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Scripta Mediaevalia

versión impresa ISSN 1851-8753

Scripta Mediaevalia vol.8 no.1 Mendoza jun. 2015

 

RESEÑAS

Reconstructing the Theology of Evagrius Ponticus. Beyond Heresy
Augustine Casiday, Cambridge University Press, Cambridge 2013, 267 pp., ISBN: 978-0-521-89620-1.

 

Si los títulos de los libros deben ser significativos a fin de ofrecer, en pocas palabras, el contenido de la obra, esta característica se cumple acabadamente en la que reseñamos. El trabajo de Casiday es, en primer lugar, una reconstrucción de la teología evagriana que posee la particular característica de ubicarla «más allá de la herejía». Para quienes están familiarizados no solamente con los escritos de Evagrio Póntico sino también con los estudios acerca de su obra, esta declaración realizada en la misma presentación del libro resulta, de alguna manera, provocativa ya que, si el autor se propone «reconstruir» una teología situándola fuera de ciertos límites - la herejía -, es porque pareciera que buena parte de los estudios ofrecen una elaboración teológica diversa y no siempre dentro de la ortodoxia.
Pareciera ser esta la intención de Casiday: proponer una nueva lectura del corpus teológico de Evagrio lo cual implica, necesariamente, una discusión si no permanente al menos frecuente con las autoridades más reconocidas sobre el tema. Es por este motivo que, quienes acepten la propuesta que se expone en el libro, su lectura marcará un punto de inflexión en los estudios evagrianos.
Augustine Casiday estructura su libro en dos partes que totalizan ocho capítulos. La elección de la temática tratada en algunos de ellos constituye ya de por sí una novedad y un importante aporte. Me refiero, en primer término, al extenso espacio que le otorga a la biografía de Evagrio. En un primer momento, pareciera que se trata de una tarea inútil o al menos repetitiva puesto que los escasos datos que se tienen de la vida del autor ya han sido abundantemente recopilados y narrados por otro autores, notablemente por Antoine Guillaumont en su obra póstuma Un philosophe au désert: Evagre le Pontique (Vrin, Paris 2004). Sin embargo, en este caso, Casiday destaca y acentúa aspectos y personajes de la biografía evagriana que marcaron de un modo particular sus elecciones y su doctrina, lo cual permite asociarlo con otros autores y obras o bien, ofrecer un adecuado contexto histórico e intelectual para interpretar sus escritos. Además, el autor introduce en la biografía algunos elementos que no aparecían anteriormente y discute también algunos puntos con los que no acuerda. Por ejemplo, afirma taxativamente que Evagrio perteneció a la comunidad monástica fundada por San Basilio en Capadocia y parte desde allí a Constantinopla, siguiendo a Gregorio, en 379 (p. 16). Es decir, se inclina por considerar que el Póntico tenía formación monástica previamente a su vida en el desierto egipcio.
Al encarar el tema de los escritos de Evagrio, siempre en la primera parte del libro, Casiday introduce una innovación por demás significativa, acerca de un tema central que hace a la metodología de trabajo del monje. Me refiero a las kephalaia, el género literario en el que redacta la mayor parte de sus escritos. Para el autor americano, hay una estrecha conexión entre el estilo de vida de los monjes del desierto y la necesidad de escribir en pequeños bloques o párrafos los que serán apropiadamente interpretados por los eremitas egipcios. En otros términos, la vida monástica provee el contexto necesario para escribir en forma de kephalaia. Y es por este mismo motivo que, aun cuando los estudiosos contemporáneos tendamos a separar cada uno de estos pequeños capítulos de su contexto original y reunir a todos los que tratan sobre un tema específico pero que provienen de obras distintas en una suerte de síntesis, tal esfuerzo corre el riesgo de distorsionar seriamente el pensamiento original de Evagrio. Para Casiday, cada kephalaion debe ser leído en el contexto original en el cual fue escrito.
