (saborear) el alcance teológico de aquella experiencia de lo invisible.
Dentro del gnosticismo «la escuela filosófica» o «la corriente esotérica cristiana» hacía sobremanera hincapié en lo secreto, «en la experiencia de lo callado, de lo oculto, de lo intenso y concentrado que no se puede manifestar, ya que lo manifiesto empobrece la riqueza de lo que es en sí mismo» y cuya transmisión ha de ser secretamente. De allí que los Evangelios gnósticos comienzan con: «Estas son las palabras secretas que Jesús dijo a [...]» (pp. 34-35).
La vivencia de y en lo secreto es gnosis, conocimiento directo. «En el conocimiento en sí no hay olvido ontológico, porque es reconocimiento de sí mismo, ni deseo de conocer, ni tampoco espera; no hay expectativa de conocimiento. No es el conocimiento en sí adhesión firme a un designio divino no visible que se ha de cumplir y se cumple según la Voluntad inescrutable de Dios. Por eso, la gnosis es también una forma de abordar la cuestión del tiempo cristiano carente de ansiedad y angustia, de esperanza y de desesperanza, transido de plena alegría [...] ya no estamos en los dolores de parto, sino en el alumbramiento. El gnóstico resuelve la realidad del tiempo cristiano y muestra el método para alcanzar su sustancia (universal): la vía de la liturgia mistérica» (pp. 42-43). Es la experiencia directa del pneûma, esto es: la experiencia del seno del Padre. «Es ahí donde están los hijos en el Hijo, en donde residen los spermata pneumáticos y estriba en esto la riqueza mayor de un espíritu». Es la inteligibilidad en sí en que se halla viviente la libertad (pp. 44-45).

3.
En ese contexto, la obra se desarrolla en cinco capítulos con una selecta y erudita bibliografía al final de cada uno de ellos. De esta manera:

a. El cp. I analiza el gnosticismo desde la perspectiva de aquellos que lo han «cargado de sentido despectivo y en relación con las polémicas confesionales entre protestantes y católicos» y a los autores que no supieron hacer justicia interpretativa de la Gnosis, ni al «fenómeno histórico de la Antigüedad tardía», «acaso el más fascinante momento de la historia en el que la humanidad de Oriente y Occidente enlazada ha sabido vivir la experiencia plena de lo sagrado generando un rico mosaico de convicciones y doctrinas con capacidad para convivir y tratar de encontrar las razones de esa convivencia» (p. 51).
b. El cp. II aborda los testimonios respecto del gnosticismo de la gran iglesia y de los filósofos gentiles anteriores a los códices de Nag Hammadi, tales como Justino de Roma, Ireneo de Lyon, Ignacio de Antioquía, Hipólito de Roma, Celso, Plotino, Porfirio y los alejandrinos, finalizando con un sumario contenido de los códices y las diversas ediciones y traducciones modernas.
c. El cp. III se hace cargo de la «clasificación de los códices de Nag Hammadi, Códice Tchacos, Papiro Gnóstico de Berlín 8502 y Códices de Ashew y de Bruce» con un amplio y pormenorizado conocimiento filosófico y técnico de los mismos.
d. El cp. IV estudia la figura de Justino Mártir (de Neopolis o de Roma) como «el primer escritor cristiano que ha sostenido el vínculo inseparable entre la fe y la razón, afirmando la naturaleza universal y única del pensamiento cristiano y que, por ello, le corresponde el título genuino de primer filósofo cristiano» (p. 196), y baluarte contra los herejes constituyendo la primera heresiología.
e. El cp. V y último trata acerca del «Tratado Tripartito» al final de la compaginación del Códice I como un documento en franca y tácita polémica con el anti-gnosticismo de Plotino. El paralelo conceptual entre los dos enfoques filosófico y teológico es notorio. Sólo a modo de ejemplo cabe señalar: «el Uno Solo (Plotino) es únicamente el Padre, es como una raíz con un tronco, ramas y frutos [...] el Padre produjo todo». Es de observar que «el acento peculiar que el pensador le pone al vocablo en relación con la 'paternidad' absoluta es una diferencia que le permite distinguir su exégesis de raíz bíblica de la neoplatónica» (p. 209). «El autor del 'Tratado Tripartito' muestra la originalidad de su redacción comprometida con la controversia plotiniana» (p. 211). A continuación se expone el contenido del Tratado en su tres secciones: 1. sobre las realidades eminentes del Padre, el Hijo y la Madre/Silencio del Padre; la caída del logos/Sabiduría; 2. la tripartición antropológica, el mundo y el tiempo; 3. el Salvador y el retorno del Hijo/hijos en la Profundidad del Padre (pp. 213-229). Por último destaca «la insuficiencia de la tesis de la interpretación del gnóstico como 'una herejía cristiana'».

4.
A modo de síntesis puede decirse que el pensamiento espiritual de los gnósticos en los primeros tiempos cristianos es la culminación de un saber esotérico a partir de la experiencia cristiana basada en el ejemplo de la existencia espiritual de Jesús el Nazareno y la fama de su resurrección.
De allí, «el primer fondo de creencias de los gnósticos emergió simultáneamente con las experiencias cristianas que dieron nacimiento a la corriente judeocristiana representada por los familiares de Jesús (Santiago y Judas Tomás) y la facción muy pronto mayoritaria de los protocatólicos (Pedro y Pablo) sobre los que se impuso la divisa de la 'apostolicidad' de los Doce. La facción de los seguidores de la otra 'columna', la juanina, posiblemente abarcó una tendencia convivencial, al mismo tiempo católica y gnóstica [...]». El «fondo gnóstico autónomo más antiguo del los cristianos es el de los gnósticos a secas; la denominación más antigua de esta tendencia de judíos esoteristas de confesión cristiana, la escuela barbelognósticos-setiana, cuya autonomía incluye la triple dimensión de iniciación, doctrina y forma de vida en torno a la experiencia del secreto inmanifiesto, hecho visible ejemplarmente en Jesucristo Salvador, que más tarde adquirirá diferentes formas sin entrar en contradicciones entre sí» (pp. 230-231).

Miguel Verstraete

Facultad de Filosofía y Letras-UNCuyo

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