En esta primera parte del libro (p. 46) el autor plantea una controversia que aparecerá con frecuencia en las páginas posteriores y que implica apartarse de las opiniones mayoritarias de los estudiosos contemporáneos. Me refiero a la radical negación que pronuncia Casiday acerca del carácter origenista de Evagrio. Sostiene, y prueba, que identificar a Evagrio como una suerte de eminencia gris de las controversias sobre Orígenes y su doctrina suscitadas en el siglo VI carecen de sustento en tanto ellas ocurren varios siglos luego de su muerte y, además, no existe evidencia alguna de que él haya jugado un rol protagónico en las primeras disputas origenistas (399/400 - c. 411). En definitiva, solamente en un sentido muy lato se puede calificar a Evagrio de «origenista». Es por este motivo que dedica un largo y sustancioso capítulo a tratar la «reputación de Evagrio» para poder, de ese manera, responder a las acusaciones acerca de su supuesta adhesión incondicional a la doctrina de Orígenes. Esto implica, por cierto, discutir con estudioso tales como Elizabeth Clark y, sobre todo, con Guillaumont ya que una de las pruebas más fuertes que Casiday introduce para sostener su posición es rechazar la explicación que había propuesto el estudioso francés para justificar la dos versiones de la Kephalaia gnostica. Según ésta, la versión común o S1 de esta importante obra evagriana, habría sido expurgada durante el curso de las controversias origenistas a fin de eliminar de ella todos aquellos elementos que podrían hacerla sospechosa, o culpable, de herejía. La otra versión siríaca descubierta por Guillaumont, denominada S2, más extensa y completa, sería entonces la versión que contaría con el texto original de Evagrio. Si esto es así, entonces necesariamente el Póntico se ubica dentro de un marcado origenismo que sería abiertamente condenado en el II Concilio de Constantinopla en 553.
Casiday rechaza esta postura y sostiene la hipótesis de que la S1 es la versión original escrita por Evagrio y que, debido a que sus obras fueron expuestas a creativas re-escrituras durante los siglos posteriores a su muerte, es plausible que, durante la segunda controversia origenista, hayan sido «completados» por autores que adherían a esa postura. Se trata, por cierto, de una hipótesis arriesgada y que, si es aceptada, porta consigo consecuencias relevantes para los estudios de la doctrina de Evagrio. Es importante destacar que el autor ofrece cuatro argumentos de peso, sólidamente fundamentados, que hacen difícil su refutación o, al menos, abren la puerta para discusiones por demás enriquecedoras.
Augustine Casiday dedica también un capítulo completo a la interpretación de las Escrituras que realiza Evagrio a lo largo de toda su obra, particularmente en sus Scholia. Será también ésta ocasión para discutir algunas posturas sostenidas por Guillaumont. Sintéticamente, el autor afirma que no debe aceptarse la postura según la cual Evagrio no habría conocido la lengua hebrea ni habría tenido interés alguno al respecto. Por el contrario, la variedad de evidencias sugiere que el monje de Las Celdas estuvo siempre interesado en el texto hebreo de la Escritura y en el conocimiento de las prácticas judías, y que habría adquirido al menos una instrucción rudimentaria de esa lengua (p. 129).
Una de las originalidades más llamativas del libro de Casiday es que incluye un largo capítulo dedicado a la oración como «fuente» de la teología de Evagrio. En mi opinión, se trata de una inclusión por demás acertada y que muestra un nuevo «rostro» o aspecto de la teología evagriana enriqueciéndola de un modo sustancial. Así, señala, por ejemplo, el carácter «social» que Evagrio le otorga a la oración en tanto que permite construir una sociedad cósmica integrada por los ángeles y los hombres (p. 142). Además, la plegaria es experiencia fundacional de la teología de Evagrio, y es por eso que ambas actividades - oración y teología - son inseparables y están íntimamente unidas. Este capítulo es ocasión de entablar una nueva discusión con Irenée Hausherr y Hans Urs von Balthasar para quienes, a pesar de que la teología es su último fin, el misticismo evagriano permanece más filosófico que teológico, al menos en su sentido trinitario. Casiday responde con fuerza afirmando que, para el proyecto de Evagrio, la cosa más importante es el encuentro con Dios a través de la oración y no la articulación de proposiciones ordenadas unidas unas a otras por una necesidad lógica.
El mismo capítulo es también ocasión para que el autor incluya un apartado - el 6.4 - sobre «La oración y las emociones». Considera que el monje utiliza con frecuencia tres potentes términos emocionales en sus referencias a la oración: gozo, amor y deseo. El desarrollo que hace de ellos constituye una particular riqueza del libro y, tal como quedará de manifiesto también en capítulos posteriores, las emociones forman una parte importante en la teología evagriana. En definitiva, como Casiday afirma, para comprender muchas de las obras de Evagrio, el lector debe poner en práctica en su corazón lo que el autor enseña (p. 171).
El capítulo 8, dedicado a la cristología de Evagrio, como es fácil suponer, provoca un fuerte debate con dos autores que han estudiado el tema: François Refoulé o. p. y Antoine Guillaumont. Casiday sintetiza las dos posturas - la de los estudiosos franceses y la suya propia - como la hipótesis isocrística y la hipótesis icónica. Según la primera, Evagrio sostendría que Cristo se distingue del resto de las criaturas racionales solamente en la práctica y no en los principios. Y así, la cristología evagriana sería idéntica a las cristologías isocrísticas que dieron lugar a las quince anatemas antiorigenistas de 553. Casiday, basándose sobre todo en el libro de los Pensamientos, obra escrita varios años después de la Kephalaia gnostica, refuta a través de tres sólidas argumentaciones las propuestas anteriores y sostiene la suya que, entre otras cosas, considera que Cristo debe ser visto no como «subordinado» al Padre, sino como «mediador» del Padre. De este modo, afirma más adelante, se resuelven algunos de los problemas interpretativos que surgen de incorporar acusaciones de herejía en las reconstrucciones contemporáneas de la teología evagriana y que son fruto de leer a Evagrio con las claves dejadas por los heresiólogos, lo cual carece absolutamente de sustento (p. 245).
El último capítulo previo a las conclusiones y dedicado a la teología trinitaria, se centra fundamentalmente en la distinción propia de Evagrio entre «Reino de Cristo» y «Reino de Dios», que autorizaría, según muchos intérpretes, a caracterizar la teología de Evagrio como subordinacionista. Allí mismo también trata cuestiones vinculadas al carácter, según algunos, eminentemente neoplatónico del pensamiento de Evagrio, lo cual lo lleva a discutir por ejemplo, con Parmantier. Y concluye considerando con profundidad un tema que aparece como de los más problemáticos: la supuesta afirmación de Evagrio según la cual el proceso de la vida humana finalizaría en la unificación y desaparición en la Trinidad. Casiday ofrece importantes argumentos para refutar tal postura, uno de ellos particularmente interesante y que surge del análisis del término siríaco que, corrientemente se ha traducido por «abolir» y entonces, el hombre quedaría «abolido» en la Trinidad. El autor sostiene, y fundamenta, que el sentido más propio de esa palabra es «caer en silencio». De ese modo entonces, Evagrio afirmaría que el hombre cae en el silencio de Dios y en modo alguno que queda abolido o desaparece en Dios.
Hay, sin embargo, dos aspectos del libro que es necesario observar. Como se dijo al comienzo, la obra de Casiday pretende marcar un importante hito en los estudios sobre el pensamiento de Evagrio Póntico en tanto que «reconstruye» su teología para lo cual necesita, también, discutir fuertemente con quienes lo han precedido en estos estudios, y no solamente acerca de un tema específico sino sobre varios que resultan centrales. Pareciera, entonces, que un volumen de doscientas cincuenta páginas resulta demasiado sintético para ese propósito. Y no se trata de una cuestión meramente cuantitativa - el número de páginas - sino que, en algunos casos, resultaría conveniente que el autor profundizara en sus hipótesis, proponiendo mayor abundancia de textos de Evagrio en los que se verificaran las mismas.
En segundo lugar, se debe señalar que en la abundante bibliografía que el autor utiliza y detalla al final del libro, no aparece mención alguna a los estudiosos italianos de Evagrio Póntico. Solamente se menciona a tres de ellos - Simonetti, Messana y Cavallo - en obras muy generales y de algunas décadas atrás. Se extraña, por ejemplo, la mención al importante especialista en patrología siríaca y traductor de Evagrio, Paolo Betiolo, o a los artículos escritos por Lorenzo Perrone. Y, sobre todo, llama la atención que, aun dedicando un capítulo completo a la temática de la oración en Evagrio, Casiday no haga referencia alguna a la traducción italiana del De oratione, realizada y extensamente anotada y comentada por Vicenzo Messana.
Sin embargo, y más allá de estos dos aspectos negativos, el libro de Augustine Casiday, aunque polémico en muchas de sus afirmaciones, constituye un genuino y original aporte de los estudios evagrianos, otorgando una nueva mirada a los temas claves de este autor y profundizando en este sentido, en algunos casos, la línea ya abierta años atrás por Gabriel Bunge. La renovada mirada que propone de Evagrio, situándolo fuera de la sospecha de la herejía y con la autoría de una teología anclada en una profunda espiritualidad, habilitaría para que, en un futuro, pudiera hablarse con propiedad de Evagrio Póntico como uno más de los Padres de la Iglesia.

Rubén Peretó Rivas

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